Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

18 de diciembre de 2011

LECTURAS DEL DÍA 18-12-2011


18 DE DICIEMBRE 2011. DOMINGO IV SEMANA DE ADVIENTO. 4ª semana del Salterioi. (Ciclo B) Feria Mayor o Feria Privilegiada de Navidad.MES DEDICADO A LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS MARÍA Y JOSÉ..NUESTRA SEÑORA DE LA O (EXPECTACIÓN  ESPERANZA MACARENA) SS. Malaquías pro, Pablo Nguyên y com cts mrs.Santoral Latinoamericano. SS .Rufo, Zósimo

 
LITURGIA DE LA PALABRA.

2S 7,1-5. 8b-12.14a.16: Profecía de Natán
Salmo responsorial 88:: Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
Segunda lectura: Rm 16,25-27: La buena nueva a todas las naciones.
Lc 1, 26-38: La Anunciación.

La lectura del segundo libro de Samuel nos cuenta que, deseando David edificarle una casa Yahvé en Jerusalén, Yahvé dirigió la palabra al profeta Natán, para comunicarle que no sería David quien le edificaría una casa a Yahvé, sino que Yahvé le edificaría una casa a David. En aquellos tiempos «casa» se entiendía de varias maneras, como Templo, como morada, o como descendencia. Esta profecía quiere decir es que Dios le dará una descendencia a David, es decir, la permanencia del linaje de David sobre el trono de Israel. Está es la promesa que hace Yahvé a David y que la tradición posterior interpretará en relación con el Mesías como hijo-descendiente de David. La primitiva Iglesia entendió estas palabras en relación con Jesús como el verdadero Mesías. Mateo y Lucas se esfuerzan en presentar en sus genealogías a Jesús como descendiente de David, y varias veces se le llama Hijo de David. Es claro, Jesús es el Mesías esperado, en él se cumplen las promesas de Dios.

En los versículos que hemos leído del largísimo salmo 88 están dispuestos en la liturgia para mostrarnos la relación de Jesús con Dios. El salmo es un himno al Creador seguido de un oráculo mesiánico. En este oráculo el salmista pone en boca de Dios estas palabras: yo lo nombraré mi primogénito, altísimo entre los reyes de la tierra. Se refiere al Mesías, al salvador esperado, pero que nosotros como cristianos lo leemos claramente referido a Jesús. Él es el Hijo, la primicia por la que todos seremos salvados, el primogénito entre todos los hombres. Por su predicación, por su sencillez y servicio a los más pequeños, por su sí incondicional a Dios hasta la muerte, Dios lo resucitó haciéndolo altísimo entre los reyes de la tierra.

La segunda lectura tomada de la carta de Pablo a los Romanos nos presenta una oración de alabanza a Dios (doxología) con la que concluye toda la carta. La oración está dirigida a Jesucristo, en él cual se revela el misterio que Dios había mantenido oculto por siglos, pero que ahora, gracias a la Escritura y la predicación del mismo Jesucristo fue dado a conocer a todos, pero especialmente a los gentiles para la obediencia de la fe. Finaliza con una bendición tomada de las costumbres judías. Reconocemos que el misterio oculto por los siglos, es Jesús mismo que ahora nos revela el rostro del Padre y que se convierte en salvación para de todos los hombres.

En el evangelio leemos el anuncio del ángel a María del nacimiento de Jesús, que la convierte en la primera discípula y evangelizada: escucha la palabra de Dios, es capaz de reconocer que la acción de Dios pasa por los más pequeños y humildes. María era una mujer joven y pobre de un pueblo muy pequeño del norte del país. Ella recibe el anuncio del ángel, que la sorprende pero que sabe reconocer la acción de Dios en el anuncio. Le dice sí a Dios. A diferencia de Zacarías el signo que pide María no parte de la incredulidad, sino de la necesidad de poner por obra las palabras del ángel.

El evangelista Lucas pone de manera consecutiva el anuncio a Zacarías y el anuncio a María para resaltar que la acción de Dios se manifiesta fuera del Templo, fuera del lugar sagrado, en medio de los pobres y abandonados, como lo es María triplemente excluida por ser mujer, por ser pobre y por ser joven. Y es en ese lugar de marginación y pobreza donde el proyecto de Dios para la humanidad va a fructificar, por medio del sí consciente de María y de todos los que se identifican con ella.

El niño que nacerá de María será el Salvador, el Mesías, un «Hijo de Dios». Dios se hace ser humano en la persona de Jesús para que siendo como él, los seres humanos seamos semejantes a Dios. Pero no lo hace en contra de la voluntad de los hombres. María, con su «sí» al proyecto de Dios, introduce a Jesús en la historia, haciéndose hombre pobre y creyente.

Adviento es tiempo de preparación, de espera de la fiesta de la Natividad, de la manifestación del Mesías. Participar de esta fiesta es asumir la misma dinámica de María que le dice sí a Dios, y la misma actitud de Dios que se hace pobre para nuestra salvación en la persona de Jesús de Nazaret.

PRIMERA LECTURA.
2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16.
El reino de David durará por siempre en la presencia del Señor.

Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán: "Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda." Natán respondió al rey: "Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo."

Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: "Ve y dile a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra.

Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, y, además, el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre.""

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 88
R/. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,  anunciaré tu fidelidad por todas las edades.  Porque dije: "Tu misericordia es un edificio eterno, /más que el cielo has afianzado tu fidelidad." R.

"Sellé una alianza con mi elegido,  jurando a David, mi siervo: "Te fundaré un linaje perpetuo,  edificaré tu trono para todas las edades."" R.

Él me invocará: "Tú eres mi padre,  mi Dios, mi Roca salvadora."  Le mantendré eternamente mi favor,  y mi alianza con él será estable. R.

SEGUNDA LECTURA.
Romanos 16,25-27.
El misterio, mantenido en secreto durante siglos, ahora se ha manifestado.

Hermanos: Al que puede fortaleceros según el Evangelio que yo proclamo, predicando a Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en los escritos proféticos, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe al Dios, único sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 1,26-38.
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo.

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo." Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le podrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin." Y María dijo al ángel: "¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?"

El ángel le contestó: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible." María contestó: "Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra." Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor.



Reflexión de la Primera lectura: 2 Samuel 7,1 -5.8b- 12.1 4a. 16.

La presente página de 2 Sm 7 es como el “manifiesto” del mesianismo real, es decir, de la espera de un Mesías davídico para los tiempos de la salvación definitiva. Tenemos que indicar ante todo las múltiples veces que aparece el término «casa», que hace las funciones de hilo conductor. Primero es David que mora seguro y estable en su casa (v. 1), luego el mismo rey que desea edificar una casa al Señor (vv. 2-5), a continuación Dios promete a David una casa (v. 11), es decir, una descendencia y un reino estable.

David, en la cumbre de su poder tras la aclamación como rey de Judá e Israel, acogió en la parte más alta de la ciudad, donde vive, al Arca, signo de la presencia divina. Pero le queda por realizar el sueño de construir un templo grandioso como digna morada de Dios. La palabra del profeta parece estar de acuerdo en un primero momento, pero luego pone en tela de juicio su proyecto, porque en vez del sueño de David se realizará el “sueño” de Dios: «el Señor te hará a ti una casa» (v. 11 literal). Dios será quien dará a David descendencia y estabilidad. Dentro de una vida compleja, con mezcla de lances de generosidad y de profunda rivalidad, tensiones y aventuras de todo tipo, se inserta la Palabra de Dios invitándole a recordar que es él el único que puede dar estabilidad a cualquier casa. Será David quien entre en el proyecto de Dios y no al contrario.

El autor bíblico recuerda que la fidelidad de Dios no se dirige sólo a David, sino que siempre mira al bien del pueblo, ese pueblo que, siempre oprimido, obtiene de Dios la promesa de salvación y la estabilidad definitiva: «Daré un puesto a Israel, mi pueblo, para que viva en su casa y los malhechores no lo opriman como antes» (v. 10).

Reflexión del Salmo 88.

El libro de los salmos nos presenta un himno majestuoso que ensalza a Dios por su asombroso amor. Un amor que permanece vivo en toda su intensidad a través del tiempo y que, en este caso, tiene un destinatario concreto: Israel. «Cantaré eternamente la misericordia del Señor, anunciaré tu fidelidad de generación en generación. Pues yo dije: “Tu misericordia es un edificio eterno. Has afianzado tu fidelidad más que el cielo”».

Señala el autor del salmo un punto culmen en el que el amor de Dios brilla y alcanza su máxima expresión; nos referimos a la alianza que ha hecho con David, alianza que se convierte en garantía de la supervivencia del pueblo elegido: «Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: “Voy a fundar tu descendencia por siempre, y de generación en generación construiré un trono para ti”.

La alianza hecha con David estremece sus entrañas. De su corazón abierto por este amor tan especial, surge la invocación más profunda que puede expresar un ser humano: «Mi fidelidad y mi misericordia estarán con él, y por mí nombre crecerá su poder... El me invocará: “¡Tú eres mi padre, mi Dios y mi roca salvadora!”...
Mantendré siempre mi amor por él, y mi alianza con él será firme».

Sin embargo, a una cierta altura, vemos al autor sumido en una profunda crisis. Pone en duda las promesas de Dios, su amor incondicional e irreversible y, sobre todo, su fidelidad a la alianza que El mismo ha proclamado con sus labios: «Tú, en cambio, lo has rechazado y despreciado, te encolerizaste contra tu ungido. Has roto la alianza con tu siervo, has profanado hasta el suelo su corona... ¿Dónde está, Señor, tu antigua misericordia, que, por tu fidelidad, juraste a David?».

¿Qué ha podido pasar para que nuestro autor cambie el tono festivo y majestuoso de su canto y dé lugar a la queja y lamentación? Simplemente está evocando el destierro que el pueblo padece, y no comprende cómo se pueden compaginar las promesas y la alianza hechas por Dios con la derrota y humillación de Israel a causa de sus enemigos.

Percibimos que no ve más allá del momento concreto que el pueblo elegido está atravesando, que, como hemos dicho, es su destierro. No es capaz de otear el horizonte para captar la trascendencia que tiene toda palabra que sale de la boca de Dios, palabra que siempre se cumple. En su desazón, le falta sabiduría para entender que todas las promesas de Yavé tienen su plena realización en el Mesías.

El profeta Isaías nos arroja un poco de luz iluminando las dudas del salmista y haciéndonos ver que estas son infundadas. El profeta anuncia al Mesías como aquel en quien va a permanecer estable la promesa-alianza hecha por Dios, y que Israel ha roto con su desobediencia: «He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él... Yo, Yavé, te he llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes» (Is 42,1-6).

El mismo Isaías reafirma su profecía en otro texto: «Así dice Yavé: En tiempo favorable te escucharé, y en día nefasto te asistiré. Yo te formé y te he destinado a ser alianza del pueblo, para levantar la tierra, para repartir las heredades desoladas, para decir a los presos: salid, y a los que están en tinieblas: mostraos» (Is 49,8-9).

Es este un anuncio glorioso que culmina con una fastuosa aclamación en la que se invita a toda la creación a alabar a Yavé porque, como anunciaba al principio el salmista, su amor permanece, Dios no ha cambiado de parecer; más aún, se canta su amor, esta vez universal, a todas las gentes y los pueblos: «Mira: estos vienen de lejos, esos otros del norte y del oeste, y aquellos de la tierra de Siním. ¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! Prorrumpan los montes en gritos de alegría, pues Yavé ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido» (Is 49,12-13).

El Señor Jesús, preanunciado por el profeta, es la alianza indestructible, imperecedera. Es una alianza acrisolada al fuego y, por ello, resiste y se mantiene ante todos los pecados habidos y por haber, imaginables e inimaginables de toda la humanidad.

Jesucristo, la alianza permanente de Dios con el hombre, es presentado así por Zacarías cuando ve en su hijo Juan el Bautista al precursor de Aquel que coima las expectativas de todos los israelitas, y también de todos los hombres que, con corazón sincero, buscan a Dios: “Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo... haciendo misericordia a nuestros padres, recordando su santa Alianza” Lc 1,68-72). Aclaremos que, en Israel, el verbo recordar no hace relación a la memoria, sino a un hacer presente. Dios recuerda su santa Alianza quiere decir, pues, que la hace presente, la actualiza.

Reflexión de la Segunda lectura: Romanos 16,25-27.

Con el presente himno de alabanza Pablo cierra su carta a los Romanos. En él, a pesar de la (relativa) complicación del texto, surgen tres temas fundamentales: Dios, el misterio, el anuncio.

Dios es a quien va dirigida la alabanza, el que da estabilidad, «el que puede fortalecernos» (v. 25). Es el único «sabio» (v. 27), origen y fin de toda búsqueda humana.

El misterio: término que para Pablo designa el plan de Dios. Este plan gira en torno a Jesús. Respecto a Jesús —centro de la historia de salvación— el tiempo que le precede puede considerarse como tiempo de preparación o también tiempo del “silencio” de Dios, no precisamente porque Dios callase, sino porque su hablar no se había manifestado aún en la Palabra eterna del Hijo. El tiempo presente se valora como algo muy importante: «ahora» es el tiempo de la «revelación» (v. 25). El tiempo final ya está presente, porque en Cristo se ha dado la revelación definitiva de Dios.

El tercer tema fundamental es el del anuncio del evangelio, que para Pablo contra distingue el tiempo presente. Como los cristianos viven en el último tiempo, el de la revelación definitiva del Padre, esta palabra del evangelio sólo podrá ser una palabra para todos, dirigida a «todas las naciones».

Reflexión Primera  del Santo Evangelio: (Lucas 1,26-389).signo» de la fidelidad de Dios

Dos son los centros de interés fundamentales en el texto de San Lucas de la anunciación a María: el anuncio del nacimiento de Jesús y la vocación de María a ser sierva del Señor.

Jesucristo se presenta como el «signo» de la fidelidad de Dios, que mantiene las promesas hechas a David: “Se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (vv. 32-33). Todos los elementos de la promesa a David se funden y realizan en Jesucristo porque es el Mesías perteneciente a la familia davídica y es el Hijo hecho hombre, el nuevo templo, la casa que Dios ha preparado para que Dios y el hombre se encuentren. Además el pueblo de Dios, la casa de Jacob, encuentra finalmente en Jesús al rey que lleva a cabo el verdadero ideal del Reino, un ideal de justicia, de paz y fraternidad.

Por consiguiente, la obra de Dios, su fidelidad y su don es lo que constituye el centro. Pero el evangelio narra las cosas observando la actitud de María, como la que hace posible este don con su «sí». Es el polo opuesto a David: sin sueños de grandeza, no ocupa en la sociedad una posición que le permita influir en los grandes proyectos humanos, sino que su casa está abierta de par en par cuando el ángel «entra a su presencia» como mensajero divino. María cree firmemente en la fidelidad de Dios y se pone a disposición de su designio: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (v. 38).

La Palabra quiere llegar a nuestro corazón proponiéndonos el tema de la «fidelidad de Dios». Un Dios fiel significa la roca capaz de dar estabilidad a nuestras vidas, pero también un Dios que nos sorprende: David debe aceptar que no son sus proyectos sino los de Dios los que deben conformar su vida. De tal modo, no sólo cambia el arquitecto sino el sentido de todo nuestro proyecto, porque el plan divino descubre las posibles ambigüedades de nuestros proyectos humanos. Es un tema al que hoy somos particularmente sensibles, desde el momento en que experimentamos por una parte nuestra dificultad en ser fieles, sobre todo durante mucho tiempo; por otra parte, nos sentimos traicionados por los otros o por las experiencias personales, incluso hasta por Dios mismo.

«El Señor está contigo»: este saludo del ángel a María es la expresión del rostro de Dios que hoy se nos ofrece también a nosotros. El está con nosotros mucho antes de que nos demos cuenta. Puede comenzar a nacer una vida nueva tomando en serio estas palabras, pero no se conoce esta confianza de Dios si en concreto no nos ponemos a caminar con él, como María.

Cada uno de nosotros, a lo largo de su vida, ha experimentado el fallo de algún proyecto, con frecuencia hasta de programas que parecían muy buenos, a los que estábamos apegados. A veces el fallo se debe sobre todo a la propia infidelidad o debilidad en perseguir la finalidad prefijada. La Palabra de Dios que hoy se nos propone arroja luz sobre estas experiencias, enseñándonos por una parte a no creernos dueños de nuestra propia vida, y por otra a vivir también el fallo como posible momento de crecimiento, diciendo incluso en esas amargas circunstancias un «sí» a ese Dios que no deja de sernos fiel.

La Santísima Virgen María fue la afortunada a quien se hizo esta divina salutación para concluir el “asunto” más grande e importante del mundo: la Encarnación del Verbo Eterno, la paz entre Dios y los hombres y la redención del género humano. Por la salutación angélica, Dios se hizo hombre, y la Virgen, Madre de Dios; se perdonó el pecado, se nos dio la gracia. En fin, la salutación angélica es el arco iris, el emblema de la clemencia y de la gracia que Dios ha hecho al mundo.

La salutación del ángel es uno de los cánticos más hermosos que podemos dirigir a la gloria del Altísimo. Por eso repetimos esta salutación para agradecer a la Santísima Trinidad sus múltiples e inestimables beneficios. Alabamos a Dios Padre, porque tanto amó al mundo, que llegó a darle su único Hijo para salvarle.
Bendecimos al Hijo, porque descendió del cielo a la tierra, porque se hizo hombre y porque nos ha redimido. Glorificamos al Espíritu Santo porque formó en el seno de la Virgen Santísima el cuerpo purísimo de Jesús, que fue la víctima de nuestros pecados.

Con este espíritu de agradecimiento debemos rezar la salutación angélica, acompañándola de actos de fe, esperanza, caridad y acciones de gracias por el beneficio de nuestra salvación.

Reflexión Segunda del Santo Evangelio: (Lc 1, 26-38), A María se le anuncia el nacimiento y el destino de su hijo Jesús.

A Zacarías se le ha anunciado el nacimiento y la misión de su hijo Juan. A María se le anuncia el nacimiento y el destino de su hijo Jesús. Pero, en este caso, el anuncio tiene lugar en el marco de una vocación. A María no sólo se le da a conocer el nacimiento de su hijo; es a la vez llamada por Dios y capacitada para llegar a ser la madre de este hijo. Ella queda inserta en la serie de los grandes llamados, que han recibido de Dios una misión particular para el bien del pueblo de Dios. En el saludo del ángel —«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (1,28) — se señalan las coordenadas de su vocación: gozo, gracia y ayuda de Dios. La primera palabra del ángel es traducida habitualmente con un genérico «salve». Pero siempre que el mensajero del Señor se presenta en el contexto de los orígenes de Jesús lo hace como portador de una gran alegría: ante Zacarías (1,14) y ante los pastores (2,10). Todo indica que precisamente su mensaje central y más importante no puede sino estar caracterizado por la alegría y que, consiguientemente, su primera palabra tiene el significado propio de chaire = ¡Alégrate! Así, desde el inicio, todo queda envuelto en un tono de gozo y regocijo. Lo primero que María escucha de parte del mensajero divino es: «Tú tienes todos los motivos para alegrarte. Lo que se me ha encargado comunicarte te atañe en lo más íntimo de tu ser. Tu estupor y tu conmoción deben ser sólo adhesión profunda y gozosa; deben ser sólo alegría. ¡Alégrate! María no responde al momento con gozo pleno. Queda conmovida, reflexiona, pregunta y pide una explicación ulterior, acepta con fe su misión. Sólo en el encuentro con Isabel se hará manifiesta la explosión de su gozo en su cántico de alabanza (1,46-55). El camino por recorrer es todavía largo, pero el gozo es el signo que hace reconocible la llamada por parte de Dios.

La segunda expresión del ángel, «llena de gracia», señala el motivo de este gozo: «Tú eres la llena de gracia», es decir, Dios te ha dado de manera definitiva e irrevocable su gracia, su favor, su benevolencia y su complacencia; ha volcado en ti su amor lleno de benevolencia». Este dato es tan fundamental que el ángel lo va a repetir: «Has encontrado gracia ante Dios» (1,30). Es, además, tan característico de la persona y de la existencia de María que el ángel, al saludarla, no usa su nombre propio de «María», sino que la llama «llena de gracia», como si de un nombre nuevo se tratara. De este modo se expresa la relación que mantiene Dios con María, que es el fundamento de la vocación de María y de todo gozo. Podríamos decir que «María» es el nombre que ella había recibido de sus padres y «Llena de gracia» el nombre que le es dado por Dios. Para poder comprender realmente lo que significa que María es llena de gracia y que Dios ha volcado sobre ella su amor deberíamos comprender primero quién es Dios. Algo de este estupor y de este asombro se expresa en el Sal 8,5, donde, frente a la obra de Dios y a la grandeza y majestad que en ella se revelan, el salmista se pregunta: « ¿Que es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te cuides?».

La tercera expresión del ángel, «El Señor está contigo», se refiere a la ayuda de Dios. No se habla de una presencia genérica de Dios, sino de su asistencia real, eficaz. La garantía de tal asistencia no la recibe cualquier israelita, sino que queda reservada para los grandes llamados de la historia del pueblo de Dios (Jacob, Moisés, Josué, Gedeón y David). En el cumplimiento de su misión, ellos no dependen sólo de sus fuerzas humanas. Dios no se limita a llamar, abandonando después a los llamados a su propia suerte, sino que los acompaña y los capacita para llevar a cabo su misión. Continúa interesándose por ellos y permanece fiel. Les asegura su constante asistencia.

María reacciona ante estas palabras del ángel desde un plano emocional y desde un plano racional: sorprendiéndose («Se turbó») y reflexionando («Se preguntaba»). Se muestra abierta a este mensaje y se esfuerza por comprenderlo con mayor profundidad. Toda vocación queda caracterizada por el hecho de que los llamados se dejan atrapar continuamente y cada vez con más intensidad por la llamada; se abren a ella con todo su ser e intentan comprenderla en su pleno significado.

En sus expresiones posteriores, el ángel señala la misión de María: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús». Desde su capacidad natural de mujer, María es llamada a dar la vida a Jesús. En su seno es donde él debe recibir su existencia humana. María le debe dar también el nombre y, antes que los demás y con mayor solicitud, debe preocuparse de él. A ella se le confía enteramente la misión que una madre tiene en relación con su propio hijo. Se le pide una entrega total, corporal y espiritual, durante muchos años. María queda por completo al servicio de Jesús. Él, y no ella, es el Salvador y el definitivo Señor del pueblo de Dios (1,32-33). Pero a ella se la llama a prestar su servicio con el fin de que Jesús pueda llegar a la existencia humana y tener un desarrollo plenamente humano. Esta misión abarca todo el ser, todo el tiempo y toda la vida de María. La llamada de Dios la pone enteramente al servicio de Jesús.

Con su pregunta: « ¿Cómo será esto, pues no conozco varón?», María pide una explicación ulterior. Hasta ahora el ángel ha hablado sólo de ella como madre y no ha mencionado a ningún padre. María se atiene a estas palabras del ángel, no las completa y no anticipa nada con reflexiones personales. Define la situación actual. Con la afirmación: «No conozco varón» hace referencia al hecho ser virgen y dice al ángel: «Yo no sé cómo, siendo virgen, basándome sólo sobre mí misma, voy a poder realizar esta misión». María declara la propia insuficiencia para misión que se le confía. También Jeremías exclama en el momento de su vocación: «i Ah, Señor mío, yo no sé hablar, porque todavía soy demasiado joven!» (Jer 1,6). Y recibe de Dios esta respuesta: «No digas que eres demasiado joven: adondequiera que yo te envíe, irás y hablarás. No les tengas miedo: Yo estoy contigo para protegerte» (Jer 1,7-8). Propio de una verdadera comprensión de la vocación por parte de Dios es el reconocimiento de la insuficiencia personal. Tal vocación no se caracteriza por una tranquila confianza en las propias fuerzas. Conoce las propias limitaciones y espera la ayuda de Dios.

El ángel ha asegurado ya a María la poderosa asistencia de Dios con la expresión: «El Señor está contigo». Ahora expone el modo en que esta asistencia se va a llevar a cabo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra». Con su poder vivificante y creador, Dios capacitará a María para ponerse al servicio de la existencia de Jesús. Lo que ella no puede cumplir con sus propias fuerzas, se hace posible por la acción del poder creador de Dios. El permite que realice la misión que le ha confiado. María es la persona y el lugar en que se cumple la acción poderosa de Dios. Es así como él actuó al inicio en la creación y así es como actuará en la resurrección de los muertos. Jesús es el nuevo inicio que proviene de esta fuerza creadora de Dios. El es santo, pertenece totalmente a Dios. Es el Hijo de Dios, se debe en modo verdaderamente único a él, proviene de él por completo. María recibe así respuesta a su pregunta y queda invitada a creer en la acción benévola y poderosa de Dios, para quien nada hay imposible. La misión que comunica y confía a María es realizada también por medio de él. Pero es María con toda su persona, con su existencia corporal y de fe, la que se ve interpelada por la palabra de Dios y la que permanece implicada en el actuar de Dios.

Después de la sorpresa y la reflexión atenta (1,29) y tras la petición de esclarecimiento (1,34), María da su consentimiento: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Llamándola «llena de gracia», Dios le ha hecho conocer cuál es su relación con ella. Designándose sierva del Señor», María expresa cuál es su relación con Dios. Reconoce estar al servicio de Dios. No quiere realizar planes o ideas personales. Quiere escuchar al Señor y seguir su voluntad. Estas palabras de María excluyen toda presunción en ella, pero revelan también su consciencia pura y gozosa de haber sido llamada al servicio del Señor. Cuanto más grande es el Señor tanto más honroso es estar su servicio. De nuevo, sólo los grandes llamados (Moisés, Josué, David) son los que aparecen designados «siervos, esclavos del Señor». En toda la Escritura, ninguna mujer, excepto María, es llamada «la sierva del Señor». Como sierva del Señor, ella se adhiere al plan de Dios, expresando el deseo de que tal plan pueda realizarse. Acoge la propia vocación no a ciegas o por la fuerza, sino siendo plenamente consciente de la propia misión y decidiéndose libremente por la voluntad de Dios. Lo que para ella era al inicio inquietante y oscuro, ha sabido convertirlo en su deseo y su voluntad en cuánto sierva del Señor.

A María se le ha confiado una misión excepcional. Debemos reconocer la singularidad de su vocación y alegrarnos con ella. Pero, a través de su misión, podemos percibir las características generales de toda vocación por parte de Dios. La vocación procede de la benevolencia y del favor de Dios y está acompañada de su ayuda eficaz. Implica toda la persona y absorbe todo el tiempo. Pone al servicio de Jesús. Da alegría: la alegría que proviene de este servicio.

Reflexión Tercera del Santo Evangelio: (Lc 1, 26-38), La anunciación del nacimiento de Jesús. Dios, el Espíritu y María.

María es la realidad del hombre enriquecido por Dios, como lo muestran las palabras del saludo del ángel que proclama: “El Señor está contigo”, “has encontrado gracia ante Dios”. Desde este punto de vista, María se convierte en la figura del adviento, en signo de la presencia de Dios entre los hombres. Más que Juan Bautista, más que todos los profetas, ella es la humanidad que simplemente ama y espera, la humanidad que acepta a Dios, admite su Palabra y se convierte en instrumento de su obra. Así descubrirnos que en el límite de la esperanza (hombre abierto a Dios) se encuentra el principio de la fe (la aceptación del Dios presente, tal como se refleja en la respuesta de María: «Hágase en mí según tu palabra»).

3) El Espíritu de Dios. Recordemos la existencia de su triple epifanía. a) Desde el antiguo testamento, el Espíritu es la fuerza divina que conduce a los hombres hacia Cristo. b) Es el poder de Dios que ha sostenido a Cristo en el camino de su vida. c) Y es la herencia que Jesús nos ha dejado por su pascua, la fuerza del amor que ofrece al mundo como el don supremo de su vida (Pentecostés). Pues bien, el relato de la anunciación refiere el momento culminante de la primera epifanía del Espíritu: La fuerza de Dios que conduce a los hombres hacia el Cristo se adueña de María y la convierte en madre (origen humano) de ese Cristo.

4) Jesús proviene de toda la esperanza de los hombres, es el fruto del adviento de la historia, que culmina en la persona de María. Pero a la vez, Jesús procede de la fuerza transformante de Dios, brota del Espíritu. Por ser un hombre entre los hombres les ayuda (es rey que les ofrece el reino). Por ser presencia de Dios puede ofrecerles la salvación definitiva.

5) La salvación. Todo el relato (con la palabra del ángel, la respuesta de María y la presencia creadora del espíritu) se ordena hacia una meta muy precisa: la salvación de los hombres. En términos tomados de la esperanza del Antiguo Testamento, la salvación se identifica con la instauración del reino davídico. Para nosotros, esa plenitud mesiánica se puede reflejar en otros rasgos; pero en el fondo se identificará siempre con el cumplimiento liberador y transformante de la espera de los hombres, significado en el reino de David. Esa plenitud está, significada ya en la misma figura de María, que calladamente espera, escucha la palabra de Dios y colabora. El “hágase en mí según tu palabra”, convertido en lema de nuestra actividad, puede y debe cambiar toda nuestra historia.

Reflexión Espiritual para este día.

La felicidad se basa en la verdad (...). Es imposible fabricar la verdad o someterla a los propios caprichos; se nos da y hay que inclinarse ante ella. El hombre no puede conquistarla; frente a la verdad es sólo un mendigo que debe servirla.

Aunque María ha acogido el anuncio y ha pronunciado su sí, no ha hecho más que entrar en una verdad que se le comunicaba. No fue ella quien la descubre, ni se ha adueñado de la verdad. María entra en algo que le acontece. Con temor y confianza. No habla, escucha. Es toda oídos. Aunque tenga labios y lengua. Dios y el niño que va a llegar determinan totalmente su existencia. La vida es para ella espera y esperanza y ninguna actitud es tan respetuosa del tiempo como esta actitud de adviento, todo espera. En toda la narración de la anunciación se presta muy poca atención al corazón de María, a su yo, a su psicología. Aprendemos mucho más de lo que acontece en Dios que en María. Este amor a la verdad hunde sus raíces en una profunda humildad de creatura («Aquí está la esclava del Sefíor»). María tiene fe. Por eso da crédito ilimitado a lo que viene de Dios: «Hágase en mí según tu palabra».

El único camino hacia la felicidad consiste en ser hombre, mujer de adviento: uno que escucha más que habla, sobre todo uno que es consciente de que «nada es imposible para Dios». Si Dios nos da poco, significa que hemos esperado poco: y, de hecho, es imposible alimentar a alguien que no tenga hambre.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia y del Magisterio de la Santa Iglesia.Natán

El protagonista de la primera lectura de este cuarto domingo de Adviento es el profeta Natán (en hebreo «Dios ha dado». La forma completa sería «Natanael»), un personaje de la corte de David. Aparece en el capítulo 7 del segundo libro de Samuel: el rey lo llama para expresarle su deseo de erigir un templo al Señor en la capital recién conquistada, Jerusalén, con el fin de tener junto a sí la protección y el aval divino. Lo mismo que los capellanes de la corte, Natán se pone inmediatamente de parte de su soberano. Pero hay un imprevisto: él no deja de ser un profeta y, por lo tanto, en último extremo, depende del Señor, el cual niega su autorización.

En una visión nocturna Dios declara que no quiere para sí una casa material. Será él quien dé una casa viva a David, es decir, una estirpe, en el que el Señor se haya presente con su palabra, su obra y con su Mesías. Queda claro que Dios prefiere el tiempo al espacio, por ser la realidad más «humana», más íntima a nuestra condición de criaturas mortales. En hebreo es posible un juego de significados en torno a la misma palabra, porque bajit, significa «casa, palacio, templo», pero también «estirpe, descendencia», Ya sabemos que será Salomón, el hijo de David, el que después erija el templo en Sión. La verdad es que el primer templo será el de la «carne» de los hombres, es decir, la dinastía davídica (el «linaje», la estirpe de David): con esto tenemos una anticipación del tema cristiano de la Encarnación.

Pero hay otra ocasión en la que Natán se presenta ante el rey, y en este caso debe superar también todas las reticencias y las adulaciones que los poderosos imponen directa o implícitamente a sus súbditos. Hace poco que David se siente fascinado por Betsabé, la mujer de un oficial suyo, a la que ha dejado encinta, y mediante una estratagema, ha hecho eliminar a su marido, Urías. En el silencio cómplice de todos, el único que tiene el valor de levantar la voz contra el rey adúltero y asesino es Natán. Lo hace recurriendo a una parábola por la que, inconscientemente, David se ve comprometido.

En una ciudad un rico propietario de ganados, mediante uso de poder sustrae a un pobre la única oveja tan amada, que podría ofrecer al huésped como alimento. David, yéndose ante un caso real, reacciona con indignación pronunciando una sentencia durísima. En ese momento Natán le grita: « ¡Tú eres ese hombre!». Y le enumera los delitos cometidos, obligando al rey a confesar: “ ¡He pecado contra el Señor!». Y Natán: «El Señor, por su parte, ha perdonado tu pecado. No morirás. Pero como has ofendido Señor con este asunto, morirá el niño que te ha nacido» léase todo el capítulo 12 del segundo libro de Samuel).

Natán aparece en la Biblia por última vez en los umbrales de la muerte de David. Aquí lo vemos personificar el rostro del hombre de corte. Actúa en un segundo plano en un período delicadísimo, el de la sucesión al trono, durante el cual se están enfrentando dos hijos de David, Adonías y Salomón. Natán, sin que se aluda en la Biblia a visiones ni oráculos divinos (por lo cual, se trata de un proyecto político suyo), se las arregla de tal modo que David, ya debilitado, designa como sucesor suyo precisamente a su segundo hijo (que nació después del que había muerto, al que hemos aludido antes), el que tuvo de su amada Betsabé, es decir, Salomón, A propósito de esto léase el capítulo 1 del primer libro de los Reyes, lleno de contratiempos. Esta será la última acción pública de Natán, capellán de corte pero también profeta del Señor.+
 
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