Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

22 de agosto de 2010

CAMINO MISIONERO 22/08/2010

  • NO TODO VALE
  • Sólo el amor nos puede salvar
  • Comentario al Evangelio del Domingo 22 de Agosto del 2010
  • LA PUERTA ESTRECHA
  • Liturgia y Contemplación: 21 DOMINGO DEL TO
  • Comentario Bíblico y Pautas para la homilía: XXI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 13, 22-30) - Ciclo C
  • LA ETERNIDAD ES AHORA
  • XXI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 13, 22-30) - Ciclo C: Sorpresa en vez de curiosidad
  • Evangelio Misionero del Dia: 22 de Agosto de 2010 - DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C
  • Lecturas y Liturgia de las Horas: 22 de Agosto de 2010
Posted: 21 Aug 2010 05:03 PM PDT


XXI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 13, 22-30) - Ciclo C
Por José Antonio Pagola


Jesús va caminando hacia Jerusalén. Su marcha no es la de un peregrino que sube al templo para cumplir sus deberes religiosos. Según Lucas, Jesús recorre ciudades y aldeas “enseñando”. Hay algo que necesita comunicar a aquellas gentes: Dios es un Padre bueno que ofrece a todos su salvación. Todos son invitados a acoger su perdón.

Su mensaje sorprende a todos. Los pecadores se llenan de alegría al oírle hablar de la bondad insondable de Dios: también ellos pueden esperar la salvación. En los sectores fariseos, sin embargo, critican su mensaje y también su acogida a recaudadores, prostitutas y pecadores: ¿no está Jesús abriendo el camino hacia una relajación religiosa y moral inaceptable?

Según Lucas, un desconocido interrumpe su marcha y le pregunta por el número de los que se salvarán: ¿serán pocos?, ¿serán muchos?, ¿se salvarán todos?, ¿sólo los justos? Jesús no responde directamente a su pregunta. Lo importante no es saber cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir con actitud lúcida y responsable para acoger la salvación de ese Dios Bueno. Jesús se lo recuerda a todos: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha».

De esta manera, corta de raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación al laxismo. Sería burlarse del Padre. La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios permisivo. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías.

Para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón. Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»; «No juzguéis y no seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete» como vuestro Padre; «Buscad el reino de Dios y su justicia».

Para entender correctamente la invitación a «entrar por la puerta estrecha», hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el evangelio de Juan: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí será salvo» (Juan 10,9). Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha resucitado.

En este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da igual; hemos de responder al amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano. Por eso, su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar. Sólo nosotros si nos cerramos a su perdón.
Blog católico de oraciones y reflexiones pastorales sobre la liturgia dominical. Para compartir y difundir el material brindado. Crremos que Dios regala Amor y Liberación gratuita e incondicionalmente.
Posted: 21 Aug 2010 04:58 PM PDT


XXI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 13, 22-30) - Ciclo C
Por Clemente Sobrado C. P.


El Domingo 7 de marzo del 2010, El Comercio de Lima, publicaba un artículo de mi siempre admirado Paolo Coelho, titulado la “Ley de Jante”, que traducida a la vida ordinaria pudiéramos llamarla “Ley de la mediocridad”, “Ley del mínimo esfuerzo”.

Una ley que facilita una vida sin líos ni problemas con los demás. Mientras vivas agazapado en la mediocridad de cada día, nadie se meterá contigo. Claro que Coelho le da otra versión mucho más positiva y dinámica:
“Tú vales mucho más de lo que piensas. Tu trabajo y tu presencia en esta tierra son importantes, aunque no lo creas.
Claro que, si piensas de esta forma, vas a tener muchos problemas por estar transgrediendo la Ley de Jante, no te dejes intimidar por ellos, continúa viviendo sin miedo y acabarás venciendo”.

Lo he vuelto a leer hoy al meditar el Evangelio de este Domingo 21 c del ordinario, y que yo titularía “La ley de la tacañería o de los tacaños”: “Señor, ¿serán pocos los que se salvan?”. Y que también Jesús trata de cambiar. Frente a la salvación por la ley, Jesús nos ofrece la salvación por el amor.

Claro que, al igual que la Ley de Jante, también la salvación mediante la Ley ofrece menos problemas y menos complicaciones. Cumplir la Ley es el camino de la salvación. Y quien se somete a la ley será bien acogido por los jefes y responsables. Somos santos por cumplir la ley, aunque luego nuestro corazón viva mustio y apagado, achatado e insensible para con el resto de los hombres. Cumplir la ley es no crear complicaciones a los que mandan.

Pero Jesús no ha venido a anunciar la salvación por la ley, sino la salvación por el amor. Y él mismo fue la primera víctima por no someterse a la pobreza y a la mediocridad de la Ley. Si se hubiese sometido a la Ley no le hubiese pasado nada. Nadie le molestaría ni nadie la condenaría a muerte. Pero anunciar la “ley del amor” y reducir todas las demás leyes a dos solas: amar a Dios y amar al prójimo, es un atrevimiento que luego se paga caro.

Jesús la llama “ley de la puerta estrecha”, cuando en realidad la verdadera estrechez está en la Ley. Es que muchos se imaginan que vivir del amor es peligroso. La mayoría sigue creyendo más en la eficacia de los Diez Mandamientos que en la fuerza de las Ocho Bienaventuranzas. Siguen creyendo que el amor se presta a que cada uno haga lo que le viene en ganas y salga del control de los que mandan.
Los padres tienen más fe en su autoridad que en su amor.
Por eso luego tenemos hijos inmaduros e inseguros.
Los educadores prefieren el rigor de su autoridad a la bondad de una sonrisa, de la comprensión o de una palabra amable.
Así tenemos alumnos soldados y no hombres libres.
La autoridad tiene más fe en la fuerza que en el respeto y valoración de las personas.
Preferimos la obediencia al Derecho Canónico que el amor del Evangelio. La ley “de la mediocridad”.

La ley se convierte siempre en la medida de nuestra estatura humana y espiritual.
La ley se convierte en la meta de todo ideal. Por eso la ley impide crecer. Basta estar siempre en el mismo sitio y no pretender mayores ascensiones. Basta ser obediente, por más que nunca experimentemos la iniciativa de la creatividad personal.

Mientras tanto el amor nos hace libres.
El amor cree y se fía de las personas y las deja crecer aunque se salgan con frecuencia de los marcos establecidos y abran caminos nuevos.
Con la ley nunca tendremos héroes que escalen altas y peligrosas montañas.
Con la ley nunca tendremos héroes que se arriesguen a lo desconocido.
Con la ley nunca tendremos quienes piensen distinto a nosotros y se dediquen simplemente a repetir lo de siempre, lo que nosotros pensamos.

Es fácil vivir guiados y marcados por la ley, porque el camino ya está hecho y señalado y no hay desvíos ni cruces. Todo está señalizado en la vida. La salvación no tiene sino un solo camino. No hay peligro de equivocarse. ¿Cuántas veces no hemos escuchado que “el que obedece nunca se equivoca”?
En cambio, vivir del amor claro que es siempre más peligroso porque el amor es siempre creativo y vive de la libertad del Espíritu. Y el Espíritu es viento que sopla y empuja, recrea: “Ven Espíritu Santo y recrea la faz de la tierra”.
Vivir del amor es vivir cada día atentos a las nuevas oportunidades, a las nuevas sorpresas de la vida, a la originalidad diaria de Dios que nunca se repite.
¿Es el amor la “puerta estrecha”? Es posible.
Porque el amor es siempre más exigente.
Porque el amor es siempre más libre y la libertad es riesgo.
Porque el amor es siempre más comprometido.
Porque el amor es siempre más generoso.
Porque el amor es siempre más atento a las necesidades de los demás.
Porque el amor es siempre más sorpresivo.

Ante la pregunta tacaña de la ley “¿Serán pocos los que se salven?” tendremos siempre la respuesta del “amor que quiere que todos se salven y que no se pierda ninguno”. Y por eso mismo “vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”.

www.iglesiaquecamina.com
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Posted: 21 Aug 2010 04:35 PM PDT

El Reino, regalo y compromiso

Sin duda que lo más importante del texto evangélico de este domingo es el anuncio de Jesús de que la buena nueva de la salvación no se dirige de forma exclusiva a los hijos de Israel sino que está abierta a todos los pueblos de la tierra. Pero junto a este anuncio tan importante para todos nosotros hay otro que no conviene olvidar y que está al principio del texto.
Hay que volver a leer el texto y ver de dónde surge el anuncio de Jesús de que la salvación es para todos los pueblos. No lo dice Jesús como un discurso programático ni como una catequesis. Ese anuncio forma parte de la respuesta de Jesús a uno que le hace una pregunta concreta, muy concreta: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” La respuesta de Jesús va en dos direcciones. Por una parte, le deja claro al que le pregunta que hay que esforzarse. Por otra, que nadie está exento de ese esfuerzo.


Los judíos, portadores de la promesa

Sin duda, el que hacía la pregunta era judío. Como judío, tenía conciencia de que la promesa la había recibido desde antiguo el pueblo de Israel. A los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob se había dirigido en primer lugar Dios mismo para prometerles que su descendencia iba a ser más numerosa que la arena de las playas marinas. La promesa se había ido concretando en la entrega de la Tierra Prometida, en la monarquía de David. El salvador vendría de la familia del rey David. Y, aunque tanto la monarquía como el pueblo habían sido infieles a la Alianza, la promesa se había mantenido. Por los profetas la Palabra de Dios había seguido llegando al pueblo y los judíos tenían plena conciencia de ser el pueblo elegido. Tenían –eso pensaban– un cierto derecho sobre los demás pueblos. Si los “otros” querían acceder a la salvación, tendrían que pasar primero por la conversión al judaísmo, por cumplir la ley.
Pero en su respuesta Jesús deja claro que tener el sello de “ser judío” no es ninguna garantía de que la salvación se vaya a regalar. Hay que esforzarse por entrar por la puerta estrecha. El Reino de Dios es de los esforzados, dirá Jesús en otro texto evangélico. No vale decir que somos del mismo pueblo, ni que hemos comido y bebido con el Señor. Traducido a términos más actuales: no vale decir que hemos ido a misa los domingos y que hemos recibido los sacramentos. Lo que vale es la entrega personal y el compromiso por construir el Reino, por crear fraternidad, por reunir a los hijos e hijas de Dios en torno a la mesa común, por abrir las manos para crear fraternidad y renunciar al odio, la violencia y todo lo que cree división y ruptura entre las personas, las familias y los pueblos.
La salvación no se consigue, pues, con un certificado de haber cumplido una serie de requisitos rituales (llámense sacramentos, cumplimiento de normas...). La salvación es fruto del compromiso personal por colaborar en la obra del Reino. La salvación es fruto de la gracia de Dios que trabaja en nosotros y nos convierte en criaturas nuevas. La salvación es dejarnos transformar por el amor de Dios. La salvación es dejarnos llenar por el amor de Dios pero no se produce sin nuestro consentimiento y nuestra colaboración. La salvación es don que hay que acoger activamente, es compromiso que transforma nuestra vida y da frutos para la vida del mundo.


La salvación es para todos los pueblos

Por eso, porque no podía ser de otra manera, la salvación, la nueva Alianza que trae Jesús, está abierta a todos los pueblos. Porque todos somos hijos del Padre y a todos se dirige su amor. No vale ponerse a la cola con el carnet de identidad o el pasaporte reclamando un supuesto derecho a tener un puesto en la mesa del Reino. Las palabras de Jesús, que para los judíos pudieron ser casi ofensivas, para nosotros, para el resto de la humanidad, son un anuncio de esperanza y de vida. Así lo entendieron los apóstoles, poco después de la muerte de Jesús, cuando, ante las pretensiones de algunos que pensaban que para hacerse discípulos de Jesús los no judíos primero debían convertirse al judaísmo, determinaron que para ser cristiano no había que ser judío, que la nueva alianza en Jesús había abolido la anterior con sus leyes y sus ritos.
Tampoco era nada nuevo. Ya lo habían anunciado los profetas en muchas ocasiones. Así lo podemos ver en el texto de Isaías que se lee en la primera lectura. Todos nosotros estamos convocados. El Reino es para todos. Pero conviene también que todos nos esforcemos, que pongamos toda la carne en el asador, que nos comprometamos. El Reino está ahí pero lo tenemos que ir construyendo día a día, creando familia, dando esperanza, compartiendo con los hermanos lo que tenemos. Hasta, como dice la segunda lectura de la carta a los Hebreos, dejándonos corregir, fortaleciendo nuestras rodillas y caminando juntos por la senda del Reino, la que nos lleva a todos, sin excepción, sin excluir a nadie, a la mesa común de los hijos en torno al Padre.
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Posted: 21 Aug 2010 04:23 PM PDT


XXI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 13, 22-30) - Ciclo C
Por Jesús Peláez


Muchos de los párrafos del evangelio aluden directamente a las circunstancias históricas que atravesaba el pueblo de Is rael, a quien Jesús dirigía su mensaje.

En cierta ocasión «uno le preguntó: -Señor, ¿ son mu chos los que se salvan? Jesús les dio esta respuesta: -For cejead para abriros paso por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, por mucho que golpeéis la puerta desde fuera gritando: 'Señor, ábrenos', él os replicará: 'No sé quiénes sois'. Entonces os pondréis a decirle: 'Si hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras calles'; pero él os responderá: 'No sé quiénes sois; ¡lejos de mí, so malvados! Allí será el llanto y el apretar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y también de oriente y de occidente, del norte y del sur, habrá quienes vengan a sentarse en el banquete del reino de Dios. Mirad: Hay últimos que serán primeros y hay pri meros que serán últimos'» (Lc 13,22-30).

A la pregunta que le hacen a Jesús, éste no responde di ciendo el número de gente que se va a salvar, sino indicando cómo hay que actuar para formar parte de su comunidad, o lo que es igual, para entrar en el reino de Dios. Esto no es cosa fácil, en principio, pues hay que 'forcejear' para entrar por la puerta estrecha, o lo que es igual, hay que hacerse violencia para hacer propia la opción por Jesús y ponerla en práctica. No se trata ya de pertenecer a un pueblo o no; hay que adhe rirse al mensaje de Jesús y ponerlo en práctica. Mientras Jesús vive, el pueblo de Israel, en calidad de pueblo elegido, está a tiempo de optar por Jesús; después de su muerte, «cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta», habrá ter minado la etapa de privilegio del pueblo de Israel, y quienes perteneciendo a este pueblo lo hagan, lo harán a título indi vidual.

Tras la muerte y resurrección de Jesús, con la que se efec túa la reconciliación entre paganos y gentiles, cualquiera, de oriente y occidente, del norte y del sur, pertenezca o no al pueblo de Israel, podrá sentarse a la mesa en el banquete del reino de Dios, pues el reino, la comunidad cristiana, es una comunidad de puerta estrecha -a la que se entra forcejean do-, pero abierta para quien desee adherirse al mensaje de Jesús.

De ahí que haya primeros -los que desde siempre, per teneciendo al pueblo de Israel, gozaron de ser el 'pueblo ele gido'- que serán últimos -como los paganos- y últimos que serán primeros.

Con la muerte de Jesús se termina la etapa de los privi legios de unos pueblos sobre otros y Dios ofrece su salvación a todos por igual. Ya no bastará con pertenecer a un pueblo, a una raza, a un a cultura para salvarse, sino que la entrada en el reino, puerta de salvación, se realizará por la opción per sonal y por la adhesión individual al mensaje vivido en la práctica de cada día
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Posted: 21 Aug 2010 04:07 PM PDT
Publicado por Cipecar

Lecturas: Isaías 66, 18-21; Salmo 116, 1-2; Hebreos 12,5-7.11-13
Evangelio: Lucas 13, 22-30


"En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: Señor, ¿serán pocos los que se salven? Jesús les dijo: - Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo. «Señor, ábrenos» y él os replicará: «No sé quiénes sois». Entonces comenzaréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas». Pero él os replicará: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados». Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos".

Los últimos serán los primeros

Jesús va de camino hacia Jerusalén. Se le termina el tiempo. Tiene prisa. En las ciudades y alrededores por donde pasa, va dejando el viento del Espíritu. Les enseña el camino de la salvación. Uno le pregunta que si son pocos los que se salvan. Hay preguntas que indican búsqueda, que dejan al descubierto la sed del corazón. Hay otras, ésta es una de ellas, que son teóricas, que parecen hechas para un sondeo o estudio sociológico.

La respuesta de Jesús va a la hondura. Busca ese paso pequeño, pero decisivo, que debe dar todo ser humano para optar por el reino. No basta con escuchar; de nada sirve la palabra si no se pone en práctica. No es suficiente que el agua toque a la piedra por todas partes, si no le llega al corazón. El reino, ¡ahí está!; el amor, ¡ahí sigue abierto a todos!. Pero Jesús dice que, para que crezca, hay que recibirlo y ponerlo en práctica. Ahí es donde el amor despliega toda su fuerza. Todo esto lo dice de prisa, mientras va de camino hacia la ciudad que mata a los profetas.

Orar también en verano:

Apacigua todo tu ser. No busques los primeros puestos, no quieras ser más que nadie. La oración es una oportunidad para estar con humildad y ponerte así ante Dios.

Siéntate a la mesa de la Eucaristía y acoge el amor que las Tres Personas te ofrecen.

Traduce tu intimidad con el Dios, que habita tu morada, en un estilo nuevo de ir por la vida como el que sirve.
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Posted: 21 Aug 2010 04:02 PM PDT


Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”.
Publicado por Dominicos.org

Introducción


Las lecturas ofrecidas hoy resultan de interés para una reflexión acerca de la cuestión en torno a la religión en sí. “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” De una forma genérica y extensiva podemos responder a la pregunta acerca de la función de la religión con una expresión categórica: la religión sirve para la salvación. Esto es, la religión vendría a responder a la cuestión acerca de la salvación. En este sentido, bien cabría afirmar que la auténtica religión como fenómeno vivido por la persona y la sociedad es aquella en la que la persona y la sociedad experimenta salvación. Por el contrario, toda religiosidad que no produce salvación no sólo es inútil, sino falsa; aún más, probablemente dañina.



Comentario bíblico

La Salvación es una Gracia de Dios

Iª Lectura: Isaías (66,18-21): Abrirse a todos los pueblos

I.1. Nuestra primera lectura de hoy es el del último capítulo del libro de Isaías que corresponde a un tercer Isaías, de la escuela del gran maestro que ha dado nombre a este libro en su totalidad. Es un oráculo que se dirige a los que ha retornado del exilio de Babilonia; es una llamada de esperanza universal. El fracaso del pueblo, con toda su identidad, debería haberles enseñado a abrirse a todas las pueblos, razas y lenguas, para que el proyecto universal de salvación de Yahvé, el Dios de Israel.

I.2. Es esto lo que se anuncia en esta lectura; es una llamada a la misión, que no van a escuchar los dirigentes y responsables. Se cerrarán en una teocracia sacerdotal, con el tiempo, y frustrarán muchas esperanzas. Comenzará a surgir una mentalidad cultual, legalista; una religión que no llegará al corazón reemplazará estas palabras proféticas, hasta que llegue el profeta definitivo, Jesús, quien volverá a recuperar para su pueblo y para el mundo lo que significa este oráculo.



IIª Lectura: Hebreos (12,5-7.11-13): ¡Tengamos esperanza!

La lectura de Hebreos es una amplia exhortación a vivir la fe en medio de las dificultades que deben soportar. Los destinatarios son, muy probablemente, judíos convertidos que se encuentran un poco desasistidos de los apoyos que encontraban en la praxis del judaísmo, en la antigua religión. Ahora se les reprocha que no sean capaces de soportar algunas cosas. Por eso se les exhorta a que cuando reciban una corrección deben asumirla con paciencia, porque a pesar de desconcierto primero, el final siempre es positivo. El fruto verdadero de la corrección y la paciencia es una esperanza firme para no abandonar la fe.



Evangelio: Lucas (13,22-30): Dios nos espera para salvarnos

III.1. El evangelio puede sonar un poco desconcertante, dependiendo en gran parte del dicho aislado “esforzaros de entrar por la puerta estrecha”. El pasaje se sitúa en el camino que Jesús emprende hacia Jerusalén y el seguimiento que ello implica, es una catequesis lucana del verdadero discipulado. Pero ¿para qué es necesario ser discípulo de Jesús? ¿para salvarse, para salvarnos? ¿Esa era la mentalidad del tiempo de Jesús heredada en ciertos círculos cristianos rigoristas? ¿Son pocos los que se salvan? Conociendo el mensaje de Jesús y su confianza en Dios, tendríamos que afirmar que Jesús no respondía a preguntas que se resolvieran desde el punto de vista legal.

III.2. En realidad la lectura a fondo de este evangelio plantea cuestiones muy importantes desde el punto de vista de la actitud cristiana. Jesús no responde directamente a la pregunta del número, porque no es eso algo que pueda responderse. Lo de la puerta estrecha es un símil popular y no debe producir escándalo, porque los caminos de Dios no son lo mismo que los caminos de los hombres: esto es evidente. Esta es una llamada a la “radicalidad” en todo caso, que pudiéramos transcribir así: quien quiera salvarse debe vivir según la voluntad de Dios. Eso lo dice todo, aunque para algunos no resuelve la cuestión. Por ello deberíamos decir que esa preocupación numérica fue más de los discípulos que trasmitieron estas palabras de Jesús (el Evangelio Q para algunos especialistas), que estaban más o menos obsesionados con un cierto legalismo apocalíptico y no bebían los vientos del talante profético de Jesús.

III.3. Siempre se ha dicho que Jesús lo que busca son los corazones y la actitudes de los que le siguen. Les pone una parábola de contraste, la del dueño de la casa que cierra la puerta. La mentalidad legalista es la de esforzarse por entrar por la puerta estrecha. En la parábola se adivina un mundo nuevo, un patrón, Dios en definitiva, que no entiende las cosas como nosotros, por números, por sacrificios, por esfuerzos personales de lo que se ha llamado “do ut des” (te doy para que me des). Muchos pensarán que han sido cristianos de toda la vida, que han cumplido los mandamientos de Dios y de la Iglesia de toda la vida (si es que eso se puede decir), que han sido muy clericales… pero el “dueño” no los conoce. ¿No es desesperante la conclusión? El contraste es que podemos estar convencidos que estamos con Dios, con Jesús, con el evangelio, con la Iglesia, pero en realidad no hemos estado más que interesados en nosotros mismos y en nuestra salvación. Eso es lo que la parábola de contraste pone de manifiesto.

III.4. ¿Las cosas deberían ser de otra manera? ¡Sin duda! Debemos aprender a recibir la salvación como una gracia de Dios, como un regalo, y a estar dispuestos a compartir este don con todos los hombres de cualquier clase y religión. Eso es lo que aparece al final de esta respuesta de Jesús. Los que quieren “asegurarse” previamente la salvación mediante unas reglas fijas de comportamiento no han entendido nada de la forma en la que Dios actúa. Por eso no reconoce a los que se presentan con señas de identidad legalistas, que ocultan un cierto egoísmo. No es una cuestión de número, sino de generosidad. En la mentalidad legalista y estrecha del judaísmo, que también ha heredado en muchos aspectos el cristianismo, la salvación se quiere garantizar previamente como se tratara de un salvoconducto inmutable e intransferible. No se trata de desprestigiar una moral, una conducta o una institución, como si el evangelio convocara a la amoralidad y el desenfreno para poder salvarse. Esta conclusión de moralismo barato (la “gracia barata” le llamaba Bonhoeffer) no es lo que piden las palabras de Jesús. Pero sí debemos afirmar rotundamente: si la salvación no sabemos recibirla como una “gracia”, como un don, no entenderemos nada del evangelio.


Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura



Pautas para la homilía

En coherencia con el planteamiento que adelantamos en la introducción, podríamos leer las lecturas de hoy. El evangelio de hoy se inserta a continuación de una unidad de sentido dentro del capítulo 13 de Lucas, que es una llamada imperiosa a la conversión de una falsa vivencia religiosa. “¿Creéis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás?”, comienza preguntando el capítulo. A lo largo del capítulo, varias perícopas van dando las claves de la falsa vivencia religiosa: la higuera (la religión ha de producir los frutos más dulces y apreciados, los ideales más altos de la existencia) que es estéril; el sábado (signo del espacio vital consagrado a Dios), que se opone al hombre (Dios contrapuesto el hombre); la grandiosidad exterior del Templo y del culto, que es cerrado, elitista y excluyente, en franco contraste con la pequeñez e invisibilidad de una pequeña semilla enterrada, oculta, que misteriosamente crece en lo interno y llega a acoger a todos. En conclusión, el capítulo nos presenta las grandes contradicciones internas que puede ofrecer una inauténtica experiencia religiosa y que se resume en su gran contradicción: la religión cuyo ser es ser para la salvación, no conduce a experiencias de salvación. Por ende, es tan inútil como falsa.

La secuencia lógica de este pasaje nos lleva al evangelio de hoy, dándonos la pauta de la auténtica religiosidad. La imagen de la puerta estrecha se nos ofrece como clave hermenéutica. Pero atención, cuidado con desviarse hacia interpretaciones moralizantes o espiritualizantes de esta puerta estrecha. Nada nuevo se descubre al afirmar que con esta puerta estrecha Jesús se refiere a sí mismo. Jesús es la expresión y manifestación de la auténtica religiosidad: Jesús es la higuera que da el fruto sublime, es quien tiene en sí y nos da el más excelso sentido de la existencialidad humana; en Jesús Dios y hombre no se oponen sino que hacen síntesis. Pero, además, Jesús es ese minúsculo grano de mostaza que en su desenvolvimiento llega y acoge a todos. La grandeza que es Jesús se ofrece paradójicamente en lo insignificante y escondido en la tierra. Esta imagen de la puerta estrecha nos exhorta a “encoger” nuestra religiosidad, a “empequeñecerla”. ¿En qué sentido? Es claro, en el mismo en que Dios mismo se empequeñece y encoge: en su Encarnación. Hemos de encarnar nuestra vivencia religiosa. Mejor dicho, sólo es posible una auténtica vivencia religiosa desde la encarnación.

Pero, ¿eso que significa? Es necesario asumir la Encarnación de Dios en el mundo en todos sus sentidos; hay que llevarlo a sus últimas consecuencias. La puerta estrecha es Jesús, el Hijo del Hombre. La Resurrección y Ascensión no anulan la Encarnación, sino que le dan su último y definitivo sentido. Y no se refieren meramente a Jesús, sino a toda la Creación que adquiere su plenitud en quien todas las cosas son recapituladas. Es decir, la Encarnación supone que todo en esta historia ha quedado tocado, todo ha sido modificado por ese acontecimiento: todo ser, toda institución, toda circunstancia,… sin que nada ni nadie escape de esa renovación.

La puerta de la salvación es una puerta estrecha porque es una puerta humana, en las condiciones de lo humano. Y las condiciones de lo humano son estrechas, son difíciles, están empapadas del sudor y del sufrimiento; es una puerta que reproduce la miseria de lo humano. Sin esa experiencia de lo profundo humano y sus condiciones no hay experiencia religiosa auténtica. Sin pasar por esa condición estrecha de la miseria de la condición humana y ser capaces de descubrir en ella la realidad divina no hay auténtica vivencia religiosa, no hay salvación. La salvación pasa por la miseria de lo humano por voluntad del mismo Dios que quiso encarnarse en ella. Y hay salvación, porque solo desde la conciencia y experiencia encarnada de la miseria que incorpora la condición humana, es posible concebir y acoger vivencialmente ese acontecimiento religioso que llamamos “salvación”. Sólo entonces “salvación” deja de ser un concepto teológico que en tantos suscita la pregunta de si acaso hemos de ser salvados de algo. Por eso, esa puerta estrecha es el mismo Jesús, que es Dios encarnado. Y por eso Jesús es la salvación, porque la miseria humana ha sido salvada en sí misma y transformada en semilla de glorificación. No en vano, Jesús significa “Dios salva”.

Sin embargo, aún cuando confesamos todos los domingos la fe en la Encarnación, hemos de reconocer que no acabamos de comprender el alcance del significado y consecuencias reales de ese acontecimiento. Es necesario que, en nuestra vivencia de la fe, seamos capaces de hacer la traducción de “Encarnación” a “encarnación”. El evangelio y la primera lectura nos hablan de naciones que no habiendo oído de la verdadera religión, sin embargo, son convocados a la mesa del reino de la que participarán. Ciertamente, se nos recuerda que hay muchas personas en nuestro mundo que, sin ser bautizados, son auténticos constructores del reino de Dios en este mundo implicándose y sacrificándose a favor de los demás. Son aquellos que, de hecho, participan de esa experiencia de “encarnación” y hacen visible la “Encarnación” de Dios en el mundo aún sin conocerle. En este sentido, los textos bíblicos parecen recordarnos que el paso de la vivencia práctica de la “encarnación” a la confesión de la “Encarnación” es más fácil (vendrán en camellos, carros, literas… nos dice la primera lectura) que de la confesión de la “Encarnación” a la vivencia de la “encarnación”, categorizada como la entrada por una puerta estrecha. Hecho que nos debería hacer reflexionar acerca de nuestra vivencia religiosa personal y nuestra vivencia religiosa en cuanto Iglesia.


Fray Ángel Romo Fraile
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Posted: 21 Aug 2010 01:10 PM PDT


No resulta fácil en este texto, que “suena” como uno de los más duros de todo el evangelio, llegar a saber lo que procede de Jesús y lo que fue una elaboración posterior de la propia comunidad.

Pero hay un indicio claro que nos induce a pensar que nos hallamos ante un relato construido por la tradición, probablemente a partir de algunos dichos sueltos de Jesús. El indicio no es otro que el papel “extraño” que se atribuye a Jesús en el juicio, una idea más propia de la primera comunidad que del Maestro de Nazaret.

Paralelamente, parece lógico pensar que fuera la naciente comunidad cristiana, en su pugna con la sinagoga, quien se viera a sí misma compuesta por los que han llegado “de oriente y occidente, del norte y del sur”, en contraposición con el pueblo judío que –según la lectura de aquella misma comunidad- ha sido “echado fuera”.

Otras expresiones resultan bien conocidas.

La “puerta estrecha” hace alusión a la puerta más pequeña que daba acceso a las ciudades amuralladas;

el “esfuerzo” o la “lucha” (agon) constituía un término frecuentemente utilizado por los filósofos de la época para referirse a la acción humana;

la idea misma de los “pocos salvados” pertenecía a la tradición judía, tal como se recoge en el libro cuarto de Esdras: “Muchos han sido creados, pero pocos se salvarán”.

En cualquier caso, y más allá del uso que de ellas hicieran las primeras comunidades, me parece claro que las palabras de Jesús no tendrían un carácter condenatorio, sino exhortativo. Y no podría ser de otro modo, porque quien “ha visto” no condena jamás; lo que hace es “advertir” de la ignorancia que nos lleva a “perdernos”.

Sea lo que fuere, en último término, de la “autoría” del texto que nos ocupa, tratemos de abrirnos a los “ecos” que despierta en nosotros.

La pregunta inicial –“¿serán pocos los que se salven?”- es la pregunta más característica del yo religioso. Tenemos claro que el yo no busca otra cosa sino su propia autoafirmación. Debido a su carácter vacío y a su incapacidad de existir en el presente, busca constantemente aferrarse a algo, en la expectativa de un futuro que le traiga la “satisfacción” ansiada.

La ironía consiste en que ese futuro es tan inexistente como el propio yo que se proyecta en él. Pero, entre tanto, el yo sueña con llegar a ser feliz algún día, identificándose con diferentes señuelos –tener, poder, placer-, sin ser consciente de que es esa misma identificación la que hace imposible la felicidad. Dicho con más rotundidad: el único obstáculo para la felicidad es la identificación con el yo.

Sin embargo, mientras no se “despierta”, esa trampa mortal no se ve. Y si el yo es “religioso”, a su futuro definitivo lo llamará “salvación”: buscará salvarse a toda costa, en una perpetuación “eterna” de la autoafirmación siempre imposible. ¿Podría imaginar una promesa mayor para su insaciable ambición?

Eso explica que la religión mítica –la religión del “yo”-, en la que todos nosotros hemos crecido, haya pivotado en torno a la cuestión de la “salvación del alma”. No existía una preocupación mayor: ¿cómo salvarme?

Frente a esa inquietud del yo, la respuesta de Jesús anima a “entrar por la puerta estrecha”. Pero el texto no nos dice en qué consiste exactamente.

Dentro de la lógica del propio “yo religioso”, no sorprende que, a lo largo de la historia, se haya entendido como “sacrificio”, “mortificación”, “sumisión” incluso… El yo –cuya religión se basaba en el esquema del mérito y la recompensa- es amante del voluntarismo perfeccionista, con el que, en no pocos casos, trataba de saldar, sin darse cuenta, antiguas culpabilidades inconscientes.

Una lectura más serena de aquellas palabras, sin embargo, nos hace ver que no se puede confundir “puerta estrecha” con “carrera de méritos” –aunque fuera en forma de obstáculos-, sino que debe referirse a algo bien distinto.

Si caemos en la cuenta de que, por su propio carácter, el yo busca “inflarse”, de un modo inevitable y compulsivo, nos resultará patente que es justamente el yo el que nunca podrá entrar por la “puerta estrecha”.

Por tanto, la invitación para alcanzar la “salvación” –no la que espera el yo, sino el “despertar” de la ignorancia y del sufrimiento- pasa por desidentificarse del yo. “Entrar por la puerta estrecha” es desapropiación del yo.

Ahora bien, el trabajo de desapropiación no se consigue con voluntarismo –un voluntarismo que, una vez más, no haría sino seguir alimentando al yo-, sino que es fruto de la comprensión.

No buscamos desidentificarnos del yo por ningún motivo “ascético”, sino sencillamente porque hemos empezado a comprender que ésa no es nuestra verdadera identidad. Por eso, en la medida en que crezcamos en esa comprensión, notaremos también un movimiento interior a poner en práctica los medios que nos capaciten para vivirla.

Los diferentes medios coincidirán en el hecho de que nos hacen crecer en consciencia de no ser el “yo” que nuestra mente piensa y nos hacen vivir de una manera desapropiada, sin sentirnos como “hacedores”.

Aprenderemos progresivamente a observar a nuestro yo, en cualquiera de los “disfraces” que use –eufórico o deprimido, sumiso o airado…-, y a tomar distancia de él. Y cuidaremos, por encima de todo, venir al instante presente, como medio privilegiado de experimentar la Presencia que somos.

Desde la nueva percepción de nuestra identidad, todas las cuestiones quedan redimensionadas: se ha modificado la percepción de la realidad. Si el yo andaba buscando desesperadamente su “salvación” en un futuro que imaginaba “eterno”, venimos a reconocer que la Presencia es ya la eternidad, en cuanto Plenitud atemporal.

Si era fácil identificar al insaciable yo con el chiste de Woody Allen –“¡qué feliz sería si fuese feliz!”-, desde la nueva comprensión, venimos a reconocer, con Ludwig Wittgenstein, que “para la vida en el presente, no existe la muerte”.

Como ha escrito el lúcido filósofo ateo André Comte-Sponville,

“la muerte no me robará más que el futuro y el pasado, que no tienen existencia. Pero el presente y la eternidad (el presente, luego la eternidad) están fuera de su alcance. Sólo me arrebatará el yo. Por eso me desposeerá de todo y no me desposeerá de nada. La muerte sólo me despojará de mis ilusiones”

(A. COMTE-SPONVILLE, El alma del ateísmo.
Introducción a una espiritualidad sin Dios,
Paidós, Barcelona 2006, p.194).

La “salvación” –según el texto- consiste en “sentarse a la mesa en el reino de Dios”, una imagen festiva, convivencial y comensal, con la que en la Biblia se suele designar la Plenitud divina.

Esa “mesa” coincide también con la Presencia, es decir, con la atemporalidad o eternidad. La mesa ya está puesta –siempre lo ha estado-, pero sólo podremos “saborearla” si, trascendiendo la identidad egoica que anda buscando “migajas”, en las que ha puesto sus expectativas de bienestar, venimos a la Presencia luminosa y eterna, nuestra identidad más profunda.

Al acceder a esa identidad, descubrimos que la pregunta inicial –“¿serán pocos los que se salven?”- nace únicamente de la mayor ignorancia. Porque, anclados en la Presencia que somos, descubrimos que ya estamos en el reino de Dios: la eternidad es Ahora. Y nos privamos de la felicidad, porque nos escapamos del Presente.

Comprendo bien que esto pueda sonar hiriente a quien dice estar envuelto en el sufrimiento y pueda sublevar a nuestra sensibilidad ante la constatación diaria de situaciones de injusticia.

No sé por qué el mundo es como es, ni creo que nuestra mente llegue a encontrar una respuesta a ello. Sólo sé –y no es una “creencia”, sino algo que cada uno puede experimentar- que, más allá y a un nivel más “hondo” que el de nuestro “sueño cotidiano”, en la Presencia que es nuestra identidad compartida, todo está bien.

Y que sólo creciendo en esa consciencia –que es comprensión- y desde ella, lo que brote será Vida. Porque, quizás, nuestro mayor problema es la incapacidad para reconocernos y vivirnos en la –como- Presencia.

Enrique Martínez Lozano
www.enriquemartinezlozano.com
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Posted: 21 Aug 2010 01:04 PM PDT




- ...Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos... (Is 66,18-21).
- ... El Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos... (Heb 12,5-7,11-13).
- ...Esforzaos en entrar por la puerta estrecha... (Lc 13, 22-30).

Imprevisibilidad

De vez en cuando, en el evangelio, aflora la curiosidad típica de los hombres (de la que quizás tampoco están inmunes las mujeres). Así hay algunos que querrían conocer «el día y la hora».
Otros desearían estar informados -es el caso del texto de hoy acerca del número, aunque sólo sea aproximado, de los candidatos a la salvación, adelantando la sospecha, si no la previsión, de que se trata de una cifra exigua: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?». Y hay incluso alguno que quisiera recibir un «adelanto» acerca de los personas a quienes se reservan los primeros puestos (Mt 18,1). En una palabra, despunta siempre algún curioso que pretendería dar una ojeada al gran registro para pillar la fecha fatídica del examen final, para mirar las listas de los aprobados, e incluso para expiar los nombres de los primeros de la clase en el cielo.
Jesús rechaza, categóricamente, satisfacer este tipo de curiosidad. Otra cosa muy distinta es la que importa saber.
En vez de la curiosidad, introduce el elemento sorpresa, el factor Imprevisibilidad.
Habrá clientes inesperados (al menos por nosotros, los llamados «cercanos»):«Vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el reino de Dios ». Dan ganas de comentar: los invitados por el Señor serán un número inmenso de individuos que nosotros habríamos desechado implacablemente de nuestras «mesas» selectivas.
También la perspectiva del Tercer Isaías (primera lectura) tiene esta dimensión de universalismo: «Yo vendré para reunir las naciones de toda lengua...». El mensaje de salvación será entregado «a las naciones... a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama...». Y también entre los excluidos Dios elegirá «sacerdotes y levitas».
La sorpresa no está sólo en el número y en la proveniencia insólita (por no decir «sospechosa») de los admitidos al banquete, sino también en el rango de los excluidos. Son precisamente aquellos que se consideran admitidos por derecho. Aquellos que presumen de conocimientos y familiaridad con el Amo de casa: «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas» (¡cuántos banquetes preparados con el pretexto de manifestar con mayor... solemnidad la gloria de Dios! ¡Y cuántas plazas llenas hasta rebosar, no sólo para escuchar la palabra del Señor, sino para poder contar, y sentirse asegurados por los aplausos!).
A pesar de estos títulos, oirán que se les echa en cara: «No os conozco. No sé quiénes sois».
Existe siempre el peligro de que aquellos que hacen creer con toda seguridad que saben de qué parte está el Señor, descubran después, amargamente, que él no sabe de dónde son. O sea: «jamás he tenido que ver nada con vosotros, con vuestras ideas, con vuestras seguridades, con vuestras mentalidades mezquinas, con vuestras excomuniones...».
Existe el peligro, además, de que los que se tienen por privilegiados, caigan en la cuenta de que el orden de las precedencias ha sido invertido: «Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos».
Nadie podrá decir jamás: «Dios piensa como yo o como nosotros». El no tiene necesidad de consultar los ficheros de nadie para «notificar» y prodigar su don, desde el momento en que sabe dónde habita... el mundo.
Un horizonte desmesurado y una puerta estrecha
Sin embargo esta perspectiva universal de la salvación (que representa un clamoroso desmentido a todos los integrismos, los sectarismos, las pretensiones monopolizadoras o privatizadoras de los favores divinos, las mentalidades elitistas) no ha de confundirse con la facilidad.
El horizonte es desmesurado.
Pero el evangelio también coloca, inesperadamente, una «puerta estrecha». Y nadie está autorizado ni a ensancharla, ni mucho menos a eliminarla.
No se trata de conocer la palabra clave o de tener en el bolsillo cartas credenciales quizás firmadas por el propio párroco, para entrar con seguridad por aquella puerta.
El único paso autorizado es el del compromiso personal y el de la decisión de tomar en serio las exigencias más duras del evangelio, sin buscar astutamente reducir el cociente de dificultad.
La palabra que nosotros traducimos por «esforzaos», en griego suena literalmente, «batíos», e implica la idea de una lucha encarnizada.
No se trata, evidentemente, de «batirse» contra los otros pretendientes o competidores que hacen cola, sino de luchar para eliminar de nosotros y de nuestro bagaje todo lo que obstaculiza la entrada a través de aquel paso no excesivamente amplio.
Hay que especificar que la puerta estrecha está construida exclusivamente con... material evangélico. Nadie tiene el derecho de añadir ahí otros «filtros» selectivos.
Bastan las pretensiones de Cristo. Por lo que no es el caso de que algún obstaculizador o un maestro de ceremonias excesivamente celoso, provisto de un librote, cierre el paso con la presunción de someter a los candidatos (mejor, a los invitados) a un examen supletorio y abusivo.
Para terminar:
-Es necesario entendérselas con aquella puerta estrecha. Y más que tomar sus medidas, es obligatorio medirse con las rudas palabras del evangelio.
-Hay que convencerse de que la entrada no es cuestión de inscripción ni de prácticas, sino que es un asunto de amor. Y que el estilo de llamar es el de la discreción y el de la humildad. Quedan excluidos los empujones virtuosos y los campanillazos impacientes para llamar la atención acerca de nuestros presuntos títulos.
-Es necesario, renegando de nuestra mezquindad, alegrarse porque la invitación de Dios se extiende a todos los hombres de buena voluntad y a una infinidad de «justos» que nosotros no seremos capaces de catalogar nunca.
-Por esa puerta, naturalmente, pueden pasar los «hijos». Pero ¿qué hijos? Según la puntualización del autor de la Carta a los hebreos (segunda lectura), no los hijos presuntos, sino los que aceptan la corrección.
No los hijos inconstantes y veletas, que ceden al cansancio y a la desconfianza frente a las dificultades, sino los que superan con coraje las pruebas («... fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes»).
La corrección paterna, especialmente cuando es un poco áspera, puede parecer fastidiosa al rozar nuestra piel delicada y provocar tristeza en nuestro ánimo sensible. Pero, recibida con simplicidad, nos «da como fruto una vida honrada y en paz».
La prueba nunca es agradable, pero si se afronta con el coraje sostenido por la fe, robustece y permite «caminar por senda llana», en vez de cojear penosamente con las muletas ajenas.
La corrección, a propósito de la cual el autor hace una larga cita de la sabiduría de los Proverbios (3,11-12), especialmente la que viene a través de la prueba y de la tribulación, además de constituir un capítulo fundamental de la pedagogía divina, representa un elemento esencial para la perseverancia.
En el fondo aparece la imagen de Jesús, el Hijo, que «aprendió, sufriendo, lo que cuesta obedecer...» (Heb 5,8-9).
Entendámonos: no hay que concluir que Dios es Padre porque castiga a sus hijos y cuanto más les castiga... (esto justificaría todos los dolorismos más equívocos y las aberraciones de la historia). Sino que Dios es padre bueno también cuando castiga.
En una palabra, todo está puesto a la luz del amor: tanto el horizonte inmenso como la puerta estrecha, tanto el banquete universal como la dura exclusión (quedan excluidos los que rechazan entrar en la lógica del amor, pero que quisieran forzar el paso a través de pretensiones farisaicas de una fidelidad puramente exterior), el fruto amargo de la corrección y el dulce de la paz.
Quisiera decir que existe la posibilidad de pasar a través de la puerta estrecha solamente ensanchando los horizontes (mucho más allá de nuestras mentalidades y versiones mezquinas), y dilatando el corazón (mucho más allá de nuestros cálculos y de nuestras prudencias). El problema no es el de restringir, se trata de no cerrar.
Puerta estrecha no significa «cierre», sino incomodidad.


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Posted: 21 Aug 2010 12:56 PM PDT
Se sentarán a la mesa en el Reino de Dios
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 13, 22-30


Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»
Él respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y él les responderá: "No sé de dónde son ustedes".
Entonces comenzarán a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas". Pero él les dirá: "No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!”
Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».

Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia cmf

Una vez más que el Evangelio nos viene a despertar de nuestra modorra, de nuestra pereza, de nuestra desidia, de nuestra comodidad...
No nos gusta el riesgo, la aventura, la vida heroica, y nos empeñamos en caminar siempre por carreteras asfaltadas sin esfuerzo alguno y de entrar por puertas amplias por las que cabe todo.
Viene hoy el Señor, y nos previene:
- ¡Al tanto con esa vida tan peligrosa! ¡A ser un poco más valientes!...
La ocasión para este consejo austero —y que no nos gusta, naturalmente— se la da la pregunta de uno del auditorio, mientras Jesús camina decidido hacia Jerusalén, donde le espera la cruz:
- Maestro, ¿son muchos o son pocos los que se salvan?
¡Cuánto que nos gustaría a nosotros ahora haber tenido una respuesta clara de Jesús! Pero Jesús fue más listo, y no quiso responder. Se contentó con decir:
- ¡Esforzaos por alcanzar vosotros la salvación!
Si hubiera dicho: Son pocos, muy pocos los que entran en la vida eterna..., nosotros nos hubiéramos sentido aterrados, pesimistas, acobardados, y la vida hubiese sido una tortura.
Si, por el contrario, hubiese dicho: ¡No, hombre! ¿Cómo quieres que sean pocos los que se salven? Se salva la mayoría, que para eso vine yo al mundo..., nosotros entonces hubiéramos tomado la vida en broma, o poco menos.
Porque, desgraciadamente, no es raro oír expresiones como ésta: ¿Mis pecados? Sí, son muchos y graves. Pero, ¡ya pagó Jesucristo por mí, y la salvación la tengo segura!
Quienes así piensan y hablan, dejan todo al Señor y no aportan ellos esfuerzo alguno.
Queramos que no, ésta hubiera sido nuestra actitud ante el Señor:
De desesperación, porque nos hubiéramos dicho: ¡No hay nada que hacer! Todo está perdido...
O bien de frescura y de temeridad, porque hubiéramos pensado: ¿Para qué molestarse? Jesucristo lo ha hecho todo. Me basta mi fe en Él.
Al pensar y al actuar así, hubiésemos tenido eso que hemos dicho: o una vida atormentada, o una salvación en grave peligro.
Viene ahora Jesús, y, con mucha prudencia y bondad, nos responde sin responder directamente a la pregunta, sino indicándonos cuál debe ser nuestra actitud:
- Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os lo aseguro que muchos querrán meterse allí, y no lo conseguirán. Al llegar el dueño de la casa, cerrará la puerta y los que se hayan quedado fuera comenzarán a golpearla gritando: ¡Señor, ábrenos!... Pero él responderá desde dentro: No os conozco, ni sé de dónde venís. ¡Lejos de aquí, malvados!... Entonces vendrá el llanto y el rechinar de dientes.
Y a esos que ponen toda su seguridad en la fe que tienen en Jesucristo, sin aportar su propio esfuerzo, les advierte el mismo Señor:
- Algunos vendrán diciéndome: ¡Señor, Señor, acuérdate que hemos comido y bebido contigo en la misma mesa y te hemos escuchado cuando nos hablabas en nuestras plazas!... Pero yo les responderé: Os repito, que no sé quiénes sois ni de donde venís.
¿Se muestra Jesús demasiado duro y riguroso al hablarnos así? ¿No tendremos más bien que agradecerle el habernos prevenido con tiempo para evitar la catástrofe?...
En la última Guerra Mundial, y en un frente muy arriesgado, estaban los jefes del Estado Mayor comiendo, bebiendo y pasando la noche muy divertidos... Un oficial no quiso fastidiarles la fiesta, y se calló lo que sus ojos veían. El ataque vino de sorpresa, murieron la mayoría de aquellos desprevenidos, se deshizo el frente, y el enemigo conquistó unas posiciones muy estratégicas.
En este problema de la salvación, que nos plantea el Evangelio de este Domingo, tenemos clara la doctrina de la Iglesia, sacada toda de la Palabra de Dios.
Nuestra salvación depende de dos causas totales: de Dios y de nosotros.
Dios nos llama y nos da la salvación, pero nosotros debemos aceptarla colaborando con la acción divina.
La salvación es como la bicicleta, que tiene dos ruedas, tan importante la de delante como la de detrás. No hay miedo de que falle esa rueda que es Dios; pero puede fallar la otra rueda que somos nosotros...
Hubo tiempo en el que este tema de la salvación preocupaba mucho a los creyentes. Quizá con exceso, como si Dios tuviera determinada la perdición de muchos. Eso es falso. Dios quiere nuestra salvación, ¡y la conseguiremos con su gracia y ayuda! Pero ahora corremos el peligro contrario: no nos preocupa este problema, el cual, sin embargo, es el problema número UNO que tenemos que resolver...
¡Señor Jesucristo, gracias por la austera lección que hoy nos das! En ella no hay más que amor. Eres el amigo de verdad, que no nos engaña, que nos previene, que nos ayuda, que nos da todo...
Queremos salvarnos, y contamos contigo.
Quieres salvarnos, y Tú cuentas con nosotros.
Con tu gracia, y con nuestra fidelidad, ¿qué miedo podemos tener? La puerta de tu Corazón, y con la de tu Corazón la del Cielo, permanece abierta de par en par...
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sábado 21 de agosto de 2010


Lecturas y Liturgia de las Horas: 22 de Agosto de 2010


DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

Lectura del libro de Isaías 66, 18-21


Así habla el Señor:
Yo mismo vendré a reunir a todas las naciones y a todas las lenguas, y ellas vendrán y verán mi gloria. Yo les daré una señal, y a algunos de sus sobrevivientes los enviaré a las naciones extranjeras, a las costas lejanas que no han oído hablar de mí ni han visto mi gloria. Y ellos anunciarán mi gloria a las naciones.
Ellos traerán a todos los hermanos de ustedes, como una ofrenda al Señor, hasta mi Montaña santa de Jerusalén. Los traerán en caballos, carros y literas, a lomo de mulas y en dromedarios –dice el Señor– como los israelitas llevan la ofrenda a la Casa del Señor en un recipiente puro. Y también de entre ellos tomaré sacerdotes y levitas, dice el Señor.


Palabra de Dios.



SALMO RESPONSORIAL 116, 1-2

R. Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio.

¡Alaben al Señor, todas las naciones,
glorifíquenlo, todos los pueblos! R.

Es inquebrantable su amor por nosotros,
y su fidelidad permanece para siempre. R.



Lectura de la carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13

Hermanos:
Ustedes se han olvidado de la exhortación que Dios les dirige como a hijos suyos:
Hijo mío,
no desprecies la corrección del Señor,
y cuando te reprenda, no te desalientes.
Porque el Señor corrige al que ama
y castiga a todo aquél que recibe por hijo.
Si ustedes tienen que sufrir es para su corrección; porque Dios los trata como a hijos, y ¿hay algún hijo que no sea corregido por su padre?
Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella.
Por eso, «que recobren su vigor las manos que desfallecen y las rodillas que flaquean. Y ustedes, avancen por un camino llano», para que el rengo no caiga, sino que se sane.


Palabra de Dios.




Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 13, 22-30

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.
Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?»
Él respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y él les responderá: "No sé de dónde son ustedes".
Entonces comenzarán a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas". Pero él les dirá: "No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!”
Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.
Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».


Palabra del Señor.


LITURGIA DE LAS HORAS
TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO DE LA SEMANA XXI
De la feria, salterio I


22 de agosto


LAUDES
(Oración de la mañana)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Señor, abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

INVITATORIO

Ant. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva. Aleluya.

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Himno: ES VERDAD QUE LAS LUCES DEL ALBA

Es verdad que las luces del alba
del día de hoy
son más puras, radiantes y bellas,
por gracia de Dios.

Es verdad que yo siento en mi vida,
muy dentro de mí,
que la gracia de Dios es mi gracia,
que no merecí.

Es verdad que la gracia del Padre,
en Cristo Jesús,
es la gloria del hombre y del mundo
bañados en luz.

Es verdad que la Pascua de Cristo
es pascua por mí,
que su muerte y victoria me dieron
eterno vivir.

Viviré en alabanzas al Padre,
que al Hijo nos dio,
y que el santo Paráclito inflame
nuestra alma en amor. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Por ti madrugo, Dios mío, para contemplar tu fuerza y tu gloria. Aleluya.

SALMO 62, 2-9 - EL ALMA SEDIENTA DE DIOS

¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Por ti madrugo, Dios mío, para contemplar tu fuerza y tu gloria. Aleluya.

Ant. 2. En medio de las llamas, los tres jóvenes, unánimes, cantaban: «Bendito sea el Señor.» Aleluya.

Cántico: TODA LA CREACIÓN ALABE AL SEÑOR - Dn 3, 57-88. 56

Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

No se dice Gloria al Padre.

Ant. En medio de las llamas, los tres jóvenes, unánimes, cantaban: «Bendito sea el Señor.» Aleluya.

Ant. 3. Que el pueblo de Dios se alegre por su Rey. Aleluya.

Salmo 149 - ALEGRÍA DE LOS SANTOS

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Que el pueblo de Dios se alegre por su Rey. Aleluya.

LECTURA BREVE Ap 7, 10. 12

¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero! La bendición, y la gloria, y la sabiduría, y la acción de gracias, y el honor, y el poder, y la fuerza son de nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

V. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

V. Tú que estás sentado a la derecha del Padre.
R. Ten piedad de nosotros.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. «Procurad entrar por la puerta estrecha –dice el Señor–; es la puerta de la vida.»

Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. «Procurad entrar por la puerta estrecha –dice el Señor–; es la puerta de la vida.»

PRECES

Glorifiquemos al Señor Jesús, luz que alumbra a todo hombre y sol de justicia que no conoce el ocaso, y digámosle:

Tú que eres nuestra vida y nuestra salvación, Señor, ten piedad.

Creador de la luz, de cuya bondad recibimos, con acción de gracias, las primicias de este día;
te pedimos que el recuerdo de tu santa resurrección sea nuestro gozo durante este domingo.

Que tu Espíritu Santo nos enseñe a cumplir tu voluntad,
y que tu sabiduría dirija hoy todas nuestras acciones.

Que al celebrar la eucaristía de este domingo tu palabra nos llene de gozo,
y que la participación en el banquete de tu amor haga crecer nuestra esperanza.

Que sepamos contemplar las maravillas que tu generosidad nos concede,
y vivamos durante todo el día en acción de gracias.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Digamos ahora todos juntos la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro...

ORACIÓN

Señor Dios, que unes en un mismo sentir los corazones de los que te aman, impulsa a tu pueblo a amar lo que pides y a desear lo que prometes, para que, en medio de la inestabilidad de las cosas humanas, estén firmemente anclados nuestros corazones en el deseo de la verdadera felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.



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II VÍSPERAS
Oración de la tarde

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: DIOS DE LA LUZ, PRESENCIA ARDIENTE.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas;
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla:
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Desde Sión extenderá el Señor el poder de su cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

Salmo 109, 1-5. 7 - EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.

En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de su cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

Ant. 2. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

Salmo 113 A - ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO; LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

Ant. 3. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Cántico: LAS BODAS DEL CORDERO - Cf. Ap 19,1-2, 5-7

El cántico siguiente se dice con todos los Aleluya intercalados cuando el oficio es cantado. Cuando el Oficio se dice sin canto es suficiente decir el Aleluya sólo al principio y al final de cada estrofa.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios
(R. Aleluya)
porque sus juicios son verdaderos y justos.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Alabad al Señor sus siervos todos.
(R. Aleluya)
Los que le teméis, pequeños y grandes.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.
(R. Aleluya)
Alegrémonos y gocemos y démosle gracias.
R. Aleluya, (aleluya).

Aleluya.
Llegó la boda del cordero.
(R. Aleluya)
Su esposa se ha embellecido.
R. Aleluya, (aleluya).

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA BREVE 2Co 1, 3-4

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios.

RESPONSORIO BREVE

V. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

V. Digno de gloria y alabanza por los siglos.
R. En la bóveda del cielo.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Vendrán muchos del oriente y del occidente a sentarse con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Vendrán muchos del oriente y del occidente a sentarse con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.

PRECES

Adoremos a Cristo, Señor nuestro y cabeza de la Iglesia, y digámosle confiadamente:

Venga a nosotros tu reino, Señor.

Señor, amigo de los hombres, haz de tu Iglesia instrumento de concordia y unidad entre ellos
y signo de salvación para todos los pueblos.

Protege con tu brazo poderoso al Papa y a todos los obispos
y concédeles trabajar en unidad, amor y paz.

A los cristianos concédenos vivir íntimamente unidos a ti, nuestro Maestro,
y dar testimonio en nuestras vidas de la llegada de tu reino.

Concede, Señor, al mundo el don de la paz
y haz que en todos los pueblos reine la justicia y el bienestar.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Otorga, a los que han muerto, una resurrección gloriosa
y haz que los que aún vivimos en este mundo gocemos un día con ellos de la felicidad eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:

Padre nuestro...

ORACIÓN

Señor Dios, que unes en un mismo sentir los corazones de los que te aman, impulsa a tu pueblo a amar lo que pides y a desear lo que prometes, para que, en medio de la inestabilidad de las cosas humanas, estén firmemente anclados nuestros corazones en el deseo de la verdadera felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.



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COMPLETAS
(Oración antes del descanso nocturno)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

EXAMEN DE CONCIENCIA

Hermanos, habiendo llegado al final de esta jornada que Dios nos ha concedido, reconozcamos sinceramente nuestros pecados.

Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión:
por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

V. El Señor todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Himno: CRISTO, SEÑOR DE LA NOCHE

Cristo, Señor de la noche,
que disipas las tinieblas:
mientras los cuerpos reposan,
se tú nuestro centinela.

Después de tanta fatiga,
después de tanta dureza,
acógenos en tus brazos
y danos noche serena.

Si nuestros ojos se duermen,
que el alma esté siempre en vela;
en paz cierra nuestros párpados
para que cesen las penas.

Y que al despuntar el alba,
otra vez con fuerzas nuevas,
te demos gracias, oh Cristo,
por la vida que comienza. Amén.

SALMODIA

Ant. Al amparo del Altísimo no temo el espanto nocturno.

Salmo 90 - A LA SOMBRA DEL OMNIPOTENTE.

Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío.
Dios mío, confío en ti.»

Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás:
su brazo es escudo y armadura.

No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las tinieblas,
ni la epidemia que devasta a mediodía.

Caerán a tu izquierda mil,
diez mil a tu derecha;
a ti no te alcanzará.

Tan sólo abre tus ojos
y verás la paga de los malvados,
porque hiciste del Señor tu refugio,
tomaste al Altísimo por defensa.

No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos;

te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.

«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.

Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré;
lo saciaré de largos días,
y le haré ver mi salvación.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Al amparo del Altísimo no temo el espanto nocturno.

LECTURA BREVE Ap 22, 4-5

Verán el rostro del Señor, y tendrán su nombre en la frente. Y no habrá más noche, y no necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.

RESPONSORIO BREVE

V. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

V. Tú, el Dios leal, nos librarás.
R. Te encomiendo mi espíritu.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.

CÁNTICO DE SIMEÓN Lc 2, 29-32

Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz,

porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos

luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz.

ORACIÓN

OREMOS,
Humildemente te pedimos, Señor, que después de haber celebrado en este día los misterios de la resurrección de tu Hijo, sin temor alguno, descansemos en tu paz, y mañana nos levantemos alegres para cantar nuevamente tus alabanzas. Por Cristo nuestro Señor.
Amén

BENDICIÓN

V. El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una santa muerte.
R. Amén.

ANTÍFONA FINAL DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

Salve, Reina de los cielos
y Señora de los ángeles;
salve raíz, salve puerta,
que dio paso a nuestra luz.

Alégrate, virgen gloriosa,
entre todas la más bella;
salve, agraciada doncella,
ruega a Cristo por nosotros.
santa Madre de Dios,
no desprecies las oraciones
que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien líbranos de todo peligro,
oh Virgen gloriosa y bendita.

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