Por
el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.
Mt
10, 7-15
Jesús
envió a sus doce apóstoles, diciéndoles: Por el camino, proclamen que el Reino
de los Cielos está cerca. El tema de la predicación que han de llevar a esas
gentes es que se acerca el reino de los cielos. Es la misma frase temática con
la que el Bautista preparaba la venida del Mesías (3:2), y la que se pone en
boca del mismo Jesús (Mateo 4:17).
Dice
Jesús: Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los
leprosos, expulsen a los demonios. Es decir, les da el poder de expulsar a los
espíritus impuros y de sanar cualquier enfermedad o dolencia. Ello habla de la
grandeza de Cristo y de la llegada del Reino (san Mateo 12:28).
Por
otra parte, el poder sobre los demonios, enemigos del reino de Dios y el poder
sobre toda enfermedad, acusa un mismo poder de origen y finalidad. Puesto que
también las enfermedades son una consecuencia del pecado y del reinado de
Satán, como san Mateo mismo enseña al ver en la obra de Jesús de expulsar
demonios y curar enfermedades. Al dotar Jesús así a los apóstoles de este poder
en su misión, predicando la llegada del reino, le entregaba credenciales
infalibles de lo que enseñaban, al ver que en ellos estaba la mano de Dios, y
que, si Dios no estuviese con ellos, no podían realizarlo. Pero también, al ver
el cumplimiento específico de tales milagros, que se recordase el vaticinio
profetice sobre los días mesiánicos, en diversos pasajes alusivos, y con ello,
que los recibiesen como embajadores del Mesías.
Dice
el Señor: Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente, en
efecto hemos recibido gratuitamente, de gracia, la salvación del Señor, ¿y que
meritos hemos hecho de nuestra parte? ¿Qué estamos haciendo o qué nos
proponemos hacer para anunciar a los demás el mensaje de amor que hemos
recibido?
Hemos
sido elegidos por Cristo, quien nos llamo a la fe, nos dio su mensaje
evangélico, somos depositarios de el, y somos apóstoles con la misión de
transmitirlo al mundo.
Y
no lo hemos recibido para guardarlo para nosotros, es para compartirlo con
todos los demás, porque todos estamos llamados a la salvación. Es así, hemos
sido destinados a difundir el Reino de los Cielos, esa es nuestra misión, somos
misioneros porque la misión es la forma concreta de manifestarle a Dios nuestro
reconocimiento por haber sido llamados a ser en el mundo testigos de su amor.
Pero
no basta dar gratuitamente lo que hemos recibido de igual forma, debemos darlo
con cariño, con generosidad, con entrega total, a manos llenas, sin regateos,
con todo el corazón, esta claro, con las cosas de Dios no podemos ser
mezquinos.
Los
apóstoles, somos todos los miembros de la Iglesia, obispos, sacerdotes,
religiosos y laicos, aunque lo hagamos en distintos frentes y de diferentes
maneras, todos estamos encargados por Jesús a proclamar su Reino, apostolado es
toda actividad efectuada por los cristianos que tiende a propagar el Reino de
Cristo en el mundo y Jesús es la fuente y el origen del apostolado de la
Iglesia, y la eficacia y la fecundidad de nuestra tarea depende
fundamentalmente de nuestra unión con Cristo.
Jesús
les recomienda después la pobreza. El espíritu de pobreza con que se deben
conducir. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, No deben, pues, llevar
monedas de ningún tipo. En aquellos tiempos, se guardaba usualmente el dinero
en los pliegues de su cinto o en un pequeño bolsillo anejo al mismo. Y hasta lo
hacían en un pequeño escondrijo de su túnica o de su turbante. Dice que tampoco
deben llevar un saco de viaje para su camino, por eso les dice: ni provisiones
para el camino, Tampoco debían llevar duplicidad de vestidos: ni dos túnicas,
ni calzado, ni bastón. De los escritos rabínicos se desprende que los judíos
tenían la costumbre de vestir dos túnicas (Lc 3:11), y de las mujeres se cita
que usaban tres, cinco y hasta siete. No deben llevar calzado (san Mateo),
sandalias (san Marcos). Esto acentúa la nota de austeridad. Ni bastón, que era
un vulgar palo cogido para apoyarse o defenderse.
El
pensamiento de Jesús no es que se prescinda de todo esto que se enumera, sino
que con ello se acusa el espíritu que ha de informar a los misioneros. No deben
tener apego a lo que no sea necesario. El mismo les dice en otra ocasión:
Cuando los envié sin bolsa, sin alforjas, sin calzado, ¿les faltó alguna cosa?
Nada, dijeron ellos. Y les añadió: Pues ahora el que tenga bolsa, tómela, e
igualmente la alforja, y el que no la tenga, venda su manto y compre una espada
(Lc 22:35-36). Es, pues, el espíritu de pobreza lo que arriba se recomienda a
los apóstoles y no precisamente la materialidad de su ejercicio, lo que
normalmente sería estar, por temeridad, al margen mismo de la providencia de
Dios.
Y
han de ir así, porque el que trabaja merece su sustento. A su trabajo le es
justo un salario conveniente en justicia, dirá Lucas (1 Tim 5:17ss; 1 Cor 9:7-14).
Así se pueden entregar de lleno al apostolado. Es la recomendación que Jesús
mismo hace a los setenta y dos discípulos en su misión Palestina. Después de
haber buscado alojamiento digno, les dice: Cuando entren en una ciudad o en un
pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el
momento de partir. Es decir, permanezcan en esa casa y coman y beban los que
les sirvan, porque el obrero es digno de su salario (Lc 10:7). Dios sabe
proveer por los medios de su Providencia, incluidos los recursos humanos.
Dice
el Señor: Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. El
apóstol que no trae la paz, no puede ser considerado como apóstol de Cristo,
así es, el que no predica la paz, el que no construye la paz, el que no ofrece
la paz, no puede presentarse como apóstol, en efecto no basta desear la paz, es
preciso procurarla, poniendo todo lo que sea necesario de nuestra parte.
Jesús
en la Ultima Cena les dijo a los apóstoles: La paz les dejo, mi paz les doy. Y
luego: Les he dicho esto para que tengan paz en mí. Cuando se aparece a los
discípulos después de la Resurrección les dice: La paz sea con Ustedes, porque
la paz es uno de los dones más profundos que nos regalo Jesús.
Pero
para poder transmitir la paz, es necesario tenerla en nuestro corazón. Y para
ello es necesario estar cerca de Dios, porque la paz es un Don del Espíritu
Santo.
El
Señor, nos solicita que avivemos en nuestro corazón grandes deseos y
motivaciones de paz, especialmente hoy en este mundo que se aleja de la paz, el
lugar preferido para Dios es el corazón de los hombres, la paz hará que los
hombres no le impida habitar en el, es así como motivemos esta paz por todo
lugar donde vayamos.
Dice
el Señor: Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es
indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Si la casa fuese digna de esta paz, o
como dice Lucas, si hubiese allí algún hijo de la paz, venga sobre ella vuestra
paz; si no lo fuese, vuestra paz vuelva a vosotros. Es interesante destacar la
concepción tan popular de una paz que, emanada de Dios, no puede quedar sin
efecto; por lo que necesariamente debe reposar sobre alguno. Si ella no
descansa sobre la casa hospitalaria, vuelve a los misioneros, que son los que
se benefician de ella.
Dice
Jesús: Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa
casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Lo que quiere decir
es que si no los reciben, o no les escuchan sus palabras al pedir alojamiento
como apóstoles de Jesús, entonces, saliendo de aquella casa o ciudad o de
cualquier lugar, sacúdanse el polvo de sus pies en testimonio contra ellos.
Estaba
en las concepciones judías que, si uno venía de viaje de regiones gentiles y no
se purificaba al entrar en Israel, la profanaba con el polvo que traía de esas
regiones. Por eso estaba obligado a sacudir sus vestidos y zapatos antes de
entrar en Israel. Gesto que materialmente usaron Pablo y Bernabé en Antioquía
de Pisidia cuando los judíos levantaron una persecución contra ellos.
Dice
Jesús: Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas
menos rigurosamente que esa ciudad. Jesús aquí, más que legislar un gesto,
enseña una doctrina. Y es la culpa de los que así se portan con los apóstoles
del Evangelio. Pues los que así obran están en tierra gentil, porque se hallan
en situación culpable de error fundamental. La catástrofe de Sodoma y Gomorra
(Gen 18:23-33; 18:1-29) era en la historia de Israel la manifestación por
excelencia del castigo divino e imagen clásica de la maldad (Is 1:9-10; 3:9;
13:19) 38. Una vez que los milagros les habían acreditado como legados de Dios,
no se les podía rechazar. Era cerrar los ojos a la luz mesiánica. Y en este
sentido la culpa de éstos era mayor que la aberración moral, pagana, de Sodoma
y Gomorra
ANUNCIANDO
PRECISAMENTE ESE REINO DE DIOS QUE ES LA LUZ, EL SENTIDO Y LA ALEGRÍA DE MI
VIVIR.
La
vida, sobre todo en nuestros días, está repleta de tensiones y de
atosigamientos que tienden a triturar las jornadas, a disipar y a empobrecer el
espíritu. ¿El antídoto? Percibirme, precisamente hoy -no mañana, ni pasado
mañana-, en mi debilidad, como el niño que el tiernísimo Abbá del cielo alza
hasta sus mejillas con una fuerza y una ternura infinitas. Creo, estoy seguro
por la fe, que él me saca de los diferentes Egiptos que son las distintas
esclavitudes en que se ha enredado mi «obrar», un «obrar» frenético sin
acordarme de Dios.
El
drama de muchos cristianos es realizar sólo intelectualmente que el Señor cuida
de nosotros. De ahí el desaliento, el sentido de angustia e incluso de traición
cuando tropiezan con la prueba, con el dolor, con las dificultades de la vida.
Ahora bien, el hecho de que Dios sea «Dios y no hombre», si lo creo hasta el
fondo en mi corazón, pacifica y ordena la existencia de raíz. De esta certeza
de que hay un Dios, cuya identidad es amor (cf. 1 Jn 4,16), que nos ama y se
preocupa por nosotros, brota ese estilo del que habla Jesús en el evangelio.
Soy amado gratuitamente, me siento colmado de diligentes cuidados. En
consecuencia, el lema de la gratuidad es mi referencia a los hermanos,
anunciando precisamente ese Reino de Dios que es la luz, el sentido y la
alegría de mi vivir. Esta riqueza, absolutamente gratuita, es la que estoy
llamado a entregar. Y, precisamente dentro de este círculo de gratuidad, vivir
se convierte en el aliento de la gran expectativa: «Vuelve raudo, Señor, como
la luz difundida sobre la ola, que brilla con destellos inesperados» (D. Doni).
ORACION
Señor
Jesús, te ruego que tomes posesión de mi corazón profundo. Concédeme estar
seguro de tu presencia en el centro de mi ser, más allá de mis fáciles
depresiones, de mis euforias y de las ansias que hay en mí. Y haz que, a través
de ellas, entre en contacto a menudo contigo. Tú, por encima de mis «Egiptos» y
de las «ruinas» de una vida superficial, naturalista y, por ello, destructiva,
puedes llegar al núcleo vial de mi ser, cargado de promesas. Tú y sólo tú
puedes hacerlo florecer en continua y verdadera actitud de entrega.
Haz
que te reciba día tras día a través de la gratuidad de tu amor tierno y
delicado y que con este amor vaya anunciando tu Reino con el estilo de lo
gratuito y de la sencillez.
El
Señor les Bendiga
Pedro Sergio Antonio Donoso
Brant
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