Meditación: Marcos 8,14-21
Jesús había multiplicado los panes y los peces; caminado sobre el agua y sanado al enfermo en Genesaret, a la hija de la mujer sirofenicia y a un sordo; sin embargo, pese a todas estas maravillas y prodigios del poder de Dios, los discípulos no lograban entender lo que sucedía, al igual que los fariseos que exigían más señales.
Jesús, profundamente contrariado por semejante incredulidad, se fue con sus discípulos al otro lado del lago. Por el camino, les advirtió que no fueran como los fariseos, que exigían nuevos milagros, aunque tenían a la vista las pruebas que Dios les daba, y les dijo que se cuidaran de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes” (Marcos 8,15). La palabra levadura simbolizaba una influencia interna muy dañina, capaz de propagarse por el alma de la persona, como una infección física, y destruir el cuerpo entero. Jesús advertía a sus discípulos que no dejaran que el hecho de no entender les endureciera el corazón y los llenara de incredulidad, como había sucedido con algunos de los jefes religiosos.
Jesús les hacía muchas preguntas a los discípulos (Marcos 8,17-21), porque habían presenciado su poder milagroso, pero no lograban comprender quién era Jesús ni lo que estaba haciendo. Por eso les dijo: ¿Tienen ojos y no ven, y oídos y no oyen? ¿No se acuerdan? Cuando repartí los cinco panes entre cinco mil hombres, ¿cuántas canastas llenas de pedazos recogieron?” (Marcos 8,18-19). Con estas palabras repetía lo dicho por el profeta (Isaías 6,9-10) enviado por Dios para llevar un mensaje de arrepentimiento a Israel.
Esta conversación de Jesús con sus discípulos nos lleva a pensar cómo entendemos nosotros la obra de Dios en nuestra vida y en el mundo, porque muchas veces actuamos como los fariseos y los discípulos, sin reconocer que Dios está presente entre nosotros y que Él es la plenitud de la vida. A veces, por no comprender bien estas verdades actuamos con incredulidad. Pidámosle al Espíritu Santo que nos haga experimentar en forma práctica y personal la vida que Cristo nos ofrece.
“Amado, Espíritu Santo, concédenos el don del entendimiento, te rogamos, y danos ojos para ver, oídos para escuchar y un cora-zón dócil para creer. Ilumina nuestra mente para pensar como Tú piensas y razonar como Tú razonas y ayúdanos a no endurecer el corazón ni caer en la incredulidad.”
Génesis 6,5-8; 7,1-5.10;
Salmo 29,1-4.9-10
Tomado de: la_Palabra.com
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