En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a
los ancianos del pueblo: "¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos
hijos fue a ver al primero y le ordenó: 'Hijo, ve a trabajar hoy en la viña'.
Él le contestó: 'Ya voy, señor', pero no fue. El padre se dirigió al segundo y
le dijo lo mismo. Éste le respondió: 'No quiero ir', pero se arrepintió y fue.
¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?". Ellos le respondieron:
"El segundo".
Entonces Jesús les dijo: "Yo les aseguro que los
publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de
Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le
creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; ustedes,
ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en
él"
Reflexión:
Jesús conoció una sociedad
estratificada, llena de barreras de separación y de discriminaciones. En ella
encontramos judíos que pueden entrar en el templo y paganos excluidos del
culto; personas “puras” y personas “impuras”; hombres piadosos, observantes de
la ley y “gentes malditas”; personas sanas bendecidas por Dios y enfermos
malditos de Yhavé; personas justas y hombres y mujeres pecadores…
Y la actuación de Jesús en medio de
aquella sociedad resulta tan sorprendente que aún hoy nos resistimos a aceptarla.
No adopta la postura de los
fariseos, que evitan todo contacto con impuros y pecadores, sino que se acerca
precisamente a los discriminados, con una insistencia provocativa, repitiendo
una y otra vez que los “últimos serán los primeros”, que “los publicanos y las
prostitutas van delante de los justos en el camino del Reino”.
¿Quién sospecha hoy realmente que
los alcohólicos, vagabundos, pordioseros y todos los que forman el desecho de
esta sociedad, puedan ser un día los primeros?
¿Quién se atreve a pensar que las
prostitutas, los heroinómanos, o los afectados del SIDA pueden preceder a no
pocos cristianos en la VIDA? Sin embargo, aunque ya casi nadie lo digamos: los
indeseables y rechazados, tienen que saber que el Dios revelado por Jesús,
sigue siendo su amigo.
Lo que cuenta para Dios es nuestro
vivir diario.
Son muchos los cristianos que viven
su fe cómodamente sin que su vida se vea afectada por ella. Cristianos que se
desdoblan y cambian de personalidad, según se arrodillen para orar a Dios o
según se entreguen a las ocupaciones diarias. Dios no entra para nada en su
familia, en su trabajo, en sus relaciones, en sus proyectos o en sus intereses.
La fe queda convertida en una costumbre…
Todos hemos de preguntarnos, con
sinceridad, qué significa realmente Dios en nuestra vida diaria. Lo que se
opone a la fe no es, muchas veces, la increencia, sino la falta de vida. ¿Qué
importancia tiene el credo que confiesen nuestros labios, si después falta en
nuestra vida el mínimo esfuerzo sincero para seguir a Jesús? ¿Qué importa -nos
dice Jesús en la parábola- que un hijo diga
a su padre que va a trabajar en la viña, si luego en realidad no lo hace? Las
palabras, por muy hermosas que sean, no dejan de ser palabras. ¿No hemos
reducido, con frecuencia, nuestra fe a palabras, ideas o sentimientos? ¿No nos
olvidamos con frecuencia cuál es la voluntad de Dios?
La verdadera fe, hoy y siempre, la
viven aquellos hombres y mujeres que traducen en vida el evangelio.
En la parábola de los dos hijos, lo
importante no son las palabras que pronuncian los dos protagonistas del relato,
sino su conducta. Ser creyente es algo más que recitar fórmulas… No nos
apresuremos a considerarnos creyentes. La fe no es algo que se posee, sino un
proceso que se vive. Más importante que confesarnos cristianos es esforzarse
prácticamente por llegar a serlo. Esta parábola nos obliga a revisar nuestro
cristianismo.
Los que participamos cada domingo
de la Eucaristía hemos de recordar que no todo termina ahí. El “podéis ir en
paz” del final no significa que aquí no ha pasado nada. Precisamente nos queda
lo más difícil: que lo que hemos escuchado, creído y celebrado aquí en la
celebración, lo cumplamos en la vida.
Si en la Misa le decimos, “Sí,
Señor” voy a trabajar en la familia, en el pueblo, en el colegio, por ser
comprensivo, por llevarme bien con todos, por perdonar, por ser tolerante, por
ser solidario… que después no resulte que no lo hacemos.
antenamisionera
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