Jer. 3, 14-17. Dios, que se dirigía a Moisés presentándosele encima del Arca de la Alianza, no sólo permaneció después en el Templo de Jerusalén, sino que ahora habita en nosotros como en un templo.
Él permanece también con nosotros en la Eucaristía, en torno a la cual se construye la Iglesia. Pero no sólo hemos de buscar al Señor para impetrar su ayuda en medio de nuestros problemas, sino para que, dejando a un lado la maldad de nuestro obstinado corazón, seamos portadores de su amor y de su gracia para el mundo entero.
El Buen Pastor se ha preocupado de nosotros y ha velado por su Iglesia. A nosotros corresponde ahora continuar su obra en el mundo. El Señor quiere darnos pastores según su corazón. Ojalá y quienes están al frente de su Iglesia nunca pierdan la conciencia de que son Pastores del Pueblo Santo de Dios y no líderes conforme a los criterios de este mundo.
Roguemos a Dios por ellos para que nunca vivan su vocación por costumbre, sino que vivan siempre en la novedad de Cristo y en la novedad de su servicio a la Iglesia, santificándose conforme a la Caridad Pastoral, que los lleve a amar y a servir amoldando su vida a los criterio de Jesucristo Buen Pastor.
Jer. 31, 10-13. Dios se manifiesta para con nosotros como un Padre, lleno de amor y de ternura para con sus hijos. Es verdad que muchas veces nos vemos sometidos a prueba, mas no por eso podemos pensar que Dios se alejó de nosotros.
Él siempre estará dispuesto a recibir a quienes vuelvan a casa, después de haber andado descarriados como ovejas sin pastor. Y Dios se alegrará por el Hijo que vuelve a casa, y hará fiesta por Él, pues hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse.
Efectivamente el Padre Dios envió a su propio Hijo para rescatarnos de la mano de nuestros enemigos, y de la de todos los que nos odian. Por eso demos a conocer a todas las naciones el Nombre del Señor, para que también ellos hagan la prueba y lleguen a experimentar lo misericordioso que es Dios para con todos.
Mt. 13, 18-23. La Palabra del Reino es Cristo. Evangelio, el Evangelio es Cristo. Evangelizar es hacer Cristo a nuestros hermanos. El cumplimiento de la Misión de la Iglesia consiste en trabajar constantemente para que Aquel que es la Palabra tome cuerpo en todas y cada una de las personas.
No basta con oír la Palabra; ni oírla y entenderla; ni siquiera oírla y aceptarla inmediatamente con alegría. Es necesario oír la Palabra, entenderla y dar fruto, y fruto en abundancia. Tal vez al principio el fruto sea demasiado exiguo; pero puestos en manos de Dios Él nos irá purificando día a día, como el viñador poda las ramas, para que demos más fruto, incluso del ciento por uno.
No seamos discípulos descuidados, que escuchen la Palabra de Dios y después, al salir de su presencia, la olviden y se vayan nuevamente tras de sus maldades.
Seamos discípulos fieles que sepan escuchar la Palabra de Dios, meditarla en su corazón y ponerla en práctica.
Entonces realmente la Palabra de Dios nos santificará y no nos juzgará ni condenará al final de nuestra vida.
El Señor vuelve a pronunciar su Palabra salvadora y santificadora sobre nosotros en esta Eucaristía. Seamos ese buen terreno en el que la Palabra de Dios no quede estéril, sino que produzca abundantes frutos de salvación.
El Señor ha vuelto a remover la tierra, la ha abonado y espera que no seamos sordos a su voz.
La Iglesia de Cristo es la Iglesia de la Palabra; de la Palabra que no sólo se pronuncia con los labios, sino con el testimonio, desde el cual Dios continúa siendo salvación para la humanidad entera.
El Señor quiere que los frutos de la Iglesia sean de los mejores. Por eso, sabiendo que somos pecadores, ha entregado su vida para nuestra purificación y nos ha dado su Espíritu Santo para que, habitando en nosotros, podamos ser como el árbol bueno que no puede producir frutos malos.
Vivamos plenamente nuestra comunión de vida con el Señor; entonces la Iglesia de Cristo seguirá siendo esa Palabra de amor que Dios continuará sembrando en el corazón de todas las personas.
Efectivamente nosotros no hemos sido llamados sólo para conocer a Cristo, y profundizar en su Evangelio para convertirnos en expositores eruditos del mismo, buscando más nuestra gloria que la Gloria de Dios.
El Señor nos quiere como sembradores de alegría, de amor, de paz. Nos quiere como la Palabra encarnada que continúa salvando a los pecadores, socorriendo a los pobres, trabajando por la justicia y dando su vida para que todos tengan Vida, y Vida en abundancia.
En la medida en que la Iglesia no se presente ante su Señor con las manos vacías, sino llevando como fruto abundante a todos aquellos que se dejen amar y salvar por Dios, y empiecen a vivir cada día con mayor perfección su compromiso de trabajar intensamente para que el Reino de Dios se haga realidad entre nosotros, en esa misma medida podrá medir tanto su fidelidad a Dios, como su capacidad de no ser estéril, pues Dios espera de nosotros una cosecha abundante de buenas obras, de tal forma que, unidos a Cristo, lleguemos a heredar, junto con Él, la vida eterna.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de convertirnos realmente en templos vivos del Espíritu Santo, de tal forma que, encarnando Él en nuestra Vida a Aquel que es la Palabra eterna del Padre, nos convierta en un signo de su amor salvador para toda la humanidad. Amén.
Homiliacatolica.com
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