Santos: León IX, Papa; Emma de Bremen, viuda; Vicente de Colibre, mártir. Feria (Blanco)
LA INTENSIDAD DEL APÓSTOL PABLO
Hch 9,1-20; Jn 6,52-59
La vida que Jesús comunica a los que creen en Él está al alcance de todos. Basta escuchar su Palabra, asumir con fe su invitación a amar con el amor que el Padre nos ama y dejarse penetrar por la fuerza regeneradora de su Espíritu. Estas palabras tan densas sobre la vida eterna no son excesos retóricos. La vida de numerosos testigos cristianos es la confirmación que las autentifica. Podíamos citar tantos testimonios de vida, pero basta con asociar el que nos ofrece el libro de los Hechos de los Apóstoles. La narración de la conversión de san Pablo es ilustración de la enseñanza del Evangelio de san Juan. Ese hombre intenso, congruente, que no sabía hacer diferencia entre mensaje y mensajero acogió con todas sus consecuencias el llamado del Señor Jesús. Su experiencia cristiana lo conmocionó tan profundamente que evidenció la veracidad de la oferta de vida que Jesús nos propone el Evangelio de san Juan.
ANTÍFONA DE ENTRADA (Ap 5, 12)
Digno es el Cordero que fue sacrificado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor. Aleluya.
ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso, que nos has dado la gracia de conocer la resurrección de tu Hijo, haz que resucitemos a una vida nueva por medio de tu Espíritu de amor. Por nuestro Señor Jesucristo...
LITURGIA DE LA PALABRA
Es el instrumento escogido por mí, para que me dé a conocer a las naciones.
Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 9, 1-20
En aquellos días, Saulo, amenazando todavía de muerte a los discípulos del Señor, fue a ver al sumo sacerdote y le pidió, para las sinagogas de Damasco, cartas que lo autorizaran para traer presos a Jerusalén a todos aquellos hombres y mujeres seguidores del Camino.
Pero sucedió que, cuando se aproximaba a Damasco, una luz del cielo lo envolvió de repente con su resplandor. Cayó por tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Preguntó él: "¿Quién eres, Señor?". La respuesta fue: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate. Entra en la ciudad y allí se te dirá lo que tienes que hacer".
Los hombres que lo acompañaban en el viaje se habían detenido, mudos de asombro, pues oyeron la voz, pero no vieron a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía abiertos los ojos, no podía ver. Lo llevaron de la mano hasta Damasco y allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber.
Había en Damasco un discípulo que se llamaba Ananías, a quien se le apareció el Señor y le dijo: "Ananías". Él respondió: "Aquí estoy, Señor". El Señor le dijo: "Ve a la calle principal y busca en casa de Judas a un hombre de Tarso, llamado Saulo, que está orando. Saulo tuvo también la visión de un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para que recobrara la vista.
Ananías contestó: "Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho, a tus fieles en Jerusalén. Además, trae autorización de los sumos sacerdotes para poner presos a todos los que invocan tu nombre". Pero el Señor le dijo: "No importa. Tú ve allá, porque yo lo he escogido como instrumento, para que me dé a conocer a las naciones, a los reyes y a los hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi causa",
Ananías fue allá, entró en la casa, le impuso las manos a Saulo y le dijo: "Saulo, hermano, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino, me envía para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo". Al instante, algo como escamas se le desprendió de los ojos y recobró la vista. Se levantó y lo bautizaron. Luego comió y recuperó las fuerzas. Se quedó unos días con los discípulos en Damasco y se puso a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús era el Hijo de Dios.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
Comentario:
Triunfo del Resucitado
Es tan grande el evento de la conversión de Pablo que la
Iglesia, desde tiempo inmemorial, ha honrado con fiesta litúrgica a la gracia
de Dios que fue tan abundante y fecunda ese día, otorgando la fe cristiana al
más ilustre de los hijos de Tarso.
La fiesta de la conversión de este gigante entre los
apóstoles es el 24 de enero. Pero, como en Pascua leemos extensamente el libro
de los Hechos de los Apóstoles, hoy hemos llegado al capítulo noveno en que
precisamente se cuenta este maravilloso testimonio de la gracia.
Es decir que al leer en Pascua la conversión de Pablo nos
interesa sobre todo mirar el triunfo del Resucitado y es en ello en lo que
meditamos principalmente. De hecho, cuando Pablo cae derribado por la luz del
cielo y pregunta: "¿quién eres?", Jesús le responde: "Yo soy
Jesús, a quien tú persigues". ¡Aleluya! ¡Está vivo! Y cuando tocan a sus
discípulos él siente como si le hubieran tocado a él. ¡Está vivo y es el Señor!
Del salmo 116 R/. Que aclamen al Señor todos los pueblos. Aleluya.
Que alaben al Señor todas las naciones, que lo aclamen todos los pueblos. R/.
Porque grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre. R/,
ACLAMACIÓN (Jn 6, 56) R/. Aleluya, aleluya.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él, dice el Señor. R/.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
Del santo Evangelio según san Juan: 6, 52-59
En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?".
Jesús les dijo: "Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre". Esto lo dijo Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario:
"Mi carne es verdadera comida", dice el Señor.
Palabras que nosotros los católicos agradecemos con humilde y ferviente
adoración delante de cada sagrario y en cada Eucaristía. De la Encíclica
"Ecclesia de Eucharistia" de Juan Pablo II tomamos algunos textos
entresacados de los números 22 al 24. La numeración aquí ofrecida es nuestra.
La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el Bautismo,
se renueva y se consolida continuamente con la participación en el Sacrificio
eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental.
Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que
también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con
nosotros: "Vosotros sois mis amigos" (Jn 15, 14). Más aún, nosotros
vivimos gracias a Él: "el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 57). En
la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo
"estén" el uno en el otro: "Permaneced en mí, como yo en
vosotros" (Jn 15, 4).
Al unirse a Cristo, en vez de encerrarse en sí mismo, el
Pueblo de la nueva Alianza se convierte en "sacramento" para la
humanidad, signo e instrumento de la salvación, en obra de Cristo, en luz del
mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16), para la redención de todos. La
misión de la Iglesia continúa la de Cristo: "Como el Padre me envió,
también yo os envío" (Jn 20, 21). Por tanto, la Iglesia recibe la fuerza
espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el
sacrificio de la Cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la
Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la
evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo
y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo.
Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su
unidad como cuerpo de Cristo. San Pablo se refiere a esta eficacia unificadora
de la participación en el banquete eucarístico cuando escribe a los Corintios:
"Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun
siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de
un solo pan" (1 Co 10, 16-17). El comentario de san Juan Crisóstomo es
detallado y profundo: "¿Qué es, en efecto, el pan? Es el cuerpo de Cristo.
¿En qué se transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo; pero no muchos
cuerpos sino un sólo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que
esté compuesto de muchos granos de trigo y éstos se encuentren en él, aunque no
se vean, de tal modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta
fusión; de la misma manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos
a otros y, todos juntos, con Cristo". La argumentación es terminante:
nuestra unión con Cristo, que es don y gracia para cada uno, hace que en Él
estemos asociados también a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia. La
Eucaristía consolida la incorporación a Cristo, establecida en el Bautismo
mediante el don del Espíritu (cf. 1 Co 12, 13.27).
La acción conjunta e inseparable del Hijo y del Espíritu
Santo, que está en el origen de la Iglesia, de su constitución y de su
permanencia, continúa en la Eucaristía. Bien consciente de ello es el autor de
la Liturgia de Santiago: en la epíclesis de la anáfora se ruega a Dios Padre
que envíe el Espíritu Santo sobre los fieles y sobre los dones, para que el
cuerpo y la sangre de Cristo "sirvan a todos los que participan en ellos
[...] a la santificación de las almas y los cuerpos". La Iglesia es
reforzada por el divino Paráclito a través la santificación eucarística de los
fieles.
El don de Cristo y de su Espíritu que recibimos en la
comunión eucarística colma con sobrada plenitud los anhelos de unidad fraterna
que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, eleva la experiencia de
fraternidad, propia de la participación común en la misma mesa eucarística, a
niveles que están muy por encima de la simple experiencia convival humana.
Mediante la comunión del cuerpo de Cristo, la Iglesia alcanza cada vez más
profundamente su ser "en Cristo como sacramento o signo e instrumento de
la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano".
A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la
experiencia cotidiana muestra tan arraigada en la humanidad a causa del pecado,
se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo. La
Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre
los hombres.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta, Señor, estos dones que hemos preparado para el sacrificio eucarístico, y transforma toda nuestra vida en una continua ofrenda. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio I-V de Pascua.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN
Cristo, que murió en la cruz, ha resucitado ya y nos ha redimido. Aleluya.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Te suplicamos, Señor, que esta Eucaristía que tu Hijo nos mandó celebrar en memoria suya y en la cual hemos participado, nos una cada vez más con el vínculo de tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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