Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

28 de septiembre de 2010

Lecturas del día 28-09-2010


28 de Septiembre 2010, MARTES DE LA XXVI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. Feria, o SAN WENCESLAO, mártir, Memoria libre. o SAN LORENZO RUIZ Y COMPAÑEROS, mátires, Memoria libre. SS. Simón de Rojas pb. Beato Francisco Castelló mr.

LITURGIA DE LA PALABRA

Job 3, 1-3. 11-17. 20-23 . ¿Por qué dio luz a un desgraciado?
Salmo responsorial: 87. Llegue hasta ti mi súplica, Señor.
Lucas 9, 51-56. Tomó la decisión de ir a Jerusalén


PRIMERA LECTURA.
Job 3, 1-3. 11-17. 20-23 
¿Por qué dio luz a un desgraciado?
Job abrió la boca y maldijo su día diciendo:



"¡Muera el día en que nací, la noche que dijo: "Se ha concebido un varón"!


¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar?


Ahora dormiría tranquilo, descansaría en paz, lo mismo que los reyes de la tierra que se alzan mausoleos, o como los nobles que amontonan oro y plata en sus palacios.


Ahora sería un aborto enterrado, una criatura que no llegó a ver la luz.


Allí acaba el tumulto de los malvados, allí reposan los que están rendidos.


¿Por qué dio luz a un desgraciado y vida al que la pasa en amargura, al que ansía la muerte que no llega y escarba buscándola más que un tesoro, al que se alegraría ante la tumba y gozaría al recibir sepultura, al hombre que no encuentra camino porque Dios le cerró la salida?"


Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 87
R/. Llegue hasta ti mi súplica, Señor. 

Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia; /llegue hasta ti mi súplica,  inclina tu oído a mi clamor. R.


Porque mi alma está colmada de desdichas, y mi vida está al borde del abismo;  ya me cuentan con los que bajan a la fosa,  soy como un inválido. R.


Tengo mi cama entre los muertos, como los caídos que yacen en el sepulcro, de los cuales ya no guardas memoria, porque fueron arrancados de tu mano. R.


Me has colocado en lo hondo de la fosa, en las tinieblas del fondo; tu cólera pesa sobre mí, me echas encima todas tus olas. R.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 9, 51-56
Tomó la decisión de ir a Jerusalén 

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: "Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y acabe con ellos?" El se volvió y les regañó, y dijo: "No sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos". Y se marcharon a otra aldea.


Palabra del Señor.



Comentario de La Primera Lectura: Job 3,1-3,11-17.20-23. ¿Por qué dio luz a un desgraciado?
Tras los siete días con sus siete noches durante los que los amigos de Job estuvieron sentados junto a él en silencio, éste «abrió la boca y maldijo el día de su nacimiento» (v. 1). La lectura litúrgica de hoy desarrolla precisamente este contenido: «Maldijo el día de su nacimiento». Job maldice el día en que nació y se pregunta por qué no murió ese mismo día y por qué no le fue arrebatada la vida en aquel momento. El continuo sufrimiento le lleva a la desesperación. No hay que extrañarse de que intente expulsar lejos de sí la memoria de su nacimiento: «que se apodere de él la oscuridad; que no se compute entre los días del año» (v. 6). Job desea que el día permanezca siempre noche, porque cada alba trae consigo el peso de nuevos sufrimientos.



En el capítulo precedente no se ve que Job maldiga a Dios o invoque la muerte. Veíamos más bien que Job resistía, dócilmente, a la violencia de la prueba. Este desahogo que le suponen las imprecaciones y los lamentos, en efecto, no los encontramos con frecuencia en la Escritura. Al contrario, en ella se alaba la vida y se habla con profusión del amor desinteresado. Sin embargo, encontramos en Jeremías una página célebre que recuerda a nuestro texto: « ¡Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito!» (Jr. 20,14).


Hay un cambio respecto a la meditación precedente. Aparece un nuevo modo de afrontar el problema del sufrimiento. Este ya no es considerado simplemente como una prueba que evalúa la gratuidad de la fe, sino como una experiencia que nos lleva a penetrar en la intimidad del abandono, la angustia y la noche del Hijo de Dios crucificado. El hecho de que estas expresiones las encontremos ahora en la Escritura, como palabra revelada, resulta consolador. Significa que Dios no rechaza a quien, en medio de la prueba y de la experiencia de la oscuridad y de la desolación, habla sin saber lo que dice. Significa, por tanto, que la lamentación tiene un sentido, que no es inútil. Efectivamente, la Escritura acoge estas experiencias como oraciones. Las llama «oraciones de lamentación». Job, en la plenitud de su lamentación, no se aleja de Dios. No se esconde de su rostro. No busca otro Dios que no le oprima ni le aplaste. Al contrario, se confía profundamente al Dios que le ha decepcionado. Y siempre es así: la lamentación sacude el corazón y lo libera.


Comentario al Salmo 87. Llegue hasta ti mi súplica, Señor. 
SOLEDAD, ENFERMEDAD Y MUERTE.
«Has alejado de mía mis conocidos, me has hecho repugnante para ellos». «Alejaste de mí amigos y compañeros: mi compañía son las tinieblas».



El peso de la soledad me abruma. Me encuentro solo en el mundo. No me siento cercano a nadie, no hay nadie a quien de veras pueda considerar de los míos. Veo multitudes y me muevo entre la gente, pero todos me son extraños en un mundo hostil. No veo caras, no escucho saludos. La humanidad tiene prisa, y los hombres se evitan unos a otros en la actividad frenética de un trajín sin sentido. Estoy rodeado de gente, pero no siento cordialidad. Hablo con los demás, pero no hago contacto. Dicen que en el futuro los robots sustituirán a los hombres. ¿Es que no lo han hecho ya?


«Me has colocado en lo hondo de la fosa, en las tinieblas del fondo. Tu cólera pesa sobre mí, me echas encima todas tus olas».


Me siento abandonado, rechazado, traicionado. Todas mis esperanzas se han desvanecido como el humo. Mis sueños se han estrellado en la desesperación. Repito oraciones que antes me decían mucho, pero hoy me suenan a vacío. Pronuncio el santo nombre de Dios, pero muere en mis labios. Nada resulta, nada tiene sentido. Sólo queda la oscuridad y el vacío. Dejadez y apatía. Enfermedad y muerte.


«Mi alma está colmada de desdichas, y mi vida está al borde del abismo; ya me cuentan con los que bajan a la fosa, soy como un inválido, tengo mi cama entre los muertos, como los caídos que yacen en el sepulcro, de los cuales ya no guardas memoria, porque fueron arrancados de tu mano».


No tengo voluntad de vivir. Y no tengo valor para morir. La muerte me aterra con el negro interrogante de lo que me espera al otro lado de la tumba. Cuando mi fe lucía en toda su brillantez, disfrutaba yo de la vida y desafiaba a la muerte, porque vivir era caminar hacia ti, Señor, y morir era encontrarte en el abrazo final de una eternidad feliz. Pero ahora mi fe se ha oscurecido, y me encuentro odiando la vida y temiendo la muerte. ¿Qué me espera después de ese momento fatídico? Si no estoy seguro de mí mismo en esta vida, ¿cómo lo voy a estar para la siguiente? Si mi existencia se ha hecho una carga en este mundo, ¿qué será en el Reino de las Sombras?


« ¿Harás tú maravillas por los muertos? ¿Se alzarán las sombras para darte gracias? ¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia, o tu fidelidad en el reino de la muerte? ¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla, o tu injusticia en el país del olvido?».


¿A dónde me enviarás, Señor, cuando me despida yo de esta existencia que es la única que conozco, por miserable que sea? ¿Me enviarás al «País del Olvido»? ¿Es que mi existencia no es más que un tránsito de la nada a la nada? ¿Soy yo menos que los pájaros que hienden el azul del cielo con la alegría de sus alas, menos que las flores del campo que tienen al menos su día de gloria en el esplendor de sus colores? ¿No cuento para nada ante ti? Y tú, ¿te quedas tan tranquilo contemplando indiferente la agonía de .mi alma?


« ¿Por qué, Señor, me rechazas y me escondes tu rostro? Desde niño fui desgraciado y enfermo, me doblo bajo el peso de tus terrores; pasó sobre mí tu incendio, tus espantos me han consumido: me rodean como las aguas todo el día, me envuelven todos a una».


Esa es la historia de mis sufrimientos, Señor, y a nadie se la contaría más que a ti. Lo que sí te pido es que veas la fe que se esconde tras mis propias quejas, mi confianza en ti que se expresa en la misma libertad con que te hablo. No me hubiera atrevido a hablarte así si tú mismo no hubieras puesto las palabras de tu salmo en mi boca. Gracias por haberme dado esa libertad, Señor. Gracias por tu salmo, que es tuyo en la divina inspiración de tu palabra, y mío en la agonía de mi experiencia. Ahora te ruego que acortes la prueba y me devuelvas la vida.


«Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia; llegue hasta ti mi súplica, inclina tu oído a mi clamor».


Comentario del Santo Evangelio: Lucas 9,51-56. Tomó la decisión de ir a Jerusalén
El v. 51 está dotado de una fuerte densidad dramática. Este versículo constituye el centro en el que confluyen los dos grandes temas del evangelio de Lucas. Hasta aquí hemos visto el desarrollo de la misión de Jesús en Galilea, con todas sus palabras, su mensaje, sus parábolas, sus milagros y el testimonio de su amor (4, 14,50). Pero ahora el evangelio de Lucas nos muestra que el destino de Jesús se dirige hacia su consumación. En la enseñanza y en las palabras subintra la marcha hacia Jerusalén. Se trata de una nueva parte del evangelio (9,51—19,44). La última. En ella se juega la suerte del mismo Jesús.



Este camino conduce a su muerte en la cruz y, después, a su resurrección. Es la «hora» de Jesús a la que alude Juan (12,23; 16,32). La hora expresa la voluntad de entrega de la vida de Jesús. Ya desde el comienzo del evangelio se ve que Jesús está dispuesto a entregarse y todo tiende en él hacia el momento de la entrega. En esta hora acoge Jesús en sí mismo todo el sufrimiento y el dolor del hombre y entrega su propia vida para su salvación. El objetivo de la primera parte del evangelio de Lucas es «comprender» el Reino; en la segunda, se trata de «entrar» en el mismo. Mientras que, en la primera parte, se presenta el Reino de una manera oscura a través de parábolas, como misterio escondido que crece en la oscuridad, con un crecimiento contrastado y fatigoso, ahora se revela de un modo más claro como el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Hablando de este itinerario, dice Lucas que Jesús «tomó la decisión de ir a Jerusalén» (v. 51). La expresión significa, al pie de la letra, «endurecer el rostro». La expresión está tomada de uno de los cantos del Siervo de Yavé: «Endurecí mi rostro como el pedernal» (Is 50,7). Jesús no sólo tiene una visión clara de los dolores a los que deberá hacer frente, sino que se abandona por completo a la voluntad del Padre.


Las expresiones de Job, como hemos visto ya, no son pura retórica. Volvemos a encontrar en ellas sentimientos que son comunes y que experimentamos todos. El grito de Job es un poco el grito dramático que, en determinados momentos de dolor, emiten todos aquellos a quienes ahoga el sufrimiento. Muchos llegan incluso a experimentar la tentación del siniestro deseo de la muerte. Ahora bien, precisamente a través de esta prueba es cómo podemos encontrar a Dios (o también perderlo). Lo dice el mismo Job: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). Sólo ahora que Job se ha quedado desnudo frente a Dios es cuando es capaz de reconocerle y de amarle. Es verdad que Job se lamenta, grita y está abatido. Pero Job grita y se lamenta ante Dios. Resulta sugestivo que la Biblia no haya descartado estas expresiones; al contrario, las ha hecho suyas como oraciones de lamentación, asumiéndolas como un elemento de súplica y de petición acongojada a Dios.


¿Qué nos enseña el capítulo 3 del libro de Job? En primer lugar, a saber distinguir como es debido entre lamentación y queja. Estamos demasiado inclinados a lamentarnos de todo y con frecuencia. Nos lamentamos sobre todo de los otros. Ya no somos capaces de lamentarnos con Dios, de llorar ante Dios. Hemos perdido la capacidad de dirigimos a Dios. Escribe el cardenal Martini que «abrir la vena de la lamentación es la manera más eficaz de cerrar los filones de las quejas que entristecen el mundo, la sociedad, las realidades eclesiásticas, que carecen de salida porque, al ser vividas en un ámbito puramente humano, no llegan al fondo del problema». En segundo lugar, nos enseña a mirar de frente nuestras pruebas, de modo que amortiguamos su aguijón. Cuando pensamos que no lo lograremos, precisamente entonces llega el momento en el que podemos expresar nuestro amor gratuito. Jesús nos mostró la gratuidad de su amor precisamente en la cruz, en el colmo del dolor y de su grito, que, por una parte, expresa la extrema desolación y, por otra, la confianza total en el Padre (cf. Mc 15,34).


Comentario del Santo Evangelio: Lc 9 51-62; 09/57-62, para nuestros Mayores. Y sucedió que, al cumplirse el tiempo de su elevación, tomó la decisión irrevocable de ir hacia Jerusalén.
Dios asignó a Jesús una medida determinada de días en la tierra. Esta medida se va cumpliendo con el flujo del tiempo. La vida de Jesús termina con su elevación (*). La palabra significa ascensión y muerte; precisamente esta ambigüedad es apropiada para expresar lo que aguarda a Jesús en Jerusalén: la pasión y la glorificación, sufrimientos y muerte, resurrección y ascensión. Jerusalén prepara a Jesús la muerte, pero, por designio de Dios, también la gloria.



Jesús tomó la decisión irrevocable de ir hacia Jerusalén. Nada puede apartarle de este camino de la muerte. «El Señor, Yavé, me ha socorrido, y por eso no cedí ante la ignominia e hice mi rostro como de pedernal, sabiendo que no sería confundido» (Is 50,7). Jesús va hacia Jerusalén fortalecido con la fuerza de Dios, como fue fortalecido el profeta cuando le encargó Dios anunciar sus amenazas contra Jerusalén: «Tú, hijo de hombre, no los temas ni tengas miedo a sus palabras, aunque te sean cardos y zarzas y habites en medio de escorpiones. No temas sus palabras, no tengas miedo de su cara, porque son gente rebelde» (Ez 2,6). Jesús sabe también la glorificación que allí le aguarda. Sigue su camino con confianza.
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* El término del original griego significa «elevación al cielo», conforme al verbo transitivo «elevar» (Act 1,2.11.22; Mc 16,19; 1Tim 3,16; Eclo 48,9; 49,14) y también la muerte (Salmos de Salomón 4,18); el término es equívoco a la manera de «glorificación» en Jn (cf., por ejemplo, 13,31).
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Y envió por delante unos mensajeros. Fueron éstos y entraron en una aldea de samaritanos, con el fin de prepararle alojamiento. 53 Pero no lo quisieron recibir, porque su aspecto era como de ir hacia Jerusalén.


Jesús va hacia Jerusalén como profeta y Mesías por medio del cual Dios visita misericordiosamente a su pueblo. Por eso se dice en estilo solemne: Envió por delante unos mensajeros, detrás de los cuales va él. Su expedición es camino hacia la gloria, el camino real de la cruz.


El camino más corto de Galilea a Jerusalén pasa por Samaría. Jesús escoge este camino y pone la mira en Jerusalén.


Los mensajeros tienen que prepararle alojamiento. Jesús va acompañado de un grupo bastante grande: con él iban los doce, muchas mujeres, cierto número de discípulos, entre los cuales elige los setenta.


Entre los samaritanos y los judíos existían tensiones religiosas y nacionales. Los samaritanos son descendientes de tribus asiáticas, que se asentaron allí cuando el reino del norte, Israel, fue conquistado por los asirios (722 a.C.), y de la población autóctona que se había quedado en el país. Habían adoptado la religión israelita de Yavé, pero edificaron un templo propio sobre el monte Garizim y se distinguen de los judíos también en otras muchas cosas (cf. 2Re 17,24-41). Los judíos despreciaban a los samaritanos como pueblo semipagano y evitaban el trato con ellos (Jn 4,9). Entre ambos pueblos hubo repetidas veces fricciones. Cuando oyeron los samaritanos que Jesús se dirigía hacia Jerusalén, despertó la oposición y rehusaron el alojamiento a Jesús.


Al comienzo de su camino en este mundo, al comienzo de la actividad galilea en Nazaret, al comienzo del camino hacia Jerusalén «no había lugar para él en la posada». Los caminos de Jerusalén en este mundo terminarán cuando tenga que salir de la ciudad de Jerusalén para ser crucificado, pero esta salida será a la vez el comienzo de su gloria.


Cuando vieron esto los discípulos Santiago y Juan, le dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que los consuma? 55 Pero Jesús, volviéndose hacia ellos, los reprendió. 56 Y se fueron a otra aldea.


A Santiago y Juan exaspera la negativa dada a Jesús. Se acuerdan de que Elías pidió que bajara fuego del cielo sobre los que lo despreciaban y el fuego cayó del cielo y los consumió (2Re 1,10-14). Jesús es más que Elías (9,19.30). ¿No se debía castigar este desprecio de Jesús por la aldea samaritana? Están convencidos de que su maldición será escuchada inmediatamente por Dios, puesto que Jesús les ha conferido poder (9,5).


¿Puede Dios tolerar que el Mesías, el Santo de Dios, se vea expuesto al repudio y a la arbitrariedad de los hombres? Los discípulos muestran cuánto trabajo les cuesta entender al Mesías sufriente. De todos modos, preguntan a Jesús si han de formular la maldición. La oposición humana contra los sufrimientos del Mesías es vencida por la palabra de Jesús. Sólo ésta puede esclarecer y hacer soportable el misterio del repudio del Santo de Dios por los hombres.


Jesús reprende a los discípulos. El reproche se explica en algunos manuscritos con estas palabras añadidas: ¿No sabéis de qué espíritu sois? Los discípulos debían tener los sentimientos de Jesús. Él ha sido ungido para traer a los pobres la buena nueva, a los ciegos la vista... (4,18). El Hijo del hombre no ha venido para perder, sino para salvar (19,10). Los apóstoles son enviados para que salven, no para que destruyan; para que perdonen, no para que castiguen, para que rueguen por los enemigos en el espíritu de Jesús, no para que los maldigan (23,34).


Se fueron a otra aldea. No se dice si era una aldea samaritana o galilea. Lo decisivo no es el camino, sino la meta, no el repudio por parte de los hombres, sino la acogida por Dios, no el alojamiento en este mundo, sino la patria en Dios.


Mientras ellos iban siguiendo adelante, uno le dijo por el camino: Te seguiré a dondequiera que vayas. 58 Y Jesús le contestó: Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.


Este desconocido elige por su cuenta su maestro, al igual que los discípulos de los rabinos. Su decisión de hacerse discípulo de Jesús en el momento en que éste se ve repudiado en su camino hacia Jerusalén, es incondicional y magnánima. Te seguiré a dondequiera que vayas. Ha entrevisto el elemento fundamental del seguimiento exigido por Jesús: la absoluta disponibilidad.


Jesús se encamina hacia su «elevación», hacia su muerte violenta. Es un repudiado, descartado por los hombres, sin hogar, un caminante que actúa sin reposo. El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. La condición de discípulo significa comunión de suertes con Jesús. Esto merece consideración. Para el hombre es duro carecer de patria y de hogar, no tener un albergue donde reposar tranquilo. Hasta los animales más inquietos, las zorras y las aves, tienen donde acogerse y lo buscan. «Ninguna zorra acaba al borde de su guarida», reza un proverbio judío.


El discípulo de Jesús debe estar dispuesto a peregrinar, a ser expulsado, a renunciar al abrigo del hogar.


A otro le dijo: Sígueme. Éste respondió: Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. 60 Pero Jesús le replicó: Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú, vete a anunciar el reino de Dios.


El llamamiento para ser discípulo viene de Jesús mismo. Esto es lo corriente. «Llamaba a los que quería» (Mc 3,14). «No me habéis elegido vosotros, sino que yo os elegí» (Jn 15,16). El que aquí es llamado está pronto, pero no inmediatamente. Quiere tan sólo acabar todavía lo que tiene entre manos: enterrar a su padre. Enterrar a los muertos es en Israel un deber riguroso. Hasta a los sacerdotes y levitas se les impone en el caso de sus parientes, aunque les estaba severamente prohibido contaminarse con un cadáver. Este deber dispensa de todos los preceptos que imponía la ley. Parece por tanto plenamente justificado el permiso que pide este hombre.


Sin embargo, Jesús no permite la dilación. Quiere que se le siga incondicionalmente. La respuesta parece falta de piedad, completamente ajena a los sentimientos, poco menos que impía para la religiosidad de los judíos. Jesús explica su negativa con una frase áspera y penetrante: Deja que los muertos entierren a sus muertos. El llamamiento a seguir a Jesús como discípulo lleva de la muerte a la vida. El que no es discípulo de Jesús, que no ha aceptado su mensaje del reino y de la vida eterna, está en la muerte. El que se ha adherido a Jesús ha pasado a la vida por su palabra del reino de Dios. Dos mundos que no tienen ya nada que ver entre sí.


El discípulo sólo tiene una cosa que hacer: Anunciar el reino de Dios. Esto está por encima de todo. La proclamación del reino precede a todo lo demás y no consiente dilación. Jesús está en camino; su misión de proclamar el reino de Dios no sufre verse postergada. Él tiene puesta la mira firmemente en la «elevación». La gloria que le espera lo dispensa de todas las obligaciones de la piedad. Más importante es anunciar la vida y resucitar a los muertos en el espíritu que enterrar a los muertos corporalmente.


También dijo otro: Te seguiré, Señor; pero permíteme que vaya primero a despedirme de los míos. 62 Pero Jesús le respondió: Ninguno que ha echado la mano al arado y mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.


También este tercero, como el primero, se ofrece espontáneamente como discípulo. Llama Señor a Jesús y se muestra dispuesto a reconocer el pleno derecho de Jesús a disponer de él; está pronto a seguirle incondicionalmente. El primer discípulo quiere seguir a Jesús a dondequiera que vaya, el segundo oye el llamamiento de la fuerza que resucita y reanima, el tercero reconoce a Jesús como Señor. El que quiera ser discípulo de Jesús debe ir tras él, debe estar poseído por el llamamiento creador de Dios y ponerse plenamente a disposición de Jesús.


También este tercero que está dispuesto a seguir a Jesús pide que se le haga una concesión. Quiere despedirse de los suyos. Pide lo que también Eliseo pidió a Elías: «Déjame ir a abrazar a mi padre y a mi madre, y te seguiré. Elías respondió: Vuélvete, pues ya ves lo que he hecho contigo. Alejóse de Elías, y cuando volvió cogió el par de bueyes y los ofreció en sacrificio; con el yugo y el arado de los bueyes coció la carne e invitó a comer al pueblo, y levantándose, siguió a Elías y se puso a su servicio» (1Re 19,20s). Jesús no exige más que lo que el profeta exigía a su discípulo. No le permite que vaya a despedirse. La proclamación de Dios no sufre «si» ni «pero», reclama desprendimiento de los familiares, despego hasta de lo que exige el corazón.


Al discípulo no sólo se le muestra de qué debe separarse, sino también adónde debe dirigirse. El discípulo debe entregarse completamente a la obra de Jesús, sin reservarse nada para sí. Con un proverbio se muestra gráficamente esta plena disponibilidad sin la menor restricción. El arado palestino es difícil de guiar, y todavía más en la tierra laborable en los alrededores del lago de Genesaret. La faena de arar exige plena entrega a la tarea. La proclamación del reino de Dios sólo puede ser confiada a aquel que por razón de la comunión de vida con Jesús se separa de la propia familia, se desprende de todo aquello a que antes estaba apegado su corazón y vive enteramente, sin dividirse, la obra de que se ha encargado. El reino de Dios plantea al hombre la exigencia de la entrega total del pensar y del querer, sin divisiones.


La plena sumisión al Señor es sumisión a la palabra del reino de Dios. A esta palabra sirve el Señor, a la misma sirve el discípulo del Señor. La palabra del reino encierra también la muerte y la gloria de Jesús. Quien vive para esta palabra, debe representarla en su vida y con ésta dar testimonio de la misma. En las tres sentencias de Jesús se exige una y otra vez que se renuncie a tener hogar en este mundo. El hogar ofrece dónde reclinar la cabeza, el hogar está de lleno piedad con el padre y la madre, el hogar implica abrigo y protección de los que están en su casa. El discípulo de Cristo debe, como Jesús, despedirse, caminar, sin dilación ni interrupción, pues Jesús tiene puesta la mira en Jerusalén, donde le aguarda la muerte, pero también la gloria de Dios, donde uno se halla verdaderamente en su casa.


La docilidad y disponibilidad incondicional es la base del seguimiento exigido por Jesús. Ya no se entiende en función de la relación entre maestro y discípulo vigente entre los doctores de la ley. Aquí llama el Señor con omnímoda autoridad, autoridad que no tiene igual, autoridad que no poseyó ninguno de los profetas, sino únicamente aquel a quien Dios ha dado todo poder. En los discípulos ha de hacerse visible este Señor; con su seguimiento, su obediencia incondicional y su entrega total dan los discípulos testimonio de que Jesús es el anunciador del reino de Dios en los últimos tiempos. Porque el reino de Dios viene con Jesús, y Jesús con el reino de Dios. Lo que exige en concreto esta docilidad y disponibilidad incondicional, lo fija en los tres llamamientos la situación particular y el llamamiento de Dios.


Comentario del Santo Evangelio: Lc 9,5 1-56, de Joven para Joven. Decisión de Jesús de ir a Jerusalén. 
Decidió ir a Jerusalén. Con mucho énfasis comienza Lucas este breve relato diciendo: “Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén”. Con estas palabras comienza el evangelista una larga sección que terminará en Lc 18,14. Hasta aquí ha llegado su misión en Galilea. Ahora toma la decisión de ir a Jerusalén.


En adelante el evangelio de Lucas estará centrado en la marcha a Jerusalén, a la que da tanto relieve; un camino que, por la muerte, conduce a Jesús a la ascensión al Padre (Hch 1,2). En este trayecto le acompañan los discípulos de entonces, de ahora y de siempre: “El que quiera venirse conmigo... que me siga” (Lc 9,23). Y el evangelista señala las condiciones para ser su discípulo.


Esta larga sección constituye casi un evangelio autónomo dentro del evangelio lucano. Los discípulos participarán de la vida nueva, subirán también hacia la gloria del Padre, participarán de la exaltación gloriosa, si arriesgan su vida, se entregan a la causa del Reino y se dedican a la liberación de sus hermanos como Cristo.


El evangelista subraya que emprender el camino hacia Jerusalén fue fruto de una decisión martirial muy deliberada, porque suponía una dura confrontación con sus enemigos irreconciliables, los jefes religiosos, guardianes policíacos de la ortodoxia. Jesús está decidido a ir hasta el final de su destino. El conflicto mortal con el que se va a enfrentar no va a ser algo sorpresivo, no va incautamente hacia el martirio, sino con clarividencia y decisión. Los que van a ciegas son sus discípulos, quienes, como anotaba Lucas en el segundo anuncio de la pasión, “no entendían y tenían miedo de preguntar al Maestro”, no fuera que les robara sus sueños de grandezas humanas.


Jesús les regañó. Para ir de Galilea a Jerusalén, la ruta más directa es la que pasa por Samaría. La mayoría de los peregrinos que iban allá por las grandes fiestas evitaban pasar por Samaría, utilizando el camino de la costa o el valle del río Jordán; pero Jesús decide atravesar Samaría, aprovechando de este modo la oportunidad para anunciar la Buena Noticia a los samaritanos. “Envía mensajeros por delante a preparar alojamiento” para el grupo apostólico. Cuando lo solicitan a los vecinos de una aldea, se lo niegan rotundamente “porque se dirigía a Jerusalén”.


Una vieja hostilidad enfrenta a judíos y samaritanos. Mientras los judíos defienden que el lugar donde hay que dar culto a Dios es el templo de Jerusalén, los samaritanos defienden que sus padres le dieron culto en el monte Garizim (Jn 4,20); por eso, porque no es de los “suyos”, le niegan el hospedaje. Los apóstoles reaccionan con agresividad y violencia. Santiago y Juan, personificando a sus compañeros, preguntan a Jesús pensando complacerle: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?”. Pero Jesús los reprende severamente: “No sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos”.


Por esta vehemencia que domina a los dos hermanos, Jesús les puso el sobrenombre de Boanerges (hijos del trueno). Sus mentes están llenas de la imagen de una apocalíptica popular y vengativa. Piden a Dios que los fulmine, no que se compadezca de ellos y les cambie el corazón.


Condición para seguir a Jesús es la paciencia ante el fracaso. Santiago y Juan creían poder disponer del fuego divino en provecho propio, para destruir a sus enemigos, los samaritanos, como Elías (2 R 1,10-12). Tienen una confianza ciega de que el Padre y Jesús comparten sus sentimientos de venganza. Están animados todavía del espíritu de la antigua Alianza, de ciertos salmos que son un clamor al cielo pidiendo venganza contra los enemigos. Pero el Maestro, fiel a sus enseñanzas (Mt 13,24-30.47-48), invita a los suyos a dar lugar a la conversión. Como aconseja a sus enviados, se sacude el polvo de las sandalias (Lc 9,5) “y se marchan a otra aldea”.


El espíritu de Jesús. Es evidente que las actitudes de los Boanerges se han repetido, se repiten y se repetirán a lo largo de la historia con las modalidades propias de los tiempos. Naturalmente, a nadie se le ocurre hoy pedir fuego vengador del cielo contra los que tienen una postura contrapuesta a la propia. Pero, a veces, sí se pide, se reclama y se presiona, no a Dios, pero sí a los responsables de la Iglesia, para que caiga el fuego de la descalificación eclesial sobre algunos, sean marginados de los puestos de decisión y su pensamiento sea puesto bajo sospecha.


El fanatismo de los Boanerges emerge constantemente de mil formas. Es la actitud de los sectarios, de los que “tienen toda la verdad”; el error está siempre en los otros, por lo que “no tienen derecho a vivir”.


Desgraciadamente hay muchos fanáticos entre los cristianos. No piden fuego del cielo para que arrase a los nuevos herejes; ya se encargan ellos de abrasar con sus críticas y sus actitudes engreídas y agresivas a los nuevos “samaritanos” que no dan acogida a su comprensión de la fe, de la política o de su concepción de la vida. Y lo más escandaloso es que toman sus actitudes mezquinas en nombre de Jesús, a quien creen tener en propiedad.


Algunos confunden fanatismo con entusiasmo. El entusiasmo es pasión por Dios, por Jesucristo y su Causa, por el hombre. El fanatismo es ir contra los enemigos, no porque van contra Dios, sino contra los fanáticos. Los santos han sido siempre muy entusiastas y nada fanáticos. Los fanáticos son ciegos, rencorosos y nada entusiastas. Los sentimientos vindicativos de los fanáticos de todos los tiempos no tienen nada que ver con la misericordia y la paciencia de Jesús que, en la culminación de la maldad de sus enemigos, cuando lo tienen remachado en la cruz y se mofan cruelmente de él a carcajadas, llega a disculparlos y perdonarlos “porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Ésta es su venganza divina. Y éste ha de ser el espíritu de sus verdaderos discípulos. “El amor disculpa siempre” (1Co 13,7).


Elevación Espiritual de este día.
Tres son las fases por las que pasan los convertidos: la fase inicial, la intermedia y la final. En la fase inicial encuentran las caricias de la dulzura, en la intermedia las luchas de la tentación, en la final la perfección de la contemplación. Primero reciben las dulzuras que les consuelan, después las amarguras que les mantienen en ejercicio y, por último, las suaves realidades sublimes que les confirman. Así, todo hombre, en primer lugar, consuela a su esposa con suaves caricias, pero, una vez que la ha unido a sí, la prueba con ásperos reproches y, después de haberla probado, la posee seguro de ella.


Del mismo modo, la gente de Israel, después de haberse prometido a Dios, fue llamada por él desde Egipto a las sagradas nupcias espirituales: primero recibió como prenda las caricias de los prodigios, pero, una vez se unió a Dios, fue sometida a la prueba, fue confirmada en la tierra prometida con la plenitud de la virtud. Por eso, primero gustó en los prodigios lo que debía desear, después fue sometida a prueba en la fatiga a fin de ver si era capaz de custodiar lo que había gustado, y, por último, mereció recibir con mayor plenitud aquello que, mientras estuvo sometida a la prueba, había custodiado. Así, la fase inicial, blanda, endulza la vida de todo convertido; la fase intermedia, áspera, la pone a prueba; y, después, la perfección plena la refuerza (Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job, XXIV, 28).


Reflexión Espiritual para el día
Cuenta san Carlos Borromeo que experimentó la frustración, el sentimiento de inutilidad, de disgusto; y un día en que su primo Federico le preguntó lo que hacía en esos momentos, le mostró el librito de los Salmos, que llevaba siempre en el bolsillo. Recurría a los salmos de lamentación para dar voz a sus sufrimientos y, al mismo tiempo, para retomar aliento y fe frente al misterio del Dios vivo. Oremos para que el Señor nos conceda saber acceder también nosotros a las fuentes purificadoras y balsámicas de la lamentación bíblica.


El rostro de los personajes,pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: ¿Por qué dio a luz a un desgraciado?

Job abrió la boca y maldijo su día: «¡Perezcan el día en que nací, y la noche que declaró: "Un varón ha sido concebido!" ¿Por qué no morí en el seno materno?»


Después de la primera aceptación del sufrimiento... cuya admirable expresión leímos ayer... he ahí, ahora, el grito de dolor y de rebeldía: Job es aquí el eco, en todas las lenguas, de todos los hombres del mundo que sufren mucho y dicen: ¿para qué vivir? ¿por qué he nacido? Desea la muerte.


Notemos, sin embargo, que Job no formula directamente ninguna maldición contra Dios; en términos patéticos, maldice el día de su nacimiento.


¿Sé yo escuchar las quejas y lamentos de los hombres muy probados? ¿Sé llevar a la oración mis propias pruebas? A Dios, no le asombran nuestros gritos. Los gritos de Job, como los de tantos salmos, forman parte de la Biblia, libro sagrado; son palabras divinas a través de expresiones humanas. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"


-En la muerte descansan los exhaustos. ¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida a los que están amargados, a los que ansían la muerte que no llega y la buscan con avidez más que un tesoro?


«Buscar con avidez la muerte, como se busca un tesoro.» «La muerte, en la que descansan los exhaustos.»


No hay que juzgar esas palabras de Job. Por doquier en nuestro planeta, en este momento multitudes humanas están gimiendo con quejas equivalentes. Sufrimiento de los incurables, de los que sufren larga enfermedad, de los hambrientos, de los abandonados...


Señor, escucha este inmenso gemido que sube de la tierra y prolonga el lamento de Jesús en agonía «hasta el fin del mundo». Señor, que este sufrimiento, unido al de Cristo, sea un sufrimiento redentor: que germine con este amor que a veces surge de un corazón anonadado.


Y... haz Señor, que muchos hombres se pongan generosamente al servicio de toda esa humanidad sufriente, para curar, consolar y amar: que el amor germine y crezca para con todos los afligidos.


-¿Por qué dar vida a un hombre que ve cerrado su camino y a quien Dios tiene cercado?


El libro de Job es el libro de los «¿por qué?».


La pregunta dirigida a Dios: ¿por qué razón existe la desgracia? Pero es también la pregunta que el hombre se plantea a sí mismo.


Interrogar es propio del hombre reflexivo: el simple hecho que un "por qué" se deslice en el núcleo de la rebeldía es suficiente para probar que la existencia no se reduce al mal. Si el hombre plantea "preguntas", muestra que es capaz de tomar perspectiva... que imagina que podría ser de otro modo... muestra que hay en él el dinamismo de la vida y de la felicidad.


De otra parte, si el hombre "pregunta" a Dios, aunque sea con dureza, es porque reconoce su Existencia. Si Dios no existiera, no cabría hacerle pregunta alguna... nadie pregunta a la nada. Con la nada por delante los "por qué" no estarían tan sólo "sin respuesta" sino que no tendrían tampoco objeto.


Jesucristo es la única respuesta de Dios a todos esos "por qué".


Aquí comienza el drama. Hasta ahora hemos leído una historia edificante; a partir de este momento se nos presenta el problema del hombre entero enfrentado ante el sufrimiento.


Pero el autor no tiene prisa: avanza poco a poco y, como gran poeta, se complace en imágenes brillantes.


La primera reacción de Job no hace honor a su fama tradicional de persona paciente, pero es muy humana. Hemos visto que ha perdido todo, incluso la fama; por eso clama desde el fondo de su postración. Sólo más tarde la recuperará. Pero antes, el autor quiere presentarnos la desgarradora cuestión: ¿Por qué da Dios la vida a los desdichados? Job maldice el día que lo vio nacer, ya que, de no haber existido ese día, él no habría venido a la vida. Los vv 10-12 se inspiran en /Jr/20/14-18: "Maldito el día en que nací... Maldito el que dio la noticia a mi padre: 'Te ha nacido un hijo', dándole un alegrón... ¿Por qué no me mató en el vientre? Habría sido mi madre mi sepulcro; su vientre, preñado por siempre».


Aunque las palabras de Job no alcanzan tanta altura poética, el pensamiento es el mismo: a un ser desgraciado le habría valido más no nacer. Pero no se trata sólo de esto: la muerte lo iguala todo y cuidará de nivelar las diferencias. Las palabras de Job son, al propio tiempo, un clamor contra todas las injusticias del mundo. Es cierto que hay un Dios que hace justicia; pero esto aquí abajo, más que verse, se adivina. Job ve a un Dios demasiado exigente que lo acorrala por todas partes y que, al parecer, sólo se preocupa de atormentarle.


El primer sentimiento del hombre es, por tanto, pensar que es mejor no nacer: así se ahorraría el hombre muchas penas. No ha llegado aún la teología, sólo está presente el sentimiento del hombre, y el autor ni siquiera pasa por alto las expresiones escandalosas.


Desea que nos demos cuenta de cómo se enfrentó él también con el escándalo y el dolor. Dostoiewski, para mayor claridad, nos presenta el sufrimiento de un niño: no cabe la menor duda de que los niños son inocentes. El autor del libro de Job, de una manera semejante, trata de mostrarnos un Job inocente. He aquí el núcleo del drama: un inocente que sufre. ¿Qué sentido tiene esto? ¿Dónde está el Dios justo? A estas cuestiones irá respondiendo el libro. De momento, la solución es la de uno que no conoce al Dios de Job. +

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