Toda
la santidad y la perfección del alma consiste en el amor a Jesucristo,
nuestro Dios, nuestro sumo bien y nuestro redentor. La caridad es la que
da unidad y consistencia a todas las virtudes que hacen al hombre
perfecto.
¿Por ventura Dios no merece todo nuestro amor? El nos ha amado desde toda la eternidad. «Considera, oh hombre -así nos habla-,
que yo he sido el primero en amarte. Aún no habías nacido, ni siquiera
existía el mundo, y yo ya te amaba. Desde que existo, yo te amo».
Dios, sabiendo que al hombre se le gana con beneficios, quiso llenarlo de dones para que se sintiera obligado a amarlo: «Quiero atraer a los hombres a mi amor con los mismos lazos con que habitualmente se dejan seducir: con los vínculos del amor».
Y éste es el motivo de todos los dones que concedió al hombre. Además
de haberle dado un alma dotada, a imagen suya, de memoria, entendimiento
y voluntad, y un cuerpo con sus sentidos, no contento con esto, creó,
en beneficio suyo, el cielo y la tierra y tanta abundancia de cosas, y
todo ello por amor al hombre, para que todas aquellas criaturas
estuvieran al servicio del hombre, y así el hombre lo amara a él en
atención a tantos beneficios.
Y
no sólo quiso darnos aquellas criaturas, con toda su hermosura, sino
que además, con el objeto de conquistarse nuestro amor, llegó al extremo
de darse a sí mismo por entero a nosotros. El Padre eterno llegó a
darnos a su Hijo único. Viendo que todos nosotros estábamos muertos por
el pecado y privados de su gracia, ¿qué es lo que hizo? Llevado por su
amor inmenso, mejor aún, excesivo, como dice el Apóstol, nos envió a su
Hijo amado para satisfacer por nuestros pecados y para restituirnos a la
vida, que habíamos perdido por el pecado.
Dándonos
al Hijo, al que no perdonó, para perdonarnos a nosotros, nos dio con él
todo bien: la gracia, la caridad y el paraíso, ya que todas estas cosas
son ciertamente menos que el Hijo: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?
(DEL TRATADO SOBRE LA PRÁCTICA DEL AMOR A JESUCRISTO, DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO)
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