Una verdad extraordinaria que queda patente en las palabras de Jesús es que tenemos un Padre en el cielo que desea participar decididamente en nuestra vida, y que no somos huérfanos: “Ustedes tienen un solo Padre, el que está en los cielos” y “Cristo es su único Guía” (23,9-10). Siendo tan magnífico lo que tenemos a nuestra disposición, ¿por qué buscamos en otros lugares o libros doctrinas novedosas y conceptos salidos de razonamientos puramente humanos para buscar explicaciones e iluminación espiritual? Cuando los padres de familia no están bien arraigados en las enseñanzas de Cristo, que reflejan el corazón del Padre, no saben cómo comportarse ellos rectamente y menos cómo educar y guiar a sus hijos.
En efecto, cuando los hijos se desvían del camino recto, a veces los padres piensan: “¡No sabemos qué hacer!” Pero Jesús ya nos dio la respuesta: imitarlo a Él, el único Maestro que conoce toda la verdad y que nunca nos decepciona. En realidad, lo que más necesitamos es conocer personalmente el amor del Padre, para que nos enseñe a amar y educar correctamente a nuestros hijos, y gracias a la misericordia de Dios, por medio de Cristo tenemos acceso a Dios, nuestro Padre.
¡Qué magnífica será la bendición cuando adoptemos en nuestros hogares la actitud de amor y servicio que tiene el Padre! Cada uno de nosotros está llamado a imitar a Cristo, el Hijo de Dios, que entregó su vida por nosotros. Hemos de ser como Jesús, es decir, transformados en su semejanza por el poder del Espíritu Santo. Mientras cumplimos los deberes familiares, dejemos que el Espíritu nos conceda un corazón de servicio, para que cumplamos nuestras tareas con amabilidad y humildad. Este tipo de servicio, que brota del amor de Dios, honra al Padre y propaga su Reino en la tierra.
Tan misericordioso es nuestro Padre que quiere habitar en la mente y el corazón de sus hijos para enseñarnos a desarrollar un corazón que rebose de amor paternal. Así, pues, cuando recibamos el Cuerpo de Cristo en la Sagrada Eucaristía, pidámosle también al Padre que venga a habitar en nosotros y nos llene de su amor y su gracia.
“Amado Señor, enséñanos a reconocer la maravilla de que Tú mismo estés presente en la Sagrada Hostia que recibimos en Misa, y concédenos la gracia de comulgar con todo amor, respeto y devoción.”
Ezequiel 43,1-7;
Salmo 85,9-14;
Mateo 23:1-12
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