Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

29 de junio de 2014

Solemnidad del Martirio de los Santos Apostoles Pedro y Pablo.

Mt 16,13-19. ¿Quién dicen que soy yo?  

Es un texto que hemos meditado muchas veces. En él Jesús tiene con sus apóstoles un diálogo íntimo en un clima de mucha tensión. El corazón del Señor está atravesado de sentimientos de angustia, temor e inquietud, porque están subiendo a Jerusalén donde él sabe lo que le va a pasar: va a culminar su obra y entregar su vida por nuestra salvación. En este contexto, Jesús se preocupa de sus apóstoles, de lo que les puede pasar cuando lo vean maltratado y puesto en cruz. Y les pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”.

Los apóstoles contestan refiriendo los rumores y opiniones que circulan acerca del Maestro. Unos,  impresionados por la vida austera y la muerte del precursor de Jesús, dicen que es Juan Bautista que ha vuelto a la vida. Otros creen que se trata de Elías, que ha vuelto a la tierra para consagrar al Mesías (Mal 3, 23-24; Eclo 48, 10) y preparar la llegada del Reino de  Dios (Mt 11, 14; Mc 9,11-12; cf. Mt 17, 10-11). Otros identifican a Jesús con Jeremías, el profeta que quiso purificar la religión de su pueblo, y al que los dirigentes políticos le hicieron padecer injustamente. Un cuarto grupo de judíos piensan que Jesús es uno de los profetas, sin mayor concreción. 

Pero Jesús quiere conocer la fe de sus discípulos, que van a continuar su obra. Quiere saber qué piensan de él sus amigos más íntimos, qué tipo de relación han establecido con él, qué esperan de él, qué han comprendido de su persona, de su obra y de su mensaje. De lo que sientan en su corazón dependerá en buena parte la actitud que podrán mantener cuando sufran el impacto de su muerte en la cruz.

Pedro, actuando en nombre de los Doce, le contesta: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Estas palabras, con las que Pedro proclama que reconoce a Jesús como el Mesías prometido y como el Hijo de Dios, no han podido nacer de su genial perspicacia; él como el resto de discípulos son gente sin mayor instrucción, sencillos artesanos y pescadores de Galilea. Las palabras que Pedro pronuncia han sido fruto de una gracia especial. Por eso le dice Jesús: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”. Ahora ya todo cambia, Jesús puede manifestarles claramente el misterio de su persona y del destino que le aguarda. Él es el enviado del Padre, el Mesías Salvador, que entregará su vida por nuestra humanidad, será crucificado y resucitará por la fuerza de Dios su Padre.
¿Quién dice la gente que es Jesús? Esta pregunta se sigue haciendo hoy como entonces. Y nos la hacemos nosotros también. Basta que nos llegue a la mente el nombre Jesús para que asociemos con él tantas cosas... A la pregunta sobre Jesús la gente de hoy seguramente puede dar muchas respuestas y probablemente todas muy positivas. Podrán recordar, por ejemplo, esa fascinación irresistible que brotaba de su persona y que atraía a grandes y pequeños, a los niños, a los sabios, a los pobres y enfermos, a hombres y mujeres de toda condición, porque a nadie le hacía sentirse distante de él. Recordarán que hablaba palabras de vida eterna con una transparencia y una rotundidad como ninguna autoridad de este mundo ha sido capaz de hablar. Reconocerán que en él sí se ve lo que es una persona íntegra de arriba abajo, en la que no puede hacerse distinción entre lo que habla y lo que cumple, que dice siempre la verdad y no se mueve por prejuicios, hasta el punto que sus mismos enemigos tuvieron que reconocer: Maestro, eres honesto, dices las cosas como son, no te dejas influenciar por nadie, no haces acepción de personas (Mt 22,16). Se conmoverán ante esa manera suya de ser tan profundamente humano, que le hacía conmoverse ante el hambre de las multitudes y daba a la gente la convicción de que cuando él encontraba algo que andaba mal, cuando sus ojos se fijaban en el sufrimiento ajeno, no podía sino actuar, y actuar de inmediato para resolverle al otro su problema. Recordarán, en fin, que simplemente pasó haciendo el bien y nos enseñó que es más feliz el dar que el recibir.

La confesión de Pedro, tan clara, tan definida –¡Tú eres el Cristo, el Salvador, Dios!–, nos invita a responder también nosotros a la misma pregunta sobre lo que es Cristo para mí. La podemos responder de mil formas y muy hermosas, por cierto, como las que emplean ustedes cuando están en la intimidad de su oración. Ahí, realizando ese acto que expresa y plasma lo propio de la fe cristiana, que es la relación no con una doctrina ni con un código moral, sino con una persona, que está ahí, conmigo, junto a mí, un Tú a quien puedo dirigirme en todo momento, y decirle: Tú eres mi luz, tú me sacas adelante, tú eres la fuerza que me sostiene, el amigo que nunca me falla, el sentido de mi vida. Eso es el cristianismo, una relación personal con Jesucristo, que nos lleva, como dice San Pedro, a amarlo aunque no lo hayamos visto, a confiar en él aunque de momento no podamos verle, y a tener en nuestro interior una alegría inefable y gloriosa (1Pe 1,8). Reconocer así a Jesús, como lo central y más importante en mi vida, aquello sin lo cual no puedo desear nada bueno, justo y conveniente, ni construir algo bueno y duradero, pues todo en definitiva nos lleva a él, ese Señor Jesús de nuestra fe ha venido a nosotros y nosotros lo hemos conocido por una gracia inestimable, por el don de la fe.

Por esa fe, que no es algo que le brota de su ingenio, Pedro es hecho el Vicario de Cristo. Tú serás llamado piedra, le dice Jesús, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia. No es la iglesia de Pedro, es mi iglesia, le dice Jesús, Y tú, Pedro, la tendrás que conservar en la unidad, por lo cual todo “lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. Pedro tendrá las llaves, que significan el servicio de interpretar auténticamente lo que es conforme a la fe revelada y lo que la recorta, desvía o contradice. Pedro será el garante de la unidad en la fe revelada. La Iglesia es la comunidad de los que profesan una misma fe, cuyos contenidos la Iglesia interpreta y salvaguarda.
Por eso es tan importante este texto del evangelio, que la liturgia repite varias veces a lo largo del año. Este texto nos lleva a convencernos –como dice un autor muy inspirado– de que cuando nos acercamos a Jesús, ocurre lo mismo que en todo encuentro personal, y esto quiere decir que «cuando nos acercamos a alguien, lo miramos. Y no sólo externamente para conocer su aspecto, cómo se llama, de dónde viene y cuál es su estado civil, sino también con mirada interna: “Tú ¿quién eres?” No sólo qué eres, para saber lo que podemos esperar de él; sino lo más profundo: “Tú quién eres”, para conocerlo a él y para que pueda darse un cara a cara. 

Así hemos de preguntar también por el Señor: “Tú ¿quién eres?” No sabemos mucho de él todavía si sólo sabemos las palabras y hechos que de él hemos oído. No es saber mucho de él si nos lo imaginamos como una figura solemne, algo irreal, algo vaga, con larga cabellera y manto de pliegues. Todo eso tiene algo de espectral. Su ser ha de tomar carne y sonido en nuestro corazón. Hemos de ir tras él.  Hemos de mirarlo con mirada escrutadora. Hemos de intentar hallar sus peculiaridades, lo que él es propiamente…» (ROMANO GUARDINI, Jesucristo – Palabras Espirituales, Madrid, 1965, pág. 29).

Que el Espíritu del Señor conceda a cada uno de nosotros en esta eucaristía llegar a saber internamente quién es Cristo para mí.


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