« Mira, llego en seguida, dice el Señor,
y traigo conmigo mi salario, para pagar a
cada uno su propio trabajo. »
(Antifona de Comunión, Ap 22, 12)
Reflexión
"La Madre de Cristo nos enseña a reconocer el tiempo de Dios, el momento
favorable en el que pasa por nuestras vidas y pide una respuesta disponible y
generosa. El misterio de la Noche Santa, que tuvo lugar históricamente hace dos
mil años, se vive, como acontecimiento, en el «hoy» de la Liturgia. El Verbo
que ha puesto su morada en el seno de María, viene a tocar al corazón de cada
hombre con singular intensidad en la próxima Navidad… A cada uno le corresponde
responder, como María, con un «sí» personal y sincero, abriendo a su vez el
espacio de la propia existencia al amor de Dios." 19 de diciembre de 1999,
Juan Pablo II, Alocución dominical del Papa con motivo del «Angelus» ).
Oración
Dios todopoderoso: que amanezca en nuestros corazones el resplandor de tu
gloria, Cristo, tu Hijo, para que su venida ahuyente las tinieblas del pecado y
nos manifieste como hijos de la luz. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén
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La redención del hombre se debe a la muerte y Resurrección de Jesús, es decir a
la Pascua, pero es lógico celebrar el inicio de esa gran manifestación del amor
de Dios, o sea, su venida al mundo, "Adviento".
Navidad y Adviento no son fiestas independientes. El Adviento nació como tiempo
de preparación para celebrar la fiesta de la Navidad, igual que la Cuaresma
respecto a la Pascua.
Significado del Adviento
Al celebrar la Iglesia el Adviento, te invita a meditar en la venida del Señor.
Esta venida se nos presenta en tres dimensiones:
Adviento Histórico. Es la espera en que vivieron los pueblos que ansiaban la
venida del Salvador. Va desde Adán hasta la encarnación, abarca todo el Antiguo
Testamento. Escuchar en las lecturas a los Profetas, nos deja una enseñanza
importante para preparar los corazones a la llegada del Señor. Acercarse a esta
historia es identificarse con aquellos hombres que deseaban con vehemencia la
llegada del Mesías y la liberación que esperaban de él.
Adviento Místico. Es la preparación moral del hombre de hoy a la venida del
Señor. Es un Adviento actual. Es tiempo propicio para la evangelización y la
oración que dispone al hombre, como persona, y a la comunidad humana, como
sociedad, a aceptar la salvación que viene del Señor. Jesús es el Señor que
viene constantemente al hombre. Es necesario que el hombre se percate de esta
realidad, para estar con el corazón abierto, listo para que entre el Señor. El
Adviento, entendido así, es de suma actualidad e importancia.
Adviento Escatológico. Es la preparación a la llegada definitiva del Señor, al
final de los tiempos, cuando vendrá para coronar definitivamente su obra
redentora, dando a cada uno según sus obras. La Iglesia invita al hombre a no
esperar este tiempo con temor y angustia, sino con la esperanza de que, cuando
esto ocurra, será para la felicidad eterna del hombre que aceptó a Jesús como
su salvador.
Esta celebración manifiesta cómo todo el tiempo gira alrededor de Cristo, el
mismo ayer, hoy y siempre; Cristo el Señor del tiempo y de la Historia.
Esquema del adviento
Inicia con las vísperas del domingo más cercano al 30 de Noviembre
y termina antes de las vísperas de la Navidad. Los domingos de este tiempo se
llaman 1°, 2°, 3° y 4° de Adviento. Los días del 16 al 24 de diciembre (la
Novena de Navidad) tienden a preparar más específicamente las fiestas de la
Navidad.
El color de los ornamentos del altar y la vestidura del sacerdote es el morado,
igual que en Cuaresma, que simboliza austeridad y penitencia. Son cuatro los
temas que se presentan durante el Adviento:
I Domingo, la vigilancia en espera de la venida del Señor.
Durante esta primer semana las lecturas bíblicas y la predicación son una
invitación con las palabras del Evangelio: "Velen y estén preparados, que
no saben cuándo llegará el momento".
Es importante que, como familia nos hagamos un propósito que nos permita
avanzar en el camino hacia la Navidad; ¿qué te parece si nos proponemos revisar
nuestras relaciones familiares? Como resultado deberemos buscar el perdón de
quienes hemos ofendido y darlo a quienes nos hayan ofendido para comenzar el
Adviento viviendo en un ambiente de armonía y amor familiar. Desde luego, esto
deberá ser extensivo también a los demás grupos de personas con los que nos
relacionamos diariamente, como la escuela, el trabajo, los vecinos, etc. Esta
semana, en familia al igual que en cada comunidad parroquial, encenderemos la
primer vela de la Corona de Adviento, color morada, como signo de vigilancia y
deseos de conversión.
II Domingo, la conversión, nota predominante de la predicación de Juan
Bautista.
Durante la segunda semana, la liturgia nos invita a reflexionar con la
exhortación del profeta Juan Bautista: "Preparen el camino, Jesús
llega" y, ¿qué mejor manera de prepararlo que buscando ahora la
reconciliación con Dios? En la semana anterior nos reconciliamos con las
personas que nos rodean; como siguiente paso, la Iglesia nos invita a acudir al
Sacramento de la Reconciliación (Confesión) que nos devuelve la amistad con
Dios que habíamos perdido por el pecado. Encenderemos la segunda vela morada de
la Corona de Adviento, como signo del proceso de conversión que estamos
viviendo.
Durante esta semana puedes buscar en los diferentes templos que tienes cerca,
los horarios de confesiones disponibles, para que cuando llegue la Navidad,
estés bien preparado interiormente, uniéndote a Jesús y a los hermanos en la
Eucaristía.
III Domingo, el testimonio, que María, la Madre del Señor, vive, sirviendo y
ayudando al prójimo.
Coincide este domingo con la celebración de la Virgen de Guadalupe, y
precisamente la liturgia de Adviento nos invita a recordar la figura de María,
que se prepara para ser la Madre de Jesús y que además está dispuesta a ayudar
y servir a quien la necesita. El evangelio nos relata la visita de la Virgen a
su prima Isabel y nos invita a repetir como ella: "Quién soy yo para que
la madre de mi Señor venga a verme?.
Sabemos que María está siempre acompañando a sus hijos en la Iglesia, por lo
que nos disponemos a vivir esta tercer semana de Adviento, meditando acerca del
papel que la Virgen María desempeñó. Te proponemos que fomentes la devoción a
María, rezando el Rosario en familia, uno de los elementos de las tradicionales
posadas, que inician el próximo día 16. Encendemos como signo de espera gozosa,
la tercer vela, color rosa, de la Corona de Adviento.
IV Domingo, el anuncio del nacimiento de Jesús hecho a José y a María.
Las lecturas bíblicas y la predicación, dirigen su mirada a la disposición de
la Virgen María, ante el anuncio del nacimiento de su Hijo y nos invitan a
"Aprender de María y aceptar a Cristo que es la Luz del Mundo". Como
ya está tan próxima la Navidad, nos hemos reconciliado con Dios y con nuestros
hermanos; ahora nos queda solamente esperar la gran fiesta del Nacimiento del
Salvador. Como familia debemos vivir la armonía, la fraternidad y la alegría
que esta cercana celebración representa. Todos los preparativos para la fiesta
debieran vivirse en este ambiente, con el firme propósito de aceptar a Jesús en
los corazones, las familias y las comunidades. Encendemos la cuarta vela color
morada, de la Corona de Adviento.
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1.- Si 48, 1-4.9-11
1-1.FUEGO-DIOS-ELIAS:
Ese pasaje ha sido escogido hoy, para corresponder con la lectura del
Evangelio: los escribas esperaban el retorno de Elías... Jesús dice que Elías
ya ha venido... ¡es El, Jesús, el nuevo Elías!... Excelente ocasión de aprender
de los labios de Jesús, que no se deben interpretar todos los pasajes de la
Escritura, de un modo demasiado simple, liberal o infantil. El verdadero
sentido de la Biblia no se obtiene interpretándolo materialmente.
-El profeta Elías surgió como fuego, su palabra ardía como una antorcha.
El fuego es una imagen constante en la Biblia, para simbolizar a Dios. En el
Sinaí, Dios se manifestó en el fuego de la tormenta. Es natural que el portador
de la voluntad divina tenga un rostro de fuego. El fuego será el instrumento de
la purificación última de los últimos tiempos.
Esa imagen sugestiva proviene seguramente del hecho que, en los sacrificios
primitivos, el fuego era el elemento que unía el hombre a Dios. Se comía luego
la víctima para consumar la comunión con Dios.
-Elías, por tres veces, hizo caer fuego del cielo.
Juan Bautista dirá: "El que viene detrás de mi, os bautizará en el
Espíritu Santo y el fuego..." (Mateo 3,11).
Y Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que
estuviera ya encendido...!» (Lc 12, 49).
Y, en Pentecostés, "vieron aparecer unas lenguas, como de fuego..."
(Hch 2,3).
¡Dios. Ven a abrasarnos, a purificarnos! ¡Ven a alumbrarnos, a guiarnos!
-Elías, tú que fuiste arrebatado en torbellino de fuego, en carro de caballos
de fuego.
Escucho la revelación. Acepto esas palabras como unas imágenes: a su muerte, el
profeta es «arrebatado en Dios»...
-Fuiste designado para el fin de los tiempos.
Es el anuncio del famoso «retorno de Elías» del que los escribas hablaban en
tiempo de Jesús, al preguntarse si no sería Juan Bautista, o Jesús.
Esto debe interpretarse, pues, espiritualmente
Para calmar la ira antes que estalle... Para reconducir el corazón de los
padres a los hijos... y restablecer las tribus de Jacob... Dichosos los que te
verán, dichosos los que se durmieron en el amor del Señor, porque también
nosotros poseeremos la verdadera vida.
Jesús dijo que había venido a asumir la función de Elías, el profeta. Sí, vino
a «calmar la ira antes que estalle», y a «conducir de nuevo los corazones de
los padres a los hijos»...
Esa es la función confiada a la Iglesia y a los cristianos: ser signos de la
venida de Dios en el mundo. Para eso recibimos, en Pentecostés, el fuego del
Espíritu Santo.
En ese tiempo de Adviento que nos encamina hacia Navidad, analizo la situación:
¿dónde estoy, en cuanto a los esfuerzos espirituales decididos? ¿en cuanto mi
participación a la venida de Dios en el mundo? ¿Participo del celo y ansia de
Jesús cuando dijo: «cuánto quisiera que el fuego de Dios encendiera la tierra»?
¿o bien lo espero pasivamente?
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Mt 17, 10-13
Juan Bautista estuvo encarcelado y fue decapitado. Sus discípulos interrogaron
a Jesús sobre la venida de Elías, que debe preceder a la del Mesías. La
respuesta de Jesús es clara: Elías ya ha venido, es Juan Bautista. Pero no lo
reconocieron, igual que no reconocerán en Jesús al Mesías que va a padecer.
El libro del Eclesiástico preveía la vuelta de Elías al final de los tiempos,
volviendo otra vez a un tema del que ya había escrito antes. A Elías se le
reserva para "reconciliar a padres con hijos y restablecer las tribus de
Israel". Un papel de reunificador.
Esta venida no reconocida es una dura lección para nosotros.
Mucho más frecuentemente de lo que pensamos, a través de los seres y de los
acontecimientos, hay venidas de Dios para restaurar el mundo. Aceptar,
reconocer a estos "profetas" no es sencillo, ¡y hay tantos falsos
profetas en nuestros días! Sin embargo, se les puede reconocer por sus frutos:
Aunque no hablen sólo de unidad y amor, si lejos de rechazar a los que no
piensen como ellos, demuestran que les aman; si todas sus actividades, y no
sólo sus palabras son portadoras de unidad, bien podrían ser apariciones de
Dios a los hombres, aun cuando no provoquen en nosotros simpatías humanas.
Quizá en la Iglesia de hoy, por prudencia justificada, se desconfíe de los
carismas. Se comprende que haya que verificarlos. La prueba decisiva será
siempre, y hasta el fin, el amor de Dios y de los otros en lo concreto de la
vida, no el amor de pequeños grupos, que mantienen un ideal a menudo demasiado
humano y defendido con uñas y dientes, sino un amor universal signo del
cristiano.
Los que son suficientemente puros como para haber recibido este don de Dios,
¿no podrían ser, hoy y entre nosotros, Elías reconciliadores?
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En tiempo de Jesús se esperaba el retorno de Elías. Los escribas se apoyaban en
un texto de Malaquías (3, 23) tomado en un sentido material: "He aquí que
envío mi profeta, Elías, antes de que venga el gran y terrible día del
Señor". Estaban convencidos de que Dios enviaría a Elías antes que su
Mesías. Y utilizaban este argumento para rechazar a Jesús "no puedes ser
el Mesías porque Elías no ha venido".
Jesús les responde: "en efecto Elías viene a preparar los caminos al
Mesías. Pero os lo digo: "Elías ha venido ya". Es Juan Bautista: no
se llamaba Elías, pero ha cumplido su papel.
"Ha venido revestido del espíritu y de la virtud de Elías (Lc 1, 17). Ha
allanado los senderos y enderezado los caminos" (Jn 1, 23). Es el que ha
señalado con el dedo al "Cordero de Dios".
"Y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo". En lugar de
reconocerle, han hecho con él todo lo que han querido.
Este es el drama de todos los tiempos. Juzgamos siempre muy superficialmente.
No acertamos a reconocer los signos que Dios nos da como precursores de su
presencia. Hoy, como siempre, Dios está junto a nosotros, en nuestra vidas y en
las vidas de los que nos rodean. Y pasa desapercibido.
"Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos". La
suerte de Jesús, el Mesías, está ligada a la suerte del Bautista, el precursor.
La ignorancia del precursor es ignorancia de Cristo. La muerte del Bautista
anuncia y predice la muerte de Cristo.
Estamos en Adviento y debemos desear con fuerza la venida de Dios a nosotros y
a nuestro mundo, pero ojo: hay que estar alertas para descubrir los signos que
Dios nos envía como precursores de su venida.
Si desconocemos esos signos...
Si pisoteamos esos signos...
Si matamos esos signos...
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Pregunta sobre Elías
Mateo y Marcos terminan el relato con Elías. Según la creencia general, antes
del Mesías debía volver el profeta Elías como precursor suyo. Así habían
interpretado los doctores de la ley las palabras de Malaquías (3,1 y 4,5-6). Si
Jesús es el Mesías, ¿cómo no ha venido antes Elías? Es la pregunta que le hacen
los discípulos.
Jesús, en su respuesta, identifica la persona de Elías con la de Juan el
Bautista. Elías ya había venido, pero no se llamaba así.
Cumplió el encargo de Elías: ser el profeta de la última hora y preparar al
pueblo para el reino de Dios. Tenían que haberlo reconocido en sus palabras y
en sus acciones. Al no aceptar el pueblo su invitación y llamada a la
penitencia, no pudo realizar la misión que se esperaba de Elías. Sin embargo,
el plan de Dios se cumple, incluso en el fracaso del Bautista.
Finalmente, ambos evangelistas relacionan el sufrimiento de Elías con el del
Hijo del hombre. No hay en la Escritura ningún texto que justifique la creencia
de que Elías sufriría en su segunda venida. La creencia surgió desde la
convicción, bastante generalizada entonces, de los sufrimientos que padecerían
los justos en los últimos tiempos, especialmente los que pasaría el precursor del
Mesías. ¿Por qué esta insistencia de Jesús en los padecimientos del Hijo del
hombre? Sencillamente para romper las esperanzas en un mesías político y
nacionalista. El Hijo del hombre es, efectivamente, el Mesías, pero un Mesías
sufriente.
A los discípulos se les ha solucionado otro enigma. Se van uniendo -despacio,
pero sólidamente- los anillos de la cadena.
La vida verdadera nace de la muerte. Una vida que surge entre constantes
dolores de parto (Rom 8,22). Sólo es posible transformarse y transformar el
mundo si tenemos presente la meta a la que queremos llegar y si no perdemos
nunca la esperanza en que ese futuro mejor, esa meta que nos aguarda, es
posible.
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Tenemos aquí un excelente ejemplo de interpretación de los signos de los
tiempos que nos da el mismo Jesús. Hay un modo superficial de mirar la historia
y los acontecimientos.
Pero hay que saber dar una segunda mirada más profunda. Esta es la finalidad de
la revisión de vida: en un hecho de vida que tiene el aire, en apariencia, de
no ser más que un hecho humano... se trata de ejercitarse a ver a Dios obrando
en ello.
-Entonces le preguntaron los discípulos: "Pues ¿cómo dicen los escribas
que debe venir primero Elías?"
En tiempo de Jesús se esperaba el retorno de Elías. Los escribas, siempre
acostumbrados a una interpretación tradicionalista estrecha de la Biblia, se
apoyaban en un texto de Malaquías 3,73 tomado en su sentido material: "He
aquí que envío mi profeta Elías, antes de que venga el gran y terrible día del
Señor." Estaban convencidos de que Dios enviaría a Elías antes que su
Mesías. Y utilizaban este argumento formalista para rechazar a Jesús: "¡no
puedes ser el Mesías porque Elías no ha venido!"
-Jesús les respondió: "En efecto Elías ha de venir y pondrá todas las
cosas en su lugar; pero yo os declaro que Elías ya vino.
Jesús no niega el texto de Malaquías.
Pero no hay que entenderlo tan estrechamente. "Sí, es verdad.
Elías viene a preparar los caminos al Mesías... Malaquías tuvo razón al decir
esto... Pero, os lo digo: ¡Elías ha venido ya!" Es Juan Bautista: no se
llamaba Elías... pero ha cumplido su papel. Por esto, a través del "hecho
de vida" de Juan Bautista, era necesario ver más allá de las apariencias.
Es ciertamente Juan Bautista quien "ha venido revestido del espíritu y de
la virtud de Elías (Lc 1, 17).
Es el que ha allanado los senderos y enderezado los caminos" (Juan 1, 23).
"Es el que ha preparado los corazones" y anunciado el "bautismo
en el Espíritu"; es el que ha señalado con el dedo al "Cordero de
Dios"...
-Pero, en lugar de reconocerle, han hecho con él todo lo que han querido.
He ahí el gran drama de todos los tiempos. Se juzga muy superficialmente. No se
acierta a "reconocer" los signos que Dios nos da. Hoy, como siempre,
Dios trabaja junto a nosotros, en nuestras vidas y en la vida de los que nos
rodean... en particular en las grandes corrientes colectivas que marcan toda
una época.
¡Señor, ayúdanos a reconocerte! Señor, ayúdanos a hacer lo que Tú quieres, en
lugar de ser como esos ciegos espirituales de tu tiempo, que "han hecho
todo lo que han querido".
Me detengo a observar un acontecimiento... Ver
En este acontecimiento, trato de reconocerte... Juzgar
Y actuar contigo, en el sentido que Tú quieres... Actuar
La revisión de vida es un verdadero ejercicio de vida espiritual.
-Así también harán ellos padecer al Hijo del hombre.
Entonces entendieron los discípulos que les había hablado de Juan Bautista.
De este modo, la muerte de Juan Bautista se sitúa en una nueva perspectiva. Era
un acontecimiento del cual hablaba todo el mundo. ¡El rey había mandado
ejecutar a un profeta! ¡Durante un banquete y un baile! Un suceso escandaloso.
Pero, para Jesús, esto anuncia ya su propia muerte: y en esto también, en esto
sobre todo, Juan Bautista precedía y preparaba al Mesías.
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1. De nuevo la persona de Juan el Bautista, del que Jesús hablará en el
evangelio, es prefigurada por el profeta Elías, uno de los personajes más
importantes del A.T.
El libro del Eclesiástico le describe como «un fuego». Su temperamento era
vivo, enérgico. Sus palabras, «un horno encendido». Anunció sequías como
castigo de Dios, luchó incansablemente contra la idolatría de su pueblo, fue
insobornable en su denuncia de los atropellos de las autoridades, hizo bajar
fuego sobre las ofrendas de Yahvé en su reto con los dioses falsos, y al final
desapareció misteriosamente en un carro de fuego, arrebatado por un torbellino
que le llevó a la altura.
Pero en el fondo Elías, que vivió nueve siglos antes de Cristo, fue el profeta
de la esperanza escatológica, el que por tradición popular iba a volver para
preparar inmediatamente el día del Señor. Su misión entonces seria «aplacar la
ira» de Dios, «reconciliar a padres con hijos» y «restablecer las tribus de
Israel». Por eso en el salmo hemos cantado: «Oh Dios, restáuranos».
2. Jesús, al bajar del monte de la Transfiguración, donde los discípulos le han
visto acompañado de Elías y de Moisés, les dice que Elías ya ha venido «a
renovarlo todo», aunque muchos no le han sabido reconocer.
Los discípulos entienden que habla de Juan Bautista. Y en efecto, Juan es el
Precursor, el predicador de la justicia y la conversión, el que prepara con su
ejemplo y su voz recia la inmediata venida y luego señala la presencia del
Mesías en medio de su pueblo, el que denuncia la situación irregular del rey
Herodes y muere mártir por su entereza y coherencia.
Pero muchos no le aceptan, como hicieron con Elías y como harán con el mismo
Jesús, «que padecerá a manos de ellos». La dureza del pueblo es grande. No
saben leer los signos de los tiempos. Son «lentos y tardos de corazón», como
tuvo que reprochar Jesús a los discípulos de Emaús. O como oró en la cruz, «no
saben lo que hacen». Tanto Elías como el Bautista y Jesús son incómodos en su
testimonio personal y en su mensaje: aceptarles es aceptar los planes de Dios
en la propia existencia, y eso es comprometedor.
3. a) Las lecturas de hoy nos sitúan a todos ante una alternativa. ¿Sabemos
leer los signos de los tiempos, sabemos distinguir la presencia de los profetas
y de Jesús mismo en nuestra vida? ¿y la aceptamos?
A nuestro alrededor hay muchos testigos de Dios, hombres y mujeres que nos dan
testimonio de Cristo y de su Evangelio, personas fieles que sin actitudes
espectaculares nos están demostrando que sí es posible vivir según las
bienaventuranzas de Cristo. Lo que pasa es que tal vez no queremos verlas.
Como los apóstoles no querían entender el mesianismo de Jesús, que era distinto
del que ellos esperaban. Como los fariseos y autoridades de Israel no querían
reconocer en Jesús de Nazaret al esperado de tantos siglos, porque no encajaba
en sus esperanzas.
b) Está terminando la segunda semana de este Adviento. Si todo iba a consistir
sólo en introducir cantos propios de este tiempo en nuestro repertorio, o en
cambiar el color de los vestidos de la liturgia, o en colocar coronas y velas
junto al libro de la Palabra, entonces sí que es fácil celebrar el Adviento.
Pero si se trataba de que hemos de preparar seriamente la venida del Señor a
nuestras vidas, que es la gracia de la Navidad, y no sabemos darnos cuenta de los
signos de esta venida en las personas y los acontecimientos, y no nos hemos
sentido interpelados para «renovarlo todo» en nuestra existencia, entonces el
Adviento son sólo hojas del calendario que van pasando, y no la gracia
sacramental que Dios habla pensado.
Tenemos que decir desde lo profundo de nuestro ser: «Oh Dios, restáuranos»,
«que amanezca en nuestros corazones tu Unigénito, y su venida ahuyente las
tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz» (oración). Y decirlo
con voluntad sincera de dejar que Dios cambie algo en nuestra vida.
c) Más aún, los cristianos somos invitados a ser Elías y Bautista para los
otros: a ser voz que anuncia y testimonio que contagia, y contribuir a que
otros también. en nuestra familia, en nuestra comunidad, se preparen a la
venida del Señor, y se renueve algo en nuestro mundo, y suceda de veras esa
señal que anunciaba el profeta, que «se reconcilien padres e hijos».
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Eclo 48, 1-4.9-11: Las palabras del profeta son como fuego que abrasa
Salmo 79, 2-3.15-19: Señor, vuelve tus ojos sobre el pueblo latinoamericano que
sufre
Mt 17, 10-13: El Hijo del Hombre viene, pero habrá de padecer.
La relectura que el libro del Eclesiástico hace de la figura del profeta Elías
tomada del libro de los Reyes, lo describe como alguien que permanece fiel al
Señor, por su independencia política y social.
La lectura del Evangelio nos introduce en el diálogo de Jesús con sus
discípulos después de la transfiguración. Juan el Bautista, el que anunciado a
Jesús aparece como el nuevo Elías anunciado por el profeta Malaquías (Mal
3,22-24). Según la tradición judía, para rechazar la mesiandad de Jesús se
argumentaba que Elías no había venido aún. Jesús no discute la doctrina judía
sobre la venida de Elías antes del Mesías, pero da a entender que el
acontecimiento precursor ya ha tenido lugar. Los escribas no lo han reconocido
y más bien lo han sacrificado. Y así como han hecho con Juan lo que han querido
y no lo han reconocido, tampoco a Jesús lo han reconocido como el Hijo de Dios.
El también ha de padecer.
Para muchos puede parecer extraño el anuncio del sufrimiento del Señor cuando
nos preparamos a su venida. Sin embargo, nos ubica en la realidad del misterio
de la Navidad que no puede separarse de la Pascua. Son los dos grandes momentos
del misterio cristiano. La alegría de Navidad no puede hacernos olvidar que el
Hijo del Hombre ha de padecer.
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Eclo 48,1-4.9-11: Canto al profeta Elías.
Mt 17,10-13: Sepan que Elías ya vino, y no lo reconocieron, sino que lo
trataron como se les antojó.
Para el pueblo de Israel Elías era el profeta por antonomasia. Era aquél que
era capaz de hablar de Dios y con Dios con absoluta naturalidad y a la vez con
firmeza.
Desenmascarando a los infieles y proclamando la justa religiosidad. La
tradición popular esperaba el retorno de este profeta al final de la historia,
en el Día de Yavé.
Jesús hace una lectura de esta tradición y de la vida de Juan Bautista. Según
esto, Juan Bautista encarnaba las esperanzas del pueblo depositadas en Elías.
Su vida coherente, su valentía para denunciar el pecado, y su muerte como
producto de su vida, indicaban que se acercaba el Gran Día del triunfo de Dios.
El Bautista, como tantos otros, también vio ese final desde una muerte trágica.
Y Jesús acusa al pueblo porque hicieron con él "lo que quisieron..."
Muchos Elías han estado en este mundo. Y con todos ellos "hicieron lo que
quisieron". Muchos anunciaron el Reino de Dios, vivieron para ese Reino de
los pobres y de la libertad. Y fueron calumniados, maltratados, silenciados,
torturados y asesinados. A muchos los conocemos, y pueblan nuestro martirologio
latinoamericano. Son los que nos marcan el camino de la Vida con su vida y su
muerte. Otros son más anónimos. Nunca sabremos sus nombres, nadie reclamará por
ellos. Son más pobres aún.
Todos ellos son los Elías de nuestros tiempos que nos mostraron a Jesús tal
como lo hizo en su momento el Bautista.
El libro del Sirácira (Eclesiástico) de este día nos alimenta esta fe que se
apoya en nuestros mártires: "¡Felices aquellos que te vean! Y felices
también los que murieron en el amor, porque nosotros también viviremos
ciertamente (48,11). Felices los que contemplen el rostro de cualquier Elías de
nuestro tiempo, felices los que vivieron y dieron su vida por amor a su pueblo,
porque gracias a ellos nosotros viviremos confiados al saber cuál es el
verdadero camino del Evangelio..."
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Termina la semana con un texto del Eclesiástico que alude a una de aquellas
teofanías terribles del Antiguo Testamento. Dios se manifiesta como un fuego
devorador, como un incendio que todo lo abrasa, como un torbellino que todo lo
envuelve, como una Presencia que anonada al hombre y le lleva a la certeza de
que no es posible contemplar a Dios sin morir.
Por contraste, el Salmo mantiene la tónica esperanzada de estos días y suplica
al Señor: "restáuranos, que brille tu rostro y nos salve". Como
confiada respuesta a la revelación de la ternura divina, se atreve a proclamar:
"Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos
alejaremos de ti; danos vida, para que invoquemos tu nombre."
La Iglesia recuerda hoy a uno de esos hombres fortalecidos por Dios, que
hicieron de su existencia un puro canto de amor: Juan de la Cruz. Aquel
"medio fraile" de Santa Teresa, de cuerpo pequeño y corazón sin
límites, supo llegar hasta el fondo de la verdadera Sabiduría y se le regalaron
palabras para comunicarla con la belleza honda del poeta y la experiencia del
místico. Llegó al mundo en Fontiveros (Ávila). Su infancia conoció la pobreza,
casi la miseria, pero experimentó también cuánto puede el amor cuando gobierna
la vida. En la Orden del Carmen encontró el cauce de su entrega y también,
paradójicamente, el ámbito de su cruz y de su noche. Podríamos decir de él
muchas cosas: se han escrito innumerables páginas en torno a aquel
insignificante frailecillo que parecía ir de puntillas por la existencia. Pero
lo que nos interesa a nosotros hoy, en este Adviento de 2002, en este sencillo
rincón de la Red, es recordar que Juan de la Cruz jamás perdió de vista que
Aquel que le había llamado a la vida, que le había conducido por unos caminos
no siempre comprensibles, le quería. Y estaba junto a él, fuese cual fuese la
circunstancia. Sólo una confianza sin medida podía ser nido para una plegaria
convertida en poema hasta tal punto que aún quienes no creen, quienes niegan
abiertamente la Luz que le guiaba, tienen que inclinarse ante un lenguaje que
les llega al corazón, porque, desde la propia experiencia, ha sabido tocar las
fibras más íntimas del ser humano.
Juan de la Cruz es el Santo del abrazo entrañable de la humanidad peregrina con
el Dios eterno hecho carne hermana en Jesucristo. Que nos ayude hoy a preparar
nuestro propio encuentro personal con Aquel que también a nosotros, a cada uno,
nos dice que nos ama... y nos lo prueba.
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v.. 10. Los discípulos han comprendido el alcance mesiánico de la
transfiguración e intentan compaginar lo que dicen los letrados acerca del
Mesías con la realidad de Jesús.
vv. 11-12. Jesús alude a Mal 3,23s, texto que menciona la vuelta de Elías, pero
lo explica a continuación. La vuelta de Elías ha de interpretarse figuradamente
y el resultado de su misión no será triunfal. Lo mismo sucederá con las
profecías mesiánicas: todo aspecto triunfal que a ellas se atribuya es falso.
Al afirmar Jesús que Elías ha venido ya, echa por tierra la doctrina mesiánica
de los letrados sobre una restauración gloriosa. La misión del nuevo Elías, que
consistía en preparar al pueblo, ha sido impedida por los que no lo
reconocieron y lo trataron a su antojo, dándole muerte. Estos son los
dirigentes judíos, fariseos y saduceos, a los que Juan se opone desde el
principio (3,7), y los miembros del Gran Consejo que no han reconocido a Juan
como enviado divino (21,23-27). La realización del plan divino sobre Israel
depende de la respuesta de éste a Dios. Dios no se impone forzando la libertad
humana ni exime al hombre de su responsabilidad.
v. 13. Mt explicita el dato que en Mc queda sólo insinuado. La anunciada vuelta
de Elías se ha verificado con la aparición de Juan Bautista. Se opone así la
enseñanza de Jesús a la de los letrados respecto al Mesías y a su precursor. Mt
actúa como un letrado instruido en el reino de Dios que interpreta lo antiguo
a la luz de lo nuevo (cf. 13,52).
Los primeros cristianos, casi todos judíos, conocían las tradiciones acerca del
profeta Elías: que había sido arrebatado hacia el cielo en un carro de fuego, y
que allí se le tenía reservado para enviarlo al final de los tiempos como
precursor del Mesías. Apoyándose en estas tradiciones interpretaron la
inquietante figura de Juan el Bautista y de su relación con Jesús. Por eso hoy
en el evangelio de Mateo se nos dice que bajando del monte después de la
transfiguración los discípulos testigos interrogaron a Jesús acerca de la
vuelta de Elías. No en vano lo habían visto conversando con Jesús
transfigurado, junto con Moisés. Y en boca de Jesús se pone la plena
identificación de Juan Bautista: él es Elías que ha vuelto para preparar al
pueblo de Israel a recibir a su Mesías, y Jesús se queja amargamente del trato
que le dieron a su precursor. Sabemos que fue asesinado a causa de los
caprichos de Herodes Antipas y de su mujer ilegítima, Herodías. Incluso Jesús
anuncia a los discípulos que su suerte no será distinta ni mejor que la de su
heraldo.
Podríamos preguntarnos ¿a qué vienen estas historias un poco complicadas de
profetas severos que vuelven a la tierra, de heraldos o precursores del Mesías,
de martirios compartidos? ¿Qué relación tiene todo esto con el Adviento, con la
próxima Navidad? Ya hemos visto varias veces que la figura de Juan Bautista nos
es propuesta en el Adviento como figura ejemplar. Como él debemos nosotros
anunciar la venida del Mesías Jesús. El que nació en Belén de Judá según los
evangelios, y el que volverá glorioso a juzgarnos según hallamos encarnado o no
su Palabra en nuestras vidas y en nuestro mundo. Se nos propone admirar e
imitar, tanto como podamos, el desprendimiento del profeta, su pasión por la
justicia y la verdad, su humildad tan sincera ante la presencia de aquel cuyas
sandalias no se considera digno de llevar. Como Elías, Juan Bautista es testigo
de los derechos de Dios, su santidad, su gloria soberana que no puede ser
confundida con la efímera belleza de ninguna de sus creaturas. Su justicia
inapelable que se ejerce a favor de los pobres y los humillados de este mundo,
en contra de los impíos y corruptos, egoístas y avaros.
Ambos personajes: Elías y Juan Bautista, nos están llamando a prepararnos mejor
para la acogida del Señor que ya viene. Avivando nuestra fe en Dios, nuestra
confianza en su amor misericordioso, nuestra caridad para con los pobres. ¡Qué
diversa actitud a la de los que convierten Navidad en una feria, en una hoguera
de vanidades y despilfarros, sin acordarse de los que pasan hambre, los que no
tienen techo, los que están solos, enfermos, desnudos! ¿No será en ellos donde
encontraremos de verdad al Mesías salvador?
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En el tiempo litúrgico de Adviento, en que la Iglesia dirige alternativamente
su mirada hacia el pasado histórico de la primera venida de Jesús y hacia el
futuro de su manifestación gloriosa, el texto evangélico de hoy nos ofrece una
ayuda para esta reflexión con la presentación de las figuras de Elías y de Juan
el Bautista.
Luego de la manifestación gloriosa de la Transfiguración y del mandato de Jesús
dirigido a sus compañeros respecto a mantener el secreto mesiánico antes de la
Resurrección, los discípulos preguntan a Jesús sobre la concepción de los
letrados de su época que en su enseñanza afirmaban que antes de la instauración
del Reino se produciría el retorno de Elías.
En la concepción normal, surgida de la narración de la asunción al cielo de
este profeta en un carro de fuego que concluye el ciclo de Elías (cf. 2 Re
2,11) y atestiguada por Eclo 48,10-11, Elías era presentado como el precursor
del advenimiento del Reino de Dios: "te reservan para el momento de
aplicar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para
restablecer las tribus de Israel. Dichoso quien te vea antes de morir",
señala el último de los textos citados.
La resurrección de los muertos, que en la mentalidad nacida en tiempo de la
dominación griega (cfr Dn 12,2) significaba la inauguración del Reino, era
ligada, en la concepción de la época, al retorno de Elías. Por consiguiente los
discípulos oyendo hablar a Jesús de su resurrección preguntan sobre el
precursor del Reino que aún no ha aparecido.
Jesús en su respuesta asigna esta función de precursor a la actuación histórica
del Bautista. De esa forma afirma la identidad de Elías y Juan. Esta
identificación ya estaba implícita en los elementos comunes de las
presentaciones de Juan y de Jesús. Aquí el paralelismo entre el precursor y el
instaurador del Reino se prolonga en el mismo género de muerte.
La reacción de los letrados ante la actuación de Juan es reflejo del
desconocimiento del sentido de su actuación que le han conducido a la prisión y
a la muerte (cfr Mt 14,1-12). Comprendiendo quién es Jesús, los discípulos
podrán comprender a Juan y a Elías.
Dicha comprensión del discípulo indica el sentido de la teofanía divina en la
transfiguración.
A partir de esta clarificación toda comunidad cristiana puede comprender el
sentido de su dolor y sufrimiento. Compartiendo la suerte de Jesús puede
experimentar la irrupción del Reino en el mundo y en la historia humana.
La esperanza cristiana no es sólo una realidad que sólo está reservada para el
futuro. Ya se puede experimentar durante el presente comunitario en una vida de
seguimiento del Resucitado.
Esta convicción garantiza el compromiso cristiano por el Reino. Al final del
camino de la Pasión de Jesús, vivida como propia, se puede avizorar la
resurrección de entre los muertos. Se comprende el sentido de tomar la cruz y
seguir a Jesús, y se cumple en cada integrante la promesa de Jesús consignada
en Mt 16,28: "algunos de los aquí presentes no morirán sin ver antes"
el Reino de Dios.
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Eclo 48, 1-4.9-11: ¡Qué terrible eras, Elías!
Salmo responsorial: 79, 2-3.15-16.18-19: Danos vida para que invoquemos tu
nombre
Mt 17, 10-13: Juan Bautista y la venida de Elías
Los profetas que desde el AT hablaron en nombre de Dios denunciando las
injusticias cometidas por los que gobernaban el pueblo y los tiranizaban, y
además anunciaban las buenas noticias, no fueron aceptados; antes bien, fueron
rechazados, negados, perseguidos y aún maltratados.
En la apocalíptica judía del AT, Elías debía venir a poner todo en orden en
Israel a fin de que la venida del Mesías tuviera lugar en medio de la alegría
de un pueblo purificado, “lejos del temor de que yo vengo a destruir la tierra”
(Mal 4,6b), según en la profecía de Malaquías de la cual se valían los escribas
para enseñar, “que Elías había sido arrebatado por un carro de fuego al cielo y
volvería otra vez a la tierra antes de la venida gloriosa del Mesías, para
preparar su recibimiento declarando lo puro y lo impuro, lo que acerca o aleja.
“He aquí que yo les enviaré a Elías, el profeta, antes de que llegue el día del
Eterno, el día grande y terrible” (Mal 3,23). La figura de Elías servía de
garantía religiosa para los días mesiánicos. Es esto lo que Jesús en el
evangelio de Mateo va a cuestionar. Sucede que el Mesías va a venir, o ha
venido ya al seno de un pueblo incapaz de reconocerlo. Para rechazar la
mesianidad de Jesús, los escribas hacían notar que Elías no había venido aún;
ésta fue una objeción típica judía contra la fe cristiana.
Jesús, en los evangelios, añade más: Elías ya vino. No se refería a Elías redivivo
el que tenía que venir; se refería a un profeta que vino y “caminaba en el
Espíritu y virtud de Elías” (Lc 1,17); ya antes había dicho Jesús que el
Bautista era Elías que ha de venir (Mt. 11,14) y “los discípulos comprendieron
que se refería a Juan Bautista”(Mt 17,13).
Jesús ubica su misión mesiánica en la línea de los profetas incomprendidos y
sufridos; correrá la misma suerte de Juan Bautista. Jesús invita a aceptar su
mesianismo hecho de obediencia a la voluntad del Padre, de servicio y de entrega
de la propia vida.
La misión que Dios da como encargo a los profetas no suele ser siempre
agradable o fácilmente aceptable. Contra esa misión se suelen enfrentar las
humanas pasiones y los intereses viles. Así, los seres humanos destinatarios de
dicha misión, la rechazan, no la reconocen ni aceptan y aún se burlan de los
emisarios de Dios, de los profetas de Cristo, que por ser fieles a su misión
evangelizadora deben afrontar toda clase de persecución.
Nos preparamos a celebrar el nacimiento del profeta por excelencia que no fue
bien recibido y sufrió la pasión y la muerte. Esto nos debe cuestionar si
aceptamos en nuestra comunidad a aquellas personas que como Elías y Juan
preparan el camino del Señor.
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Elías fue profeta; Lucía, luz
Hoy la Liturgia interrumpe su plan de lectura continuada de los oráculos de
Isaías. Quiere hacer memoria del profeta de fuego, Elías, cuya acción consta en
el primer libro de los Reyes (cc. 17-22). ¿Por qué esa atención al profeta que
fue, según la tradición, arrebatado en un carro de fuego? (II Re 2, 11) . No
debemos olvidar que en Israel la figura de Elías, como denunciadora de toda
injusticia y promotora de la vida en el espíritu de verdad, era el paradigma de
todo verdadero profeta de Yhavé. Algo así como el canon de verdad para
troquelar profetas.
Por eso, los judíos, al encontrarse con Juan y Jesús, se preguntaban: ¿quién es
ese Juan?, ¿quién es ese Jesús de Nazaret? ; y se respondían que acaso fueran
un Elías redivivo.
¡Si nosotros pudiéramos ser en el Adviento almas de fuego para contagiar al
mundo y devolverlo a la verdad y amor de Cristo!
Pero hoy, además de presentar a Elías, recordamos también a Santa Lucía, virgen
y mártir siciliana, nativa de Siracusa, que vivió en el siglo IV.
Por entonces (año 304 aproximadamente) las persecuciones a los cristianos
habían disminuido muchísimo, pero Lucía fue víctima de la persecución promovida
por el emperador Galerio. De su vida, apenas tenemos noticias fidedignas, pero
sí muchas glosas que cuentan y cantan su heroísmo. No era Elías, pero era voz
de Dios a través de la conciencia limpia, pura, fiel. Cuenta la tradición que,
apresada y torturada por ser fiel a su Dios, le sacaron los ojos del cuerpo,
mientras le florecían los ojos del espíritu, enamorada de Cristo y del Padre.
La luz de la Palabra de Dios
Eclesiástico 48, 1-4.9-11:
“En aquellos días surgió Elías, un profeta como fuego cuyas palabras eran horno
encendido. Trajo sobre los mortales ingratos el hambre, y con su celo los
diezmó. Por orden de Dios cerró el cielo y tres veces hizo caer fuego del
cielo. ¡Qué terrible eras, Elías, con tus prodigios! ¿Quién podrá gloriarse de
parecerse a ti?
Un torbellino te arrebató a la altura en un carro tirado por caballos de fuego.
Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que
estalle, para reconciliar a padres e hijos, para establecer las tribus de
Israel. ¡Dichoso quien te vea antes de morir, pero más feliz tú que siempre
vivirás!”
Evangelio según san Mateo 17, 10-13:
“Al bajar del monte le preguntaron a Jesús sus discípulos: ¿por qué dicen los
letrados que primero tiene que venir Elías?
Él les contestó: Elías tiene que venir para a restaurarlo todo.
Pero os aseguro que Elías ya vino y no lo reconocieron, y lo trataron a su
antojo. Y de la misma manera le harán sufrir al Hijo del hombre a manos de
ellos. Al oír esto, todos entendieron que se refería a Juan el Bautista”.
Reflexión para este día
Elías vendrá al final de los tiempos.
Dos palabras sobre el libro del Eclesiástico. Es obra escrita por Jesús Ben
Sirac, personaje importante de Jerusalén en la época helenista, hacia el año
180 antes de Cristo. El contenido de este libro es, entre otras cosas, un canto
a los antepasados gloriosos en la historia de Israel (cc 44-50), haciendo
recuento de “hombres de bien” a los que el Altísimo repartió “gran gloria”.
Entre ellos se encuentran reyes, consejeros, videntes, sabios, poetas...(44, 1
ss), pero hay uno muy insigne, que se alzó contra los escándalos de su tiempo:
Elías, un hombre de Dios cuya actitud debe imitarse.
Es el profeta que –según la tradición de Israel- está llamado a aparecer en los
grandes acontecimientos de la historia salvífica, por ejemplo, en la
presentación del Mesías, y, además, al final de los tiempos. Le corresponde,
por tanto, preparar los caminos al advenimiento de Jesús y de Yhavé, prendiendo
el fuego sagrado e inflamando a las gentes con la llama de la Verdad.
¿Quién se le parecerá en su celo por el reino de Dios?
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Nos gusta la anticipación. Por eso, hacemos sondeos, encuestas… para poder
anticipar los resultados. Hay gente especialmente apta para prever el futuro.
En tiempos de Jesús se anticipaba el futuro esperado utilizando la figura
simbólica de Elías: tiene que venir Elías primero. ¿Pero quién era ese
personaje misterioso?
Los discípulos bajan con Jesús de la montaña. Forman un pequeño grupo
iniciático. Interrogan al Maestro, pues quieren entender la vida, la historia.
Y le preguntan acerca de una enseñanza de los escribas: Elías tiene que venir.
¿Quién es Elías?
Jesús les responde que Elías vendrá y lo renovará todo. Pero también añade dos
expresiones misteriosas. Elías vino. A Elías lo trataron muy mal e hicieron de
él lo que quisieron. Elías era Juan. Juan Bautista no fue comprendido. De él
dirían los judíos que estaba poseído por un demonio. Los principales de
Galilea, con Herodes a la cabeza, hicieron de él lo que quisieron. Juan fue el
Elías que tenía que venir… pero que acabó mal.
Tras Elías llega el Hijo del Hombre. A Jesús le encanta identificarse con esta
figura apocalíptica que tan bellamente diseñó el profeta Daniel. El Hijo del
Hombre viene en las nubes del cielo. Trae la bendición del Anciano de días. Le
ha sido dado el Reino que vence a todos los reinos bestiales e instaura un
reino humano, de paz y bienestar para siempre. Jesús re-diseña, sin embargo,
esta figura apocalíptica con nuevos trazos. Hoy en el Evangelio nos dice que
“padecerá y sufrirá y lo condenarán”. Los poderes religiosos y políticas
querrán hacer con el Hijo del Hombre lo que ya hicieron con Juan, con el Elías
de los tiempos mesiánicos.
Jesús ve unida su suerte a la suerte de Juan. Se está en momentos decisivos de
la historia. Hay gente totalmente cerrada a la gracia.
También hoy sigue viniendo Elías en personajes misteriosos que nos interpelan,
que nos sacan de nuestras lógicas. También hoy el Hijo del Hombre es rechazado
y condenado. ¿Seremos nosotros tan insensibles a la presencia de la Profecía y
del Mesías? Adviento nos despeja la mirada y el corazón.
José Cristo Rey García Paredes
(jose_cristorey@yahoo.com)
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Después de la Transfiguración
Mateo 17, 10 - 13
En aquel tiempo los discípulos le preguntaron a Jesús: «¿Por qué dicen los
escribas que Elías debe venir primero?»El les respondió : «Ciertamente Elías ha
de venir y lo pondrá todo en orden. Es más yo les aseguro a ustedes que Elías
vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así
también el Hijo del hombre tendrá que padecer a manos de ellos». Entonces los
discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.
Reflexión
Jesús se ha transfigurado. Ha permitido que sus apóstoles más cercanos tengan
una experiencia de “gloria”. Algo que sólo podremos gozar en el cielo. Animados
por haber participado de esta extraordinaria visión, llenos de alegría y paz,
se deciden y preguntan acerca del precursor del Mesías. La respuesta no deja
lugar a dudas. El precursor ha venido, pero no le han hecho caso: “han hecho lo
que han querido”... era la voz que clamaba, pero pocos la supieron escuchar.
A veces nuestra vida espiritual se reduce a lo que “yo” creo. Me rijo por el
“yo necesito”, “yo rezo”, y convertimos la fe en un “producto” que yo me
preparo a mi medida y gusto. Sin embargo, no podemos aplicar esta regla para
descubrir las cosas de Dios.
S. Juan de la Cruz fue un fraile carmelita que supo escuchar a Dios, que supo
encontrarle. Lo hizo sobre todo en los momentos de mayor prueba en su vida.
Recluído nueve meses en una estrecha y oscura prisión, fue allí, entre
sufrimientos y privaciones donde vieron la luz sus más profundos y bellos
poemas espirituales. Porque Dios vive, actúa y está presente en los hombres y
en todas las creaturas de la naturaleza. Todo esto es posible cuando el
presupuesto de nuestra oración dejo de ser “yo”, y se convierte en el “Tu”.
Cuando dejo de “oírme” y comienzo a escuchar. Porque orar es, sobre todo,
escuchar a Dios. Se requiere silencio y apertura de corazón.
Presentarse uno mismo, como es, con sinceridad ante el espejo del alma. Hace
falta la valentía de aceptarse, con todos nuestros límites y virtudes, pero
además, hace falta meter a Dios en esa aceptación, en ese diálogo. Es necesario
conectarse a Dios desde la sinceridad de uno mismo. Aquellos judíos no
reconocieron a Juan, y no reconocerán a Jesucristo. Nosotros estamos en mejores
condiciones. Las dificultades siempre las tendremos, pero podemos vencerlas si
somos sinceros y si tenemos la firme convicción que nuestra “conexión” con Dios
es la cosa más importante que tenemos y que nuestro “yo” está subordinado al Tú
de Dios, que es AMOR.
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Los frutos de Dios nacen del corazón
Durante el Adviento la Iglesia nos anuncia, de una forma muy clara y muy
fuerte, que tenemos que estar atentos para captar la venida del Señor; que
constantemente debemos estar preparando la venida de Dios.
Jesucristo en el Evangelio nos pone una parábola en la que narra lo que sucede
con unos niños que están en una plaza y les dicen a sus compañeros: "Os
hemos tocado la flauta y no habéis bailado; os hemos entonado endechas y no os
habéis lamentado". A veces, así podemos ser los seres humanos: Jesucristo
nos habla y nos orienta, y nosotros no le hacemos caso, seguimos actuando a
nuestro estilo, a nuestro modo, sin preocuparnos demasiado de lo que se nos
está diciendo. Lógicamente, el hecho de que hay alguien que anuncia, y el que
tiene que recibir el anuncio no quiera recibirlo, tiene sus consecuencias y, a
veces, consecuencias muy serias.
La tarea de hacer presente a Cristo, de anunciar la venida del Señor, no es una
tarea que se realiza de una forma misteriosa, extraña, sino que es una tarea
que se lleva a cabo de una manera particular a través de las mediaciones
humanas. Es decir, por medio de diversos precursores que Dios nos va mandando.
Sin embargo, cuántas veces el precursor puede no ser recibido, como lo vemos en
el Evangelio, cuando Cristo dice: "Vino Juan, que no comía ni bebía y dijeron:
‘Tiene un demonio’. Viene el Hijo del hombre, y dicen: ‘Ese es un glotón y un
borracho; amigo de publicanos y gente de mal vivir”.
Lo que estos versículos del Evangelio de San Mateo nos dicen es que el
precursor no debe su eficacia ni su fecundidad a si es o no es acogido, a si es
o no es recibido, a si es o no es comprendido, sino que el precursor debe su
fecundidad al hecho mismo de ejercer su tarea de precursor, al hecho mismo de
predicar. O sea, que nosotros en la medida que somos precursores, somos
fecundos, somos eficaces. La verdadera fecundidad de todo hombre y de toda
mujer en esta vida no está sólo en la medida en que consigue que la gente lo
escuche, sino en la medida en que es fiel a su misión. Podrá darse, además, que
los otros escuchen y que reciban su palabra, pero la tarea fundamental de todo
ser humano es, como dice un salmo: "gozarme en la ley del Señor, cumplir
sus mandamientos”.
A cada uno de nosotros el Señor nos manda ser precursores. Y como precursores,
nos toca hablar, nos toca manifestar y nos toca proclamar con nuestro
testimonio lo que es Dios en la vida del hombre. Podemos ser acogidos y
comprendidos y tener grandes éxitos; o por el contrario, podemos no ser
recibidos y encontrar, aparentemente, esterilidad. Sin embargo, como dice Jesús
en la última frase de este Evangelio: "La sabiduría de Dios se justifica a
sí misma por sus obras”.
Es decir, yo no necesito que otro me diga que estoy actuando bien, que está de
acuerdo conmigo, o que el camino que llevo es el correcto; el precursor es
fecundo por el simple hecho de proclamar el mensaje de aquel de quien es
precursor. Cometeríamos un error si pensáramos que porque no vemos los frutos,
estamos siendo infructuosos. Cometeríamos un error si nosotros pensamos que por
el simple hecho de que la gente no nos reciba, no estamos siendo fecundos.
Si nosotros queremos ser verdaderos precursores de Cristo es necesario que
nunca dejemos de entregarnos, que siempre mantengamos con la misma frescura la
donación de nosotros mismos, independientemente de los frutos que veamos. A lo
mejor nos moriremos y no veremos los frutos que queríamos obtener. Sin embargo,
nosotros no sembramos para esta vida, sembramos para la vida eterna:
"Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios [...]. Es como un
árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita”. Los
frutos de Dios —nunca lo olvidemos— con mucha frecuencia son frutos interiores,
son frutos que nacen del corazón y que a veces se quedan en él.
Cada uno de nosotros tiene que pedirle a Dios que nuestras palabras nunca
queden sin fruto. No le pidamos ver los frutos; sólo pidámosle que no seamos
obstáculo para que los frutos que, a través de nosotros tengan que darse, se
puedan dar, porque si así lo hacemos, en nosotros se está cumpliendo lo que
dice la Escritura: "La sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus
obras”.
No busquemos que la sabiduría de Dios se justifique por nuestras obras.
Permitamos que sea el Señor, que viene en esta Navidad, el que justifique las
obras. Hagamos de este Adviento, días de una especial e intensa purificación
interior. Y para lograrlo, hagamos un serio examen para revisar dónde nuestra
vida no está sabiendo ser precursora, y roguemos al Señor para que nunca seamos
una puerta que cierra el paso a los frutos que Él quiere obtener de los demás,
por nuestra mediación.
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