Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

23 de abril de 2017

LECTURAS DEL DÍA 23-04-2017

LITURGIA DE LA PALABRA

Hch 2,42-47: Tenían todo en común
Salmo responsorial117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia
1P 1,3-9: Nacidos de nuevo para una esperanza viva
Jn 20,19-31: La incredulidad de Tomás


Las primeras comunidades cristianas quedaron retratadas en la semblanza ideal que de ellas trazó el evangelista Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Las primeras comunidades nacen bajo el signo de la comunión total. Los discípulos y discípulas de Jesús comprenden, a partir de la resurrección, que su destino está irremediablemente ligado a las mismas opciones de Jesús y emprenden un camino de comunión y solidaridad total. En un primer momento pareciera como si la comunión de bienes y de ideales fuera suficiente para conformar una nueva comunidad humana donde todos cupieran; sin embargo, Lucas nos mostrará que aunque éste es un buen comienzo, es insuficiente para alcanzar la meta propuesta: preparar la irrupción definitiva del reinado de Dios en la historia de la realidad humana. Las comunidades, a pesar de compartirlo todo, muestran reticencias a la hora de aceptar a los que no son de la misma raza. La iglesia de Jerusalén se resistió, en un primer momento, a una plena comunión con los cristianos provenientes de otras nacionalidades diferentes a la judía. La primera comunidad se percibía como «auténtico Israel», no sólo explícitamente desde el punto de vista teológico, sino, sobretodo, aunque tácitamente, desde el punto de vista racial. Por eso, se hizo necesario no sólo la transformación de los condicionamientos económicos, sino que se hizo indispensable superar las barreras culturales. 



La consciencia de la comunidad cristiana fue ganando, cada vez más, apertura y capacidad de adaptación en todas las culturas. La centralidad del reinado de Dios fue tematizada de otras maneras en los ambientes griegos, africanos y romanos. Por esta razón, se comenzó a hablar de «salvación» como objetivo de la fe cristiana. Pero, debemos estar atentos porque este cambio de términos no perdía la sustancia de la fe cristiana centrada en la inminente irrupción del Reinado de Dios, la fórmula cristiana por excelencia para expresar la Utopía humana. Este Reinado era comprendido en el evangelio como la presencia definitiva de la voluntad de Dios en las organizaciones humanas, de modo que por medio del compromiso, la honestidad y la eficacia de la acción, se hacía realidad la Justicia de Dios en la comunidad humana. Si se hablaba de «salvación», no era en términos puramente sectarios e individuales, sino como la experiencia vital de la realización de esa esperanza que Jesús había hecho posible por medio de su vida, muerte y resurrección. La experiencia de «salvación» se hizo realidad en cada una de las comunidades y las personas que prefirieron el destierro, la exclusión e incluso la muerte antes que dar marcha atrás y someterse a las ideologías de los sistemas sociales vigentes. Las comunidades descubrieron la importancia de trazar un camino en la fe que se adaptara a sus nuevas realidades. Los cristianos de la segunda generación en adelante no tuvieron ningún tipo de contacto físico con el Señor Jesús, su punto de partida fue el testimonio de aquellos que se convirtieron en oyentes y servidores de la Palabra. Por esto, el texto de la Primera Carta de Pedro hace tanto énfasis en los valores de la comunidad que ama y cree en Jesús sin haberlo visto. Una fe que se hace vida en la vida transformada y salvada que ellos experimentan a partir de su encuentro con Jesús resucitado.

El evangelio de Juan nos muestra por medio de la figura de Tomás, el camino de fe que condujo a esa generación de cristianos a tomar contacto con el resucitado. La fe de Tomás se reducía a lo que el pensaba debía ser la realidad más que e lo que el veía. Tomás percibía claramente cómo la vida de sus hermanos y hermanas de comunidad se transformaba con el contacto con el resucitado. Los que antes se encerraban por temor y se escondían ante las autoridades, ahora emprenden abiertamente nuevas obras y misiones. Sin embargo, Tomás no lo veía. La comunidad había hecho un camino significativo mediante un proceso de conciliación que los había llevado de la desesperación, el sentimiento de culpa y la inconstancia, hacia una manera novedosa de relacionarse en «la paz de Cristo»; todos los miembros estaban conscientes de su compromiso misionero y asumían como propia la misión de Jesús; todos se sentían ungidos por el Espíritu del resucitado para convertir ese mundo de injusticias y miserias con un mundo donde el pan del amor y la justicia alimentara cada acción humana. Sin embargo, Tomás no lo veía, porque circunscribía toda la realidad a su pobre experiencia inmediata. No obstante, con la ayuda de la comunidad, su camino de fe se tropezó con los sufrimientos del resucitado. Hasta que él no experimentó en su propia carne los clavos, heridas y llagas de Jesús no entendió el significado salvífico de la resurrección. Tomás, después de su encuentro con el resucitado, se sintió salvado de su pequeñez humana, de su falta de comprensión y de su poca apertura mental y afectiva. Para Tomás la salvación había pasado por su propio cuerpo.

Primera Lectura: Hechos de los apóstoles 2,42-47
Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común 

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 117
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: / eterna es su misericordia. / Diga la casa de Aarón: / eterna es su misericordia. / Digan los fieles del Señor: / eterna es su misericordia. R.

Empujaban y empujaban para derribarme, / pero el Señor me ayudó; / el Señor es mi fuerza y mi energía, / él es mi salvación. / Escuchad: hay cantos de victoria / en las tiendas de los justos. R.

La piedra que desecharon los arquitectos / es ahora la piedra angular. / Es el Señor quien lo ha hecho, / ha sido un milagro patente. / Éste es el día en que actuó el Señor: /sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.

Segunda Lectura

1Pedro 1,3-9
Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. 

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

Palabra de Dios

EVANGELIO

Lectura del Santo Evangelio según san Juan 20,19-31
A los ocho días, llegó Jesús. 

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo." Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo."

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto."

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.


Palabra del Señor

Reflexión de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,42-47Según su promesa, Cristo resucitado y ascendido al cielo se queda, no obstante, con los hombres hasta el fin de los tiempos. Sin embargo, su presencia en el tiempo de la Iglesia es diferente a la que tuvo durante su vida terrena. Ahora es el Espíritu Santo, primer don del Resucitado a los creyentes, el que prosigue su obra en la tierra y el que manifiesta el poder de su resurrección en la historia. Por eso transmite Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, como parte esencial de la «Buena Nueva», el relato de los primeros pasos de la comunidad cristiana, animada e impulsada por el Espíritu de Jesús.

En el primero de los «compendios» que describen a la Iglesia naciente aparecen las líneas fundamentales de la vida eclesial. Por eso se ha convertido este fragmento en paradigmático para todas las comunidades cristianas. Cuatro son las características que distinguen a los creyentes: la asiduidad a la enseñanza de los apóstoles, o sea, el reconocerse necesitados de aprender a vivir como cristianos; la «comunión»: ha de ser entendida como aquella unión de los corazones que se manifiesta también en el reparto concreto de los bienes materiales; la «fracción del pan»: ese gesto, típico de los judíos para iniciar la comida ritual, indica ahora la eucaristía, el «memorial»; y, por último, la oración.

De este modo, la primera comunidad cristiana está totalmente abierta al don del Espíritu, que puede obrar milagros en ella «por medio» de los apóstoles. El relato deja aparecer el clima de alegría y de sencillez que nace de una vida de intensa caridad Fraterna y de la oración unánime. Y la cosa es tanto más sorprendente por el hecho de que el texto no oculta tampoco fatigas y persecuciones. No se trata, por tanto, de un cuadro utópico; más bien es preciso ver en él el modelo ideal al que hay que conformarse. El estilo de vida asumido por la Iglesia naciente es en sí mismo testimonio elocuente e irradiador, una evangelización que prepara los ánimos de muchos a recibir la gracia de Dios.

Reflexión del Salmo 117En el conjunto del salterio, este salmo concluye la «alabanza» o «Hallel» (Sal 113-118) que cantan los judíos en las principales solemnidades y que cantaron también Jesús y sus discípulos después de la Última Cena. No cabe deuda de que se trata de una acción de gracias. La única dificultad que plantea estriba en determinar si quien da gracias es un individuo o se trata, más bien, de todo el pueblo. A simple vista, parece que se trata de una sola persona. Sin embargo, la expresión «todas las naciones me rodearon» (10a) lleva a pensar más en todo el pueblo que en un solo individuo. En este caso, el salmista estaría dando gracias, en nombre de todo Israel, por la liberación obtenida. Por eso lo consideramos un salmo de acción de gracias colectiva.

Existen diversas maneras de entender la estructura de este salmo. La que aquí proponemos supone la presencia del pueblo congregado (tal vez en el templo de Jerusalén) para dar gracias. Podemos Imaginar a una persona que habla en nombre de todos, y al pueblo, dividido en grupos que aclaman por medio de estribillos. De este modo, en el salmo podemos distinguir una introducción (1-4), un cuerpo (5-28), que puede dividirse, a su vez, en dos partes: (5-18 y 19-28) y una conclusión (29), que es idéntica al primer versículo.

La introducción (1-4) comienza exhortando al pueblo a que dé gracias por la bondad y el amor eternos del Señor (1; compárese con la conclusión en el v, 29). A continuación, la persona que representa al pueblo se dirige a tres grupos distintos (los mismos que aparecen en Sal 115,9-11), para que, de uno en uno, respondan con la aclamación: «Su amor es para siempre!». Estos tres grupos representan a la totalidad del pueblo: la casa de Israel, la casa de Aarón (los sacerdotes, funcionarios del templo) y los que temen a Dios (2-4). El pueblo se reúne con una única convicción: el amor del Señor no se agota nunca.

La primera parte del cuerpo (5-18) presenta también algunas intervenciones del salmista en las que se intercalan aclamaciones de todo el pueblo. Habla del conflicto a que han tenido que hacer frente (6-7); la intervención del Señor colmó al pueblo de una confianza inconmovible. A continuación, viene la respuesta del pueblo (8-9), que confirma que el Señor no traiciona la confianza de cuantos se refugian en él. El salmista vuelve a describir el conflicto (10-14). La situación ha ido volviéndose cada vez más dramática. Se compara a los enemigos con un enjambre de avispas que atacan y con el fuego que arde en un zarzal seco (12). Pero el Señor ha sido auxilio y salvación. El pueblo interviene (15-16) manifestando su alegría y hace tres elogios de la diestra del Señor, su mano fuerte y liberadora. En el pasado, esa mano liberó a los israelitas de Egipto.

Tras la nueva liberación, pueden oírse los gritos de alegría y de victoria en las tiendas de los justos. Vuelve a tomar la palabra el salmista, pero no habla ahora de la situación de peligro, sino del convencimiento que invade al pueblo tras la superación del peligro (17-18); habla de una vida consagrada a narrar las hazañas del Señor. La opresión es vista como castigo de Dios, un castigo que no condujo a la muerte.

En la segunda parte del cuerpo (19-28) tenemos restos de un rito de entrada en el templo. Se supone que el salmista y los diferentes grupos se encontraban presentes desde el comienzo del salmo. El primero pide que se abran las puertas del triunfo (del templo) para entrar a dar gracias (19). Alguien de la casa de Aarón (por tanto, un sacerdote) responde, indicando la puerta (que probablemente se abriría en ese momento). Es la puerta por la que entran los vencedores (20). El salmista comienza su acción de gracias (21-24); en nombre del pueblo da gracias por la salvación y por el cambio de suerte. La imagen de la piedra angular (22-23) está tomada de la construcción de arcos. La piedra que se coloca en el vértice de un arco es la que sostiene toda la construcción. El día de la victoria es llamado «el día en que actuó el Señor» (24a). El pueblo responde1 pidiendo la salvación, que se traduce en prosperidad (25). Los sacerdotes (los descendientes de Aarón) bendicen al pueblo (26), invitándole a formar filas para la procesión hasta el altar (27). Interviene por última vez el salmista, dando gracias y ensalzando a Dios (28). Se supone que, a continuación, se ofrecerían sacrificios en el templo, culminando la alegría de la fiesta con un banquete para todos.

Este salmo respira fiesta, alegría, es una acción de gracias que concluye con una procesión por la superación de un conflicto. La situación en que se encontraba el pueblo antes de la súplica era muy grave. El salmo nos habla del clamor en el momento de la angustia (5a), de los enemigos (7b) y de los jefes (9b). Más aún, las naciones habían plantado un cerco contra el pueblo (10a), aumentando cada vez más la opresión. El pueblo estaba siendo empujado (13a), en una situación que hace pensar en la muerte (17a). Con el auxilio del nombre del Señor, el pueblo rechazó a sus enemigos (10b.11b.12b), provocando gritos de júbilo y de victoria en las tiendas de los justos (15). El pueblo volvió a la vida (17) y ahora tiene la misión de contar las maravillas del Señor, que se sintetizan en la salvación (14b). El Señor cambió radicalmente la suerte de su pueblo; convirtió la piedra rechazada en piedra clave que sostiene el edificio (22). Esto se considera, una «maravilla» (23), término que nos lleva a pensar en las grandes intervenciones liberadoras del Señor en el Antiguo Testamento. El día en que se dio la vuelta a la tortilla es llamado aquí «el día del Señor», rescatándose así toda la esperanza que esta exp1lesión le transmitía al pueblo, sobre todo en tiempos de dificultad. Resulta difícil determinar a qué momento de la historia se refiere este salmo. Pero esto, no obstante, no es determinante. La petición de «prosperidad» (25b) nos lleva a pensar en la época inmediatamente posterior al exilio en Babilonia.

Lo primero que nos llama la atención es la frecuencia con que aparecen el nombre «el Señor» y la expresión «en nombre del Señor». Sabemos que el nombre propio de Dios en el Antiguo Testamento es «el Señor» —Yavé, en hebreo— y que este nombre está unido a la liberación de Egipto. Su nombre recuerda la liberación, la alianza y la conquista de la tierra. Se entiende, pues, que este salmo insista en que su amor es para siempre. Amor y fidelidad son las dos características fundamentales del Señor en su alianza con Israel, El salmo dice que Dios escucha y alivia (5),que camina junto a su pueblo y le ayuda (7a), haciendo que venza a sus enemigos (7b). El recuerdo de la «diestra» de Dios hace pensar en la primera «maravilla» del Señor: la liberación de Egipto. El pueblo ha experimentado una nueva liberación, semejante a la que se narra en el libro del Éxodo. El «día del Señor», expresión que subyace al, muestra otra importante característica de Dios, Durante el caminar del pueblo, esta expresión hacía soñar con las grandes intervenciones del Dios que libera a su aliado de todas las opresiones. La expresión «mi Dios» (28) también surgió en un contexto de alianza entre el Señor y su pueblo.

Jesús es la máxima expresión del amor de Dios. En Jesús aprendemos que Dios es amor (1Jn 4,8). Jesús fue también capaz de manifestar a todos ese amor, entregando su vida a causa de él (Jn 13,1). La liturgia cristiana ha leído este salmo a la luz de la muerte y resurrección de Jesús. La carta a los Efesios (1,3- 14) nos ayuda a bendecir a Dios, por Jesús, con una alabanza universal.

La liturgia nos invita a rezarlo en el Tiempo de Pascua, a la luz de la muerte y la resurrección de Jesús. Conviene rezarlo en comunión con otros creyentes, dando gracias por las «maravillas» que Dios ha realizado y sigue realizando en medio de nosotros; también podemos rezarlo cuando celebramos las duras conquistas del pueblo y de los grupos populares en la lucha por la vida...
Otros salmos de acción de gracias colectiva: 65; 66; 67; 68;

Reflexión de la Segunda lectura: 1 Pedro 1,3-9 
Tras una breve presentación del remitente y de los destinatarios (vv. 1 s), en la que se ofrece ya un escorzo contemplativo sobre la obra de la salvación realizada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la primera carta de Pedro desarrolla el mismo tema, en los, en forma de bendición solemne. De este modo se introduce a los oyentes en una atmósfera sagrada que ayuda a percibir el inmenso don que representa la vocación bautismal.

El Padre, en su inmenso amor, nos ha hecho renacer (cf. Jn 3,1-15), haciéndonos hijos suyos, a través de la muerte-resurrección de su Hijo unigénito. Este nuevo nacimiento no tiene delante la perspectiva de la muerte, sino “una esperanza viva”, una promesa no condicionada por la corruptibilidad de las cosas de este mundo. Su plena posesión está reservada para nosotros “en los cielos”, pero tenemos ya desde ahora un “anticipo”, una “señal”, en la medida en que vamos transformándonos interiormente, en la medida en que pasamos de seres carnales a seres espirituales por medio de una vida conforme con la fe profesada en el bautismo.

Pedro, que se dirige a comunidades cristianas probadas por la persecución ofrece consuelo y luz para leer el cumplimiento del designio de salvación en medio de las dolorosas situaciones por las que atraviesan. Los sufrimientos no deben convertirse en motivo de escándalo, en piedra de tropiezo, sino en crisol purificador, donde se purifica la fe para ser cada vez más pura y firme. Esta fe será, en efecto, el documento con el que, el último día, daremos testimonio de nuestro amor a Cristo, mientras que, ya desde ahora, nos proporciona un gozo inefable y radiante en el corazón y nos conduce a la meta: la salvación eterna de las almas.

Reflexión primera del Santo Evangelio: Juan 20,19-3 1Estos dos episodios, próximos y relacionados con un mismo tema —el de la fe— son, el eco fiel de cuanto ha sucedido en los corazones de los apóstoles tras la muerte de Jesús.

En el primero de ellos, el Resucitado se aparece a los once, que, a pesar del anuncio de María Magdalena, están encerrados todavía en el cenáculo por miedo a los judíos. Jesús supera las barreras que se le interponen: pasa a través de las puertas, manifestando que su condición es completamente nueva, aunque no ha desaparecido nada de los sufrimientos que padeció en la carne. La insistente referencia al costado traspasado de Jesús es propia de Juan, que, de este modo, quiere indicar el cumplimiento de las profecías en Jesús (Ez 47,1; Zac 12,10.14). El tradicional saludo de paz asume también en sus labios un sentido nuevo: de augurio —(“la paz esté con vosotros”— se convierte en presencia —«la paz está con vosotros». La paz, don mesiánico por excelencia, que incluye todo bien, es, por tanto, una persona: es el Señor crucificado y resucitado en medio de los suyos («se presentó»: w 19b.26b y, antes, v. 14). Al verlo, los discípulos quedan colmados de alegría y confirmados en la fe. El Espíritu que Jesús sopla sobre ellos, principio de una creación nueva (Gn 2,7), confiere a los apóstoles una misión que prolonga la suya en el tiempo y en el espacio y les concede el poder divino de liberar del pecado.

El segundo cuadro, personaliza en Tomás las dudas y el escepticismo que atribuyen los sinópticos, de manera genérica, a «algunos» de los Doce, y que pueden surgir en cualquiera. Tomás ha visto la agonía de su Maestro y se niega a creer ahora en una realidad que no sea concreta, tangible, en cuanto al sufrimiento del que ha sido testigo.
Jesús consiente a la obstinada pretensión del discípulo, pues es necesario que el grupo de los apóstoles se muestre firme y fuerte en la fe para poder anunciar la resurrección al mundo. Precisamente a Tomás se le atribuye la confesión de fe más elevada y completa: “¡Señor mío y Dios mío!”. Aplica al Resucitado los nombres bíblicos de Dios, Yavé y Elohím, y el posesivo «mío» indica su plena adhesión de amor, más que de fe, a Jesús. La visión conduce a Tomás a la fe, pero el Señor declara, de manera abierta, para todos los tiempos: bienaventurados aquellos que crean por la palabra de los testigos, sin pretender ver. Estos experimentarán la gracia de una fe pura y desnuda que, sin embargo, es confirmada por el corazón y lo hace exultar con una alegría inefable y radiante (1 Pe 1 ,8). Los constituyen la primera conclusión del evangelio de Juan: se trata de un testimonio escrito que no pretende ser exhaustivo, sino sólo suscitar y corroborar la fe en que “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios” (cf. Mc 1,1).

Reflexión segunda del Santo Evangelio: Juan 20,19-3 1
Los discípulos creyeron en Jesús cuando empezó a predicar y curar, hasta dejarlo todo por Él y seguirle. Pero ahora, no consiguen creer ante el milagro más grande y ante Cristo resucitado. Desde el punto de vista humano, natural y psicológico, no nos puede sorprender, ¿Acaso se pueden juzgar los acontecimientos del Salvador sólo desde una manera natural?

Se trata de un acto de fe. Un acto de fe necesita que se den tres elementos: el testimonio, la gracia de Dios y la actitud personal, es decir, la voluntad de aceptar como verdadero lo que Dios revela.

¿Cuál de estas tres condiciones les faltaba a los discípulos? ¿Acaso no les parecía creíble el testimonio de María Magdalena? Pero en el evangelio se dice que ni siquiera creyeron a los discípulos que volvieron de Emaús. El principal motivo de su incredulidad parece que sea la tercera condición: la voluntad de aceptar lo que sobrepasa la experiencia humana. Es el punto doloroso de todos los actos de fe. Pero, así como la razón no está en contra del conocimiento por los sentidos, pero lo supera, del mismo modo la fe no está en contra de la razón, pero está por encima de ella, corresponde a una iluminación superior.

Una «aparición» es ver de repente lo que antes no estaba. Un «descubrimiento» es una experiencia que se da por libre iniciativa cuando logramos encontrar algo que antes estaba escondido bajo otra apariencia. «Revelación» es un velo que cae y que enseña lo que antes estaba velado.

Las verdades divinas se «revelan», no pueden ser «descubiertas». La aparición de Jesús resucitado a los apóstoles es una revelación visible. Se lo encuentran, hablan con Él, lo tocan. ¿Podemos decir que Jesús fue donde los discípulos? Él evangelio nunca usa esta expresión. Durante su vida terrena, Jesús va a muchos sitios y se aleja de ellos, pero, después de la resurrección, se revela. Esto significa que Jesús está a su lado y con ellos, aunque no lo ven.

Si es así para los discípulos, también es válido para nosotros. Cristo está con nosotros, a nuestro lado, aunque no lo veamos. Es hermoso y bueno hacernos cada vez más conscientes de su presencia.

Reflexión tercera del Santo Evangelio: Juan 20,19-3 1

Todo lo que creemos es revelación, a pesar de que nosotros no lo hayamos visto. Las palabras de los testigos de la Iglesia son para nosotros revelaciones. ¿Por qué creemos en estos testimonios? Él llamado método apologético trataba de adoptar un criterio científico para la revelación. Antes se decía que la enseñanza de la Iglesia se correspondía con la Escritura, pues la Escritura era considerada una fuente histórica veraz, no se podía negar lo que decía, se reconocía todo como verdadero.

No es un criterio equivocado, pero uno no se hace creyente con un método científico. Es un argumento exterior, mientras que la fe posee un gran argumento interior: la voz de la conciencia. La conciencia me sugiere que está bien aceptar la voz de la Iglesia y que está mal rechazarla. Quien escucha la voz interior del Espíritu no puede seguir siendo no creyente, sino por obstinación de la voluntad.

A Jesucristo accedemos por la fe que se presta a la palabra revelada. La maduración, lenta maduración de ésta en nuestro interior, irá haciendo que también nosotros podamos ser «signo» para aquellos que no creen.

Esa fe en la persona de Jesús, y más concretamente en el hecho capital de su resurrección de entre los muertos, es el asunto básico de que se ocupa el evangelio. San Juan se interesa particularmente por Tomás.

Cabe admitir que en la inserción de este episodio influyó la amistad entre Juan y Tomás, pero la intención principal es, si duda, la cuestión de los que creen sin haber visto. Y nada muestra tanto la importancia de la fe en el testimonio de los que han visto como el caso de Tomás y las palabras de Jesús que cierran la narración. A Tomás le rinde la vista de Jesús. No consta que lo tocara. Los otros discípulos también creyeron y se alegraron con la vista del Señor. Tomás podría haber creído por el testimonio de los otros discípulos, pero ha exigido ver él también, antes de creer. Jesús le ha concedido lo que pedía porque lo destinaba para testigo de la resurrección. Cuando Juan escribe, ha pasado la generación de los creyentes que habían visto al Señor. Por esto recuerda la bienaventuranza a favor de los que creen sin haber visto sensiblemente.
Nuestra fe a la palabra revelada hará que nosotros, como individuos y como comunidad creyente, podamos en verdad servir al mundo en el que vivimos.

Reflexión cuarta del Santo Evangelio: Juan 20,19-3 1

Son nuestras vidas las que tienen que anunciar la Buena Nueva a todas las criaturas.

Son nuestras vidas las que tienen que plantearle al mundo una serie de interrogantes que el mundo, por sí solo, sería incapaz de plantear- se. Son muchos los hombres que únicamente a través de nuestro vivir les será posible que el anuncio adquiera visos de credibilidad. La Iglesia y el cristiano no existen para sí mismos, sino en función del mundo en el que viven.

El único y esencial mandato que le ha sido confiado a la Iglesia con relación al mundo el de ser testigo ante él.

De este modo, la Iglesia es la minoría al servicio de la mayoría. Como congregación de los testigos que creen y confiesan de palabra y de obra a Jesucristo, la Iglesia es bandera encubierta a veces, otra visible, levantada entre los pueblos, una invitación constante y viva dirigida al mundo para que se una a ella en la fe y en la caridad, y con ella atestigüe cuanto de grande ha hecho Dios no sólo por la Iglesia, sino por el mundo entero. Así pues, toda la humanidad es requerida para que dé gracias y tribute alabanzas a Dios con la Iglesia, a que escuche una y otra vez la palabra de la gracia y celebre el banquete del amor, con el fin de atestiguar a Cristo en el diario quehacer.

Lo que se ha prometido a la Iglesia para su peregrinación desde la resurrección de Cristo, como absoluto futuro en el presente, es la definición del señorío de Dios por medio del Reino de Dios: el Reino de la plena justicia, de la vida eterna, de la verdadera libertad y de paz cósmica, de la definitiva reconciliación de la humanidad con Dios.

Este es el futuro de la Iglesia y el de la humanidad. Pero es un futuro que tiene que ser presente. Que tienen que hacer presente todos aquellos que creen en Jesucristo resucitado. Y tienen que hacerlo para que el mundo entero entienda que la resurrección de Cristo no es mito ni una utopía, sino un suceso real que continúa impulsando a la humanidad, constantemente. Hacia un futuro, siempre mejor, siempre más perfecto.

La vida nueva traída por Cristo tiene que hacerse visible en la vida de la Iglesia, en la vida de cada uno de los que nos llamamos cristianos. Por eso hemos de comprender que ninguno de nosotros puede despreocuparse de la suerte de los hombres que nos rodean; nadie se halla exento de construir una mejor convivencia en el ambiente en que vive; ninguno de nosotros puede considerar como ajenos las necesidades y sufrimientos de nuestros prójimos. La fe en el Señor resucitado exige que cambiemos nuestro modo de vida. ¿Cuál es nuestra respuesta? En este momento, ante Dios que a través de su palabra se dirige a nosotros, ¿permaneceremos en silencio?

Elevación Espiritual para este día.El justo, que antes sólo prestaba atención a sus cosas y no estaba disponible para cargar con los pesos de los otros y, como tenía poca compasión de los otros, no estaba en condiciones de hacer frente a las adversidades, va progresando de grado en grado y se dispone a tolerar la debilidad del prójimo, llega a ser capaz de hacer frente a la adversidad. Y, así, acepta con tanto más valor las tribulaciones de esta vida por amor a la verdad, mientras que antes huía de las debilidades ajenas.

Bajándose se levanta, inclinándose se distiende y le fortalece la compasión. Dilatándose en el amor al prójimo, concentra las fuerzas para levantarse hacia su Creador. La caridad, que nos hace humildes y compasivos, nos levanta después a un grado más alto de contemplación. Y el alma, engrandecida, arde en deseos cada vez más grandes y anhela llegar ahora a la vida del Espíritu también a través de los sufrimientos corporales.

Reflexión Espiritual para el día.Una comunidad donde se vive con otros puede representar para el individuo el espacio vital en el que se produce un intercambio vivaz y una experiencia que hace madurar, un lugar de confianza en el que cada uno puede crecer en el amor a sí mismo y al prójimo. Una comunidad de mujeres y de hombres maduros estimula continuamente al individuo para que haga frente a las tareas cotidianas y a los conflictos y, a través de éstos, madure como persona y como cristiano.

La crítica fraterna en un círculo de adultos constituye asimismo una fuerza creativa que sirve para mejorar en el conocimiento de nosotros mismos y en vistas a un proyecto propio de vida. Si la ejercemos con respeto y misericordia, nos ayuda a evitar o a protegernos de la tentación de escondernos en la casa de nuestro propio cuerpo. También los conflictos, inevitables en una comunidad espiritualmente viva, sea entre ancianos y jóvenes, o bien entre personalidades que chocan, podría convertirse en materia fértil para una provechosa cultura del conflicto, necesaria sobre todo en los conventos, donde conviven personas que no se han elegido y que no están unidas por vínculos de parentesco o de amistad. Añádase a esto que, en una comunidad de este tipo, el individuo puede y debe confrontarse también consigo mismo de un modo más radical del que lo haría si viviera solo.

El rostro de los Personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hch 5, 5h44. Recomendaciones generales.El autor de nuestra carta termina su escrito con amonestaciones generales, dirigidas a todos los miembros de las comunidades cristianas. Comienza por lo que podía llamarse el principio fundamental que debe caracterizar y determinar las relaciones entre todos los miembros de la Iglesia: la humildad. La humildad, muy recomendable ya en el Antiguo Testamento (Prov 3, 34), pero que se convertirá en el principio general de las relaciones humanas sólo en la Iglesia. Un principio que condena y destierra de la comunidad cristiana (Flp 2, 3) toda lucha por el poder y los honores, por sobresalir y ocupar los primeros puestos, Un principio que establece como base la disponibilidad verdaderamente servicial frente al prójimo. Sólo así se responde a la exigencia de nuestro Dios, que resiste a los soberbios.

Ante Dios la única actitud posible es la aceptación humilde de todo lo que nos viene de él. Un principio que es particularmente aplicable a los momentos de dificultad y prueba. Principio aceptable de forma general, pero además por sus motivaciones. Porque no se trata de una resignación pasiva y sin esperanza; no es un fatalismo que obligue a aceptar lo inevitable, sino que tiene como base sólida la esperanza en la exaltación y en la gloria (Sant 4, 10). La contrariedad no durará siempre. Aquellos que ahora participan en la humillación o sufrimientos de Cristo participarán en su gloria cuando tenga lugar la parusía. Mientras tanto debe ponerse la confianza en Dios (Sal 55, 23) no como huida de la propia responsabilidad en el esfuerzo o como pensando que Dios resolverá de modo mágico los problemas haciendo de él un «Deus ex machina», sino como ejercicio de fe profunda ya que a Dios no k es indiferente la suerte de los que confían en él (Mt 6, 25ss).

En el caminar cristiano hacia el fin se exige la sobriedad y la vigilancia. En la época en que escribe Pedro se hacía particularmente urgente ya que el fin se esperaba como inminente. Por otra parte, la mentalidad judío-cristiana esperaba para el tiempo que antecede al fin grandes tribulaciones (Mt 24, 22; Ap 3, 1O). Tiempo particularmente peligroso porque el demonio utilizaría estas tribulaciones como arma poderosa contra los creyentes Satanás es comparado aquí como un león rugiente que está dando vueltas en torno a la pieza que ha descubierto. Nadie está seguro y a salvo. El peligro es permanente y la vida cristiana se halla en tensión constante.

Ante el peligro es necesaria la vigilancia. En la lucha - imprescindible 1a fe, que será la fuerza para la lucha y garantía de la victoria (1Jn 5, 4). Una ayuda y un gran estímulo es saber que uno no se encuentra sólo en el campo de batalla; los cristianos saben que forman con sus hermanos dispersos por el mundo entero como un ejército de combatientes en el frente de la tribulación, del olor y la persecución.

El consuelo último lo ofrece el autor de todo consuelo es Dios. Dios no abandona a los suyos en el campo batalla. Él es el autor y dador de toda gracia; por eso deben temer. En última instancia se apoyan no en sí mismos, sino en la fortaleza y el poder divinos. Si los ha llamado, no les va a dejar en la mitad del camino (Flp 1,). Después de los Padecimientos de la vida presente les espera una gloria eterna (1Tes 2, 12). El mismo Dios de gracia presente Y de la gloria futura es el Dios de la fortaleza en el momento de la lucha (Ef. 6, 1O). La debilidad humana será sostenida por la fortaleza divina. +

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