Jesús aparece a sus apóstoles
Lucas 24, 35-48
1. Oración inicial:
Shaddai,
Dios de la montaña,
que haces de nuestra frágil vida
la peña de tu
morada,
conduce nuestra mente
a golpear la roca del desierto.
La
pobreza de nuestro sentir
nos cubra como un manto en la obscuridad de la
noche
y abra nuestro corazón para atender al eco del Silencio
hasta
el alba,
envolviéndonos en la luz del nuevo amanecer,
nos lleve
con las
cenizas consumadas del fuego de los pastores del Absoluto
que han
vigilado por nosotros junto al Divino Maestro,
el sabor de la santa
memoria.
2. Lectio
i) El texto:
35 Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido al partir el pan. 36Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» 37Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. 38 Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? 39 Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne y huesos como véis que yo tengo.» 40 Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. 41 Como no acababan de creérselo a causa de la alegría y estaban asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?» 42 Ellos le ofrecieron un trozo de pescado. 43 Lo tomó y comió delante de ellos. 44 Después
les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os dije cuando todavía
estaba con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito
en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.» 45 Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras 46 y les dijo: «Así está escrito: que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día 47 y que se predicaría en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. 48 Vosotros sois testigos de estas cosas.
ii) Momento de silencio:
Dejamos que la voz del Verbo resuene en nosotros.
3. Meditatio
i) Algunas preguntas:
a)
Había sucedido en el camino; lo habían reconocido: ¿Cuántos momentos de
gracia en el camino de nuestra existencia?¿Lo reconocemos mientras
parte con nosotros el pan del presente en el mesón del hacerse tarde?
b)
Jesús en persona aparece en medio de ellos. ¡Palpadme y ved. Soy yo
mismo! ¿Tocamos con la mano los dones de la libertad en la persona de
Cristo viviente y en la fracción del estar juntos?
c) Sobresaltados y
asustados creían ver un espíritu: ¿Qué Dios nos fascina? ¿El Dios de lo
imprevisto que está siempre al otro lado de nuestro pequeño mundo o el
Dios “espíritu” de nuestro deseo omnipotente?
d) No acababan de
creérselo a causa de la alegría: ¿Es el gozo nuestro bastón de
viaje?¿Vive en nosotros el sentido de la espera o nos movemos en las
sombras de la resignación?
e) Abrió sus inteligencias para comprender
las Escrituras: ¿Dónde está la criatura imagen en nuestro investigar?
¿Hemos hecho de la Escritura la nostalgia de una Palabra dejada al andar
como brisa del Amor eterno entre los ramos del dolor humano?
ii) Clave de lectura:
La categoría del camino aclara
bien en Lucas el itinerario teológico de aquel camino de gracia que
interviene en los sucesos humanos. Juan prepara la senda al Señor que
viene (Lc 1,76) e invita a allanar sus caminos (Lc 3,4); María se pone
en camino y va con prisa hacia la montaña (Lc 1,39); Jesús, camino de
Dios (Lc 20,21), camina con los hombres y señala el camino de la paz (Lc
1,79) y de la vida (Act 2,28), recorriéndolo en primera persona con su
existencia. Después de la resurrección continúa el camino junto a sus
discípulos (Lc 24,32) y queda el protagonista del camino de la Iglesia
que se identifica con el suyo (Act 18,25). Toda la razón de ser de la
Iglesia está en este camino de salvación (Act 16,17) que conduce a Dios
(Act 18,2). Ella está llamada a vivirlo y a indicarlo a todos para que
cada uno, abandonando el propio camino (Act 14,16) se oriente hacia el
Señor que camina con los suyos.
v. 35 Ellos por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido al partir el pan. La
experiencia del encuentro con la Vida permite volver sobre sus propios
pasos. No es el regreso del remordimiento, ni el retorno del lamento. Es
el regreso de quien relee la propia historia y sabe encontrar, a través
del camino recorrido, el lugar del memorial. Dios se encuentra en lo
que acaece. Es Él el que viene al encuentro y se para en el camino a
veces árido y desnudo de lo no cumplido.. Se hace reconocer a través de
los gestos familiares de una experiencia saboreada de lejos. Son los
surcos del ya consumado que acogen la novedad de un hoy sin ocaso. El
hombre es llamado a tomar la nueva presencia de Dios sobre su camino en
aquel viajero que se hace reconocer a través de los signos fundamentales
para la vida de la comunidad cristiana: las Escrituras, leídas en clave
cristológica y la fracción del pan (Lc 24, 1-33). La historia humana,
espacio privilegiado de la acción de Dios, es historia de salvación que
atraviesa todas las situaciones humanas y el discurrir de los siglos en
una forma de éxodo perenne, cargado de la novedad del anuncio.
v. 36. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: “¡La paz con vosotros!” Lucas
enlaza sabiamente los sucesos para dar fundamento y continuidad a la
historia de la salvación. Los gérmenes anunciados florecen y la
atmósfera de novedad que aletea en las páginas de estos sucesos hacen de
telón de fondo al desenvolverse en una memoria Dei que se
propone nuevo de vez en vez; Jesús vuelve a los suyos. Está en medio de
ellos como persona, todo entero, también como antes, aunque en una
condición diferente y definitiva. Se manifiesta en su corporeidad
glorificada para demostrar que la resurrección es un hecho que ha
acaecido realmente.
v. 37. Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. La
reacción de los discípulos parece no concordar bien con la narración
precedente desde el momento que se creía ya en la resurrección de Jesús
por la palabra de Pedro (v.34). De todas maneras su perplejidad no se
refiere a la convinción de que Jesús ha resucitado, sino a la naturaleza
corpórea de Jesús resucitado. Y en tal sentido no hay contradicción en
la narración. Era necesario para los discípulos hacer una experiencia
intensa de la realidad corpórea de Jesús para realizar de un modo
adecuado su futura misión de testigos de la buena noticia y aclarar las
ideas sobre el Resucitado; no creían que fuese Jesús en persona, sino
pensaban que lo veían sólo en espíritu.
v. 38-40. Pero
él les dijo: “¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se suscitan dudas en
vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo: Palpadme y
ved, porque un espíritu no tiene carne y huesos como véis que yo tengo”. El
Jesús del evangelio de Lucas es casi un héroe que afronta su suerte con
seguridad y las pocas sombras que permanecen sirven simplemente para
comprender y subrayar su plena realidad. Lucas había recordado los
humildes orígenes y la genealogía, del todo común y despojada de figuras
prestigiosas, una muchedumbre de individuos obscuros de los cuales
surgía la figura de Cristo. En la turbación y en la duda de los
discípulos después de la resurrección aparece evidente que Jesús no es
el Salvador de los grandes, sino de todos los hombres, por sobresaltados
o asustados que estén.. Él, protagonista del camino de la Iglesia,
recorre los senderos humanos de la incredulidad para sanarlos con la fe,
y continúa caminando en el tiempo, mostrando las manos y los pies en la
carne y en los huesos del creyente
vv. 41-43. Como
no acababan de creérselo a causa de la alegría y estaban asombrados,
les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?. Ellos le ofrecieron un trozo de
pescado. Lo tomo y lo comió delante de ellos. Cada invitación a
comer esconde el deseo de intimidad, es un permanecer, un compartir. La
resurrección no quita a Jesús el presentarse como el lugar del
compartir. Aquel pez asado, comido por años junto a los suyos, continúa
siendo vehículo de comunión. Un pez cocinado en el amor, el uno por el
otro: un alimento que no cesa de asegurar el hambre escondida del
hombre, un alimento capaz de desbaratar la ilusión de algo que termina
entre las ruinas del pasado.
v. 44. Después
les dijo: “Éstas son aquellas palabras mías que os dije cuando todavía
estaba con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito
en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí”. Los
momentos de ansia, de conmoción, de llanto por la propia nación (Lc 9,
41), la fatiga subiendo a Jerusalén, las tentaciones habían marcado
aquel confín perennemente presente entre la humillación-escondimiento y
afirmación–gloria focalizado en las varias fases de la vida humana de
Jesús a través de la luz del querer del Padre. Amargura, obscuridad y
dolor habían alimentado el corazón del Salvador: “ Tengo que recibir un
bautismo ¡y como estoy angustiado hasta que se cumpla!” (Lc 12, 50).
Ahora es plenamente visible, positiva la obra de la gracia, porque a la
obra del Espíritu el escatón ya actuado en Cristo y en el
creyente, crea una atmósfera de alabanza, un clima de gozo y de paz
profunda, típicas de las cosas cumplidas. La parusía señalará el final
del camino salvífico, tiempo de consolación y de restauración de todas
las cosas. (Act 3,21).
v. 45. Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras. La
fe apostólica en la resurrección de Jesús constituye la clave
hermenéutica para la interpretación de las Escrituras y el fundamento
del pregón pascual. La Biblia se cumple en Cristo, en Él se unifica en
su valor profético y adquiere su pleno significado. El hombre no puede
por sí solo entender la Palabra de Dios. La presencia del Resucitado
abre la mente a la comprensión plena de aquel Misterio escondido en las
palabras sagradas de la existencia humana.
vv. 46-47. Y
les dijo: “Así está escrito: que el Cristo debía padecer y resucitar de
entre los muertos al tercer día y que se predicará en su nombre la
conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones empezando
por Jerusalén.” En Lucas la salvación toca todas las dimensiones
humanas a través de la obra de Cristo que salva del mal, que libra de
las tinieblas (Act 26,18) y del pecado (Lc 5,0-26; Act 2, 38), de la
enfermedad y del sufrimiento, de la muerte, de la incredulidad, de los
ídolos: que realiza la vida humana en el ser comunidad de Dios,
fraternidad alegre en el amor; que no deja huérfanos, sino que se vuelve
presente incesantemente con su Espíritu de lo alto (Act 2,2). La
salvación radical del hombre está en el librarse de su corazón de piedra
y en recibir un corazón nuevo que comporta un dinamismo que libra de
toda forma de esclavitud (Lc 4,16-22). Dios dirige la historia; es Él el
que obra la evangelización y guía el camino de los suyos. El
evangelista de los grandes horizontes – desde Adán al Reino, de
Jerusalén a los confines de la tierra- y también el evangelista de la
cotidianidad. Es en acto el proceso histórico-escatológico por el cual
la historia completa se cumple transcendiendo la historia humana y Jesús
continúa ofreciendo la salvación mediante su Espíritu que crea testigos
capaces de profecía que difunden la salvación hasta que en la venida de
Cristo (Lc 21, 28) se vuelva manifiesto la plena liberalización del
hombre. En Act 2,37 se encuentra resumido todo eliter salutis que
aquí se ha apuntado: acoger la palabra, convertirse, creer, hacerse
bautizar, obtener el perdón de los pecados y el don del Espíritu. La
palabra de salvación, palabra de gracia, despliega su potencia en el
corazón que escucha. (Lc 8, 4-15) y la invocación del Nombre del
Salvador sella la salvación en aquel que se ha convertido a la fe. Hay
complementariedad entre la acción de Jesús por medio del Espíritu,
actuada sin la mediación de la Iglesia (Act 9, 3-5) y aquella cumplida
mediante la Iglesia a la cual el mismo envía como en el caso de la
llamada de Pablo (Act 9, 6-19).
v. 48. Vosotros sois testigos de estas cosas. Llamada
a trazar en la historia humana el camino del testimonio, la comunidad
cristiana proclama con palabras y obras el cumplimiento del reino de
Dios entre los hombres y la presencia del Señor, que continúa obrando en
su Iglesia como Mesías, Señor, profeta. La Iglesia crecerá y caminará
en el temor del Señor, llena de la fortaleza del Espíritu Santo (Act
9,31). Es un camino de servicio, trazado para hacer resonar en los
extremos confines de la tierra (Act 1,1-11) el eco de la palabra de
Salvación. Poco a poco el camino se aleja de Jerusalén para dirigirse al
corazón del mundo pagano. A su llegada a Roma, capital del imperio,
Lucas pondrá la firma a sus pasos de evangelizador. Ninguno en verdad
será excluido en el camino. Destinatarios de la salvación son todos los
hombres, en particular los pecadores, por cuya conversión hay gran gozo
en cielo (Lc 15, 7.10). Como María, que para Lucas es el Modelo del
discípulo que camina en el Señor, los creyentes somos llamados a ser
transformados enteramente para vivir la maternidad mesiánica, no
obstante la propia condición “virginal” expresión de la propia pobreza
de criatura (Lc 1, 30-35). El sí del Magnificat es el camino que
hay que recorrer. Caminando llevando en nosotros la palabra de
salvación; caminando en la fe, fiándonos de Dios que mantiene las
promesas: caminando en el gozo de Áquel que nos hace dichosos, no por
nuestros méritos sino por la humildad de vida. Sea el itinerario de
María, nuestro itinerario: andar llevados del Espíritu, hacia nuestros
hermanos teniendo como único equipaje la Palabra que salva: Cristo Señor
(Act 3,6).
iii) Reflexión:
Jesús
en el encuentro personal con los hombres ofreció su benévola presencia y
esperó que las semillas de la palabra y de la fe germinasen. El
abandono de los apóstoles, la negación de Pedro, el amor de la pecadora,
la cerrazón de los fariseos no lo han escandalizado, ni turbado. Sabía
que no se perdería lo que les había dicho y propuesto… y de hecho
después de Pentecostés los mismos hombres se presentan delante del
sanedrín sin temor, para afirmar que es necesario obedecer a Dios antes
que a los hombres. Pedro predica abiertamente hasta morir en una cruz
como su Maestro, las mujeres son enviadas como testigos de la
resurrección a los apóstoles, y un fariseo hijo de fariseo, Pablo de
Tarso, se convierte en el apóstol de las gentes. Si no puedes, hombre,
substraerte a vivir cotidianamente la muerte de ti mismo, no debes al
menos olvidar que la resurrección se esconde en tus heridas para hacerte
vivir de él, desde ahora. En el hermano que para tí puede ser sepulcro
de muerte y de fango, una cruz maldita, encontrarás la vida nueva. Sí;
porque Cristo Resucitado asumirá la semblanza de tus hermanos: un
hortelano, un caminante, un espíritu, un hombre a la orilla del
lago…Cuando sepas acoger “el reto” de Pilato que penetra los siglos y no
aceptes el cambio propuesto (Jn 18, 39-40), porque hayas aprendido en
la noche del abandono que no se puede cambiar la vida de un bandolero,
tú que llevas indignamente su nombre: Bar-Abba, hijo del Padre,
por la vida de Jesús, el Hijo unigénito del Dios viviente, el Señor de
la vida y de la muerte…entonces gritarás también tú como el apóstol
Tomás en el estupor de la fe: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28), mi Dios y mi todo, y no tramontará más en el horizonte de tus días la belleza de la alegría.
4. Oración
Señor, nosotros te buscamos y deseamos tu rostro:
un día, quitado el velo, podremos contemplarte.
Te buscamos en las Escrituras que nos hablan de tí:
bajo el velo de la sabiduría acogemos la cruz, tu don a las gentes.
Te buscamos en los rostros radiantes de hermanos y hermanas:
te vemos en la impronta de tu pasión en sus cuerpos sufrientes.
No
los ojos, sino el corazón tiene la visión de ti:
al resplandor de la
esperanza, nosotros esperamos encontrarte para hablar contigo.
5. Contemplación
Señor,
danos la tenacidad de caminar hacia las cumbres, a la luz de la única
Palabra que salva. Como hermana de sangre, de aquella Sangre que nos
hace a todos hermanos, yo me quedo aquí, junto a la tumba de toda muerte
interior para dirigirme como un caminante por los senderos del no
sentido y situarme en los senderos de la amistad y del encuentro. Quiero
hoy compartir la maravilla del amor humano, el gozo de las personas
maravillosas que viven junto a mi, no en la periferia de su existencia,
sino en sus pasajes secretos, allí donde el corazón abraza el Absoluto
de Dios. Gracias a Tí que me das tu rostro resucitado, por tu corazón
enamorado de la Vida y besado del Eterno. Gracias por tu libertad de
explorador que se sumerge en los abismos del Esencial. Dios del desierto
que se hace jardín, que yo sea una pequeña llama encendida en la
obscuridad de la búsqueda humana, un calor que se esparce allí donde el
gélido viento del mal destruye y aparta del horizonte de la Verdad y de
la Belleza, para narrar al mundo la estupenda aventura del amor humano
resucitado, aquel amor que sabe morir para encarnar la sonrisa de Dios.
Amén.
www.ocarm.org
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