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Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

12 de octubre de 2014

TODOS ESTAMOS INVITADOS A PARTICIPAR EN EL BANQUETE DE BODAS DEL REINO DE DIOS LLEVANDO EL TRAJE DE FIESTA DE LAS ACTITUDES NUEVAS DEL EVANGELIO

Is. 25, 6-10; 
Sal. 22; 
Filp. 4, 12-14.19-20;
 Mt. 22, 1-14
Las imágenes con que nos describe la profecía de Isaías los tiempos mesiánicos son bellas y de una gran riqueza en su significado. Los comentaristas hablan de un sentido apocalíptico y escatológico de estos capítulos de Isaías. Cuando se emplea esta expresión apocalíptica no es en el sentido que comúnmente se tiene del Apocalipsis como de catástrofes terroríficas de los últimos tiempos, sino del sentido de revelación - eso significa la palabra Apocalipsis -y de esperanza para esos momentos de la plenitud de los tiempos con la llegada del Mesías y el establecimiento del Reino nuevo.
La imagen del banquete, como nos dice de manjares suculentos y enjundiosos y vinos de solera y generosos, expresa esa dicha nueva que se vivirá cuando aceptemos y vivamos el sentido del Reino nuevo anunciado y proclamado por el Mesías. Serán momentos donde ha de desaparecer todo dolor y todo sufrimiento y serán momentos de dicha y felicidad. ‘Arrancará el velo que cubre todo los pueblos - el velo del luto y del dolor - y aniquilará la muerte para siempre’, nos dice el profeta.
Por eso termina con una invitación a la celebración y a la fiesta por esa salvación que llega; ‘Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara’. Tendríamos que escuchar con los oídos del corazón bien abiertos ese anuncio del profeta que sigue teniendo valor para nosotros hoy y que hoy llega a nosotros como Palabra del Señor.
Son palabras esperanza y anuncio de un sentido nuevo de la vida y de todo. ¿No es el evangelio Buena Nueva, noticia buena que nos anuncia el Reino nuevo de Dios? ¿No nos anuncia Jesús en las bienaventuranzas que seremos felices y dichosos? Es a lo que nos invita el Evangelio. Es el camino que hemos de emprender cuando decimos que creemos en Jesús y queremos seguirle. Es ese mundo nuevo que queremos construir y que si en verdad nos dejáramos conducir por el espíritu del evangelio estaríamos haciendo un mundo nuevo en el que podríamos ser más felices.
Pero, ¿aceptamos nosotros esa invitación y esa llamada que Jesús nos hace en el Evangelio? La parábola que hoy nos propone Jesús en el evangelio está haciéndonos una descripción de la respuesta que damos o que tendríamos que dar. Jesús utiliza en varias ocasiones esta imagen también del banquete para hablarnos del Reino de Dios. Nos habla hoy del rey que prepara la boda de su hijo y cuando lo tiene todo preparado manda a avisar a los convidados que el banquete está preparado para que vengan a la boda. Pero nos dice ‘los convidados no quisieron ir’.
Comienzan las disculpas e insiste el buen rey para que vengan los convidados. ‘Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses y todo está a punto. Venid a la boda’. Pero los convidados no solo no hicieron caso marchándose a sus cosas, sino que maltrataron a los mensajeros. Y ya hemos escuchado la reacción del rey ante tales desacatos.
‘La boda está preparada pero los invitados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis convidadlos a la boda’. Así lo hicieron y ‘la sala del banquete se llenó de comensales’, pues reunieron a todos los que encontraron.
Dos cosas a considerar en este momento de la reflexión para tratar de comprender todo su sentido y el mensaje que nos llega a nosotros a través de esta Palabra que el Señor nos dirige hoy. Por una parte, lo que ya hemos dicho en otra ocasión, esta parábola la dijo Jesús en aquel momento dirigiéndose en especial ‘a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo’. Una primera lectura es esa denuncia que Jesús hace de lo que ha sucedido en la historia de la salvación y la respuesta que en aquellos momentos incluso estaban dando al mensaje de Jesús.
Aquellos anuncios del profeta se estaban cumpliendo con la presencia de Jesús, pues había llegado esa plenitud de los tiempos y el anuncio mesiánico en Jesús se estaba cumpliendo. El banquete del Reino de Dios lo tenían delante en Jesús pero al que no aceptaban y rechazaban. A otros había de anunciarse el Reino de Dios; para otros había de ser ese banquete del Reino de Dios. Ahora todos iban a estar invitados a participar en ese banquete, a todos se llamaba a invitaba a vivir la alegría y la fiesta de la salvación en el Reino de Dios que era, que es para todos.
Es la Palabra que llega a nosotros hoy; esa invitación a vivir el Reino de Dios, a realizar de nuestra vida y de nuestro mundo el cumplimiento y la realización de ese banquete mesiánico anunciado por el profeta que nosotros hemos de vivir. También nosotros somos llamados, estamos invitados. También a nosotros se nos dice: ‘Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación’. La mano del Señor está también sobre nosotros.
Claro que a nosotros también nos puede suceder como aquellos primeros invitados al banquete de boda de la parábola. Que tampoco aceptemos la invitación. Y hemos de reconocerlo; que no lo terminamos de aceptar, no terminamos de aceptar ese sentido del Reino de Dios al que Jesús nos invita en el evangelio y todavía en nosotros no se realiza en plenitud todas las características del Reino de Dios, de ese banquete mesiánico del que nos hablaba el profeta.
No hemos terminado de construir ese mundo nuevo de dicha y de felicidad para todos; aunque el Señor ha querido arrancar de nosotros esos velos de duelo y de muerte sin embargo seguimos con nuestros duelos, seguimos con nuestros apegos a tantas cosas que nos impiden ser felices de verdad en la felicidad del Reino de Dios; no terminamos de comprender y vivir todo el sentido de las bienaventuranzas. Aunque sabemos que aquí siempre lo viviremos de forma imperfecta y limitada como consecuencia de nuestra condición pecadora y solo en la vida eterna podremos vivirlo en plenitud, pero eso no nos quita para que vivamos comprometidos por ir haciendo de nuestro mundo ese reino de Dios.
Hay un detalle que llama la atención en la parábola y es que al rey pasear entre los comensales se encontró con uno que no estaba vestido con el traje de fiesta y fue arrojado fuera. Llama la atención porque hacemos quizá una interpretación literal como si fuera un vestido especial el que tenía que vestir precisamente quien había sido llamado entre los pobres que andaban mendigando por los cruces de los caminos.
No es un vestido físico o material del que aquí se habla. Podemos hablar de las actitudes interiores de nuestro corazón que hemos de tener cuando queremos aceptar el Reino de Dios. Primero que nada de conversión, de renovación de nuestra vida, de purificación. No olvidemos que lo que Jesús nos pide cuando anuncia el Reino es la fe y la conversión. Creer en la Buena Nueva y convertirnos a ese Reino de Dios realizando una verdadera transformación de nuestra vida. No son solamente bonitas palabras o buenos deseos, sino una actitud profunda de cambio para dejarnos transformar totalmente por el amor.
No siempre estamos con traje de fiesta en este sentido cuando venimos, por ejemplo, a nuestra celebración. No es solamente que para poder comer del banquete de la Eucaristía tenemos que hacerlo en gracia de Dios después de haber confesado nuestros pecados, sino que las actitudes y las posturas que tengamos en nuestra relación con los demás han de ser buenas, han de ser las del amor.
¿Cómo queremos participar del Reino de Dios cuando sigue habiendo  en nuestro corazón discriminación o desprecio hacia otros, cuando seguimos manteniendo resentimientos y rencores en el corazón, cuando no somos capaces de ser comprensivos los unos con los otros y perdonarnos y amarnos de verdad, cuando mantenemos actitudes egoístas y no compartimos generosamente? Es el traje de fiesta que nos falta. Y cuando nos falta ese traje de fiesta no estaremos participando de verdad de ese banquete del Reino de Dios, pues con actitudes así ni nosotros somos felices de verdad, ni hacemos felices a los demás.
http://la-semilla-de-cada-dia.blogspot.com.es

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