Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

15 de febrero de 2011

Lecturas del día 15-02-2011

Día 15 de Febrero 2011. Martes de la VI semana del Tiempo ordinario. (Ciclo A) 2ª Semana del Salterio. Feria. Mes dedicado a la Santísima Trinidad. SS. Claudio de Colombiére pb, Onésimo (Nuevo Testamento), Faustino y Jovita mrs, Georgia vg, Sigfrido ob. Santoral Latinoamericano. Santos: Claudio, Fausto, Jovita.

La Palabra no es una elucubración o una lección. Es un acontecimiento, un parto, una encarnación nueva. Así que la palabra no se dice, sino que se hace; no sólo se proclama, sino que se realiza; no sólo se estudia, sino que se vive. La palabra es un sacramento.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Gn 6,5-8; 7,1-5.10: Borraré de la superficie de la tierra al hombre que he creado
Sal 28: El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Mc 8,14-21: Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.
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En las comunidades cristianas no deberían ocupar los primeros puestos la Excelencia o las Eminencias mundanas. Allí el orden social se invierte de forma desconcertante. Una iglesia a imagen y semejanza del protocolo mundano es una caricatura del verdadero proyecto de Jesucristo.
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Marcos presenta a Jesús en la barca con sus discípulos, quienes no acaban de entender los milagros realizados. “No tenían más que un pan con ellos en la barca”. Esta frase no es primitiva, puesto que no la conoce Mt.16, 5, y porque está en contradicción con el v.16, en el que Marcos mismo dice claramente que los apóstoles no tenían pan alguno. Pero cabe pensar que, anticipándose ya a la interpretación de Jn 6,26-27, Marcos piensa, en el v.14b, en el pan simbólico, que es el mismo Jesús. Los discípulos temían quedarse sin provisiones, y se olvidan de que tienen consigo el pan por excelencia. Así se comprende la discusión que sigue, en la que Jesús trata de hacerles comprender quién es él. Los discípulos deben estar atentos a no dejarse contagiar por aquella levadura de la incomprensión e incredulidad que los rodea. Su elección como depositarios del misterio del reino de Dios no les hace invulnerables a la ceguera de su entorno. Jesús advierte a los suyos del peligro que corren, intentando llevarlos a la reflexión mediante sucesivas reprensiones. Tienen que abrir su corazón y reconocer con los ojos de la fe la verdadera identidad de quien, en la multiplicación de los panes, se les ha revelado como el pastor mesiánico y el portador de la salvación definitiva.

PRIMERA LECTURA.
Génesis 6,5-8;7,1-5.10.
Borraré de la superficie de la tierra al hombre que he creado.
Al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra, y que todo su modo de pensar era siempre perverso, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le pesó de corazón. Y dijo: "Borraré de la superficie de la tierra al hombre que he creado; al hombre con los cuadrúpedos, reptiles y aves, pues me pesa de haberlos hecho."

Pero Noé alcanzó el favor del Señor. El Señor dijo a Noé: "Entra en el arca con toda tu familia, pues tú eres el único justo que he encontrado en tu generación. De cada animal puro toma siete parejas, macho y hembra; de los no puros, una pareja, macho y hembra; y lo mismo de los pájaros, siete parejas, macho y hembra, para que conserven la especie en la tierra. Dentro de siete días haré llover sobre la tierra cuarenta días con sus noches, y borraré de la superficie de la tierra a todos los vivientes que he creado." Noé hizo todo lo que le mandó el Señor. Pasados siete días vino el diluvio a la tierra.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 28
R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado. R.

La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales.  La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica. R.

El Dios de la gloria ha tronado. En su templo un grito unánime: "¡Gloria!" El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno. R.

SANTO EVANGELIO.
Marcos 8,14-21.
Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.
En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les recomendó: "Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes." Ellos comentaban: "Lo dice porque no tenemos pan." Dándose cuenta, les dijo Jesús: "¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?" Ellos contestaron: "Doce." "¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?" Le respondieron: "Siete." Él les dijo: "¿Y no acabáis de entender?"


Palabra del Señor.


Comentario de la Primera Lectura: Génesis 6,5-8; 7,1-5.10. “Borraré de la superficie al ser humano” 

El escritor bíblico se preocupa de dibujar con trazos claros y decididos la situación de la humanidad: "al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra, y que todo su modo de pensar era siempre perverso, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le pesó de corazón". "Todo en la tierra era corrupción". "Toda carne había corrompido su camino sobre la tierra".

Son palabras de este cap. 6 del Génesis.

El oscuro río del pecado se iba haciendo cada vez más ancho y funesto; el no con que los hombres se enfrentaban a Dios era cada vez más profundo e insistente. Este cáncer del pecado que primeramente se había manifestado sólo en la persona de Caín, devoraba ya a toda la humanidad.

La figura de Dios: el escritor sagrado presenta una figura de Dios ingenua y genial el mismo tiempo, con la misma sencillez con que en el relato de la creación y del paraíso habla de las palabras, de las acciones y de los paseos de Dios a la brisa de la tarde, ahora escribe "al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra, y que todo su modo de pensar era siempre perverso, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le pesó de corazón".

Nos encontramos ante una humanización de Dios atrevida, incluso arriesgada e inaudita desde el punto de vista teológico. Parece que Dios no es el que lo sabe todo -el omnisciente- y que se ha visto sorprendido por el modo de obrar de los hombres, hasta el punto de sentir pesar y decidir la destrucción de la humanidad. La desilusión y el desaliento -sentimientos tan humanos- son proyectados sobre Dios, sin que por esto su figura aparezca disminuida a los ojos del justo del A.T. El escritor sagrado estaba tan convencido de la eternidad de Dios, de la espiritualidad de Dios y de la grandeza de Dios, que podía permitirse el lujo de humanizarlo hasta ese punto.

El hombre bíblico conoce la insuficiencia de sus propias afirmaciones respecto de Dios y como se encuentra en una relación dinámica y existencial con ese "tú" divino, puede hablar de un Dios que parece puramente humano. Lo que pretende decir es fruto de su piedad, aun cuando la forma de expresarlo sea insuficiente e incluso arriesgada desde el punto de vista teológico. En el fondo, este pesar de Dios, este arrepentimiento de Dios quieren dar a entender su gran interés por los hombres. "Y dijo Dios: Borraré de la superficie de la tierra al hombre que he creado; al hombre con los cuadrúpedos, reptiles y aves, pues me pesa de haberlos hecho".

Cuando por la noche alguien deja sin apagar la estufa de gas y al día siguiente aparece toda la familia asfixiada en la cama, se dice: la suerte, el destino, el hado fatal. Cuando un empleado arroja una colilla encendida y como consecuencia de ello se incendia un almacén y mueren muchas personas, decimos la suerte, el destino; cuando las aguas desbordadas inundan una población y mueren centenares de personas decimos lo mismo. Los escritores bíblicos -hombres creyentes- nunca hablan así. Ellos no conocen la suerte ni el destino ni el hado fatal. Saben tan sólo de la providencia y gobierno de Dios, que abarca y guía a la humanidad y a cada hombre. La Biblia sabe tan sólo de la camaradería apasionada del Dios vivo que habla al hombre y exige su respuesta; que vive y sufre con él, que prevé y advierte, que juzga, condena y castiga, que salva, transforma y renueva.

El diluvio es un acto de castigo de Dios que acaba con el género humano y con toda criatura que existe para el hombre y por razón del hombre.

Alguno, apoyándose exclusivamente en su razón humana, puede decir: ¿Qué clase de Dios es éste, cuya cólera destruye de tal manera, que aniquila todo cuanto existe, aunque fue él quien anteriormente lo creó de la nada, y ahora dice: "Me arrepiento de haber hecho todo esto"? Apoyándonos también en nuestra razón humana podemos invertir la lógica de este planteamiento si recordamos que el Dios de la revelación tiene una alta opinión del hombre -"lo has puesto un poco por debajo de los ángeles"- que reconoce al hombre un compañerismo y el diálogo personal; que lo ha elevado a imagen y semejanza suya, y podemos preguntarnos, ¿como puede permitir Dios que su compañero amontone culpa sobre culpa, pecado sobre pecado, crimen sobre crimen, sin decir: ya está bien, voy a acabar de una vez; fuera esta compañía?

Todo esto encierra un profundo misterio que no podemos discutir. No conocemos la santidad y la grandeza de Dios y por tanto, no podemos ni siquiera barruntar la malicia del pecado. Pero cuando hablamos de esto siempre pasamos por alto la incomprensible paciencia de Dios, su paciente espera, su inconcebible silencio. ¡Que los hombres le nieguen! ¡Que le desprecien a él y a su voluntad de una manera tan evidente! ¡Que se burlen de él de una manera tan grosera! ¡Que maltratan a sus criaturas y corrompan su mundo! ¡Y que lo corrompan sobre toda medida imaginable! ¿Cómo puede agradar todo esto a Dios?

-Considerado teológicamente la vulgaridad de una sola película blasfema es suficiente para destruir nuestro mundo.

-La osadía de unos cuantos pistoleros dispuestos a matar a su rehén si no se les entrega una cantidad de dinero es suficiente para destruir toda la vida del planeta.

-La desfachatez de unas mujeres que se atribuyen el derecho a destruir la vida de los seres que ellas deben de traer al mundo, es suficiente para desencadenar una catástrofe que termina con la vida de todos.

-Si se considera con los ojos de la fe, el castigo del diluvio no es incomprensible. Lo incomprensible es que sigamos viviendo.

Cuando S. Ignacio de Loyola hace contemplar al ejercitante el misterio del pecado y su malicia: la vileza del ofensor, la grandeza del ofendido, visto en su propio corazón y en su mundo, u se deje llevar de "exclamación admirativa con crecido afecto, discurriendo por todas las criaturas cómo me han dejado en vida y conservado en ella..", le hace pedir a Dios "crecido e intenso dolor y lágrimas por los pecados".

Por los nuestros y los de nuestro mundo.

-El Señor vio que la maldad del hombre cundía en la tierra y que su corazón ideaba sólo malos pensamientos de continuo.

Al Señor le pesó de haber hecho al hombre en la tierra y se dolió en su corazón. Cuando el hombre daña a los demás o a sí mismo, ¡daña también a Dios! ¿Cuándo dejaremos de tener de Dios la idea de un ser petrificado e insensible? Ciertamente es preciso emplear aquí un lenguaje antropomórfico; pero ese modo de hablar que presta a Dios unas reacciones humanas, no deja de tener una profunda significación. Toda la revelación nos presenta a un Dios sensible a los sufrimientos humanos. El mal no le deja indiferente. Existe una incompatibilidad absoluta entre Dios y la maldad, entre Dios y la injusticia, entre Dios y la opresión, etc...

Toda la moral auténtica se basa en esta convicción que los comportamientos del hombre no son indiferentes, sino que van hasta comprometer a Dios: Dios quiere el bien y la felicidad... Dios va contra el mal y la desgracia... Al enviar a su Hijo para la salvación del mundo, Dios es fiel a sí mismo. Nos es un bien contemplar a «Dios dolido» por el mal que los hombres continúan haciendo hoy ¡como en tiempo del diluvio! Esto puede comprometernos a fondo a combatir con El enérgicamente.

-Pero Noé halló gracia a los ojos de Dios: «Tú eres el único justo que he visto en esta generación.»

Jesús, el único verdadero justo, será también quien salvará la raza humana de la perdición total.

Importancia de nuestras solidaridades interiores: todo hombre que "se" eleva, "eleva el mundo". Todo verdadero acto de justicia, de santidad, de amor, contribuye a la salvación de la humanidad.

-Entra en el arca, tú y tu familia, con siete animales de cada especie.

En todos esos detalles es patente la inverosimilitud de este relato, si se persiste en querer tomarlo en sentido literal.

Sin embargo, su significación simbólica es, en cambio, profundamente verdadera: el hombre es quien salva la naturaleza o la pierde. El único verdadero mal es el mal culpable: el que el hombre hace.

De otra parte, esta «arca de salvación», este barco de salvamento, lleno de seres vivos tan dispares, es una imagen de la Iglesia. Porque finalmente, Dios no quiere destruir, sino salvar. El mal no tendrá la última palabra, sigue repitiéndonos la Biblia. Jesús, «Dios salva», se vislumbra en el horizonte del diluvio universal, como salvador universal.

-Dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches y exterminaré de sobre la haz del suelo todos los seres que hiciere.

Simbolismo del agua que destruye. El gran naufragio. El Mar Rojo que engulle a los opresores, cuando salen de Egipto los israelitas. El bautismo que «engulle» nuestros pecados con la muerte de Jesús.

Sería conveniente que de vez en cuando recordáramos que nuestro bautismo posee su sentido simbólico y real de un gran combate de Dios contra el mal: seamos conscientes del precio que Jesús pagó, del bautismo de sangre en el que fue sumergido. Nuestra vida de bautizados no puede ser una vida tranquila, como si el mal no existiera.

-Noé ejecutó todo lo que el Señor le había mandado.

Verdaderamente, Dios es el que salva. El hombre participa en ello por su libertad y su cooperación. Tu voluntad, Señor, es una voluntad de salvación. Tú quieres la vida. Y el verdadero diluvio es el mal capaz de destruir todo a su paso. Ayúdanos, Señor, a cooperar en tu proyecto. Haz que seamos "salvadores" contigo. 

Comentario del Sal 28: “El Señor bendice a su pueblo con la paz”. 
 
Desde el simple ángulo poético, tenemos en este salmo un admirable trozo literario: la descripción de una tempestad que rodea la Palestina, originándose sobre el mar al occidente, desplazándose hacia el norte (los montes del Líbano y Sarión), y finalizando en el desierto de Cadés al sur. La descripción de la tempestad es muy concreta: al brillo de los relámpagos fantásticos, la imaginación exaltada ve saltar los montes como novillos furiosos... Los bosques desplomarse por los rayos, y los grandes árboles arrancados de raíz troncharse en el suelo al caer... Los animales enloquecidos protegen a sus pequeñuelos antes de tiempo... Estos efectos grandiosos son logrados mediante recursos literarios de una extrema simplicidad: las mismas palabras: repetidas según el ritmo gradual, como el rugido de un eco que se prolonga... Frases cortas "entrecortadas" y sobre todo estos siete golpes de "trueno" que escanden el poema: "voz del Señor" en hebreo "Qôl Yahveh...".

En la liturgia judía, este salmo se canta en Pentecostés, para celebrar la revelación del Sinaí. Israel recuerda esta "teofanía" formidable que vivió a lo largo de su peregrinación de 40 años en el desierto de Cadés: la voz del Señor "era semejante a un trueno" esta "voz", esta "palabra" de Dios reveló a este pueblo su ley. No es mera coincidencia que esta voz se haga oír aquí, "siete veces". Es un número simbólico, que significa "la perfección". ¡La voz de Dios es perfecta!

Este salmo se clasifica entre los "salmos del Reino de Dios": "el Señor se ufana, reina para siempre"... La palabra "gloria" (Kabod) se repite 4 veces... La palabra " Yahveh" nombre propio de Dios que por respeto los judíos no pronunciaban jamás, lo reemplazan por "Adonaí", que nosotros traducimos por la palabra Señor, utilizada 18 veces en este salmo, casi en cada versículo. Si aun literalmente, físicamente, las palabras El, y Dios llenan este salmo. Esta tempestad divina es simbólica: "Yahveh es el vencedor de las fuerzas del mal que rodean a Israel... Todas las naciones paganas, a la redonda, despojadas y devastadas por el huracán divino, dejan a Israel en paz para que puedan en el templo cantar la gloria de Dios. Estas "potencias hostiles", son las fuerzas demoníacas que amenazan sin cesar al pueblo de Dios, estos "dioses" que no tienen más que una gloria usurpada, serán obligados a "reverenciar" al verdadero Dios. 

Este salmo lo propone la Iglesia el domingo del "bautismo de Jesús": "Se abrió el cielo... Se oyó una voz... Tú eres mi Hijo". El evangelio como cosa normal, utiliza todos los esquemas culturales del pueblo en el cual fue primeramente proclamado. .. Para un judío de ese tiempo, el "trueno", era "la voz de Dios". Y San Juan, no vacila en narrar lo siguiente: "Una voz vino del cielo: yo lo he glorificado y lo glorificaré aún". La muchedumbre que se encontraba allí y que había oído decía que se trataba de un trueno: otros decían que un ángel le había hablado". (Juan 12,28 - 29). El mismo San Juan, en el Apocalipsis, escuchó también "Siete ruidos de trueno" (Apocalipsis 10,3 - 4), exactamente como en este salmo. Se comprende por qué, el día de Pentecostés, también la presencia de Dios se sintió como una tempestad que conmovió la casa en que los apóstoles estaban reunidos... y por qué Saulo fue derribado por un relámpago en el camino de Damasco (Hechos 9,3 - 4).

Para actualizar este salmo, y meditarlo en el hoy del mundo moderno, no se puede hacer caso omiso de las dos lecturas precedentes. Por el contrario, habiendo comprendido el lenguaje utilizado por los antiguos, debemos traducirlo en nuestra propia cultura contemporánea.

Comulgar con las grandes fuerzas de la naturaleza que nos superan. Nuestra civilización científica tiende a separarnos del medio natural. Sabemos hoy (algo que ignoraban los pueblos antiguos), que la tempestad tiene leyes precisas, y que el rayo no es más que electricidad, que sigue leyes ya bien conocidas que nos permiten tomar las precauciones del caso. Pero esto no es óbice para que hoy también comprendamos nuestra pequeñez ante la furia de las potencias cósmicas. ¿No puede acaso la tempestad hablarnos de Dios? ¿Es demasiado metafórico hablar de la "voz de Dios?" ¡Y quien haya vivido la belleza salvaje de una tempestad en la montaña, nunca podrá olvidarla! El encuentro con Dios puede tomar la apariencia del relámpago que fulmina y desvanece (la experiencia de San Pablo en el camino de Damasco); ciertos convertidos recientes se expresan con el mismo lenguaje.

En medio de los "miedos" y de los terrores humanos, permanecer como un hombre de paz. Cuando todo tiembla alrededor de Israel, el pueblo creyente, "canta serenamente la "gloria de Dios", en su templo, se encuentra tranquilo bajo las "bendiciones de un Dios" que lo colma de beneficios". ¡Esto es admirable! ¡Es la palabra final de este salmo! Con ojos abiertos y oídos atentos comprobamos que si bien el hombre se ha liberado de algunos miedos pánicos que asediaban el cielo de nuestros antepasados, es presa de otros terrores como el miedo atómico, el miedo por el futuro, la degradación de la naturaleza, los terrores sociales de toda clase, fuerzas nuevas difícilmente controlables, la huelga, la inflación, los desequilibrios económicos, etc. Recitar este salmo hoy día es erguirse arrogantemente, valientemente, y pensar que el hombre de fe no tiene miedo, no tiene miedo de nada, pues sabe que todo está en manos de Dios. Recordemos aquel pasaje en que Juan fue llamado por Jesús: "Boanerges", es decir "hijo del trueno" (Marcos 3,17). No era pues un "hombre a medias"; exiliado, torturado en Patmos, seguía proclamando "la gloria de Dios" en el corazón mismo del Imperio Romano, el perseguidor. Ese es el hombre de fe (Apocalipsis 1,9).

La certeza de la victoria final de Dios. "El domina, el Señor reina eternamente". La imagen de la tempestad que fulmina los cedros, que domina la fuerza de las aguas, nos dice elocuentemente que Dios tendrá efectivamente la última palabra contra todas las potencias hostiles. Jesucristo es este "Señor de la gloria" cantado ya por el salmista. El es verdaderamente la "voz del Señor", su palabra triunfante que como el fuego "destruirá el pecado con el soplo de su boca" (2 Tesalonicenses 2,8). No, el mal no puede permanecer ante Dios ¡Alegrémonos por ello! Que nuestras liturgias sean un grito ininterrumpido: "¡Gloria!".

Cuando el cielo se oscurece. 

El cielo está oscuro, la tempestad se enfurece, las fuerzas del mal parecen haberse apoderado de cielo y tierra. La tempestad es símbolo y realidad de destrucción y confusión, de peligro y de muerte. El hombre teme a la tempestad y corre a protegerse cuando los rayos descargan. El hombre, desde su infancia personal e histórica, siempre ha tenido miedo a la oscuridad.

Y, sin embargo, tú me enseñas ahora, Señor, que la tempestad es tu trono. En ella avanzas, te presentas, dominas los cielos y la tierra que tú creaste. Tú eres el Señor de la tempestad. Tú estás presente en la oscuridad tanto como en la luz; tú reinas sobre las nubes como lo haces sobre el cielo azul. El trueno es tu voz, y el rayo es la rúbrica de tu mano. He de aprender a reconocer tu presencia en la tormenta oscura, así como la reconozco en la alegre luz del sol. Te adoro como Señor de la naturaleza.

«La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica, la voz del Señor descuaja los cedros del Líbano. La voz del Señor lanza llamas de fuego».

Después de reconocerte en las tormentas de la naturaleza, llego a reconocerte también en las tormentas de mi propia alma. Cuando mi cielo privado se oscurece, tiemblan mis horizontes y rayos de desesperación descargan sobre la soledad de mi corazón. Si las bendiciones vienen de ti, también vienen las pruebas. Si tú eres sol, también eres trueno; y si traes la paz, también traes la espada. Tú te acercas al alma tanto en el consuelo como en la tentación. Tuyo es el día y tuya es la noche; y después de venerarte como Dios de la luz del día, quiero también aprender a venerarte como Señor de la noche en mi propia vida.

Aún te siento ahora más cerca en la tempestad, Señor, que en la calma. Cuando todo va bien y la vida discurre su curso normal, te doy por supuesto, reduzco al mínimo tu papel en mi vida, me olvido de ti. En cambio, cuando vienen las tinieblas y me cubren con el sentido de mi propia impotencia, al instante pienso en ti y me refugio a tu lado. Por eso acepto ahora con gratitud el misterio de la tormenta, la prueba del relámpago y el trueno. Me acerco a ti más en mis horas negras, y me inclino ante tu majestad en el temporal que ruge por los campos de mi alma. El Dios de las tormentas es el Dios de mi vida.

«El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como Rey eterno. El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz».

Comentario del Santo Evangelio: Mc 8,14-21Mc 8,14-21: Tened cuidado con la levadura de los fariseos y la de Herodes. 

Inmediatamente antes habíamos leído la respuesta, casi cortante, que da Jesús a los fariseos que le pedían una señal del cielo: « ¿Por qué pide esta generación una señal? Os aseguro que a esta generación no se le dará señal alguna» (8,12b). En realidad, Jesús acaba de dar una señal: es la señal del pan partido y multiplicado en ambas orillas del lago, para Israel y para los gentiles. No se dará ninguna otra señal a esta generación, ni a todas las generaciones, a no ser la pequeñísima señal del pan partido por todos, de la eucaristía.

¿Qué comentan ahora los discípulos en la barca? Dicen que no tienen pan, que se han olvidado de comprar. ¡Increíble! Han sido no sólo espectadores, sino protagonistas de las dos multiplicaciones y, pese a todo, aún tienen miedo de quedarse sin pan. Ahora bien, ¿de qué pan se está hablando en realidad? Del pan fermentado de las personas religiosas (los fariseos) y de los ambientes políticos (los herodianos). ¿Cómo se obtiene este pan? Sobre la base de ciertas opciones ideológicas, de ciertos cálculos económicos.

En la barca no hay más que un solo pan. Es el único pan necesario y suficiente. Es el pan ázimo de la eucaristía. Es Jesús este pan, es su cuerpo entregado, su sangre derramada, su corazón partido. Este es el pan multiplicado en las dos orillas del lago, pero los discípulos no comprenden aún.

«Al ver el Señor que crecía en la tierra la maldad del hombre y que todos sus proyectos tendían siempre al mal, se arrepintió...». El texto de Gn 6,5 dice esto: «Todos los pensamientos que formaba en su corazón durante todo el día eran sólo mal». El corazón es el lugar en el que se forman los pensamientos, en el que se conciben las acciones: pues bien, este corazón no hace otra cosa más que concebir el mal, meditar delitos, idear malos pensamientos.

Ya lo había dicho claramente Jesús en la disputa sobre lo puro y lo impuro, reprendiendo a los mismos discípulos por su escasa comprensión: «¿De modo que tampoco vosotros entendéis? ¿No comprendéis que nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo, puesto que no entra en su corazón, sino en el vientre, y va a parar al estercolero? Lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre. Porque es de dentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre» (Mc 7,18-23). Son los mismos malos pensamientos que encontró Dios en el corazón del hombre, y a causa de los cuales vino el diluvio sobre la tierra. Pero es también la situación en la que nos encontramos hoy. Todavía hoy sigue endurecido nuestro corazón como el de los discípulos, a pesar de la amistad de Dios, a pesar de la señal del pan multiplicado. Tenemos ojos y no vemos, tenemos oídos y no oímos. Buscamos constantemente otro pan, un pan que no sacia, y, al hacer esto, nuestro corazón no cesa de formar pensamientos inútiles, de concebir designios impuros. Sólo podremos poner límite a esta proliferación de pensamientos si comprendemos que el único pan que hay en la barca es el que nos basta. El pan único es el corazón del Hijo que ha entregado su vida por nosotros.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 8,14-21 para nuestros Mayores. Educados para el asombro. 

v. 14 A los discí­pulos se les había olvidado coger panes y no llevaban en la barca más que un pan.

El único pan (símbolo de unidad) que hay en la barca, el que ha de compartirse y alimentar lo mismo a judíos que a paganos (6,41; 8,6), es el mensaje de Jesús, el único necesario; pero a ellos no les basta, quieren combinarlo con su nacionalismo (4,35-51). De hecho, este único pan va con ellos, pero ni siquiera lo mencionan; no lo han cogido ellos ni han optado por él, sino por los otros. 

v. 15 Jesús les estaba advirtiendo: «Mirad: cuidado con la levadura de los fariseos y con la levadura de los herodianos».

Jesús les da un aviso, para que no se dejen llevar de esas ideas. La levadura se consideraba un principio corruptor del pan-doctrina (el tér­mino designaba también el pan fermentado); la levadura de los fariseos es su ideología mesiánica nacionalista: desean para Israel un Mesías pode­roso, dominador de los otros pueblos (11); los herodianos (cf. 3,6; 12,13, mejor que «Herodes»), son los que, con tal de obtener la supremacía de Israel, aceptan a un rey ilegítimo, no querido por Dios (6,21): ambas ideologías corrompen el mensaje.

v. 16 Pero ellos estaban diciéndose unos a otros: «No tenemos panes».

Los discípulos tienen otra preocupación y no prestan atención a la advertencia de Jesús. Discuten sobre la falta de panes, sin hacer caso del pan que tienen; para ellos, ese pan no es suficiente alimento: no les basta el mensaje del servicio y la solidaridad con todos.

vv. 17-18 Al darse cuenta, les dijo Jesús: «¿Por qué os estáis diciendo que no tenéis panes? ¿Todavía no razonáis ni entendéis? ¿Tenéis la mente obcecada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis ?»

Jesús se da cuenta y se exaspera. Les reprocha su falta de reflexión. Por tener la mente fija en los ideales del judaísmo, son incapaces de razo­nar. Siguen sordos (Jr 5,21; Ez 12,2; Mc 4,11s: «los de fuera»; 7,18), obce­cados (3,5, de los fariseos; 6,52). El nuevo Israel continúa en la incom­prensión del antiguo.

vv. 19-21 «Cuando partí los cinco panes para los cinco mil, ¿cuántos cestos llenos de sobras recogisteis?» Le contestaron: «Doce». «Y cuando partí los siete para los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de sobras recogisteis?» Le contes­taron: «Siete». El les dijo: « Y ¿ todavía no entendéis ?»

Intentando hacerles comprender, Jesús no les recuerda discursos o palabras suyas, sino una experiencia de la que han sido testigos, los dos repartos de panes: les pregunta por el número de cestos recogidos a par­tir de una cantidad mínima en relación con tan gran multitud, subrayan­do así el contraste entre la escasez del comienzo y la abundancia del final; quiere que caigan en la cuenta de la potencialidad del único pan­mensaje que poseen: con él lo tienen todo. Con el compartir (partí) les ha dado la clave de la abundancia. No necesitan más que repetir su gesto. No hacen falta otros panes.

La pregunta final transparenta la profunda decepción de Jesús (¿No acabáis de entender?). 

Jesús pone en alerta al grupo de discípulos sobre el plan que están organizando los fariseos y los herodianos contra él. Jesús sabe que el proyecto del Reino que ha venido predicando de pueblo en pueblo, está incomodando a los líderes del poder religioso y político de Jerusalén. Por eso Jesús le dice al grupo de sus amigos que se cuiden de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes; esas dos levaduras pueden corromper la masa.

Frente a la llamada de atención que hace Jesús, sus apóstoles no le prestan atención, sino que se preocupan de la falta de alimento y de esa forma distorsionan el mensaje de alerta que el Maestro estaba dando. El pan no es el problema fundamental. Siempre que ha faltado ha habido forma de conseguirlo para saciar el hambre del grupo y de la multitud hambrienta. Jesús deseaba que sus seguidores cayeran en cuenta del complot que se estaba preparando contra él.

En el proseguimiento de la causa de Jesús, es decir en el asumir el proyecto del Reino, la persecución es una de las realidades que acompañan a todos aquellos que asumen con radicalidad la obra liberadora iniciada por el Maestro. Los poderosos siempre estarán descontentos con las propuestas de humanizar esta historia y de equilibrar este mundo desequilibrado por el egoísmo institucionalizado. La misión es difícil. Pero tenemos que ser capaces de continuarla para hacer posible el Reinado de Dios en medio de nuestro mundo. La utopía del Reino nos sigue interpelando y nos sigue llamando a desinstalarnos y a dejar las seguridades que nos impiden ponernos en camino para vivir como Jesús vivió. La Iglesia tiene un compromiso con el Reino de Dios. Nosotros que somos Iglesia estamos llamados a combatir con nuestro propio testimonio el poder de dominio e instaurar en medio de nuestro mundo una realidad alternativa, así se nos persiga y se nos calumnie.

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No sabemos imaginar, pintar, hablar de Dios
 
En la liturgia de hoy leeremos una frase sorprendente, que el autor sagrado pone en labios del Señor y Creador: 
¡Me pesa haber creado al hombre! 

Si ese lenguaje fuera realmente el de Dios, si reflejara los sentimientos de Dios, nuestro Dios sería tan pobre y débil como nosotros. Pero no, el arrepentimiento de Dios no es un acto real sino una expresión nuestra. 

Nosotros no sabemos ni podemos imaginar, pintar, hablar de Dios llegando a lo más profundo de su ser. Él, diríamos en lenguaje figurado, pertenece a otra galaxia.
 
La expresión bíblica ¡Me pesa haber creado al hombre! indica en términos muy humanos que cualquier persona, cuando tiene la experiencia de ser traicionada, abofeteada por quienes le deben todo como beneficiados, como amigos, lamenta haber sido tan bueno y generoso. Y esa experiencia, elevada a altísima potencia, a su mundo divino, tratamos de transferírsela a Dios mismo, para significar los incontables motivos por los que se podría sentir ofendido. 

Con frecuencia nos preguntamos: ¿Cómo se sentirá el Corazón del Padre, que no es de pìedra sino muy afectuoso, ante nuestras infidelidades? Y no acertamos a respondernos. Si llegáramos a penetrar en el Corazón de Dios, Él ya no sería Dios. 

¿Qué hacer entonces ante la realidad del amor divino, por una parte, y ante la ingratitud de desamor en las criaturas, por otra? Lo mejor es reconocer nuestro pecado, callarse, hacer silencio, cerrar los ojos y adorar. Eso es lo que solemos llamar teología apofática, es decir, teología sin palabras, mirada hacia Dios desde la indigencia, renuncia a entender, pero confiar totalmente en que Él nos entiende. 

Un gran pintor y gran fraile, Juan de Fiésole, llamado en la historia del arte Fray Angélico o Beato Angélico (+ 1455), cuya memoria hace hoy la liturgia, se hizo esos mismos interrogantes que nos hacemos nosotros, y como sacerdote, profesor y pintor quiso responderse. Pero él tampoco supo hacerlo con claridad. Por eso, cuando pintaba a Dios Padre o a la Santísima Trinidad o a Cristo naciendo, enseñando, sufriendo y resucitando, cuentan que quería hacerlo “de rodillas”, como diciendo: yo voy a expresar sobre tablas lo que siente mi corazón y entiende mi mente, pero la verdad del misterio de Dios queda a infinita distancia de lo que yo hago. Por eso, pintaré como pueda, pero adoraré como enseña la fe. 

Señor y Padre Nuestro, nosotros reconocemos nuestra iniquidad, que es ofensa a Ti; reconocemos que, por nuestra parte, reaccionaríamos con ira ante las ingratitudes de los demás; y reconocemos que serías justo castigándonos por nuestros pecados. Pero, reconociéndolo todo, sabemos también que Tú estás muy por encima de nuestros sentimientos, y que tu amor, justicia, misericordia son de magnitud infinita. Acógenos, pues, como a pobres criaturas, y regálanos tu gracia y felicidad. Amén.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 8,14-21, de Joven para Joven. La levadura de los fariseos.

La fermentación es un proceso natural que exalta o deteriora los alimentos, les cambia el gusto y la digestibilidad. Para que las cosas no fermenten se cierran en recipientes herméticos para que no entren los microbios, que se multiplican rápidamente y lo penetran todo.

También los hombres pueden ser tomados por un «fermento del alma» y ser atacados por los microbios. ¿Cómo puede suceder? Uno se levanta tranquilamente por la mañana, va a trabajar todo el día, pero la llegada de una noticia desagradable le estropea el humor. O uno se siente en paz y contento; se encuentra con un amigo, se pone a hablar y este, gratuitamente, sin motivo aparente, se muestra descortés y arrogante. He aquí dos pequeñas contrariedades que, como microbios, infectan el humor interior; después, todo adquiere un gusto amargo. Todos vivimos, con frecuencia, esta experiencia. Pero pocos llegan a la conclusión que, en ascética, se llama «necesidad de custodiar los sentidos»: significa no dar demasiada importancia a las charlas, no hacer discursos inútiles, evitar aquello que molesta la paz interior.

Para conservar el corazón en paz, no existe otro medio que no sea esta práctica ascética.

Hay distintos tipos de fermentos, cada uno con sus características. En sentido metafórico la variedad es aún más grande. Cada uno de nosotros se adapta de modo distinto a la condición en que vive, poniendo en acción una vasta gama de comportamientos y de estrategias inconscientes. Es también vasta la variedad de juicios y de prejuicios, dependiendo del ambiente.

Algunos prejuicios son muy peligrosos. Jesús nos pone en guardia contra la «levadura» de los fariseos y de los partidarios de Herodes. En nuestro modo de hablar, «fariseo» ha pasado a significar «hipócrita», el que ostenta una gran virtud y se considera mejor que los demás. Todos somos un poco así, todos tenemos alguna cosa en la que creernos ser mejores que los demás. Había un viejecito que tenía un campo cerca de la carretera que llevaba a un pueblo perdido. De vez en cuando pasaba alguien que le preguntaba si esa era la carretera justa para ir a ese pueblo. Y él suspiraba: « ¡Qué ignorante es la gente! ¡Ni siquiera conoce una carretera tan fácil!».

Se necesita poco para sentirse superior a los demás y despreciarlos. Sin embargo, no deberíamos olvidar que la medida de nuestro juicio a los demás será la misma con la que seremos juzgados nosotros.

Los fariseos y los partidarios de Herodes mantenían posiciones opuestas: los primeros combatían para conservar las tradiciones antiguas, los segundos luchaban para adaptarse a las influencias extranjeras. Herodes podía gobernar porque colaboraba con los ocupantes. Pero no se arrepentía. Vivía bien y, desde el punto de vista moral, podía permitirse lo que le gustaba para estar bien en la tierra.

También este tipo de levadura está bastante difundido. Se busca lo que nos gusta y entretiene, evitamos lo que no nos gusta aunque, a veces, escapar pueda ser injusto o deshonesto. «La vida es breve...»: es una frase que se repite y se pone en práctica desde siempre. Quien vive así recibe el premio que quiere: la vida breve, precisamente.

El rico del que habla el evangelio fue recompensado en esta vida. ¿Y en la eternidad? La eternidad se ha borrado del programa. ¿Se puede decir que vive verdaderamente quien la ha cancelado?.

Elevación Espiritual para este día.

Dios, por ser creador de lo que existe y no de lo que no existe, es extraño a la causa responsable del mal: Dios ha creado la vista, no la ceguera; ha suscitado la virtud, no la privación de la misma; ha otorgado como premio a la buena voluntad el don de sus bienes a quien regula virtuosamente su propia vida, sin someter a su propia voluntad la naturaleza humana con violenta necesidad, arrastrándola de manera forzada al bien como un objeto inanimado. Si ante la luz, que se difunde pura desde el cielo sereno, cerramos los ojos bajando los párpados, el que no ve no puede considerar al sol culpable.

Reflexión Espiritual para el día.

«El buen Dios, que nos ama tanto, ya tiene bastante pena con estar obligado a dejarnos cumplir nuestro tiempo de prueba en la tierra, sin que vengamos constantemente a decirle que estamos mal en ella; no tenemos que adoptar el aspecto de que nos damos cuenta de ello»

Este pasaje de santa Teresa, cuando lo comparamos con la idea generalmente difundida, tiene un carácter singular. Se ha empleado tanto el vocabulario del sufrimiento en la teología occidental que parece que Dios, sin complacerse propiamente en el sufrimiento del hombre, lo desea en sí mismo. Recordemos, por ejemplo, a Pascal diciendo que la enfermedad es el estado natural del cristiano, que debe asombrarse de estar sano: ¡qué horrible proposición!

Ahora bien, el pasaje de santa Teresa que acabamos de citar implica una sensibilidad nueva en relación con el sufrimiento, No se trata de que santa Teresa quiera una vida sembrada de facilidades: es sabido que siempre tomó en la religión su dimensión de austeridad y de esfuerzo, que siempre tuvo una devoción particular al rostro crucificado del Señor, hasta el punto de llevar su nombre. En efecto, se llama Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Se puede decir que su corta vida fue una sucesión de pruebas, la más dolorosa de las cuales fue la parálisis de su padre, antes de que llegara su consunción. Pero no atribuye a este sufrimiento un valor de salvación en cuanto es sufrimiento, como a menudo hacen los cristianos, y, sobre todo, como los adversarios del cristianismo les reprochan.

El sufrimiento, para Teresa, es un medio en vistas a un fin. Eso supone unirse a la idea profunda de la epístola a los Filipenses y de la epístola a los Hebreos: el sufrimiento de Cristo es una consecuencia de su obediencia al Padre. No le fue impuesto a causa de ningún valor del sufrimiento en sí mismo. Ahora bien, tras la caída, el sufrimiento (por el que podemos brindar a una adhesión desinteresada y redimir el mal uso de la libertad), el sufrimiento, decía, es un medio corto de acercarnos nuestro fin. Dios, que lo ve y lo quiere, lo ve y lo quiere a la manera de un remedio o de una operación de cirugía. Y este medio violento es tan pasajero, y sobre todo es tan ínfimo, cuando lo comparamos con lo que obtiene, que es de otro orden: eterno, dichoso, inmutable. Por eso, se comprende que la hermana de Teresa haya condensado su pensamiento sobre el mal en esta imagen atrevida y virgiliana: Dios sufre por nuestro sufrimiento, Él nos lo envía volviendo la cabeza.

Desde esta perspectiva, el Dios de los cristianos no es un Dios “vengador”, sino un Amor eterno, educador, prudente y sabio, que lejos de multiplicar las penas, se las ingenia para abreviarlas, suspenderlas y reducirlas, en la medida en que ello es divinamente posible, para satisfacer su justicia, que, por lo demás, es idéntica a la gloria que desea para las almas.

El rostro de los personajes , pasajes y narraciones en la Sagrada Biblia: El diluvio y Noé.

En su empeño de hacer el retrato completo del hombre universal, el yavista salta, en un momento dado, de figuras concretas, si bien paradigmáticas, a la humanidad masiva; la observa y hace juicio global de ella y de su suerte. En el episodio del diluvio conecta el prólogo yavista con el sacerdotal, coincidiendo sustancialmente en la narración del acontecimiento y también en el juicio que hacen de la humanidad. El P no había presentado antes la realidad del mal, en su trance de producirse por la acción humana concreta. Lo acusa ahora de plano, haciendo responsable de él a la humanidad entera. «La tierra estaba corrompida ante Dios y llena de crímenes. Dios vio la tierra corrompida, pues todos los vivientes de la tierra se habían corrompido en su proceder» (Gén 6, 11s).

Esta vez tampoco el yavista habla por la acción misma de personajes nominados, sino que hace el juicio de la humanidad sin nombre. Por supuesto, hace proceder de Dios ese juicio, ya que la dimensión humana de que habla se revela en su profundidad infinita al ser vista sub specie aeternitatis o enfrente de Dios. Es un juicio pavoroso. Dicho con los términos del yavista, Dios se viene a percatar de que la maldad del hombre avasalla la tierra y de que las maquinaciones de la mente humana son todas para mal. Le pesa de haber creado al hombre y decide su exterminio. Sólo un hombre «halla favor» a los ojos de Dios: es el hombre Noé.

Este es el prólogo del diluvio, con el que se corresponde un epílogo más esperanzador. El esquema del conjunto tiene estos elementos: pecado, castigo, salvación de uno, promesa universal. Se diría que el concepto pesimista del hombre en la apreciación del yavista alcanza aquí la suprema expresión. En su juicio la especie humana es reconocida perversa en toda decisión y en toda acción y por lo mismo lleva la destrucción inexorable dentro de sí misma. Pero el pesimismo del autor no es tan absoluto. El aspecto de Dios como juez no ha eclipsado el de salvador y fuente de la vida, revelado primero. El signo de esperanza de que la vida continúe y cobra fuerza renovada es ahora Noé.

En el esquema señalado encuadra el autor el diluvio, una catástrofe natural de la que hay recuerdos en numerosos pueblos y particularmente en la tradición mesopotámica. De aquí procede, sin duda, la imagen bíblica de una colosal inundación que arrasó toda la tierra. El recuerdo vago de algo que sucedió efectivamente fue colocado por la leyenda y agrandado hasta proporciones míticas. Es en este nivel en donde lo toma el autor bíblico. El yavista no hubiera acudido por su cuenta a las antiguas como elemento destructor, pues en su geografía el agua es factor de la vida. Pero la tradición se lo dio hecho y era elocuente para dar plasticidad a su esquema teológico.

Noé es para el autor un eslabón en la cadena que tiene por detrás a Abel y por delante a Abraham. Es la personificación del lado justo que hay en la humanidad y la visualización de la idea del «resto», tan querida del yavista. Las tres figuras son objeto del especial favor de Dios, y con ello signos de esperanza para la humanidad. No se dice que Noé tuviera méritos propios, que le distinguieran del resto de los hombres. Se dice sencillamente que halló favor a los ojos de Dios. El autor de la carta a los Hebreos (Heb 11, 7) habla de una prueba que Noé habría superado: obedecer la orden del cielo de construir el arca conocer su objeto. Su obediencia y su fe, expuestas a las burlas de quienes le veían construirla, le habrían merecido el ser salvado. Para el autor de nuestra historia Dios muestra su favor libremente a quien nunca tendría méritos adecuados.

El relato del acontecimiento catastrófico se integra de estas partes: anuncio, lluvia torrencial, pruebas del cese del agua. La causa del diluvio es una lluvia intensa cuarenta días; la duración de la inundación es de 61 días. Noé salva consigo a su familia y animales de toda especie. En el envío del cuervo y de la paloma se expresa la esperanza la cual recibe muestras «in crescendo».

Noé se salva del diluvio, mientras todo lo demás perece bajo el agua. Noé es como un nuevo Adam, con el que la vida humana recomienza. ¿Será la recién nacida una humanidad distinta? El salvado de las aguas es para el autor, en todo caso, un signo de que Dios no abandona a la humanidad perdida en la nada. La lluvia cesa, las aguas se retiran y Noé pone su pie en una tierra que lo acepta.

El epílogo del diluvio no es menos significativo que el prólogo. Son dos facetas inseparables en la teología del yavista. Noé ofrece un sacrificio y Dios se complace en él. El autor escucha de nuevo el juicio categórico sobre la maldad del hombre, que había escuchado en el prólogo. Pero ahora sabe de algo nuevo en la actitud de Dios. Si allí la maldad terminaba en la aniquilación, ahora lleva a una promesa de Dios sobre la estabilidad del orden natural. Traduce la experiencia maravillada de este orden por ojos que lo ven desde Dios. Dios no destruirá la creación por culpa del hombre. El autor lo dice por medio de un viejo poema palestino, que celebra el ritmo constante y firme de las estaciones anuales, del que pende la vida de la naturaleza+

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