Lecturas:
a.- 1Jn. 3,7-10: Todo el que ha nacido de Dios no peca.
Conviene releer este pasaje de la carta de Juan: “Hijos míos, que nadie os engae. Quien obra la justicia es justo, como él es justo. Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo. Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado porque su germen permanece en él; y no puede pecar porque ha nacido de Dios.
En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.” (vv. 7-10).
Toda esta nueva realidad de gracia y santidad, es originada por el estado de pecado en que estaba la humanidad. Será San Pablo quien establezca que si abundó el pecado, mayor fue la gracia, pero de ello no se puede deducir, que para que sobreabunde la gracia, hay que seguir pecando más. Eso es un error. Recordemos que Juan tiene enfrente la filosofía gnóstica, donde el verdadero gnóstico no podía pecar, porque no se preocupaban de lo moral.
Por ello señala el apóstol, que lo esencial del cristiano es su dignidad de ser hijos de Dios, por lo tanto, su conducta ha de ser recta y justa, servidor de la justicia, lo mismo que Jesús que vivió la justicia establecida en la voluntad del Padre. Si la filiación divina es el criterio para obrar justamente, su contrapunto es el pecado, es decir, pecar es una contradicción; quien peca se opone a Dios, no puede ser su hijo, se convierte más bien en hijo de Satanás, el que pecó desde el principio (Jn.8,3.44), rechazó la voluntad de Dios desde el principio. El pecado repugna a Dios, no así el pecador.
Para esto vino Jesucristo, para destruir la obra de Satanás, e inaugurar el Reino de Dios, y así acabar con el reinado de Satanás en el mundo (v.8). Llevado esto a la vida del cristiano el principio de la impecabilidad es una realidad, que afirma que en el espíritu del cristiano está la semilla de Dios, la vida eterna, porque ha nacido de Dios (cfr. Jn.3,5; Rm.8,14; Tit.3,5). Este nuevo principio que le hadado la vida al cristino lo hace lo más opuesto al pecado, no puede pecar, porque es una traición al Espíritu Santo, es no dejar crecer la semilla de eternidad, es negar este nacimiento en la gracia de Dios. Esta es la realidad objetiva, pero con dolor constatamos la realidad del pecado, sin embargo, tenemos una gran esperanza: saber que no estamos sujetos al poder del pecado, sino del Espíritu, si pecamos, es voluntariamente, por debilidad de nuestra naturaleza, pero ahí radica nuestra victoria porque fortalecida la voluntad por la acción del Espíritu hacemos la voluntad de Dios en nuestra vida (cfr.1 Jn. 2, 29-3,6).
Finalmente, vuele al principio recordando que quien no practica la justicia, no sólo no es justo, sino que no es de Dios. Añadirá luego al principio de la justicia, el del amor fraterno que hemos recibido.
b.- Jn. 1, 35-42: Los primeros discípulos de Jesús.
El evangelista nos presenta la elección de los primeros discípulos: Andrés y el otro discípulo, que es Juan; el primero, Andrés, y Pedro eran hermanos. Mientras Juan el Bautista predica a sus discípulos (cfr. Mt.9,14; 11,12; 14,12; Mc.2,18; Lc. 5, 33; 9, 14; Jn.3,22), pasa Jesús, y fijando los ojos en ÉL, lo seala, como el “Cordero de Dios” o Siervo de Dios (v. 36). Lo que inmediatamente suscita el seguimiento de Cristo, ser su discípulo, acogerse a su escuela, al estilo rabínico (cfr. Mt. 4,18.19.22; Jn.1,37-44). El deseo de conocerle de los discípulos, de seguirle, suscita en Cristo la pregunta: “¿Qué buscáis?” (v.38) a lo que los discípulos responden con otra pregunta: “¿Donde vives? Les respondió: Venid y lo veréis” (v.38; cfr. Sal. 46,9; Jn. 1,46; 11,34).
Estuvieron con ÉL hasta pasada la media tarde, hasta las cuatro. Los discípulos eran Andrés y el otro, del que no se da el nombre, pero la tradición afirma, que era Juan, que como autor del relato, se
identifica mejor como el discípulo que Jesús amaba. Habiendo tenido la experiencia con Cristo Jesús, el primer discípulo, Andrés le comunica a su hermano haber encontrado al Mesías esperado y lo encaminó al Maestro. La confesión que hizo el Bautista, de Cristo Jesús, como el Cordero de Dios, hizo encender en el espíritu de Andrés, la fe y el amor, convertido luego en apóstol (cfr. Jn.1,44).
Al estar los dos hermanos frente a Jesús, fijó éste su mirada en Pedro, lo que se traduce en un sondeo del corazón de Pedro siendo encontrado apropiado para el apostolado y una misin particular (cfr. Mc.10,21; Jn.1,42; Hch.1,24). Y, mirándole así, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que quiere decir, Piedra.” (v. 42).
De alguna forma, se señala la misión que tendrá este joven discípulo, ser la roca visible de la Iglesia, mientras que la piedra angular del edificio, será Jesucristo, el Señor. Si por el testimonio del Bautista y de Andrés, Pedro y los demás conocieron a Cristo estuvieron con ÉL en su casa, también nosotros estamos llamados a descubrir al Mesías, al Cordero de Dios entre nosotros. Cristo resucitado, no es un recuerdo sino una Persona Viva, única salvación para el hombre de ayer y de hoy.
Sólo en su Nombre hay salvación (cfr. Hch. 4,12). Como el Bautista y Andrés, comuniquemos a Cristo a los demás en este tiempo santo de Navidad, luego de estar con ÉL.
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
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