LECTURA CONTINUADA
Puesta en común sobre Jn 18,1-19,42
La
historia de la pasión, muerte y sepultura de Jesús que leemos en el
evangelio de Juan presenta notables coincidencias con la que encontramos
en los sinópticos, pero también muchas diferencias. Basta una
comparación rápida para darse cuenta de que en ella se mencionan
detalles y se narran episodios que no están en Mateo, Marcos y Lucas.
Eso significa que, a la hora de redactar estos capítulos, el autor del
cuarto evangelio contó con otras fuentes de información.
En
el apartado "Para profundizar" de esta misma sesión, tendremos
oportunidad de aprender más cosas sobre las características propias de
los relatos de la pasión del evangelio de Juan. Una de ellas es la
insistencia en subrayar la realeza de Jesús. Por eso, las preguntas que
queríamos responder al preparar nuestra reunión de hoy eran: ¿En qué lugares de estos capítulos se dice que Jesús es rey? ¿Quién lo dice: el evangelista, Jesús mismo o los demás personajes?
Vamos a poner en común lo que cada uno ha encontrado.
GUÍA DE LECTURA
"Mirarán al que traspasaron"
Antes de comenzar buscamos Jn 19,25-37
> Ambientación
En
los discursos de despedida que hemos leído para preparar nuestros dos
encuentros anteriores, Jesús dispone el ánimo de sus discípulos para
ayudarles a afrontar la hora decisiva de su muerte.
Al
aproximarnos ahora a algunos episodios significativos de la historia de
la pasión, tengamos en cuenta aquellas últimas recomendaciones de Jesús
a los suyos. Contemplemos la muerte del Señor en la cruz con la misma
mirada de fe que el evangelista nos propone. Y descubramos que ésta es
la hora de la victoria de Jesús, la hora de su glorificación, la hora en
la que culmina la misión que el Padre le había encomendado.
> Miramos nuestra vida
Al
ir por la calle, al encender la televisión, al hojear los periódicos,
quizá dentro de nuestra propia casa o en el seno de nuestra familia, se
presenta ante nosotros el rostro de la enfermedad, de la soledad, del
hambre, de la guerra, de la marginación social... En demasiados lugares
de nuestro mundo, a veces bien cerca de nosotros, se alzan todavía
muchas cruces donde hermanos y hermanas nuestros están crucificados como
Jesús. Reflexionemos un momento sobre esto y respondamos juntos a estas
preguntas:
- Cuando miramos a nuestro mundo, ¿tenemos la impresión de que sigue siendo "un calvario"?
- ¿Conocemos el caso de alguna persona marcada por el dolor y el sufrimiento?
> Escuchamos la Palabra de Dios
El
evangelio de Juan nos sitúa junto a la cruz de Jesús, en el mismo lugar
donde estaban su madre y el discípulo amado. Desde allí, el evangelista
nos invita a mirar al Traspasado con los ojos de la fe. Esa
mirada creyente nos ayudará a comprender que sus heridas nos han curado;
que, más allá de las apariencias, el Crucificado es el Glorificado; que
su muerte no es la demostración de su fracaso, sino el signo de su
victoria; que su corazón abierto es la señal más grande de su amor por
nosotros.
- Antes de proclamar la Palabra de Dios, nos preparamos para acogerla. Cada uno pide que el Espíritu Santo ponga en sus ojos la luz de la fe, de modo que pueda entender en profundidad lo que vamos a leer.
- Proclamación de Jn 19,25-37.
- Reflexionamos personalmente y en silencio. Cada uno lee de nuevo el pasaje y consulta las notas de su Biblia.
-
Es importante que nos detengamos con cuidado en todo lo que se dice
porque lo más importante no se descubre a primera vista. Al responder a
estas preguntas vamos a fijarnos en los símbolos, en las expresiones con
doble sentido, en las citas de la Escritura:
- ¿Qué expresiones, gestos o acciones de las que hemos leído nos parece que tienen un sentido simbólico?
- ¿Qué significan? ¿Cómo podemos interpretarlas de modo que no nos quedemos en las apariencias?
> Volvemos sobre nuestra vida
Al contemplar al Crucificado con los ojos de
la fe, hemos descubierto que su sufrimiento no ha sido inútil. Su
sacrificio es fuente de vida para todos. De su corazón herido brota el
Espíritu que renueva la humanidad. Si nos situamos al pie de las cruces
de nuestros hermanos y hermanas que sufren y desde allí les
mirarnos con la misma mirada de fe con la que hemos contemplado al
Traspasado, seguro que encontraremos motivos para permanecer junto a
ellos. Sus heridas, sus llagas, sus corazones desgarrados... pueden ser
el lugar en el que Dios nos dé a beber del agua de la vida.
- ¿Qué podemos hacer para vivir nuestro sufrimiento desde la esperanza y no desde el desánimo?
- ¿De qué manera deberíamos acercarnos a los "crucificados" y "traspasados" de nuestro mundo? ¿Cómo podemos ofrecerles consuelo y animarles a seguir luchando?
> Oramos
Recogemos en forma de oración lo que la lectura y meditación de la pasión del Señor nos ha sugerido.
-
Para ambientar este momento de encuentro con Jesús, podemos colocar en
medio de la sala una cruz y unas cuantas fotografías o titulares de
prensa que hablen de personas marcadas por el sufrimiento.
- Leemos de nuevo Jn 19,25-37 después de un momento de silencio que nos ayude a crear el clima adecuado.
- Cada uno ora personalmente a partir del pasaje proclamado y de lo que juntos hemos reflexionado y dialogado.
-
Podemos acabar recitando juntos el salmo 22 (21): "Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?" o cantando "Danos un corazón".
PARA PROFUNDIZAR
La Pasión según San Juan
El
relato de la pasión es sin duda la parte de la historia de Jesús en la
que el evangelio de Juan presenta más semejanzas con los otros tres
evangelios (llamados sinópticos por sus grandes semejanzas). Pero basta
una lectura detenida para darse cuenta de que las diferencias entre
ellos son también muy notables.
En
primer lugar ciertos episodios significativos que aparecen en Marcos,
Mateo y Lucas son omitidos por el cuarto evangelio. Entre ellos cabe
destacar la agonía de Jesús en Getsemaní (lee Jn 12,27) y el juicio ante
el sanedrín por parte de las autoridades judías.
Por
otro lado, algunas escenas de los sinópticos han sido profundamente
modificadas. Así, por ejemplo, en la del prendimiento destaca la
autoridad y la majestad con la que Jesús se enfrenta a los que vienen a
detenerle ("Yo soy"). Llama también la atención que el juicio ante
Pilato es mucho más detallado que en el resto de los evangelios.
Mirar la pasión de Jesús con ojos nuevos
Esta
rápida comparación nos demuestra que el autor del cuarto evangelio
quiere ofrecernos su particular visión de la pasión del Señor. Para eso
utiliza un riquísimo simbolismo que es necesario descifrar e
interpretar. Lo que pretende no es tanto informarnos con exactitud de lo
que pasó, sino mostrarnos el profundo significado de los
acontecimientos que narra.
Aunque el evangelio de Juan y los sinópticos
hablen de los mismos hechos, Juan los contempla desde una perspectiva
diferente. Los mira con ojos nuevos.
Una
de las cosas que más llama la atención en su relato es que Jesús es
plenamente consciente de lo que se le viene encima y sabe siempre
aquello que va a ocurrir (Jn 18,4). Es Él quien domina en todo momento
la situación. Nada le pilla por sorpresa. No son los acontecimientos los
que deciden el destino de Jesús. Es Jesús quien maneja los hilos de la
acción. No hay sitio para la improvisación. Todo sucede para que se
cumpla lo que estaba planeado de antemano y Él había anunciado con
anterioridad (Jn 18,9.32).
Se
diría que el calendario de la pasión está fijado con mucha antelación.
Desde el principio del evangelio se habla de la "hora" de Jesús como de
algo que tendrá lugar en el momento oportuno (Jn 2,4). Es la hora de la
muerte, que pende sobre su cabeza como una sentencia inapelable. Pero
mientras llega, Jesús estará a salvo y nadie se atreverá a hacerle mal
(Jn 7,30; 8,20). No son los hombres los que fijan los plazos para
ejecutar esa sentencia.
Precisamente
por eso, sorprende aún más la inquebrantable decisión de Jesús de
llegar hasta el final. Todo se explica si caemos en la cuenta de que la
libertad con la que se entrega a la pasión es fruto de su obediencia al
Padre. Jesús no quiere otra cosa sino hacer la voluntad del que le ha
enviado. Esa voluntad, que Él conoce perfectamente porque está unido a
Dios, pasa misteriosamente por la cruz. Por eso Jesús acepta beber la
copa que el Padre le ha preparado (Jn 18,11). La actitud de Jesús ante
su muerte no es la de una víctima resignada frente a la fatalidad, sino
la de quien acepta con plena libertad un destino plenamente asumido por
amor (Jn 13,1).
En
la "Pasión según San Juan", todo está envuelto en un clima de
serenidad. La solemnidad con la que se suceden los acontecimientos no
parece cuadrar con el dramatismo de la situación. En general, podemos
afirmar que el cuarto evangelio ha suavizado los aspectos más
angustiosos o vergonzosos del relato. Pero, aunque se resalte la
divinidad de Jesús, eso no significa que no se tome en serio su muerte o
que su verdadera humanidad se ponga en duda. Al contrario, seguramente
no hay otro evangelio que se esfuerce tanto en mostrar que Jesús murió
realmente, a pesar de ser el Hijo de Dios. De todas maneras, lo que está
en primer plano no es la tragedia humana que supone el fin de la vida,
sino el don libre y plenamente consciente que hace Jesús de la suya. Su
grito final en la cruz no demuestra sentimiento de desamparo, como en
Marcos o Mateo (Mt 27,46; Mc 15,34), sino la convicción plena de haber
cumplido totalmente la voluntad del Padre.
Pasión y Gloria, las dos caras de una misma moneda
La
muerte de Jesús no significa el fracaso de su misión. Es la
demostración de que la obra de la salvación ha sido plenamente
realizada. Es el signo de su victoria. Por eso, el autor del cuarto
evangelio quiere mostrar con toda claridad que el Crucificado es también
el Glorificado (Jn 13,31-32; 17,1). Que la elevación de Jesús en la
cruz revela su exaltación definitiva al lado del Padre (Jn 8,28).
La
hora de la pasión es al mismo tiempo la hora de la glorificación (Jn
12,23; 17,1-5). Es la hora en la que Jesús abandona voluntariamente este
mundo para volver al Padre que le había enviado (Jn 13,1). Es la hora
en la que va a revelarse la fecundidad de su entrega; la hora del
triunfo definitivo sobre la muerte.
Como
un experto dramaturgo, el autor del cuarto evangelio ha sabido
superponer magistralmente los planos y combinar escenas que en otros
escritos del Nuevo Testamento aparecen separadas en el tiempo.
Anticipando los acontecimientos, ha logrado que el Jesús crucificado sea
a la vez contemplado como el Cristo resucitado que entrega el Espíritu.
Por eso la cruz ya no es vista como un patíbulo, sino cómo un trono
desde el que Jesús reina (Jn 19,19). Desde esta situación aparentemente
vergonzosa, pero realmente gloriosa para los que miran con los ojos de
la fe, Jesús atrae hacia sí a todos los que creen en Él y les comunica
la vida eterna simbolizada en el río de agua y sangre que brota de su
costado abierto (Jn 3,14-15; 12,32-34). El Traspasado no es un hombre
derrotado, sino el Cordero de la Nueva Pascua cuya muerte nos ha abierto
definitivamente el camino de la liberación.
Por
eso, la cruz de Jesús no es contemplada en Juan como el lugar donde se
estrellan todas las esperanzas, como un escándalo insuperable para la
fe, sino más bien como el escenario donde se demuestra el amor ilimitado
de Jesús por cada uno de nosotros (Jn 15,13). Un amor que, en
definitiva, revela el amor del Padre que es capaz de entregar a la
muerte a su propio Hijo con tal de que nosotros lleguemos a disfrutar de
la vida que no se acaba (Jn 3,16).
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