Meditación: 1 Corintios 2,1-5
Hay mucha gente que no hace oración porque, siendo algo tan maravilloso, la considera una práctica tediosa, simplista o ineficaz. Creen que Dios no les escuchará o bien confían demasiado en sus propios recursos y fuerzas, y así desperdician la oportunidad de que Dios actúe poderosamente en sus vidas.
Los corintios trataban de discernir a cuál de los discípulos debían seguir y se afanaban buscando buenas razones para tolerar conductas inmorales. Pero San Pablo, que conocía la verdadera naturaleza de su supuesta “sabiduría”, les hizo recordar que la primera vez les había hablado sin palabras sabias para convencerlos: “Al contrario, los convencí haciendo demostración del Espíritu y del poder de Dios” (1 Corintios 2,4).
¡Qué parecidos a los corintios somos los creyentes de hoy! Cuántas veces usamos nuestra propia inteligencia, sin la luz del Espíritu, para trazarnos planes con la esperanza de que nos ayuden a perfeccionar la fe. Sin embargo, lo que constituye la roca de nuestra fe es el poder de Dios, que actúa en el corazón de cada uno. El Señor sabe lo vital que es para nosotros experimentar a Jesús de un modo que resulte transformador. Es esencial que tengamos la plena certeza, en lo más profundo de nuestro ser, de que Él está vivo, que nos ama y que desea comunicarse con nosotros. No tenemos necesidad alguna de idear un “plan” para que se haga la voluntad de Dios en nuestra vida, porque el Espíritu Santo es quien nos guía, y los caminos que Él nos muestra son los acertados y correctos.
Tengamos, pues, un corazón dócil y sensible ante Dios, para que Él nos sane, nos proteja del pecado y dirija nuestra vida. A medida que el Señor derrame gracia y salud en nuestro corazón, se producirá un maravilloso círculo virtuoso de fidelidad y bendición. Jesús prometió que jamás nos abandonaría, de modo que podemos confiar plenamente en que siempre cumplirá su palabra. Cada día nos ofrece una nueva oportunidad para recibir el poder de Dios en nuestra vida. Dejemos de lado nuestra propia inteligencia y abramos el corazón a la sabiduría y el amor de Dios.
“Espíritu Santo, Señor mío, ayúdame a tener abierto el corazón para aceptar tu plan para mi vida y rechazar la tendencia a preferir mis propios razonamientos. Me arrepiento del pecado que obstaculiza tu obra en mi corazón. Haz de mí una persona nueva, Señor, y revélame tu grandeza.”
Salmo 119,97-102
Lucas 4,16-30
Tomado de: la_palabra.com
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