Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

7 de diciembre de 2012

LECTURAS DEL DÍA 07-12-2012


VIERNES DE LA I SEMANA DE ADVIENTO. 7 de Diciembre del 2012. 1º semana del Salterio. (Ciclo C) TIEMPO DE ADVIENTO. MES DEDICADO A LA INFANCIA DE JESÚS. SS. Ambrosio ob dc, Sabino ob mr, Urbano ob, Fara ab. Santoral Latinoamericano. SS

LITURGIA DE LA PALABRA.
Is 29,17–24: Los humildes se alegrarán en el Señor.
Salmo responsorial 26: El Señor es mi luz y mi salvación.
Mt 9,27-31: ¡Hijo de David, ten piedad de nosotros!.


Los dos ciegos dan prueba de una auténtica fe: confían en el poder que tiene Jesús para sanarlos. Pero el Señor evita curarlos públicamente porque no quiere que se confunda la finalidad de su venida. Como lo reitera en la despedida, una vez en casa Jesús repite igual que otras veces: “que suceda como ustedes han creído”, o “vete, tu fe te ha salvado”, poniendo en primer lugar nuestra fe y confianza en el poder salvífico del Señor. La respuesta clara y segura de los ciegos es la misma que nos pide a nosotros hoy; y tenemos que entregarla con la misma fuerza y seguridad: “¡Sí, Señor, creo. Creo que eres mi Dios y salvador, que me amas y perdonas!” Y después de esta manifestación de fe, salir como los ciegos a proclamar que el Señor es bueno.
Reconozcamos, pues, nuestra ceguera y entreguémonos confiados en las manos del Señor, porque él es la Luz que nos ilumina; gracias a su luz todo nos parece claro y trasparente. Reconozcamos también nuestra capacidad de ver, para así poder ayudar a los que aún caminan por diversos caminos de oscuridad. Digamos, pues, como los dos ciegos: “¡ten compasión de nosotros, Hijo de David!”

PRIMERA LECTURA.
Isaías 29,17-24.
Aquel día, verán los ojos de los ciegos.
Así dice el Señor: "Pronto, muy pronto, el Líbano se convertirá en vergel, el vergel parecerá un bosque; aquel día, oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos. Los oprimidos volverán a alegrarse con el Señor, y los más pobres gozarán con el Santo de Israel; porque se acabó el opresor, terminó el cínico; y serán aniquilados los despiertos para el mal, los que van a coger a otro en el hablar y, con trampas, al que defiende en el tribunal, y por nada hunden al inocente."
Así dice a la casa de Jacob el Señor, que rescató a Abrahán: "Ya no se avergonzará Jacob, ya no se sonrojará su cara, pues, cuando vea mis acciones en medio de él, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob y temerá al Dios de Israel. Los que habían perdido la cabeza comprenderán, y los que protestaban aprenderán la enseñanza."
Palabra de Dios

Salmo responsorial: 26
R/. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación,  ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? R.

Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo. R.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. R.

SANTO EVANGELIO.
Mateo 9,27-31.
Jesús cura a dos ciegos que creen en él.
En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando: "Ten compasión de nosotros, hijo de David." Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo: "¿Creéis que puedo hacerlo?" Contestaron: "Sí, Señor." Entonces les tocó los ojos, diciendo: "Que os suceda conforme a vuestra fe." Y se les abrieron los ojos.
Jesús les ordenó severamente: "¡Cuidado con que lo sepa alguien!" Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.
Palabra del Señor.


Reflexión de la Primera lectura: Isaías 29,17-24 Los humildes se alegrarán en el Señor
La obra de Dios y la gran transformación de la humanidad es el tema del presente himno de Isaías que está unificado con la proclamación de un profundo cambio de situación, en oposición a la perversión que nos invade.
La locución «aquel día» (v. 18) introduce, de hecho, una modificación profunda debida al Señor, que es quien ejecuta el paso de las tinieblas a la luz y cura una situación de ceguera profunda y de incomprensión, multiplicando sus maravillas ante el pueblo. Es fabulosa está acción que destruirá los proyectos ocultos en los que el pueblo incrédulo basa su prudencia (cf. ls 29,15). Esta acción se lleva a cabo en tres ámbitos diversos: en la naturaleza (v. 17), en e campo de las enfermedades Físicas (v. 18), y en el moral y religioso, en el que impera la justicia
(vv. 19-21).
La salvación provoca ante todo el gozo de los «humildes» (v. 19). El término, cargado de valor teológico, no sólo sociológico, designa a los que en el momento de la angustia confían en el Señor perseverando en la espera de salvación que viene de él. Con el gozo de los necesitados y humildes y con la desaparición de los violentos, cínicos e impostores, la obra del Señor llega a su culmen, porque por ella se muestra a los ojos del pueblo creyente, que le reconoce como redentor de Abrahán y el santo de Jacob: «los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad» (v. 18).

Reflexión del Salmo 26. El Señor es mi luz y mi salvación.
En el Salmo anterior oíamos al autor exclamar desde lo más profundo de su alma: «Señor, yo amo la belleza de tu casa». En el salmo tic hoy, que podríamos decir que es una continuación del anterior, el Espíritu Santo pone estas palabras en la boca de nuestro salmista: «Una cosa pido al Señor, y sólo eso es lo que busco: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para gozar de la dulzura del Señor».
Vemos a este hombre no sólo con el deseo de una contemplación estática de la belleza del Templo que, personifica el Rostro de Dios; sino que, en una actitud activa, el salmista desea vivamente vivir con Dios y saborear su dulzura. Para que no quepa la menor duda de interpretación del salmo, fijémonos en las palabras de su autor: «Y sólo eso es lo que busco...». Efectivamente, busca la comunión con el mismo Dios.
¿Cómo puede un hombre mantener y llevar adelante estos deseos e impulsos cuando a veces tenemos la impresión de que Dios, no aparece por ninguna parte, cuando miramos dentro y fuera de nosotros mismos y sólo percibimos su angustiante ausencia?.
¿Cómo avivar la esperanza cuando lo único que experimentamos de Dios es que nos ha abandonado, que se ha despreocupado de nosotros?.
¿Hay algún motivo para seguir confiando, para orientar nuestra vida en una búsqueda aparentemente inútil?.
Dios responde a nuestro ser tentado, por medio de su propio Hijo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca halla, y al que llama se le abrirá» (Mt 7,7-8). Este nuestro Dios, al que a veces podemos considerar sordo, ciego e insensible ante nuestros dramas, viene en nuestra búsqueda, viene en nuestro rescate bajo la figura del Buen Pastor. Dice Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10,27-28).
Esta «Voz» es el Evangelio proclamado por Jesús; quien lo escucha saborea la dulzura de Dios como pedía el salmista; y así nos lo atestigua Él mismo en el libro del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Dios mismo entra en comunión con el hombre traspasando infinitamente los deseos del salmista.
Inmensurable la promesa de Dios, inmensurable también nuestra precariedad. Pero aun en esta nuestra pobreza, aun cuando en la tentación bajemos a lo profundo de nuestros abismos, siempre queda, por muy débil que sea, el grito de nuestro propio corazón insatisfecho. Como dice san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón no reposará hasta que descanse en Ti». Esta insatisfacción profunda es, aun sin saberlo conscientemente, el grito que alcanza a Dios. Continuemos con el salmo: «Escucha, Señor, mi grito de súplica, ten piedad, respóndeme. Oigo en mi corazón: “iBuscad mi rostro!”. Tu rostro es lo que busco, Señor».
Sean cuales sean los caminos por donde ha sido llevado un hombre y, por muy débil e imperceptible que sea el grito de su corazón..., Dios lo oye, actúa y salva. No es en nuestros méritos, sino en las infinitas y misericordiosas entrañas de Dios, donde se apoya nuestra esperanza. Por eso escuchamos en el profeta Isaías una de las características que van a definir al Hijo de Dios: «Caña quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará» (Is 42,3). Dios envió su Hijo al mundo para que todo el que se vuelva hacia Él buscando su rostro, sea cual sea su situación moral, no quede defraudado.
Jesucristo, que lleva en su carne la inagotable misericordia de su Padre, viendo a la humanidad doliente y su friendo con el hombre el cansancio de su propio corazón, proclama esta buena noticia: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera»
(Mt 11,28-30).
El Hijo de Dios muere no para darnos ningún ejemplo moralizante, sino para comprarnos en rescate para el Padre. Así lo anuncia el apóstol Pedro: «Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Jesucristo» (1Pe 1,18-19). Sangre preciosa del Cordero que ha hecho posible que el rostro de Dios que buscaba el salmista esté transparentado en toda su plenitud en el santo Evangelio.

Reflexión primera del Santo Evangelio: (Mt 9,27-31) Jesús cura a dos ciegos que creen en él.
Una de las obras del Mesías consiste en dar vista a los ciegos, como signo de la salvación definitiva, anunciada por los profetas (cf. Is 29, 18ss; 35, 10; etc.). La narración de Mateo acerca de la curación de dos ciegos es del estilo típico del evangelista que tiende a reducir el elemento descriptivo para poner de relieve el tema de la autoridad de Jesús y la fe del discípulo o del beneficiario del milagro. La Fe de quien busca la curación en Jesús se expresa sobre todo con el seguimiento (v. 27) y se convierte en súplica insistente, confiada.
Los dos ciegos deben entrar en casa y acercarse a Jesús, como para sugerir que sólo se logra la luz de la fe si se entra en la comunidad creyente y si nos acercarnos a él para entrar en comunión con su persona escuchando su Palabra. En esta casa aparece una especie de examen sobre la fe, entendida como confianza en el poder salvador de Jesús (v. 28).
La palabra de curación que dirige a los dos ciegos es muy parecida a la dirigida al centurión (Mt 8,13), y parece establecer cierta proporcionalidad entre fe y curación, pero ante todo nos brinda una enseñanza a la comunidad para que supere la prueba necesaria de la fe con la oración, reconociendo que el socorro concedido es la respuesta a una súplica que brota de un corazón sincero.
En la narración evangélica de la curación de los dos ciegos se encuentra la parábola de la profunda transformación que la Buena Noticia obra en quien la acoge con fe: el paso de la ceguera a un ver con ojos nuevos, no ofuscados.
La vida vieja, existencia marcada por el pecado, nos llevaba a una visión desenfocada de nosotros, y de las situaciones de nuestra vida. La Buena Noticia, por el contrario, nos abre los ojos para ver, la ceguera, la necesidad de curación y salvación, que estaban ocultas.
Como recuerda el evangelio de san Juan, creemos ver, que daremos siempre en nuestra ceguera, porque permanecen nuestros pecados (Jn 9,41). Si, por el contrario, como los ciegos de la curación de san Mateo, pedimos al Señor que sane nuestra ceguera, recibiremos de él el don de la vista.
Así comenzamos a ver, primero un tanto borroso y luego más claramente, la acción del Señor en nuestra historia, en la de nuestros hermanos y hermanas. La fe en el Evangelio nos lleva a discernir los signos luminosos de la venida de Dios en nuestra vida precisamente donde de otro modo sólo aparecen fragmentos disgregados.
Como los ciegos del evangelio nos vemos revestidos de la piedad de Cristo, acogidos en su casa, tocado por su mano misericordiosa. El evangelio nos pone de manifiesto con nueva luz a los demás y aprendemos a estimar lo que el mundo espontáneamente no aprecia: a los humildes, los pobres, los oprimidos.

Reflexión segunda del Santo Evangelio: (Mt 9,27-31)
Yo he venido a este mundo para que los que no vean, vean y los que ven se queden ciegos (Jn 9,39). La historia de los dos ciegos es una ilustración práctica de estas palabras de Jesús referidas en el evangelio de Juan. Allí se utilizaba una paradoja: los que veían, los doctores de la ley no ven, no descubren la dignidad y el misterio de Jesús. El que no veía, por desconocer la ley, vio a Jesús, descubrió quién era. Aquí tenemos algo parecido, algo paradójico también, aunque se halle en un contexto no polémico, como ocurría en el evangelio de san Juan: los ciegos ven en Jesús al hijo de David.
La historia de la curación de estos dos ciegos tiene gran importancia en el evangelio de san Mateo. Por un lado hay que señalar que nuestro evangelista ha duplicado el milagro: en lugar de un ciego (como se nos cuenta en Mc 10, 4ss) él habla de dos. No contento con esto, repite la escena antes de comenzar su relato de la pasión (20, 29-34). Para explicar el interés e importancia que san Mateo da a esta narración es preciso tener en cuenta lo siguiente:
1.- La ceguera era una de las enfermedades más extendidas y temidas en el Oriente.
2.- Cuando se siente profundamente una necesidad surge el ansia de liberación de la misma. Más aún, liberarse de dicha necesidad equivale a recuperar la salud.
3.- El Antiguo Testamento había incluido entre los bienes que traería el Mesías la curación de los ciegos (Is 29, 18; 35, 5).
4.- De la ceguera corporal se pasó a la espiritual. La salud de los últimos días fue también presentada como “luz de las naciones abrir los ojos de los ciegos” (Is 42, 7). Estos antecedentes llevan necesariamente a la conclusión siguiente: Jesús es el portador de la salud, quien realiza todas las esperanzas de un futuro —que ya es presente— en el que Dios intervendría definitivamente.
5.-San Mateo se decide en este momento, a hacer la afirmación clara, explícita y terminante de la mesianidad de Jesús, Hasta este momento lo ha hecho muchas veces, pero siempre de manera implícita en imágenes o dentro de la oscuridad, como cuando aplica a Jesús el título de “Hijo del hombre”.
¿Por qué manifiesta San Mateo con esta claridad la dignidad mesiánica de Jesús precisamente en este momento?. La respuesta debe partir de los hechos siguientes: a. Los capítulos 8-9 pretenden presentarnos un cuadro del Mesías de los hechos (como los cap. 5-7 nos habían ofrecido la imagen del Mesías de la palabra). Pues bien, al terminar el cuadro, San Mateo recoge la pincelada más clara y profunda para que no quede lugar a duda sobre quién es Jesús. Es el hijo de David, el Mesías que nacería de la descendencia de David (ver el comentario a la genealogía de Jesús 1, 1-25).
b.- Cuando se lea que los «los ciegos ven» (11, 33) pueda concluir con Fundamento que Jesús es «el que había de venir». Ha curado dos ciegos .
c.- Quiere adelantar la dignidad de Jesús, hijo de David, que debe ser como la culminación de las narraciones evangélicas antes de comenzar el relato de la pasión. Allí volverá a repetirse la escena (20, 29ss) para que quede claro quién es el que va a la pasión.
Finalmente, Jesús busca, esta vez explícitamente, la fe en aquéllos que le pedían la curación. Y les manda que no divulguen la noticia (algo que iría mejor en el evangelio de san Marcos por razón de su célebre “secreto mesiánico”. Es que el misterio de Jesús permanece oculto a no ser para la fe.

Reflexión tercera del Santo Evangelio: (Mt 9,27-31)
Dos visitantes de una exposición permanecen parados ante el mismo cuadro. El primero está disgustado: “Qué amalgama de colores” “Y tienen la vergüenza de exponer un cuadro así”. El otro parece absorto. Piensa para sí: “Qué pena que no consiga entenderlo. Creo que este cuadro lo ha hecho un verdadero artista, pero yo no lo entiendo. Quizás antes o después se me revele su sentido”. Estos dos hombres son dos tipos de ciegos. Ninguno de los dos ve, pero mientras que uno llega a la conclusión de que no existe nada que valga la pena de ser visto, el otro, por el contrario, sufre por su ceguera y quisiera que sus ojos se abrieran.
El contenido de la vida religiosa consiste en misterios que sólo Dios revela. Con nuestras fuerzas no conseguimos verlos: somos ciegos. Junto a nosotros viven los denominados creyentes, a los que estos misterios dan el sentido de la vida. Estos son, en cierto modo los “videntes”.
Los primeros, los no videntes, consideran ingenuos a los videntes, pero les envidian, porque no logran entender de dónde viene su gozo. Pero, con la gracia de Dios, sus ojos también se abrirán y verán la belleza del mundo desconocido.
Y sus ojos se abrieron.
A una pintora no creyente se le encarga la restauración de unos iconos antiguos. Al comenzar el trabajo le parece que se encuentra ante un mundo desconocido pero, con el paso del tiempo, empieza sentirse a gusto. Al final declara: «Quisiera vivir como está pintado en estos iconos». He aquí una insólita pero auténtica confesión de fe. Cuando paseamos por el bosque, elegimos qué senderos recorrer porque los vemos. ¿No tendría que ser así en la vida? Y, en cambio, no es siempre así. En la televisión vemos las montañas, pero no subimos a pie ni siquiera una colina. El telespectador conoce las cumbres, pero no es un escalador ¿Puede decirse que conozca la montaña? Los montañeros se reirían ante semejante afirmación. Es como si uno afirmara conocer el amor porque lo ha visto representado en el cine.
Lo mismo ocurre en el ámbito religioso. La gente está con vencida de saber muchas cosas sobre Dios, sobre la Iglesia, sobre la religión, porque lee los periódicos o ve la televisión. Pero no se llega al conocimiento por lo que uno ha oído decir o por una lectura superficial. La vida sólo puede ser entendida en la vida, y la religión es vida, no una doctrina abstracta. El catecismo enseña los principales artículos de fe, pero descubrimos su sentido sólo cuando decidimos vivirlos de verdad.
¡Que no lo sepa nadie!
No está claro por qué Jesús prohibía a las personas a las que curaba que hablaran del milagro realizado. Pero el Evangelio narra que esta prohibición no surtía efecto, al contrario: los sanados lo contaban a los cuatro vientos. Es natural que quien haya vivido un acontecimiento extraordinario no consiga mantenerlo en silencio.
Hay dos modos de comunicar lo que tenemos dentro: con las palabras y con el comportamiento. El que está triste no necesita decirlo, se le ve en la cara, y del mismo modo el que está alegre, fastidiado, sorprendido... Quien verdaderamente vive la vida espiritual tiene a menudo bellas y consoladoras experiencias. Pero no es apropiado que hable de ellas, especialmente en la sociedad actual; es mucho mejor que su paz se transparente por su comportamiento.
Un día san Francisco de Asís salió para ir a predicar con unos hermanos. Atravesaron silenciosamente la ciudad y volvieron al convento. Los hermanos le preguntaron: “¿Por qué no hemos predicado?”. Francisco respondió: «Hemos predicado con nuestro ejemplo».
Los creyentes tienen que ejercer en todo momento este tipo de predicación, que abre los ojos al ciego en la fe.

Reflexión cuarta del Santo Evangelio: (Mt 9,27-31) El Mesías ya ha venido y "abrió los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos". 
La era mesiánica ha comenzado y ha llegado el tiempo anunciado por los profetas.

Pero aún somos muchos los que no creemos de verdad en "aquel día que se nos ha prometido".

Creemos que es mayor el pecado del mundo que la fuerza salvadora de Jesús.

Creemos que el "misterio de iniquidad" es más poderoso que el misterio de la gracia.

Creemos que el egoísmo es de nuestro corazón es un muro tan impenetrable que no lo puede traspasar el Señor resucitado.

-¿Creéis que puedo hacerlo?

-Ten compasión de nosotros.

La comunión es la prenda de que Cristo puede transformar "nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo".

-Jesús iba de camino...

Dos ciegos le salieron al encuentro gritando...

Me paro un instante a imaginar esta escena concreta como si yo asistiera también. ¿Qué tipo de plegaria me sugiere esta escena? Me pone de nuevo en el tema de la espera, del adviento.

Hombres, mujeres, jóvenes, niños... a mi alrededor esperan algo de mí. Todos no gritan, pero su grito es quizá interno.

El "grito" es un signo. Signo de una necesidad muy fuerte, de un sufrimiento muy intenso, signo de una sensibilidad afectada a lo vivo.

Una necesidad fuertemente sentida, ni que sea solo de tipo humano, (sufrimiento físico o moral, ansia de pan o de amistad, aspiración a una vida mejor), puede ser el punto de partida, el inicio, de una búsqueda de Dios.

-"¡Hijo de David, ten compasión de nosotros!"

Su plegaria es muy simple: es su grito, grito que brota de su sufrimiento.

Mi plegaria, también debería ser a veces simplemente esto: la expresión sincera de que algo no marcha bien en mí, alrededor de mí... mi sufrimiento... los sufrimientos de los que yo soy el testigo...

"Ten compasión de nosotros, Señor. Kyrie eleison." En cada misa, se nos sugiere a menudo este tipo de plegaria.

Sabemos darle un contenido concreto: plegaria de intercesión.

Al decir "Hijo de David", los dos ciegos reconocen a Jesús un título mesiánico. Tú eres aquel que ha de venir, aquel que ha sido prometido por los profetas.

-Luego que llegó a su casa, se le presentaron los ciegos.

Jesús parece haber querido poner a prueba su plegaria: de momento no les contesta. A menudo, Señor, nos da la impresión de que Tú no nos oyes.

Imagino la escena que se prolonga: los dos ciegos que se apegan a El, que continúan siguiendo a Jesús por la calle, que continúan gritando, rogando... hasta la casa, y entran con El.

-Jesús les dijo: "Creéis que puedo hacer eso que me pedís?"

-"Sí, Señor".

Jesús interroga. Quiere asegurarse de la autenticidad de su fe. Desea purificar esta Fe.

La necesidad humana que está en el origen de su plegaria podría no ser sino el deseo de un milagro... para sí mismos, para ellos dos. Y esto tiene ya su importancia, lo hemos visto.

Y Dios lo escucha. Es un punto de partida, ambiguo, pero tan natural...

Jesús, con su pregunta, trata de hacerles progresar hacia una fe más pura: elIos pensaban en "sí mismos"... Jesús les orienta hacia su propia persona, hacia El. "~Creéis que yo puedo hacer esto? Jesús les pregunta si tienen Fe. Don de Dios; el milagro que se dispone a hacer no es una cosa automática ni mágica. Los sacramentos no son actos mágicos: los sacramentos requieren Fe.

Lo que me llama la atención Señor, es el respeto que tienes a la libertad del hombre: Suscitas en ellos la espera, el deseo, la fe... No quieres forzar... hace falta una cierta correspondencia, en el hombre, para que Tú le colmes.

-Entonces les tocó los ojos diciendo: Según vuestra fe, así os sea hecho.

Sí, Tú no has obligado. Has esperado y has suscitado su Fe. "Así se haga, según vuestra Fe." Señor, aumenta en nosotros la Fe.

-Se les abrieron los ojos, mas Jesús les conminó diciendo: Mirad que nadie lo sepa.

Ellos, sin embargo, al salir de allí, lo publicaron por toda la comarca.

Ese secreto que Jesús les pide pone de manifiesto que no desea levantar un entusiasmo superficial. No es lo sensacional ni lo prodigioso lo que cuenta.

1. Qué hermoso el panorama que nos presenta el profeta. Dios quiere salvar a su pueblo, y lo hará pronto. Los sordos oirán. Lo que estaba seco se convertirá en un jardín.

Los que se sentían oprimidos se verán liberados, mientras que los violentos recibirán su castigo. Ya no tendremos que avergonzarnos de ser buenos y seguir al Señor. ¡Qué buena noticia para los pobres de todos los tiempos!

Los ciegos verán y la oscuridad dejará paso a la luz.

Es una página muy optimista la que hoy leemos. Nos puede parecer increíble y utópica.

Pero los planes de Dios son así, y no sólo hace dos mil quinientos años, para el pueblo de Israel, sino para nosotros, que también sabemos lo que es sequedad, oscuridad y opresión.

Cuando leemos los anuncios de Isaías los leemos desde nuestra historia, y nos dejamos interpelar por él, o sea, por el Dios que nos quiere salvar en este año concreto que vivimos ahora. El programa se inició en los tiempos mesiánicos, con Cristo Jesús, pero sigue en pie. Sigue queriendo cumplirse.

Hoy podemos proclamar las páginas del profeta al menos con igual motivo que en la época de su primer anuncio. Porque seguimos necesitando esa salvación de Dios. También nosotros, con las palabras del salmo, decimos con confianza: «el Señor es mi luz y mi salvación», y eso es lo que nos da ánimos y mantiene nuestra esperanza.

2. Es una estampa muy propia de Adviento la de los dos ciegos que están esperando, y cuando se enteran que viene Jesús, le siguen gritando: «ten compasión de nosotros, Hijo de David».

Dos ciegos que desean, buscan y piden a gritos su curación.

Tal vez no conocen bien a Jesús, ni saben qué clase de Mesías es. Pero le siguen y se encuentran con el auténtico Salvador, quedan curados y se marchan hablando a todos de Jesús.

Como tantas otras personas que a lo largo de la vida de Jesús encontraron en él el sentido de sus vidas.

Una vez más se demuestra la verdad de la gran afirmación: «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no andará en tinieblas».

3. a) El Adviento lo estamos viviendo desde una historia concreta. Feliz o desgraciada. Y las lecturas nos están diciendo que este mundo nuestro tiene remedio: éste, con sus defectos y calamidades, no otros mundos posibles.

Que Dios nos quiere liberar de las injusticias que existen ahora, como en tiempos del profeta. De las opresiones. De los miedos.

Cuántas personas están ahora mismo clamando desde su interior, esperando un Salvador que no saben bien quién es: y lo hacen desde la pobreza y el hambre, la soledad y la enfermedad, la injusticia y la guerra. Los dos ciegos tienen muchos imitadores, aunque no todos sepan que su deseo de curación coincide con la voluntad de Dios que les quiere salvar.

b) Pero nos podemos hacer a nosotros mismos la pregunta: ¿en verdad queremos ser salvados? ¿nos damos cuenta de que necesitamos ser salvados? ¿seguimos a ese Jesús como los ciegos suplicándole que nos ayude? ¿de qué ceguera nos tiene que salvar? Hay cegueras causadas por el odio, por el interés materialista de la vida, por la distracción, por la pasión, el egoísmo, el orgullo o la cortedad de miras. ¿No necesitamos de veras que Cristo toque nuestros ojos y nos ayude a ver y a distinguir lo que son valores y lo que son contravalores en nuestro mundo de hoy? ¿o preferimos seguir ciegos, permanecer en la oscuridad o en la penumbra, y caminar por la vida desorientados, sin profundizar en su sentido, manipulados por la última ideología de moda?

El Adviento nos invita a abrir los ojos, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros.

La Iglesia peregrina hacia delante, hacia los tiempos definitivos, donde la salvación será plena. Por eso durante el Adviento se nos invita tanto a vivir en vigilancia y espera, exclamando «Marana tha», «Ven, Señor Jesús».

c) Al inicio de la Eucaristía, muchas veces repetimos -ojalá desde dentro, creyendo lo que decimos- la súplica de los ciegos: «Kyrie, eleison. Señor, ten compasión de nosotros». Para que él nos purifique interiormente, nos preste su fuerza, nos cure de nuestros males y nos ayude a celebrar bien su Eucaristía. Es una súplica breve e intensa que muy bien podemos llamar oración de Adviento, porque estamos pidiendo la venida de Cristo a nuestras vidas, que es la que nos salva y nos fortalece. La que nos devuelve la luz.

En este Adviento se tienen que encontrar nuestra miseria y la respuesta salvadora de Jesús.

Elevación Espiritual para el día
El misterio del cosmos maravilloso

La contemplación del mundo creado es el fundamento de la religiosidad del hombre, «pues lo invisible de Dios -su eterno poder y su divinidad-, desde la creación del mundo se puede ver, captado por la inteligencia, gracias a las criaturas» (Rm 1,20; + Job 12,7-10; Sal 18,2-7; Sab 13,1-9; Hch 14,15-17; 17,24-28).

La creación nos muestra una variedad casi infinita de seres creados, una innumerable diversidad de seres vivientes, desde el virus que se mide en milimicras hasta la ballena de treinta metros, desde la fascinante concha nacarada hasta las alucinantes magnitudes de las galaxias que distan de nosotros millones de años-luz. La inmensidad de la creación es un reflejo formidable de la infinitud del Creador.

Toda la creación, pero especialmente el mundo de las criaturas con vida, abunda en enigmas insolubles. ¿Dónde tiene su origen el milagro de lo que tiene vida? ¿Cómo explicar la perfección y complejidad de sus delicadas funciones? ¿Cómo explicar esos vuelos migratorios de cinco mil kilómetros -de día, de noche, con tormentas-, con rumbos infalibles? ¿Cómo comprender el vuelo de los murciélagos en la oscuridad?... Son las preguntas del libro de Job (38-41). ¿Cómo entender el misterio del hombre, pastor, músico, navegante, sacerdote, poeta, ingeniero capaz de llegar a la Luna?...

Ante la grandeza del Creador, revelada en las criaturas, el hombre no puede menos de «enmudecer» doblegándose en la adoración más rendida (Job 40,3-5;42,1-6). Verdaderamente la Creación es misteriosa: refleja en sí misma el esplendor inefable del Misterio eterno trinitario.

Dios Creador

Sinteticemos en varias proposiciones la fe en el Creador.

1.-Dios es el «Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible»: todos los seres han sido producidos por él de la nada, esto es, según toda su substancia (Vat.I, 1870: Dz 3025). Es Dios la causa total del ser de las criaturas. Es Dios quien las ha creado partiendo solo de sí mismo, sin nada presupuesto. Es Dios el único que puede crear, haciendo que las criaturas salven la infinita distancia que hay del no-ser al ser. «Yo soy Yavé, el que lo ha hecho todo: yo, yo solo desplegué los cielos y afirmé la tierra. ¿Quién me ayudó?» (Is 44,24).

2.-Padre, Hijo y Espíritu Santo son «un solo principio de todas las cosas», espirituales y corporales, angélicas y mundanas (Lat.IV, 1215: Dz 800). «No son tres principios de la creación, sino un solo principio» (Florent. 1442: Dz 1331). La Biblia atribuye unas veces la creación al Padre (Mt 11,25), otras al Hijo (Jn 1,3; Col 1,15s), o al Padre por Cristo, «por quien hizo el mundo» (Heb 1,2; +1Cor 8,6). Y estas atribuciones han sido el fundamento de grandes tesis teológicas:

«Dios es causa de los seres por su inteligencia y por su voluntad, como lo es un artífice respecto a las cosas que hace. El artífice obra por la idea que ha concebido en su inteligencia, y por el amor nacido en su voluntad hacia algo. Análogamente, Dios Padre ha hecho la creación por su Verbo, que es el Hijo, y por su Amor, que es el Espíritu Santo» (STh I,45,6).

3.-Dios, en un acto totalmente libre, creó el mundo solo por amor. «La única causa que impulsó a Dios a crear fue el deseo de comunicar su bondad a las criaturas que iban a ser hechas por él» (Catecismo Romano I,1). Dios, sin coacción de nada ni de nadie, pudo crear o no crear, pudo crear este mundo u otro diverso. Y quiso crear este mundo para poder comunicar a las criaturas, que no existían, algo de su ser, de su bondad, de su hermosura y de su vida. No ama Dios las cosas porque existen, sino que las cosas existen «porque» Dios las ama.

Y así dice la Escritura: Tú, Señor, «amas todo cuanto existe y nada odias de lo que has hecho, que no por odio hiciste cosa alguna. ¿Cómo podría subsistir nada si tú no lo quisieras o cómo podría conservarse sin ti? » (Sab 11,25-26). Señor, «tú creaste todas las cosas y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap 4,11).

4.-Dios creó al hombre en el «día sexto» como culmen de su obra creativa, y partiendo ya de algo creado -un muñeco de tierra, un antropoide, es lo mismo-. A esta criatura preexistente, anteriormente creada, el Señor «le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado», criatura espiritual, «imagen» de su Creador (Gén 2,7; 1,27). Más aún, Dios mismo es «el Creador en cada hombre del alma espiritual e inmortal» (Credo del pueblo de Dios 30-VI-1968, n.8). Y así el hombre, coronado de gloria y dignidad, queda constituido por Dios como señor de toda la creación visible (Sal 8).

5.-Dios constituyó a Jesucristo como vértice de toda la creación. El es la imagen perfecta de Dios, a quien revela, y él es la imagen perfecta del hombre, a quien también revela (GS 22ab). «Él es el esplendor de la gloria [del Padre] y la imagen de su substancia, y el que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas» (Heb 1,3). «Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura» (Col 1,15).

6.-El mismo Dios, en Jesucristo, es la norma inteligente de todo lo creado. Todo, desde la geometría armoniosa de las galaxias hasta la organización interna de una célula -perfecta en su estructura, su finalismo, su información genética-, todo está transido por la misteriosa sabiduría del Creador: «Antes de que fueran creadas todas las cosas, ya las conocía él, y lo mismo las conoce después de acabadas» (Sir 23,29). Y es Jesucristo, el «primogénito de toda criatura», el canon universal de todo lo que tiene ser creado, pues «por medio de él fueron creadas todas las cosas, celestes y terrestres, visibles e invisibles, todo fue creado por él y para él, él es anterior a todo, y el universo tiene en él su consistencia» (Col 1,16-17).

Reflexión Espiritual para este día.
José es del mismo temple que María: un creyente a la escucha de lo que le sucede. La noticia de la próxima maternidad de María no suscito en él ninguna reacción defensiva. No conservamos ninguna de sus palabras. No es una persona que habla o ajusta las cosas para ventaja propia: se limita a escuchar lo que le revela el ángel. La verdad de Dios es más importante de lo que José vive. Y esta verdad la respeta José sin agresividad alguna, sin pensar siquiera en defenderse. Tanto para María como para José, la anunciación es algo increíble. Nadie puede estar a la altura de semejante verdad. No obstante, no aparece asomo de escepticismo, ni de comportamiento pasivo, no hay toma de distancias, nada que nos haga pensar en un sentimiento de resarcimiento. Sólo fe y abandono. María y José han renunciado a su verdad para entrar en la de Dios.
¿Y nosotros? Nosotros no podemos ser felices si no logramos leer en profundidad los acontecimientos de nuestra existencia. Dios está presente en nuestra existencia: en cada una de sus vicisitudes aparece su plan, su intención de decirnos algo. Es una verdad que debemos descubrir también ahora.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia y el Magisterio de la Santa Iglesia: “Respiro de optimismo mesiánico” en el contexto de la Sagrada Escritura.
En un entorno amenazador de dura crítica a los dirigentes por su insensatez, al pueblo por su ceguera espiritual y a ambos por lo superficial del culto tributado a Yavé y la inutilidad de aliarse con Egipto, se encuentran estos versículos, auténtico respiro mesiánico.
El recuerdo que se dedica a Abraham y el tono optimista en que se anuncia toda una era de bendiciones han hecho pensar a más de un exegeta en una mano tardía continuadora fiel del pensamiento del maestro. Aunque posible, no podemos caer en e apriorismo de borrar de la actividad de los profetas estos maravillosos claro-oscuros que hacen de sus escritos las delicias de quienes a ellos se acercan con mirada limpia.
Sirviéndose probablemente de un aforismo proverbial que le sirve de “leit-motiv” describe el profeta nuevos aspectos de los tiempos mesiánicos. El proverbio expresaba el vuelco total que sufrirá la creación entera cuando llegue la hora. El Líbano será vergel y el vergel espesa selva. Los poderosos caerán derribados y los abatidos serán exaltados. Pablo recordará que Dios ha escogido lo vil y despreciable de este mundo. Es que a los ojos de Dios las cosas tienen un valor inverso a la apreciación humana.
Así, pues, los ciegos verán, los sordos oirán, los tristes explotarán en gritos de alegría y los pobres abundarán en el gozo del Señor. Sería demasiado rebuscado querer ver en estas imágenes un mero sentido espiritual del que sin duda no carecen. Cuando venga el Mesías, cuando se instaure su reino y todo sea transformado y la sociedad redimida, no podrá existir el mal en ningún sentido. Tanto el mal cósmico como el humano habrán desaparecido porque no habrá tiranos ni mofadores ni jueces ni testigos a precio. Todos escucharán y todos verán porque todos vivirán pendientes de la palabra de Yavé, de su voluntad salvífica, unitiva y transformante. Habrá desaparecido definitivamente la muerte por la ausencia de aquellos elementos que la producen. +

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