Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

3 de febrero de 2011

Lecturas del día 03-02-2011

Día 3 de Febrero 2011, Jueves de la Cuarta semana del Tiempo Ordinario, Feria, (Ciclo A) 4ª Semana del Salterio. Mes dedicado a la Santísima Trinidad. Feria. o San Blas, obispo Y mártir, Memoria libre: o San Óscar; obispo; Memoria libre. SS. Simeón  y Ana Nuevo Testamento. Claudina Thévenet vg, Berlinda vg. Santoral Latinoamericano. Santos: Blas, Óscar

Muchos cristianos están fuera porque no hemos sabido acogerles, porque les hemos exigido un cambio de cultura, de actitud ante la vida, que ni el mismo Cristo ha pedido. Les hemos pedido una "circuncisión" que ya fue abolida por la ley de libertad que Cristo ha implantado de una vez para siempre.

Aquí, cada uno debe hacer un serio examen de conciencia. Estamos cerrados a razas, mentalidades, actitudes, que el Señor no condenó.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Hb 12,18-19.21-24:  Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo
Sal 47: Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo.
Mc 6,7-13: Los fue enviando.
                                                                     -------0-------
En las comunidades cristianas no deberían ocupar los primeros puestos la Excelencia o las Eminencias mundanas. Allí el orden social se invierte de forma desconcertante. Una iglesia a imagen y semejanza del protocolo mundano es una caricatura del verdadero proyecto de Jesucristo.

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Para el evangelista Marcos, Jesús tiene perfecta conciencia de su misión, pero al contrario de los maestros de su tiempo, que se rodean de algunos discípulos en el seno de una escuela o las puertas de una ciudad, él ha querido ser itinerante (v.6), con el fin de llegar a la mayor cantidad de gente en su propia situación de vida. Si admite discípulos no lo hace para estar con ellos a la manera de los rabinos judíos de su tiempo, sino para asociarlos a sus recorridos misioneros y multiplicar así su misión.

El contenido de la predicación de los discípulos es aún, por una parte, el que Jesús ha recibido de Juan Bautista: la conversión y el arrepentimiento (v.12, específico de Marcos). Pero Juan Bautista se limita a predecir la proximidad del reino; los discípulos de Jesús son enviados para hacerle visible y actual: arrojan los demonios y curan las enfermedades, convencen a las gentes de su liberación de las fuerzas del mal y de su incorporación a una nueva soberanía. Esta atención a los pobres y a los enfermos diferencia igualmente a Jesús y a sus discípulos de los fariseos y de los demás maestros de la sabiduría, poco atentos a las clases indigentes. ¿Se diferencia de igual modo nuestra forma de evangelización?

PRIMERA LECTURA.
Hebreos 12,18-19.21-24.
Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo.
Hermanos: Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando. Y tan terrible era el espectáculo, que Moisés exclamó: "Estoy temblando de miedo".

Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 47
R/. Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo.
Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios, su monte santo, altura hermosa, alegría de toda la tierra. R.

El monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey;  entre sus palacios,  Dios descuella como un alcázar. R.

Lo que habíamos oído lo hemos visto en la ciudad del Señor de los ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios: que Dios la ha fundado para siempre. R.

Oh Dios, meditamos tu misericordia  en medio de tu templo:  como tu renombre, oh Dios, tu alabanza  llega al confín de la tierra;  tu diestra está llena de justicia. R.


SANTO EVANGELIO.
Marcos 6,7-13.
Los fue enviando.

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: "Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa." Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Palabra de Dios.

Comentario de la  Primera lectura: Hebreos 12, 18-19. 21-24. Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo.
El monte Sión, en el que está edificada Jerusalén, era para los judíos la figura de la ciudad celestial. Este párrafo dice con imágenes imponentes todo lo que descubre el hombre adulto que se convierte a Cristo y entra en la Iglesia. Con el bautismo entra en la familia de Dios, de los santos y de los ángeles. Tienen acceso al centro misterioso donde se decide el destino del mundo, y encuentra a Jesús mismo.

En la conversión, uno puede tener la experiencia de esto y casi tocar estas verdades, pero no debe olvidarlo cuando, después, vengan el cansancio y las pruebas. En el mundo actual es urgente que los cristianos sean testigos ante los hombres de la existencia de ese mundo distinto (nuevo), diverso y joven, bello y pacífico en el que Cristo nos introdujo con su muerte.

Jesús es el que posibilita el acceso a ese mundo nuevo. Para expresar esta novedad, la lengua griega tiene dos adjetivos: uno con que indica un nuevo género de vida y otro que expresa la juventud del ser.

La nueva alianza fundamentada en Cristo es a la vez un género nuevo de vida y una formidable irradiación de juventud. El creyente en este Mediador tiene que llenar de "verdad" estas palabras.

El autor, como Pablo en Gál 4, 24-26, expresa una oposición entre el monte Sinaí y la Jerusalén libre, con el fin de que sus destinatarios desarraiguen el apego excesivo que tienen a aquél, y que no debe ser más que una nostalgia superada. Sin motivos que justifiquen esta actitud, los cristianos procedentes del judaísmo desean volver a un monte material, que sea el del Sinaí o el de Sión, su sustituto; ya no queda para ellos más que un lugar de reunión: la Sión espiritual.

Las montañas desempeñan un papel importantísimo en el judaísmo, lo mismo que en la mayor parte de las religiones tradicionales (cf. Is 2, 2; 11, 9; 25, 6-7). Solo el hecho de la elevación de las montañas hacia el cielo, supuesta morada de Dios, era suficiente para atribuirles un carácter sacral, sobre todo cuando fenómenos naturales rodeaban su cima de un halo sagrado complementario (vv. 18-19).

Tal concepción supone una cultura y una religión en que el hombre se siente dominado por la naturaleza y pone a Dios por detrás y por encima de los fenómenos naturales. Ir de peregrinación a una montaña es reconocer el propio miedo ante la naturaleza, reconocer a un Dios dueño absoluto de sus leyes misteriosas e incontroladas (para el hombre).

Pero Cristo ha liberado al hombre de la alienación a que le tenía sometido la naturaleza: su triunfo sobre la muerte, esta ley esencial de la naturaleza, ha permitido al hombre interpretar su liberación, interpretando estos poderes ocultos de la naturaleza como gracia de Dios. De ahí que el hombre no busque ya en la naturaleza los elementos que le hagan posible su acercamiento a Dios: ya no se agrupa en la falda de una montaña sagrada y su religión ha superado ya el terror ante los fenómenos naturales (vv. 20-21).

A partir de este momento el lugar del culto del hombre liberado (=primogénito, en el v. 23) no tiene como escenario los montes naturales, sino la asamblea de los hombres libres al lado de los ángeles que tenían la misión de dominar las leyes de la naturaleza y que hoy han quedado reducidos a un nivel igual al hombre (v. 22), al lado, sobre todo, de Jesús-Mediador, cuya victoria sobre la muerte ha permitido al hombre vencer el mal y purificarse del pecado (v. 24).

b) La argumentación del pasaje insinúa la oposición, latente a todo lo largo de la carta, entre celeste y terrestre. La esperanza del autor se funda esencialmente en la entrada de Cristo en el mundo "celeste" (es decir, en su divinidad), donde está presente como precursor de la humanidad (cf. v. 25; Heb 4, 4; 6, 20; 7, 26; 8, 1-2; 9, 12-14; 11, 12). El autor pretende con ello espiritualizar la esperanza de los cristianos, excesivamente apegada a la Sión terrestre, la asamblea no se reúne en torno a una montaña material, sino alrededor del Señor divinizado. En el Sinaí, el pueblo hebreo había adquirido su título de primogénito (Ex 4, 22-23; Jer 31, 9; Eclo 36, 11); los cristianos, por su parte, reivindican este título (v. 23) en torno a la nueva Sión que es el único primogénito, Jesucristo (Heb 1, 6). Cuando el pueblo elegido se reunía en asamblea en el monte Sinaí, el nombre de los elegidos se inscribía en el libro de la vida (Ex 32, 32-33); pronto fue inscrito en los registros de la Jerusalén terrena, pero ahora sus nombres constan en el libro "celestial" (v. 23), es decir, en la esfera de la vida divina. Finalmente, la asamblea del Sinaí era celebrada gracias a la mediación de los ángeles (v. 22; cf. Act 7, 38, 53; Gál 3, 19; Heb 2, 2), mientras que la asamblea de los cristianos se reúne y toma sus decisiones en torno al mediador único (v. 24) con miras a una alianza superior en todo (cf. Ex 24, 8; Heb 9, 19-20; 10, 29). c) Este pasaje quiere convencer a los cristianos de que su esperanza debe espiritualizarse. Lo mismo que el Sinaí (o el Sión que vino a reemplazarlo: Sal 67/68, 17; Is 2, 2-3; Jer 31, 11-12; Gál 4, 21-26) fue el lugar de la "asamblea" de las tribus (v. 23; cf. Act 7, 38: Dt 4, 10; 9, 10; 18, 16), la Iglesia, Sión espiritual, convoca a la asamblea de las naciones. Y no puede perder ese derecho de primogenitura como lo perdió Esaú (Heb 12, 16-17; cf. v. 25).

Dispersos por el mundo, los cristianos no esperan ya, como los judíos, una concentración universal geográfica, porque ellos mismos son los primogénitos de un reino cuya capital no está aquí abajo.

La experiencia religiosa del Sinaí fue, en primer lugar, la experiencia de la majestad de Dios, de su trascendencia. La teofanía del Sinaí, con todo el aparato de señales visibles y pasajeros, con toda su solemnidad, infundió el temor a un pueblo que no se atrevió a subir a la montaña sagrada. Y Dios se mostró entonces como tremendo e inaccesible (Cfr. Ex. 19, 12-19; Dt. 4, 11-14; 5, 21-30). El propio Moisés, que fue el único que subió a la cumbre para recibir la Ley de Dios, fue presa del santo temor. Muy distinto es el estilo de la revelación de Dios en la Nueva Alianza. Pues cuantos han sido bautizados y pertenecen al nuevo Israel, tienen ahora acceso libre a la morada de Dios, han ascendido al monte Siòn y a la ciudad del Dios vivo. Con estas imágenes bíblicas se nos habla de la nueva y más íntima comunicación de los hombres con Dios. Por Cristo, en cuyo rostro se adivina el rostro del Padre, pues él es la imagen visible del Dios invisible, los creyente son recibidos en la gran asamblea de los ángeles y los santos e introducidos a la presencia de Dios.

Si en la Antigua Alianza Dios mostró su trascendencia tremenda, en la Nueva Alianza Dios muestra su condescendencia fascinante.

La grandeza infinita de Dios no le impide acercarse con un amor infinito a los hombres. La Nueva Alianza ha sido sellada con la sangre de Cristo. Derramada sobre la tierra en el Calvario, no clama al cielo para pedir venganza como la sangre de Abel (Gn. 4, 10), sino clemencia y reconciliación. Por eso Jesús es el Mediador.

-Vosotros os habéis acercado al Mediador de la nueva alianza, Jesús (Heb 12, 18-24) El texto nos presenta una comparación entre la constitución del antiguo pueblo de Dios y la del nuevo pueblo de los bautizados. En el Sinaí había realidades y señales materiales que se ofrecían a los israelitas, fenómenos, por otra parte, terribles, puesto que los hijos de Israel pidieron no seguir oyendo las palabras pronunciadas por una voz que los amedrentaba. Aquí, se trata de un encuentro totalmente diferente. En la nueva historia, la del nuevo pueblo, no hay fenómenos semejantes.

Los bautizados se han acercado "al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo..., a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo". Sin aquellas manifestaciones externas y temibles de la Divinidad, los creyentes se han encaminado hacia el Señor, al grupo de bautizados, a la Iglesia, ese grupo de hombres que han venido a ser una sola cosa en el único Bautismo de un solo y único Espíritu, y cuyos nombres están inscritos en el cielo. Son primogénitos, porque todos participan íntimamente en la vida de Jesucristo, primogénito de todas las criaturas. Los cristianos se han dirigido a Dios mismo, juez de todos los hombres. Los cristianos, pues, han entrado en contacto con el Señor mismo, y aunque el Señor juzga y sondea los riñones y los corazones, no se han aterrorizado al acercarse a él; han entrado, asimismo, en contacto con las almas de los justos, con sus difuntos que han llegado a su destino y son justos ante Dios; toda la Iglesia, terrestre y celeste, se hallaba presente y hacia ella se han dirigido los bautizados, todos los cristianos. Pero ante todo, es hacia Jesús, mediador de una nueva alianza, hacia donde se han dirigido. Precisamente por Jesús, el Mediador, se han atrevido a franquear esa distancia que separa a la condición humana del Señor de la gloria. Transformados por el bautismo en el Padre, el Hijo y el Espíritu, pueden vivir en íntima unión con la Trinidad. Tal es la situación del cristiano en el nuevo pueblo de Dios.

Los versículos centrales del fragmento de hoy reflejan el espíritu de las explicaciones teológicas de toda la carta: no os habéis acercado al Sinaí, algo terrorífico que rechaza y aleja, sino a la luminosa comunión con Jesucristo y con el Dios vivo, a la congregación de los justos que han alcanzado la perfección (vv 18-24). Un aspecto central de esta buena nueva es la alegría de pertenecer a la Iglesia. Es la alegría de haber hallado la comunidad de los que han hecho de Jesucristo y de Dios la razón de ser de su vida, han encontrado en Dios el sentido del dolor, de la esperanza, de la muerte, del trabajo, del amor y recomienzan cada día su camino hacia Dios porque están poseídos por la fe y la esperanza en el Dios vivo. Pero es también la alegría de construir cada día la comunión con hombres imperfectos y pecadores, hecha de comprensión, de perdón, de amor, de acercamiento laborioso, de reencuentro difícil, la alegría de haber hallado en el evangelio el único camino de la difícil comunión con cada persona y cada comunidad, que es preciso recomenzar siempre.

Sobre el anuncio se edifica la exhortación, precisamente porque es el anuncio de la comunión con Dios y con los hombres en Jesucristo. La carta exhorta a buscar la "santificación" (14); es la renovación del hombre hecha en y según el sacrificio de Jesucristo, por la cual el hombre es interiormente configurado según Dios y halla la liberación del pecado, la comunión con los demás, la esperanza, el gozo, la comunión con el Dios vivo. La santificación es obra de Dios en Cristo Jesús (2,11; 9,14; 10,10) y obra del hombre en la medida en que consiste en su entrega libre y personal a Dios. Hebreos exhorta también a la «paz con todos» (14), a construir la comunión con cada hombre y cada comunidad, hecha de comprensión, de amor, de recuperación diaria de la acogida de todos, incluso de los pecadores y de los enemigos o, tal vez, sobre todo de éstos.

En esta carta abundan las amenazas de exclusión irremediable y de castigos terribles para los incrédulos (6,4-8; 10 26-31; 12, 25-27). Los hombres y las colectividades humanas que rechazan la vida en Dios vivo se cierran a sí mismos el camino de la única posible comunión entre los hombres en Dios. Dios Padre de Jesucristo, se convierte para los que lo rechazan en la amenaza de un "fuego devorador" (29), y es terrible caer en sus manos (10,31).

Comentario del Salmo 47. Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo. 
El Salmo que hemos proclamado es un canto en honor de Sión, "la ciudad del gran rey" (Sal 47, 3), entonces sede del templo de Señor y lugar de su presencia en medio de la humanidad. La fe cristiana lo aplica ya a la "Jerusalén de arriba", que es "nuestra madre" (Ga 4, 26).

El tono litúrgico de este himno, la evocación de una procesión de fiesta (cf. vv. 13-14), la visión pacífica de Jerusalén que refleja la salvación divina, hacen del salmo 47 una oración con la que se puede iniciar la jornada para convertirla en un canto de alabanza, aunque se cierna alguna nube en el horizonte.

Para captar el sentido de este salmo, nos sirven de ayuda tres aclamaciones situadas al inicio, en el centro y al final, como para ofrecernos la clave espiritual de la composición y para introducirnos en su clima interior. Las tres invocaciones son: "Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios" (v. 2), "Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo" (v. 10) y "Este es el Señor, nuestro Dios; él nos guiará por siempre jamás".

Estas tres aclamaciones, que exaltan al Señor pero también a "la ciudad de nuestro Dios" (v. 2), enmarcan dos grandes partes del Salmo. La primera es una gozosa celebración de la ciudad santa, la Sión victoriosa contra los asaltos de los enemigos, serena bajo el manto de la protección divina (cf. vv. 3-8). Se trata de una especie de letanía de definiciones de esta ciudad: es una altura admirable que se yergue como un faro de luz, una fuente de alegría para todos los pueblos de la tierra, el único "Olimpo" verdadero donde se encuentran el cielo y la tierra. Como dice el profeta Ezequiel, es la ciudad-Emmanuel, porque "Dios está allí", presente en ella (cf. Ez 48, 35). Pero en torno a Jerusalén están acampando las tropas para el asedio, como un símbolo del mal que atenta contra el esplendor de la ciudad de Dios. El enfrentamiento tiene un desenlace lógico y casi inmediato.

En efecto, los poderosos de la tierra, al asaltar la ciudad santa, han provocado también a su Rey, el Señor. El salmista utiliza la sugestiva imagen de los dolores de parto para mostrar cómo se desvanece el orgullo de un ejército poderoso: "Allí los agarró el temblor y dolores como de parto" (v. 7). La arrogancia se transforma en fragilidad y debilidad, la fuerza en caída y derrota.

El mismo concepto se expresa con otra imagen: el ejército en fuga se compara a una armada invencible sobre la que se abate un tifón causado por un terrible viento del desierto (cf. v. 8). Así pues, queda una certeza inquebrantable para quien está a la sombra de la protección divina: la última palabra no la tiene el mal, sino el bien; Dios triunfa sobre las fuerzas hostiles, incluso cuando parecen formidables e invencibles.

El fiel, entonces, precisamente en el templo, celebra su acción de gracias al Dios liberador. Eleva un himno al amor misericordioso del Señor, expresado con el término hebraico hésed, típico de la teología de la alianza. Así nos encontramos ya en la segunda parte del Salmo (cf. vv. 10-14). Después del gran canto de alabanza a Dios fiel, justo y salvador (cf. vv. 10-12), se realiza una especie de procesión en torno al templo y a la ciudad santa (cf. vv. 13-14). Se cuentan las torres, signo de la segura protección de Dios, se observan las fortificaciones, expresión de la estabilidad que da a Sión su Fundador. Las murallas de Jerusalén hablan y sus piedras recuerdan los hechos que deben transmitirse "a la próxima generación" (v. 14) a través de la narración que harán los padres a los hijos (cf. Sal 77, 3-7). Sión es el espacio de una cadena ininterrumpida de acciones salvíficas del Señor, que se anuncian en la catequesis y se celebran en la liturgia, para que perdure en los creyentes la esperanza en la intervención liberadora de Dios.

En la antífona conclusiva, es muy bella una de las más elevadas definiciones del Señor como pastor de su pueblo: "Él nos guiará por siempre jamás" (v. 15). El Dios de Sión es el Dios del Éxodo, de la libertad, de la cercanía al pueblo esclavo en Egipto y peregrino en el desierto. Ahora que Israel se ha establecido en la tierra prometida, sabe que el Señor no lo abandona: Jerusalén es el signo de su cercanía, y el templo es el lugar de su presencia.

Releyendo estas expresiones, el cristiano se eleva a la contemplación de Cristo, el templo nuevo y vivo de Dios (cf. Jn 2, 21) y se dirige a la Jerusalén celestial, que ya no necesita un templo y una luz exterior, porque "el Señor, el Dios todopoderoso, y el Cordero, es su santuario. (...) La ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero" (Ap 21, 22-23). A esta relectura "espiritual" nos invita san Agustín, convencido de que en los libros de la Biblia "no hay nada que se refiera sólo a la ciudad terrena, si todo lo que de ella se dice, o lo que ella realiza, simboliza algo que por alegoría se puede referir también a la Jerusalén celestial" (La Ciudad de Dios, XVII, 3, 2). De esa idea se hace eco san Paulino de Nola, que, precisamente comentando las palabras de nuestro salmo, exhorta a orar para que "podamos llegar a ser piedras vivas en las murallas de la Jerusalén celestial y libre" (Carta 28, 2 a Severo). Y contemplando la solidez y firmeza de esta ciudad, el mismo Padre de la Iglesia prosigue: "En efecto, el que habita esta ciudad se revela como Uno en tres personas. (...) Cristo ha sido constituido no sólo cimiento de esa ciudad, sino también torre y puerta. (...) Así pues, si sobre él se apoya la casa de nuestra alma y sobre él se eleva una construcción digna de tan gran cimiento, entonces la puerta de entrada a su ciudad será para nosotros precisamente Aquel que nos guiará a lo largo de los siglos y nos colocará en sus verdes praderas" (ib.).

Sión es Jerusalén, la de la tierra y la del cielo, la patria del Pueblo de Dios, la Iglesia, la Tierra Prometida, la Ciudad de Dios. Me regocijo al oír su nombre, disfruto al pronunciarlo, al cantarlo, al llenarlo con los sueños de esta patria querida, con los paisajes de mi imaginación y los colores de mi anhelo. Proyección de todo lo que es bueno y bello sobre el perfil en el horizonte de la última ciudad en los collados eternos.

«Grande es el Señor, y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios. Su Monte Santo, una altura hermosa, alegría de toda la tierra: el monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey. Entre sus palacios, Dios descuella como un alcázar».

Una ciudad tiene baluartes y monumentos y jardines y avenidas, y la ciudad de mis sueños tiene todo eso en perfección de dibujo y en arte de arquitectura. Símbolo de orden y de planificación, de convivencia humana en unidad y de utilización de lo mejor que puede ofrecer la naturaleza para el bienestar de los hijos de los hombres. La ciudad encaja en el paisaje, se hace parte de él, es el horizonte hecho estructura, los árboles y las nubes mezclándose en fácil armonía con las terrazas y las torres de la mano del hombre. Ciudad perfecta en un mundo real.

Me deleito en mi sueño de la ciudad celeste, y luego abro los ojos y me enfrento al día, dispuesto a recorrer en trajín necesario las calles de la ciudad terrena en que vivo. Veo callejuelas serpeantes y rincones sucios, paso al lado de oscuros edificios y tristes chabolas, me mezclo con el tráfico y la multitud, huelo la presencia pagana de la humanidad sin redimir, oigo súplicas de mendigos y sollozos de niños, sufro en medio de esta burla trágica y viviente de la Ciudad, la «polis», la «urbs», que ha transformado el sueño en pesadilla y el modelo de diseño en proyecto para la miseria humana. Lloro en las calles y en las plazas de la atormentada metrópolis de mis días.

Y luego vuelvo a abrir los ojos, los ojos de la fe, los ojos del saber y entender con una sabiduría más alta y un entender más profundo... y veo mi ciudad, y en ella, como signo y figura, discierno ahora la Ciudad de mis sueños. Sólo hay una ciudad, y su apariencia depende de los ojos que la contemplan. También esta ciudad mía, con sus callejones angostos y su atormentado pavimento, fue creada por Dios, es decir, fue creada por el hombre que había sido creado por Dios, que viene a ser lo mismo. Dios vive en ella, en el silencio de sus templos y en el ruido de sus plazas. También esta ciudad es sagrada, también a ella la santifican el humo de los sacrificios y el bullicio de las fiestas. También es ésta la Ciudad de Dios, porque es la ciudad del hombre, y el hombre es hijo de Dios.

Ahora vuelvo a alegrarme al pasar por sus calles, mezclarme con la turba y quedarme atascado en los embotellamientos de tráfico. Esté donde esté, canto himnos de gloria y alabanza a pleno pulmón. Sí, ésta es la Ciudad y el Templo y la Tienda de la Presencia y la morada del Gran Rey. Mi ciudad terrena brilla con el resplandor del hombre que la habita, y así como el hombre es imagen de Dios, así su ciudad es imagen de la Ciudad celestial. Este descubrimiento alegra mi vida y me reconcilia con mi existencia urbana durante mi permanencia en la tierra. ¡Bendita sea tu Ciudad y mi ciudad, Señor!

«Dad la vuelta en torno a Sión, contando sus torreones; fijaos en sus baluartes, observad sus palacios, para poder decirle a la próxima generación: `Este es el Señor nuestro Dios'. El nos guiará por siempre jamás».

Comentario del Santo Evangelio: Mc 6, 7-13. para nuestros Mayores. Lo que hace es enviarlos de dos en dos, como los había llamado al principio.
v. 7 Convocó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles auto­ridad sobre los espíritus inmundos.

Jesús convoca a los Doce como había hecho antes con los que iban a constituir el grupo (3,13), pero no les encarga proclamar (cf. 3,14) lo que no han asimilado todavía. Toda labor de proclamación hecha por estos individuos falsearía el mensaje.

Lo que hace es enviarlos de dos en dos, como los había llamado al principio (1,16-21a). Como en aquel pasaje, ir de dos en dos implica la afirmación de la igualdad y excluye la subordinación de uno a otro; es, además, testimonio de ayuda y solidaridad mutuas.

Tampoco les confiere «autoridad para expulsar los demonios» (3,15), sino solamente autoridad sobre los espíritus inmundos, para dominarlos, sin atribuirlos a otros individuos ni mencionar expulsión alguna. Parece referirse a los mismos enviados; son ellos los que tienen que tener a raya su fanatismo judaizante, que sería un obstáculo insuperable para el trato con la gente. Jesús les hace posible acercarse a todo hombre sin pre­tensiones de superioridad.

vv. 8-9 Les ordenó que no cogiesen nada para el camino, excepto sólo un bastón: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja; «calzaos sandalias, pero no os pon­gáis dos túnicas».

Les da a continuación minuciosas instrucciones sobre el modo como deben comportarse: no deben llevar provisiones (pan), tampoco una aljorja, propia de los mendigos, para guardar lo que pudieran recibir por el camino; tampoco dinero, que les daría la seguridad de no quedarse desprovistos en caso de no recibir nada. Por una parte, el despego del dinero permite la libertad; por otra, la confianza en los hombres es la tra­ducción en la conducta del mensaje de la fraternidad.

Jesús los envía, pues, para que, con su modo de proceder, den un tes­timonio de igualdad entre los hombres (de dos en dos); al mismo tiempo, la carencia de provisiones y dinero debe mostrar a todos que esperan solidaridad humana y que confían en la gente; pero que no van a apro­vecharse de la solidaridad ajena, pues no van a pedir limosna ni a acep­tar nada para guardarlo (ni alforja); no van a presentarse como mendigos, sino con plena dignidad. Pero, al ser dependientes de la buena voluntad de los demás, se elimina toda posible pretensión de superioridad.

El bastón y las sandalias eran imprescindibles para los viajes largos; eso sí deben llevarlo. Por el contrario, llevar puestas dos túnicas era señal de riqueza, por eso no deben hacerlo. El vestido refleja la clase social a la que se pertenece; ellos deben estar al nivel de la gente modes­ta o pobre.

Igualdad, solidaridad humana, confianza mutua, dignidad, carencia total de ambición, sencillez en el vestir: tal es el mensaje que han de transmitir con su modo de proceder.

Puede verse ya el propósito de Jesús con este envío de los Doce; al no poder convencerlos con su ejemplo y palabra, quiere ponerlos en contac­to con hombres de otros pueblos, para que sea la experiencia lo que les haga cambiar de mentalidad. Es una especie de terapia de choque. No los envía a predicar, sino a aprender por el contacto humano. No señala duración ni traza itinerario para el viaje, pero, desde luego, no lo limita al pueblo judío. Deberán convencerse de que la frontera entre la bondad y la maldad humana no coincide con la frontera étnica de Israel.

v. 10 Además les dijo: «Dondequiera que os alojéis en una casa, quedaos en ella hasta que os vayáis de allí».

Añade después Jesús otras instrucciones sobre el contacto con la gente que van a encontrar y cuál ha de ser su reacción según la acogida que reciban. No menciona el ir a las sinagogas, institución judía, lo que sería contrario a la finalidad del envío. Menciona solamente «el lugar» y «la casa/familia», que pueden encontrarse en cualquier país. Han de aceptar la hospitalidad que se les ofrece, sin cambiar de casa, para no desairar la buena voluntad de la gente ni afrentar la hospitalidad ofreci­da. No tienen que informarse sobre quién los acoge; deben aceptar lo que les ofrecen sin mostrarse reacios a los usos del lugar.

Para los Doce, el nuevo Israel, esta instrucción implica un cambio radical de mentalidad: entrar en casa de paganos, despreciados por los judíos, y depender de ellos para la supervivencia. Jesús pretende que olviden su identidad judía para colocarse en el plano de la humanidad.

v. 11 «Y si un lugar no os acoge, ni os escuchan, marchaos de allí y sacudíos el polvo de los pies, como prueba contra ellos».

Puede darse el caso de que un grupo humano (un lugar) se niege a aceptar la presencia de los enviados. El rechazo delata una postura xenó­foba: lo que viene de fuera no tiene nada que aportarnos. Se expresa de dos maneras: la falta de solidaridad (no os acoge) y la cerrazón completa al diálogo o a la comunicación humana (ni os escuchan). Han erigido una barrera que impide el acercamiento entre los hombres. Es lo mismo que hacían los judíos con los que no pertenecían a su nación.

Si eso sucede, deben abandonar el lugar, pero, al marcharse, tienen que hacer un gesto de acusación, el que hacían los judíos al salir de tierra pagana; ahora significa que los verdaderos paganos, los que no conocen al verdadero Dios, son los que se oponen a la igualdad y solidaridad humanas: ser pagano no se define por las creencias, sino por el modo de actuar; lo es quien no refleja en su conducta el amor universal de Dios.

v. 12 Ellos se fueron y se pusieron a predicar que se enmendaran.

Recibidas las instrucciones, los Doce se ponen en marcha. No se pre­cisa adónde van ni cuánto dura el viaje. Pero la actividad que desarro­llan no coincide en absoluto con la encargada por Jesús. En primer lugar, se dedican a «proclamar», exhortando a la enmienda, de lo que Jesús no ha hecho mención; es decir, hacen suyo el mensaje del Bautista al pueblo judío (1,4), exhortando a un cambio individual, sin proponer un ideal alternativo de sociedad; para Jesús, la enmienda era solamente condición para construir la sociedad nueva o reino de Dios (1,15).

v. 13 ... expulsaban muchos demonios y, además, ungían con aceite a muchos postrados y los curaban.

La expulsión de demonios y las curaciones están en paralelo con las efectuadas por Jesús en Cafarnaún antes de que expusiera el programa universalista y rompiera con la institución judía (2,1-3,7a). Los Doce, por una parte, liberan de la adhesión fanática al sistema judío (expulsión de demonios); por otra, suscitan en el pueblo abatido la esperanza de un mesías davídico restaurador de la gloria de la nación (el ungir con aceite recuerda la unción de los reyes de Israel); así remedian momentánea­mente (curaban) el estado de postración de muchos. Todo indica que se dirigen solamente a judíos y que siguen en su mentalidad reformista; no proponen la alternativa de Jesús, sino la renovación de Israel. Tienen gran éxito: con esta propuesta no experimentan rechazo alguno.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 6, 7-13, de Joven para Joven. El mensaje evangélico, que no es reserva de iniciados o privilegiados
Primera misión de los Doce. En la proclamación evangélica de este domingo se relata el primer envío misionero de los doce apóstoles. Jesús los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. El envío en parejas da sentido comunitario a la misión y apoya el testimonio de cada apóstol y testigo en el del otro. Por el momento la evangelización esencial que realizan los apóstoles se centra en anunciar la conversión y la inminencia del reino de Dios, así como en los signos de las sanaciones que avalan su predicación. “Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”.

Tanto en la misión apostólica de los Doce como en la vocación profética de Amós se da una coincidencia: en ambos casos hay un envío para evangelizar al pueblo. La religión del pueblo o religiosidad popular centrará hoy nuestro comentario. Hay que ser sensibles a la religiosidad popular, percibiendo sus dimensiones interiores y sus valores innegables y ayudándola a superar sus riesgos de desviación. Pues bien orientada, puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo.

Si no todo en la religiosidad popular es grano limpio y oro de quilates, tampoco es todo hojarasca y bisutería barata. Se impone un discernimiento cristiano y una purificación selectiva que, mediante una evangelización y catequesis adecuadas, aproveche, promocione y potencie sus valores auténticos.

La religión del pueblo o piedad popular es un hecho complejo que está constituido por la vivencia y expresión populares de la fe y de las creencias. Sus expresiones concretas son muy variadas según épocas, lugares y contexto sociocultural. Entre sus múltiples elementos unos nacen de una auténtica vivencia religiosa y son, por lo mismo, expresión válida de la fe; por eso a veces se integran en el culto oficial. Otros no pasan de ser un vago sentimiento de religiosidad puramente natural con deformaciones manifiestas o latentes, tales, como residuos de paganismo, magia o superstición, afloración del inconsciente colectivo y sus arquetipos, gratificación cultural y popular del eros y del zánatos, es decir de la pulsión instintiva del amor y la vida o de la agresividad y la muerte.

El mensaje evangélico, que no es reserva de iniciados o privilegiados, tiene una magnífica oportunidad de llegar al corazón de las masas, mediante el amplio alcance social y la capacidad de congregar multitudes que tiene esta religiosidad popular. Pero, como toda la Iglesia, la religión del pueblo debe ser evangelizada siempre de nuevo. Sólo así conseguirá una madurez adecuada para superar el reto de la secularización creciente, originada por una nueva cultura desacralizada.

Es evidente que, bien orientada por la evangelización y la catequesis, esta religiosidad aporta dinamismo creador a la vivencia cristiana y a la encarnación del dogma y la liturgia en el pueblo llano, debido a su gran riqueza simbólica y expresiva.
Los valores cristianos de una religiosidad popular auténtica, que se han de cultivar y aquilatar, son éstos:

.-Es parte del patrimonio del pueblo fiel. En sus expresiones auténticas de fe religiosa, la piedad popular es parte importante de un valioso patrimonio del pueblo cristiano, que es quien constituye la amplia base de la comunidad eclesial. Esta religión del pueblo es vivida preferentemente por los pobres y sencillos, pero abarca todos los sectores sociales. Como dijo el papa Juan Pablo II en la apertura de la asamblea episcopal de Puebla, México, el 28 de enero de 1979:

“La religiosidad del pueblo es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia... Esa sabiduría es un humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo, y proporciona las razones para la alegría y el humor aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses”.

.-Es dogma y liturgia vivos. El pueblo fiel no se satisface con vivir cerebralmente la fe a nivel del conceptualismo hierático y la ortodoxia abstracta de los dogmas teológicos, tales como: Dios Padre, la encarnación, pasión y muerte de Jesucristo, la figura de María la Madre del Señor, la salvación de Dios, la eucaristía y los sacramentos, la comunión de los santos, la vida eterna, el más allá y los difuntos, etc. Por eso humaniza estas creencias y las reviste de imaginación intuitiva, sentimiento y fiesta, espectáculo y celebración comunitaria. Esto favorece la mutua fecundación entre dogma y vida, liturgia y piedad, ortodoxia e interiorización de la fe por el pueblo.

.-Otros valores evangélicos. “Cuando está bien orientada, la religiosidad popular contiene muchos valores: Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás y devoción”. En una palabra, esta piedad popular auténtica es la fe y el saber de los sencillos, a quienes Dios revela los secretos de su reino (Mt 11,25).

Elevación Espiritual para este  día.
Existencia significa que yo soy sólo yo y no otro. Habito en mí, y en esta habitación estoy yo solo, y si alguien debe entrar, es necesario que yo le abra. En horas de intensa vida espiritual siento que yo soy señor de mí mismo. En esto hay algo grande: mi dignidad y mi libertad; al mismo tiempo, sin embargo, hay también peso y soledad. También en el cristiano hay todo esto, aunque se ha transformado; en su dignidad y responsabilidad hay todavía algo de otro, de Otro: Cristo. Cuando pediste la fe al recibir el bautismo, se llevó a cabo en ti algo fundamental. Al nacer, recibiste tu vida natural de la vida de tu madre. Aquí se esconde un nuevo misterio, un prodigio de la gracia: fuiste engendrado a la vida de los hijos de Dios. Con perfecta sencillez y vigor dice la carta a los Gálatas: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (2,20). La forma que hace cristiano al cristiano, esa que está destinada a penetrar en todas sus expresiones, a ser reconocida en todo, es Cristo en él.

En cada cristiano revive Cristo, por así decirlo, su vida; primero es niño, después va llegando gradualmente a la madurez, hasta que alcanza plenamente la mayoría de edad como cristiano. Crece en este sentido: crece su fe, se robustece su caridad, el cristiano se vuelve cada vez más consciente de su ser cristiano y vive su vida cristiana con una profundidad siempre creciente. Mi yo está encerrado en Cristo, y debo aprender a amarlo como a aquel en el que tengo mi propia consistencia. Es preciso que yo me busque en él a mí mismo, si quiero encontrar lo que me es propio. Si el cristiano renuncia a las solicitudes que le vienen de la fe, se envilece. Aquí hemos de buscar las tareas más importantes de la actividad espiritual cristiana: referir de nuevo la vida cristiana, tal cual es, a la conciencia, al sentimiento, a la voluntad.

Reflexión Espiritual para el día.
Ésta fue la tarea de Jesús como sumo sacerdote de la nueva alianza, mediador entre el Padre y la humanidad pecadora: en primer lugar, abrió el acceso al santo de los santos y lo recorrió él mismo. Allí es donde Jesús ora ahora, en este «ahora» sin límites de la eternidad que nuestro tiempo creado no puede fijar ni hacernos alcanzar, a no ser a través de la oración. Jesús es así, para siempre, el hombre de la oración, nuestro sumo sacerdote que intercede. Tal es y tal permanece así «ayer, hoy y siempre» (Heb 1 3,8). Allí arriba, en Jesús resucitado, se encuentra también la fuente perenne de nuestra oración de aquí abajo. Gracias a la oración estamos cerca de él, rotos y sobrepasados los límites del tiempo, y respiramos en la eternidad, manteniéndonos en presencia del Padre, unidos a Jesús.

Para llegar allí es necesario recorrer aquí abajo el mismo camino que el Salvador, no hay ningún otro: el de la cruz y el de la muerte. La misma carta a los Hebreos observa que Jesús padeció la muerte fuera de las puertas de la ciudad. En consecuencia, los cristianos también deben salir «a su encuentro fuera del campamento y carguemos también nosotros con su oprobio (Heb 13,13), es decir, la vergüenza de la cruz. Todo bautizado lleva en él el deseo de este éxodo hada Cristo. “No tenemos aquí ciudad permanente, sino que aspiramos a la ciudad futura (Heb 13,14), allí donde está presente Jesús ahora. También nosotros estamos ya allí, en la medida en que, mediante la oración, habitamos junto a él”. «Así pues, ofrezcamos a Dios sin cesar por medio de él un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que bendicen su nombre» (Heb 1 3,1 5). En efecto, el cristiano, que camina tras las huellas de Jesús, ofrece como él un sacrificio de oración. Confiesa e invoca constantemente su nombre. Y después, en el amor, comparte todo con sus hermanos.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones en  la Sagrada Biblia. La existencia cristiana.
El cristiano debe tener conciencia clara de su estado. El estado cristiano lo clarifica el autor de la Carta a los Hebreos mediante la contraposición entre la revelación antigua —la que tuvo lugar en el Sinaí— y la nueva y definitiva, que nos ha llegado por mediación de Cristo. Se sirve de representaciones « espaciales», simbolizando lo antiguo en el Sinaí y lo nuevo en Sión.

El antiguo pueblo de Dios se encontraba en un monte terreno» tangible con las manos (Ex 19, 13)» aunque estuviese prohibido tocarlo. En aquel momento hacían su aparición las manifestaciones terribles y estremecedoras de la naturaleza: el fuego, el torbellino, la oscuridad, la tormenta. En el centro de este escenario terrorífico, la voz de la trompeta, la voz de Dios. Todo ello quiere decir que aquella antigua experiencia de Dios estuvo dominada por el terror. ¿Cómo podía el hombre encontrarse a gusto ante esta experiencia abrumadora de Dios? La respuesta judía a esta dificultad había sido la siguiente: Dios había dado la Ley el Sinaí; obedécela y no temerás el juicio de Dios. Pero difícilmente podía eliminar el terror.

En lugar de la respuesta judía, nada tranquilizadora, el autor de nuestra carta presenta como ideal la respuesta cristiana: en lugar del monte Sinaí, nosotros estamos en el monte Sión, la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celeste, unidos a las miríadas de los ángeles, a la asamblea de los primogénitos, a Dios, a los espíritus de los justos perfectos.

El monte en el que los cristianos se hallan instalados no es un monte inhóspito sino el monte Sión, es decir, el lugar de la presencia «graciosa» de Dios, el lugar de la salud (Is 2); no es un monte terrorífico, sino perfectamente habitable, la ciudad de Jerusalén, construida por el Dios vivo (ver 11, 10: una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios mismo). Tanto el monte como la ciudad son símbolos de la salud que nos viene de arriba, de Dios (ver Gál 4, 26). Entre los habitantes de esta ciudad e cuentan las miríadas de los ángeles, adoradores de Dios desde el principio.

Entre los habitantes del cielo figuran todos aquéllos que, aun viviendo en la tierra, se hallan inscritos en el libro de los justos (Lc 10, 20; Fil 4, 3; Ap 3, 5; 20, 12), todos los miembros de la comunidad cristiana que, gracias al Hijo, han alcanzado la categoría de hijos primogénitos de Dios. Sobre todo, allí está Dios, con su poder judicial para atender el derecho de todos aquéllos que habían sido oprimidos y «atropellados». También se hallan presentes “los espíritus de los justos perfectos”; se refiere a todos aquellos justos del Antiguo Testamento, los personajes ejemplares por su fe, que han sido mencionados en el cap. 11, y también los cristianos que habían terminado ya el camino de su peregrinación y habían llegado a la ciudad del Dios vivo.

Pero ¿tiene el cristiano acceso a una ciudad tan gloriosa, poblada de habitantes tan distinguidos? ¿No resulta esta ciudad tan inasequible como el monte antiguo, el Sinaí? Al final de esta sección se nos da la razón por la cual el cristiano puede llegar, efectivamente, hasta este lugar tan maravilloso. La razón es que tenemos a Jesús, mediador de la nueva alianza. Él es el medio a través del cual podemos llegar a Dios, a la verdadera comunión con él, a la ciudad del Dios vivo: El Sinaí, en el que se dio la Ley ha sido superado y reemplazado. Jesús fue muerto y su sangre habla mejor que la sangre de Abel. ¿Por qué? Sencillamente porque no pide venganza sino perdón y misericordia. El texto menciona expresamente la «aspersión de la sangre». Tenemos presente, una vez más, la imagen del ritual judío de la expiación. La aspersión de la sangre se hacía para purificar a otros y admitirlos, puros a la presencia de Dios. Esta es la finalidad de la sangre de Cristo; por eso, habla mejor que la de Abel. +

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