Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

23 de octubre de 2014

LECTURAS DEL DÍA 23-10-2014

JUEVES DE LA XXIX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Feria o SAN JUAN DE CAPISTRANO, presbítero, Memoria libre. 233 de Octubre del 2014 . 1º semana del Salterio. (Ciclo A) TIEMPO ORDINARIO. AÑO DE LA FE..SS. Juan de Capistrano pb, Marcos ob, Valerio di mr. Santoral Latinoamericano. SS. Juan Capistrano, Remigio

LITURGIA DE LA PALABRA
Ef 3,14-21: Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento: así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios.
Salmo responsorial 32: La misericordia del Señor llena la tierra.
Lc 12,49-53: No he venido a traer paz, sino división.

El tiempo que se ha inaugurado por Jesús es en primer lugar tiempo de decisión. Por eso encendió la ira de los funcionarios del Templo y de todos los que se consideraban dueños de la verdad. El fuego de la Palabra de Dios es el fuego del Espíritu que tiene que ser probado en la entrega total, en el bautismo de la donación personal. Es el fuego que prende allí donde se han abandonado los intereses personales y se busca un mundo de hermanos. El Mesías es anunciado y esperado como portador de paz. Es el príncipe de la paz; su nacimiento trae paz a los hombres en la tierra. La paz es salvación, orden, unidad. Ahora bien, antes de que se inicie el tiempo de paz y de salvación hay falta de paz, existe división y discordia, incluso donde la paz debería tener principalmente su asiento. El profeta Miqueas se expresó con las palabras siguientes acerca del tiempo de infortunios y discordias que ha de preceder al tiempo de salvación: “El hijo deshonra al padre, la hija se alza contra la madre, la nuera contra la suegra, y los enemigos son sus mismos domésticos. Mas yo esperaré en Yavé, esperaré en el Dios de mi salvación, y mi Dios me oirá” (Miq. 7,6ss). Ahora tiene lugar la división. En referencia a Jesús se dividen las familias, respecto de él deben decidirse los hombres. Esta división y separación es señal de que han comenzado los acontecimientos finales, que a cada cual exigen decisión.


PRIMERA LECTURA.
Efesios 3, 14-21
Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios.
Hermanos: Doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, pidiéndole que, de los tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu robusteceros en lo profundo de vuestro ser, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así, con todos los santos, lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios.
Al que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros, a él la gloria de la Iglesia y de Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios

Salmo responsorial: 32
R/. La misericordia del Señor llena la tierra.
Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R.
Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. R.
Pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. R.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R.

SANTO EVANGELIO
Lucas 12, 49-53
No he venido a traer paz, sino división
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo la paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".
Palabra de Señor

Reflexión de la Primera Lectura: Efesios 3,14-21. Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios.
Doblo mis rodillas ante el Padre, que es la fuente de toda paternidad. «Doblar las rodillas» para prosternarse: de ordinario los judíos oraban de pie o sentados... el gesto de postrarse -con todo el cuerpo inclinado hasta el suelo- ponía de relieve, según ellos, un profundo sentimiento de adoración. A los orientales, en sus templos o en sus mezquitas donde no hay sillas... les es grato siempre este gesto profundo para expresar una intensa adoración. Nos conviene hallar de nuevo unas expresiones corporales que expresen y faciliten la oración. «En casa» esto es siempre posible. «En público» en nuestra civilización nos es a menudo difícil singularizarnos.

«Dios fuente de toda paternidad en el cielo y en la tierra»: gracias, oh Padre de habernos hecho partícipes de tu propia alegría de ser «padre», de ser «madre».

En todo hombre, en toda mujer que ama y da la vida Dios está presente.

Y no es sólo una «delegación» de paternidad porque Dios «continúa» personalmente siendo el Padre de esos niños de los cuales somos el padre. Somos «padres» con El, o, más profundamente, le damos la misteriosa ocasión de tener otros seres a quienes amar. Esto es verdad para todos, casados o célibes.

-Que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior Potencia, fuerza. Dones divinos.

¡Haznos fuertes con tu fuerza, Señor!

«El hombre interior» es esta parte de nosotros mismos que está bajo la influencia del Espíritu... y que se renueva de día en día, aun cuando «el hombre exterior» vaya «decayendo» (II Corintios, 4-16) "En "mi interior" ciertamente me complazco en la Ley de Dios, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado" (Romanos, 7-22)

¡Oh Señor! Afianza en mí a «ese hombre», a ese hombre que ama, que es generoso y acogedor, a ese hombre casto, comprometido en el servicio de todos, a ese hombre conducido por tu Espíritu... a pesar del «otro hombre» que bulle también en el fondo de mí mismo, el hombre egoísta, mezquino, cerrado, impuro, perezoso, indócil...

-Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones.

He ahí el verdadero hombre: «el hombre interior», en mí, es cierta reproducción, cierta connivencia... un Cristo que se desarrolla en el hondón de mi vida. ¡Qué sea así verdaderamente, Señor!

-Permaneced arraigados en el amor... Cimentados en el amor...

"El hombre interior", el Cristo interior es, concretamente, el amor. Dios es amor. Ser amado por el Espíritu de Dios es amar.

-Así seréis capaces de comprender cual es «la anchura» y «la longitud», «la altura» y «la profundidad»...

Conoceréis el amor de Cristo que excede a todo conocimiento. ¡Entonces seréis colmados hasta la total Plenitud de Dios!

Un amor infinito, que nunca se acaba. Un amor inmenso, inconmensurable. Un amor «amplio». Un amor «extenso». Un amor «elevado». Un amor «profundo». Me dejo impregnar por esas imágenes.

«¡Conoceréis... Io que excede a todo conocimiento!» Nunca habremos terminado de conocer a Dios, a Cristo.

Siempre descubriremos algo nuevo. «¡Conocer!» No a la manera seca, fría, intelectual de la ciencia, sino conocer afectivamente, con el corazón. Conocer el amor de Cristo: saborear, adivinar intuitivamente, pasando largos momentos con aquel a quien se quiere conocer.

En la magnífica carta 147 a Paulina sobre la visión de Dios, funde ·Agustín-san el pensamiento paulino y joánico sobre un fondo de platonismo y nos ofrece una perspectiva sobre la fórmula que determina su propia piedad. Uniendo un texto paulino y otro joánico (Ef 3,18 y Jn 14,9), dice el santo: «El que ha conocido cuál sea la altura y anchura, lo largo y profundo de la caridad de Cristo que sobrepuja todo conocimiento, ése ve a Cristo y ve también al Padre.» Y prosigue: «Yo suelo entender así las palabras del apóstol Pablo: la anchura significa las buenas obras de amor al prójimo, la largura es la perseverancia hasta el fin, la altura la esperanza de la recompensa celeste, la profundidad el designio inescrutable de Dios por el que esta gracia llega a los hombres» (Ep 147, 14, 33 en CSEL 44, p. 307). La existencia cristiana abarca estas cuatro dimensiones que Agustín ve representadas simbólicamente en la cruz, que así se convierte realmente en fórmula fundamental de la vida cristiana. La anchura es el palo transversal, en que están extendidas las manos del Señor en un gesto en que son una sola cosa inseparable la adoración y el amor a los hombres. La largura es la parte del palo vertical que corre hacia abajo desde el palo transversal, en que cuelga el cuerpo como símbolo de la perseverancia paciente y generosa. La altura es la parte del palo vertical que lleva hacia arriba desde el palo transversal, en que se apoya la cabeza como signo de la esperanza que apunta hacia arriba. La profundidad, finalmente, significa la parte de la cruz hundida en la tierra, que lo sostiene todo; así indica el libre designio de Dios, único que funda en absoluto la posibilidad de que el hombre se salve (Ibid. 307s). La piedad cristiana es según Agustín piedad que arranca de la cruz, y como tal comprende el palo vertical y el transversal, la dimensión de la altura y la de la anchura: solo va al Padre en unidad con la madre, que es la santa Iglesia de Jesucristo.

El texto de hoy nos lleva a considerar uno de los motivos profundos de la plegaria de Pablo por los fieles: que Dios obre en ellos lo que sólo él puede hacer. El Apóstol es consciente, con toda lucidez, de la gratuidad total del don de Dios que pide para los creyentes y, a la vez, de la importancia radical que tiene para su vida cristiana el recibirlo.

Este don no está al alcance del esfuerzo humano, cualquiera que sea, propio o ajeno, ni se puede reducir a una simple conversión de conciencia que trata de eliminar el mal para obrar siempre el bien. Pablo pide más: que el Espíritu de Dios robustezca con su energía a los fieles, haciéndoles crecer en el hombre interior (v 16), que Cristo se establezca de forma permanente -por la fe- en sus corazones, que estén arraigados y cimentados en el amor (17). Sólo así, por la acción de Dios, regalo y misterio al mismo tiempo, que los transforma de manera insospechada y oculta, podrán gozar de esta especie de autonomía personal cristiana, que hace que el hombre creyente no viva de otra inteligencia y comprensión que la de Cristo y su amor, conocido con un conocimiento que sobrepasa a cualquier otro conocimiento humano posible sobre él (18s). En el fondo, Pablo ruega «de rodillas ante el Padre» (14) que sea concedido a los creyentes, personalmente y unidos a los demás, vivir de Cristo, conscientes de lo que esto significa para ellos. Y, por otra parte, libres de vínculos humanos que puedan condicionar y entorpecer su conducta cristiana, como podría ser el afecto y dependencia hacia la persona de Pablo, cuya prisión y tribulaciones hicieran vacilar su fe.

Por tanto, aquí no propone Pablo a los creyentes un camino. Más bien, reconociendo por una parte los límites insuperables de su propia acción apostólica, hace tomar conciencia a los fieles de su situación personal respecto a Dios: el don de Dios es puro don, y el hombre no puede hacer nada por conseguirlo. Pero este mismo Dios que ha desarrollado su potencia en ellos es el que, por encima de todo, puede hacer mucho más de lo que pidan y entiendan (20). De esa convicción brota su gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, en todas partes y siempre (21).

Reflexión del Salmo 32. La misericordia del Señor llena la tierra.
Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo.
Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo.
La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo.
En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «porque...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19
En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9).
La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12).
A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).
La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor.
Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna, etc). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6).
Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo.
Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.
En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia.
El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9).
Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza.

Reflexión primera del Santo Evangelio: Lc 12,49-53. No he venido a traer paz, sino división.
Por si acaso la oración de Pablo, leída en clave espiritualista, nos hubiera conducido por caminos aéreos no fundamentados en la realidad, la perícopa del evangelio de hoy está hecha a propósito para hacernos caer de toda ilusión. No estamos dispuestos «naturalmente» a acoger toda «la plenitud misma de Dios»; la dilatación de nuestro corazón a las dimensiones de la vocación cristiana no es algo que tenga lugar por un proceso espontáneo. A esta plenitud no se llega sin el combate espiritual. Jesús, que se declaró hasta tal punto por la paz que la convirtió en su saludo y en su don cada vez que se aparece como resucitado, está, sin embargo, decididamente en contra del pacifismo: contra ese pacifismo falso que es hijo de la equivocidad, de la confusión, de la cobardía, de la tristeza.
«¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues no, sino división» (v. 51). ¿Cómo? ¿No es el mismo Maestro y Señor el que, en su última intercesión por los suyos, oró al Padre para que estuvieran tan unidos que formaran «un solo corazón y una sola alma» (cf. Jn 17)? No se trata de una contradicción, sino de una profundización destinada a obtener una mayor claridad.
Precisamente para abrir su corazón y el ambiente en que vive a la paz de Cristo, que supera todo entendimiento, el seguidor de Jesús debe separarse de cuantos pertenecen, en la mente y en el corazón, a ese mundo que «yace bajo el poder del maligno» (1 Jn 5,19). «No es posible servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24), dijo Jesús. Pero aquí no se habla sólo del dinero, sino de cualquier otro ídolo que, hospedado a veces en la mente y en el corazón de sus mismos familiares, le impide al discípulo crecer en el Reino de Dios, fuente de la paz y del amor.
En una sociedad como la nuestra, en grave trance, donde reinan el alboroto y la superficialidad es preciso que nos fortalezca el Espíritu en nuestra propia interioridad. El riesgo que nos amenaza constantemente es el del aplanamiento, el de hacer oídos sordos a una llamada estupenda, como la que nos invita a colmarnos de toda la plenitud de Dios. Si el asombro y la alegría que suponen el tomar conciencia de que estamos llamados a tan alta dignidad, sin el Espíritu, que —pedido en perseverante oración— viene a hacernos tomar conciencia en nuestro corazón de nuestras enormes riquezas, el ámbito de nuestra vida espiritual se convierte en un ámbito de esclavos.
Por otro lado, para que refulja en nosotros este tesoro adquirido y anunciado con la vida, es menester que la dimensión contemplativa de la Palabra respirada y vivida se haga concretamente posible a lo largo de nuestras jornadas. ¿Cómo? Con la espada de la que nos había Jesús en el evangelio: nuestro libre y querido se pararnos de la mentalidad corriente. Si la paz no equivale a pacifismo, tendré que hacer frente en ocasiones a la contradicción. En ciertos casos, deberé contradecir a los hombres para agradar a Dios. Allí donde se murmura de los ausentes, allí donde se hacen proyectos familiares o comunitarios « inclinados» a la mentalidad mundana dejando de lado la evangélica, allí donde se «roban» haberes sofocando al «ser» y privándole de tiempos y espacios para estar en silencio de adoración con Cristo..., en todos estos casos es preciso tener el coraje de la división.
Sin embargo, con mayor frecuencia tendremos que usar la espada sólo dentro de nosotros: contra el deseo de sobresalir, de ser el centro de afecto y de consensos, contra el desencadenamiento de las pasiones, que, si les damos rienda suelta, obnubilan la mente y el corazón, impidiendo la alegría de la contemplación, de la verdadera vida, que, en cierta medida, ya es bienaventuranza aquí abajo y remisión a aquel amor que ya no tendrá límites en la vida eterna.
Decía santa María Magdalena de Pazzi a sus hermanas: «¿No sabéis que mi Jesús no es otra cosa que amor; más aún, un loco de amor? Sí, un loco de amor en su entregarse en la cruz. Y siempre lo diré. Eres absolutamente amable, fuerte y alegre. Confortas, alimentas y unes. Eres pena y refrigerio; fatiga y reposo; muerte y vida al mismo tiempo. Por último, ¿qué es lo que no hay en ti? Eres sabio y alegre, grande, inmenso, admirable, impensable, incomprensible, inexpresable. ¡Oh amor, amor!». Y, dirigiéndose al cielo, decía: «Dame tanta voz, oh Señor mío, que, al llamarte, sea oída desde Oriente a Occidente, para que seas conocido y amado como el verdadero amor Tú, que eres el único que penetras, traspasas y rompes, ligas, riges y gobiernas todas las cosas, tú eres cielo, tierra, luego, aire, sangre y agua; tú, Dios y hombre».

Reflexión segunda del Santo Evangelio: Lc 12,49-53. “ He venido a prender fuego en el mundo”
El seguimiento de Jesús nos ha conducido a descubrir la riqueza del reino y su esperanza. Sin embargo, no se puede olvidar la exigencia de una decisión comprometida, el riesgo del juicio, el fracaso de la muerte y la posibilidad de una existencia solitaria.
“He venido a prender fuego en el mundo”, (12, 49). El fuego pertenece al campo de expectación de Elías (Eclo 48, 1ss), que ha determinado una de las más antiguas interpretaciones de Jesús (cfr comentario a 9, 7-9). Al mismo tema alude la palabra del Bautista: «Viene el que puede más que yo. El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego» (3, 16).
Fuego es el poder de Dios que le purifica; es el poder de trascendencia y santidad de Dios que va quemando la impureza de los hombres, que destruye la altivez de los soberbios de la tierra, que acrisola desde dentro. Pensando en esto no se puede aludir a ningún tipo de ardor sentimental, sencillamente interno. Nos hallamos en un ámbito de espera apocalíptica y el fuego se concibe como el medio (origen) de la inmensa catástrofe del cosmos (Cf. 2Pe 3, 7-8. 12), o se precisa como signo del castigo de Dios sobre los hombres pervertidos de la tierra (Cf. LC 3, 17).
Nuestro texto es testimonio de una “cristología de fuego”, es decir, de una concepción en la que Jesús aparece como el portador del fuego de Dios sobre la tierra. En este sentido, su misión fundamental consiste en purificar la vieja comunidad de Israel, separando el trigo de la paja, acrisolando lo que es bueno y destruyendo aquello que se encuentra pervertido. Sólo quien haya vislumbrado la terrible realidad de esta condena, quien haya Comprendido que Jesús, portando amor, destruye (o significa la destrucción para lo malo) puede valorar el evangelio. La palabra de Jesús no es simple fuente de emoción sentimental, es fuego (juicio) de Dios sobre la tierra.
Todo esto puede parecer escandaloso; Dios vendría a juzgarnos desde fuera, sin haberse identificado (comprometido) con la tierra. Para disipar esa impresión se ha introducido la sentencia que sigue: “Tengo que pasar por un bautismo” (12,50). Recordemos que, siguiendo las palabras de Juan que están al fondo de todo nuestro texto, el bautismo se identifica con el fuego. Por eso, el afirmar que Jesús tiene que ser bautizado significa que debe “pasar por el fuego”.
El fuego de la purificación, la fuerza que destruye con dolor el mundo viejo y que suscita la nueva realidad, no es algo que Jesús haya traído desde fuera. Es en realidad su propia vida, su destino de pasión, de sufrimiento, muerte y Pascua. Una comparación con Mc 10, 38 nos muestra que el bautismo al que Jesús alude no es otro que su muerte. De esta manera descubrimos, de una vez para siempre, que el gran campo de la fuerza destructora y creadora de Dios se ha concentrado en el Calvario.
El fuego de, Jesús sobre la tierra es un camino de amor durante el tiempo de la vida, su compromiso de dolor en el Calvario y su esperanza de una nueva realidad por medio de la Pascua. Quien pretenda vislumbrar la fuerza destructora de ese fuego tiene que volverse hacia la cruz; más que en toda la caida del cielo y las estrellas, más que en todos los tormentos del infierno, es precisamente aquí donde se viene a desvelar la fuerza purificadora de Dios, su seriedad respecto de los hombres, su infinita dureza, su exigencia. Pero, al mismo tiempo, hay que añadir que sobre el fuego de la cruz ha florecido la semilla de la Pascua, es decir, el comienzo de la nueva realidad. Sólo al trasluz del infierno tiene realidad y validez el cielo.
Sobre el fondo de las afirmaciones anteriores se comprende el sentido de la «paz» que el Cristo ha introducido sobre el mundo. Ciertamente, es obra de Jesús la paz mesiánica (la unión de los dispersos, la justicia plena y la concordia). Pero esa paz tendrá sentido y validez en la medida en que implique una auténtica catarsis, una superación de todos los concordismos aparentes, un juicio destructor que rompe todas las justicias falsas. Jesús ha venido a separar a los hombres desgarrando los vínculos de una familia fundada sólo en la unidad de la sangre y egoísmo. Quien haya recibido toda la dureza de ese juicio separador será capaz de edificar la nueva familia de Jesús, enraizada en el amor a los demás, el reino.

Reflexión tercera del Santo Evangelio: Lc 12,49-53. Ser cristianos tiene un precio.
No paz, sino división. Cuando Jesús, siendo niño, fue presentado en el templo, el anciano Simeón dijo a María: “Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida Así quedará clara la actitud de muchos corazones”. Eco de estas palabras es la afirmación de Cristo en el evangelio de hoy: ¿Pensáis que he venido a traer al mundo la paz? No, sino división, incluso dentro de una misma familia.
Como Jesús mismo, el cristiano que es fiel al evangelio no puede menos de convertirse en piedra de tropiezo y signo de contradicción, pues sus criterios desentonarán necesariamente de los del mundo. Si no abandona la carrera del seguimiento, el discípulo participará inevitablemente de la condición de su Maestro que “vino a prender fuego en la tierra”, abriendo así la era del juicio de Dios y anhelando un bautismo de luego: su pasión y muerte por la salvación del mundo.
San Pablo dice que Cristo es nuestra paz (Ef 2,14). Pero la paz que él trae no es una falsa paz a cualquier precio, porque no es conformismo con la injusticia y la violencia, el egoísmo y el des amor, la comodidad y la mentira. La paz de Jesús no es la que da el mundo. Para alcanzar su paz hace falta una guerra contra el mal, una división entre la luz y las tinieblas. Es la violencia que padece el reino de Dios para alcanzarlo.
Con frecuencia nos ronda el cansancio y el miedo ante la incomodidad que supone hoy ser cristiano. Pues bien, entre las diversas actitudes que conlleva el seguimiento de Cristo por parte del discípulo, tal como nos las viene describiendo Lucas a lo largo del camino de Jesús en su subida a Jerusalén, hoy destaca la necesaria fortaleza para mantener la opción por el reino de Dios. Cuando sentimos la tentación de abandonar, “tirar la toalla” hacer papel mojado y tinta corrida de nuestras promesas bautismales, el recuerdo del ejemplo de Cristo y de la victoria final con él es aliento para nuestra debilidad humana que tiende a fallar hasta en lo fácil. Es entonces cuando debemos ratificarnos en la carrera del seguimiento, aguantando cualquier situación incómoda, como la que le tocó vivir al profeta Jeremías.
El cristiano no puede ser neutral, por no decir pasivo o ausente, respecto de la misión del evangelio en el mundo. Su fe, si de verdad la tiene y la vive, le compromete. De la vocación cristiana a la fe y al seguimiento de Cristo brota ese compromiso gozoso y no impuesto, libre y no coactivo. Somos servidores del reino de Dios y de su palabra, y no podemos servirnos de ellos. Si Jesús vino a servir y no a ser servido, con mayor razón nosotros.
Nuestro mundo, ayuno de espíritu, necesita una cura de urgencia y un tratamiento intensivo a cargo de quienes llevan o deben llevar consigo el Espíritu con mayúscula. Así mostraremos los auténticos valores espirituales y humanos: desprendimiento y solidaridad, amor y oración, coherencia y responsabilidad, verdad y libertad, compromiso firme con la justicia y la liberación de toda discriminación social, cultural y religiosa, así como promoción de quien más la necesita como persona, como ciudadano y corno hijo de Dios. Donde existen testigos así, hay comunidad cristiana, cuya ley constitucional es el amor. Pero donde no hay testimonio ni misión al mundo, tampoco hay comunidad, ni Espíritu, ni presencia de Jesús, ni evangelización, porque falta el testimonio que es elemento esencial de la misma.
Hoy es día de preguntarnos si hemos realizado en nuestra vida personal y en nuestras comunidades cristianas la experiencia de fe en Cristo resucitado. En caso afirmativo deberíamos impactar a los demás. Si no lo conseguimos es porque nos falta un testimonio de alegría y paz, de amor y fraternidad, porque se nos nota poco la vida nueva que de Dios recibimos en el bautismo. Si viviéramos conforme a nuestra nueva condición, por fuerza llamaríamos la atención en un mundo poco solidario, viejo y ruin cuyos criterios son diametralmente opuestos a los evangélicos.
Obra de apóstoles. A uno de sus seguidores, Cristo le dijo: “Tú vete a anunciar el reino de Dios”. Eso mismo repite a cada uno de nosotros. Anunciar hoy el reino de Dios y testimoniar la resurrección de Jesús, confesándolo como Señor de la historia y de la vida humana, es obra de apóstoles, es decir de cristianos maduros en la fe.
Solamente personas así serán capaces de levantar la esperanza de los hermanos, denunciar con valentía y amor la injusticia sin resentimientos ni acritud, aceptar las críticas de los demás sin responder con dogmatismos ni monopolio de la verdad y del Espíritu, proclamar la liberación operarla por Cristo y a realizar todavía en la viña del mundo, en una palabra, cambiar personalmente y convertirse ellos mismos antes de acometer la necesaria transformación del mundo y sus estructuras de pecado. Porque ésa es la finalidad de la evangelización, que transmite la palabra eficaz de Dios provocar la conversión personal y, desde ésta, la conversión estructural.
Será el testimonio de los creyentes verdaderos lo que cuestione al mundo incrédulo. Vivir el testimonio que entraña la fe, ser testigo del evangelio, ser apóstol (que significa enviado), no es elección opcional para un discípulo de Jesús, menos aún pretensión o invento humano. Es sencillamente mandato misionero de Cristo y, por tanto, responsabilidad manifiesta del grupo y de cada uno de los que seguimos a Jesús.
Tarea ardua, efectivamente; pero Jesús nos ayuda y actúa en nosotros con la eficacia dinámica de su Espíritu, que es don de fortaleza y decisión. Este es el fundamento de la esperanza de nuestra vocación y misión cristianas; y es también el secreto de la fidelidad a nuestra opción por Cristo y su evangelio.
Te proclamamos santo, Dios Padre, fortaleza de los débiles, porque Jesús vino a prender fuego en la tierra, mostrándonos en el bautismo de su pasión gloriosa el arduo camino que lleva a la vida y a la conquista de la paz verdadera, fruto de una opción responsable por el reino de Dios.
Concédenos, Señor, ser dignos discípulos de Cristo Jesús, sin abandonar nunca la ruta del seguimiento que él nos mostró.
Para eso, purifícanos, Señor, con el fuego de tu Espíritu y ayúdanos a hacer nuestros los criterios y actitudes de Cristo, a fin de liberamos de nosotros mismos y seguirlo en la libertad que dan el amor generoso y la fidelidad cotidiana. Amén.

Reflexión cuarta del Santo Evangelio: Lc 12,49-53.-He venido a traer fuego a la tierra...
Reconsiderando esa hermosa imagen de Jesús, un himno de comunión canta: "Mendigo del fuego yo te tomo en mis manos como en la mano se toma la tea para el invierno... Y Tú pasas a ser el incendio que abrasa el mundo..."

En toda la Biblia, el fuego es símbolo de Dios; en la zarza ardiendo encontrada por Moisés, en el fuego o rayo de la tempestad en el Sinaí, en los sacrificios del Templo, donde las víctimas eran pasadas por el fuego, como símbolo del juicio final que purificará todas las cosas:

- Jesús se compara al que lleva en su mano el bieldo para aventar la paja y echarla al fuego (Mateo 3, 12).

- Habla del fuego que quemará la cizaña improductiva. (Mateo 13, 4O).

- Pero Jesús rehúsa hacer bajar fuego del cielo sobre los samaritanos. (Lucas 9, 54).

- La Iglesia, en lo sucesivo, vive del "fuego del Espíritu" descendido en Pentecostés. (Hechos 2, 3).

- Ese fuego ardía en el corazón de los peregrinos de Emaús cuando escuchaban al Resucitado sin reconocerlo... (Lucas 24, 32).

-¡Y otra cosa no quiero sino que baya prendido!

Cuando Jesús, en las páginas precedentes nos recomendaba que nos mantuviéramos en vela y en actitud de servicio, nos invitaba a una disponibilidad constante a la voluntad de Dios. El mismo Jesús dio ejemplo de esa disponibilidad, de ese deseo ardiente de hacer venir el Reino de Dios.

No hay que estar durmiendo...

"¡Cómo quisiera que el fuego haya prendido y esté ardiendo!" Hay que despegarse de la banalidad de la existencia, hay que "arder"... en el seno mismo de las banalidades cotidianas.

-Tengo que recibir un bautismo, y ¡cuán angustiado estoy hasta que se cumpla! La renovación del mundo por el Fuego de Dios, la purificación de la humanidad, son como una obsesión para Jesús.

Sabe que para ello tendrá que ser sumergido -bautizado- en el sufrimiento de la muerte, que será vapuleado como las olas del mar vapulean a un ahogado. Este pensamiento le llena de angustia.

La salvación del mundo... la Purificación, la redención de los hombres... no se han llevado a cabo sin esfuerzo, ni sin sufrimientos inmensos. No lo olvidemos nunca.

¿Cómo podría extrañarnos que eso nos cueste, puesto que ha costado tan caro a Jesús? Señor, danos la gracia de participar a tu bautismo.

-¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, sino división.

El Mesías era esperado como Príncipe de la Paz (Isaías 9, 5; Zacarías 9, 10; Lucas 2, 14; Efesios 2-14).

La paz es uno de los más grandes beneficios que el hombre desea; aquel sin el cual todos los demás son ilusorios y frágiles. Los Hebreos se saludaban deseándose la paz: "Shalom". Jesús despedía a los pecadores y pecadoras con esa frase llena de sentido: "Vete en paz" (Lucas 7, 50; 8, 48; 10, 5-9). Y sus discípulos tenían que desear la "paz" a las casas donde entraban. Pero...

Ese saludo, esa paz nueva, viene a trastornar la paz de este mundo.

No es una paz fácil, sin dificultades: es una paz que hay que construir en la dificultad.

-Porque de ahora en adelante una familia de cinco estará dividida: Tres contra dos, y dos contra tres... El padre contra el hijo, y el hijo contra el padre... La madre contra la hija, y la hija contra la madre...

Vemos cada día en muchas familias ese tipo de conflictos que anuncia Jesús. Llegará un día en que habrá que decidirse, por, o contra Jesús; y en el interior de una misma familia, la separación, la división resulta dolorosa...

Te ruego, Señor, por las familias divididas por ti: ¡cuán seria es esa toma de posición que Tú exiges! ineluctable, inevitable, necesaria.

Elevación Espiritual para este día.
Decía santa María Magdalena de Pazzi a sus hermanas: « ¿No sabéis que mi Jesús no es otra cosa que amor; más aún, un loco de amor? Sí, un loco de amor en su entregarse en la cruz. Y siempre lo diré. Eres absolutamente amable, fuerte y alegre. Confortas, alimentas y unes. Eres pena y refrigerio; fatiga y reposo; muerte y vida al mismo tiempo. Por último, ¿qué es lo que no hay en ti? Eres sabio y alegre, grande, inmenso, admirable, impensable, incomprensible, inexpresable. ¡Oh amor, amor!
Y, dirigiéndose al cielo, decía: «Dame tanta voz, oh Señor mío, que, al llamarte, sea oída desde Oriente a Occidente, para que seas conocido y amado como el verdadero amor. Tú, que eres el único que penetras, traspasas y rompes, ligas, riges y gobiernas todas las cosas, tú eres cielo, tierra, fuego, aire, sangre y agua; tú, Dios y hombre»

Reflexión Espiritual para el día.
El poder de la fe suscitará un nuevo tipo de hombre capaz de dominar su propio poder. Para ella hace falta la fuerza desnuda del espíritu animado por el Espíritu; es necesario crear, siguiendo la estela de la fe y la contemplación, un auténtico estilo de humilde y fuerte soberanía. Una nueva santidad, una santidad hecha de ruptura ascética y transfiguración cósmica, nos permitirá, con el ejemplo y también con una misteriosa transfusión, un cambio progresivo de las mentalidades y la posibilidad de una cultura que sirva de mediación entre el Evangelio y la sociedad, entre el Evangelio y el orden político.
En el fondo, no se trata de negar la violencia, sino de canalizarla y transfigurarla, como hizo la Iglesia en la alta Edad Media al transformar al guerrero salvaje en caballero, al jefe cruel y despótico en «santo príncipe». Para esto se hacen necesarias la ascesis y la aventura, «la lucha interior más dura que una batalla entre hombres», el gusto por servir y crear, la exigencia de iluminar la vida con la belleza «que engendra toda comunión», como decía Dionisio el Areopagita.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia y el Magisterio de la Santa Iglesia: Sea vuestra raíz y vuestro cimiento el amor y así llegaréis a plenitud, según la plenitud de total de Dios.
-Doblo mis rodillas ante el Padre, que es la fuente de toda paternidad. «Doblar las rodillas» para prosternarse: de ordinario los judíos oraban de pie o sentados... el gesto de postrarse -con todo el cuerpo inclinado hasta el suelo- ponía de relieve, según ellos, un profundo sentimiento de adoración. A los orientales, en sus templos o en sus mezquitas donde no hay sillas... les es grato siempre este gesto profundo para expresar una intensa adoración. Nos conviene hallar de nuevo unas expresiones corporales que expresen y faciliten la oración. «En casa» esto es siempre posible. «En público» en nuestra civilización nos es a menudo difícil singularizarnos.
«Dios fuente de toda paternidad en el cielo y en la tierra»: gracias, oh Padre de habernos hecho partícipes de tu propia alegría de ser «padre», de ser «madre».

En todo hombre, en toda mujer que ama y da la vida Dios está presente.
Y no es sólo una «delegación» de paternidad porque Dios «continúa» personalmente siendo el Padre de esos niños de los cuales somos el padre. Somos «padres» con El, o, más profundamente, le damos la misteriosa ocasión de tener otros seres a quienes amar. Esto es verdad para todos, casados o célibes.
-Que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior Potencia, fuerza. Dones divinos.
¡Haznos fuertes con tu fuerza, Señor!
«El hombre interior» es esta parte de nosotros mismos que está bajo la influencia del Espíritu... y que se renueva de día en día, aun cuando «el hombre exterior» vaya «decayendo» (II Corintios, 4-16) "En "mi interior" ciertamente me complazco en la Ley de Dios, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado" (Romanos, 7-22)
¡Oh Señor! Afianza en mí a «ese hombre», a ese hombre que ama, que es generoso y acogedor, a ese hombre casto, comprometido en el servicio de todos, a ese hombre conducido por tu Espíritu... a pesar del «otro hombre» que bulle también en el fondo de mí mismo, el hombre egoísta, mezquino, cerrado, impuro, perezoso, indócil...
-Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones.
He ahí el verdadero hombre: «el hombre interior», en mí, es cierta reproducción, cierta connivencia... un Cristo que se desarrolla en el hondón de mi vida. ¡Qué sea así verdaderamente, Señor!
-Permaneced arraigados en el amor... Cimentados en el amor...
"El hombre interior", el Cristo interior es, concretamente, el amor. Dios es amor. Ser amado por el Espíritu de Dios es amar.
-Así seréis capaces de comprender cual es «la anchura» y «la longitud», «la altura» y «la profundidad»...
Conoceréis el amor de Cristo que excede a todo conocimiento. ¡Entonces seréis colmados hasta la total Plenitud de Dios!
Un amor infinito, que nunca se acaba. Un amor inmenso, inconmensurable. Un amor «amplio». Un amor «extenso».
Un amor «elevado». Un amor «profundo». Me dejo impregnar por esas imágenes.
« ¡Conoceréis... lo que excede a todo conocimiento!» Nunca habremos terminado de conocer a Dios, a Cristo.
Siempre descubriremos algo nuevo. « ¡Conocer!» No a la manera seca, fría, intelectual de la ciencia, sino conocer afectivamente, con el corazón. Conocer el amor de Cristo: saborear, adivinar intuitivamente, pasando largos momentos con aquel a quien se quiere conocer.
En la magnífica carta 147 a Paulina sobre la visión de Dios, funde •Agustín-san el pensamiento paulino y joánico sobre un fondo de platonismo y nos ofrece una perspectiva sobre la fórmula que determina su propia piedad. Uniendo un texto paulino y otro joánico (Ef. 3,18 y Jn 14,9), dice el santo: «El que ha conocido cuál sea la altura y anchura, lo largo y profundo de la caridad de Cristo que sobrepuja todo conocimiento, ése ve a Cristo y ve también al Padre.» Y prosigue: «Yo suelo entender así las palabras del apóstol Pablo: la anchura significa las buenas obras de amor al prójimo, la largura es la perseverancia hasta el fin, la altura la esperanza de la recompensa celeste, la profundidad el designio inescrutable de Dios por el que esta gracia llega a los hombres» (Ep 147, 14, 33 en CSEL 44, p. 307). La existencia cristiana abarca estas cuatro dimensiones que Agustín ve representadas simbólicamente en la cruz, que así se convierte realmente en fórmula fundamental de la vida cristiana. La anchura es el palo transversal, en que están extendidas las manos del Señor en un gesto en que son una sola cosa inseparable la adoración y el amor a los hombres. La largura es la parte del palo vertical que corre hacia abajo desde el palo transversal, en que cuelga el cuerpo como símbolo de la perseverancia paciente y generosa. La altura es la parte del palo vertical que lleva hacia arriba desde el palo transversal, en que se apoya la cabeza como signo de la esperanza que apunta hacia arriba. La profundidad, finalmente, significa la parte de la cruz hundida en la tierra, que lo sostiene todo; así indica el libre designio de Dios, único que funda en absoluto la posibilidad de que el hombre se salve (Ibid. 307s). La piedad cristiana es según Agustín piedad que arranca de la cruz, y como tal comprende el palo vertical y el transversal, la dimensión de la altura y la de la anchura: solo va al Padre en unidad con la madre, que es la santa Iglesia de Jesucristo.
El texto de hoy nos lleva a considerar uno de los motivos profundos de la plegaria de Pablo por los fieles: que Dios obre en ellos lo que sólo él puede hacer. El Apóstol es consciente, con toda lucidez, de la gratuidad total del don de Dios que pide para los creyentes y, a la vez, de la importancia radical que tiene para su vida cristiana el recibirlo.
Este don no está al alcance del esfuerzo humano, cualquiera que sea, propio o ajeno, ni se puede reducir a una simple conversión de conciencia que trata de eliminar el mal para obrar siempre el bien. Pablo pide más: que el Espíritu de Dios robustezca con su energía a los fieles, haciéndoles crecer en el hombre interior (v 16), que Cristo se establezca de forma permanente -por la fe- en sus corazones, que estén arraigados y cimentados en el amor (17). Sólo así, por la acción de Dios, regalo y misterio al mismo tiempo, que los transforma de manera insospechada y oculta, podrán gozar de esta especie de autonomía personal cristiana, que hace que el hombre creyente no viva de otra inteligencia y comprensión que la de Cristo y su amor, conocido con un conocimiento que sobrepasa a cualquier otro conocimiento humano posible sobre él (18s). En el fondo, Pablo ruega «de rodillas ante el Padre» (14) que sea concedido a los creyentes, personalmente y unidos a los demás, vivir de Cristo, conscientes de lo que esto significa para ellos. Y, por otra parte, libres de vínculos humanos que puedan condicionar y entorpecer su conducta cristiana, como podría ser el afecto y dependencia hacia la persona de Pablo, cuya prisión y tribulaciones hicieran vacilar su fe.

Por tanto, aquí no propone Pablo a los creyentes un camino. Más bien, reconociendo por una parte los límites insuperables de su propia acción apostólica, hace tomar conciencia a los fieles de su situación personal respecto a Dios: el don de Dios es puro don, y el hombre no puede hacer nada por conseguirlo. Pero este mismo Dios que ha desarrollado su potencia en ellos es el que, por encima de todo, puede hacer mucho más de lo que pidan y entiendan (20). De esa convicción brota su gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, en todas partes y siempre (21). +

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