Retomamos los domingos del tiempo Ordinario, porque después de
Pentecostés hemos celebrado el domingo de la Santísima Trinidad y el Corpus
Christi, aunque el próximo tendremos la solemnidad de san Juan Bautista.
Vivimos en un mundo de eficacia al momento, en el que queremos de forma
inmediata la solución de los problemas o el cumplimiento de nuestros deseos, y
un poco nos vamos habituando a la espectacularidad de los avances de la
ciencia, la rapidez de los acontecimientos o la instantaneidad de las comunicaciones
con los medios modernos y los avances de la ciencia. Hemos hecho un mundo de
prisas y en el fondo de carreras.
Pudiera parecernos como un contrasentido, o nos puede resultar extraño,
el mensaje que en este domingo recibimos. Nos habla de cosas pequeñas, de cosas
que pudieran parecernos insignificantes y de una cierta como lentitud y
humildad en lo que sucede. Nos habla de una pequeña semilla, tan pequeña como
el grano de mostaza, o de cualquier otra semilla que se oculta en la tierra y a
la que hay que dar tiempo para que pueda dar fruto; nos habla de una pequeña
ramita cogida de un alto cedro pero que aparentemente parece que se seca y
muere. Aunque todas esas pequeñas cosas darán pie luego a algo importante.
Y Jesús en el evangelio nos dice que así es el Reino de Dios, pequeño e
insignificante a los ojos del mundo, pero de una fuerza de vida capaz de
transformar los corazones y cambiar nuestra vida y también, ¿por qué no?,
transformar nuestro mundo.
La transformación que la gracia de Dios realiza en nosotros y en nuestro
mundo no es fruto de una revolución violenta e instantánea. Es cierto que el
Señor nos pide una transformación radical de nuestra vida pero la gracia actúa
en nosotros moviendo nuestro corazón y ayudándonos a dar esos pasos de transformación
de nuestra vida, siguiendo el ritmo de Dios que respeta también nuestro ritmo
personal. Será así, en ese camino de Dios, camino muchas veces humilde, callado
y sencillo, donde vayamos realizando también esa transformación de nuestro
mundo desde los valores del evangelio.
Habla de la semilla sembrada y que germina y va creciendo poco a poco, a
su paso, para llegar finalmente a dar sus frutos. Así la gracia de Dios va
llegando a nuestra vida por distintos caminos, desde pequeñas cosas quizá, en
la Palabra que escuchamos, en la oración que hacemos al Señor, en algo que nos
hace reflexionar desde una palabra buena que nos dicen, en los acontecimientos
que nos van hablando y van siendo en nuestra vida señales de Dios que nos llama
y nos va manifestando su amor. Y a ello vamos dando respuesta en el día a día
de nuestro caminar con nuestra fe, con nuestras obras de amor, con nuestro
compromiso apostólico y social, con ese crecimiento espiritual que hemos de ir
realizando.
La acción de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo muchas veces es una
acción callada, que se realiza en el silencio, pero ahí está ese actuar de
Dios. Pero también está la responsabilidad de nuestra respuesta a esa gracia
que el Señor nos da. Pero está también en que nosotros hemos de ser signos,
señales para el mundo que nos rodea, tenemos que ser semillas que se vayan
sembrando en nuestro mundo para ir haciendo esa transformación desde el sentido
del Evangelio.
Ya nos gustaría lograr de una vez esa transformación de nuestra sociedad,
porque realmente tenemos en nosotros una luz, una fuerza, una vida que puede
hacer que nuestro mundo sea mejor. Nos duele la lentitud en muchas ocasiones de
la respuesta. De ahí la responsabilidad que tenemos. Pero hemos de tener la
constancia necesaria para seguir haciendo ese anuncio, sembrar esa semilla con
nuestra palabra y con nuestra vida; hemos de saber tener la paciencia y la
esperanza de que esa transformación se pueda ir realizando. No es tarea que
hacemos solos, sino que es acción de la gracia de Dios.
Podríamos recordar lo que se nos dice en otro lugar del evangelio con
otras parábolas cuando se nos habla de la levadura en la masa. El evangelio es
levadura para nuestro mundo, es levadura que tiene que transformar nuestro
mundo. Y la levadura se diluye en medio de la masa de manera que incluso no se
ve. Nosotros también tenemos una palabra que decir para bien de nuestra
sociedad, aunque algunos no nos quieran escuchar. Pero eso no nos ha de hacer
callar, ni mucho menos.
Ahí tenemos que estar como ese pequeño grano, esa pequeña semilla que se
siembra y que ha de ir dando fruto. Tengamos esperanza, tengamos confianza en
la fuerza de la gracia de Dios. El Señor es el primer empeñado en que la luz
del evangelio ilumine nuestro mundo y El nos dará su gracia, estará con
nosotros. Somos sus manos y sus pies que hemos de ir repartiendo ese amor que
transformará nuestro mundo.
Bueno es que sepamos reconocer también la obra que calladamente hacen
tantos cristianos, que está realizando la Iglesia. Y aunque nos parezca que no,
o algunos no lo quieren reconocer, aunque sea una obra que no haga ruido sino
en silencio, ahí está la obra de la Iglesia, como esa planta que ha crecido
hasta hacerse grande como para que las aves del cielo vengan a ella a cobijarse
y a poner sus nidos, como nos dice la parábola.
Pensemos en estos momentos difíciles cuánta esperanza se siembra en
nuestro a través de esa obra humanitaria y de justicia de dar de comer al
hambriento como se realiza de tantas maneras a través de nuestras Cáritas
parroquiales y de tantas personas que con generosidad se dan, comparten sus
bienes, dedican su tiempo, se sacrifican por ayudar a los demás.
Por mi mente está pasando el listado de tantas personas que conozco con
sus nombres y que en muchos sitios, en muchas parroquias, en muchas Cáritas, en
muchas instituciones están trabajando con ilusión, con ganas, con gran
esfuerzo, con esperanza para hacer el bien. Es esa labor callada y silenciosa
desde los pequeños detalles, como nos dice hoy el evangelio, que están haciendo
presente el evangelio en nuestro mundo y que son semilla de su transformación.
No serán cosas espectaculares como quizá nos gustaría, pero es la pequeña y
fructuosa semilla que a su tiempo dará su fruto. El que haya personas así ya es
fruto de esa semilla plantada. Son semillas de evangelio vivo.
Que seamos capaces de comprender y valorar esas cosas pequeñas que con la
gracia de Dios no solo transforman nuestros corazones sino que van también
transformando nuestro mundo. No perdamos la esperanza. Vivamos nuestro
compromiso por el Reino de Dios.
Publicado por Carmelo Hernández González en http://la-semilla-de-cada-dia.blogspot.com.es/
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