Meditación: Mateo 19,23-30
San Juan Eudes, presbítero
Es posible que la declaración de Jesús, que leemos hoy, incomode a más de alguna persona, especialmente si piensa que la salvación está reservada para los que se encuentran en la base de la pirámide socioeconómica y que los ricos quedan automáticamente excluidos.
Lo que el Señor pide no es tanto la pobreza material, sino la espiritual; es decir, el amor, la santidad, la fe, la docilidad de corazón y la generosidad. ¿Estará el cielo lleno solamente de pobres? Como siempre, conviene recordar la respuesta de Jesús: “Para los hombres esto es imposible, pero no para Dios” (Mateo 19,26).
El Señor es imparcial y siempre ofrece la salvación a todos sin excepción, y nos equivocamos si pensamos que Jesús se opone a las riquezas en sí mismas. Cristo invita tanto a los ricos como a los pobres a entrar en su reino, y a cada persona le ofrece la ayuda específica que necesita para vivir de una manera digna de su reino. Todos tendemos a atesorar ciertos tipos de “riquezas” que nos impiden recibir más plenamente la vida de Dios; pero el dinero y los bienes materiales son solamente un ejemplo, aunque bastante común, de las cosas que a veces nos llevan a confiar en lo terrenal más que en Dios y así nos hacen desviarnos y no dejan espacio en nuestro corazón para las cosas del cielo.
¿Qué se puede esperar de Dios cuando alguien “se despoja” de bienes que considera muy valiosos? Principalmente, una renovación espiritual, la capacidad de amar como Dios ama y una preferencia por los bienes celestiales. No hace falta considerar más que estos dos beneficios para darse cuenta de que Dios no se siente intimidado por nada, y menos por alguna de las cosas que atesoramos aquí en la tierra. Mientras mejor comprendamos la herencia que hemos recibido en Cristo, más intensa será la fuerza que nos llevará a despojarnos de todo obstáculo para acudir a su lado.
¿Conoces tú el amor compasivo de Dios? ¿Has permitido que su tierna sabiduría disipe todas tus objeciones y obstáculos? Pídele hoy al Señor que te enseñe a confiar en su amor; abre tu corazón con la mayor sinceridad que puedas, para que Él te conceda todo lo que tiene reservado para ti.
“Jesús, Señor y Salvador mío, te alabo por tu fidelidad, porque jamás te cansas de ofrecerme tu vida, incluso cuando yo trato de llenar mi vida de cosas terrenales.”
Ezequiel 28,1-10
(Salmo) Deuteronomio 32,26-28.30.35-36
Tomado de: la_Palabra.com
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