«El
que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado; y el
que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz que ha venido al
mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Y si
alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, ya que no
he venido a juzgar al mundo sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y
no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado
ésa le juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por mí mismo,
sino que el Padre que me envió, Él me ha ordenado lo que he de decir y
habla': Y sé que su mandato es vida eterna; por tanto, lo que yo hablo,
según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo.» (Juan 12, 44-50)
1º. Jesús, no has venido a condenar al mundo sino a salvarlo.
No
has venido a buscar mis defectos y ponerlos en evidencia, sino a sacar
lo bueno que hay en mí y darme tu gracia, tu ayuda, para mejorar.
No has venido a poner prohibiciones sino objetivos, objetivos de amor: «que os améis unos a otros como yo os he amado».(Juan 13,34).
Tus mandamientos son el camino para ser feliz en la tierra y para llegar al cielo: «sé que su mandato es vida eterna.»
Para
seguir tus mandamientos y conseguir estos objetivos me das la clave:
imitarte a Ti, ver todo con esa luz nueva que eres Tú mismo:«Yo soy la luz del mundo.»
«Todo
lo tenemos en Cristo; todo es Cristo para nosotros. Si quieres curar
tus heridas, Él es médico. Si estás ardiendo de fiebre, Él es manantial
Si estás oprimido por la iniquidad, Él es justicia. Si tienes necesidad
de ayuda, Él es fuerza. Si temes la muerte, El es vida. Si deseas el
cielo, Él es el camino. Si refugio de las tinieblas, Él es la luz». (San Ambrosio).
Para
no equivocarme, para no perderme, para no quedarme a oscuras, éste es
el secreto: imitar tu vida, intentar actuar en cada momento como creo
que lo harías Tú si estuvieras en mis circunstancias concretas.
Esta es una pregunta muy práctica, que me puedo hacer muchas veces al día: Jesús, ¿cómo harías esto si estuvieras en mi lugar?
¿Cómo aprovecharías el tiempo esta tarde de domingo?
¿Cómo ayudarías a los que tengo al lado, en mi trabajo, en clase, en casa?
¿Cómo les querrías?
¿Cómo les sabrías perdonar aquella falta?
¿Cómo te alegrarías con sus alegrías?
¿Cómo le exigirías al hijo o al subordinado que, por falta de esfuerzo, hace las cosas mal?
¿Cómo responderías aquella crítica malintencionada y sin fundamento?
¿Cómo harías valer tus derechos ante una injusticia?
2º. «Ojalá
fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al
verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo» (Camino.-2).
«Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le jugo; la palabra que he hablado esa le juzgará en el último día»
Jesús, he tenido la suerte de conocerte, de conocer tu vida y tus palabras.
Que las sepa guardar, esto es, que las sepa poner en práctica.
De nada me valdría haber leído tu vida si no se manifestara en mis acciones, en mi compostura, en mi conversación.
Jesús,
a lo mejor tengo que empezar por conocerte mejor: por conocer bien el
Evangelio o leer lo que, sobre Ti, han escrito los santos y otros
autores espirituales.
Por eso es aconsejable leer cada día un poco del Evangelio y de algún libro espiritual.
Basta
con cinco minutos diarios de Evangelio y diez de lectura espiritual
para ir adquiriendo un conocimiento sólido de tu vida, Jesús, que me
permita luego intentar actuar como Tú lo harías.
Es conveniente, también, preguntar en la dirección espiritual qué libro debo leer, y que me aconsejen.
Hay
libros que comentan el Evangelio y me dan nuevas luces; otros que son
de espiritualidad o tocan una virtud concreta que me puede ir bien; y
también ayudan las biografías de santos, que muestran diversos caminos
para imitarte, Jesús, y que me animan a luchar porque me muestran que el
camino de santidad es posible y llena de felicidad al que lo sigue.
Fuente: www.almudi.org
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