Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

21 de marzo de 2011

Lecturas del día 21-03-2011


Día 21 de Marzo 2011. Lunes de la segunda semana de Cuaresma. 2ª semana del Salterio. (Ciclo A).Tiempo dedicado a la Curesma. SS. Nicolás de Fluepf er,Agustín Zhao Rong pb mr. Santoral Latinoamericano. Santos:Filemón, Nicolás, Clemencia



La Palabra no es una elucubración o una lección. Es un acontecimiento, un parto, una encarnación nueva. Así que la palabra no se dice, sino que se hace; no sólo se proclama, sino que se realiza; no sólo se estudia, sino que se vive. La palabra es un sacramento. 



LITURGIA DE LA PALABRA. 

Dn 9,4b-10: Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos 
Sal 78: Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados. 
Lc 6,36-38: Perdonen, y serán perdonados 

El evangelio de hoy plantea un desafío vital para los seguidores de Jesús. Ya no se trata tan sólo de no hacer el mal; ahora se nos ordena hacer el bien de la misma manera como se quisiera para uno mismo. 

El tiempo de cuaresma que estamos viviendo resulta oportuno para hacer una revisión profunda de dos aspectos de nuestra vida: la forma como nos relacionamos con los demás, y nuestra capacidad de perdón. 

Con respecto a la manera de relacionarnos, el evangelio nos pone por delante el derrotero del amor. No juzgar y no condenar son una clara invitación a comprender, a amar, incluso cuando los demás se equivoquen y el mundo nos juzgue o nos condene. Esta cuaresma es un tiempo propicio para avanzar en nuestra capacidad de amar y comprender: en la familia, en la comunidad cristiana y en la sociedad en general. 

Con respecto al perdón, bien sabemos que no es fácil acercarnos a un hermano para solicitarle que nos perdone, o para ofrecerle nuestro perdón por alguna falta cometida. El mundo de hoy está urgido de perdón y de amor. Ese proceso ha de comenzar en cada persona, en cada familia, en cada pequeña comunidad que puede ir dando pasos hacia la reconciliación. 

Pidámosle a Dios Padre que nos haga capaces de perdonar y comprender a los demás, como esperamos ser comprendidos y perdonados por ellos. 

PRIMERA LECTURA. 
Daniel 9,4b-10 
Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos 

Señor, Dios grande y terrible, que guardas la alianza y eres leal con los que te aman y cumplen tus mandamientos. Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos, los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, padres y terratenientes. 

Tú, Señor, tienes razón, a nosotros nos abruma hoy la vergüenza: a los habitantes de Jerusalén, a judíos e israelitas, cercanos y lejanos, en todos los países por donde los dispersaste por los delitos que cometieron contra ti. Señor, nos abruma la vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres, porque hemos pecado contra ti. Pero, aunque nosotros nos hemos rebelado, el Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona. No obedecimos al Señor, nuestro Dios, siguiendo las normas que nos daba por sus siervos, los profetas. 

Palabra de Dios. 

Salmo responsorial: 78 
R/.Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados. 

No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados. R. 

Socórrenos, Dios, salvador nuestro, por el honor de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados a causa de tu nombre. R. 

Llegue a tu presencia el gemido del cautivo: con tu brazo poderoso, salva a los condenados a muerte. R. 

Mientras, nosotros, pueblo tuyo,ovejas de tu rebaño,te daremos gracias siempre, contaremos tus alabanzas de generación en generación. R. 

SEGUNDA LECTURA. 

SANTO EVANGELIO. 
Lucas 6,36-38 
Perdonad, y seréis perdonados 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros." 

Palabra del Señor.



Comentario de la Primera lectura: Daniel 9,4b-10. Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos
Jesús nos pide que seamos «misericordiosos», como El es «misericordioso» con nosotros.

La plegaria de Daniel se apoya, por entero, sobre esa misericordia de Dios. Esto nos permite no «descorazonarnos» cuando pensamos en nuestros pecados.

-¡Oh! Señor, Dios grande y temible...

Es el primer pensamiento que cruza nuestra mente.

La grandeza, la perfección, la santidad de Dios. "Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo. El cielo y la tierra están llenos de tu gloria".

Ese Dios santo, hermoso y grande... espera de los hombres santidad, belleza, grandeza. Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto.

Me detengo y reflexiono sobre la noción de «perfección»: un objeto perfecto, un trabajo perfecto.

-Nosotros hemos pecado, hemos cometido la iniquidad, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos.

El mal. Lo contrario a la perfección.

Pienso en un objeto frustrado, un trabajo mal hecho, chapucero. Lo contrario de Dios. El egoísmo en lugar del amor. La fealdad en lugar de la belleza.

Pienso en mis pecados habituales y los miro desde ese ángulo. Trato de darme cuenta mejor que son un fallo, un mal. Trato de ver si haciendo yo lo contrario sería un bien, un resultado mejor.

-Nosotros... nosotros... nosotros... no hemos escuchado...

Lo que los profetas dijeron a nuestros reyes, a nuestros jefes, a nuestros padres, a todo el pueblo.

Esa oración penitencial de Daniel es muy justa. No se dirige a Dios desde una perspectiva «individual» solamente -mis pecados-, sino desde una perspectiva "comunitaria" -nuestros pecados-.

Ayúdanos, Señor, a dirigirnos a ti en nombre de todos nuestros hermanos. «Nosotros» hemos pecado... Yo soy solidario de los pecados de los demás.

Cuando, en esta cuaresma pronuncio unas plegarias penitenciales, estoy rogando por el mundo entero. «Ten piedad de nosotros, Padre de todos nosotros, Tu estás viendo nuestra miseria. En este mismo momento, esta oración mía, la estoy haciendo a cuenta de toda la humanidad.

Te ruego, Señor, por todos los pecadores de los cuales formo parte.

-A ti, Señor, la justicia... A nosotros la vergüenza en el rostro...

He ahí donde nos encontramos, por el momento.

EI descubrimiento indispensable de nuestras deficiencias, de nuestros límites, de nuestro poco dominio de nosotros mismos, no es muy hermoso. No hay de qué enorgullecerse. Se siente más bien vergüenza.

Esta es una primera etapa.

-Al Señor Dios nuestro, la piedad y el perdón.

En efecto y felizmente Tú eres mejor que nosotros, Señor.

Te doy gracias por esas palabras: la piedad... el perdón...

Por todas las veces que has perdonado mis debilidades, bendito seas.

Cuando Jesús nos dirá de «ser misericordiosos como Dios es misericordioso», nos invitará a una misericordia infinita -hay que perdonar- setenta y siete veces siete... La grandeza de Dios, su Santidad, su Infinitud, se aplican también a su misericordia.

Su misericordia perfecta, infinita es una de las perfecciones de Dios.

Es famosa entre las famosas la profecía de las «setenta semanas». Ha sido con frecuencia interpretada, pero no siempre con su debida objetividad. No vamos ahora a proceder a una crítica del texto, trataremos sólo de esclarecerlo algún tanto.

El problema que nos plantea el autor es el de siempre: quisiera uno ver de continuo con claridad y que, en todos los momentos del conflicto, Dios acudiera a solucionar los problemas. Pero el proceder de Dios es otro, y a menudo no vemos la historia con la diafanidad que quisiéramos sino pasados unos siglos, desde una perspectiva lejana.

El autor se mantiene aquí en un equilibrio difícil: él no se halla en los tiempos de Daniel, pero al igual que en los textos que hemos venido comentando, juega con la ficción de estar en ellos. Habla de las semanas de Jeremías, refiriéndose a Jr 25,11; pero, como quiera que el consuelo que predica es para sus coetáneos, en seguida se refiere a los sucesos importantes de su tiempo.

Huelga señalar que es inútil recurrir a una equivalencia exacta por lo que toca a las setenta semanas, mayormente cuando el número siete y sus múltiplos tienen siempre en la Biblia un valor simbólico. Por ello es mejor que nos conformemos con una aproximación. A partir del v 24, el texto alude explícitamente a los hechos que ocurrían en Jerusalén en tiempos de Antíoco y de Onías, el sacerdote asesinado por orden del rey. Repite lo que ha dicho más de una vez: la realidad actual no puede perdurar, Dios hará justicia y los fieles triunfarán.

Antíoco desencadenó una persecución tal que el pueblo corría el riesgo de perder la confianza. El autor de Daniel, igual que Abrahán, posee aquella fe intrépida que impele a esperar contra toda esperanza y confía en Dios incluso en los momentos y avatares que parecen ser totalmente adversos.

Todo lo malo pasará; en cambio, la fe de los fieles perdurará para siempre. 

Comentario del Salmo 78. Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados.
Es un salmo de súplica colectiva. El pueblo está congregado para aclamar a Dios a causa de una tragedia nacional. La petición central es: «Derrama tu furor sobre las naciones que no te reconocen, sobre los reinos que no invocan tu nombre» (6). Tiene semejanzas con el salmo 75.

Nuestra propuesta divide este salmo en tres partes: lb-4; 5-7; 8- 13. En la primera (lb-4) el pueblo se dirige a Dios, exponiendo lo que, contra él, han hecho las naciones: han invadido el país, han profanado el templo, han destruido la capital, han echado los cadáveres en pasto a las aves y las fieras, han derramado sangre, sin permitir que fuera cubierta con tierra, como era costumbre en Israel, y han convertido al pueblo en escarnio, diversión y burla de los pueblos vecinos. Se trata de siete acciones de las naciones que destruyen el alma del pueblo de Dios.

En la segunda parte (5-7), además de preguntar —como en el salmo 74—: « ¿Hasta cuándo?» (5), el pueblo suplica, indicándole a Dios lo que ha de hacer a las naciones. Puesto que han derramado sangre y no la han enterrado (3), Dios tiene que derramar su furor contra esos imperios que no lo reconocen como el Dios que hace justicia. Puesto que han devorado a Jacob, que el fuego de los de los de Dios se vuelva contra las naciones y los reinos, devorándolos. Los celos de Dios se comparan con un fuego devorador (5).

En la tercera parte (8-13) continúa la súplica, pero ahora el salmo le indica a Dios lo que tiene que hacer por el pueblo; también expone cómo reaccionará el pueblo ante la acción divina. El pueblo le pide a Dios que no se acuerde de sus culpas, que les socorra, libere y perdone los pecados, de modo que las naciones reconozcan la venganza por la sangre derramada; que el clamor de los cautivos llegue a la presencia divina, que salve a los condenados a muerte y devuelva a los pueblos vecinos, multiplicada por siete, la afrenta hecha a Dios. Son siete peticiones. Finalmente, el pueblo promete dar gracias continuamente, celebrar el nombre del Señor y proclamar su alabanza.

Este salmo es el clamor que surge en el pueblo a raíz de un conflicto internacional; tal vez se trate de los acontecimientos del año 586 a.C., cuando hieren destruidos la ciudad de Jerusalén y el templo. Las siete acciones de las naciones que se mencionan en la primera parte dan una visión general de la situación: pérdida de la tierra, de la capital, del templo como símbolo de la religión y de la unidad nacional, innumerables víctimas y, lo que es peor; el disfrute de los pueblos vecinos (véase el libro de Abdías). En la tradición bíblica, la sangre derramada ha de ser enterrada. De lo contrario, clama, y alguien tiene que responder haciendo justicia (Gén 4,10). De este modo surge la figura del vengador de la sangre, que recibe el nombre de goel o redentor Si no hay nadie que responda, como en el caso de Abel, Dios se ve obligado a intervenir, restableciendo la justicia. Este salmo, por tanto, es el clamor de la voz de la sangre no enterrada, que exige justicia.
Es fruto de un conflicto internacional. El principal enemigo son las «naciones» (1b.6a. l0a), los «reinos» (6h) y los «vecinos» (4.12a) que se aliaron con el poder de imperios extranjeros para devorar a Jacob (7) o no prestaron ayuda a Israel en el momento del conflicto. La situación del pueblo de Dios es dramática, Algunas palabras del salmo describen un panorama desolador: son «siervos», «fieles» a Dios (2b), pero están totalmente «debilitados» ( y oprimidos por los «pecados» (9h), están «cautivos» y son «condenados a muerte».

Hay quienes se asustan ante las peticiones que se hacen en los versículos 6.10.12. Lo que sucede es que, en esta tragedia nacional, el mismo Dios ha sido afrentado, herido (12). Fijémonos en lo que se le dice a Dios: han invadido tu heredad, han profanado tu templo santo, han dado como alimento a las aves y a las fieras los cadáveres de tus siervos Dios ha sido herido mortalmente en la desgracia que se ha abatido sobre Israel. A esto se añaden las burlas de los pueblos vecinos y de las naciones. Si el Señor no interviene, dirán: «Dónde está su Dios?» (10a). El autor del salmo ha encontrado argumentos con los que convencer a Dios para que haga algo, para que escuche y libere a su pueblo, del mismo modo que en tiempos de la esclavitud en Egipto. En aquella ocasión, se produjo una lucha entre los dioses del Faraón y el Dios de los israelitas. Si los dioses del Faraón hubieran vencido, el Dios de los israelitas habría quedado en ridículo y habría sido abandonado como si fuera un ídolo mudo. Su nombre propio —Yavé, «el Señor»—, que significa liberación, ya no tendría ningún valor (9). Si Dios no hiciera nada por su pueblo, todo se vendría abajo: las promesas de la tierra, la alianza, la religión de los israelitas representada por el templo y por la ciudad de Jerusalén.

Este salmo, por tanto, se dirige al Dios aliado fiel, que escucha el clamor de los cautivos, que perdona, tiene compasión, socorre, libera y salva a los condenados a muerte. Y lo hace por que cree y confía en él.

La actividad de Jesús es toda ella una respuesta a este amor. El respondió a las súplicas de este salmo: «Que tu compasión venga enseguida a nosotros, pues estamos totalmente debilitados». Se mostró compasivo hasta el extremo, perdonó los pecados (Mc 2,1-13) y salvó a los condenados a muerte (Jn 8,1-11).

Hay que rezar este salmo en compañía de otros creyentes, pensando en los grandes problemas de nuestra sociedad y nuestro mundo: la pérdida de la tierra o la carencia de los bienes que garantizan la existencia, pérdida de libertad, etc; podemos rezarlo por los cautivos y condenados a muerte; cuando sentimos sobre nosotros el peso de nuestros pecados; cuando nos sentimos debilitados...
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 6,36-38.Perdonen, y serán perdonados
Después de la proclamación de las Bienaventuranzas, casi como su desarrollo concreto, el evangelista Lucas pone en labios de Jesús el mandamiento del amor universal y de la misericordia (cf. 6,27-38). Redacta un pequeño poema didáctico en tres estrofas: enunciado del mandamiento (vv. 27-31); sus motivaciones (vv. 32-35) y su práctica (vv. 36-38). La analogía con el “discurso de la montaña” de Mateo es evidente. Pero se da una peculiaridad en el fragmento de Lucas: habla de la imitación del Padre en términos de misericordia donde Mateo usa la palabra “perfección”. ¿Cómo hay que practicar en concreto esta misericordia? Este es el tema de los versículos que leemos hoy.

Cinco verbos pasivos nos indican que el verdadero protagonista es el Padre: “No seréis juzgados..., no seréis condenados..., seréis perdonados..., se os dará..., os verterán una medida generosa” (vv. 37s). Es un crescendo en bondad, un don en superlativo (perdón): así es la misericordia que usa el Padre con nosotros, y la usará plenamente.

La vida cristiana nos presenta a menudo, por no decir siempre, la dolorosa condición de comprobar nuestras carencias y las trágicas situaciones de muerte y odio que dominan en el mundo. Si nos quedamos sólo en la crónica corremos el riesgo de ahogar la confianza y la esperanza. ¿Qué hacer? Es preciso tener la valentía de mirar con ojos nuevos, purificados por un sincero arrepentimiento y por la oración.

En la oración es donde podremos encontrar a Dios, conocerlo, hablar con Él y, sobre todo, escuchar su voz. Entonces se manifestará a nuestros ojos en su misteriosa y paradójica trascendencia: tan grandioso y, sin embargo tan cercano, benévolo, paciente. Nuestro corazón se abrirá a su propia verdad y a la de los demás: en presencia de Dios todo juicio de condena se transforma en humilde petición de perdón para todos, porque todos somos corresponsables de tanto mal.

En este encuentro continuamente repetido cambia el modo de ver la historia personal y universal: en la oración aprendemos a descubrir las huellas de la presencia de Dios, las semillas de bien, ocultas pero reales, de las que esperamos con fe y paciencia que germinen y florezcan.

Comentario del Santo Evangelio para nuestros Mayores: Lc 6,27-38. Amor a los enemigos y misericordia.

La idea de que hay que amar a los enemigos se encuentra en el corazón mismo del discurso del llano en Lucas (cf. 6,27.32.35.

La introducción al discurso describe y subraya a los apóstoles como oyentes y se dirige directamente a ellos.
La invitación de amar al enemigo se encuentra en los cuatro imperativos. Estos exigen una actitud positiva también hacia los que actúan en forma negativa.

Esto se ilustra con tres ejemplos que, naturalmente, no pueden tomarse al pie de la letra, sino que de ellos hay que captar lo esencial: la generosidad, el perdón, el dar, más que el recibir. En efecto, cuando a Jesús le abofetearon la mejilla en su pasión (Jn 18,22-23), él se defendió. Los dos primeros ejemplos se refieren a situaciones en las que unos seres humanos se encuentran a merced de otros sin protección alguna. Jesús aquí, con un lenguaje hiperbólico, llama a renunciar a la violencia. El tercer ejemplo retorna la problemática del préstamo de dinero, que es una preocupación central de san Lucas. Él dice: “Dales a todos los que te piden, y si alguien te quita algo, no le digas que te lo devuelva”.

La usura y las especulaciones con los préstamos estaban a la orden del día en la Roma del siglo I d.C. Se consideraban un instrumento de explotación y llevaron a muchos ciudadanos al borde de la quiebra, de modo que Augusto tuvo que actuar en contra de ello fijando intereses más bajos. Sin embargo, es sabido que tales disposiciones no tuvieron el éxito deseado, ya que existen documentos de los siglos I y II d.C. que demuestran que la situación no mejoró. El capital dedicado a intereses divide a los hombres: amigos se vuelven enemigos por dinero. Jesús Sira describe este hecho amplia e insistentemente: “Muchos deudores piden un préstamo, pero lo devuelven después de mucho tiempo. No importa que se encuentren en posibilidad de pago; sólo traen la mitad y la presentan como un hallazgo, y si no tienen la posibilidad de pagar, no devuelven nada y adquieren así fácilmente un enemigo. Sólo devuelven maldiciones e insultos; en lugar de pagar con honor, lo hacen con desprecio” (Sir 29,4-6). Parece que san Lucas tiene a la vista toda la brutalidad del sistema de deudores, así como la explotación del hombre que se relaciona con ello. Lucas ataca esta situación y, haciendo alusión a la autoridad de Jesús, pone nuevos parámetros. La generosidad en el dar y prestar es básica en el mundo cristiano.

Desde el Antiguo Testamento se conoce la prohibición de la usura (Ex 22,24; Dt 23,20s; Lv 25,36s), pero se limitaba al hermano de tribu y de confesión. Se encuentra excluido de ella el extranjero (Dt 23,21). Como único argumento está la siguiente replica: “Tu hermano debe poder vivir junto contigo” (Lv 25,36). Pedir intereses se considera, pues, como una falta a la solidaridad. Quien pide intereses es un malhechor (Ez 18,17).

Igualmente, se excluyen de las reglas de empeño los objetos básicos necesarios para vivir. Así, no podía empeñarse el manto (Ex 22,25; Dt 24,13; Jue 4,18), ya que era necesario para cubrirse del frío de la noche y, por tanto, necesario para subsistir.

La “regla de oro” la conocen tanto el judaísmo como la filosofía popular helenística. San Lucas la presenta en su versión positiva (cf. Hch 15,29). El gran maestro judío Hillel, una de las autoridades rabínicas del tiempo anterior a la destrucción del templo en el año 70 d.C., la considera una síntesis de la Torá.

Estos versículos retoman el tema del amor hacia el enemigo y lo colocan en el contexto de la reciprocidad. El actuar de manera ética entre los no cristianos se basa en la reciprocidad. En el discurso del llano este concepto de reciprocidad se amplía, incluyendo a los que no quieren tener responsabilidad moral alguna (vv. 27b-30). Lo que hace Jesús no es prohibir simplemente la usura ni tampoco limitarse a cambiar las cosas en las reglas del empeño; Jesús da un paso más adelante y no se basa en la reciprocidad cuando se trata de préstamos, sino que para él vale más prestarles a aquellos que casi seguro no lo devuelven. Y si alguien no puede devolver el dinero prestado, éste no debe ser cobrado a la fuerza. Y a quien toma el manto se le debe dar también la túnica. En él v. 37 tampoco se trata de la deuda moral, sino de la liberación de la esclavitud de las deudas. ¡Dejen en libertad a los deudores! El premio de quien dé con generosidad se indica con una metáfora: “Se os dará una medida buena... rebosante en el halda de vuestros vestidos...” (v. 38). Los pliegues de la túnica o del manto, doblado hasta la cintura, servían de bolso o de alforja para las provisiones (cf. Rt 3,15).

San Lucas relaciona el amor al enemigo con la problemática de los préstamos de dinero y los asuntos de las reglas sobre el empeño, y de esta manera redefine el concepto de enemigo: un enemigo no es precisamente aquel que trata a otro con violencia, sino que es también (o puede serlo) aquel que exige para sí mismo los mismos derechos y prestigios sociales; de igual manera, es aquel que aparentemente de forma legal explota al prójimo mediante el cobro indebido de intereses y exigiendo sus derechos sobre lo empeñado. De esta manera, el enemigo se define desde la posición social respectiva, siendo esa definición más concreta que nunca.

Como se ve, más que reglas precisas que hay que tomar al pie de la letra, en este pasaje de Lucas se expone el espíritu que debe animar las relaciones humanas cuando éstas entran en crisis por la enemistad. Entonces, la norma es la regla de oro y todo lo que de ella deriva: generosidad, perdón, comprensión, misericordia.
Comentario del Santo Evangelio :Lc 6,36-38, de Joven para Joven. La misericordia divina y humana.
Sed misericordiosos. Es misericordioso aquel que tiene un corazón sensible que siente compasión. El misericordioso trata de ayudar al pobre, de escuchar y consolar al apenado.

Para nosotros, el corazón es el lugar-símbolo de los sentimientos, En el lenguaje bíblico posee un sentido mucho más profundo: en el corazón se concentra toda la vida interior. El corazón elige, decide, pero, sobre todo, en el corazón se conserva el recuerdo de todo lo que hemos vivido, Son recuerdos de acontecimientos, pero especialmente de personas que hemos encontrado, y de las impresiones que nos han producido. En este sentido, es misericordioso el que recuerda en el corazón a las personas de su vida y permanece fiel a ellas.

La memoria es una virtud que se pierde fácilmente en la confusión actual. Encontramos demasiadas personas y las olvidamos; si hoy alguien nos conmueve, mañana ya lo hemos olvidado. ¡Nuestra misericordia se ha hecho superficial, sentimental, sin las raíces de la estabilidad, de la memoria, de la fidelidad!

Como es misericordioso vuestro Padre del cielo. En los salmos pedimos que Dios sea misericordioso con nosotros (Sal 4,2; 6,3) o le damos gracias por su gran misericordia (Sal 107,1).

En estos textos la misericordia tiene dos caras. Dios ve nuestra pobreza y se conmueve. La liberación de los judíos de Egipto se presenta como un acto de la misericordia divina: «He visto la miseria de mi pueblo en Egipto, he oído su grito a causa de sus opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado para liberarlo» (Ex 3,7).

Más tarde los judíos cambian, ya no observan los mandamientos, son infieles. A pesar de esta infidelidad e inconstancia, Dios permanece siempre de su parte, pero de otro modo. Es misericordioso, permanece fiel a las promesas hechas a Abrahán.

El hombre de todos los tiempos está atormentado por la inseguridad y siempre está en busca de una tabla de salvación: el dinero, los amigos, el poder. Pero cualquier defensa en la tierra es débil; los mismos paganos decían que la seguridad sólo se halla en los dioses, Pero los dioses ponen condiciones y son benévolos sólo con quien observa sus mandamientos. También el Dios bíblico exige obediencia, pero en cada circunstancia y cada infidelidad nuestra, se muestra ante todo Padre y permanece fiel incluso para los que pecan.

Dios Padre perdona y es misericordioso. Con la misma medida con la que medís, también vosotros seréis medidos
El hombre ha sido creado a imagen semejanza de Dios (Gn 1, 26-27). Por tanto, esta semejanza debería verse de algún modo. ¿Cuándo se reconoce a Dios en el hombre?

Se reconoce en las obras de misericordia, responde san Gregorio de Nisa. Como la recompensa en el cielo es proporcional a la semejanza con Dios, cada uno será evaluado según la medida cori la que medía al prójimo.

Un predicador recurre a una fábula para poner un ejemplo. Había una vez una princesa devota que invitó a cenar a todos los pobres que vivían bajo la muralla del castillo. Pero qué estupor sintieron cuando les fue servido en el plato una corteza de pan, una monedita y una hogaza. ¿Qué era aquello? Eran las pequeñas cosas que ellos mismos, el día antes, habían donado a un mendigo que había llegado a la aldea. El mendigo no era otro que la princesa disfrazada, que ahora devolvía a cada uno en el plato lo que le había sido dado.

Es sólo un relato, pero se puede referir muy bien a la vida eterna. En el fondo, define la actitud de Dios hacia nosotros y también la nuestra hacia Él.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 6, 36-38, para nuestros Mayores. Perdonen, y serán perdonados
Ser bueno "sin medida", como Dios.

-Sed misericordiosos...

Es una palabra intraducible que hoy corre el riesgo de ser mal comprendida. Que cada uno según su modo de ser se ejercite en encontrarle sinónimos.

--Compartid las penas de los demás... --Sed indulgentes... --Dejaos conmover... --Excusad... --Participad en las tribulaciones de vuestros hermanos... --Olvidad las injurias.. . --Sed sensibles... --No guardéis rencor... --Tened buen corazón...

-Así como también vuestro Padre es misericordioso.

La moral cristiana, a menudo tan próxima a una simple moral humana, se caracteriza por el hecho de que es, habitualmente, una imitación de Dios.

San Juan dirá "Dios es amor", Lucas dice: "Dios es misericordia." Jesús ha insistido a menudo sobre este punto. El mismo era una perfecta "imagen de Dios", que modelaba su comportamiento según el del Padre.

En mi oración, evoco las escenas en las que Jesús ha mostrado especialmente su misericordia...

¿Y yo? A menudo, por desgracia, no me asemejo ni al Padre, ni a Jesús. Desfiguro la imagen de Dios en mí. Doy una mala idea de ti, Señor, cada vez que falto al amor. Cada una de mis palabras duras, de mis acritudes, de mis malas intenciones... cada una de mis indiferencias a las preocupaciones de mis hermanos... ¡es lo contrario de Dios! Perdón, oh Padre, por deformar, a veces, el espejo que yo debería ser de ti.

Y me dejo captar por este pensamiento: Tú esperas, Señor, que yo me parezca a ti, que sea el representante de tu amor cerca de mis hermanos. Ser el corazón de Dios, ser la mano de Dios... ser "como si" estuviese Dios presente cerca de un tal... o un cual... Cada una de mis tareas humanas de hoy tiene un valor infinito, un peso de eternidad: es Dios mismo el que actúa en y por mí, en mis afectos.

¡Sed como Dios!

-No juzguéis, y no seréis juzgados... No condenéis, y no seréis condenados... Perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará...

Hay que dejarse interpelar e interrogar por estas frases.

Hay que escucharlas de la boca misma de Jesús, como si hubiéramos estado presentes en su auditorio cuando él las pronunciaba. ¿A propósito de qué detalles concretos de mi vida, de qué personas... Jesús me repite esto, a mí:

No juzgues a un tal... un cual... No condenes a un tal... una cual...

Perdona... a. Da... a.

Y todo ello no es propio en primer lugar de la "Moral": es hacer como Dios.

Jesús nos dice que Dios es así.

-Una buena medida, llena, apretada, colmada.

Jesús abre su sabiduría para hacer entender a sus discípulos los requisitos centrales del proyecto del Reino. Les explica que todos los pecados de la humanidad tienen el mismo origen: en la codicia, en la que se manifiesta el egoísmo. Este es el principal obstáculo para la conversión que debe buscar todo buen cristiano. Debido a esto, todo ser humano que quiera ser acogido por el Padre, debe trabajar por llegar a tener su misma compasión y misericordia para con los otros. Esta misericordia y compasión no sólo debe ser externa. Es indispensable que toque y permee la mente en el momento de hacer cualquier juicio sobre los demás.

La gente del tiempo de Jesús, a pesar de tener una institución tradicionalmente reconocida como el Templo, nunca escuchó de parte de sus sacerdotes palabras que buscaran una sociedad alternativa, estructuralmente diferente a la heredada. Había quedado muy distante la experiencia del éxodo y de la liberación de Egipto. De ahí su extrañeza al oír cómo Jesús ofrecía, con palabras humanas corrientes, un concepto del querer de Dios muy diferente al de la oficialidad. Frente a sus planteamientos había sólo dos alternativas: aceptarlos como voluntad del Padre, o rechazarlos y condenar a Jesús. La manera como la comunidad debía entender el mensaje de Jesús era desde la preocupación que él mostraba por la situación que vivía el empobrecido. A éste sólo se le podía redimir si en las personas nacía la compasión por el más necesitado. Compasión es compartir el sufrimiento de los otros y así experimentar qué es lo que ellos realmente necesitan para que su calidad de vida mejore. Queda, pues, como conclusión que al comprometernos todos a ser compasivos con los demás, vamos a lograr universalizar valores que ayudarán al mundo a ser cada vez más humano. Por algo Jesús nos recuerda que con la medida con que midamos a los demás, con esa misma se nos medirá a nosotros.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 6, 36-38, de Joven para Joven. Perdonen, y serán perdonados
Sabemos que Lucas y Mateo comparten textos en común que no han recibido de Marcos; esa fuente común es conocida como “Q” (del alemán: Quelle = fuente). El Evangelio de hoy nos presenta una serie de textos que podemos fácilmente atribuir a Q y encontramos en Mt en el “Sermón de la Montaña”. El orden es semejante y algunas intenciones también.

En realidad la unidad es mucho más extensa (20-49 o 27-38 o 12-49 según diferentes autores) y la liturgia ha seleccionado sólo una parte:

v.36 es la conclusión de lo que viene diciendo hasta aquí y la preparación a lo que viene (un texto bisagra), y vv.37-38 algunas conclusiones de esto en la vida.

Veamos estas dos partes detalladamente:

“Sean misericordiosos”: el término oiktirmôn es exclusivo de este párrafo en los evangelios (sólo se repite en Sgo 5,11). Como se ha visto, Mateo prefiere “sean perfectos” haciendo referencia a la “justicia mayor” que la de los escribas y fariseos. Lo interesante es que el esquema de la frase es semejante al texto de Lev 19,2: “sean santos como Yavé es santo”, pero aquí modificado. En el AT se afirma con frecuencia que Dios es “misericordioso” (señalamos solamente los textos de la Biblia griega de LXX que utiliza oiktimôn: 2 Sam 24,14; 1 Cr 21,13; Sal 24,6; 39,12; 50,3; 68,17; 76,10; 78,8; 102,4; 118,77.156; 144,8.9; Is 63,15; Dan 9,18; Os 2,21; Zac 1,16; Sir 5,6; Bar 2,27; es interesante que el griego de Zac 12,10, allí donde el texto hebreo dice “espíritu de gracia y oración” prefiere “de gracia y misericordia”). Por lo tanto, vemos que el texto no contradice en nada la tradición bíblica. Frecuentemente oiktimôn traduce el hebreo raham que es ternura (preferentemente materna, de su seno), o también hnn que es gracia, piedad, aunque ambas palabras hebreas también se traducen con frecuencia por éleeô. En síntesis, de Dios también se predica su ternura y misericordia, no solamente su santidad. Sin embargo, en tiempos de Jesús, la santidad tenía una lectura muy negativa: puesto que el santo es el separado (Dios se separó para sí un pueblo, dentro de ese pueblo se separó una tribu, dentro de la tribu un clan y dentro del clan una persona), la fe se va viviendo como un sistema de exclusiones donde cuanto más “separado” se es, más cercano a Dios se está; de este modo, son cada vez más los grupos que van siendo excluidos de la cercanía de Dios: los paganos, los impuros (por ejemplo, los leprosos), las mujeres, los niños, la “gente de la tierra”. Es conocida la tradicional acción de gracias rabínica: “te doy gracias, Señor, por haberme hecho judío y no pagano, libre y no esclavo, varón y no mujer” (que no pretendía tanto manifestar la exclusión de los otros sectores sino manifestar que estando con los beneficiados se podía estar más cerca de Dios). El sistema de “santidad” termina siendo un sistema de exclusiones; al poner el acento en la ternura, la misericordia, en cambio, se pone el acento en las inclusiones. El término éleeô/os lo encontramos más frecuentemente en Lucas: de entrada se afirma que la misericordia de Dios alcanza a todos los que le temen (1,50), porque “Dios se acordó de la misericordia” (1,54). Recordando su alianza “hizo misericordia” (1,72) manifestando “entrañas de misericordia” (1,78), Lázaro le pide a Abraham misericordia por su sed (16,24) y los leprosos le piden a Jesús que tenga misericordia de su exclusión (17,13), cosa que también pide el ciego (18,38.39); esto debe ser imitado reconociendo como prójimo a todo caído y sufriente (10,37). También es cercano a este término lo “entrañable” (splagjnízomai; recordar 1,78; además 7,13; 10,33; 15,20). La misericordia es lo que mueve a Dios a actuar en la historia, y lo que mueve a Jesús hacia el que sufre, y es también lo que debe mover a sus seguidores. Es muy probable que Jesús haya cuestionado todo el sistema de exclusiones judías como lo demuestra su constante cercanía a los excluídos del régimen de la pureza, y seguramente en otra característica de Dios, la misericordia, ha encontrado un rostro divino más coherente con su abbá. Podemos afirmar, entonces, que la misericordia aparece como un predicado nuevo de Dios con el que Jesús enfrenta al judaísmo de su tiempo. No es cosa de imitar a Dios alejándonos de los demás, sino aproximándonos a ellos.

A continuación siguen dos ejemplos, dos negativos y dos positivos donde se muestra cómo Dios mira nuestras actitudes. A nuestras acciones -positivas o negativas- le siguen sendas acciones divinas expresadas en voz pasiva (“serán juzgados”, “serán absueltos”, que suponen a Dios como sujeto). La idea de “juzgar” supone especialmente “condenar”, guíarse sin misericordia con respecto a los demás. Absolver es liberar, dejar ir, o incluso perdonar. Dios parece guíarse con un criterio “mercantil” con quien no tiene misericordia con su hermano: usará el mismo criterio. En cambio su generosidad será desbordante con quien se guíe con criterios de misericordia (ver también 8,18; 19,25-26). Y esto incluye nuestra actitud con respecto a los bienes terrenos, como queda claro en el cuarto de los ejemplos, el de dar y la medida. La disponibilidad a la misericordia, al perdón, a la generosidad (¿limosna?) deben marcar la vida cotidiana del seguidor de Jesús.

El amor no es un producto más de mercancía, de compra-venta, sujeto a la oferta y la demanda, no es "doy para que me des". Al menos el amor que quiere ser como el de Dios, a quien estamos llamados a imitar. El amor es generoso, es entrega de sí, es vida y produce vida; el amor no se tiene en cuenta a sí mismo sino al ser amado (aún a costa de sí mismo; aún hasta dar la vida). El amor no es algo palpable y científicamente analizable; tampoco es algo que se puede reducir a un "sentimiento" que hoy está y mañana puede desaparecer... El amor es siembra de vida, entrega de comunión, es imitación del mismísimo Dios. Las actitudes del amor son: misericordia, perdón, generosidad, no condenar... son actitudes como las que tiene el mismo Dios y deben tener sus hijos.

Dios derrama su amor sin esperar nada a cambio, eso es la misericordia, eso es la fidelidad de Dios a su mismo ser y su compromiso con los amados; a eso nos llama: a dar sin esperar respuesta, e incluso dispuestos a recibir a cambio desprecio, incomprensión y violencia.

¿No es ingenuo esto? ¿Cómo puede vivirse esto en nuestro mundo? En este tiempo del "hombre lobo del hombre", todo esto que Jesús plantea, ¿no es una suerte de suicidio? Lo parece. Y sin embargo lo dice. Jesús nos invita a una vida semejante a la de él, nos invita a una entrega de amor, a saber que el hombre ¡puede ser “hermano del hombre”! ¡Qué diferente sería nuestro mundo, nuestro país y nuestros barrios o pueblos si hubiera muchos sinceramente dispuestos a amar como Jesús, a dar y darse generosamente y sin medida! ¡Cuánto fruto estaría germinando!
Elevación Espiritual para este día.

A medida que se va comprendiendo la inmensidad de la bondad divina, tanto más vamos adquiriendo conocimiento de nosotros mismos. Comienzan a abrirse las fuentes de la gracia y a abrirse las flores magníficas de las virtudes. La primera, la mayor, es el amor de Dios y del prójimo. ¿Cómo puede encenderse ese amor sino en la llama de la humildad? Porque sólo el alma que ve su propia nada se enciende de amor total y se transforma en Dios. Y transformada en Dios por amor, ¿cómo podría dejar de amar a toda criatura por igual? La transformación de amor hace amar a toda criatura con el amor con que Dios creador ama a todo lo por él creado. Y es que hace ver en toda criatura la medida desmesurada del amor de Dios.

Transformarse en Dios quiere decir amar lo que Dios ama. Quiere decir alegrarse y gozarse de los bienes del prójimo. Quiere decir sufrir y contristarse por sus males. Y como el alma abierta a estos sentimientos está abierta al bien y sólo al bien, no se enorgullece al ver las culpas de los hombres, ni juzga, ni desprecia. Estos sentimientos le impiden el orgullo que nos lleva a juzgar. Y le lleva a ver no sólo los males morales de su prójimo sufriéndolos y haciéndolos suyos, sino también los males corporales que afligen a la humanidad, y por el amor que la transforma totalmente, los reputa como males propios.
Reflexión Espiritual para este día.
Cuando gustamos desde dentro la misericordia de Dios, cuando experimentamos interiormente la suavidad del amor de Dios, algo pasa dentro de nosotros. Se disuelven hasta las peñas. Nos convertimos en criaturas que penetran de tal modo los misterios del Señor y de una comunión fraterna tal que se puede comprobar cuan verdadera es la bienaventuranza del Señor, que nos dice: “Dichosos los misericordiosos”. Cuando la misericordia es solamente fruto del cansancio, no digo que no tenga valor, pero manifiesta que todavía no me identifico con la misericordia que practico. Se reduce a un instrumento operativo, a un método de comportamiento. Pero cuando la misericordia recobra esa dimensión con la que me identifico, entonces soy dichoso. Entonces vivo el gozo de practicar la misericordia.

Y ésta es la razón por la que Dios es dichoso en su misericordia: no cansa ser misericordioso, depende de la perfección de su amor, de la plenitud de su amor. Estoy llamado a configurarme con mi Señor de tal modo que mi vida sea un testimonio de la misericordia divina en la vida de los hermanos. Quizás hemos encontrado en nuestra vida personas que son de verdad signo de la misericordia de Dios. Hay personas que defienden siempre a todos, a todos juzgan buenos. He conocido varias en mi vida, y las recuerdo con gran gozo. Por ejemplo, un hermano. Aunque le pincharas para hacerle decir algo carente de misericordia, perdías el tiempo. Cuando una persona se identifica con la misericordia del Señor, todo es posible, y se es capaz de verdadera comunión con los otros. A primera vista parece que tiene que ser uno al que todo le resbala: no acusa a nadie, ni agravia a nadie, se deja coger todas las cosas por cualquiera. Pero los demás no puede negarle nada. Tiene tal fascinación, que uno se convierte en una presencia incisiva en su vida. La serenidad interior de estas criaturas es admirable. Y la confianza en la bondad del Señor es absoluta en su vida espiritual.

También nosotros estamos llamados a identificamos con el misterio de la misericordia del Señor, a vivirla con total serenidad, a ser en el mundo su continuación y sacramento.
Los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia. Modelo de oración.
Empezamos la segunda semana de la Cuaresma con una oración penitencial muy hermosa, puesta en labios de Daniel. Él reconoce la culpa del pueblo elegido, tanto del Sur (Judá) como del Norte (Israel), tanto del pueblo como de sus dirigentes. No han hecho ningún caso de los profetas que Dios les envía: «hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos sido malos, nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas, hemos pecado contra ti».

Mientras que por parte de Dios todo ha sido fidelidad. Daniel hace una emocionada confesión de la bondad de Dios: «Dios grande, que guardas la alianza y el amor a los que te aman... Al Señor Dios nuestro la piedad y el perdón».

Si la dirección de la primera lectura era en relación con Dios -reconocernos pecadores y pedirle perdón a él- el pasaje del evangelio nos hace sacar las consecuencias (cosa más incómoda): Jesús nos invita a saber perdonar nosotros a los demás.

El programa es concreto y progresivo: «sed compasivos... no juzguéis... no condenéis... perdonad... dad». El modelo sigue siendo, como ayer, el mismo Dios: «sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Esta actitud de perdón la pone Jesús como condición para que también a nosotros nos perdonen y nos den: «la medida que uséis, la usarán con vosotros». Es lo que nos enseñó a pedir en el Padrenuestro: «perdónanos... como nosotros perdonamos».

Nos va bien reconocer que somos pecadores, haciendo nuestra la oración de Daniel. Personalmente y como comunidad.

Reconocer nuestra debilidad es el mejor punto de partida para la conversión pascual, para nuestra vuelta a los caminos de Dios. El que se cree santo, no se convierte. El que se tiene por rico, no pide. El que lo sabe todo, no pregunta. ¿Nos reconocemos pecadores? ¿somos capaces de pedir perdón desde lo profundo de nuestro ser? ¿preparamos ya con sinceridad nuestra confesión pascual?

Cada uno sabrá cuál es su situación de pecado, cuáles sus fallos desde la Pascua del año pasado. Ahí es donde la palabra nos quiere enfrentar con nuestra propia historia y nos invita a volvernos a Dios. A mejorar en algo concreto nuestra vida en esta Cuaresma. Aunque sea un detalle pequeño, pero que se note. Seguros de que Dios, misericordioso, nos acogerá como un padre.

Hagamos nuestra la súplica del salmo: «Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados... Iíbranos y perdona nuestros pecados».

Pero también debemos aceptar el otro paso, el que nos propone Jesús: ser compasivos y perdonar a los demás como Dios es compasivo y nos perdona a nosotros. Ya el sábado pasado se nos proponía «ser perfectos como el Padre celestial es perfecto», porque ama y perdona a todos. Hoy se nos repite la consigna.

¿De veras tenemos un corazón compasivo? ¡Cuántas ocasiones tenemos, al cabo del día, para mostrarnos tolerantes, para saber olvidar, para no juzgar ni condenar, para no guardar rencor; para ser generosos, como Dios lo ha sido con nosotros! Esto es más difícil que hacer un poco de ayuno o abstinencia.

Ahí tenemos un buen examen de conciencia para ponernos en línea con los caminos de Dios y con el estilo de Jesús. Es un examen que duele. Tendríamos que salir de esta Cuaresma con mejor corazón, con mayor capacidad de perdón y tolerancia.

Antes de ir a comulgar con Cristo, cada día decimos el Padrenuestro. Hoy será bueno que digamos de verdad lo de «perdónanos como nosotros perdonamos». Pero con todas las consecuencias: porque a veces somos duros de corazón y despiadados en nuestros juicios y en nuestras palabras con el prójimo, y luego muy humildes en nuestra súplica a Dios.
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