Oración inicial
Señor, enséñame a escuchar tu Palabra y a acogerla en la vida diaria. Que procure buscar espacios y momentos de silencio y así quede con gozo en tu compañía. Que todo calle en mi interior para poder escuchar el eco de tu voz y así experimentar tu presencia. Se para mí luz que ilumina mis pasos, fuego que calienta el corazón y viento que todo lo remueve.
Haz una lectura pausada, tranquila. Repítela unas cuantas veces. Descubre la fuerza de las palabras... Es Buena Noticia para ti.
26Decía a la gente: «El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. 27Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.28La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.29Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.» 30Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? 31Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, 32pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.»33Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. 34Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Comentario bíblico
Por otro lado la más pequeña de las semillas, la de la mostaza, se convierte en una gran planta. Este contraste indica por un lado el vigor del Reino, ya presente en los hechos y las palabras de Jesús, y por otro lado la voluntad de Dios de convertir una pequeña realidad en un gran cobijo para que todos los pájaros puedan anidar en ella, una presentación velada de la universalidad de la oferta de la salvación que Jesús proclama.
A pesar de que cuesta ver los cambios, entender el crecimiento, valorar las cosas pequeñas... él es un hombre que enseña a vivir en la esperanza, a entender que no todo depende de nuestras fuerzas, sino que hay un crecimiento sin intervención humana, pero que hay que esperarlo con paciencia activa.
En la primera parábola Jesús quiere mostrar el contraste entre la espera paciente, día y noche, un día y otro, del campesino y el crecimiento inesperado e irresistible de la semilla. Un crecimiento que supera todas las expectativas. Mientras el sembrador duerme, la semilla, por la fuerza que tiene en su interior, va creciendo “ella sola”, sin que el campesino “sepa cómo”.
¿De qué me está hablando el evangelio? ¿De eficacia por el esfuerzo humano o más bien de fecundidad gratuita? Tal como pasa con la semilla sembrada, así es el crecimiento en tantas realidades humanas y mundanas. Tendríamos que ser más perspicaces parar darnos cuenta de realidades que crecen desproporcionadamente respecto a nuestro esfuerzo, que son muy fecundas, a pesar de que nos parecen poco eficaces. Hay realidades que nos parece que no evolucionan, que están estancadas, “enterradas” en la tierra, que nos hacen venir ganas de abandonar, de no insistir, de dedicarnos a una cosa que sea más productiva. Nos cansamos de esperar, nos cansamos de regar un palo seco, nos cansamos de las pequeñeces..., queremos números, resultados, cantidades que justifiquen nuestro trabajo.
¿Qué le dices tú a Dios?
La oración de hoy tiene que ser sobre todo contemplativa, con todo lo que significa esta palabra: contemplar no es quedarse con el pensamiento en blanco ni quedarse embobado ante una imagen o una idea. Para el cristiano, “contemplar” quiere decir “ser contemplado”; más que ver, es ser visto, ser tomado por Cristo Jesús, ser atraído por Él. Por tanto, hoy se tratará de dejarse atraer por la fuerza de la palabra de Jesús y dejarse iluminar por su luz cálida.
Pide al Padre que te atraiga para poder ir hacia Jesús y que Él te resucite (cf. Jn 6,44).
Como el grano de mostaza
Un buen día un joven se presenta en el despacho para apuntarse a un curso. Hago la acogida. Durante 20 minutos escucho su vida: miserias y alegrías, dificultades y avances. Material suficiente para hacer un libro. Le informo. Se va, diciéndome que se lo pensará.
Unos días después me llama. Su voz tiembla un poco cuando acepta la plaza. En la segunda acogida percibo su ilusión. Yo estoy contenta, pero no me manifiesto (¿por qué no manifiesto mi alegría?).
Y comienza el curso. Un joven más procedente... ¿del fracaso?, ¿de un proceso migratorio?, ¿de la calle?, ¿de la soledad de su casa?; ¡de todo a la vez! Un joven más con nosotros. Y sonrío. Y mi corazón comienza nuevamente a trabajar por aquel joven. Sí, sí, con el corazón y con la cabeza poniendo a su alcance: los recursos, el equipo, los compañeros, el temario, las herramientas... Pero noto que ha comenzado también en mí una nueva aventura: ser y estar al lado de este joven.
En el compartir, casi tocando, es como yo me doy cuenta del grano de mostaza que este joven ha sembrado en mi interior. Sí, ¡es él quien ha sembrado! ¿Por qué tenemos que ser siempre nosotros los sembradores? Este joven -como tantos otros- ha encendido una chispa dentro de mí, que me motiva para trabajar con una mejor calidad, con más cuidado y con más amor. Ya no quiero renunciar a sentir lo que cada joven me aporta; no quiero renunciar a dejarme afectar por este nuevo aliento que tantos jóvenes depositan en mí... Aliento que significa vida, renovación, trabajo, mejora...
Da gracias a Dios por el conocimiento que te ha revelado en Jesucristo. Pide al Espíritu que te haga pasar de esta Escritura a la vida.
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