Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

29 de junio de 2014

LECTURAS DEL DÍA 29-06-2014

LITURGIA DE LA PALABRA

Hch 12,1-11: La Iglesia oraba insistentemente por Pedro
Salmo responsorial 33: El Señor me libró de todas mis ansias.
2Tm 4,6-8.17-18: Ahora me aguarda la corona merecida
Mt 16,13-19: ¿Quién dice la gente que es este Hombre?
Hoy la Iglesia celebra en su liturgia la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, columnas y apóstoles de la Iglesia. En la primera lectura nos encontramos con el relato de la liberación de Pedro de la cárcel por obra de un ángel enviado por Dios. Eran tiempos de una persecución devastadora contra aquéllos que habían decidido seguir a Jesús, el Hijo de Dios; tanto así que este tiempo será recordado como la era de oro de la Iglesia, pues incontables mártires, niños y niñas, jóvenes y adultos, dieron testimonio con su sangre de la verdad de Cristo, al no aceptar la religión del imperio romano ni apostatar de su fe en el Señor Jesús.

En la segunda lectura nos encontramos con un pasaje de la despedida del apóstol Pablo a su discípulo amado Timoteo, en el cual le exhorta a dar un buen combate en la fe tal como lo ha dado él, sin importarle las consecuencias que traiga consigo semejante actitud. Reconoce el apóstol que su fe está puesta en Cristo, quien lo fortalece en los momentos en que se encuentra prisionero en Roma, a la expectativa de lo que vayan a hacer con su vida. Espera la corona merecida y seguirá confiando hasta el final en el Señor, pues él lo seguirá librando de todo mal.

La fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo ofrece la ocasión para reflexionar, a partir del texto evangélico propuesto, sobre la confesión de fe como forma de construcción de la Iglesia.

El relato consta de una doble pregunta de Jesús a sus discípulos con su correspondiente respuesta (vv. 13-16) y de la bienaventuranza de Simón (vv. 17-19).

Las preguntas y respuestas sirven para la separación de dos categorías de personas, según la evaluación que hagan sobre Jesús. De una parte tenemos a la «gente», de la otra a «los discípulos». La gente o «los seres humanos» no captan el sentido auténtico de la actividad de Jesús. Su opinión lo coloca en continuidad con personajes del pasado: Juan el Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas. Como Herodes en Mt 14,2 esta valoración puede estar entremezclada de elementos desfavorables.

Por el contrario los discípulos, de quienes Pedro es portavoz, han captado el verdadero significado de la actuación de Jesús. No solamente confiesan que es el Mesías esperado sino también que su mesianismo se origina en su filiación divina, condición que le posibilita transmitir la Vida de Dios, a diferencia de los ídolos muertos. El «Hijo de Dios vivo» se ha hecho presente en la vida de la humanidad, en una comunidad que lo reconoce el «Dios con nosotros» (cf Mt 1,23; 28,20).

Este reconocimiento recibe, a su vez, la proclamación de felicidad y dicha que hace Jesús respecto a sus seguidores de los que Pedro, gracias a su fe, se ha convertido en prototipo e imagen. Frente a la opinión de la gente, Pedro ha aceptado la revelación del Padre a los sencillos y humildes.

La originalidad de su confesión hace de Pedro y de sus compañeros, mensajeros de la fe en medio de un mundo hostil. Más allá de la historicidad sobre el nombre de su padre (aquí, hijo de Jonás, en Juan 21,15 hijo de Juan), en él se pueden detectar los rasgos de Jonás, el profeta que debió llevar la Palabra de Dios a la ciudad hostil y que, en ese intento, corrió el riesgo de ser sumergido en el mar(cf 14,30) y fue liberado de ese peligro mortal (cf 14,31).

En la Asamblea del desierto, Moisés recibió de Dios el don de la Ley (Dt 9,10; 10,4 etc.). Aquí el discípulo recibe el don de la fe en Jesús que lo convierte en elemento apto para la edificación de una nueva Asamblea, el Israel mesiánico constituida en torno a Jesús como la Asamblea del desierto se constituía en torno a Moisés.

Se realiza entonces para la comunidad lo que se realizaba en el individuo sensato que ha colocado su cimiento sobre la roca de las palabras de Jesús (Mt 7,24-25). Los discípulos que adhieren a Jesús construyen una ciudad inconmovible, a la que no pueden derrotar las fuerzas de la Muerte o del Abismo.

Se crea de esta forma un espacio inexpugnable frente a las potencias del mal, en el que los discípulos no son sólo cimiento sino también administradores: A ellos se les han consignado las llaves y a ellos se les consigna la función judicial de tomar la decisión de aceptar o no la entrada a aquella ciudad: «Atar o desatar». Esta fórmula quiere significar una participación de la comunidad en la autoridad de Jesús.

La proclamación de la fe en Jesús por parte de Pedro, prototipo de los creyentes, es el cimiento inconmovible capaz de superar los embates de las fuerzas del Mal actuantes en la historia humana. Los que la proclaman pueden ofrecer asilo acogedor a quienes están amenazadas por aquellas fuerzas. Pueden también negar ese asilo a los que rechazan el designio salvífico. 

PRIMERA LECTURA.
Hechos 12,1-11
Era verdad: el Señor me ha librado de las manos de Herodes 

En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.

La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: "Date prisa, levántate." Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: "Ponte el cinturón y las sandalias." Obedeció, y el ángel le dijo: "Échate el manto y sígueme." Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo: "Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos."

Palabra de Dios

Salmo responsorial
R/. El Señor me libro de todas mis ansias 

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. R.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. R.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. R.

El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. R.

SEGUNDA LECTURA
2Timoteo 4,6-8.17-18
Ahora me aguarda la corona merecida 

Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios

SANTO EVANGELIO
Mateo 16,13-19
Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los cielos 

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos contestaron: "Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas." Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo." Jesús le respondió: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo."

Palabra del Señor


Reflexión de la Primera lectura. Hch 12,1-11: La Iglesia oraba insistentemente por Pedro 
Pedro ha llenado con su palabra y con su acción los capítulos anteriores del libro de los Hechos. Ahora va a desaparecer casi por completo. Lo encontraremos sólo en el cap. 15, con motivo de la Asamblea de Jerusalén.

En esta especie de despedida, Lucas presenta a Pedro viviendo una experiencia salvífica. Salvación que recuerda, por una parte, la salida de Egipto, y por otra, la Pasión y Resurrección de Jesús.

Todo sucede precisamente en los días de Pascua, y de noche; con una intervención milagrosa del ángel del Señor. Como en la primera Pascua, cuando el ángel puso fin a la opresión del pueblo e inició el éxodo hacia la libertad. Como en la Pascua por excelencia, cuando Jesús pasa de la muerte a la vida, del Mundo al Padre.

Como Jefe de la Iglesia, comunidad salvífica, Pedro revive en sí mismo la experiencia de salvación del pueblo escogido, figura del auténtico pueblo de Dios. Como continuador y representante de Cristo, recorre personalmente el mismo camino del Maestro. Persecución y salvación son los dos polos del camino de la Iglesia.

También nuestra existencia cristiana gira en torno a estos dos centros. Cristo, en su muerte y resurrección, nos ha salvado radicalmente del pecado y de la muerte: pero no ha abolido la presencia de estas realidades en nuestra experiencia cotidiana.

La Eucaristía, al hacer presente la Salvación de Cristo, nos comunica una continua liberación personal, al mismo tiempo que crea y acrecienta la comunidad de salvación, que es la Iglesia.

Tanto por su estilo, que nos recuerda el de San Marcos, como por su contenido, este capítulo 12 resulta extraño en el contexto. El autor ha reunido en él tres episodios en los que interviene la siniestra figura de Herodes Agripa I. Después de haber sido asesinado Aristóbulo, no le fueron bien las cosas a su hijo Herodes hasta que éste pudo ganarse la amistad de los emperadores romanos Calígula y Claudio. Gracias al primero, consiguió Herodes dominar sobre las regiones norteñas de Palestina, mientras que al segundo le debería más tarde el llegar a ser rey sobre Judea. De esta suerte, Herodes Agripa juntó de nuevo bajo su reinado todos los territorios que había poseído su abuelo, Herodes el Grande.

Pero le faltaba ahora congraciarse con los judíos y, en especial, con el partido de los fariseos. El autor del Libro de los Hechos nos informa aquí en este mismo sentido sobre la oscura razón de estado que motivó la escalada represiva de Herodes contra los cristianos y descubrimos qué "piedad" era la de este rey. En efecto, Herodes, queriendo agradar a los representantes oficiales de la religión establecida en Israel, la emprende primero contra los cristianos helenizantes que seguían al protomártir Esteban, después manda decapitar al apóstol Santiago y, por fin, se propone ejecutar públicamente a Pedro, el jefe de la naciente iglesia.

Mientras llega el día señalado por Herodes para la ejecución de Pedro, éste se encuentra bajo custodia, probablemente en la Torre Antonia, en la misma cárcel en la que estaría preso también San Pablo con el tiempo. Según era costumbre entre los romanos, Pedro ha sido encadenado a sus dos guardianes, que responderían con su propia vida de la seguridad del reo. Según la ley, los soldados responsables de la custodia de un reo, si lo dejaban escapar estaban obligados a sufrir la pena del fugitivo (cfr. 16, 27; 27, 42).

La pequeña comunidad cristiana de Jerusalén está reunida entre tanto en casa de María, la madre de Marcos evangelista (v. 12), en donde Jesús había celebrado la Cena con sus discípulos. Así que la oración de la comunidad acompaña a Pedro en su angustia durante toda aquella noche, a Pedro, que no supo velar en Getsemaní para acompañar a Jesús en su oración angustiada.

Y Dios libró a Pedro de la expectación de los judíos y de la política de Herodes. Todo este relato de la liberación de Pedro se desarrolla entre lo maravilloso de la leyenda y la sobria realidad de la historia.

Los choques que la Iglesia ha tenido con el judaísmo oficial han originado la dispersión y han preparado la persecución.

El "rey Herodes" que persigue a la Iglesia naciente recuerda a su abuelo que persiguió a Jesús recién nacido. Para granjearse la amistad de los judíos mata a Santiago y encarcela a Pedro.

La liberación de Pedro ha de inscribirse en la serie de intervenciones salvíficas por las que Dios ha liberado a los suyos de la mano de los perseguidores. Dios conduce la historia de la Iglesia como condujo la historia de Israel. La historia, en manos de Dios, es siempre historia de salvación.

La liberación de Pedro se sitúa en un ambiente pascual. De noche hizo Dios salir de Egipto a su pueblo; de noche se levantó Jesús del sepulcro; de noche sale Pedro de la cárcel. La tradición judía situaba la liberación de los tres jóvenes del horno... en la noche de Pascua. Las palabras de Pedro, después de liberado, son un eco de la afirmación que se pone en boca de Nabucodonosor en Daniel 3, 95. La noche de pascua es el momento privilegiado para que Dios intervenga en favor de los suyos.

Así se da un nuevo sentido a la asamblea cristiana que se ha reunido para pasar la noche en oración por Pedro que está en la cárcel. No se trata sólo de interceder por Pedro, sino de celebrar la vigilia pascual. La liberación de Pedro significa la liberación de la Iglesia. Las palabras del ángel parecen aludir a la disponibilidad que requería la pascua: ponerse el cinturón..., las sandalias... de prisa (cfr. Ex 12, 11) porque es el paso del Señor.

Pedro se preparaba a celebrar la pascua cuando fue arrestado. Ha debido celebrar la pascua de otra forma. Se ha ceñido la túnica, se ha calzado las sandalias no tanto para celebrar la salida de Egipto, cuanto para la propia liberación y la de la Iglesia del judaísmo y del legalismo y consagrarse así a la misión salvadora.

El arresto de Pedro y su milagrosa liberación -dice J.Frique- coinciden con el momento en que el judío fiel que era Pedro quiere dejar definitivamente Jerusalén para ir a los paganos.

Pedro vive esta liberación como una Pascua. Las instrucciones que le da el ángel son las típicas de la comida pascual de la liberación del pueblo judío: de pie, con prisa, la cintura ceñida y sandalias en los pies. Pasa por la misma prueba y la misma liberación que su Señor. Pedro se libera de la prisión judía (de toda prisión humana, de todo encerrar el anuncio evangélico en los límites de un pueblo, de una clase, de una época) para anunciar a todos el Reino de JC.

Esta perícopa se intercala en el llamado «viaje de las colectas» (11,27-30 y 12,24-25), que la comunidad de Antioquía, «por medio de Bernabé y Saulo», envió a los hermanos de Jerusalén. El relato de esta nueva persecución contra la Iglesia contiene un triple episodio. En la introducción se menciona la decapitación de Santiago, hermano de Juan, entre el 41 y el 44. Este dato no dejaría lugar para el título de evangelizador de España que le otorga una tradición tardía. El bloque central (3-17) narra la detención, liberación y huida de Pedro al que casi despide antes de pasar a las gestas misioneras de Pablo.

Como epílogo del relato se narra la muerte del perseguidor Herodes Agripa I (18-23) el cual reunía bajo su jurisdicción unos dominios semejantes a los de su abuelo Herodes el Grande; fue padre de Herodes Agripa II, Berenice y Drusila que se mencionan más adelante en los Hechos (24,24; 25,13). La muerte de Agripa hacia la primavera-verano del 44 permite situar cronológicamente nuestra narración.

Mientras el martirio de Santiago sólo es objeto de una simple mención, destaca el énfasis con que se habla de Pedro, cuya figura domina la primera parte del libro de los Hechos. Sin embargo, también tiene un gran relieve, junto a otros, la figura de Esteban y sobre todo la de Pablo. Lejos de forzar el tenor de los textos y en beneficio del diálogo ecuménico, la literatura confesional haría bien de liberarse de la fácil tentación de afirmar o negar a partir de los mismos, sin una crítica matizada, un ministerio de Pedro y su sucesión. También destaca el aspecto maravilloso de los relatos como ocurre a menudo en los Hechos. Lucas nos cuenta una serie de liberaciones milagrosas de los apóstoles (5,19-20, 12,6-17; 1625-40). Aquí un ángel libera a Pedro de la prisión, como había ocurrido antes con los apóstoles en general. En el v 23 se nos dice que Agripa "fue herido por el ángel del Señor... y expiró", mientras que Flavio Josefo nos habla de una muerte a causa de fuertes dolores viscerales, es la muerte del perseguidor que parece evocar literariamente la de Antíoco (2 Mac 9,5-9). Los autores bíblicos entrevén espontáneamente la mano de Dios tras los sucesos de la historia, cosa que no sabe hacer el hombre secular de hoy.

Reflexión del
 Salmo responsorial 33: El Señor me libró de todas mis ansias. 
Es un salmo de acción de gracias individual. Quien toma la palabra ha atravesado una situación muy difícil, ha pasado por “temores”(5) y «angustias» (7), «ha consultado al Señor» (5), «ha gritado» (7) y ha sido escuchado. El Señor le «respondió» y lo “libró”(5), lo «escuchó» y lo “libró de todas sus angustias” (7) ahora esta persona está en el templo de Jerusalén para dar gracias. Está rodeada de gente (4.6,12.15), pues la acción de gracias se hacía en voz alta, en un espacio abierto. El salmista hace su acción de gracias en público, de modo que mucha gente puede llegar a conocer el «favor alcanzado». De este modo, el salmo se convierte en catequesis.

Los salmos de acción de gracias tienen, normalmente, una introducción, un núcleo central y la conclusión. Este sólo tiene introducción (2-4) y núcleo central (5-23), sin conclusión, pues tal vez la oración de agradecimiento concluyera con la presentación de un sacrificio. Es un salmo alfabético, como tantos otros (véase, por ejemplo, el salmo 25). Esto quiere decir que, en su lengua original, cada versículo comienza con una de las letras del alfabeto hebreo. En las traducciones a nuestra lengua, este detalle se ha perdido. El núcleo (5-23) tiene dos partes. La primera (5-11) es la acción de gracias propiamente dicha; la segunda (12-23) funciona como una catequesis dirigida a los peregrinos, y tiene un deje del estilo sapiencial, esto es, quiere transmitir una experiencia acerca de la vida, de manera que los que escuchan puedan tener una existencia más larga y más próspera.

La introducción (2-4) presenta al salmista después de haber sido liberado y rodeado de fieles empobrecidos. Empieza a bendecir al Señor por toda la vida e invita a los pobres que le escuchan a alegrarse y a unirse a su acción de gracias. En la primera parte del núcleo (5-11) expone el drama que le ha tocado vivir, qué es lo que hizo y cómo fue liberado; en la segunda (12-2 3), convierte su caso en una enseñanza para la vida. Invita a los pobres a que se acerquen y escuchen. La lección es sencilla: no hay que imitar la actitud de los ricos que calumnian y mienten; hay que confiar en el Señor y acogerse a él para disfrutar de una vida larga y próspera.

Este salmo manifiesta la superación de un terrible conflicto. De hecho, la expresión «consulté al Señor» (5) se refiere a un acontecimiento concreto. Las personas acusadas injustamente y, a consecuencia de ello, perseguidas, iban a refugiarse al templo de Jerusalén. Allí pasaban la noche a la espera de una sentencia. Por la mañana, un sacerdote echaba las suertes para determinar si la persona acusada era culpable o inocente. Este fue el caso de quien compuso este salino. Pasó la noche en el templo, confiado, y por la mañana fue declarado inocente. Entonces decide dar gracias al Señor, manifestando ante los demás pobres que estaban allí las maravillas que Dios había hecho en su favor.

Este salmo nos da información acerca de la situación económica del salmista. Es pobre: «Este pobre gritó, el Señor lo escuchó y lo libró de todas sus angustias» (7). Y pobres son también las personas que lo rodean en el templo, en el momento de su acción de gracias: «Mi alma se gloría en el Señor: que escuchen los pobres y se alegren» (3). Además, el salmista invita a los empobrecidos a que proclamen su profesión de fe: «Repetid conmigo: ¡El Señor es grande! Ensalcemos juntos su nombre» (4).

¿Qué es lo que le había pasado a esta persona pobre? Antes de que lo declararan inocente, había pasado por momentos difíciles. De hecho, habla de «temores» (5) y «angustias» (7). Cuando presenta ante sus oyentes una especie de catequesis, recuerda los clamores de los justos (16) y sus gritos en los momentos de angustia (18). Estos justos tienen el corazón herido y andan desanimados (19) a causa de las desgracias que tienen que sufrir (20). ¿Qué es lo que hacen en situaciones como esta? Gritan (18) como había gritado el mismo salmista (7), refugiándose en el Señor, consultándolo (5), para ser declarados inocentes y obtener la salvación. Obran así porque temen al Señor (8.10.12) y se acogen a él (9.23).

¿Quién había acusado y perseguido a esta persona pobre? El salmo nos presenta a sus enemigos. Son ricos (11), su lengua pronuncia el mal y sus labios dicen mentiras (14); se les llama «malhechores» (17), son «malvados» y «odian al justo» (22). ¿Por qué se comportan de este modo? Ciertamente porque el justo los molesta, los denuncia, no les da respiro. Entonces lo odian, lo calumnian y lo persiguen, buscando e1 modo de arrancarle la vida. El profetismo del pobre incomoda a los ricos. El término «prosperar» (13) y su contexto (12-15) permiten sospechar cine la mentira de los ricos condujo al salmista a la pérdida de sus bienes y a ser perseguido a muerte.

Se trata de un salmo que hace una larga profesión de fe en el Dios de la Alianza, aquel que escucha el clamor de su pueblo, que toma partido por el pobre que padece injusticias y lo libera, Dejemos que el salmo mismo nos muestre el rostro de Dios. Este responde y libra (5), «escucha» (7) y su ángel acampa en torno a los que lo temen y los libera (8). Es esta una enérgica imagen que muestra al Dios amigo y aliado como un guerrero que lucha en defensa de su compañero de alianza. Además, el Señor no permite que falte nada a los que lo temen y lo buscan (10.11), cuida de los justos (16) y escucha atentamente sus clamores (16), se enfrenta con los malhechores y horra de la tierra su memoria (17), escucha los gritos de los justos y los libra de todas sus angustias (18), está cerca de los de corazón herido y salva a los que están desanimados (19); libera al justo de todas sus desgracias (20), protegiendo sus huesos (21); se enfrenta a los malvados y los castiga (22), rescatando la vida de sus siervos, esto es, de los justos que lo temen (23).

Este largo rosario de acciones del Señor puede resumirse en una única idea: se trata del Dios del éxodo, que escucha el clamor de los que padecen injusticias y baja para liberarlos. A cuantos se han beneficiado de esta liberación sólo les resta una cosa: aclamar y celebrar al Señor liberador.

Este salmo hace una larga profesión de fe en el Dios de la Alianza, aquel que escucha el clamor de su pueblo, que toma partido por el pobre que padece injusticias y lo libera, Dejemos que el salmo mismo nos muestre el rostro de Dios. Este responde y libra (5), «escucha» (7) y su ángel acampa en torno a los que lo temen y los libera (8). Es esta una enérgica imagen que muestra al Dios amigo y aliado como un guerrero que lucha en defensa de su compañero de alianza. Además, el Señor no permite que falte nada a los que lo temen y lo buscan (10.11), cuida de los justos (16) y escucha atentamente sus clamores (16), se enfrenta con los malhechores y horra de la tierra su memoria (17), escucha los gritos de los justos y los libra de todas sus angustias (18), está cerca de los de corazón herido y salva a los que están desanimados (19); libera al justo de todas sus desgracias (20), protegiendo sus huesos (21); se enfrenta a los malvados y los castiga (22), rescatando la vida de sus siervos, esto es, de los justos que lo temen (23).

Este largo rosario de acciones del Señor puede resumirse en una única idea: se trata del Dios del éxodo, que escucha el clamor de los que padecen injusticias y baja para liberarlos. A cuantos se han beneficiado de esta liberación sólo les resta una cosa: aclamar y celebrar al Señor liberador.

Este salmo recibe en Jesús un nuevo sentido, insuperable. Su mismo nombre resume todo lo que hizo en favor de los pobres que claman (“Jesús” significa «El Señor salva»). La misión de Jesús consistía en llevar la buena nueva a los pobres (Lc 4,18).

María de Nazaret ocupa el lugar social de los empobrecidos y, en su cántico, retorna el versículo 11 de este salmo: «Los ricos empobrecen y pasan hambre» (compárese con Lc 1,53). Los pobres dan gracias a Jesús por la salvación que les ha traído. Este es, por ejemplo, el caso de María, que unge con perfume los pies de Jesús (Jn 12,3), en señal de agradecimiento por haberle devuelto la vida a su hermano Lázaro.

Es un salmo de acción de gracias. Conviene rezarlo sobre todo cuando queremos dar gracias por la presencia y la acción liberadora de Dios en nuestra vida, especialmente en la vida de los empobrecidos, de los perseguidos y de los que padecen la injusticia. Si nosotros no vivirnos una situación semejante a la del salmista pobre, es bueno que lo recemos en sintonía y solidaridad con los pobres que van siendo liberados de las opresiones y las injusticias.

Reflexión de la Segunda lectura. 2Tm 4,6-8.17-18: Ahora me aguarda la corona merecida 
Pedro ha llenado con su palabra y con su acción los capítulos anteriores del libro de los Hechos. Ahora va a desaparecer casi por completo. Lo encontraremos sólo en el cap. 15, con motivo de la Asamblea de Jerusalén.

En esta especie de despedida, Lucas presenta a Pedro viviendo una experiencia salvífica. Salvación que recuerda, por una parte, la salida de Egipto, y por otra, la Pasión y Resurrección de Jesús.

Todo sucede precisamente en los días de Pascua, y de noche; con una intervención milagrosa del ángel del Señor. Como en la primera Pascua, cuando el ángel puso fin a la opresión del pueblo e inició el éxodo hacia la libertad. Como en la Pascua por excelencia, cuando Jesús pasa de la muerte a la vida, del Mundo al Padre.

Como Jefe de la Iglesia, comunidad salvífica, Pedro revive en sí mismo la experiencia de salvación del pueblo escogido, figura del auténtico pueblo de Dios. Como continuador y representante de Cristo, recorre personalmente el mismo camino del Maestro. Persecución y salvación son los dos polos del camino de la Iglesia.

También nuestra existencia cristiana gira en torno a estos dos centros. Cristo, en su muerte y resurrección, nos ha salvado radicalmente del pecado y de la muerte: pero no ha abolido la presencia de estas realidades en nuestra experiencia cotidiana.

La Eucaristía, al hacer presente la Salvación de Cristo, nos comunica una continua liberación personal, al mismo tiempo que crea y acrecienta la comunidad de salvación, que es la Iglesia.

Tanto por su estilo, que nos recuerda el de San Marcos, como por su contenido, este capítulo 12 resulta extraño en el contexto. El autor ha reunido en él tres episodios en los que interviene la siniestra figura de Herodes Agripa I. Después de haber sido asesinado Aristóbulo, no le fueron bien las cosas a su hijo Herodes hasta que éste pudo ganarse la amistad de los emperadores romanos Calígula y Claudio. Gracias al primero, consiguió Herodes dominar sobre las regiones norteñas de Palestina, mientras que al segundo le debería más tarde el llegar a ser rey sobre Judea. De esta suerte, Herodes Agripa juntó de nuevo bajo su reinado todos los territorios que había poseído su abuelo, Herodes el Grande.

Pero le faltaba ahora congraciarse con los judíos y, en especial, con el partido de los fariseos. El autor del Libro de los Hechos nos informa aquí en este mismo sentido sobre la oscura razón de estado que motivó la escalada represiva de Herodes contra los cristianos y descubrimos qué "piedad" era la de este rey. En efecto, Herodes, queriendo agradar a los representantes oficiales de la religión establecida en Israel, la emprende primero contra los cristianos helenizantes que seguían al protomártir Esteban, después manda decapitar al apóstol Santiago y, por fin, se propone ejecutar públicamente a Pedro, el jefe de la naciente iglesia.

Mientras llega el día señalado por Herodes para la ejecución de Pedro, éste se encuentra bajo custodia, probablemente en la Torre Antonia, en la misma cárcel en la que estaría preso también San Pablo con el tiempo. Según era costumbre entre los romanos, Pedro ha sido encadenado a sus dos guardianes, que responderían con su propia vida de la seguridad del reo. Según la ley, los soldados responsables de la custodia de un reo, si lo dejaban escapar estaban obligados a sufrir la pena del fugitivo (cfr. 16, 27; 27, 42).

La pequeña comunidad cristiana de Jerusalén está reunida entre tanto en casa de María, la madre de Marcos evangelista (v. 12), en donde Jesús había celebrado la Cena con sus discípulos. Así que la oración de la comunidad acompaña a Pedro en su angustia durante toda aquella noche, a Pedro, que no supo velar en Getsemaní para acompañar a Jesús en su oración angustiada.

Y Dios libró a Pedro de la expectación de los judíos y de la política de Herodes. Todo este relato de la liberación de Pedro se desarrolla entre lo maravilloso de la leyenda y la sobria realidad de la historia.

Los choques que la Iglesia ha tenido con el judaísmo oficial han originado la dispersión y han preparado la persecución.

El "rey Herodes" que persigue a la Iglesia naciente recuerda a su abuelo que persiguió a Jesús recién nacido. Para granjearse la amistad de los judíos mata a Santiago y encarcela a Pedro.

La liberación de Pedro ha de inscribirse en la serie de intervenciones salvíficas por las que Dios ha liberado a los suyos de la mano de los perseguidores. Dios conduce la historia de la Iglesia como condujo la historia de Israel. La historia, en manos de Dios, es siempre historia de salvación.

La liberación de Pedro se sitúa en un ambiente pascual. De noche hizo Dios salir de Egipto a su pueblo; de noche se levantó Jesús del sepulcro; de noche sale Pedro de la cárcel. La tradición judía situaba la liberación de los tres jóvenes del horno... en la noche de Pascua. Las palabras de Pedro, después de liberado, son un eco de la afirmación que se pone en boca de Nabucodonosor en Daniel 3, 95. La noche de pascua es el momento privilegiado para que Dios intervenga en favor de los suyos.

Así se da un nuevo sentido a la asamblea cristiana que se ha reunido para pasar la noche en oración por Pedro que está en la cárcel. No se trata sólo de interceder por Pedro, sino de celebrar la vigilia pascual. La liberación de Pedro significa la liberación de la Iglesia. Las palabras del ángel parecen aludir a la disponibilidad que requería la pascua: ponerse el cinturón..., las sandalias... de prisa (cfr. Ex 12, 11) porque es el paso del Señor.

Pedro se preparaba a celebrar la pascua cuando fue arrestado. Ha debido celebrar la pascua de otra forma. Se ha ceñido la túnica, se ha calzado las sandalias no tanto para celebrar la salida de Egipto, cuanto para la propia liberación y la de la Iglesia del judaísmo y del legalismo y consagrarse así a la misión salvadora.

El arresto de Pedro y su milagrosa liberación -dice J.Frique- coinciden con el momento en que el judío fiel que era Pedro quiere dejar definitivamente Jerusalén para ir a los paganos.

Pedro vive esta liberación como una Pascua. Las instrucciones que le da el ángel son las típicas de la comida pascual de la liberación del pueblo judío: de pie, con prisa, la cintura ceñida y sandalias en los pies. Pasa por la misma prueba y la misma liberación que su Señor. Pedro se libera de la prisión judía (de toda prisión humana, de todo encerrar el anuncio evangélico en los límites de un pueblo, de una clase, de una época) para anunciar a todos el Reino de JC.

Esta perícopa se intercala en el llamado «viaje de las colectas» (11,27-30 y 12,24-25), que la comunidad de Antioquía, «por medio de Bernabé y Saulo», envió a los hermanos de Jerusalén. El relato de esta nueva persecución contra la Iglesia contiene un triple episodio. En la introducción se menciona la decapitación de Santiago, hermano de Juan, entre el 41 y el 44. Este dato no dejaría lugar para el título de evangelizador de España que le otorga una tradición tardía. El bloque central (3-17) narra la detención, liberación y huida de Pedro al que casi despide antes de pasar a las gestas misioneras de Pablo.

Como epílogo del relato se narra la muerte del perseguidor Herodes Agripa I (18-23) el cual reunía bajo su jurisdicción unos dominios semejantes a los de su abuelo Herodes el Grande; fue padre de Herodes Agripa II, Berenice y Drusila que se mencionan más adelante en los Hechos (24,24; 25,13). La muerte de Agripa hacia la primavera-verano del 44 permite situar cronológicamente nuestra narración.

Mientras el martirio de Santiago sólo es objeto de una simple mención, destaca el énfasis con que se habla de Pedro, cuya figura domina la primera parte del libro de los Hechos. Sin embargo, también tiene un gran relieve, junto a otros, la figura de Esteban y sobre todo la de Pablo. Lejos de forzar el tenor de los textos y en beneficio del diálogo ecuménico, la literatura confesional haría bien de liberarse de la fácil tentación de afirmar o negar a partir de los mismos, sin una crítica matizada, un ministerio de Pedro y su sucesión. También destaca el aspecto maravilloso de los relatos como ocurre a menudo en los Hechos. Lucas nos cuenta una serie de liberaciones milagrosas de los apóstoles (5,19-20, 12,6-17; 1625-40). Aquí un ángel libera a Pedro de la prisión, como había ocurrido antes con los apóstoles en general. En el v 23 se nos dice que Agripa "fue herido por el ángel del Señor... y expiró", mientras que Flavio Josefo nos habla de una muerte a causa de fuertes dolores viscerales, es la muerte del perseguidor que parece evocar literariamente la de Antíoco (2 Mac 9,5-9). Los autores bíblicos entrevén espontáneamente la mano de Dios tras los sucesos de la historia, cosa que no sabe hacer el hombre secular de hoy.

Reflexión primera del Santo Evangelio. Mt 16,13-19: ¿Quién dice la gente que es este Hombre?

La confesión de Pedro es un texto de gran importancia para la vida del cristianismo y se compone de dos partes: la respuesta de Pedro sobre el mesiazgo de Jesús, Hijo de Dios (vv. 13-16), y la promesa del primado que Jesús confiere a Pedro (v 17-19). Por lo que respecta a la pregunta que dirige Jesús a sus discípulos, podemos subrayar dos puntos de vista: el de los hombres (v. 13: « ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»), con su apreciación humana, y el de Dios (v. 15: «y vosotros ¿quién decís que soy yo?», con el correspondiente conocimiento sobrenatural.

La opinión de la gente del tiempo de Jesús reconocía en él a un profeta y a una personalidad extraordinaria (v. 14). La opinión de los Doce, en cambio, es la expresada por la confesión de fe de Pedro: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (cf: v. 16). Ahora bien, esa revelación es fruto exclusivo de la acción del Espíritu Santo, «porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos» (v. 17).

A causa de esta confesión, Pedro será la roca sobre la que edificará Jesús su Iglesia. A Pedro y a sus sucesores les ha sido confiada una misión única en la iglesia: son el fundamento visible de esa realidad invisible que es Cristo resucitado. Ambos constituyen la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia a lo largo de los siglos. Por otra parte, el poder especial otorgado por Jesús a Pedro, expresado por las metáforas de las llaves, del «atar» y del «desatar» (v. 19), indica que tendrá autoridad para prohibir y permitir en la iglesia.

La Iglesia celebra a través de estos dos apóstoles su fundamento apostólico, mediante el cual se apoya directamente en la piedra angular que es Cristo (cf Ef 2, l9ss). Pedro y Pablo son los «fundadores» de nuestra fe; a partir de ellos se entabla el diálogo entre institución y carisma, a fin de hacer progresar el camino de la vida cristiana.

El pescador de Galilea empezó su extraordinaria aventura siguiendo al Maestro de Nazaret, primero, en Judea y, a continuación, tras su muerte, hasta Roma. Y aquí se quedó no sólo con su tumba, sino con su mandato, es decir, en aquellos que han subido a la «cátedra de Pedro». Pedro continúa siendo, en los obispos de Roma, la “roca” y el centro de unidad sobre el que Cristo edifica su Iglesia.

Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, se convirtió de perseguidor de Cristo en celoso misionero de su Evangelio. Cogido por el amor al Señor, Cristo llegó a ser para él su mayor pasión (2 Cor 5,14), hasta el punto de decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Su martirio revelará la sustancia de su fe.

La evangelización de estas dos columnas de la Iglesia no se apoya en un mensaje intelectual, sino en una praxis profunda, sufrida y atestiguada con la palabra de Jesús.

Reflexión segunda del Santo Evangelio. Mt 16,13-19: 
¿Quién es éste a quien obedecen el viento y el mar? ¿Quién es Jesús? Jesús pregunta qué opinión tienen los hombres de él. Sin embargo, habla del Hijo del hombre. La identificación entre Jesús y el Hijo del hombre no puede ser más clara. El interrogante abierto en tiempos de Jesús sigue igualmente abierto en nuestros días. Por que la respuesta al mismo puede darse, en última instancia, desde dos únicos pontos de vista: el punto de vista de los hombres, la apreciación humana sobre este personaje de la historia, y el punto de vista de Dios, el de la revelación y el conocimiento sobrenatural. Estas dos únicas posibilidades se hallan acentuadas en el texto en la contraposición clara e intencionada entre lo que piensan “los hombres” y lo que pensáis «vosotros».

El relativo éxito que había tenido Jesús en Galilea hizo reavivar las esperanzas. ¿Quién era? Lo normal era que se pensase en alguna de las figuras extraordinarias que, según la tradición o leyenda judías, debían volver antes de hacer su aparición el Mesías. El Bautista, con su atuendo y predicación penitencial, con sus exigencias de con versión había causado profunda impresión en el pueblo. Jesús podía ser como la reencarnación del Bautista. Podría ser también Elías, Jeremías o cualquiera de los profetas. Esta era la opinión de la época. Hasta este nivel, de reconocer en Jesús a un profeta, una personalidad extraordinaria, no es difícil llegar. En la valoración de la persona de Jesús hecha a través y a lo largo de la historia, todos prácticamente, han llegado a reconocerlo en este nivel.

¿Vuestra opinión? Pedro personifica la confesión cristiana de la fe; el Mesías, el Hijo de Dios. Pero esta confesión cristiana “no procede de la carne ni de la sangre”, es decir, no es posible llegar a ella a través de la lógica y raciocinio humanos. Se hace posible únicamente gracias a la revelación del Padre.

Pedro, que ha personificado esta confesión cristiana de la fe, se convierte a continuación en protagonista de Satanás, eres escándalo para mi». Sencillamente porque le estaría incitando a separarse de Dios y de su voluntad.

La misma suerte que el Maestro deben correr los discípulos. Las sentencias que vienen a continuación lo ponen de relieve. La fidelidad total en el seguimiento de Cristo implica frecuentemente dificultades y hasta persecuciones. Aceptar el discipulado cristiano sin condiciones, con todas las implicaciones que lleva consigo, es cargar con la cruz. Se trata de discípulos de un hombre que murió en la cruz. Si los discípulos no pueden aspirar a ser más que el Maestro deben estar dispuestos a lo mismo (ver el comentario a l0, 24-33).

Sigue el proverbio paradójico de entregar o perder la vida y encontrarla de nuevo. El juego de palabras está justificado desde el doble sentido que tiene la palabra «vida» Se habla de entregar o perder la vida corporal se presuponen las persecuciones e incluso el martirio— para hallar o afianzarse en la vida “espiritual”. El discípulo de Jesús no se pertenece, pertenece a la familia de Jesús (ver el comentario a l0, 24-32). Le ha entregado la vida. Pero esta entrega de la vida ha sido hecha al autor de la vida. Entonces la vida «corporal» entregada adquiere toda su dimensión en la vida eterna, en la vida de aquél a quien nos hemos entregado. Por el contrario, aferrarse a la vida “corporal” saliéndose de la esfera de la vida inextinguible significa entrar en el círculo inexorable de la muerte.

¿Existe algo que pueda ser comparado con el valor de la vida? La vida es el supremo bien. Debe ser la vida la que determina y condiciona el valor de las cosas. Luchar por ellas no tiene sentido si peligra la vida misma. ¿Para qué servirán después? (Lc 12, 16-21: la parábola del rico insensato). El hombre con vocación de almacenista no tiene razón de ser a los ojos de Dios. Toda ganancia, por cuantiosa que sea, es un mal negocio si el hombre se auto-destruye con ella. En el momento último, cuando el hombre se encuentre con el Hijo del hombre, no constará lo que tiene o tuvo sino lo que es e hizo. Será éste el baremo a la hora de la retribución. Las obras siguen al hombre como prolongación suya que son, las cosas que dan atrás como adherencias que fueron.

Reflexión tercera del Santo Evangelio. Mt 16,13-19: 
¿Un católico puede criticar a la Iglesia? Una vez Carlo Carretto escribió: « ¡Cómo te debo criticar y al mismo tiempo cómo te debo amar!». ¿Es una expresión clara? Hay dos palabras que se deben precisar desde el comienza: qué significa criticar y qué se entiende con la palabra Iglesia. En el lenguaje hodierno, el término criticar tiene un matiz negativo. Se critica a otro del cual tomamos distancia. Si se trata de nosotros, no hablamos de crítica, sino de examen de conciencia. Y ¿quién es la Iglesia? Para los no católicos se trata de «ellos», con los que no tenemos nada en común. Para los católicos, al contrario, la Iglesia es nuestro «yo» plural, el Cuerpo Místico de Jesús del cual yo soy miembro. En la Iglesia, por lo tanto, debemos examinar nuestra conciencia.

¿Cómo se hace? En primer lugar, esto sucede oficialmente en los concilios, en los sínodos, en las reuniones de los obispos y en las mesas redondas de los especialistas. ¡Cuántas cosas se dijeron, por ejemplo, durante el concilio Vaticano II! También en las reuniones libres se oyen voces que provienen de las bases, del pueblo sencillo. Estas también son legítimas. Sólo queda una cuestión: ¿qué debe ser objeto de este examen? ¿Y cómo se debe hacer la crítica? La Iglesia profesa la fe de Cristo. ¿Lo hace bien? El apostolado se ejerce con métodos tradicionales. ¿Son aptos también hoy? La Iglesia está compuesta de hombres que quieren salvarse, que buscan en la Iglesia el perdón de los pecados. Todos, por lo tanto, deben examinarse sobre la cuestión de los pecados y sobre las serias faltas de virtudes.

¿Cuáles son los posibles errores en la cuestión de la fe? Ninguno de nosotros tiene el derecho a cambiar la fe de Cristo, pero la confesión de la fe no es del todo inmutable. Crece la comprensión y con el tiempo, se adapta también la forma de expresar la fe. Este es antes que nada un trabajo de los concilios ecuménicos y de las declaraciones papales acreditadas en nombre de toda la Iglesia. Es muy peligroso actuar en esta materia sin el consenso común. Así nacen las separaciones, los cismas. Recordamos, por ejemplo, aquel añadido aparentemente inofensivo del Filioque al Credo que todavía hoy es la manzana de la discordia entre los católicos y los ortodoxos.

Se necesita también una gran prudencia para criticar las costumbres de la Iglesia que están presentes desde hace mucho, aun cuando la fe admita la posibilidad de cambiarlas. Tomemos un ejemplo concreto de hoy; las discusiones sobre el celibato de los sacerdotes. Las Iglesias orientales tienen sacerdotes casados. ¿Por qué no podría ser así también en la Iglesia latina? La respuesta es la que se dio en el sínodo de los obispos reunidos para hablar de esSatanás, eres escándalo para mi». Sencillamente porque le estaría incitando a separarse de Dios y de su voluntad.

La misma suerte que el Maestro deben correr los discípulos. Las sentencias que vienen a continuación lo ponen de relieve. La fidelidad total en el seguimiento de Cristo implica frecuentemente dificultades y hasta persecuciones. Aceptar el discipulado cristiano sin condiciones, con todas las implicaciones que lleva consigo, es cargar con la cruz. Se trata de discípulos de un hombre que murió en la cruz. Si los discípulos no pueden aspirar a ser más que el Maestro deben estar dispuestos a lo mismo (ver el comentario a l0, 24-33).

Sigue el proverbio paradójico de entregar o perder la vida y encontrarla de nuevo. El juego de palabras está justificado desde el doble sentido que tiene la palabra «vida» Se habla de entregar o perder la vida corporal se presuponen las persecuciones e incluso el martirio— para hallar o afianzarse en la vida “espiritual”. El discípulo de Jesús no se pertenece, pertenece a la familia de Jesús (ver el comentario a l0, 24-32). Le ha entregado la vida. Pero esta entrega de la vida ha sido hecha al autor de la vida. Entonces la vida «corporal» entregada adquiere toda su dimensión en la vida eterna, en la vida de aquél a quien nos hemos entregado. Por el contrario, aferrarse a la vida “corporal” saliéndose de la esfera de la vida inextinguible significa entrar en el círculo inexorable de la muerte.

¿Existe algo que pueda ser comparado con el valor de la vida? La vida es el supremo bien. Debe ser la vida la que determina y condiciona el valor de las cosas. Luchar por ellas no tiene sentido si peligra la vida misma. ¿Para qué servirán después? (Lc 12, 16-21: la parábola del rico insensato). El hombre con vocación de almacenista no tiene razón de ser a los ojos de Dios. Toda ganancia, por cuantiosa que sea, es un mal negocio si el hombre se auto-destruye con ella. En el momento último, cuando el hombre se encuentre con el Hijo del hombre, no constará lo que tiene o tuvo sino lo que es e hizo. Será éste el baremo a la hora de la retribución. Las obras siguen al hombre como prolongación suya que son, las cosas que dan atrás como adherencias que fueron.
te problema: se estableció que los obispos no tratarían de resolver la cuestión particularmente, sino sólo con una decisión común, cuando la cuestión madurara. No se puede por lo tanto turbar la opinión pública con inútiles críticas y discusiones sobre este problema.

Es necesario respetar a toda la Iglesia también en las iniciativas que de por sí son buenas y útiles. Todavía podemos ofrecer otro ejemplo concreto. En una iglesia había una estatua de yeso del Sagrado Corazón de Jesús que, verdaderamente, era de pésimo gusto, pero había un grupo de personas que le profesaban una particular devoción. Llegó un nuevo párroco que, después de haberse hecho aconsejar, quitó la estatua y la sustituyó por una nueva, más moderna y artística, provocando santísimas discordias. El párroco se asombró al ver que la gente juzgaba mal, una iniciativa que él consideraba buena. Una anciana abuela lo iluminó: « ¡Ante aquella estatua recé antes de casarme, recomendé a la protección divina a mis hijos y ahora usted la tira!». El sacerdote comprendió que no tenía toda la razón que pensaba tener: había juzgado bien el escaso valor artístico de la estatua, pero no había tenido en cuenta el simbolismo que tenía para la gente. Reconocemos que un respeto así podría ser exagerado en perjuicio de otros grupos de personas, pero Justamente es una función de la Iglesia enseñar a los hombres el respeto mutuo de unos por otros.

Finalmente, no olvidemos lo que se llama «escándalo de los pequeños». No debemos decir a los niños que su madre tiene defectos, podremos decírselo sólo cuando lleguen a cierta madurez. Por lo que se refiere a las cuestiones religiosas, el número de inmaduros, de los que no son adultos en la fe, es más grande de lo que se puede pensar. Otra vez nos referimos a un ejemplo concreto. En una Navidad, el tiempo era muy malo. Un buen cristiano encontró delante de la iglesia al párroco y le dijo. « ¡Pobre Niño Jesús, si el invierno era así cuando él nació! ». El párroco, queriéndolo consolar; le respondió: «¡Qué sabemos!” Ignoramos el día en el que realmente nació Jesús”. “¿Qué?-—gritó el hombre—. ¡Si ni siquiera es verdadera la Navidad, qué debo creer de aquello que predican!”. ¿Se trata del primitivismo en la formación de la fe? Sin duda, pero se remedia sólo con una formación idónea, no con la falta de respeto hacia los que tienen una mala formación.

Pasemos ahora a lo que debe ser objeto de crítica, los verdaderos pecados de los cristianos, sea de los simples fieles que de los superiores eclesiásticos. El mismo evangelio nos enseña cómo proceder: «Si tu hermano ha pecado contra ti, ve y repréndelo a solas... Pero si no te escucha... considéralo como pagano y publicano» (Mt 18,15-17).

La experiencia nos demuestra que generalmente se procede al revés. Si vemos los defectos de otro, se lo decimos a todos menos a él. Para esto se necesita coraje y también tacto, el arte de saber decirlo bien y en el momento justo. Son pocos los que lo saben hacer y por eso la mayoría cree que es mejor lamentarse directamente con sus superiores. Ya en la escuela se vuelven antipáticos los niños que se quejan continuamente de su compañero de clase.

En la Iglesia existen algunos que por cada falta que descubren en la parroquia escriben a Roma. Es totalmente elogiable que todo cristiano tenga la posibilidad de dirigirse con confianza al Santo Padre, pero algunas de estas cartas se escriben con un tono semejante al del ciudadano que se dirige al jefe de estado lamentándose porque en su ciudad falta una lámpara eléctrica por la noche. Junto a sus quejas, hay también propuestas de posibles mejoras, que deben ser bienvenidas, aunque deben proponerse prudentemente y en el lugar adecuado.

Concluyendo nos preguntamos: ¿es lícito criticar a la Iglesia? No sólo es lícito, sino que pertenece al común examen de con ciencia, una tarea que es necesario aprender a hacer de forma justa, de modo prudente y, para que sea eficaz, con caridad que cura y no abre heridas.

Reflexión cuarta del Santo Evangelio. Mt 16,13-19: La región en que tiene lugar la escena se encuentra al noreste de
Galilea de los paganos. Sin ser totalmente una tierra extranjera, la región participa mucho de esta condición. Si a esto se añade el contexto precedente que habla de la prevención contra la enseñanza específicamente religiosa judía, tendremos que concluir que Mateo está presentando y escribiendo en clave y perspectiva de una nueva realidad religiosa.

Esta nueva realidad va a recibir en este texto el nombre de Iglesia de Jesús (v.18). Es la primera vez que el término Iglesia aparece en el evangelio de Mateo para designar la comunidad de discípulos de Jesús, es decir, la comunidad de creyentes en él.

El término griego empleado es el mismo que la traducción griega del A.T., llamada de los Setenta, emplea para traducir pueblo, asamblea, congregación.

En el texto de hace dos domingos escuchábamos de labios de los discípulos el reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios (Mt 14. 33). Es el mismo reconocimiento que escuchamos hoy de labios de Simón. Este reconocimiento distingue al discípulo de la gente.

"¿Quien dice la gente... quién decís vosotros que soy yo?" Mateo sigue operando con la división claramente introducida a partir del capítulo de las parábolas.

PEDRO/PIEDRA: El reconocimiento de Simón adquiere la condición de fundamento o cimiento sólido. A esta condición debe Simón su sobrenombre de Pedro. Algo del juego de palabras del texto griego puede percibirse también en castellano: Pedro-piedra.

Sobre este cimiento, consistente en el reconocimiento de la identidad divina de Jesús por el hijo de Jonás, se levanta la comunidad o pueblo creyente. Por tratarse de un cimiento sólido, el edificio construido sobre él ofrece totales garantías. Esto es lo que quiere expresar la imagen recogida en la frase "el poder del infierno no la derrotará". El edificio es inexpugnable a la destrucción y a la muerte. Esta misma idea de la consistencia de un edificio construido sobre cimientos sólidos la ha expresado Jesús con otra imagen diferente en /Mt/07/25: "Vinieron las lluvias, se desbordaron los ríos y los vientos soplaron violentamente contra la casa; pero no cayó, porque estaba construida sobre un verdadero cimiento de piedra".

INFIERNO/HADES: A decir verdad, el término "infierno" no es la traducción más adecuada del término "hades" empleado en el texto griego. En la mitología clásica el hades es la mansión de los muertos, el lugar de la muerte, equivalente al "sheol" de los judíos.

A propósito del v. 19 hay que hacer notar que en él no se identifican Iglesia y Reino de Dios. Recuérdese que la expresión Reino de los cielos es la formulación judía de la expresión Reino de Dios. A su vez, Reino de Dios no se equipara tampoco con el cielo del más allá. Lo mismo que en el v. 18 se habla de la Iglesia como de un edificio, el v. 19 concibe también el Reino de Dios como un edificio. Ambos edificios son diferentes, pero están comunicados entre sí. El cauce de comunicación es el reconocimiento de la identidad divina de Jesús por el hijo de Jonás. Probablemente es así como hay que interpretar la imagen de las llaves. Ese reconocimiento confiere el poder de perdonar, del que Pedro es garantía en su condición de cimiento del edificio.

Comentario. El discípulo que Mateo va poco a poco diseñando tiene su núcleo en la respuesta a una pregunta sobre Jesús. "¿Quién decís que soy yo?". La pregunta es la misma ayer y hoy. La respuesta a ella dará la medida del discípulo.

La superioridad de Pedro en la respuesta a esta pregunta no estriba en la respuesta en sí. La respuesta en efecto, es la misma que la dada por los demás discípulos hace dos domingos (ver Mt 14. 22-23). La superioridad de Pedro reside más bien en conferir garantía de solidez a lo que los demás descubren. Por ello mismo el modelo de Iglesia que el texto de hoy sugiere, leído el texto en el contexto global del evangelio de Mt, es tal vez el inverso al habitualmente practicado.

2. PEDRO/I: CASA CONSTRUIDA SOBRE ROCA AUNQUE SE APOYA EN LA DEBILIDAD DE LOS HOMBRES

Mateo no solamente muestra interés por el tema cristológico, que sin lugar a dudas es el central, sino también por la Iglesia. Nos habla de ello en términos explícitos y quiere llamar nuestra atención sobre su pertenencia a Cristo ("mi Iglesia") y sobre su perenne estabilidad. La Iglesia es una casa construida sobre roca, aunque se apoya en la fragilidad de los hombres. Por tanto, una estabilidad atormentada, inquieta. El destino de la Iglesia es como el de Cristo: un camino en la contradicción. Y no se trata solamente de enemigos externos; dentro de la Iglesia habrá siempre pecadores; por eso la Iglesia tiene necesidad de "atar y desatar"; continúa el pecado; por eso debe continuar el perdón. Dentro del motivo cristológico y del motivo eclesial es como se han de entender las palabras dirigidas por Jesús a Pedro.

Son palabras afines a otros dos textos célebres: Lc 22. 31ss. y Jn 21. 15-17. Por lo demás, el evangelio entero de Mt muestra interés por Pedro. No importa aquí saber si se trata o no de una inserción redaccional del evangelista. El hecho es que estos vv. están aquí y que su presencia confiere un significado particular a nuestra perícopa. La función de Pedro se define con tres metáforas: la piedra, las llaves, atar y desatar. Para comprender la primera expresión podemos recurrir a otro texto de Mt (7. 24-27): Pedro es la roca que mantiene firme a la Iglesia. En otras palabras, es el punto alrededor del cual se constituye la unidad de la comunidad. La segunda metáfora es todavía más clara: dar las llaves significa confiar una autoridad verdadera y plena.

Finalmente, la tercera metáfora (atar y desatar) tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. En conclusión, el texto atribuye a Pedro títulos y prerrogativas que a lo largo de la Biblia se atribuyen al Mesías. Es como decir que la autoridad de Pedro es vicaria; él es imagen de otro, de Xto, que es el verdadero Señor de la Iglesia. Mas precisamente porque es imagen de Xto, la autoridad de Pedro es plena e indiscutible. No obstante, hay todavía otro punto que hemos de observar con particular atención; no es ciertamente casual la presencia en el mismo fragmento de dos aspectos aparentemente en contraste: la fe de Pedro y su incomprensión del misterio de Jesús: la autoridad confiada a Pedro y el reproche que le hace Jesús. El tema es de fondo, hasta el punto de que recorre todo el fragmento bajo la forma de contraste entre debilidad y gracia. También los otros dos textos citados (Lc 22. y Jn 21.) evidencian el mismo contraste; por una parte, la debilidad de Pedro; por otra, su carácter de punto de referencia. Luego, los evangelistas subrayan intencionadamente este contraste para acentuar que por gracia, en virtud de una elección divina y no por dones naturales, es Pedro la roca sobre la cual funda Xto la Iglesia.

El relato se encuentra centrado en torno al doble intercambio de títulos entre Jesús y Pedro. Este aplica al primero el título de Mesías; aquél responde atribuyendo al segundo el título de Piedra y confiriéndole los poderes mesiánicos de las llaves. Pedro rehúsa aplicar a Xto el título de Siervo paciente, Xto replica atribuyéndole el título Piedra de escándalo.

Elevación Espiritual para este día
en los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; aquel fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, ambos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a ambos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración.

Reflexión Espiritual para el día.
La liturgia fija hoy algunos momentos en la rica y agitada vida de los dos apóstoles. Domina sobre todos la escena de Cesárea de Filipo, descrita en el fragmento evangélico. ¿Qué retendremos, en particular, de este episodio tan célebre? Estas palabras: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». La Iglesia, pues, no es una sociedad de librepensadores, sino que es la sociedad —o mejor aún, la comunidad— de los que se unen a Pedro en la proclamación de la fe en Jesucristo. Quien edifica la Iglesia es Cristo. Es él quien elige libremente a un hombre y lo pone en la base. Pedro no es más que un instrumento, la primera piedra del edificio, mientras que Cristo es quien pone la primera piedra. Sin embargo, desde ahora en adelante no se podrá estar verdadera y plenamente en la Iglesia, como piedra viva, si no se está en comunión con la fe de Pedro y con su autoridad, o, al menos, si no se tiende a estarlo. San Ambrosio ha escrito unas palabras vigorosas: «Ubi Petrus, ibi Eccíesia», «Donde está Pedro, allí está la Iglesia». Lo que no significa que Pedro sea por sí solo toda la Iglesia, sino que no se puede ser Iglesia sin Pedro .

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia y el Magisterio de la Santa Iglesia:
Pedro y Pablo: dos personas muy diferentes, dos historias muy distintas, dos «conversiones» que nada se parecen (la de Pedro duró tres años; la de Pablo, un instante), dos apostolados que empiezan siendo muy diferentes, pero que cada vez se van pareciendo más, hasta quedar unidos en el martirio en Roma, bajo Nerón.

Pedro se había retirado a Galilea después de la muerte de Jesús, pero la resurrección lo hizo volver a Jerusalén, a reunir a la comunidad mesiánica y esperar la venida del Hijo del hombre. Pero el Hijo del hombre venía como rey de todos los pueblos; por eso, Pedro reconoció desde el principio la misión que Cristo había confiado a Pablo.

Con tiempo vio Pedro cómo la comunidad se extendía por una vasta geografía y se fue haciendo presente por todas partes donde había cristianos. Había experimentado la obra de Dios en el apostolado de la circuncisión, es decir, conversión de los judíos y encarrilamiento de los paganos por la senda de las prácticas judías. Así se habían de cumplir -creía él- las profecías sobre la venida de todos los pueblos a Jerusalén.

Pablo, en cambio, y toda la Iglesia de Antioquía, iban más allá. Habían visto la obra desbordante del Espíritu entre los paganos, sin que dejaran de serlo. Fueron, con el testimonio de esta obra de Dios, a Jerusalén, a buscar el acuerdo de los apóstoles y salvar así la unidad de la Iglesia. Santiago, el eterno judaizante, y Pedro y Juan reconocieron que la dirección de la Iglesia pasaba por encima de ellos, y se rindieron a la obra creadora del Señor, que de las piedras saca hijos de Abrahán.

Frase evangélica: «Apacienta mis ovejas»

Tema de predicación: EL SERVICIO DEL PAPA

1. Pablo se considera a sí mismo padre de muchos creyentes, por haber conducido a muchos a la fe. Otro tanto podría decir Pedro. Ambos tienen en la Iglesia una paternidad derivada de la elección de Dios y de su respuesta, no exenta de debilidades y titubeos. Pedro, por sobrenombre «Roca», es el primero de la lista apostólica, asume la condición de servidor, ejerce el apostolado y muere mártir en Roma, bajo Nerón. Pablo, convertido del fariseísmo beligerante anticristiano, es el apóstol de los paganos, a los que evangelizó en tres grandes viajes. También fue mártir en Roma. La lista de testigos del martirologio romano comienza con Pedro y Pablo. Ambos fueron las cabezas de una Iglesia pobre, perseguida y testimonial, que se convirtió en Iglesia primacial.

2. El obispo de Roma fue pronto primado de los obispos, Papa de la cristiandad. A lo largo de la historia, el ministerio del Papa -responsable directo de los cristianos de la diócesis de Roma, catalizador de la comunión de las Iglesia locales, impulsor de la unidad ecuménica, portavoz ante el mundo del mensaje católico y soberano de un Estado minúsculo (la Santa Sede)- es abrumador y complejo. En los últimos cien años, el papado ha aumentado considerablemente sus posibilidades de influjo y de acción.

3. Los términos evangélicos referidos a la misión de Pedro, dentro del primer grupo apostólico formado por Jesús, se expresan siempre en términos de unidad, caridad, servicio y misión, nunca en clave de potestad, dignidad o privilegios. Hoy se entiende la primacía papal del obispo de Roma como servicio profético de unidad y de coordinación de quien escucha, comparte y decide, en colaboración con los obispos de toda la Iglesia, a partir de las exigencias del Evangelio.+

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