Jesús enseñó a sus discípulos que no hay que perdonar 7
veces, sino hasta 70 veces 7. Es decir, siempre.
En días recientes he tomado un curso muy interesante que me
ha ayudado a comprender mejor el comportamiento humano. Aprendí dos datos
estadísticos que me llevaron a reflexionar acerca de la gran necesidad que
tenemos de perdonar a los demás una y otra vez.
Se nos explicó que todos los pacientes que deben ser
sometidos a una cirugía de corazón para salvar sus vidas, de inmediato cuidan
su alimentación según les ha prescrito el médico y comienzan a hacer ejercicio.
No obstante, tan solo dos años después nueve de cada diez de ellos regresan a
sus malos hábitos. Su dieta se llena nuevamente de grasas y azúcares y se
olvidan del ejercicio. Solamente uno persevera en sus buenos hábitos para
siempre.
Igualmente, se nos señaló que dos de cada tres delincuentes
que han sido puestos en libertad tras haber cumplido su sentencia en la
prisión, volvieron a ser arrestados tres años más tarde. Solo uno de cada tres
se ha adaptado a la sociedad de una manera honrada para siempre.
Sin ser científico en la materia, pero razonando en la misma
línea, te puedo asegurar lectora, lector querido, que sucede igual con la
mayoría de las personas que se someten a una dieta para bajar de peso. Podría
apostar que son la mayoría quienes una vez que han alcanzado el peso adecuado,
dejan de hacer ejercicio y vuelven a consumir alimentos que los hacen subir de
peso.
Estos datos me hicieron ver con mucha contundencia que todos
tenemos una alta propensión a volver a cometer los mismos errores, las mismas
faltas y hasta los mismos pecados una y otra vez. Comprendí entonces por qué es
que el sacramento de la reconciliación, a diferencia del bautismo o la
confirmación, no se recibe una sola vez en la vida.
Es preciso volver a confesarnos una y otra vez pues sucede
que una y otra vez volvemos a pecar. Y es altísimamente probable, según estos
datos estadísticos que he referido, que tras confesar un pecado y ser
absueltos, volvemos a cometer exactamente el mismo pecado que nos llevó ante el
confesor en primera instancia.
La conclusión obligada es que las personas tienen una alta
propensión a volver a cometer sus mismos errores. Se vuelve claro el repetido
adagio de que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma
piedra.”
En el ámbito familiar se vuelve imprescindible ser
conscientes de esta realidad. Porque en nuestras relaciones interfamiliares
muchas veces habremos de ser ofendidos por las personas a quienes más amamos. Y
esto sucederá en más de una ocasión:
El hijo que desobedece y llega tarde de la fiesta muy
probablemente volverá a hacerlo. Y más de una vez. El padre que monta en cólera
cada vez que alguien toma prestada su caja de herramientas y se olvida de
guardarla después, volverá a montar en cólera, gritará con la misma fuerza y
aplicará los mismos castigos una y otra vez. Y quien se ha olvidado de guardar
las herramientas volverá a olvidarse de guardarlas las más de las veces que las
tome prestadas.
La madre que pierde los estribos cuando su hijo pequeño se
comporta en público de la forma más desafortunada, se olvidará –a pesar de
tenerlo ella misma más que claro- de que a un niño jamás se le debe reclamar en
público y volverá a gritarle, amenazarlo y ridiculizarlo en frente de medio
mundo. Y lo hará más de una vez.
El hermano que toma sin pedir prestadas las cosas de sus
hermanos y las trata con descuido dañándolas frecuentemente, volverá a hacerlo
en más de una ocasión.
Podríamos seguir dando ejemplos en lo que sería una lista
interminable. Como interminables parecen ser las faltas, errores y ofensas que
los miembros de una familia suelen cometer. Una y otra vez.
Es muy importante comprender que en la raíz de los enfermos
del corazón que volvieron a sus malos hábitos de salud al igual que en los
delincuentes que volvieron a ser arrestados, se descubre un problema de fuerza
de voluntad. Mas nunca la intención de volver a poner en riesgo su vida o de
volver a ser arrestados. Lo mismo pasa con los que habiendo bajado de peso se
olvidan de la dieta y el ejercicio. ¿Acaso lo hacen porque deliberadamente
quieren volver a subir de peso? Es claro que no.
En el ámbito familiar, sucede igual. Son poquísimos los que
vuelven a actuar de tal o cual forma con el propósito expreso de ofender a sus
familiares. Los padres gritones, las madres regañonas, los hermanos olvidadizos
y descuidados y los hijos desobedientes no suelen volver a cometer los mismos
errores de una manera deliberada y con el afán de ofender a los demás. Pero
siendo propensos al error y sin haber desarrollado una fuerza de voluntad
férrea, vuelven a cometer sus mismos errores, faltas y ofensas una y otra vez.
La persona ofendida tiene dos opciones: Perdonar y mantener
las relaciones con sus familiares para siempre. O bien, aplicar la ley del
hielo, no volver a dirigirles la palabra, separarse y levantar muros, quizás
ofender de vuelta y terminar para siempre con los demás albergando además el
veneno del rencor en su propio corazón que afectará sólo a quien fue ofendido.
(Claro está, quien corre peligro pues las ofensas continuas consisten en
agresiones físicas que ponen en riesgo la integridad física e incluso la vida,
deben alejarse. Dios quiere que perdonemos, pero no desea que nadie atente
contra nuestra integridad).
Con la primera opción, la del perdón constante, las familias
se mantienen unidas para siempre. Con la segunda, la de la ley del hielo y la
agresión recíproca, sobrevienen los divorcios entre padre y madre, entre
hermano y hermana, y entre padres e hijos.
Hay pues que perdonar. Una y otra vez. Siete veces si es
necesario. Y si lo llega a ser, hasta 70 veces siete.
Autor:Mauricio I. Pérez
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