LITURGIA DE LA PALABRA
Hch 4,23-31: Al terminar la oración, los llenó a todos
el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la palabra de Dios
Salmo 2. Dichosos los que se refugian en ti, Señor.
Jn 3,1-8. Si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
Nicodemo nos recuerda a quienes leen la Biblia al pie de la letra, las y los
fundamentalistas. No nos extraña que Nicodemo sea fundamentalista, era fariseo,
tenía autoridad y estaba con miedo. Nicodemo habla en plural, había más gente
de su grupo que creía que Jesús venía de Dios, porque han visto los milagros
que hace. Pero esa fe no le basta a Jesús. El necesita que crean en su proyecto
del reino. Para esto es necesario nacer de nuevo y romper con las ideologías
que nos aprisionan y dejarnos invadir por el Espíritu. Nicodemo está siendo invitado
a sumergirse en la persona, la vida, las opciones y la práctica de Jesús, en
una comunidad de hermanos/as.
Pero el legalismo había echado a perder el espíritu de Nicodemo, lo mismo que
el sacramentalismo echa a perder el sentido del bautismo en nuestros días. Nos
hemos quedado con el agua, las fotos, la fiesta y perdimos el Espíritu. Porque
el sacramentalismo y el ritualismo matan el Espíritu.
Quién pudiera ayudar a nuestra iglesia a nacer de nuevo y a escuchar la
libertad del viento que sopla donde y cuando quiere haciendo nuevas todas las
cosas!
PRIMERA LECTURA.
Hechos 4,23-31
Al terminar la oración, los llenó a todos el Espíritu Santo, y anunciaban con
valentía la palabra de Dios
En aquellos días, puestos en libertad, Pedro y Juan volvieron al grupo de
los suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los
ancianos. Al oírlo, todos juntos invocaron a Dios en voz alta: "Señor, tú
hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contienen; tú inspiraste a tu
siervo, nuestro padre David, para que dijera: "¿Por qué se amotinan las
naciones, y los pueblos planean un fracaso? Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías." Así fue: en
esta ciudad se aliaron Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de
Israel contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, para realizar cuanto tu poder y
tu voluntad habían determinado. Ahora, Señor, mira cómo nos amenazan, y da a
tus siervos valentía para anunciar tu palabra; mientras tu brazo realiza
curaciones, signos y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús."
Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a
todos el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la palabra de Dios.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 2
R/.Dichosos los que se refugian en ti, Señor.
¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso? Se alían
los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su
Mesías: "Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo". R.
El que habita en el cielo sonríe, el Señor se burla de ellos. Luego les habla
con ira,los espanta con su cólera: "Yo mismo he establecido a mi rey en
Sión, mi monte santo." R.
Voy a proclamar el decreto del Señor; él me ha dicho: "Tú eres mi Hijo: yo
te he engendrado hoy. Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión,
los confines de la tierra: los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás
como jarro de loza." R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 3,1-8
El que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios
Había un fariseo llamado Nicodemo, jefe judío. Éste fue a ver a Jesús de noche
y le dijo: "Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro;
porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él."
Jesús le contestó: "Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver
el reino de Dios." Nicodemo le pregunta: "¿Cómo puede nacer un
hombre, siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su
madre y nacer?" Jesús le contestó: "Te lo aseguro, el que no nazca de
agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne
es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya
dicho: "Tenéis que nacer de nuevo"; el viento sopla donde quiere y
oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que
ha nacido del Espíritu."
Palabra del Señor.
Reflexión de la Primera lectura: Hechos de los
Apóstoles 4,23-31. Al terminar la oración, los llenó a todos el Espíritu Santo,
y anunciaban con valentía la palabra de Dios
Puestos en libertad por el sanedrín, los apóstoles se dirigen a casa de
"los suyos" (versículo 23), expresión que parece designar no la
comunidad cristiana sino los demás miembros del cuerpo apostólico. El tema
subyacente de la oración pronunciada durante la reunión es, en efecto, el de la
misión de los apóstoles y de las emboscadas con que tropieza.
La oración de los apóstoles parte de los acontecimientos (versículo 23); es el
fruto de una reflexión sobre los "hechos de vida" y se formula a
partir del momento en que se ha descubierto en ellos claramente la presencia de
Dios.
Comienza con una introducción (vv. 24-25) constituida por una invocación, por
un versículo de salmo (Sal 145, 7) y por una fórmula cultual. Prosigue con un
canto del salmo 2 (versículos 25-26) y se termina con una meditación cristiana
sobre el salmo mencionado (vv. 27-31), en el que la Palabra de Dios en la
revelación es confrontada con la Palabra de Dios en la actualidad.
a) La unidad entre la acción de Dios en los acontecimientos y en su Palabra
está profundamente expresada en esta oración. Ya en la invocación los apóstoles
interpelan a Dios con un título muy raro en el Nuevo Testamento (Amo-Déspota;
cf. Lc 2, 29; Ap 6, 10, oraciones en que se apela, ante todo, al poder de Dios
sobre el curso de los acontecimientos). La cita que hacen a continuación de un
versículo del salmo 145 subraya la acción de Dios en el mundo ("Tu eres
quien ha hecho...", mientras que la fórmula cultual siguiente ("Tu
eres quien ha dicho...") recuerda la eficacia de su Palabra. Los apóstoles
realizan, pues, una confrontación entre el acontecimiento vivido y la Palabra
proclamada. La continuación de la oración lo confirma: primero releen la
Palabra de Dios contenida en el salmo 2. Se trata de un salmo profético y mesiánico
que se han habituado a aplicar al Señor (Act 13, 33; Heb 1, 5; 5, 5), pero
inmediatamente añaden a ese encuentro de Dios en su palabra (vv. 25-26) un
encuentro de Dios en los acontecimientos (vv. 29-30). Pues bien: esta segunda
parte de la oración está tejida de palabras tomadas ya del salmo 2 (amenazas,
servidores, tu palabra), ya del relato mismo del primer proceso de los
apóstoles (seguridad, anunciar tu palabra, nombre, signo).
Así, pues, el hecho de vida (aquí la persecución) es el motivo para la
comunidad de confrontar su situación y la Palabra de Dios, incluso de remitir a
Dios, en oración, la palabra que ha inspirado.
Pero una confrontación de este tipo no puede hacerse si no es a través de la
persona de Jesús. De ahí que los vv. 27-28 constituyan el nudo de la oración:
porque Cristo cumple la Palabra del salmo y es a la vez el acontecimiento
decisivo que ilustra los hechos vitales de la comunidad primitiva es por lo que
los cristianos pueden de ahora en adelante rezar el salmo confrontando la
Palabra de Dios y su experiencia.
Para comprender religiosamente su situación de comunidad perseguida, la Iglesia
de Jerusalén se apoya tan solo en Cristo y su misterio pascual, pero le sitúa
en la encrucijada de la Palabra de Dios y del desarrollo de los acontecimientos
que la dan cumplimiento: los "hechos de vida" y las
"maravillas" de la historia de la salvación encuentran conjuntamente
su elucidación en la persona de Cristo.
b) El objeto mismo de la oración sobre la libertad de hablar (v. 29, reproducido
en el 31). Esa libertad y esa seguridad habían sorprendido a los miembros del
sanedrín (act 4, 13) y Pablo las reivindicará frecuentemente como
características de su ministerio (Act 9, 27-28; 13;46; 14, 3; 18, 26; 19, 8;
26, 26; 28, 31).
Si los apóstoles piden el poder de hacer milagros (v. 30) es porque estiman que
ese poder puede ayudarles psicológicamente a encontrar el valor necesario para
hablar en voz alta. Pero la verdadera fuente de la libertad y del valor es el
Espíritu Santo (v. 31; cf. Act 1, 8; Lc 24, 38-49).
La oración cristiana se sitúa, pues, en la confluencia de la historia de la
salvación encarnada por Jesús y de los hechos de vida encarnados en la Iglesia.
La oración apostólica nos proporciona el ejemplo de dos dimensiones esenciales
de la oración: el aspecto anamnético que repasa la historia de la salvación y
el aspecto epiclético que espera la revelación de esa salvación en la vida
actual. La oración eucarística edificada sobre estas leyes permite comprender
cómo la asamblea litúrgica reúne el presente y el pasado para disponernos mejor
para el futuro.
Por eso no basta hacer memoria de la resurrección para vivir su fe; se necesita
además situarla correctamente en la vida de la Iglesia y de los hombres. Se
trata continuamente de aclimatar, si así puede decirse, la vida del Resucitado
en tal o cual espacio cultural.
-Una vez libres, Pedro y Juan volvieron junto a sus hermanos.
Después del milagro de la curación del tullido, Pedro y Juan pasaron una noche
en la cárcel.
¡El primer Papa en la cárcel! por haber curado a un enfermo y haber anunciado
la resurrección de Jesús. Te ruego Señor, por todos los que están
«encarcelados» por haber dado testimonio de su fe... por todos los que tienen
dificultad en ser testigos, porque el ambiente en que viven es opresivo y
constituye a su alrededor algo así como una cárcel que les impide vivir y
anunciar a Jesucristo.
Los hermanos elevaron la voz hacia Dios: "¿Por qué esa agitación de las
naciones?" (Salmo, 2)
El primer reflejo de esa «comunidad de hermanos» es orar.
No es un grupo humano ordinario, es un grupo que se sitúa delante de Dios.
Inmediatamente, dilucidan la situación en la que viven -¡un arresto de dos de
los suyos!- por medio de la Palabra de Dios. Un salmo muy conocido de todos, el
salmo segundo, les viene espontáneamente a la memoria y a los labios. El suceso
vivido es confrontado a esa Palabra.
«Por qué esas naciones en tumulto, y esos vanos proyectos de los pueblos?
«Se levantaron los reyes de la tierra contra el Ungido del Señor.
«Pero Dios, desde el cielo se sonríe.
"Os anuncio el decreto del Señor: Tú eres mi Hijo... te doy en herencia
las naciones!"
¡Qué valentía y audacia debieron sacar de tales plegarias!
-Efectivamente, en esta ciudad se han aliado Herodes, Poncio Pilato y los
pueblos paganos con Israel...
La aplicación concreta es también inmediata, y sin inquietarse por
preocupaciones diplomáticas. Son pobres. No tienen nada que perder. Se atreven
a enfrentarse al Poder político y religioso dominante.
-Ten en cuenta, Señor, sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar
tu Palabra con valentía.
Hacía poco que este mismo Pedro temblaba de miedo ante unas criadas del sumo
sacerdote.
Y ahora se halla rebosante de audacia y valentía.
Ser apóstol no requiere tener cualidades excepcionales, ni competencias
extraordinarias.
Ninguno de los apóstoles tiene instrucción.
Concede, Señor, a todos los cristianos, a todos los bautizados que sepamos dar
testimonio en todos los ambientes en los cuales vivimos.
-Acabada su oración todos quedaron llenos del Espíritu Santo.
Este estribillo se repite continuamente en los primeros tiempos de la Iglesia.
Es el tiempo del Espíritu. Es el fruto de la resurrección.
¡Señor, elévanos! ¡Señor, envía tu soplo sobre nuestras vidas! ¡Señor, llénanos
de tu Espíritu! y danos la gracia de serle fieles.
En este tiempo pascual, haznos descubrir la devoción al Espíritu Santo.
El espíritu va unido a la plegaria: «acabada su oración...»
Concédenos la perseverancia en la oración para llenarnos del Espíritu.
-Entonces predicaron la Palabra de Dios.
El apostolado, la evangelización, se derivan de ello.
No hay conflicto en ellos entre «contemplación» y «acción».
Pasan sin interrumpir de la oración a la proclamación del Evangelio.
Reflexión del Salmo 2 Dichosos los que se refugian en ti, Señor.
Se trata de un salmo real, así llamado porque tiene como protagonista la
persona del rey. No se dice quién puede ser ese rey, pero probablemente se
trata del rey de Judá, descendiente de David, según la promesa. Los salmos
reales son 11 en total. El salmo 2 celebra la entronización del nuevo rey.
Según la tradición de los pueblos antiguos, el rey era considerado como hijo de
la divinidad. También Israel adoptó esta creencia gracias al influjo de los
grupos defensores de la monarquía. El día de la unción (o toma de posesión del
trono) se consideraba el día en que el monarca era engendrado por Dios. En este
salmo, al rey se le llama Mesías, es decir, Ungido (2) —de hecho se le ungía
con aceite—, e Hijo de Dios (7).
El salmo 2 consta de cuatro partes. En la primera (1-3): se produce un motín
entre los jefes de las naciones (pueblos) sometida al rey de Judá; mediante la rebelión,
pretenden alcanzar la independencia. En el salmo, a estos jefes se les llama
«reyes», «príncipes» y «jueces de la tierra», pues correspondía a los reyes
administrar la justicia. Pretenden acabar con la dominación del rey de Judá. En
la segunda parte (4-6) tenemos la respuesta de Dios. Primero sonríe, después,
enfurecido, responde con cólera, es decir designa y confirma un rey para Judá
en Sión (Jerusalén), la capital. En la tercera parte toma la palabra el nuevo
rey (7-9) para exponer su programa de gobierno. El rey, visto como Hijo de
Dios, recibe de él poder sobre las naciones para gobernarlas con cetro de
hierro y quebrarlas como vasijas de arcilla. En la cuarta parte habla un amigo
del rey, el organizador de la fiesta de entronización. Se dirige a los jefes de
Estado que están presentes, invitándoles a rendir homenaje al Señor en la
persona del nuevo rey (probablemente mediante el gesto de besarle los pies) y a
ser obedientes y sumisos para que, de vuelta a sus países, no caigan en
atentados y perezcan.
Hay dos hipótesis para explicar la última frase (« ¡Dichosos los que en él
buscan refugio!»). Según la primera, este colofón pretendería suavizar la
amenaza final del salmo. De hecho hay otros casos semejantes: no quedaría bien
concluir un salmo con una amenaza. La segunda hipótesis es esta: en algunos
textos antiguos, los salmos 1 y 2 formarían un único salmo que comenzaba y
terminaba de forma semejante (“dichoso” en 1,1 y «dichosos» en 2,12).
En 2,9 hay una imagen significativa. En el día de la toma de posesión del
trono, el rey solía hacer pedazos con su cetro algunas vasijas de barro en las
que se habían escrito los nombres o dibujado las cabezas de los reyes enemigos
de Israel. Si los reyes de esos pueblos sometidos estaban efectivamente presentes
en la fiesta de la entronización, ¿cómo reaccionarían al ver su nombre o su
retrato hecho trizas por el cetro de hierro del rey de Judá? Esta es la razón
por la que, a continuación, se les invita a la sensatez (10). El homenaje que
se rendía al Señor (12) probablemente consistía en besar los pies del rey
recién entronizado. Se trataba de un gesto de sumisión total.
El salmo 2 muestra la existencia de un conflicto entre naciones. Por una parte,
está el rey de Judá y por la otra, los reyes de los pueblos que él domina. En
Judá, la monarquía era dinástica, es decir, se transmitía de padres a hijos. El
inicio de este salmo se refiere probablemente a la rebelión de los reyes
sometidos, con motivo de la muerte del anciano rey de Judá. Quieren aprovechar la
ocasión y recuperar la independencia. Tal vez estén planeando un atentado
contra el sucesor en el día de su entronización, celebración a la que tenían
que asistir. La respuesta de Dios es la unción de un nuevo Mesías y este, en el
día de su toma de posesión, recibe de Dios, su «padre», el poder necesario para
triturar a los pueblos con cetro de hierro. Es inútil querer rebelarse contra
el rey de Judá. En el caso de que los jefes de las naciones intentaran hacer
algo, todo permite suponer que morirían en una emboscada por el camino.
Como puede verse, este y otros salmos reales están contaminados por la
ideología monárquica. El rey de Judá puede explotar y pisotear a otros pueblos
en nombre de Dios. Estos salmos nacieron, sin duda, en el seno de grupos que
apoyaban la monarquía como única forma de gobierno, defendiendo al mismo tiempo
el imperialismo.
En cualquier caso, Dios sigue siendo el aliado de su pueblo, el Dios de la
Alianza, empeñado en defender a Israel de las agresiones de otras naciones. De
hecho, la principal misión del rey de Israel era proteger al pueblo de las
agresiones internacionales y administrar justicia dentro del país. En este
sentido, Dios es su aliado. Pero también es cierto que se trata de un Dios
«hecho a imagen y semejanza del rey y de los poderosos», pues el rey de Judá es
visto como hijo de Dios de modo que todo lo que hace cuenta con la aprobación
de Dios. Más aún, Dios bendice el señorío del rey sobre los pueblos vecinos, si
bien para conducir a los jefes de las naciones al temor de Dios: una religión
impuesta por la espada.
El salmo 2 es uno de los más citados en el Nuevo Testamento. Se presenta a
Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios (Mc 1,1; 8,29; 15,39), pero este cambió
radicalmente el modo de entender y de ejercer el poder (véase el diálogo que
mantiene con Pilato en Jn 18,33-38a). Para él, poder es sinónimo de servicio a
la vida, y una vida para todos (Jn 10,10). El objetivo central de las palabras
y las acciones de Jesús es el Reino. Pero el reino de Dios no consiste en la
dominación de los débiles a manos de los fuertes, sino en ponerse al servicio
de la vida. Jesús, por tanto, quebró la espina dorsal de la ideología
monárquica presente en el salmo 2, dando una nueva dimensión al poder. De este
modo desautorizó para siempre los imperialismos. No olvidemos que murió a manos
de quienes detentaban el poder.
El salmo 2 sólo puede rezarse bien si tenemos en consideración el
comportamiento de Jesús como rey. Para él, «poder» significó «servicio» y
«amor» hasta la entrega total de la propia vida. Hoy en día, los enemigos de la
humanidad son la violencia, la dominación de los débiles por parte de los
poderosos, los abusos de poder, las innumerables formas de exclusión y de
muerte (de las personas y del medio ambiente), todo aquello que impide a la
gente disponer de libertad y de vida. Si rezamos este salmo sin mirar a Jesús,
acabaremos por legitimar el dominio de unas naciones contra otras, la
supremacía de una raza o nación sobre las demás, impidiendo que se realice de
manera efectiva la libertad de los pueblos.
Reflexión primera del Santo Evangelio: Juan 3,1-8. Si uno no nace de nuevo,
no puede ver el reino de Dios.
El encuentro de Jesús con Nicodemo contiene el primer discurso del
ministerio público del Señor y tiene una gran importancia en Juan. El tema
fundamental es el camino de la fe. El evangelista lo presenta a través de un
personaje, representante del judaísmo, que, en realidad, por ser un verdadero
israelita, cree sólo en los signos- milagros y, en virtud de esta débil fe, le
resulta difícil elevarse para acoger la revelación del amor que propone Jesús
(v. 11). Estamos frente a la doctrina de Jesús sobre el misterio del “nuevo
nacimiento”, sobre la fe en el Hijo unigénito de Dios y sobre la salvación o la
condena del hombre que recibe o rechaza la Palabra de Jesús.
La composición del fragmento se fija primero en la ambientación del coloquio
(vv. 1s) y, a continuación, presenta el diálogo sobre el misterio del “nuevo
nacimiento” (vv. 3-8). El itinerario de fe de Nicodemo empieza en su
disponibilidad, que llega incluso a captar algunas consecuencias a partir de
los signos realizados por Jesús. Con todo, anda todavía muy lejos de captar su
significado interior y el misterio de la persona de Cristo. Jesús, con una primera
y una segunda revelaciones, desbarata la lógica humana del fariseo y lo
introduce en el misterio del Reino de Dios, que está presente y obra en su
persona: “El que no nazca de lo alto... Si no nace del agua y del Espíritu...”
(vv. 3.5). Se trata de un nacimiento del Espíritu que sólo Dios puede poner en
marcha en el corazón del hombre con la fe en la persona de Jesús (cf. Jn 1,12;
Ez 36,25-27; Is 32,15; Jl 3,1s). Para entrar en el Reino hacen falta dos cosas:
el agua, esto es, el bautismo, y el Espíritu que permite hacer brotar la fe en
el creyente. Nicodemo, para pasar de la fe endeble a la fe adulta, debe
aprender antes a ser humilde ante el misterio, a hacerse pequeño ante el único
Maestro, que es Jesús.
Frente a la persecución, los primeros cristianos se pusieron a orar. No para
ser liberados de las molestias de la persecución, sino para no dejarse bloquear
por los obstáculos y para no perder el valor de anunciar la Palabra. El
resultado es la venida del Espíritu Santo, que les infunde energía y audacia.
Para la evangelización se impone la oración, mucha oración. Y es que la
evangelización es obra del Espíritu, que toca no sólo los corazones de los
oyentes, sino también el corazón, a veces tibio y vacilante, de los
anunciadores.
¿Rezo de verdad por la difusión del Evangelio? ¿Rezo para tener la misma
parresía de los primeros apóstoles y discípulos? ¿Estoy verdaderamente
convencido de que, sin el Espíritu Santo, resuena vacío el anuncio? Los santos
oraban antes, durante y después del anuncio para que el Espíritu Santo tuviera
libre curso. Otra pregunta: «Pertenezco yo también a esos que dedican una gran
cantidad de tiempo a confeccionar planes y proyectos pastorales y “pierden”
¿poco tiempo en la oración?».
Hoy debería examinarme sobre el tipo de oración que practico: ¿está más
orientada a la segunda o a la primera parte del Padrenuestro? ¿Está más
orientada a mis necesidades o a las de las personas que conozco, o a la
difusión del Evangelio, al «venga a nosotros tu Reino», a la difusión de la
«Buena Noticia» en el mundo? El tipo de la oración que practico expresa la
calidad evangélica de mis preocupaciones. ¿Hay sitio en ella para la difusión
de la Palabra? ¿Incluso para la difusión en la que no participa mi grupo o yo
mismo?
Reflexión segunda del Santo Evangelio: Jn 3,1-8. Nacer del agua y del
Espíritu.
Nicodemo como figura. El relato tiene un trasfondo de catequesis bautismal.
Esto indica que más allá del acontecimiento histórico hay un mensaje que nos
afecta a los cristianos de todos los tiempos.
Nicodemo es figura del judío sincero, pero al que le falta el Espíritu de la
nueva Alianza. Es también figura del cristiano bautizado en agua, cumplidor y
honrado, pero que no está bautizado en el Espíritu, del cristiano al que le falta
el espíritu de hijo de Dios. Nicodemo es un fariseo honrado, justo e inquieto.
Al contrario que sus compañeros, que consideran a Jesús endemoniado (Mt 12,24),
él está abierto a los signos de Dios; por eso acude a Jesús. Pero sufre las
patologías propias de la espiritualidad farisaica: el formalismo en sus
prácticas religiosas y la autocomplacencia por su honorabilidad moral. Se cree
autojustificado. No entiende lo que es eso de “nacer de nuevo”. Es cobarde; no
se atreve a dar la cara, no quiere arriesgarlo todo, porque confía sólo en sus
fuerzas; por eso se entrevista con el rabí de Nazaret embozado en la oscuridad.
¿Puede dudar alguien de la rigurosa actualidad de esta figura en el seno mismo
de la Iglesia? ¿No existen muchos Nicodemos, personas correctas en su
comportamiento humano, cumplidoras en lo religioso, bautizadas en “agua”, pero
con una vivencia religiosa apagada, de “cumplimientos” y de mínimos? ¿Soy yo,
quizá, de ellos? Esto es no estar bautizados en el Espíritu.
“Nacer de nuevo”. ¿Qué reclama Jesús para que Nicodemo y todos puedan ver e
integrar el Reino de Dios que él ofrece? No sólo el cumplimiento de
obligaciones morales o de un ritual religioso, sino nada más y nada menos que
nacer de nuevo (Jn 3,3). La conversión que Jesús propone no es sólo moral,
cambio de costumbres, sino cambio de corazón, suplantar “el corazón de piedra
por un corazón de carne” (Ez 36,26); no es sólo “hacer” otras cosas, sino “ser”
otras “criaturas nuevas” (2 Co 5,17), renacer (1 P 2,2).
Esto es lo que dice Pablo a los miembros de sus comunidades: “Despojaos,
respecto a la vida de antes, de la vieja condición humana que se iba
desintegrando seducida por los bajos deseos, cambiad vuestra actitud mental y
revestíos de una nueva condición creada a imagen de Dios” (Ef. 4,22-23; Col
3,10; Gá 3,27).
El hombre nuevo que hemos de ser es el mismo Cristo viviendo en nosotros.
¡Sorprendente misterio El hombre “espiritual” que Cristo quiere formar en
nosotros ha de suplantar al hombre “carnal” que vive a impulsos del egoísmo:
“Dios los eligió a que reprodujeran los rasgos de su Hijo, de modo que éste
fuera el mayor de una multitud de hermanos”! (Rm 8,29). Es lo que recuerda la
imposición de la túnica blanca: “Ya eres nueva criatura y has sido revestido de
Cristo”.
La interminable tarea del discípulo de Jesús es cristificarse, hacer que Cristo
crezca más y más en nosotros. Pablo escribe: “Procurad tener los mismos
sentimientos que Cristo” (Flp 2,5); “como elegidos y predilectos de Dios,
vestíos de ternura entrañable, de agrado, humildad, sencillez, tolerancia,
perdón y amor mutuo” (Col 3,12-14). La meta del proceso cristificador es poder
llegar a decir con toda verdad como Pablo: “Vivo yo, pero ya no soy yo el que
vive; es Cristo quien vive en mí” (Gá 2,20).
Esto significa: ver con los ojos de Cristo, sentir con su corazón, actuar a
impulsos de su Espíritu de amor filial y fraterno, porque el amor al Padre, al
Hermano y a los hermanos es una misma actitud. Por eso Jesús sintetiza todas
las exigencias de la nueva Alianza en una sola consigna: “Amaos como yo os he
amado” (Jn 13,34).
Jesús habla de “nacer del Espíritu”. La transformación interior no es
primordialmente cuestión de voluntarismo, sino de fe y confianza en la acción
del Espíritu. Es Dios quien promete: “Os daré un corazón nuevo y os infundiré
un espíritu nuevo” (Ez 36,26). De este corazón y espíritu nuevo brotarán
actitudes y obras de amor, de servicio, de compromiso por el Reino (Mt 15,19).
La transformación interior es un milagro continuo del Espíritu a lo largo de
toda la vida. Pablo testifica: “Aunque lo exterior va decayendo, el interior se
renueva de día en día” (2 Co 4,16). Ello requiere humildad: saberse necesitado
de conversión, fe y confianza, es decir, un corazón sencillo y dócil de niño
(Mt 19,14; Mt 11,25). Sólo quien tiene corazón de niño se deja transformar.
Nicodemo y los apóstoles son testimonios vivientes de la fuerza transformadora
del Espíritu, que los hizo hombres nuevos, algo que ellos mismos creían
imposible. Aquel Nicodemo medroso que acude a Jesús clandestinamente, da la
cara en el Calvario (Jn 19,39); aquellos apóstoles traidores se encaran al
sanedrín y “anuncian con valentía la Palabra”. Ahora sí han “nacido del agua y
del Espíritu”. Todo ello supone para el convertido una experiencia de vida
nueva que definen con realismo: “Soy otro/a”.
L. Tolstoi confesaba: “¡Cómo ha cambiado mi vida con mi conversión ¡”. Todo lo
veo de distinta manera. Lo que antes me parecía sin importancia, ahora me
apasiona; y lo que antes me apasionaba fuertemente, ahora me deja indiferente”.
Éste es el nuevo nacimiento que, en la persona de Nicodemo, ofrece Jesús a los
que creen en él.
Reflexión tercera del Santo Evangelio: Jn 3 1-8; 3, 1-21. El dialogo
nocturno con Nicodemo.
También en la segunda gran escena de este episodio, en el diálogo entre Jesús y
Nicodemo, se habla sobre el origen y el destino. Como se dijo, es un coloquio
en el que los interlocutores hablan alternativamente. Pero, típico del
evangelio de Juan, Jesús es siempre más extenso y, finalmente el diálogo
desemboca en un monólogo: un discurso de Jesús, en el cual él comienza a hablar
de sí mismo en tercera persona.
Nicodemo es el nuevo interlocutor. Se lo describe como «uno de los fariseos, un
jefe de los judíos» (3,1). Los fariseos ya los hemos encontrado en el relato
como personas que no quisieron oír la presentación que Juan hizo de sí y que
por ello insistieron: « ¿De dónde tiene Juan el derecho de bautizar?» — ¿Tiene
que ver también con este diálogo el que el bautismo juegue un papel especial?
Es nuevo el hecho de que Nicodemo es un jefe de los judíos; esto destaca el
significado del diálogo. Jesús conversa con una autoridad que habla en nombre
de los judíos y, por eso, se puede dirigir a ella también como tal. Que tuviese
que ver algo con el Templo, no se dice, tampoco resulta del desarrollo de la
conversación. Pero el nexo se establece con las frases introductorias acerca de
que los habitantes de Jerusalén creyeron en virtud de los signos que Jesús
había hecho (cf. 3,2 y 2,23). Además de esto —y desde el contenido más fuerte
aún— están las connotaciones del edificar y derribar el Templo, de hecho de
destruir y resucitar el cuerpo de Jesús, y la condición de que alguien tiene
que nacer «de nuevo» y «desde arriba». El mundo existente es llamado de nuevo a
la existencia desde arriba / existencia de nuevo.
En el plano de la comunicación, el diálogo tiene lugar en dos fases: la primera
parte 3,2-10, en la que los interlocutores están estrechamente referidos
recíprocamente, y la segunda parte 3,11-21, el monólogo de Jesús que, en
principio, está compuesto totalmente en tercera persona.
El comienzo y el final de la primera parte están marcados por distintas
posiciones que asumen ambos «maestros»: Nicodemo dice de Jesús que es un
maestro, y al final Jesús dice, casi como un reproche, que Nicodemo es un
maestro que no sabe las cosas principales. Es decir: Jesús es reconocido como
maestro por un jefe de Israel, pero Jesús cuestiona que Nicodemo sea un maestro
de Israel: un diálogo polémico entonces, en el que los papeles se intercambian.
Que pueda llegarse a dicho intercambio tiene que ver con la posición que asume
Nicodemo, y desde la cual no puede comprender.
Comienza con una confesión sobre Jesús (3,2), que desde el punto de vista del
autor es correcta. En efecto, él habla de Jesús tal como el autor del libro
piensa que se debe pensar de éste: Jesús es un maestro, que viene de Dios; Dios
está con Jesús y, por ello, pone a Jesús en la posición de hacer los signos que
hace.
Pero luego, cuando Jesús entra a desarrollar las consecuencias de este origen
divino para Nicodemo, para los judíos, para los hombres:
— que (también) ellos «tienen que nacer de arriba»
— que «tiene que nacer del agua y del Espíritu»
— que el origen y el destino del mismo son tan misteriosos como él desde dónde
y el hacia dónde del soplar del viento.
Entonces Nicodemo ya no sabe decir nada más que todo eso le parece
incomprensible: « ¿Cómo puede una persona ya adulta nacer de nuevo?» (3,4), «
¿cómo puede ser esto?» (3,9). Esta resistencia produce que también desaparezca
su confesión inicial: ¿puede ser que Nicodemo no esté dispuesto a creer en las
palabras de Jesús?
Así pues, nuevamente un malentendido. Se comienza con una frase enigmática, una
frase que sólo puede entenderse en griego, pues sólo en griego se da el doble
sentido de: hay que nacer «de nuevo» y/o «desde arriba». Nicodemo entiende mal
la frase: « ¿Cómo puede alguien nacer “de nuevo” y desarrollarse de nuevo como
pequeña simiente en el seno materno para llegar a ser hombre y luego nacer
nuevamente?» (3,4), dice él y con ello toma el camino del malentendido. El
interpreta la ambigüedad como imposibilidad.
Jesús tiene paciencia con él y le explica lo que piensa: «Si alguien no nace
del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios» (3,5), una frase
que constituye un paralelo a la primera frase de Jesús: «Si alguien no ha
nacido de nuevo/de arriba» (3,3). Dado que sólo pocos exégetas comprenden la
frase explicativa de Jesús sobre el trasfondo de las visiones fisiológicas de
la sexualidad humana en la cultura de entonces, se dan en la exégesis muchas
comprensiones que no pueden resistir la prueba de la crítica. Para entender la
frase de Jesús (de Juan), hay que saber que la expresión «agua y espíritu»
—ciertamente en el contexto en la cual se emplea aquí y en el que se habla de
«nacer» y «seno materno»— vale como circunloquio fisiológico del «semen
masculino». Desde Aristóteles hasta Galeno (y mucho después aún) «agua y
espíritu» es una usual perífrasis del esperma. Los autores sólo se distinguen
porque aprecian de manera distinta el concepto «espíritu», conforme a lo que en
su opinión deba entenderse por «pneuma»: Aristóteles dice que «es aire
caliente»; Zenón, el estoico, que «es una chispa del fuego de las estrellas»;
Filón dice que «es el aliento de Dios, que da vida».
Y lo mismo sucede en este texto de Juan donde Jesús, según su explicación,
continúa con la frase: «Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del
Espíritu es espíritu» (3,6), para dejar claro que conforme al origen hay dos
nacimientos distintos: un nacimiento de la carne y un nacimiento del Espíritu.
Por un lado está el nacimiento desde el seno materno y de la carne, que tiene
lugar una vez por todas y que no puede volverse atrás. El hombre es un ser
efímero, corrompible y perecedero: nacido del seno materno el hombre envejece;
la carne produce carne. Por otro lado está el nacimiento del Espíritu (de
Dios), que puede tener lugar en medio de la vida; el cual, dado que la simiente
de Dios está en el origen, tiene también a Dios como destino; él lleva en sí la
promesa de ser permanente y para siempre. Nacer «de nuevo/de arriba» sólo puede
tener lugar por «el agua y el Espíritu (de Dios)», por la simiente de Dios
mismo.
La primera parte de este diálogo termina con la frase enigmática sobre el
viento (igual a, pneuma en griego): «El viento sopla donde quiere y oyes su
voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va: así es con aquel que ha nacido
del Espíritu». El punto de comparación parece ser el hecho que así como el
origen y el destino del viento permanecen desconocidos, esto mismo permanece
desconocido para Nicodemo (¿pero no para el resto de los hombres?) en el caso
de quien ha nacido del Espíritu. En tanto que Nicodemo no pueda comprender lo
que Jesús ha dicho acerca de «nacer desde arriba/del agua y del Espíritu»,
permanecen desconocidos para él el origen y el destino de tal persona.
Una dura frase conclusiva cierra la discusión: «Cómo pueden suceder tales
cosas?» pregunta Nicodemo a Jesús, y Jesús dice: «Tú eres maestro en Israel y,
¿no conoces estas cosas?» (3,9.10). Esto deja a los lectores un tanto
perplejos: ¿qué pasa con Nicodemo?, ¿permanece intencionalmente como el
conductor ignorante de los judíos que, en nombre de los fariseos, continúa
provocando dificultades?
Reflexión cuarta del Santo Evangelio: Jn 3 1-8.La unidad entre la acción de
Dios en los acontecimientos y en su Palabra
Puestos en libertad por el sanedrín, los apóstoles se dirigen a casa de
"los suyos" (versículo 23), expresión que parece designar no la
comunidad cristiana sino los demás miembros del cuerpo apostólico. El tema
subyacente de la oración pronunciada durante la reunión es, en efecto, el de la
misión de los apóstoles y de las emboscadas con que tropieza.
La oración de los apóstoles parte de los acontecimientos (versículo 23); es el
fruto de una reflexión sobre los "hechos de vida" y se formula a
partir del momento en que se ha descubierto en ellos claramente la presencia de
Dios.
Comienza con una introducción (vv. 24-25) constituida por una invocación, por
un versículo de salmo (Sal 145, 7) y por una fórmula cultual. Prosigue con un
canto del salmo 2 (versículos 25-26) y se termina con una meditación cristiana
sobre el salmo mencionado (vv. 27-31), en el que la Palabra de Dios en la
revelación es confrontada con la Palabra de Dios en la actualidad.
a) La unidad entre la acción de Dios en los acontecimientos y en su Palabra
está profundamente expresada en esta oración. Ya en la invocación los apóstoles
interpelan a Dios con un título muy raro en el Nuevo Testamento (Amo-Déspota;
cf. Lc 2, 29; Ap 6, 10, oraciones en que se apela, ante todo, al poder de Dios sobre
el curso de los acontecimientos). La cita que hacen a continuación de un
versículo del salmo 145 subraya la acción de Dios en el mundo ("Tu eres
quien ha hecho...", mientras que la fórmula cultual siguiente ("Tu
eres quien ha dicho...") recuerda la eficacia de su Palabra. Los apóstoles
realizan, pues, una confrontación entre el acontecimiento vivido y la Palabra
proclamada. La continuación de la oración lo confirma: primero releen la
Palabra de Dios contenida en el salmo 2. Se trata de un salmo profético y
mesiánico que se han habituado a aplicar al Señor (Act 13, 33; Heb 1, 5; 5, 5),
pero inmediatamente añaden a ese encuentro de Dios en su palabra (vv. 25-26) un
encuentro de Dios en los acontecimientos (vv. 29-30). Pues bien: esta segunda
parte de la oración está tejida de palabras tomadas ya del salmo 2 (amenazas,
servidores, tu palabra), ya del relato mismo del primer proceso de los
apóstoles (seguridad, anunciar tu palabra, nombre, signo).
Así, pues, el hecho de vida (aquí la persecución) es el motivo para la
comunidad de confrontar su situación y la Palabra de Dios, incluso de remitir a
Dios, en oración, la palabra que ha inspirado.
Pero una confrontación de este tipo no puede hacerse si no es a través de la
persona de Jesús. De ahí que los vv. 27-28 constituyan el nudo de la oración:
porque Cristo cumple la Palabra del salmo y es a la vez el acontecimiento
decisivo que ilustra los hechos vitales de la comunidad primitiva es por lo que
los cristianos pueden de ahora en adelante rezar el salmo confrontando la
Palabra de Dios y su experiencia.
Para comprender religiosamente su situación de comunidad perseguida, la Iglesia
de Jerusalén se apoya tan solo en Cristo y su misterio pascual, pero le sitúa
en la encrucijada de la Palabra de Dios y del desarrollo de los acontecimientos
que la dan cumplimiento: los "hechos de vida" y las
"maravillas" de la historia de la salvación encuentran conjuntamente
su elucidación en la persona de Cristo.
b) El objeto mismo de la oración sobre la libertad de hablar (v. 29,
reproducido en el 31). Esa libertad y esa seguridad habían sorprendido a los
miembros del sanedrín (act 4, 13) y Pablo las reivindicará frecuentemente como
características de su ministerio (Act 9, 27-28; 13;46; 14, 3; 18, 26; 19, 8;
26, 26; 28, 31).
Si los apóstoles piden el poder de hacer milagros (v. 30) es porque estiman que
ese poder puede ayudarles psicológicamente a encontrar el valor necesario para
hablar en voz alta. Pero la verdadera fuente de la libertad y del valor es el
Espíritu Santo (v. 31; cf. Act 1, 8; Lc 24, 38-49).
La oración cristiana se sitúa, pues, en la confluencia de la historia de la
salvación encarnada por Jesús y de los hechos de vida encarnados en la Iglesia.
La oración apostólica nos proporciona el ejemplo de dos dimensiones esenciales
de la oración: el aspecto anamnético que repasa la historia de la salvación y
el aspecto epiclético que espera la revelación de esa salvación en la vida
actual. La oración eucarística edificada sobre estas leyes permite comprender
cómo la asamblea litúrgica reúne el presente y el pasado para disponernos mejor
para el futuro.
Por eso no basta hacer memoria de la resurrección para vivir su fe; se necesita
además situarla correctamente en la vida de la Iglesia y de los hombres. Se
trata continuamente de aclimatar, si así puede decirse, la vida del Resucitado
en tal o cual espacio cultural.
-Una vez libres, Pedro y Juan volvieron junto a sus hermanos.
Después del milagro de la curación del tullido, Pedro y Juan pasaron una noche
en la cárcel.
¡El primer Papa en la cárcel! por haber curado a un enfermo y haber anunciado
la resurrección de Jesús. Te ruego Señor, por todos los que están
«encarcelados» por haber dado testimonio de su fe... por todos los que tienen
dificultad en ser testigos, porque el ambiente en que viven es opresivo y
constituye a su alrededor algo así como una cárcel que les impide vivir y
anunciar a Jesucristo.
Los hermanos elevaron la voz hacia Dios: "¿Por qué esa agitación de las
naciones?" (Salmo, 2)
El primer reflejo de esa «comunidad de hermanos» es orar.
No es un grupo humano ordinario, es un grupo que se sitúa delante de Dios.
Inmediatamente, dilucidan la situación en la que viven -¡un arresto de dos de
los suyos!- por medio de la Palabra de Dios. Un salmo muy conocido de todos, el
salmo segundo, les viene espontáneamente a la memoria y a los labios. El suceso
vivido es confrontado a esa Palabra.
«Por qué esas naciones en tumulto, y esos vanos proyectos de los pueblos?
«Se levantaron los reyes de la tierra contra el Ungido del Señor.
«Pero Dios, desde el cielo se sonríe.
"Os anuncio el decreto del Señor: Tú eres mi Hijo... te doy en herencia
las naciones!"
¡Qué valentía y audacia debieron sacar de tales plegarias!
-Efectivamente, en esta ciudad se han aliado Herodes, Poncio Pilato y los
pueblos paganos con Israel...
La aplicación concreta es también inmediata, y sin inquietarse por
preocupaciones diplomáticas. Son pobres. No tienen nada que perder. Se atreven
a enfrentarse al Poder político y religioso dominante.
-Ten en cuenta, Señor, sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar
tu Palabra con valentía.
Hacía poco que este mismo Pedro temblaba de miedo ante unas criadas del sumo
sacerdote.
Y ahora se halla rebosante de audacia y valentía.
Ser apóstol no requiere tener cualidades excepcionales, ni competencias
extraordinarias.
Ninguno de los apóstoles tiene instrucción.
Concede, Señor, a todos los cristianos, a todos los bautizados que sepamos dar
testimonio en todos los ambientes en los cuales vivimos.
-Acabada su oración todos quedaron llenos del Espíritu Santo.
Este estribillo se repite continuamente en los primeros tiempos de la Iglesia.
Es el tiempo del Espíritu. Es el fruto de la resurrección.
¡Señor, elévanos! ¡Señor, envía tu soplo sobre nuestras vidas! ¡Señor, llénanos
de tu Espíritu! y danos la gracia de serle fieles.
En este tiempo pascual, haznos descubrir la devoción al Espíritu Santo.
El espíritu va unido a la plegaria: «acabada su oración...»
Concédenos la perseverancia en la oración para llenarnos del Espíritu.
-Entonces predicaron la Palabra de Dios.
El apostolado, la evangelización, se derivan de ello.
No hay conflicto en ellos entre «contemplación» y «acción».
Pasan sin interrumpir de la oración a la proclamación del Evangelio.
Elevación Espiritual para este día.
La oración, sea personal o eclesial, no debe ser considerada, en primera
instancia, como fuente psicológica de fuerza “beber en las fuentes”, «aprovisionarse»
y otras fórmulas al uso), sino como el acto de adoración, debido al amor, que
da gloria. En este acto busca el hombre, de manera prioritaria, responder
desinteresadamente al amor de Dios, y de este modo da testimonio de que ha
comprendido la manifestación divina del amor.
Reflexión Espiritual para el día.
La Iglesia ha sido llamada a anunciar la Buena Nueva de Jesús a todos los
pueblos y a todas las naciones. Además de las muchas obras de misericordia con
las que la Iglesia debe hacer visible el amor de Jesús, debe anunciar también
con alegría el gran misterio de la salvación de Dios, a través de su vida, del
sufrimiento, de la muerte, de la resurrección de Jesús.
La historia de Jesús ha de ser proclamada y celebrada. Algunos la escucharán y
se alegrarán, otros permanecerán indiferentes, y otros aún se mostrarán
hostiles. La historia de Jesús no siempre será aceptada, pero hemos de
contarla. Nosotros, los que conocemos esa historia e intentamos vivirla,
tenemos la gloriosa tarea de contarla a los otros. Cuando nuestras palabras
nacen de un corazón lleno de amor y de gratitud, dan fruto, tanto si lo vemos
como si no.
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia y
el Magisterio de la Santa Iglesia: Nicodemo
Entre los fariseos había un personaje judío llamado Nicodemo. Este fue de noche
a ver a Jesús y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como
maestro, porque nadie puede hacer señales milagrosas como las que tú haces, a
no ser que Dios esté con él.» Jesús le contestó: «En verdad te digo que nadie
puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo desde arriba.» Nicodemo le dijo:
« ¿Cómo renacerá el hombre ya viejo? ¿Quién volverá al seno de su madre?»Jesús
le contestó: «En verdad te digo: El que no renace del agua y del Espíritu no
puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, y lo que
nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Necesitan
nacer de nuevo desde arriba. El viento sopla donde quiere, y tú oyes su
silbido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo le sucede al que
ha nacido del Espíritu.» Nicodemo volvió a preguntarle: « ¿Cómo puede ser eso?»
Respondió Jesús: «Tú eres maestro en Israel, y ¿no sabes estas cosas?
"La Palabra de Dios es una invitación a nosotros para comulgar juntos en
la Verdad...La Palabra de Dios es, finalmente, Dios mismo, lo más vivo, lo más
entrañable de su ser: su Hijo unigénito, de la misma naturaleza que Él, enviado
por Él al mundo para redimirlo, y así nos lo dice desde el cielo, dirigiéndose
a la Palabra, que mora en la tierra: Este es mi Hijo amado, ¡escuchadle! (Mt
17,5)".
Los encuentros que Jesús tiene con distintos personajes, y que aparecen
narrados en los Evangelios, no son meras historias de hechos pasados que nada
tienen que ver con nosotros. Son los misterios de la vida de Cristo que se
vuelven experiencia en la vida de los cristianos. Ellos rápidamente nos
interpelan; como a Pedro, Jesús nos pregunta: ¿Me amas? (Jn 21,15). El Señor
siempre pregunta en el Amor, aún después de la traición, aún después del
abandono. El amor es curativo, al confesarlo comienza sanando nuestros males,
va disipando en nosotros el temor descubriéndonos su rostro misericordioso.
Inmediatamente podemos responder afirmativamente al Señor, y en realidad, este
sí, encubre una serie de condicionamientos que no se expresan, y que ocultan
mucha oscuridad que se resiste a dejarse amar por el Señor.
En estos balbuceos iniciales con el Señor, vamos como Nicodemo, ocultándonos
por lo que representamos para los demás. Brotan en nuestra mente los
comentarios que surgirán si esto se hace público y nos interrogamos diciendo:
¿Qué van a pensar de mí? Sentimos miedo o vergüenza de ser vistos con el Señor.
Ir por la noche (Jn 3,2) a ver a Jesús, manifiesta la ausencia de una
respuesta. La noche oculta nuestro rostro, también nuestro destino, en la noche
trágica del huerto de los Olivos, Jesús recibe la respuesta de un beso (Mt
26,48) que lo traiciona. El beso más amargo que la historia conoció y que
indicó al autor de la vida, como un ladrón nocturno.
Vivir en la noche, supone sentirse cómodo en esa especie de anonimato, en donde
los rostros sombríos se tornan desconocidos. La noche se resiste a la luz, no
quiere que se iluminen sus secretas intenciones.
¿Cuántas vidas de fe se ocultan por temor o vergüenza? ¿Cuántas veces nuestra
vida de fe ha sido reprendida por una voz desconocida (el enemigo),
invitándonos a ocultarnos en la noche?
Hay que pedir al Señor la gracia del testimonio, es un gran desafío vencer el
anonimato en la vida de fe. El Señor nos ha enviado, fortalecidos por el
Espíritu Santo, para que seamos sus testigos. Ningún ámbito de la vida queda al
margen del testimonio que debemos dar del Señor, en su doble vertiente: anuncio
explícito y testimonio de vida. Debemos iluminar con la fe las realidades de la
vida cotidiana y elevarlas como ofrenda al Señor.
Nicodemo está frente a Jesús. Ha ido hasta Él, movido tal vez por un sin fin de
motivos: curiosidad, búsqueda, intuición, reconocimiento de una cierta
presencia de Dios en Jesús (nadie puede hacer lo que tú haces si Dios… Jn3,2),
estos elementos que se encuentran en su corazón son los que deben salir de la
oscuridad, para ponerse delante de la luz que todo lo penetra.
En el corazón de Nicodemo a partir de aquella noche se ha desatado una batalla,
algo lo ha atraído, un débil rayo que ha penetrado por algún resquicio de su
existencia ha comenzado a invadirlo totalmente. La oscuridad de Nicodemo
contrasta con la luz que viene de Jesús. Él está allí esperando que Nicodemo se
deje amar. Podemos decir con San Agustín "¡Señor, Señor! ¿Con qué modos y
de qué manera te insinuaste en aquel corazón?".
Nicodemo para ir (Jn 3,2), ha tenido que vencer la resistencia que siempre se
hace presente, si uno quiere ver a Jesús. Como buen maestro de la ley, es un
entendido en las cosas de Dios, ha tenido que aceptar una palabra distinta y
distante de la que él lleva. Una palabra que le habla de un Dios al que cree
conocer. En su acercamiento a Jesús le llama maestro. Nosotros podríamos decir,
y lo escuchamos bastante a menudo; hombre bueno, idealista grande; el joven
rico, yendo más allá, lo cualifica llamándolo "maestro bueno". Pero
en todas esta afirmaciones hay algo fundamental que está ausente, ninguna de
ellas lo involucra totalmente, aún Nicodemo no puede llamarlo como María de
Magdala, "mi maestro" (Jn 20,16), tampoco surge de su corazón la
confesión de Tomás al verlo resucitado, "Dios mío y Señor mío" (Jn
20,28).
En nuestras noches, muchas veces se oculta esa ausencia de vínculo. El modo por
el cual lo llamamos se asienta en nuestra fe. Ella moldea en nuestro corazón
esa forma íntima de llamar a Jesús.
Tal vez, alguno de nosotros ha salido de la oscuridad de su vida para ir a ver
a Jesús, con todo el peso que ello comporta, venciendo el miedo, la vergüenza y
toda la presión ambiental que nos propone una infinita gama de entretenimientos
para liberarnos de la trivial tarea de buscarle un sentido a nuestra vida. Y a
pesar de no poder percibirlo, ese primer movimiento ha venido de Dios. Es Él
quien toma la iniciativa, es su presencia silenciosa en nuestra existencia la
que nos ha movido, Él Padre nos atrae hacia Jesús. Está en medio de nosotros y
actúa. Una voz interior (Espíritu Santo) nos lo indica (Jn 1,29) como el dedo
de Juan Bautista, ve hacia Él. "Como un imán, por la fuerza de su misión,
se sitúa en el centro para que todo, voluntaria o involuntariamente, sea
atraído a Él (Jn 12,32) para salvación o condenación”
Nicodemo tiene, como tantos "maestros", lo que hemos dado en llamar:
un "cómo" resistente (Jn 3,4.9). A pesar de que acepta ser llamado
maestro, ejercicio por el cual guía a otros, "no sabe" (Jn 3,10),
podría caberle a él perfectamente la advertencia del Señor, de estar en las cosas
de Dios, como "ciego que guía a otro ciego". Ese "cómo" con
el que iniciará todas sus preguntas, oficia de escudo protector ante la
irrupción de Dios en su vida. Por otra parte, cualquiera puede argumentar que
Nicodemo es un hombre creyente, cabe la pregunta ¿de qué se protege?
Nicodemo se resiste a un Dios que se manifiesta así, es al modo de manifestarse
de Dios. Su respuesta e incomprensión hacen presente la resistencia de Israel.
También María como hija predilecta de Sión utilizará la misma palabra para
comenzar su pregunta. « ¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?»(Lc 1,35).
¿Dónde está, entre Nicodemo y María, la diferencia? La diferencia se encuentra
en la respuesta, mientras que Nicodemo persiste en su resistencia, cuestionando
el modo de manifestarse de Dios y esto lo hace obstinadamente, María responde
aceptando al Dios que viene de ese modo.
Estas actitudes arquetípicas, expresadas en María y Nicodemo, permanentemente
se hallan presente en los interminables encuentros que Jesús tiene con los
hombres. Dios visita en su pueblo a sus hijos, invitándolos a volver a la casa
paterna, y estos en muchas oportunidades no reconocen en estos hechos la
presencia de Dios. Intentan someter la acción de Dios a la comprensión de su
inteligencia humana.
El Dios que Nicodemo lleva en su corazón nunca lo sorprende. Él es capaz de
realizar si fuera necesario un mapa, marcando las rutas de Dios y aclarando sus
trayectos. Se lo puede caricaturizar diciendo, que se parece bastante a uno de
esos tantos recorridos que realizan nuestros ómnibus (colectivos, bus), siempre
transitan por el mismo lugar. De no ser así, surge la sospecha, ¿esto no es de
Dios? Nicodemo ha reconocido algo de Dios presente en las cosas que Jesús obra,
pero, aún no ha reconocido a Jesús como Dios, permanece sin aceptar su
testimonio (Jn 3,11-21).
En nuestras vidas hay vestigios de este comportamiento, muchas veces queremos
que Dios nos adelante el recorrido que va a realizar. Más de una vez,
escuchamos este reproche, ¿cómo me pudo ocurrir esto?, es una expresión
especialmente utilizada cuando no reconocemos la presencia de Dios en aquello
que nos toca vivir.
La ciencia, el naturalismo y el racionalismo entre otras corrientes del
pensamiento moderno y post-moderno, presentan ésta dificultad, Dios debe
manejarse con sus parámetros, con sus reglas, de no ser así, no existe. Las
leyes que rigen a estos sistemas de pensamiento deben contener a Dios. Da pena
ver que los que van detrás de estas posturas, no aprenden de aquellos modestos
animales que junto al pesebre saludaban la irrupción de Dios en el mundo.
La historia de Jesús con Nicodemo suscita algunas preguntas ¿qué ocurrió con
aquel hombre que fue por la noche a ver a Jesús?, ¿en el corazón de Nicodemo
triunfó la noche? .En este caso se puede develar la incógnita. Nicodemo es uno
de los dos que piden para bajar el cuerpo muerto de Jesús de la Cruz (Jn
19,39).
Ya poco importa que esto ocurra en Jerusalén, donde habitualmente matan a
los" profetas" (Lc 13,34), que sea el lugar de residencia de las
autoridades político-religiosas que fueron las que lo condenaron. Nicodemo ha
pasado por encima de todas esas dificultades, se ha dejado sorprender una vez
más por ese Dios del que Jesús le habló aquella noche. Sabe que el amor de Dios
es capaz de una entrega así, eso lo ha alentado a ir más allá de sí, lo ha fortalecido
para ir saliendo de la noche. Resuena en su corazón el eco de aquellas palabras
de Jesús: "tienes que nacer de lo alto" (Jn 3,7).
Nicodemo en su peregrinar comprendió que el nacimiento de los discípulos del
Señor estaba unido a la cruz. Al testimonio de un amor más fuerte que la
muerte, al testimonio de un amor hasta el extremo. Había logrado reconocer que
todas estas realidades estaban en Jesús. Llevaba en sus manos mirra y aloe,
para ungir y dignamente sepultar a Jesús. Cuantos recuerdos se agolparían en la
mente de Nicodemo, pero evidentemente lo ocurrido aquella noche tendría un
lugar especial. Aquel modo anónimo, por la hora de su llegada y el temor de ser
visto con Jesús, lo encontraba ahora como testigo de la entrega del amor de
Dios.
La sombra de la Cruz se posaba sobre él como una antorcha luminosa que iba
respondiendo a sus preguntas. Estas iban desapareciendo, había pasado de la
resistencia de Israel a la aceptación de María. Estar allí no era una carga
sino un privilegio, tal vez sin saberlo desde aquella noche, Dios lo había
estado preparando, para vencer ese modo anónimo de estar presente ante la Cruz
de Jesús.
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