Comienzo de la Celebración
en torno a la Corona de Adviento
Guía:
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
Guía:
Ven Espíritu Santo,
Todos:
llena los corazones de tus fieles y enciende
en ellos el fuego de tu amor.
Guía:
Envía tu Espíritu creador.
Todos:
Y renovarás la faz de la tierra.
Guía:
¡Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu
Santo!, haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre del bien y gozar
de sus consuelos. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Bienvenida
Guía:
Una vez más nos reunimos, atentos al anuncio de la llegada de Dios nuestro
Señor. Se acerca la gran fiesta de Navidad, la fiesta del Nacimiento de nuestro
Señor Jesucristo en Belén y en cada uno de nuestros corazones. Preparémonos a
recibir a nuestro Salvador reuniéndonos en torno a esta corona.
(Se enciende la tercera vela)
Palabra de Dios
Guía:
Escuchemos la Palabra de Dios.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (Jn 1, 6-8.19-28)
En medio de vosotros está uno a quien no conocèis
« Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz, y este fue el testimonio de Juan, a
que le preguntaran: '¿Tú quién eres?' Él confesó sin reservas: 'Yo no soy el
Mesías.' Le preguntaron: '¿Entonces qué? ¿Eres tú Elías?' Él dijo: 'No los
soy.' '¿Eres tú el Profeta?' Respondió: 'No.' Y le dijeron: '¿Quién eres?' Para
que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, '¿qué dices de ti
mismo?' Él contestó: 'Yo soy la voz que grita en el desierto: 'Allanad el
camino del Señor' (como dijo el Profeta Isaías.' Entre los enviados había
fariseos y le preguntaron: 'Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el
Mesías, ni Elías, ni el Profeta?' Juan les respondió: 'Yo bautizo con agua; en
medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que
existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la
sandalia.' Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba
Juan bautizando.»
Lector:
Palabra de Dios.
Todos:
«Credo».
Reflexión
Guía:
Él ha venido como el médico que cura las más profundas enfermedades del hombre.
Por esto, la peor de nuestras enfermedades, el pecado, en esta visión de la
gran misericordia del Señor, es simplemente un obstáculo porque el Salvador
divino ha venido a socorrernos.
Diálogo
(Después de unos momentos de silencio, el guía debe motivar que los participantes
hagan comentarios sobre el texto bíblico. Para terminar este diálogo se invita
a los presentes a hacer un compromiso.)
Compromiso
Guía:
Pongámonos en presencia de Dios y meditemos:
Señor, ayúdanos a permanecer en vela guardando la venida de tu Hijo, con la
lámpara de la fe encendida y con una gran dosis de humildad. ¿Tiene aceite mi
lámpara? ¿Por cuánto tiempo?
(Reflexión en silencio)
Despedida
Guía:
Señor, gracias por reunirnos una vez más en torno a esta corona. Ayúdanos a
vivir intensamente este Adviento y prepararnos para recibirte. Por Cristo
Nuestro Señor.
Todos:
Amén.
Guía:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos:
Amén.
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III Domingo
Jesús es el motivo de nuestra alegría
La iglesia siempre ha llamado a este tercer domingo de Adviento el domingo
de la alegría o “Gaudete” y se debe a que toda la celebración nos anuncia a
Jesucristo como la causa de nuestra alegría. Ya la misma antífona de entrada
nos lo anuncia, “estad alegres en el Señor; os lo repito estad alegres. El
Señor esta cerca” Isaías anuncia: “se alegrará el páramo y la estepa”. El
adviento nos trae la Buena Nueva de la salvación, nos trae a Jesús. La palabra
de Dios al iniciar la cuaresma habla sobre “el tiempo de gracia, el día de
salvación (2 Co 6,2). Y el adviento nos muestra que es Jesús el verdadero
esperado de los tiempos y que es la promesa cumplida. La salvación se obra para
bien del hombre; “los cojos andan, los ciegos ve, los sordos oyen” es el
cumplimiento de la profecía de Isaías.
Más no nos podemos quedar en una alegría para gozar internamente sino que
nuestra labor es el anuncio, franco y directo: Dios es nuestra fortaleza.
¡Tened valor!
Nuestra alegría se debe volver testimonio. No sin razón estas fiestas de
navidad, que ya se acerca, nos invitan a ser personas abiertas y contagiadas de
amor fraterno. Pero no de un amor fraterno muy altruista sino de un amor que
concreta y hace real el amor de Dios. ¿Eres tú?… o, ¿hay que esperar a otro?...
Jesús responde con su obrar. La felicidad que nos trae celebrar nuevamente la
navidad se debe reflejar en obras concretas, reflejo de Cristo, nuestro
salvador, en nuestra vida, en medio de nosotros.
Los ciegos ven, los cojos andan...Nos están tocando vivir horas graves y
profundos problemas a nivel nacional e internacional y puede ser que nos
embargue la lamentación fácil, la pereza ante una impotencia ficticia.
Necesitamos apostar por una atmósfera de diálogo, de creatividad y una voluntad
sincera de profundizar en los verdaderos problemas que nos rodean a la
humanidad. Los creyentes no podemos inhibirnos y permanecer pasivos, la fe no
nos aporta soluciones técnicas a nuestros problemas pero nos da un amor
apasionado por la justicia, por la paz; nos da libertad de espíritu para buscar
honradamente la verdad, nos da un deseo eficaz de concordia, nos da un anhelo
sincero del bien. El evangelio que nos alimenta en el tercer domingo de
adviento, nos ofrece la buena noticia de la fuerza liberadora de la persona de
Jesús; al encontrarse con Él la realidad humana tan doliente y atropellada es
transformada y se convierte en agente de transformación.
Aunque la noche pueda parecer muy oscura y el mar muy bravo, aunque las
dificultades parezcan ahogar nuestro anhelo de cambiar hay algo que mantiene
viva la esperanza y alegra nuestro corazón: Es la certeza y la confianza de que
en el horizonte siempre está esa luz que nos marca el camino; que al final Dios
nunca nos defrauda porque la luz que nos orienta es Él mismo, porque su promesa
es Él mismo.
La causa de nuestra alegría es que al final no nos espera un puerto más, una
promesa más, sino Dios mismo, el cumplimiento definitivo de la promesa.
El Evangelio es el anuncio de una inmensa alegría. Esta alegría –y también la
conversión a que se invitaba el domingo anterior– ha de ser fermento de un
nuevo mundo, de un nuevo orden que relucirá por la transformación de la
sociedad, del sistema, donde los últimos serán los primeros, los cojos andarán,
los ciegos verán... y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Buena
Noticia para todos, porque todos somos “pobres”.
Un misterio de alegría. Se acabaron las caras tristes, las celebraciones
“serias” y rutinarias. La fe es una fiesta. Que se viva. Que se nos note. Que
nuestra alegría no sea “light” o falsificada. La verdadera alegría no se compra
en nuestros mercados, ni se encuentra en nuestras salas de fiesta. Es un dar.
Brota de dentro. Pero eso sólo puede ser si nosotros colaboramos en dicha
transformación, los cambios no se dan por sí solos; los milagros son los que
Dios hace a través de nuestros corazones y nuestras manos.
¿Con qué talante voy por la vida? ¿Cómo es mi navegar?
¿Cuál es la raíz de mi felicidad, de mi alegría?
¿Hasta qué punto soy fermento transformador de la sociedad?
En el gozo por la espera del Salvador y por ser testigos de su Buena Nueva,
encendamos nuestra tercera vela de la Corona de adviento.
Oración
Señor, Tú eres la salud,
Tú viniste para darnos vida.
Tú curas nuestras heridas y
nos invitas a compartir tu
vivir para los demás.
Gracias, Señor, porque has
compartido nuestra vida y,
amándonos hasta el final, nos
has revelado que sólo el
amor sana y salva.
Amén.
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1.- Si 48, 1-4.9-11
1-1.FUEGO/DIOS/ELIAS:
Ese pasaje ha sido escogido hoy, para corresponder con la lectura del
Evangelio: los escribas esperaban el retorno de Elías... Jesús dice que Elías
ya ha venido... ¡es El, Jesús, el nuevo Elías!... Excelente ocasión de aprender
de los labios de Jesús, que no se deben interpretar todos los pasajes de la
Escritura, de un modo demasiado simple, liberal o infantil. El verdadero
sentido de la Biblia no se obtiene interpretándolo materialmente.
-El profeta Elías surgió como fuego, su palabra ardía como una antorcha.
El fuego es una imagen constante en la Biblia, para simbolizar a Dios. En el
Sinaí, Dios se manifestó en el fuego de la tormenta. Es natural que el portador
de la voluntad divina tenga un rostro de fuego. El fuego será el instrumento de
la purificación última de los últimos tiempos.
Esa imagen sugestiva proviene seguramente del hecho que, en los sacrificios
primitivos, el fuego era el elemento que unía el hombre a Dios. Se comía luego
la víctima para consumar la comunión con Dios.
-Elías, por tres veces, hizo caer fuego del cielo.
Juan Bautista dirá: "El que viene detrás de mi, os bautizará en el
Espíritu Santo y el fuego..." (Mateo 3,11).
Y Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que
estuviera ya encendido...!» (Lc 12, 49).
Y, en Pentecostés, "vieron aparecer unas lenguas, como de fuego..."
(Hch 2,3).
¡Dios. Ven a abrasarnos, a purificarnos! ¡Ven a alumbrarnos, a guiarnos!
-Elías, tú que fuiste arrebatado en torbellino de fuego, en carro de caballos
de fuego.
Escucho la revelación. Acepto esas palabras como unas imágenes: a su muerte, el
profeta es «arrebatado en Dios»...
-Fuiste designado para el fin de los tiempos.
Es el anuncio del famoso «retorno de Elías» del que los escribas hablaban en
tiempo de Jesús, al preguntarse si no sería Juan Bautista, o Jesús.
Esto debe interpretarse, pues, espiritualmente
Para calmar la ira antes que estalle... Para reconducir el corazón de los
padres a los hijos... y restablecer las tribus de Jacob... Dichosos los que te
verán, dichosos los que se durmieron en el amor del Señor, porque también
nosotros poseeremos la verdadera vida.
Jesús dijo que había venido a asumir la función de Elías, el profeta. Sí, vino
a «calmar la ira antes que estalle», y a «conducir de nuevo los corazones de
los padres a los hijos»...
Esa es la función confiada a la Iglesia y a los cristianos: ser signos de la
venida de Dios en el mundo. Para eso recibimos, en Pentecostés, el fuego del
Espíritu Santo.
En ese tiempo de Adviento que nos encamina hacia Navidad, analizo la situación:
¿dónde estoy, en cuanto a los esfuerzos espirituales decididos? ¿en cuanto mi
participación a la venida de Dios en el mundo? ¿Participo del celo y ansia de
Jesús cuando dijo: «cuánto quisiera que el fuego de Dios encendiera la tierra»?
¿o bien lo espero pasivamente?
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- Mt 17, 10-13
Juan Bautista estuvo encarcelado y fue decapitado. Sus discípulos interrogaron
a Jesús sobre la venida de Elías, que debe preceder a la del Mesías. La
respuesta de Jesús es clara: Elías ya ha venido, es Juan Bautista. Pero no lo
reconocieron, igual que no reconocerán en Jesús al Mesías que va a padecer.
El libro del Eclesiástico preveía la vuelta de Elías al final de los tiempos,
volviendo otra vez a un tema del que ya había escrito antes. A Elías se le
reserva para "reconciliar a padres con hijos y restablecer las tribus de
Israel". Un papel de reunificador.
Esta venida no reconocida es una dura lección para nosotros.
Mucho más frecuentemente de lo que pensamos, a través de los seres y de los
acontecimientos, hay venidas de Dios para restaurar el mundo. Aceptar,
reconocer a estos "profetas" no es sencillo, ¡y hay tantos falsos
profetas en nuestros días! Sin embargo, se les puede reconocer por sus frutos:
Aunque no hablen sólo de unidad y amor, si lejos de rechazar a los que no
piensen como ellos, demuestran que les aman; si todas sus actividades, y no
sólo sus palabras son portadoras de unidad, bien podrían ser apariciones de
Dios a los hombres, aun cuando no provoquen en nosotros simpatías humanas.
Quizá en la Iglesia de hoy, por prudencia justificada, se desconfíe de los
carismas. Se comprende que haya que verificarlos. La prueba decisiva será
siempre, y hasta el fin, el amor de Dios y de los otros en lo concreto de la
vida, no el amor de pequeños grupos, que mantienen un ideal a menudo demasiado
humano y defendido con uñas y dientes, sino un amor universal signo del
cristiano.
Los que son suficientemente puros como para haber recibido este don de Dios,
¿no podrían ser, hoy y entre nosotros, Elías reconciliadores?
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En tiempo de Jesús se esperaba el retorno de Elías. Los escribas se apoyaban en un texto de Malaquías (3, 23) tomado en un sentido material: "He aquí que envío mi profeta, Elías, antes de que venga el gran y terrible día del Señor". Estaban convencidos de que Dios enviaría a Elías antes que su Mesías. Y utilizaban este argumento para rechazar a Jesús "no puedes ser el Mesías porque Elías no ha venido".
Jesús les responde: "en efecto Elías viene a preparar los caminos al
Mesías. Pero os lo digo: "Elías ha venido ya". Es Juan Bautista: no
se llamaba Elías, pero ha cumplido su papel.
"Ha venido revestido del espíritu y de la virtud de Elías (Lc 1, 17). Ha
allanado los senderos y enderezado los caminos" (Jn 1, 23). Es el que ha
señalado con el dedo al "Cordero de Dios"
.
"Y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo". En lugar de
reconocerle, han hecho con él todo lo que han querido.
Este es el drama de todos los tiempos. Juzgamos siempre muy superficialmente.
No acertamos a reconocer los signos que Dios nos da como precursores de su
presencia. Hoy, como siempre, Dios está junto a nosotros, en nuestra vidas y en
las vidas de los que nos rodean. Y pasa desapercibido.
"Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos". La
suerte de Jesús, el Mesías, está ligada a la suerte del Bautista, el precursor.
La ignorancia del precursor es ignorancia de Cristo. La muerte del Bautista
anuncia y predice la muerte de Cristo.
Estamos en Adviento y debemos desear con fuerza la venida de Dios a nosotros y
a nuestro mundo, pero ojo: hay que estar alertas para descubrir los signos que
Dios nos envía como precursores de su venida.
Si desconocemos esos signos...
Si pisoteamos esos signos...
Si matamos esos signos...
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Pregunta sobre Elías
Mateo y Marcos terminan el relato con Elías. Según la creencia general, antes
del Mesías debía volver el profeta Elías como precursor suyo. Así habían
interpretado los doctores de la ley las palabras de Malaquías (3,1 y 4,5-6). Si
Jesús es el Mesías, ¿cómo no ha venido antes Elías? Es la pregunta que le hacen
los discípulos.
Jesús, en su respuesta, identifica la persona de Elías con la de Juan el
Bautista. Elías ya había venido, pero no se llamaba así.
Cumplió el encargo de Elías: ser el profeta de la última hora y preparar al
pueblo para el reino de Dios. Tenían que haberlo reconocido en sus palabras y
en sus acciones. Al no aceptar el pueblo su invitación y llamada a la
penitencia, no pudo realizar la misión que se esperaba de Elías. Sin embargo,
el plan de Dios se cumple, incluso en el fracaso del Bautista.
Finalmente, ambos evangelistas relacionan el sufrimiento de Elías con el del
Hijo del hombre. No hay en la Escritura ningún texto que justifique la creencia
de que Elías sufriría en su segunda venida. La creencia surgió desde la
convicción, bastante generalizada entonces, de los sufrimientos que padecerían
los justos en los últimos tiempos, especialmente los que pasaría el precursor
del Mesías. ¿Por qué esta insistencia de Jesús en los padecimientos del Hijo
del hombre? Sencillamente para romper las esperanzas en un mesías político y
nacionalista. El Hijo del hombre es, efectivamente, el Mesías, pero un Mesías
sufriente.
A los discípulos se les ha solucionado otro enigma. Se van uniendo -despacio,
pero sólidamente- los anillos de la cadena.
La vida verdadera nace de la muerte. Una vida que surge entre constantes
dolores de parto (Rom 8,22). Sólo es posible transformarse y transformar el
mundo si tenemos presente la meta a la que queremos llegar y si no perdemos
nunca la esperanza en que ese futuro mejor, esa meta que nos aguarda, es
posible.
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Tenemos aquí un excelente ejemplo de interpretación de los signos de los tiempos que nos da el mismo Jesús. Hay un modo superficial de mirar la historia y los acontecimientos.
Pero hay que saber dar una segunda mirada más profunda. Esta es la finalidad de
la revisión de vida: en un hecho de vida que tiene el aire, en apariencia, de
no ser más que un hecho humano... se trata de ejercitarse a ver a Dios obrando
en ello.
-Entonces le preguntaron los discípulos: "Pues ¿cómo dicen los escribas
que debe venir primero Elías?"
En tiempo de Jesús se esperaba el retorno de Elías. Los escribas, siempre
acostumbrados a una interpretación tradicionalista estrecha de la Biblia, se
apoyaban en un texto de Malaquías 3,73 tomado en su sentido material: "He
aquí que envío mi profeta Elías, antes de que venga el gran y terrible día del
Señor." Estaban convencidos de que Dios enviaría a Elías antes que su
Mesías. Y utilizaban este argumento formalista para rechazar a Jesús: "¡no
puedes ser el Mesías porque Elías no ha venido!"
-Jesús les respondió: "En efecto Elías ha de venir y pondrá todas las
cosas en su lugar; pero yo os declaro que Elías ya vino.
Jesús no niega el texto de Malaquías.
Pero no hay que entenderlo tan estrechamente. "Sí, es verdad.
Elías viene a preparar los caminos al Mesías... Malaquías tuvo razón al decir
esto... Pero, os lo digo: ¡Elías ha venido ya!" Es Juan Bautista: no se
llamaba Elías... pero ha cumplido su papel. Por esto, a través del "hecho
de vida" de Juan Bautista, era necesario ver más allá de las apariencias.
Es ciertamente Juan Bautista quien "ha venido revestido del espíritu y de
la virtud de Elías (Lc 1, 17).
Es el que ha allanado los senderos y enderezado los caminos" (Juan 1, 23).
"Es el que ha preparado los corazones" y anunciado el "bautismo
en el Espíritu"; es el que ha señalado con el dedo al "Cordero de
Dios"...
-Pero, en lugar de reconocerle, han hecho con él todo lo que han querido.
He ahí el gran drama de todos los tiempos. Se juzga muy superficialmente. No se
acierta a "reconocer" los signos que Dios nos da. Hoy, como siempre,
Dios trabaja junto a nosotros, en nuestras vidas y en la vida de los que nos
rodean... en particular en las grandes corrientes colectivas que marcan toda
una época.
¡Señor, ayúdanos a reconocerte! Señor, ayúdanos a hacer lo que Tú quieres, en
lugar de ser como esos ciegos espirituales de tu tiempo, que "han hecho
todo lo que han querido".
Me detengo a observar un acontecimiento... Ver
En este acontecimiento, trato de reconocerte... Juzgar
Y actuar contigo, en el sentido que Tú quieres... Actuar
La revisión de vida es un verdadero ejercicio de vida espiritual.
-Así también harán ellos padecer al Hijo del hombre.
Entonces entendieron los discípulos que les había hablado de Juan Bautista.
De este modo, la muerte de Juan Bautista se sitúa en una nueva perspectiva. Era
un acontecimiento del cual hablaba todo el mundo. ¡El rey había mandado
ejecutar a un profeta! ¡Durante un banquete y un baile! Un suceso escandaloso.
Pero, para Jesús, esto anuncia ya su propia muerte: y en esto también, en esto
sobre todo, Juan Bautista precedía y preparaba al Mesías.
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De nuevo la persona de Juan el Bautista, del que Jesús hablará en el evangelio,
es prefigurada por el profeta Elías, uno de los personajes más importantes del
A.T.
El libro del Eclesiástico le describe como «un fuego». Su temperamento era
vivo, enérgico. Sus palabras, «un horno encendido». Anunció sequías como
castigo de Dios, luchó incansablemente contra la idolatría de su pueblo, fue
insobornable en su denuncia de los atropellos de las autoridades, hizo bajar
fuego sobre las ofrendas de Yahvé en su reto con los dioses falsos, y al final
desapareció misteriosamente en un carro de fuego, arrebatado por un torbellino
que le llevó a la altura.
Pero en el fondo Elías, que vivió nueve siglos antes de Cristo, fue el profeta
de la esperanza escatológica, el que por tradición popular iba a volver para
preparar inmediatamente el día del Señor. Su misión entonces seria «aplacar la
ira» de Dios, «reconciliar a padres con hijos» y «restablecer las tribus de
Israel». Por eso en el salmo hemos cantado: «Oh Dios, restáuranos».
2. Jesús, al bajar del monte de la Transfiguración, donde los discípulos le han
visto acompañado de Elías y de Moisés, les dice que Elías ya ha venido «a
renovarlo todo», aunque muchos no le han sabido reconocer.
Los discípulos entienden que habla de Juan Bautista. Y en efecto, Juan es el
Precursor, el predicador de la justicia y la conversión, el que prepara con su
ejemplo y su voz recia la inmediata venida y luego señala la presencia del
Mesías en medio de su pueblo, el que denuncia la situación irregular del rey
Herodes y muere mártir por su entereza y coherencia.
Pero muchos no le aceptan, como hicieron con Elías y como harán con el mismo
Jesús, «que padecerá a manos de ellos». La dureza del pueblo es grande. No
saben leer los signos de los tiempos. Son «lentos y tardos de corazón», como
tuvo que reprochar Jesús a los discípulos de Emaús. O como oró en la cruz, «no
saben lo que hacen». Tanto Elías como el Bautista y Jesús son incómodos en su
testimonio personal y en su mensaje: aceptarles es aceptar los planes de Dios
en la propia existencia, y eso es comprometedor.
3. a) Las lecturas de hoy nos sitúan a todos ante una alternativa. ¿Sabemos
leer los signos de los tiempos, sabemos distinguir la presencia de los profetas
y de Jesús mismo en nuestra vida? ¿y la aceptamos?
A nuestro alrededor hay muchos testigos de Dios, hombres y mujeres que nos dan
testimonio de Cristo y de su Evangelio, personas fieles que sin actitudes
espectaculares nos están demostrando que sí es posible vivir según las
bienaventuranzas de Cristo. Lo que pasa es que tal vez no queremos verlas.
Como los apóstoles no querían entender el mesianismo de Jesús, que era distinto
del que ellos esperaban. Como los fariseos y autoridades de Israel no querían
reconocer en Jesús de Nazaret al esperado de tantos siglos, porque no encajaba
en sus esperanzas.
b) Está terminando la segunda semana de este Adviento. Si todo iba a consistir
sólo en introducir cantos propios de este tiempo en nuestro repertorio, o en
cambiar el color de los vestidos de la liturgia, o en colocar coronas y velas
junto al libro de la Palabra, entonces sí que es fácil celebrar el Adviento.
Pero si se trataba de que hemos de preparar seriamente la venida del Señor a
nuestras vidas, que es la gracia de la Navidad, y no sabemos darnos cuenta de
los signos de esta venida en las personas y los acontecimientos, y no nos hemos
sentido interpelados para «renovarlo todo» en nuestra existencia, entonces el
Adviento son sólo hojas del calendario que van pasando, y no la gracia
sacramental que Dios habla pensado.
Tenemos que decir desde lo profundo de nuestro ser: «Oh Dios, restáuranos»,
«que amanezca en nuestros corazones tu Unigénito, y su venida ahuyente las
tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz» (oración). Y decirlo
con voluntad sincera de dejar que Dios cambie algo en nuestra vida.
c) Más aún, los cristianos somos invitados a ser Elías y Bautista para los
otros: a ser voz que anuncia y testimonio que contagia, y contribuir a que
otros también. en nuestra familia, en nuestra comunidad, se preparen a la
venida del Señor, y se renueve algo en nuestro mundo, y suceda de veras esa
señal que anunciaba el profeta, que «se reconcilien padres e hijos».
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Eclo 48, 1-4.9-11: Las palabras del profeta son como fuego que abrasa
Salmo 79, 2-3.15-19: Señor, vuelve tus ojos sobre el pueblo latinoamericano que
sufre
Mt 17, 10-13: El Hijo del Hombre viene, pero habrá de padecer.
La relectura que el libro del Eclesiástico hace de la figura del profeta Elías
tomada del libro de los Reyes, lo describe como alguien que permanece fiel al
Señor, por su independencia política y social.
La lectura del Evangelio nos introduce en el diálogo de Jesús con sus
discípulos después de la transfiguración. Juan el Bautista, el que anunciado a
Jesús aparece como el nuevo Elías anunciado por el profeta Malaquías (Mal
3,22-24). Según la tradición judía, para rechazar la mesiandad de Jesús se
argumentaba que Elías no había venido aún. Jesús no discute la doctrina judía
sobre la venida de Elías antes del Mesías, pero da a entender que el
acontecimiento precursor ya ha tenido lugar. Los escribas no lo han reconocido
y más bien lo han sacrificado. Y así como han hecho con Juan lo que han querido
y no lo han reconocido, tampoco a Jesús lo han reconocido como el Hijo de Dios.
El también ha de padecer.
Para muchos puede parecer extraño el anuncio del sufrimiento del Señor cuando
nos preparamos a su venida. Sin embargo, nos ubica en la realidad del misterio
de la Navidad que no puede separarse de la Pascua. Son los dos grandes momentos
del misterio cristiano. La alegría de Navidad no puede hacernos olvidar que el
Hijo del Hombre ha de padecer.
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Eclo 48,1-4.9-11: Canto al profeta Elías.
Mt 17,10-13: Sepan que Elías ya vino, y no lo reconocieron, sino que lo
trataron como se les antojó.
Para el pueblo de Israel Elías era el profeta por antonomasia. Era aquél que
era capaz de hablar de Dios y con Dios con absoluta naturalidad y a la vez con
firmeza.
Desenmascarando a los infieles y proclamando la justa religiosidad. La
tradición popular esperaba el retorno de este profeta al final de la historia,
en el Día de Yavé.
Jesús hace una lectura de esta tradición y de la vida de Juan Bautista. Según
esto, Juan Bautista encarnaba las esperanzas del pueblo depositadas en Elías.
Su vida coherente, su valentía para denunciar el pecado, y su muerte como
producto de su vida, indicaban que se acercaba el Gran Día del triunfo de Dios.
El Bautista, como tantos otros, también vio ese final desde una muerte trágica.
Y Jesús acusa al pueblo porque hicieron con él "lo que quisieron..."
Muchos Elías han estado en este mundo. Y con todos ellos "hicieron lo que
quisieron". Muchos anunciaron el Reino de Dios, vivieron para ese Reino de
los pobres y de la libertad. Y fueron calumniados, maltratados, silenciados,
torturados y asesinados. A muchos los conocemos, y pueblan nuestro martirologio
latinoamericano. Son los que nos marcan el camino de la Vida con su vida y su
muerte. Otros son más anónimos. Nunca sabremos sus nombres, nadie reclamará por
ellos. Son más pobres aún.
Todos ellos son los Elías de nuestros tiempos que nos mostraron a Jesús tal
como lo hizo en su momento el Bautista.
El libro del Sirácira (Eclesiástico) de este día nos alimenta esta fe que se
apoya en nuestros mártires: "¡Felices aquellos que te vean! Y felices
también los que murieron en el amor, porque nosotros también viviremos
ciertamente (48,11). Felices los que contemplen el rostro de cualquier Elías de
nuestro tiempo, felices los que vivieron y dieron su vida por amor a su pueblo,
porque gracias a ellos nosotros viviremos confiados al saber cuál es el
verdadero camino del Evangelio..."
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Termina la semana con un texto del Eclesiástico que alude a una de aquellas
teofanías terribles del Antiguo Testamento. Dios se manifiesta como un fuego
devorador, como un incendio que todo lo abrasa, como un torbellino que todo lo
envuelve, como una Presencia que anonada al hombre y le lleva a la certeza de
que no es posible contemplar a Dios sin morir.
Por contraste, el Salmo mantiene la tónica esperanzada de estos días y suplica
al Señor: "restáuranos, que brille tu rostro y nos salve". Como
confiada respuesta a la revelación de la ternura divina, se atreve a proclamar:
"Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos
alejaremos de ti; danos vida, para que invoquemos tu nombre."
La Iglesia recuerda hoy a uno de esos hombres fortalecidos por Dios, que
hicieron de su existencia un puro canto de amor: Juan de la Cruz. Aquel
"medio fraile" de Santa Teresa, de cuerpo pequeño y corazón sin
límites, supo llegar hasta el fondo de la verdadera Sabiduría y se le regalaron
palabras para comunicarla con la belleza honda del poeta y la experiencia del
místico. Llegó al mundo en Fontiveros (Ávila). Su infancia conoció la pobreza,
casi la miseria, pero experimentó también cuánto puede el amor cuando gobierna
la vida. En la Orden del Carmen encontró el cauce de su entrega y también,
paradójicamente, el ámbito de su cruz y de su noche. Podríamos decir de él
muchas cosas: se han escrito innumerables páginas en torno a aquel
insignificante frailecillo que parecía ir de puntillas por la existencia. Pero
lo que nos interesa a nosotros hoy, en este Adviento de 2002, en este sencillo
rincón de la Red, es recordar que Juan de la Cruz jamás perdió de vista que
Aquel que le había llamado a la vida, que le había conducido por unos caminos
no siempre comprensibles, le quería. Y estaba junto a él, fuese cual fuese la
circunstancia. Sólo una confianza sin medida podía ser nido para una plegaria
convertida en poema hasta tal punto que aún quienes no creen, quienes niegan abiertamente
la Luz que le guiaba, tienen que inclinarse ante un lenguaje que les llega al
corazón, porque, desde la propia experiencia, ha sabido tocar las fibras más
íntimas del ser humano.
Juan de la Cruz es el Santo del abrazo entrañable de la humanidad peregrina con
el Dios eterno hecho carne hermana en Jesucristo. Que nos ayude hoy a preparar
nuestro propio encuentro personal con Aquel que también a nosotros, a cada uno,
nos dice que nos ama... y nos lo prueba.
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v. 10. Los discípulos han comprendido el alcance mesiánico de la
transfiguración e intentan compaginar lo que dicen los letrados acerca del
Mesías con la realidad de Jesús.
vv. 11-12. Jesús alude a Mal 3,23s, texto que menciona la vuelta de Elías, pero
lo explica a continuación. La vuelta de Elías ha de interpretarse figuradamente
y el resultado de su misión no será triunfal. Lo mismo sucederá con las profecías
mesiánicas: todo aspecto triunfal que a ellas se atribuya es falso.
Al afirmar Jesús que Elías ha venido ya, echa por tierra la doctrina mesiánica
de los letrados sobre una restauración gloriosa. La misión del nuevo Elías, que
consistía en preparar al pueblo, ha sido impedida por los que no lo
reconocieron y lo trataron a su antojo, dándole muerte. Estos son los
dirigentes judíos, fariseos y saduceos, a los que Juan se opone desde el
principio (3,7), y los miembros del Gran Consejo que no han reconocido a Juan
como enviado divino (21,23-27). La realización del plan divino sobre Israel
depende de la respuesta de éste a Dios. Dios no se impone forzando la libertad
humana ni exime al hombre de su responsabilidad.
v. 13. Mt explicita el dato que en Mc queda sólo insinuado. La anunciada vuelta
de Elías se ha verificado con la aparición de Juan Bautista. Se opone así la
enseñanza de Jesús a la de los letrados respecto al Mesías y a su precursor. Mt
actúa como un letrado instruido en el reino de Dios que interpreta lo antiguo
a la luz de lo nuevo (cf. 13,52).
Los primeros cristianos, casi todos judíos, conocían las tradiciones acerca del
profeta Elías: que había sido arrebatado hacia el cielo en un carro de fuego, y
que allí se le tenía reservado para enviarlo al final de los tiempos como
precursor del Mesías. Apoyándose en estas tradiciones interpretaron la
inquietante figura de Juan el Bautista y de su relación con Jesús. Por eso hoy
en el evangelio de Mateo se nos dice que bajando del monte después de la
transfiguración los discípulos testigos interrogaron a Jesús acerca de la
vuelta de Elías. No en vano lo habían visto conversando con Jesús
transfigurado, junto con Moisés. Y en boca de Jesús se pone la plena
identificación de Juan Bautista: él es Elías que ha vuelto para preparar al
pueblo de Israel a recibir a su Mesías, y Jesús se queja amargamente del trato
que le dieron a su precursor. Sabemos que fue asesinado a causa de los
caprichos de Herodes Antipas y de su mujer ilegítima, Herodías. Incluso Jesús
anuncia a los discípulos que su suerte no será distinta ni mejor que la de su
heraldo.
Podríamos preguntarnos ¿a qué vienen estas historias un poco complicadas de
profetas severos que vuelven a la tierra, de heraldos o precursores del Mesías,
de martirios compartidos? ¿Qué relación tiene todo esto con el Adviento, con la
próxima Navidad? Ya hemos visto varias veces que la figura de Juan Bautista nos
es propuesta en el Adviento como figura ejemplar. Como él debemos nosotros
anunciar la venida del Mesías Jesús. El que nació en Belén de Judá según los
evangelios, y el que volverá glorioso a juzgarnos según hallamos encarnado o no
su Palabra en nuestras vidas y en nuestro mundo. Se nos propone admirar e
imitar, tanto como podamos, el desprendimiento del profeta, su pasión por la
justicia y la verdad, su humildad tan sincera ante la presencia de aquel cuyas
sandalias no se considera digno de llevar. Como Elías, Juan Bautista es testigo
de los derechos de Dios, su santidad, su gloria soberana que no puede ser
confundida con la efímera belleza de ninguna de sus creaturas. Su justicia
inapelable que se ejerce a favor de los pobres y los humillados de este mundo,
en contra de los impíos y corruptos, egoístas y avaros.
Ambos personajes: Elías y Juan Bautista, nos están llamando a prepararnos mejor
para la acogida del Señor que ya viene. Avivando nuestra fe en Dios, nuestra
confianza en su amor misericordioso, nuestra caridad para con los pobres. ¡Qué
diversa actitud a la de los que convierten Navidad en una feria, en una hoguera
de vanidades y despilfarros, sin acordarse de los que pasan hambre, los que no
tienen techo, los que están solos, enfermos, desnudos! ¿No será en ellos donde
encontraremos de verdad al Mesías salvador?
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En el tiempo litúrgico de Adviento, en que la Iglesia dirige alternativamente
su mirada hacia el pasado histórico de la primera venida de Jesús y hacia el
futuro de su manifestación gloriosa, el texto evangélico de hoy nos ofrece una
ayuda para esta reflexión con la presentación de las figuras de Elías y de Juan
el Bautista.
Luego de la manifestación gloriosa de la Transfiguración y del mandato de Jesús
dirigido a sus compañeros respecto a mantener el secreto mesiánico antes de la
Resurrección, los discípulos preguntan a Jesús sobre la concepción de los
letrados de su época que en su enseñanza afirmaban que antes de la instauración
del Reino se produciría el retorno de Elías.
En la concepción normal, surgida de la narración de la asunción al cielo de
este profeta en un carro de fuego que concluye el ciclo de Elías (cf. 2 Re
2,11) y atestiguada por Eclo 48,10-11, Elías era presentado como el precursor
del advenimiento del Reino de Dios: "te reservan para el momento de
aplicar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para
restablecer las tribus de Israel. Dichoso quien te vea antes de morir",
señala el último de los textos citados.
La resurrección de los muertos, que en la mentalidad nacida en tiempo de la
dominación griega (cfr Dn 12,2) significaba la inauguración del Reino, era
ligada, en la concepción de la época, al retorno de Elías. Por consiguiente los
discípulos oyendo hablar a Jesús de su resurrección preguntan sobre el precursor
del Reino que aún no ha aparecido.
Jesús en su respuesta asigna esta función de precursor a la actuación histórica
del Bautista. De esa forma afirma la identidad de Elías y Juan. Esta
identificación ya estaba implícita en los elementos comunes de las
presentaciones de Juan y de Jesús. Aquí el paralelismo entre el precursor y el
instaurador del Reino se prolonga en el mismo género de muerte.
La reacción de los letrados ante la actuación de Juan es reflejo del
desconocimiento del sentido de su actuación que le han conducido a la prisión y
a la muerte (cfr Mt 14,1-12). Comprendiendo quién es Jesús, los discípulos
podrán comprender a Juan y a Elías.
Dicha comprensión del discípulo indica el sentido de la teofanía divina en la
transfiguración.
A partir de esta clarificación toda comunidad cristiana puede comprender el
sentido de su dolor y sufrimiento. Compartiendo la suerte de Jesús puede
experimentar la irrupción del Reino en el mundo y en la historia humana.
La esperanza cristiana no es sólo una realidad que sólo está reservada para el
futuro. Ya se puede experimentar durante el presente comunitario en una vida de
seguimiento del Resucitado.
Esta convicción garantiza el compromiso cristiano por el Reino. Al final del
camino de la Pasión de Jesús, vivida como propia, se puede avizorar la
resurrección de entre los muertos. Se comprende el sentido de tomar la cruz y
seguir a Jesús, y se cumple en cada integrante la promesa de Jesús consignada
en Mt 16,28: "algunos de los aquí presentes no morirán sin ver antes"
el Reino de Dios.
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Eclo 48, 1-4.9-11: ¡Qué terrible eras, Elías!
Salmo responsorial: 79, 2-3.15-16.18-19: Danos vida para que invoquemos tu
nombre
Mt 17, 10-13: Juan Bautista y la venida de Elías
Los profetas que desde el AT hablaron en nombre de Dios denunciando las
injusticias cometidas por los que gobernaban el pueblo y los tiranizaban, y
además anunciaban las buenas noticias, no fueron aceptados; antes bien, fueron
rechazados, negados, perseguidos y aún maltratados.
En la apocalíptica judía del AT, Elías debía venir a poner todo en orden en
Israel a fin de que la venida del Mesías tuviera lugar en medio de la alegría
de un pueblo purificado, “lejos del temor de que yo vengo a destruir la tierra”
(Mal 4,6b), según en la profecía de Malaquías de la cual se valían los escribas
para enseñar, “que Elías había sido arrebatado por un carro de fuego al cielo y
volvería otra vez a la tierra antes de la venida gloriosa del Mesías, para
preparar su recibimiento declarando lo puro y lo impuro, lo que acerca o aleja.
“He aquí que yo les enviaré a Elías, el profeta, antes de que llegue el día del
Eterno, el día grande y terrible” (Mal 3,23). La figura de Elías servía de
garantía religiosa para los días mesiánicos. Es esto lo que Jesús en el
evangelio de Mateo va a cuestionar. Sucede que el Mesías va a venir, o ha
venido ya al seno de un pueblo incapaz de reconocerlo. Para rechazar la
mesianidad de Jesús, los escribas hacían notar que Elías no había venido aún;
ésta fue una objeción típica judía contra la fe cristiana.
Jesús, en los evangelios, añade más: Elías ya vino. No se refería a Elías
redivivo el que tenía que venir; se refería a un profeta que vino y “caminaba
en el Espíritu y virtud de Elías” (Lc 1,17); ya antes había dicho Jesús que el
Bautista era Elías que ha de venir (Mt. 11,14) y “los discípulos comprendieron
que se refería a Juan Bautista”(Mt 17,13).
Jesús ubica su misión mesiánica en la línea de los profetas incomprendidos y
sufridos; correrá la misma suerte de Juan Bautista. Jesús invita a aceptar su
mesianismo hecho de obediencia a la voluntad del Padre, de servicio y de
entrega de la propia vida.
La misión que Dios da como encargo a los profetas no suele ser siempre
agradable o fácilmente aceptable. Contra esa misión se suelen enfrentar las
humanas pasiones y los intereses viles. Así, los seres humanos destinatarios de
dicha misión, la rechazan, no la reconocen ni aceptan y aún se burlan de los
emisarios de Dios, de los profetas de Cristo, que por ser fieles a su misión
evangelizadora deben afrontar toda clase de persecución.
Nos preparamos a celebrar el nacimiento del profeta por excelencia que no fue
bien recibido y sufrió la pasión y la muerte. Esto nos debe cuestionar si
aceptamos en nuestra comunidad a aquellas personas que como Elías y Juan
preparan el camino del Señor.
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Elías fue profeta; Lucía, luz
Hoy la Liturgia interrumpe su plan de lectura continuada de los oráculos de
Isaías. Quiere hacer memoria del profeta de fuego, Elías, cuya acción consta en
el primer libro de los Reyes (cc. 17-22). ¿Por qué esa atención al profeta que
fue, según la tradición, arrebatado en un carro de fuego? (II Re 2, 11) . No
debemos olvidar que en Israel la figura de Elías, como denunciadora de toda
injusticia y promotora de la vida en el espíritu de verdad, era el paradigma de
todo verdadero profeta de Yhavé. Algo así como el canon de verdad para
troquelar profetas.
Por eso, los judíos, al encontrarse con Juan y Jesús, se preguntaban: ¿quién es
ese Juan?, ¿quién es ese Jesús de Nazaret? ; y se respondían que acaso fueran
un Elías redivivo.
¡Si nosotros pudiéramos ser en el Adviento almas de fuego para contagiar al
mundo y devolverlo a la verdad y amor de Cristo!
Pero hoy, además de presentar a Elías, recordamos también a Santa Lucía, virgen
y mártir siciliana, nativa de Siracusa, que vivió en el siglo IV.
Por entonces (año 304 aproximadamente) las persecuciones a los cristianos
habían disminuido muchísimo, pero Lucía fue víctima de la persecución promovida
por el emperador Galerio. De su vida, apenas tenemos noticias fidedignas, pero
sí muchas glosas que cuentan y cantan su heroísmo. No era Elías, pero era voz
de Dios a través de la conciencia limpia, pura, fiel. Cuenta la tradición que,
apresada y torturada por ser fiel a su Dios, le sacaron los ojos del cuerpo,
mientras le florecían los ojos del espíritu, enamorada de Cristo y del Padre.
La luz de la Palabra de Dios
Eclesiástico 48, 1-4.9-11:
“En aquellos días surgió Elías, un profeta como fuego cuyas palabras eran horno
encendido. Trajo sobre los mortales ingratos el hambre, y con su celo los
diezmó. Por orden de Dios cerró el cielo y tres veces hizo caer fuego del
cielo. ¡Qué terrible eras, Elías, con tus prodigios! ¿Quién podrá gloriarse de
parecerse a ti?
Un torbellino te arrebató a la altura en un carro tirado por caballos de fuego.
Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que
estalle, para reconciliar a padres e hijos, para establecer las tribus de
Israel. ¡Dichoso quien te vea antes de morir, pero más feliz tú que siempre
vivirás!”
Evangelio según san Mateo 17, 10-13:
“Al bajar del monte le preguntaron a Jesús sus discípulos: ¿por qué dicen los
letrados que primero tiene que venir Elías?
Él les contestó: Elías tiene que venir para a restaurarlo todo.
Pero os aseguro que Elías ya vino y no lo reconocieron, y lo trataron a su
antojo. Y de la misma manera le harán sufrir al Hijo del hombre a manos de
ellos. Al oír esto, todos entendieron que se refería a Juan el Bautista”.
Reflexión para este día
Elías vendrá al final de los tiempos.
Dos palabras sobre el libro del Eclesiástico. Es obra escrita por Jesús Ben
Sirac, personaje importante de Jerusalén en la época helenista, hacia el año
180 antes de Cristo. El contenido de este libro es, entre otras cosas, un canto
a los antepasados gloriosos en la historia de Israel (cc 44-50), haciendo
recuento de “hombres de bien” a los que el Altísimo repartió “gran gloria”.
Entre ellos se encuentran reyes, consejeros, videntes, sabios, poetas...(44, 1
ss), pero hay uno muy insigne, que se alzó contra los escándalos de su tiempo:
Elías, un hombre de Dios cuya actitud debe imitarse.
Es el profeta que –según la tradición de Israel- está llamado a aparecer en los
grandes acontecimientos de la historia salvífica, por ejemplo, en la
presentación del Mesías, y, además, al final de los tiempos. Le corresponde,
por tanto, preparar los caminos al advenimiento de Jesús y de Yhavé, prendiendo
el fuego sagrado e inflamando a las gentes con la llama de la Verdad.
¿Quién se le parecerá en su celo por el reino de Dios?
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Nos gusta la anticipación. Por eso, hacemos sondeos, encuestas… para poder
anticipar los resultados. Hay gente especialmente apta para prever el futuro. En
tiempos de Jesús se anticipaba el futuro esperado utilizando la figura
simbólica de Elías: tiene que venir Elías primero. ¿Pero quién era ese
personaje misterioso?
Los discípulos bajan con Jesús de la montaña. Forman un pequeño grupo
iniciático. Interrogan al Maestro, pues quieren entender la vida, la historia.
Y le preguntan acerca de una enseñanza de los escribas: Elías tiene que venir.
¿Quién es Elías?
Jesús les responde que Elías vendrá y lo renovará todo. Pero también añade dos
expresiones misteriosas. Elías vino. A Elías lo trataron muy mal e hicieron de
él lo que quisieron. Elías era Juan. Juan Bautista no fue comprendido. De él
dirían los judíos que estaba poseído por un demonio. Los principales de
Galilea, con Herodes a la cabeza, hicieron de él lo que quisieron. Juan fue el
Elías que tenía que venir… pero que acabó mal.
Tras Elías llega el Hijo del Hombre. A Jesús le encanta identificarse con esta
figura apocalíptica que tan bellamente diseñó el profeta Daniel. El Hijo del
Hombre viene en las nubes del cielo. Trae la bendición del Anciano de días. Le
ha sido dado el Reino que vence a todos los reinos bestiales e instaura un
reino humano, de paz y bienestar para siempre. Jesús re-diseña, sin embargo,
esta figura apocalíptica con nuevos trazos. Hoy en el Evangelio nos dice que
“padecerá y sufrirá y lo condenarán”. Los poderes religiosos y políticas
querrán hacer con el Hijo del Hombre lo que ya hicieron con Juan, con el Elías
de los tiempos mesiánicos.
Jesús ve unida su suerte a la suerte de Juan. Se está en momentos decisivos de
la historia. Hay gente totalmente cerrada a la gracia.
También hoy sigue viniendo Elías en personajes misteriosos que nos interpelan,
que nos sacan de nuestras lógicas. También hoy el Hijo del Hombre es rechazado
y condenado. ¿Seremos nosotros tan insensibles a la presencia de la Profecía y
del Mesías? Adviento nos despeja la mirada y el corazón.
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Después de la Transfiguración
Mateo 17, 10 - 13
En aquel tiempo los discípulos le preguntaron a Jesús: «¿Por qué dicen los
escribas que Elías debe venir primero?»El les respondió : «Ciertamente Elías ha
de venir y lo pondrá todo en orden. Es más yo les aseguro a ustedes que Elías
vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así
también el Hijo del hombre tendrá que padecer a manos de ellos». Entonces los
discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.
Reflexión
Jesús se ha transfigurado. Ha permitido que sus apóstoles más cercanos tengan
una experiencia de “gloria”. Algo que sólo podremos gozar en el cielo. Animados
por haber participado de esta extraordinaria visión, llenos de alegría y paz,
se deciden y preguntan acerca del precursor del Mesías. La respuesta no deja
lugar a dudas. El precursor ha venido, pero no le han hecho caso: “han hecho lo
que han querido”... era la voz que clamaba, pero pocos la supieron escuchar.
A veces nuestra vida espiritual se reduce a lo que “yo” creo. Me rijo por el
“yo necesito”, “yo rezo”, y convertimos la fe en un “producto” que yo me
preparo a mi medida y gusto. Sin embargo, no podemos aplicar esta regla para
descubrir las cosas de Dios.
S. Juan de la Cruz fue un fraile carmelita que supo escuchar a Dios, que supo
encontrarle. Lo hizo sobre todo en los momentos de mayor prueba en su vida.
Recluído nueve meses en una estrecha y oscura prisión, fue allí, entre
sufrimientos y privaciones donde vieron la luz sus más profundos y bellos
poemas espirituales. Porque Dios vive, actúa y está presente en los hombres y
en todas las creaturas de la naturaleza. Todo esto es posible cuando el
presupuesto de nuestra oración dejo de ser “yo”, y se convierte en el “Tu”.
Cuando dejo de “oírme” y comienzo a escuchar. Porque orar es, sobre todo,
escuchar a Dios. Se requiere silencio y apertura de corazón.
Presentarse uno mismo, como es, con sinceridad ante el espejo del alma. Hace
falta la valentía de aceptarse, con todos nuestros límites y virtudes, pero
además, hace falta meter a Dios en esa aceptación, en ese diálogo. Es necesario
conectarse a Dios desde la sinceridad de uno mismo. Aquellos judíos no
reconocieron a Juan, y no reconocerán a Jesucristo. Nosotros estamos en mejores
condiciones. Las dificultades siempre las tendremos, pero podemos vencerlas si
somos sinceros y si tenemos la firme convicción que nuestra “conexión” con Dios
es la cosa más importante que tenemos y que nuestro “yo” está subordinado al Tú
de Dios, que es AMOR.
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2-15. Los frutos de Dios nacen del corazón
Durante el Adviento la Iglesia nos anuncia, de una forma muy clara y muy
fuerte, que tenemos que estar atentos para captar la venida del Señor; que
constantemente debemos estar preparando la venida de Dios.
Jesucristo en el Evangelio nos pone una parábola en la que narra lo que sucede
con unos niños que están en una plaza y les dicen a sus compañeros: "Os
hemos tocado la flauta y no habéis bailado; os hemos entonado endechas y no os
habéis lamentado". A veces, así podemos ser los seres humanos: Jesucristo
nos habla y nos orienta, y nosotros no le hacemos caso, seguimos actuando a
nuestro estilo, a nuestro modo, sin preocuparnos demasiado de lo que se nos está
diciendo. Lógicamente, el hecho de que hay alguien que anuncia, y el que tiene
que recibir el anuncio no quiera recibirlo, tiene sus consecuencias y, a veces,
consecuencias muy serias.
La tarea de hacer presente a Cristo, de anunciar la venida del Señor, no es una
tarea que se realiza de una forma misteriosa, extraña, sino que es una tarea
que se lleva a cabo de una manera particular a través de las mediaciones
humanas. Es decir, por medio de diversos precursores que Dios nos va mandando.
Sin embargo, cuántas veces el precursor puede no ser recibido, como lo vemos en
el Evangelio, cuando Cristo dice: "Vino Juan, que no comía ni bebía y
dijeron: ‘Tiene un demonio’. Viene el Hijo del hombre, y dicen: ‘Ese es un
glotón y un borracho; amigo de publicanos y gente de mal vivir”.
Lo que estos versículos del Evangelio de San Mateo nos dicen es que el
precursor no debe su eficacia ni su fecundidad a si es o no es acogido, a si es
o no es recibido, a si es o no es comprendido, sino que el precursor debe su
fecundidad al hecho mismo de ejercer su tarea de precursor, al hecho mismo de
predicar. O sea, que nosotros en la medida que somos precursores, somos
fecundos, somos eficaces. La verdadera fecundidad de todo hombre y de toda
mujer en esta vida no está sólo en la medida en que consigue que la gente lo
escuche, sino en la medida en que es fiel a su misión. Podrá darse, además, que
los otros escuchen y que reciban su palabra, pero la tarea fundamental de todo
ser humano es, como dice un salmo: "gozarme en la ley del Señor, cumplir
sus mandamientos”.
A cada uno de nosotros el Señor nos manda ser precursores. Y como precursores,
nos toca hablar, nos toca manifestar y nos toca proclamar con nuestro
testimonio lo que es Dios en la vida del hombre. Podemos ser acogidos y
comprendidos y tener grandes éxitos; o por el contrario, podemos no ser
recibidos y encontrar, aparentemente, esterilidad. Sin embargo, como dice Jesús
en la última frase de este Evangelio: "La sabiduría de Dios se justifica a
sí misma por sus obras”.
Es decir, yo no necesito que otro me diga que estoy actuando bien, que está de
acuerdo conmigo, o que el camino que llevo es el correcto; el precursor es
fecundo por el simple hecho de proclamar el mensaje de aquel de quien es
precursor. Cometeríamos un error si pensáramos que porque no vemos los frutos,
estamos siendo infructuosos. Cometeríamos un error si nosotros pensamos que por
el simple hecho de que la gente no nos reciba, no estamos siendo fecundos.
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