“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”.
San Mateo 16, 13-20
1. “¿QUIÉN DICE LA GENTE QUE ES EL HIJO DEL HOMBRE?”
Al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus
discípulos: ¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?
Es en este lugar de Cesárea de Filipo, es el momento cuando Jesús,
dirigiéndose a los discípulos, les hace abiertamente esta pregunta: ¿Quién dice
la gente que soy yo? Jesús no lo ignoraba por su conocimiento sobrenatural,
pero también lo que pensaba la gente de El lo sabía, como los apóstoles, por el
rumor popular. ¿Por qué les pregunta primeramente a ellos lo que piensan de El
las gentes?
2. JESÚS, PARA UNOS, ERA JUAN BAUTISTA
El contacto de los apóstoles con las muchedumbres a causa de la predicación
y milagros de Jesús les había hecho recibir toda clase de impresiones en torno
a esto. Las que recogieron eran éstas: Jesús, para algunos era Juan Bautista,
sin duda resucitado, como sostenía el mismo Antipas. Pues esta opinión había
cobrado cuerpo entre el pueblo, ya que Lc mismo dice que Antipas estaba
preocupado con la presencia de Jesús, puesto que algunos decían que era Juan,
que había resucitado de entre los muertos (Lc 9:7).
3. OTROS, QUE ELÍAS; OTROS, QUE JEREMÍAS
Para otros, Jesús era Elías. Lc recoge en otro lugar esta creencia popular.
Jesús era, para diversos grupos, Elías, que había aparecido (Lc 9:8). Según la
estimación popular, Elías no había muerto, y debía venir para manifestar y
ungir al Mesías.
Otros piensan que fuese Jeremías (Mt). El profeta Jeremías era considerado
como uno de los grandes protectores del pueblo judío, sobre todo por influjo
del libro II de los Macabeos (2:1-12). Pero no pasaba por un precursor del
Mesías. Mateo ya hizo referencia a él (2:17). Acaso se lo cita por el simple
prestigio que tenía en el judaísmo, y del que se podrían esperar cosas
extraordinarias.
Por último, sin saber a ciencia cierta quién sea, para muchos era algún
profeta de los antiguos, que ha resucitado (Lc). Era el poder milagroso de
Jesús el que los hacía creer en la resurrección de un muerto (Mt 14:2; Mc
6:14).
4. ¿QUIÉN DICEN QUE SOY?
Por eso, después de oír lo que las gentes pensaban de El, se dirige a los
apóstoles para preguntarles abiertamente qué es lo que, a estas alturas de su
vida y de su contacto de dos años con El, han captado a través de su doctrina,
de su conducta, de sus milagros. Era un momento sumamente trascendental. Si no
fuera que Jesús tenía un conocimiento de todo por su ciencia sobrenatural, se
diría que esperaba impaciente la respuesta de sus apóstoles.
Sin embargo no deja de extrañar el que los apóstoles no citen, tomado de la
opinión de las gentes, el que El fuese o pudiese ser el Mesías. Así fue como
ellos le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y
otros, Jeremías o alguno de los profetas, entonces Jesús les pregunta: Y
ustedes, ¿quién dicen que soy?
5. TÚ ERES EL MESÍAS, EL HIJO DE DIOS VIVO
Los tres sinópticos no dicen la respuesta que hayan podido tener éstos.
Sólo recogen la respuesta que le dirigió Pedro. Todos los detalles se acumulan
en la narración de Mateo para indicar no sólo la precisión que interesa destacar,
sino con ella acusar la solemnidad del momento y la trascendencia del acto.
Mientras los evangelios de Marcos y Lucas presentan sin más a Pedro, Mateo
lo precisa ya de antemano como Simón Pedro. En efecto, Pedro tenía por nombre
Simón (Mateo 4:18 y par.). En Juan se lee que Jesús, al ver por vez primera a
Simón, le anunció que será llamado Pedro (Jn 1:42). Ya desde un principio,
Jesús puso en Simón la elección para Pedro, para ser piedra El conservar aquí
los dos nombres es sumamente oportuno.
La confesión de Simón Pedro es expresada así: “Tú eres el Mesías, el Hijo
de Dios vivo”. Aquí se confiesa por Pedro la mesianidad y la divinidad de
Jesús. Al decir que es el Mesías, indica su relación supereminente de autoridad
con Dios — el Padre — que lo envía.
6. FELIZ DE TI, SIMÓN, HIJO DE JUAN
Pedro, desde su primer encuentro con Jesús, deja al descubierto, por una
parte, la amistad no disimulada del Maestro, y por otra, la entrega sin
reservas a su servicio o compañía, es así como Pedro sabe quien es Jesús, el
Mesías, el Hijo de Dios.
Y Jesús le dijo: “Feliz de ti, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”.
La respuesta de Jesús tiene dos partes bien marcadas: la primera es una
felicitación a Pedro por la revelación tenida. La felicitación de Jesús a Simón
es porque esta confesión no se la reveló ni la carne ni la sangre, con la que
se expresa el ser humano. Tal era la grandeza de este misterio, que su
revelación se la hizo su Padre celestial. Se trata, pues, de un misterio
desconocido a Pedro, y un misterio que no podía, sin revelación, ser alcanzado
por la carne y sangre — el hombre — Entonces, este conocimiento no es por su
capacidad humana, es un don de Dios. En efecto, Pedro alcanzó este conocimiento
por la fe.
7. TÚ ERES PEDRO, Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARÉ MI IGLESIA
Jesús, volviéndose a Simón, le dice: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia. Y Jesús lo eligió como la roca para construir sobre ella
su Iglesia y le confirió los poderes para llevar a la salvación a todos los
hombres. Pedro es la roca, en el sentido de que la fe y los creyentes no pueden
tener otra fe que la de los apóstoles y profetas, que son los que enseñan esa
verdad, que está construida sobre la piedra angular de Jesús, y así es, como
luego dice; y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Es decir, no
podrá vencer a la Iglesia, pues ésta está firme y estable, porque está
construida sobre la roca firme, que es Jesús.
8. YO TE DARÉ LAS LLAVES DEL REINO DE LOS CIELOS
Dice Jesús: Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates
en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra,
quedará desatado en el cielo. La promesa es que ese atar y desatar sobre la
tierra tendrá su automática ratificación en el cielo. Todo lo relacionado con
esta misión — cuanto permita o prohíba en el reino, todo eso será también
ratificado en el cielo. Y eso garantizado por Jesús.
Así, Pedro como Mayordomo de la Casa de Dios, ha recibido el poder para
admitir o excluir, según el Evangelio y de administrar la comunidad, en Pedro
recaerán las responsabilidades de la doctrina y de la moral, el podrá decidir lo
que es bueno y licito para su Iglesia y sus miembros, sentencia que será
ratificada Por Dios en lo alto de los cielos.
Así, como Pedro en épocas de la Iglesia naciente, hoy el Papa, su sucesor,
es el encargado de animar la fe en nuestra comunidad creyente, el es en nombre
de Jesucristo Pastor y guía de la Iglesia.
9. ACOGER AL SUCESOR DE PEDRO
Como Pedro en los orígenes y ahora le ha correspondido a Benedicto XVI, y
como muchos aun recordamos que hasta hace poco a Juan Pablo II, ser fundamento
visible de la unidad y de la caridad de la Iglesia.
A través del Evangelio, podemos comprender como Jesucristo, nos invita a
acoger al sucesor de Pedro, y a mirarlo con los ojos de la fe.
Este es un día especial, para rezar por el Papa y es una buena ocasión para
apoyar su inmensa obra a favor de la comunidad cristiana y de toda la
humanidad. Dios le Bendiga
TÚ ERES PEDRO, Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARÉ MI IGLESIA
El reconocimiento de Simón Pedro de la verdadera identidad de Cristo señala
el momento culminante de la experiencia de los apóstoles y de la Iglesia, que
tiene en Cristo su fundamento. Pedro, según el texto del cuarto evangelio
(6,69), “cree y conoce” que Jesús de Nazaret es “el santo de Dios”, el
consagrado por excelencia, el Mesías-Cristo. Las consecuencias de tal
reconocimiento han marcado una historia bimilenaria y todavía activa. Sobre
todo, subraya que reconocer a Cristo es fruto de la revelación del Padre
acogida con espíritu de fe (creído y conocido). En segundo lugar, un acto
semejante es, a su vez, fuente de aquella bienaventuranza que le concede al
testimonio cristiano empuje y alegría. En tercer lugar, es sobre la roca de
Pedro y los apóstoles donde tiene el fundamento la comunidad de Jesús, el nuevo
y universal pueblo de Dios. Contra él resultarán impotentes las fuerzas de la
muerte “las puertas del infierno”, (en el lenguaje bíblico). Pedro y los
apóstoles (cf Mt 18,18) ejercen el poder de Cristo (cf Ap 1,18), la triple
tarea de gobernar (“atar” y “desatar”), santificar y enseñar. El estupor de Pablo
ante los designios divinos bien puede equipararse al episodio evangélico de la
investidura de Pedro y la constitución de la Iglesia como una comunidad
cimentada sobre la roca de la fe y -lo recuerda Juan al final del evangelio-
del amor.
Cristo Jesús viva en sus corazones
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
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