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Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

4 de enero de 2012

LECTURAS DEL DÍA 04-01-2012


MIÉRCOLES DE LA II SEMANA DE NAVIDAD. 4 de Enero 2012. 2º semana del Salterio (Ciclo B) TIEMPO DE NAVIDAD. Feria. MES DEDICADO A LA INFANCIA DE JESÚS. SS. Genoveva Torres vg, Zedíslava de Lemberk mf, Isabel Ana Seton mf, Beato Manuel González ob. Santoral Latinoamericano SS. Rigoberto, Yolanda

 
LITURGIA DE LA PALABRA.

1 Jn 3, 7-10. El que ha nacido de Dios no comete pecado.
Sal 97. Los confines de la tierra han comtemplado la victoria de nuestro Dios. .
Jn 1, 35-42. Hemos encontrado al Mesías.

«Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Ofrecemos a Dios el sacrificio del justo. Por su muerte, todos hemos sido justificados, hasta tal punto que se nos ofrece el perdón de los pecados gracias a su sangre. Proclamamos en la Eucaristía “el amor que el Padre nos ha tenido para llegar a llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”.
La dimensión horizontal (“amar al hermano”) está necesariamente conectada con la dimensión vertical (“amar a Dios”). Pero en un orden de prioridad cronológica está por delante la dimensión horizontal.

La actitud de precursor es una de las más fecundas en la historia de la humanidad. El anunciador de Cristo debe desaparecer para dar lugar a la presencia del único “Cordero de Dios”. Los oropeles eclesiásticos eclipsan la presencia de Cristo a lo largo y a lo ancho de la historia.

PRIMERA LECTURA.
Jn 3, 7-10.
Quien comete el pecado es el diablo.

Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo, como él es justo. Quien comete el pecado es del diablo, pues el diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo.

Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.

Palabra de Dios.

Sal 97.
R/.Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria su santo brazo. R.

Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes. R.

Al Señor, que llega para regir la tierra. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud. R.

SANTO EVANGELIO.
Lectura del santo Evangelio según San Juan. 1,35-42.

En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: -Este es el Cordero de Dios-los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: “¿Qué buscáis?” Ellos le contestaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? El les dijo: “Venid y veréis”.

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).

Palabra del Señor.



Reflexión de la Primera lectura: 1 Juan 3,7-10. El que ha nacido de Dios no comete pecado.

Juan, frente a la herejía gnóstica, afirma que el criterio distintivo de los hijos de Dios es una conducta recta y justa: «Quien practica la justicia es justo» (V. 7), como Jesús, que acató la voluntad del Padre. Por el contrario, «quien comete pecado procede del diablo» (V. 8). El combate entre el bien y el mal, entre Cristo y Satán, implica también al cristiano. El pecado, en efecto, es contrario al mundo de Dios y el que peca no puede ser hijo de Dios, sino hijo del diablo, porque Cristo es el vencedor del mal. El ha instaurado los tiempos de la salvación (cf. 1,7; 2,2; 3,5) y llama a sus seguidores a combatir el pecado (cf. Heb 12,1-4), a practicar la justicia (cf.

Reflexión del Salmo 97. Los confines de la tierra han comtemplado la victoria de nuestro Dios.

Las expresiones «el Señor rey» (6b) y «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo...» (9) caracterizan este texto como un salmo de la realeza del Señor.

Tiene dos partes (lb-3 y 4-9), en cada una de las cuales podernos hacer dos divisiones: la primera presenta una invitación y la segunda, introducida por la conjunción «porque...», la exposición de los motivos de estas invitaciones. La primera invitación, ciertamente dirigida al pueblo de Dios, es: «Cantad al Señor un cántico nuevo» (1b). ¿Por qué hay que cantar y por qué ha de ser nuevo el cántico? Los motivos comienzan con el primero de los «porque...». Se enumeran cinco razones: porque el Señor ha hecho maravillas, porque ha obtenido la victoria con su diestra y con su santo brazo (ib), porque ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia (2) y se ha acordado de su amor fiel para con su pueblo (3). El término «victoria» aparece en tres ocasiones; se trata de la victoria del Señor sobre las naciones, en favor de Israel.

Si la primera invitación es muy breve, la segunda, en cambio, es más bien larga (4-9a) y se dirige a toda la creación: a la tierra (4), al pueblo congregado para celebrar (5-6), al mar, al mundo y sus habitantes (7), a los ríos y a los montes (8). Se invita al pueblo a celebrar acompañándose de instrumentos: el arpa, la trompeta y la corneta (5-6). A todo esto vienen a sumarse el estruendo del mar, el aplauso de los ríos y los gritos de alegría de los montes. Cada elemento de la creación da gracias y alaba a su manera. ¿Por qué? La razón es una sola: porque el Señor «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo con justicia y los pueblos con rectitud» (9b). Si antes se decía que el Señor es rey (6b), ahora se celebra de manera festiva el comienzo de su gobierno sobre la tierra, el mundo y las naciones (tres elementos). Su gobierno está caracterizado por la justicia y la rectitud.

Se observa una evolución de la primera parte a la segunda o bien, si se quiere, podemos decir que la segunda es consecuencia de la primera. De hecho, la victoria del Señor sobre las naciones a causa de su amor y fidelidad para con Israel tiene como consecuencia su gobierno sobre todo el universo (la tierra, el mundo y las naciones). El reino de Dios va implantándose por medio de la justicia y la rectitud.

Este himno celebra la superación de un conflicto entre el Señor e Israel, por un lado, y las naciones, por el otro. El amor de Dios por su pueblo y la fidelidad que le profesa le han llevado a hacerle justicia, derrotando a las naciones (2-3a), de manera que se ha conocido esta victoria hasta los confines de la tierra (3b). El salmo clasifica este hecho entre las «maravillas» del Señor (1b). ¿De qué se trata? El término «maravilla» es muy importante en todo el Antiguo Testamento, hasta el punto de convertirse en algo característico y exclusivo de Dios, Sólo él hace maravillas, que consisten nada más y nada menos que en sus grandes gestos de liberación en favor de Israel. Por eso Israel (y, en este salmo, toda la creación) puede cantar un cántico nuevo, La novedad reside en el hecho extraordinario que ha llevado a cabo la diestra victoriosa de Dios, su santo brazo (1b). La liberación de Egipto fue una de esas maravillas. Pero nuestro salmo no se está refiriendo a esta gesta. Se trata, probablemente, de un himno que celebra la segunda gran liberación de Israel, a saber, el regreso de Babilonia tras el exilio. El Señor venció a las naciones, acordándose de su amor y su fidelidad en favor de la casa de Israel (3a).

La «maravilla», sin embargo, no se limita a la vuelta de los exiliados a Judá. También se trata de una victoria del Señor sobre las naciones y sus ídolos, convirtiéndose en el único Dios capaz de gobernar el mundo con justicia y los pueblos con rectitud. La salida de Babilonia tras el exilio llevó a los judíos a este convencimiento: sólo existe un Dios, y sólo él está comprometido con la justicia y la rectitud para todos. De este modo, se justifica su victoria sobre las naciones (2), hecho que le confiere un título único, el título de Rey universal: sólo él es capaz de gobernar con justicia y con rectitud. Por tanto, merece este título y también el reconocimiento de todas las cosas creadas y de todos los pueblos. El no los domina ni los oprime. Por el contrario, los gobierna con justicia y con rectitud.

El rostro con que aparece Dios en este salmo es muy parecido al rostro de Dios que nos presentan los salmos 96 y 97. Principalmente, destacan siete acciones del Señor: ha hecho maravillas, su diestra y su santo brazo le han dado la victoria, ha dado a conocer su victoria, ha revelado su justicia, se acordó de su amor y su fidelidad, viene para gobernar y gobernará. Las cinco primeras nos hablan de acciones del pasado, la sexta anuncia una acción presente y la última señala hacia el futuro. La primera de estas acciones («ha hecho maravillas») es la puerta de entrada: estamos ante el Señor, Dios liberador, el mismo que liberó en los tiempos pasados (cf el éxodo). La expresión «amor y fidelidad» (3a) recuerda que este Dios es aquel con el que Israel ha sellado la Alianza. Pero también es el aliado de todos los pueblos y de todo el universo en lo que respecta a la justicia y la rectitud. Es un Dios ligado a la historia y comprometido con la justicia. Su gobierno hará que se instaure el Reino. En el Nuevo Testamento, Jesús se presenta anunciando la proximidad del Reino (Mc 1,15; Mt 4,17). Para Mateo, el Reino se irá construyendo en la medida en que se implante una nueva justicia, superior a la de los fariseos y los doctores de la Ley (Mt 1,15; 5,20; 6,33).

A los cuatro evangelios les gusta presentar a Jesús como Mesías, el Ungido del Padre para la implantación del Reino, que dará lugar a una nueva sociedad y una nueva historia. No obstante, conviene recordar que Jesús decepcionó a todos en cuanto a las expectativas que se tenía acerca de este Reino. La justicia y la rectitud fueron sus principales características. Según los evangelistas, el trono del Rey Jesús es la cruz. Y en su resurrección, Dios manifestó su justicia a las naciones, haciendo maravillas, de modo que los confines de la tierra pudieran celebrar la victoria de nuestro Dios. (Véase, también, lo que se ha dicho a propósito de los salmos 96 y 97).
Conviene rezar este salmo cuando queremos celebrar la justicia del Señor y las victorias del pueblo de Dios en su lucha por la justicia; cuando queremos que toda la creación sea expresión de alabanza a Dios por sus maravillas; cuando queremos reflexionar sobre el reino de Dios, sobre la fraternidad universal y sobre la conciencia y condición de ciudadanos, cuya puerta de entrada se llama «justicia»; también cuando celebramos la resurrección de Jesús.

Reflexión primera del Santo Evangelio: Jn 1, 35-42. Hemos encontrado al Mesías.

Es el segundo testimonio público del Bautista sobre Jesús el que provoca el seguimiento de algunos de sus discípulos tras el Maestro (v 35-37). El texto presenta, armónicamente fundidos, el hecho histórico de la llamada de los primeros discípulos, descrito como descubrimiento del misterio de Cristo, y el mensaje teológico sobre la fe y sobre el seguimiento de Jesús. En este fragmento el evangelista nos presenta los rasgos característicos del verdadero camino para poder convertirse en discípulos de Cristo. Todo comienza con el testimonio y el anuncio de un testigo cualificado, en este caso el del Bautista (“Este es el Cordero de Dios”: v. 36), al que sigue un camino de auténtico discipulado («Siguieron a Jesús»: v. 37). Este seguimiento florece más tarde en un encuentro hecho de experiencia personal y de comunión con el Maestro («fueron... vieron.., se quedaron con Él»: vv. 38-39). El coloquio entre Jesús y los discípulos versa sobre el sentido existencial de la identidad del Maestro que los invita a una experiencia de vida con él. Esta experiencia de intimidad termina con una profesión de fe (“hemos encontrado al Mesías”: v. 41), que sucesivamente se hace apostolado y misión. En efecto, Andrés, después de haber hecho tal experiencia, conduce a su hermano hasta Jesús, que le cambia el nombre de Simón por Pedro, esto es, Cefas, para indicar la misión que desarrollará en la Iglesia.

El interés fundamental del fragmento se concentra, pues, sobre el origen de la fe y de su transmisión mediante el testimonio. Estamos ante un itinerario de fe y ante el descubrimiento del misterio de Jesús, a través del gradual conocimiento y adhesión de los discípulos, luego de la primera manifestación de Jesús como Mesías.

Leyendo el evangelio uno queda fascinado por el misterio de la persona de Jesús y por su gran humanidad que colma y satisface las aspiraciones fundamentales del hombre. Buscar quién es Jesús es descubrirlo a través del comportamiento de las personas que se encuentran con Él. Penetrar en el misterio de Jesús significa observar el mundo que lo rodea y descubrir el modo en que él se relaciona con los otros. La llamada de discípulos tras el Maestro es un hecho que se repite en todo tiempo de la Iglesia. Es importante que un testigo sepa leer los acontecimientos de su vida y, penetrando por experiencia en lo íntimo del corazón de Jesús, sepa indicarlo a los otros. También la misión del Bautista, cuando Jesús se presentó en el Jordán, estaba para terminar: el amigo del esposo debe saber retirarse cuando llega el esposo (cf. Jn 3,29-30) para ceder el puesto a otro.

Jesús, que no es de este mundo sino que viene del Padre, debe tomar la iniciativa en la vida de todo hombre. El pasa siempre entre nosotros, esperando que alguno recoja el testimonio de quien lo anuncia. En la vida de cada uno de nosotros hay un día, un encuentro que ha marcado un cambio radical de nuestra existencia: la llamada personal e imprevisible de Dios con vistas a nuestra misión. Con frecuencia Él, para llamarnos, se sirve de otros “Juan Bautista”, que pueden ser los padres, un amigo, un sacerdote, un libro, un retiro espiritual u otra cosa, pero es Él quien nos llama a seguirlo para construir un mundo nuevo. El peligro es que pase en vano por nosotros, por no haberlo escuchado atentamente.

Reflexión segunda del Santo Evangelio: Jn 1, 35-42. Primera palabra de Jesús.

Esta pequeña unidad literaria se abre con la repetición del testimonio dado por el Bautista a favor de a quien presenta como el cordero de Dios. Repetición una variante. Dijimos que el testimonio anterior del Bautista (Jn 1, 29-34) prescindía de todos los «condicionamientos» de personas... Ahora hay testigos: dos de los discípulos de Juan.

La acentuación del evangelista en esta ocasión se encuentra preferentemente en la eficacia del testimonio y consecuencias del mismo. Aquellos dos discípulos de Juan; personifican esta eficacia y las consecuencias del testimonio dado por su maestro. Ellos entienden que deben abandonar al que, hasta entonces, había, sido su maestro para seguir a Jesús. ¿Qué les decidió a ello? Aquí parecen faltar los presupuestos sicológicos, a los que hoy damos tanta importancia, Estamos sencillamente ante la convicción profunda de la fe. Ellos han captado todo significado que en el título “cordero de Dios” va implicado (remitimos a lo dicho al comentar Jn 1, 29-34).

Por primera vez oímos hablar a Jesús en este evangelio de Juan. Una voz que es interrogante para el hombre: ¿qué buscáis? ¿Simbolizan estos dos discípulos la búsqueda incesante que constituye el vivir de cada hombre? De hecho la escena parece carecer de sentido interpretándola, sin más, como suena. ¿Para qué querían saber aquellos hombres dónde vivía Jesús? En todo caso siguieron la invitación-mandato de Jesús y permanecieron con él aquel día. Se da, por supuesto que comprobaron o, al menos, se convencieron de que la presentación de Jesús que les había hecho su anterior maestro, respondía a realidad de lo que Jesús era. Lo reconocieron, como el Mesías (v. 41).

La narración del evangelista puede ser un velo tras el cual se esconde su intención más profunda. ¿Cuál podría ser esta intención? Porque quedarse en el «exterior» la narración podría empobrecerlo sustancialmente.

Ya dijimos que, nos hallamos ante las primeras palabras pronunciadas por Jesús: ¿qué buscáis? Es el primer interrogante de todo aquel que quiere conocer y seguir a Jesús. De ahí la pregunta de aquellos dos discípulos: ¿dónde vives? Porque donde vive Jesús, deben vivir sus discípulos (ver Jn 14, 2: en casa de mi Padre hay muchas moradas; voy a prepararos un lugar...).

En esta misma dirección debe descubrirse la intención del evangelista al decir que «era la hora décima». ¿Simplemente por la impresión que le había producido aquel primer encuentro con Jesús? No lo creemos. Sin duda alguna que aquel primer encuentro debió producirle una impresión profunda. Pero, en la clave en la que escribe Juan, es preciso buscar algo más profundo. La hora décima es la hora de la plenitud, del cumplimiento. Es el número diez que tanta importancia tiene en el Antiguo Testamento, en el judaísmo, entre los pitagóricos y en la gnosis. Número perfecto según Filón de Alejandría. Jesús es la plenitud. Quien busca, en él encontrará la respuesta con toda su plenitud a su búsqueda. Jesús como plenitud de la revelación. Como el único Revelador.

Uno de los discípulos que siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Andrés, al encontrarse con su hermano, le anuncia que Jesús es el Mesías. Y esto basta para que Pedro se decida por Jesús. En los evangelios sinópticos la vocación de estos dos discípulos tiene lugar en circunstancias bien diversas. Se hallaban junto al lago de Galilea cuando fueron llamados por Jesús. Pero la narración de Juan incluye uno de los datos más ciertos de todo el Nuevo Testamento: Jesús cambió el nombre a Simón, sustituyéndoselo por el de Cefas, cuyo equivalente en griego es Pedro, la roca.  Nada se nos dice en él relato de la impresión que este encuentro produjo en Pedro. Pero es evidente que Pedro quedo ganado por esta revelación Y se adhirió a Jesús.

Reflexión tercera del Santo Evangelio: Jn 1, 35-42. Hemos encontrado al Mesías.

Recién al día siguiente se advierte un quiebre: todo el escenario ha cambiado y todo ahora se torna activo. Separado en dos días se relata por dos veces en dos escenas subordinadas cómo se reúne en torno a Jesús un grupo de personas. Como se dijo, conceptos como «seguir», «buscar» e «ir» son preponderantes respecto de «ver» y permanecer»: movimiento opuesto a calma. En realidad los que son activos son los discípulos, Jesús recién reacciona cuando ve que lo siguen algunas personas.

La escena comienza entonces con una repetición de lo que san Juan el Bautista ha dicho de Jesús y, quizás a Jesús mismo, en 1,29. Cuando san Juan ve a Jesús al día siguiente, repite ante dos de sus discípulos: «Este es el cordero de Dios» (1,35). Esto es, una vez más se dirige la atención a aquella primera declaración pública sobre Jesús. Y esto ahora se convierte en motivo para que dos de los discípulos de san Juan vayan a Jesús: Jesús es hecho por Juan un maestro.

El relato sigue adelante con Jesús. Los primeros discípulos se presentan a Jesús. Se inicia con una introducción en el entorno íntimo de Jesús. Jesús se da a conocer. La escena irradia algo que va más allá de lo relatado; esto tiene que ver con la repetición de las palabras: “¿Dónde vives?” — ¡Venid y ved! — Y ellos vinieron y lo vieron, donde él vivía, y permanecieron aquel día con él» (1,38-39). Que sólo uno de los dos nombres se mencione, reafirma el carácter misterioso del relato. No se cuenta nada de lo que sucedió aquel día: sólo tienen importancia el «echad un vistazo» de san Juan (1,35) y el «echad un vistazo» de Jesús (1,38), y el «permanecer» de los discípulos (1,39).

Apenas Andrés encuentra a su hermano —supongamos al final de la jornada, luego que ha pasado todo el día, desde las 10 de la mañana, con Jesús— el lector oye lo que aquella visita ha producido en los discípulos: «Hemos encontrado al Mesías» (1,41), una frase de mucho contenido, porque retoma aquello que san Juan había dicho sobre sí mismo: «Yo no soy el Cristo» (1,25). Pero, sin embargo, Andrés ha encontrado al Mesías. El relator se lo hace decir en un hebreo con matiz griego: «Hemos encontrado al Mesías — lo que traducido significa el ungido». Para los lectores esto eleva la autenticidad de lo dicho, pues comprende precisamente lo que Andrés pretende cuando ha leído la traducción (griega) del término.

El final del día es igual al comienzo: san Juan (el Bautista) ha visto a Jesús y ha dicho: «Ved el cordero de Dios», y Jesús mira a Kephas y dice: «Tú eres Simón, el hijo de Juan. Tú debes llamarte Kephas». El Cordero encuentra la Piedra (en una forma masculina que es bastante extraña en griego donde, por el contrario, el término «roca» es femenino). Como lector que conoce el desarrollo del relato, suponemos que el escritor, no sin placer interior, confronta de este modo al cordero inocente y vulnerable con la poderosa y fuerte piedra que, simplemente, se llama Simón.

Elevación Espiritual para el día.

Hijo de Dios, en tu amor has venido a nosotros para hacer nuevas todas las cosas. Dame tu amor para que yo hable de tu amor a quien me escucha. Dios Altísimo, tú bajaste de los cielos para habitar con nosotros, pecadores. Para que yo pueda contar la belleza de tu amor, concédeme subir donde tú habitas. En tu amor ardiente permite que mi boca anuncie con garra tu buena noticia, concédeme cantar a plena voz tu gloria entre las gentes de esta tierra.

Venid, hermanos amadísimos. Hemos nacido de un solo bautismo. Queremos amar: el amor es la riqueza grande de quien lo posee. Por el agua bautismal habéis llegado a ser hermanos del Hijo único. Venid, pues, y gustemos con sabiduría cuanto habla del amor. Hoy me conmuevo al hablaros del amor. El amor es delicia, venid y gustad su salvación. Sólo si el amor entra en tu corazón, tus pensamientos se harán luminosos como luz. Sí, tu inteligencia se abrirá a los misterios de Dios.

Reflexión Espiritual para este día.

«Maestro, ¿dónde vives?». Enséñame los caminos que conducen a mí mismo, revélame el refugio profundo que tu amor gratuito ha querido construirse en lo íntimo de mi ser. Haz que, recorriendo hacia atrás uno tras otro los senderos de mi vida consciente, reencuentre siempre en sus orígenes tu gracia misericordiosa que previene mis iniciativas y me ofrece mis verdaderos valores (...).

El Señor está presente también en las pequeñas ocasiones en que nos ofrece hacer el bien o aceptar el sufrimiento; está presente en estas modestias moradas como en las hostias consagradas: bajo las especies de la contrariedad fortuita, del visitante inoportuno, de la enfermedad fastidiosa o del trabajo ingrato, de un sacrificio que se nos pide, de una obediencia mediocre. Bajo estas especies está presente moralmente, como está presente corporalmente bajo las especies eucarísticas. Y mi vida transcurre próxima a estas moradas; y el curso tortuoso de mis jornadas lo encuentra en cada momento. Pero yo soy demasiado ciego para advertirlo y descuido las ocasiones de hacer el bien o de aceptar el sufrimiento, como se descuidan las casas deshabitadas o los tugurios en ruinas junto a la carretera.
«Venid y ved». Señor, ábreme los ojos: que yo aprenda a conocerte en cada una de tus presencias humildes y aprenda a encontrarte en la prosa santificante de mi deber cotidiano. Porque tú habitas justo aquí. Y es en este deber humilde, sea cual sea, donde estoy seguro de encontrarte, no sólo de paso y como furtivamente, sino de modo estable y permanente...

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia y del Magisterio de la Iglesia. Daniel,

Se ha dicho muchas veces que las palabras fervientes que el Bautista pronuncia en el Evangelio son de corte apocalíptico, no solo por sus fuertes imágenes, sino también por la referencia a una visión teológica que también aparecerá a veces en el lenguaje de Jesús. Ahora bien, la literatura bíblica «apocalíptica» tiene su punto de referencia capital en el libro de Daniel. Este nombre también lo llevó un héroe legendario conocido en el mundo indígena cananeo de Tierra Santa: Daniel era un defensor de viudas y huérfanos (con razón el significado del término es «Dios es juez») y el profeta Ezequiel lo recuerda junto a Noé y a Job (14,14). Pero ahora nos vamos a detener brevemente en Daniel, que entra en escena en el libro profético apocalíptico del mismo nombre.

Se trata de un hebreo exiliado en Babilonia, extraordinario intérprete de sueños, sometido a pruebas terribles (el foso de los leones) por parte del poder opresor, pero liberado y exaltado por el Señor, Aunque el ambiente es el de los tiempos del rey de Babilonia Nabucodonosor y de sus sucesores (siglo VI a. C.), en realidad la época a la que se refiere alusivamente es posterior, es la de la rebelión de los Macabeos (siglo II a,C.) contra el dominio pagano de la Siria helénica. Daniel entra en escena con otros jóvenes hebreos y desafía el poder imperial, convirtiéndose en un modelo de fidelidad a las tradiciones de los padres.

Al libro que lleva su nombre y que ha sido incluido entre los profetas «mayores» (con Isaías, Jeremías y Ezequiel) se le asignan esencialmente dos géneros literarios principales. Por un lado, «las actas de los mártires», es decir, los testimonios valerosos de los hebreos fieles, con narraciones a menudo emocionantes, como las de las pruebas del fuego y de los leones o la del misterioso banquete nocturno del rey Baltasar. Estos relatos ocupan los seis primeros capítulos del libro. Por otro lado están «las visiones», es decir, las revelaciones divinas interpretadas por un ángel, presentes en los capítulos 7-12.

Estas son impresionantes, a menudo pobladas de monstruos y figuras enigmáticas, signos del poder opresivo que domina la historia. La concepción apocalíptica del mundo está claramente dividida, y en contraposición, entre tierra y cielo; la de la humanidad entre bien y mal; la de la historia entre el presente, dominado por Satanás, y el futuro, regido por el Señor con los justos. En esta serie de visiones que tuvo Daniel es de especial importancia la que pone en el centro un «hijo de hombre» (7, 13-14), el cual recibe un poder universal y eterno de un anciano, representación simbólica del Eterno, del Señor.

Quién pueda ser este «hijo de hombre» (7,13-14) es objeto de discusión. Es probable que para el autor del libro encarnara al Israel fiel, glorificado por Dios; pero la tradición judía y la cristiana posterior lo han interpretado como la figura del Mesías. Jesús mismo lo ha aplicado a su persona y a su misión en repetidas ocasiones, y especialmente durante el proceso ante el Sanedrín (Mt 26,64: «De ahora en adelante veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre y venir sobre las nubes del cielo»).

Vamos a concluir señalando un aspecto curioso presente en la misma trama de la obra de Daniel: el volumen tal como ha llegado a nosotros está escrito, prácticamente, en tres lenguas: en hebreo en los capítulos 1 y 8-12; en arameo, la lengua entonces dominante, del 2,4 hasta el 7,28; mientras que en griego se han añadido los trozos de 3,24-90 y de los capítulos 13-14, que incluyen también la célebre historia de Susana, que ya hemos rememorado antes. La parte compuesta en griego se llama «deuterocanónica», es decir, aceptada en el Canon de las Sagradas Escrituras en época posterior, y no ha entrado a formar parte del Canon hebreo y protestante de la Biblia. +

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