Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del
Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas
y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga,
como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le
entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje
donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me
ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar
a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista.
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de
gracia del Señor." Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y
se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
"Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
COMENTARIO
Qué gratificante es saber que en estos momentos en que
a nivel mundial se está haciendo frente al caos y el desastre del pueblo de
Haití, ahí en primera fila está nuestra Iglesia con una participación activa,
haciendo realidad este mensaje del Evangelio de hoy: instituciones, ONGs,
congregaciones grupos comprometidos de mil modos en paliar tanto
mal. Es consolador saber que nuestra Iglesia, en medio de tanto dolor, no se
queda recluida en los templos rezando a su Dios, sino que “ungida por el Espíritu”,
se hace cargo del sufrimiento, como el Buen Samaritano, y trata en medida de
los posible de poner el remedio apropiado. Es consolador saber que las
distintas comunidades cristianas no hemos quedado indiferentes al grito
desgarrador de ese pueblo, sino que hemos ofertado nuestra ayuda según nuestras
posibilidades.
Porque éste es el mensaje resumido que la
Palabra de Dios, de la mano de Jesús, este día nos quiere dejar. Hoy
sorprendemos a Jesús entrando en la sinagoga de Nazaret, su pueblo, como cualquier
judío, cumpliendo con esa costumbre de reunirse los sábados en ese lugar de
culto y oración. Jesús volvía a su pueblo después de un tiempo en que había
visitado otras poblaciones, en especial la ciudad de Cafarnaún y en donde había
realizado varios milagros. Su fama había corrido de boca en boca.
Naturalmente los antiguos vecinos de Jesús
rebosaban curiosidad. ¡Habían oído tantas cosas! No es extraño que, cuando el
jefe de la sinagoga le entregó el libro para que leyera e hiciera el comentario
oportuno, “toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él”. El texto que leyó
decía así: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha
enviado para anunciar el evangelio (la buena noticia) a los pobres, a los
cautivos la libertad y a los ciegos la vista, para dar libertad a los
oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”. Esto es, para sanar,
aliviar, liberar, perdonar. Y omitió “para anunciar el día de la venganza de
nuestro Dios”, lo cual molestó a los asistentes.
Y ese texto le viene como anillo al dedo para
presentar lo que había de ser su misión en medio del pueblo. No es un programa
de candidato a la alcaldía de su pueblo Nazaret. (Sabemos lo que pasa en las
elecciones para puestos importantes en los diversos campos de la sociedad
política, deporte… No faltan en ellas candidatos que nos hacen la
presentación de sus programas; todos ellos ofreciendo más y mejores servicios,
con los que conseguirán más y mejores logros que el contrincante para los
ciudadanos; pero siempre con el interés de conseguir más votantes.
No viene tampoco con propuestas para conseguir el
título de Sacerdote o Jefe de Sinagoga, ni escriba o doctor de la ley. Viene a
cumplir el programa que el Espíritu le ha marcado y que viene a coincidir con
el texto del Profeta Isaías que tiene en sus manos.
Jesús podía haber dedicado su tiempo en algo más útil
y beneficioso para él, a estudiar las leyes y hacerse un maestro, como los
escribas y doctores, a inclinarse por la carrera del sacerdocio y entrar a formar
parte de la casta sacerdotal y gozar de todos sus privilegios; podía haberse
metido en el mundo de la política, pues ocasiones no le faltaron para que le
declarasen rey, si hubiese secundado los deseos de la muchedumbre, como sucedió
tras la multiplicación de los panes.
Pero aquel espíritu que le llevó al desierto para,
durante un tiempo largo e intenso descubrir en la oración la voluntad del Padre
sobre él, pone en sus manos esta misión: «El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena
Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los
ciegos la vista, para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia
del Señor»
Se da cuenta de que, si había asumido la condición
humana, no podía ser indiferente a los dolores y carencias de
aquella sociedad enferma y aquejada de tantos males: pobreza, olvido,
marginación, exclusión, esclavitud, explotación. Aquellas gentes que él veía
tan pobres y abandonadas, con la incapacidad de revertir su situación y
dignificar sus vidas, Jesús las mirará como hermanos. Le duele el que está
atrapado por la pobreza, o el otro al que la ceguera material o espiritual ha
oscurecido su vida, le duele el que está esclavo, oprimido, aplastado,
explotado, alienado, cosificado.
Se sabe enviado a ser “Buena Noticia” para todos
ellos. Él ha venido a curar, a liberar, a dignificar, a recomponer al hombre, a
humanizar el corazón del hombre y del mundo, a reconstruir la imagen de Dios
que hay en cada hombre, tan deteriorada y desfigurada por el abuso de los
poderosos. Ha venido a regalar a cada hombre la dignidad de hijo de Dios, a
poner en cada persona un corazón de hermano, por más que luego los hombres
reneguemos de esas realidades y rompamos esos títulos porque no nos convienen.
Y así lo expresa en el texto: Hoy ha comenzado a
cumplirse este plan de Dios. Y desde aquel día, si seguimos los pasos de Jesús,
esta será su tarea. El mismo espíritu que le llevó al desierto lo empujará
ahora por las calles, plazas y caminos de Palestina con ojos y corazón de Buen
Samaritano haciendo suyos las dolencias y los males de aquellas gentes.
Este es el Dios que nos presenta Jesús, nuestro Dios,
a quien no le son ajenas nuestras vidas y lo que en ellas acontece. A Dios le
duele todo lo humano, como propio, le duele todo lo que duele a las personas.
Una imagen de Dios distinta de la que muchas veces nos han presentado:
impasible.
En el interior del cristianismo hay una fe no en
cualquier Dios, sino en el Dios atento al dolor humano. Frente a la «mística de
ojos cerrados» propia del budismo y de la espiritualidad del Oriente en
general, volcados sobre todo en la atención a lo interior, el cristianismo ha
de cultivar una «mística de ojos abiertos» y una espiritualidad de la
obligación absoluta de atender al dolor de los otros.
Al cristiano verdaderamente espiritual -«ungido por el
Espíritu»- se lo encuentra, lo mismo que a Cristo, junto a los más desvalidos y
humillados. Lo que le caracteriza no es tanto la comunicación íntima con el Ser
Supremo cuanto la apertura al amor de un Dios Padre que empuja y envía a sus
fieles hacia los seres más pobres y abandonados. O como bien dijo el cardenal
Carlo María Martini, en estos tiempos de globalización, el cristianismo ha de
globalizar la atención al sufrimiento de los pobres de la Tierra.
Hemos deformado la palabra “espiritual”, y así decimos
que una persona lo es, cuando se pasa todo el día en la iglesia o rezando.
Según este texto, “espiritual” es el que se deja guiar por el Espíritu, que
cierto que lleva al “templo”, pero que después lo empuja por calles y plazas,
los ojos abiertos y el corazón lleno de amor, para ser “Buena Noticia”, como
Jesús, para los pobres, los sufrientes, los que no cuentan, los “don nadie”,
que más que personas, son tratados como objetos de explotación uso y
consumo. Ya lo dijo Jesús de otro modo: “En esto conocerán que sois
discípulos míos.
La imagen del Cuerpo de San Pablo, viene a completar
esta misma idea: si algún miembro sufre... todos sufren con él. Somos miembros
del cuerpo de Cristo, prolongación de Cristo en la historia. Somos el Jesús que
asumió el programa de salvación en Nazaret en el hoy y en el aquí. Cada uno de
nosotros puede decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha
ungido, me ha enviado…” No sólo sacerdotes y misioneros y misioneras
son enviados. Todo cristiano es ungido por el Espíritu. Y todo cristiano es
enviado, es misionero. Todo cristiano está llamado a ser testigo de la
misericordia de Dios. Tofo cristiano tiene que hacer opción por los pobres y
ser buena noticia para ellos. Todo cristiano tiene que acercarse al que sufre y
está solo. Todo cristiano tiene que combatir la injusticia y la opresión. Todo
cristiano tiene que ser luz. Todo cristiano tiene que ser “otro
ungido”, “otro cristo”, poniendo en marcha “el cumplimiento de la
Escritura”.
Este domingo, precisamente, celebramos la
INFANCIA MISIONERA, con ese empeño de concienciar a los niños, como
seguidores de Jesús que son, para que colaboren en su compromiso salvador,
vayan comprendiendo y asumiendo su labor “misionera” y se sientan responsables
en la tarea de hacer, con Jesús y como Jesús, un mundo más acorde con el
proyecto de Dios, ayudando de diversos modos (oraciones, sacrificios, limosnas,
formación…) a dignificar la vida de otros niños de lugares menos
afortunados.
ORACIÓN FINAL
Gracias, Señor, por tu Palabra. Gracias por
hacerte alimento que nos reconforta y da vida. Gracias por enviarnos al
Espíritu Santo.
Queremos ser fieles a la misión que
nos tienes encomendada. Que hoy se cumpla también la Escritura en
nuestra vida, a pesar de nuestra pequeñez, de nuestro desaliento, de nuestras
limitaciones. Que nuestra vida sea liberadora para nuestros hermanos.
Tú eres nuestra fuerza y nuestra
unión. Tú eres nuestra paz. Ayúdanos para que todos los cristianos
caminemos hacia la unidad, en el vínculo de la paz verdadera.
Te decimos con las palabras del
salmista «Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el
meditar de mi corazón, Señor.» Amén
http://www.ocdburgos.org
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