1. Preparación
Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.
2. La palabra de Dios
“En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: ¿Cómo dicen los letrados que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo dice: ’Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a la derecha.’ Pues, si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo? La gente, que era mucha, disfrutaba escuchando a Jesús.” (Marcos 12, 35-37).
1. El evangelio de ayer terminaba diciendo que, ante la respuesta que da Jesús al que le preguntó sobre el primer mandamiento, “nadie se atrevía a hacerle más preguntas”. Hoy es Jesús quien, mientras enseñaba en el templo, hace una pregunta a los que le escuchan: ¿Cómo dicen los letrados que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo dice: ’Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a la derecha.’ Pues, si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?” Con esta pregunta Jesús intenta corregir la concepción de Mesías que tenían los letrados, que era lo que impedía que reconocieran a Jesús como tal. Para ellos el Mesías sería como un segundo David, un rey guerrero y victorioso que los libraría del dominio extranjero. Pero ven que el comportamiento de Jesús no responde a las expectativas mesiánicas que ellos tenían, y lo rechazan. Y con su comportamiento hacen que también el pueblo rechace a Jesús. A la pregunta que les hace Jesús no saben responder. Con lo que quedan desacreditados como guías religiosos del pueblo. Señor Jesús, la comunidad cristiana, siempre ha pensado que ése de quien hablaba David eres tú: Hombre y Dios. Y como hombre eres hijo de David, de su linaje, pero como Hijo de Dios eres Señor de David. Señor, nosotros te confesamos como Señor nuestro y Mesías. Y no sólo te confesamos sino que queremos seguirte y vivir tu proyecto de vida, un proyecto que no es de dominio, -como pensaban los letrados-, sino de servicio y entrega.
2. “La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo.” Frente al corazón duro de los letrados, que rechazan a Jesús desde su falsa idea de Mesías, la gente del pueblo, de corazón sencillo, lo reconoce como maestro y disfruta escuchándole. Es la actitud que debemos adoptar los seguidores de Jesús: escucharle como quien tiene hambre de su Palabra. Lo que ocurre, Señor, es que, a veces, escuchamos con gusto tu evangelio y disfrutamos, como aquella gente; pero, después, ¡cómo se resisten nuestra comodidad, nuestro egoísmo, nuestra cobardía a ponerlo en práctica, a vivirlo! Y a ti, Señor Jesús, no te basta con que te escuchemos para simple deleite intelectual, como se escucha la doctrina de un buen maestro, sino para abrir el corazón a tu Palabra y dejarnos cambiar por ella. Y en esto, Señor, fallamos demasiadas veces. Ayúdanos, Señor, para que te escuchemos para vivir, no solo para saber.
3. En la carta a Timoteo, que leemos como 1ª lectura, san Pablo dice: “Permanece en lo aprendido y se te ha confiado; sabiendo que desde niño conoces la Escritura: Ella puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”. Con estas palabras animaba a Timoteo a ser fiel a la Escritura, y a no seguir otras enseñanzas. ¿Nosotros valoramos la Sagrada Escritura como Palabra de Dios dicha hoy a nosotros, y que nos lleva a la salvación? Señor, que cuando lea o escuche la Palabra de Dios, la acoja, no como historia pasada, sino como palabra viva que habla de mí y para mí. Entonces tu Palabra sí será para mí sabiduría que conduce a la salvación, como ha sido para tantos creyentes. Que así sea, Señor.
3. Diálogo con Dios
A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.
08/06/2012
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