Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

4 de octubre de 2014

LECTURAS DEL DÍA 04-10-2014

SÁBADO. SAN FRANCISCO DE ASÍS Memoria Obligatoria. 4 de Octubre del 2014. 2º semana del Salterio. (Ciclo A) TIEMPO ORDINARIO. AÑO DE LA FE..SS. Francisco de Asís rl, Áurea de París ab, Petronio ob, Quintín mr. Santoral Latinoamericano. SS. Francisco de Asís, Lucio.


LITURGIA DE LA PALABRA

Jb 42,1-3.5-6.12-16: Ahora te han visto mis ojos
Salmo responsorial 118: Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.
Lc 10,17-24: ¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven! 


La vuelta de los Setenta y Dos da paso a una celebración gozosa, porque su éxito representa la victoria sobre las fuerzas del mal que mantiene atada a la humanidad. De cuanto experimentaron los enviados en su viaje sólo destacan el poder sobre los poderes demoníacos; el colmo era la sumisión de las fuerzas satánicas. Volvieron llenos de alegría, porque habían experimentado el reino de Dios que se había iniciado con Jesús. Y lo interpelan con el nombre de “Señor”; al pronunciar su nombre habían recibido señorío sobre los demonios. Gracias al Señor alcanza el poder de los enviados hasta el mismo reino de los poderes y potestades que ejercen invisiblemente su influjo pernicioso sobre este mundo. Aquel poder domina no sólo sobre lo terreno, sino también sobre la esfera que influye en la determinación del curso de lo terreno. 

En las expulsiones de demonios practicadas por los discípulos se hace visible el triunfo del reino de Dios sobre los poderes satánicos. La inauguración del reino de Dios es un motivo de gozo todavía más profundo que el poder sobre los malos espíritus y el quebrantamiento del señorío de Satán. Para los discípulos la suprema razón de alegrarse es su elección y predestinación a la vida eterna.

PRIMERA LECTURA
Job 42, 1-3. 5-6. 12-16
Ahora te han visto mis ojos, por eso me retracto 

Job respondió al Señor: "Reconozco que lo puedes todo, y ningún plan es irrealizable para ti, yo, el que te empaño tus designios con palabras sin sentido; hablé de grandezas que no entendía, de maravillas que superan mi comprensión.

Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echándome polvo y ceniza."

El Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio; sus posesiones fueron catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil borricas.

Tuvo siete hijos y tres hijas: la primera se llamaba Paloma, la segunda Acacia, la tercera Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre les repartió heredades como a sus hermano s. Después Job vivió cuarenta años, y conoció a sus hijos y a sus nietos y a sus biznietos. Y Job murió anciano y satisfecho.

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 118
R/. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.
Enséñame a gustar y a comprender, porque me fío de tus mandatos. R.


Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos. R.

Reconozco, Señor, que tus mandamientos son justos, que con razón me hiciste sufrir. R.

Por tu mandamiento subsisten hasta hoy, porque todo está a tu servicio. R.

Yo soy tu siervo: dame inteligencia, y conoceré tus preceptos. R.

La explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes. R.

SANTO EVANGELIO
Lucas 10, 17-24
Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo 

En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre."

Él les contestó: "Veía a Satanás caer del cielo como un rato. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno.

Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo."

En aquel momento, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar." Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: "¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron."

Palabra del Señor

Reflexión de la Primera Lectura: Job 42, 1-3. 5-6.12-16 Ahora te han visto mis ojos, por eso me retracto

Job dio esta respuesta a las palabras del Señor: «Sé que eres todopoderoso...»

Contestar a Dios.

Dios habla: el hombre escucha, y el hombre contesta a Dios. Es una de las mejores definiciones de la «Fe»: la respuesta del hombre a Dios.

Tomar una actitud activa y libre ante Dios.

Es también una de las mejores definiciones de la "oración»: dialogar con Dios.

Escuchar a Dios, hablar a Dios.

La "Fe", como la «oración», son a la vez:

--algo muy «personal», muy subjetivo... porque ciertamente soy «yo» quien ha de creer y ha de orar, es una experiencia personal en la que nadie puede ocupar mi lugar... y mi relación con Dios está marcada por lo que soy, mi estado, mi talante, mi temperamento, mis responsabilidades. Job respondía a Dios a partir de su experiencia de sufrimiento. ¿Y yo? ¿respondo a Dios con toda mi vida? SFT/PURIFICA

--algo muy «dado», muy objetivo... porque es a Dios, el Todopoderoso a quien se contesta. «Yo sé que Tú eres Todopoderoso». Es de tal manera exterior a Job que se enfrentó, y el sufrimiento sirvió de revelador: «el sufrimiento es siempre algo otro que no se esperaba... y mata algo en nosotros para reemplazarlo por algo que no es nuestro... así el sufrimiento es en nosotros como una siembra, puede ser el camino del amor efectivo porque nos desprende de nosotros para darnos al prójimo y para solicitar de nosotros que nos demos al prójimo...»

Son palabras de M. ·Blondel-M, uno de los grandes filósofos de nuestro siglo.

¿Acepto dejarme desprender de mí mismo para abrirme a lo que quizá no había previsto?

-Sé que ningún proyecto es irrealizable para Ti. Era yo que, con razones sin sentido, embrollaba tus pensamientos. Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos.

Con ello Job reconoce que, anteriormente, su encuentro con Dios había sido defectuoso.

Que el sufrimiento le ha puesto entre la espada y la pared y que ha sido para él un "revelador"... esto lo ha obligado, por así decir, a plantearse unas cuestiones y a llegar a un encuentro vital con Dios: «¡ahora te he visto!». Es también así para muchos. La prosperidad y la dicha son ámbitos válidos para encontrar a Dios; pero, a menudo desgraciadamente ¡la felicidad llega a bastarse a sí misma! Felices los pobres. Felices los afligidos. Felices los perseguidos... porque se abren a otra dimensión de la existencia.

¡Para ellos es el Reino de los cielos!

-Entonces el Señor bendijo a Job... y le colmó de bienes.

Después de profundas reflexiones, encontramos en ese final, el cuento popular folklórico: en aquella época no se estaba sin duda preparado a admitir radicalmente la tesis de Job y se sentía la necesidad de tranquilizarse concretamente... Entonces el drama termina bien, color de rosa, podríamos decir. En parte, es una lástima. Porque sabemos que el problema propuesto no se resuelve aquí abajo. ¡Hay tantos enfermos incurables! ¡Y tanto duelo irremediable! ¡Y tantos fracasos, aparentemente, definitivos! Cristo vendrá a compartir nuestro sufrimiento -sin suprimirlo- tomándolo sobre El y transformándolo desde el interior.

Reflexión del Salmo 118 Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. 

Salmo 118,105-112

Tu Palabra es luz en mi sendero

«Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras» Un 8,12).

Presentación

El salmo sapiencial 118 es, con sus 176 versículos, el más largo del salterio. Sus 22 estrofas de ocho versículos cada una están dispuestas en orden alfabético y, en el interior de cada estrofa, cada versículo empieza con la misma letra del alfabeto hebreo. Se trata, por consiguiente, de un gran edificio literario puesto al servicio de un amor apasionado a la ley, don de la alianza y fuente de felicidad. El salmo podría haber sido compuesto en una «casa de sabiduría» (cf. Eclo 51,23), donde se aprendía a escuchar la Palabra, a orar y a vivir con rectitud. Las estrofas de este salmo constituyen el texto privilegiado de la Iectio y de la meditatio del judío piadoso.

105Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
106lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
107¡estoy tan afligido!

Señor, dame vida según tu promesa.
108Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
109mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
110los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

111Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
112inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

El salmo leído con Israel: sentido literal

La Torá es el elemento que sostiene y anima toda la composición poética. A ella atribuye el orante todo lo que en otros himnos del salterio se refiere al mismo Señor. El salmista hace resonar en cada estrofa algunos sinónimos -ocho en total- para hablar de la única y amada ley, a través de la cual entra Dios en relación con su fiel y éste con Dios.

La sección aquí propuesta es la correspondiente a la letra hebrea nun. Se trata de un himno a la Palabra de Dios entendida como sinónimo de ley divina y experimentada como luz que guía los pasos del hombre por el sendero de la vida. El lenguaje es el más imaginativo de todo el poema. Como también en las otras partes del salmo, están presentes «los malvados», los opositores, los enemigos que intentan separar al orante de la Torá, fuente de vida y alegría para su corazón. Sin embargo, el salmista no se deja alejar de la opción de vida en armonía con los preceptos de Dios, a pesar de los sufrimientos y las pruebas que esa fidelidad implica.

El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Para poner de relieve el contenido espiritual de esta sección del Sal 118, nada mejor que la consideración: «El todo en el fragmento». Lo que se puede decir de todo el salmo se encuentra plenamente reflejado en la sección nun dedicada de modo particular a la Palabra de Dios.

El salmo se puede leer como cumplimiento de la profecía de Isaías: «Vendrán pueblos numerosos. Dirán: "Venid, subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos y marcharemos por sus sendas". Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén, la Palabra del Señor» (Is 2,3). Con la encarnación se ha hecho posible -por gracia- dar un rostro y un nombre a la nueva «ley», a la Palabra del Señor: Jesucristo, el Verbo del Padre que ha venido a habitar en medio de nosotros (cf. Jn 1,1-18). Él es aquel que dice de sí: «Yo he venido al mundo como la luz, para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas» (Jn 12,46). Y no sólo eso: él mismo es también el Camino en el que podemos poner nuestros pasos para caminar seguros; la Vida que nos sostiene en nuestra peregrinación; la Verdad que hace huir las tinieblas del error (cf. Jn 14,6). Si ya en el Primer Testamento era posible cantar a la Torá como don y como fuente de felicidad, todavía más llamada está nuestra vida cristiana a convertirse en canto para quien lo es todo para nosotros: Jesús, nuestro Salvador, que debe ocupar continua y amorosamente la memoria de nuestro corazón. Por eso el cristiano, al recitar el salmo, sustituye de una manera espontánea los términos que se refieren a la ley por el dulce nombre de Jesús.

El salmo leído en el hoy

Para la meditación

Las primeras vísperas del domingo, Pascua semanal, se abren con la sección del monumental Sal 118, que comienza con el v 105: «Lámpara es tu palabra para mis pasos». Con esta elección, la liturgia nos invita a contemplar el misterio de la muerte y resurrección de Jesús como victoria definitiva de la luz sobre las tinieblas, luz que, en la oración, pone su morada dentro de nosotros, nos transfigura y se difunde hasta los confines más remotos del mundo. Abrirse a la luz significa para el salmista -y para todo creyente- entonar el canto más bello que jamás pueda brotar del corazón del hombre: el canto a la voluntad del Padre, que se manifiesta en sus mandamientos, en sus preceptos amados y observados cueste lo que cueste. Ese canto culmina en la invocación: «Señor, dame vida según tu promesa» (v 107).

Jesús, Palabra del Padre, ha venido a dar una nueva consistencia a nuestros días. Con él y en él es posible vivir el único gran mandamiento en el que todos los otros están incluidos y quedan superados: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (cf. Jn 13,34). Lo que nos parece imposible a causa de nuestra pobreza y nuestra miseria, lo que el mundo intenta obstaculizar por todos los medios posibles con continuas hostilidades y con la irrisión, no sólo se vuelve posible, sino que se convierte en fuente de alegría y de paz, porque Jesús mismo lo vivió primero, y él es la luz que ilumina nuestro camino día tras día. Por eso también nosotros podemos repetir con los santos: «Amo porque amo, el amor se basta a sí mismo, es su propio premio y recompensa».

Para la oración

Señor Jesús, que tu mandamiento de que nos amemos como tú nos amaste sea lámpara para mis pasos, luz en mi sendero. Aunque esto sea para mí causa de sufrimiento y de incomprensión, Señor Jesús, sostenme tú -Palabra del Padre- y dame vida como me has prometido. Sólo tú eres vida plena, mi herencia eterna, mi alegría sin fin. Que yo no busque otra recompensa que no seas tú. Que mi único deseo sea participar cada vez más de tu misterio de muerte y resurrección.


Para la contemplación

La Palabra de Dios proyecta luz ante nosotros en esta noche del mundo, para que nuestro paso no vacile inseguro y no nos sea imposible encontrar el camino verdadero. Y una verdadera lámpara es Cristo para mí, cuando esta boca nuestra habla de él. Es un tesoro que refulge en un vaso de Creta, lo llevamos en vasos de arcilla. Poned aceite, para que no llegue a faltaros; en efecto, la luz de la lámpara es el aceite; no el aceite de este mundo, sino el aceite de la misericordia. Tu aceite es la humildad. Tu aceite es la misericordia, que es capaz de dar de nuevo calor incluso a los cuerpos de los pecadores sacudidos por los escollos del mal. Este aceite da luz en las tinieblas si nuestras obras resplandecen ante los hombres. Por eso, intenta tú también tener siempre una lámpara encendida o una antorcha ardiendo. Ten fe, ten prudencia, para tener siempre en tus vasos el aceite de la misericordia, la gracia del creer.

¡Vayamos, pues, detrás de esa lámpara! Caminemos alumbrándonos como si fuera de noche. Hay muchos hoyos, muchas piedras que no se ven bajo los mantos de niebla de este mundo. Lleva cuidado en todos tus pasos. Que la fe te abra el camino y el camino sea la Escritura divina. La Palabra del Cielo es una buena guía (Ambrosio de Milán, Comentario al salmo 118, XIV, 5.7.11, passim).

Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«Sostenme con tu promesa, y viviré» (v 116).

Para la lectura espiritual

La luz es la primera manifestación de Dios y de su Palabra en la Biblia, la criatura que más le manifiesta y le canta en el concierto de la creación, hasta el punto de que se convierte en sinónimo de vida. Con la palabra «luz» se hace referencia a Dios y a la esfera de lo divino, que, en su irradiación, alumbran el camino del hombre.

El acercamiento entre la Palabra de Dios y la luz lo cantaba ya el Sal 118,105: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero», pero hemos de añadir la bellísima precisión del Sal 18,29: «Señor, tú eres mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas», con su inconfundible invitación a considerar la Palabra de Dios, que es «luz», no como un pretexto para consideraciones piadosas sobre Dios, sobre el mundo y sobre el hombre, sino como el terreno de un planteamiento concreto de la vida en obediencia a la Palabra.

Juan pudo escribir: «Dios es luz» (1 Jn 1,5), porque Dios-luz es un acontecimiento acaecido en su presencia en la persona de Jesucristo. Mirando a Jesús y su existencia descubriremos la luz de Dios. El Dios invisible e inaccesible se ha revelado en Jesucristo, y Jesucristo ilumina al hombre sobre el misterio de Dios. Dios es luz, y Cristo es la luz para nosotros, porque la Palabra divina «ilumina a cada hombre», manifiesta el designio de Dios sobre nosotros, nos hace saber quiénes somos y nos abre el camino que debemos recorrer para llegar a él, que de otro modo es inaccesible.

Conviene comprometerse «mientras es de día» (9,4): es la jornada de la misión terrena de Jesús, es la jornada de la misión de la Iglesia, es la jornada de la vida de cada uno de nosotros comprometida en una progresiva iluminación. Dice Jesús: «Mientras tenéis esta luz, caminad para que no os sorprendan las tinieblas. Porque el que camina en la oscuridad no sabe a dónde se dirige» (Jn 12,35), yerra en su propio camino y toma el sendero de la muerte.

Reflexión primera del Santo Evangelio: Lucas 10,17-24 Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo 

El evangelio nos pone hoy de manifiesto el significado de la misión de los «setenta y dos discípulos». Vuelven éstos «llenos de alegría» (v. 17) y Jesús les descubre e] contenido profundo de lo que han realizado.

El tema está desarrollado en dos secciones ligeramente diferentes, aunque unitarias (v 17-20 y vv. 2 1-24). Es tas incluyen: a) en primer lugar, la misión, considerada como una victoria que consiguen los setenta y dos en la lucha contra Satanás (v. 18); b) en segundo lugar, la victoria sobre Satanás, que pone de manifiesto que los discípulos son capaces de vencer al mal que hay en el mundo; por eso se les considera en el evangelio «dichosos» (v. 23) y sus nombres están escritos en el Reino de los Cielos (cf v. 20); c) en tercer lugar y prosiguiendo, el evangelio hace observar que los «sencillos» (v. 21) están abiertos al misterio y reciben la verdad de Jesús; d) por último, Jesús alaba al Padre por el don concedido a los «sencillos» y revela la unión de amor entre él y el Padre: «Todo u lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre... » (v. 22).

Puede afirmarse que la misión es concebida en el evangelio como irradiación del amor que une al Padre y al Hijo. Este amor revelado a los “sencillos” es la fuerza que destruye el mal. Los discípulos son considerados «dichosos» porque ven y gustan ya desde ahora el amor del Padre y del Hijo.

Hemos llegado al final del libro de Job. AL principio habíamos reflexionado sobre la apuesta lanzada por Satanás sobre el hombre. Según la opinión de Satanás, el hombre es incapaz de un amor gratuito. Sin embargo, hemos concluido que, si bien no sabemos si tenemos o no el amor gratuito por Dios, una cosa es segura: Dios nos ama y dilatará nuestro corazón probándolo con el fuego incandescente de su amor. Por lo demás, Dios espera de nosotros que nos entreguemos a él con confianza y perseverancia, como Job, poniéndonos por completo a su disposición. Si de verdad amamos a Dios, nuestro amor encontrará en sí mismo su riqueza. Este amor increíble y atrayente es el que nos comprometerá y nos llevará a saborear el don inaudito del amor trinitario.

En el Cantar de los Cantares se lee que aquel a quien buscamos sin cansarnos existe y nos ama. Un día lo encontraremos, si hemos perseverado en esta búsqueda contemplativa, y nos colmará de alegría. Pero lo debemos buscar ya desde ahora sin desanimarnos. En el fondo, también Job puede decir al final: «Ahora te han visto mis ojos» (42,5). Sólo quien ama —dice H. U. von Balthasar— puede hablar del amor. No es posible hablar ni siquiera de los más pequeños problemas del mundo espiritual sin haber tenido una experiencia directa. Del mismo modo, tampoco un cristiano puede hacer apostolado a no ser anunciando, como hizo Pedro, lo que ha visto y oído (cf 2 Pe 1,16-19). Todo lo que podamos atestiguar sobre Dios procede de la contemplación: la de Jesús, la de la Iglesia y la nuestra. Gracias a este amor, que le ha puesto en una auténtica relación con Dios, obtiene Job su bendición, mucho mayor que la primera.

Durante estos días hemos meditado sobre el misterio de la prueba y del amor. Ante María santísima pidamos poder penetrar con mayor profundidad en este misterio.

Reflexión segunda del Santo Evangelio: Lucas 10,17-24 LA ALEGRÍA POR UN TRABAJO BIEN HECHO 
«Los Setenta regresaron muy contentos» (10, 17a). El retorno de los Doce no fue alegre. Los Setenta, despreciados por los judíos por el mero hecho de ser samaritanos, han experimentado la alegría que brota de una tarea bien hecha. «Señor, hasta los demonios se nos someten por tu nombre» (10, 17b). Se dan cuenta de que han liberado a mucha gente de falsas ideologías, de todo aquello que los fanatizaba y nos les permitía ser hombres libres. Y esto, a pesar de que no se ha dicho -a diferencia de los Doce- que Jesús les hubiese dado «poder y autoridad sobre toda clase de demonios» (cf. 9,1). Sólo libera quien es verdade­ramente libre. Jesús interpreta la liberación producida por los Setenta como el principio del fin de los adversarios del plan de Dios, personificados por el adversario por antonomasia: « ¡Ya veía yo que Satanás caería del cielo como un rayo! » (10,18). Los Doce, ávidos de venganza contra los samaritanos, le habían pro­puesto: «Señor, si quieres, decimos que caiga un rayo y los aniquile» (9,54). Jesús los conminó como si estuviesen endemo­niados (9,55). La escala de valores del «mundo», como «sistema» de dominación y de poder, toma posesión del hombre invirtiendo los planes del designio de Dios. Las consecuencias están a la vista: hambre, miseria, paro, guerras, droga, malversación de fondos, terro­rismo, inseguridad ciudadana... Mientras no se produzca un cam­bio radical de valores, no haremos más que ponerle remiendos.

Para designar los principios falsos de la sociedad, Jesús em­plea términos seculares: «serpientes y escorpiones», «el ejército enemigo». A pesar del veneno y del poder destructor que alma­cenan, «nada podrá haceros daño», puesto que «os he dado potestad para pisotearlos» (10,19). No hay bomba atómica o de neutrones que pueda neutralizar el empuje de una teología real­mente liberadora.

«Sin embargo, no sea vuestra alegría que se os sometan los espíritus; sea vuestra alegría que vuestros nombres están escritos en el cielo» (10,20). Jesús no quiere ninguna especie de depen­dencia ni de complacencia: la alegría ha de consistir en la expe­riencia interior de sentirse hijos amados de Dios. Todo aquello que es externo, se puede contabilizar... y esfumarse. Lo que sale de dentro, configura y realiza la persona.

JESUS PRORRUMPE EN UN CANTICO DE ALABANZA«En aquel preciso momento, con la alegría del Espíritu Santo, Jesús exclamó...» (10,2la). A pesar de ser Jesús un hombre alegre y feliz, que comía y bebía con todos, y no un asceta por el estilo de Juan Bautista, solamente aquí se transparenta su alegría. Se trata de uno de los procedimientos literarios más bellos e inten­cionados: el autor quiere dar el máximo relieve posible a los hechos que han ocurrido por primera vez. Finalmente, hay un grupo de discípulos que ha sido capaz de expulsar las falsas ideologías que encadenaban a la gente. Jesús está en sintonía con los Setenta. A través de la misión bien hecha, llevada a cabo por estos personajes anónimos, y de la reacción exultante de Jesús, Lucas anticipa cómo será la misión ideal: abierta, universal, liberadora. «Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra» (10,21b). Jesús deja transparentar su experiencia de Dios, «Pa­dre», y prorrumpe en un canto de alabanza porque ya no hay dicotomía entre el plan de Dios («cielo») y su realización concreta («tierra»). Este plan se ha ocultado a los «sabios y entendidos», los letrados o maestros de la Ley (cf. 5.17.21.30; 7,30), y a los que se tienen por «justos» (cf. 5,32), pues sus intereses mezquinos hacen que sus conocimientos científicos no sean útiles a la comu­nidad -su influencia se deja sentir incluso en los discípulos israelitas, los Doce, seguros de sí mismos y de sus instituciones religiosa-, y se ha revelado a los «pequeños», a los Setenta, despreciados por su origen étnico y religioso, pero con capacidad para comprender las líneas maestras del designio de Dios. Son hombres sin fachada.

Jesús cierra la acción de gracias como la había iniciado: «Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien» (10,21c). Estamos cansados de repetir que los planes de Dios no van parejos con los nuestros, pero lo decimos en otro sentido. Los «nuestros» son los planes de la sociedad en la que nos encontra­mos inmersos: pretendemos eficacia, salud, pesetas, quisiéramos figurar como la única religión verdadera, ser respetados por los poderosos, aparecer en los medios de comunicación... Jesús tiene otros valores, valo­res que han comprendido los sencillos, los pequeños, los que ya están al servicio de los demás, los que no tienen aspiraciones y están abiertos a todos.

De la acción de gracias Jesús pasa a una revelación que habría firmado el propio evangelista Juan: «Mi Padre me lo ha entrega­do todo, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (10,22). Jesús tiene conciencia de conocer a fondo el plan de Dios. Ha tomado conciencia de ello en el Jordán, cuando se abrió el cielo de par en par, bajó el Espíritu Santo sobre él y la voz del Padre lo manifestó como su Hijo amado: «Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado» (cf. 3,21-22). La comunidad de Espíritu entre el Padre y el Hijo explica esta relación de intimidad, que, por primera vez, Jesús revela a sus íntimos. Sólo conoce al Padre aquel que recibe el Espíritu de Jesús y experi­menta así el amor del Padre. El conocimiento que el estudio de la Ley, la Escritura, procuraba a los «sabios y entendidos» no es verdadero conocimiento. Estaba falto del conocimiento por experiencia que sólo puede procurar el Espíritu de Jesús.

Reflexión tercera del Santo Evangelio: Lucas 10,17-24 JESUS PROPONE A LOS DOCE EL MODELO YA ALCANZADO POR LOS SETENTAA continuación Jesús muestra a los Doce, los discípulos pro­cedentes del judaísmo, este plan ya inicialmente realizado por los Setenta: «Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis"» (10,23). «Volverse» constituye una marca típica del evangelista para indicar un cambio de ciento ochenta grados en la actitud de Jesús respec­to a un determinado personaje o colectividad, motivado por un hecho nuevo que se acaba de producir (cf. 7,9.44; 9,55; 10,23; 14,25; 22,61; 23,28); «tomar aparte» indica, además, que un grupo determinado tiene necesidad de una lección particular, en vista de la resistencia que ofrece a su proyecto (cf. 9, 10b; 10,23). Jesús muestra a los Doce cuáles son los frutos de una misión bien ejecutada. También ellos deben alegrarse, sin reser­vas, porque la utopía del reino es viable.

Si nos planteamos realizar el reino de Dios sin contar con los medios humanos y con toda sencillez, comprobaremos que funciona. Hacía años y más años que se esperaba este momento. «Profetas», hombres que intuyeron cuál era el plan de Dios sobre el hombre, y «reyes», los principales responsables del pueblo de Israel, «desearon ver lo que vosotros veis», a saber: lo que los Setenta ya han llevado a cabo, «y no lo vieron», puesto que el plan de Dios no se había aún encarnado en un hombre de carne y hueso; «y oír lo que oís vosotros», ese estallido de gozo y alegría, «y no lo oyeron», pues no había nadie que se lo procla­mase. El éxito del reino en Samaría, la región medio pagana, es prenda de universalidad. Se está cumpliendo la promesa del reino mesiánico (Sal 2,8; 72,10-11; Dn 4,44; 7,27). Es la respuesta de Jesús a la segunda tentación (cf. Lc 4,6-7): la universalidad del reino mesiánico no se logrará mediante el dominio ni por la ostentación de poder y de gloria, sino liberando a los hombres del yugo que los agobia.

El poder del que Jesús ha dotado a la comunidad cristiana debe ser entendido de forma totalmente diferente de la concepción que los hombres usualmente tienen respecto a este ámbito. En este pasaje se niega que el auténtico poder esté ligado a la posibilidad de satisfacción de caprichos e intereses ilimitados..

Por el contrario, dicho poder, para su recta comprensión, debe ser situado en la dependencia filial, puesta de manifiesto en la actitud de Jesús para con su Padre, perfectamente comprensible para sus débiles seguidores pero oculta e ignorada por los sabios e inteligentes dominadores de este mundo.

Ello exige una purificación de nuestro lenguaje sobre el poder si queremos expresarlo adecuadamente en el marco del mensaje de Jesús. El poder entonces encuentra su verdadero marco de comprensión en su íntima unión con la vulnerabilidad del corazón de Dios frente a todos los débiles y desvalidos de este mundo. Sólo del poder entendido como íntima compasión con ellos puede brotar la alegría de Jesús y la alegría de sus seguidores.

El triunfo sobre las fuerzas del mal tiene su fuente en esta relación de intimidad con ese Dios de los "impotentes" de este mundo que destruye de este modo todo orgullo y autosuficiencia incapaces de crear la feliz comunión de la familia de los hijos de Dios.

De esta forma llega a su plenitud toda la revelación divina. El profeta, defensor de huérfano y de viuda, y el rey llamado a defender el derecho y la justicia no pudieron verlo plenamente realizado. Por el contrario, el discípulo de Jesús es testigo con ojos y oídos de su concreción definitiva.

Reflexión cuarta del Santo Evangelio: Lucas 10,17-24 La misión de los setenta y dos discípulos 

La misión de los setenta y dos discípulos se ha visto a veces coronada por el fracaso (cf. Lc 10, 10), pero ha sido con más frecuencia coronada por el éxito (v. 17). La maldición de las ciudades hostiles (Lc 10, 10-15) hace olvidar lo uno, mientras que la alegría y el triunfo son la recompensa de los otros (vv. 18-20).

a) Los discípulos vuelven de la misión, conscientes de haber liberado a los hombres del mal, moral y físico (v. 17), por el uso que han hecho de la potencia mesiánica (el nombre) de Jesús.

Este les explica que una victoria semejante es el signo de la derrota de las fuerzas cósmicas que dominaban al hombre hasta entonces (v. 18). Satán y sus tropas estaban, en efecto, designados a vivir en los aires desde dónde imponían a las criaturas gran cantidad de alienaciones. La llegada de Jesús abole este estado de esclavitud y permite al hombre acceder a la libertad. Este es el mensaje de este Evangelio.

b) El v. 20 matiza, sin embargo, la alegría de Cristo y de los discípulos. No es la liberación lo que cuenta, sino el fin a que conduce: la participación del hombre en el reino de Dios (representado aquí de forma bastante "judía", bajo el aspecto de una inscripción en los registros de ciudadanía del cielo).

La Iglesia tiene el deber de revelar al hombre que escape verdaderamente a la fatalidad y que conserve su propia vida en sus manos. Realiza esta función cuando sus miembros denuncian la servidumbre del hombre a las potencias económicas y políticas de todos los confines y colaboran en la edificación de un universo realmente humano. Realiza esta función cuando sus miembros liberan a sus hermanos de la adquisición de atavismos y hábitos, del legalismo y de sacralizaciones ilusorias.

Pero no basta con denunciar las alienaciones; es preciso curar las heridas. Hacer "bajar a Satán del cielo", es hacer las ciudades más humanas, es luchar contra las segregaciones de todas clases, es suprimir las razones que motivan la opresión, es reformar las estructuras políticas cuando se muestran incapaces de resolver los problemas de la sociedad moderna (alojamiento, enseñanza, etc.), es luchar contra las enfermedades mentales, la vejez y el aislamiento, es rechazar las presiones que arrastran a los hombres al vicio y a la injusticia.

a) La misión cristiana (y toda la obra de Jesús entre los hombres) se ha interpretado a partir de la caída de Satán (10,18). El tema pertenece al mito apocalíptico judío, en que se alude a la presencia del diablo sobre el cielo. Ciertamente, su lugar y su función se diferencian del lugar y la función de Dios, pero se piensa que Satán ha puesto el trono en las esferas superiores y domina desde allí toda la marcha de los hombres sobre el mundo.

Pues bien, la predicación de Jesús y de la iglesia se interpreta aquí como derrota de Satán, que ha sido destronado, cae sobre el mundo y pierde su poder sobre los hombres. Ap 12 ha introducido esa caída dentro de una concepción conjunta de la historia. Lucas, transmitiendo quizá una vieja palabra de Jesús, se ha contentado con mostrar el hecho: la misión cristiana es el acontecimiento cósmico donde se está jugando el destino de la realidad (la presencia de Dios, la derrota de lo malo).

b) A la luz de esta experiencia se sitúa la función de los misioneros. Su victoria sobre Satán se traduce en el hecho de que son capaces de vencer (o superar) el mal del mundo (10, 19). Por eso se les viene a declarar dichosos; son dichosos porque están experimentando aquella plenitud mesiánica que los viejos profetas y los reyes de Israel habían anhelado (10, 23-24). Sin embargo, su auténtica grandeza está en el hecho de su encuentro personal con Dios: sus nombres pertenecen al reino de los cielos (10, 20).

Esta victoria de los misioneros de Jesús sobre la fuerza de Satán desvela el contenido más profundo de los humano. El hombre no es un esclavo de los elementos cósmicos, ni está sometido a los poderes irracionales del mal, ni puede darse por vencido ante la miseria de los otros hombres o del mundo. Los enviados de Jesús han recibido el poder de superar la maldición de nuestra tierra; por eso tenemos la certeza de que la suerte final se encuentra de su lado.

c) En esta dimensión se descubre la "grandeza" de los hombres. Grandes son los sabios que suponen que la vida se encuentra de su lado; piensan que son fuertes y rechazan la ayuda que Jesús le ha ofrecido. Por eso quedan solos. Mientras tanto, los pequeños se mantienen abiertos al misterio y comprenden (o reciben) la verdad de Jesucristo (10, 21).

d) Sobre este plano se formula una de las revelaciones definitivas del misterio de Jesús. Jesús alaba al Padre por el don que ha regalado a los pequeños (10, 21) y descubre la unión en que los dos están ligados. "Todos me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre..." (10, 22). En este contexto, conocerse significa estar unidos. Jesús y el Padre constituyen un misterio de unidad y entrega en que penetran todos los que quieren recibir al Cristo.

A manera de conclusión podemos afirmar: la misión se estructura como expansión del amor en que se unen Dios y el Cristo (Hijo). En ese amor, revelado a los pequeños y escondido para todos los grandes de este mundo, se fundamenta la derrota de las fuerzas destructoras de la historia (lo satánico).

Elevación Espiritual para el díaEL PECADO ORIGINAL

Su naturaleza

El pecado de Adán no es exclusivo de él, sino que se transmite a todos los hombres. Se llama pecado original porque nos viene a consecuencia de nuestro origen.

Este pecado nos viene a consecuencia de nuestros origen, porque Adán era cabeza y fuente de todo el humano linaje. Adán, pues, con su pecado hizo que la naturaleza humana se rebelara contra Dios; y por eso, al nacer, recibimos la naturaleza humana privada de la gracia y del derecho al cielo.

"Creemos que todos pecaron en Adán pues, esta naturaleza humana caída de esta manera, destituida del don de gracia de que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre nace en pecado. Mantenemos, pues, siguiendo al Concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, "no por propagación ni por imitación", y que se halla como propio de cada uno" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n. 16).
7.6.2 Verdadero pecado, pero no es pecado personal en nosotros

El pecado original es verdadero pecado, pero no es en nosotros pecado personal.

Es verdadero pecado. Porque nos despoja de la gracia y del derecho al cielo. Por su causa nacemos "hijos de la ira", como nos dice San Pablo; esto es, privados de la justicia original (cfr. Ef 2, 3).

Para comprender mejor esta noción conviene tener presente la diferencia entre el acto de pecado y el estado de pecado. Pongamos por ejemplo un robo grave. El acto de pecado, o sea la misma acción de robar, pasa. El estado de pecado, o sea la privación de la gracia que el pecado produjo en nuestra alma, perdura hasta que el pecado se nos perdone.

Pues bien, tratándose del pecado original cabe la misma distinción. El acto fue cometido por Adán y pasó. Las consecuencias de ese acto, o sea la privación de la gracia y del derecho al cielo, perduran y afectan a todos sus descendientes.
2o. Pero no es en nosotros pecado personal. Este pecado evidentemente es distinto en Adán y en nosotros.

En Adán fue pecado personal, cometido por un acto de su voluntad.

En nosotros no es cometido por un acto de nuestra voluntad, sino que nos viene sin quererlo, a consecuencia de nuestro origen.

Por lo mismo que no hay acto ninguno de nuestra parte en él, no hay tampoco nada positivo. En nosotros el pecado original es una simple privación, a saber, la privación de la gracia con que hubiéramos nacido si no viniéramos al mundo manchados con él.

Sus efectos

Por el pecado original, el hombre:

Nace despojado de los dones sobrenaturales, de la gracia y del derecho al cielo.

Se ve privado de los dones preternaturales y sometido a la ignorancia, la concupiscencia, los sufrimientos y la muerte.

Por último, su misma naturaleza quedó debilitada.

Así dice el Concilio de Trento: "Todo Adán por el pecado pasó a peor estado en el cuerpo y en el alma "

Una de las más desagradables consecuencias del pecado original es la inclinación al mal y la concupiscencia. lo.

El pecado disminuyó en el hombre la inclinación al bien. La inclinación a la virtud es natural al hombre, porque obrar conforme a la virtud, es obrar conforme a la razón; pero, después del pecado, tender a la virtud resulta difícil y costoso.

Sin embargo, es falsa la doctrina protestante según la cual la naturaleza humana quedó a tal grado corrompida, luego del pecado original, que ya es incapaz de obrar el bien. La fe católica indica que quedó herida, enferma, pero no corrompida.

La concupiscencia -o inclinación al pecado - de suyo no es pecado. El Concilio de Trento condenó el error de Lutero, que confundía a la concupiscencia con el pecado original; y así el bautismo nos borra este pecado y nos deja la concupiscencia. Pero si es una de nuestras mayores mortificaciones y la raíz de mayor número de pecados. Preocupado por esa inclinación al mal exclamaba San Pablo "¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7, 24).
No supone injusticia por parte de Dios

Dios no fue injusto en castigar a todos los hombres por el pecado de uno solo; en efecto:

Si se trata de los dones sobrenaturales y preternaturales.

No eran dones debidos a la naturaleza del hombre, sino sobreañadidos por pura bondad.
Y Dios era libre de concedérselos bajo una condición. Y no cumplida ésta, pudo quitárselos sin injusticia.

Ejemplo: Un maestro ofrece a sus alumnos un paseo si determinados discípulos se portan bien. Si ellos se portan mal, puede el maestro sin injusticia privar a todos del paseo.

En fin, el pecado original puede privar de la felicidad del cielo; pero por el puro pecado original nadie se condena.

Si se trata de niños que mueren sin bautismo, su destino es el limbo. Si de adultos, nadie se condena sin haber cometido una transgresión grave y voluntaria de la ley de Dios.

Si se trata del debilitamiento que el pecado dejó en la naturaleza, tampoco obró Dios con injusticia, porque nos brindó medios muy propios para fortificarnos, y vencer la tendencia al mal.

Dios la remedia dándonos la gracia de que el pecado nos privó.

La gracia nos ayuda eficazmente en el vencimiento del mal y la práctica del bien.

Dogma y misterio

El pecado original es dogma de fe, definido por el Concilio de Trento, y expresado claramente en la Escritura.

Así dice San Pablo: "Como el pecado entró en el mundo por un solo hombre, y la muerte por el pecado, así la muerte ha pasado a todos los hombres, habiendo pecado todos en uno solo" (Rom. 5, 12). Consta, pues, que tanto el pecado como la muerte son efecto del pecado de uno solo.

Más el pecado original también es un misterio. Hay en él cosas que no podemos comprender, aunque tampoco enseña nada que contradiga de lleno la razón.

Por ejemplo, de Adán no recibimos sino el cuerpo; ¿Cómo es posible que se nos transmita el pecado, que reside en el alma? Contestan los autores que tal cosa no es imposible, como lo vemos en la ley de la herencia, pues con frecuencia los hijos heredan no sólo las cualidades físicas, sino también las intelectuales y morales de sus padres. Hay esta otra explicación, más fundamental: en razón del pecado de Adán, Dios crea para cada uno de sus descendientes el alma sin adornarla de la justicia original.

Por otra parte, el dogma del pecado original ayuda mucho a explicar la debilidad y malas inclinaciones del hombre, que de otra suerte quedan sin explicación satisfactoria.
Excepción al pecado original

Todos los hombres contraen el pecado original, con excepción de Nuestro Señor Jesucristo y la Santísima Virgen María.

Cristo no incurrió en él por derecho de naturaleza, ya que por su concepción milagrosa no estaba sometido a la triste herencia de Adán.

La Virgen María tampoco lo contrajo, aunque ya no por derecho, sino por especial privilegio de Dios, que se llama su Inmaculada Concepción.

La Inmaculada Concepción de María consiste en que María por especial privilegio de Dios, y en previsión de los méritos de Cristo, desde el primer instante de su ser se vio adornada con la gracia. Se dice:

Por especial privilegio, porque María, como descendiente de Adán, hubiera debido contraer el pecado original; y, si no lo contrajo, fue por especial gracia o privilegio de Dios.

En previsión de los méritos de Cristo, porque María necesitó ser redimida, como los demás hijos de Adán. Sólo que en ella la redención fue más admirable: a nosotros nos levanta después de caídos en el pecado; a María no le permitió caer.

Desde el primer instante de su ser se vio adornada con la gracia, es decir, desde que su alma se juntó con su cuerpo, estuvo aquélla revestida de la gracia santificante.

Reflexión Espiritual para este día
El amante no entra en el reino del amor con la alegría de haber encontrado por fin la culminación de todos sus propios deseos, sino en silencio y con humildad, porque el amor ha sobrepasado todas sus expectativas y a él mismo. Tiene que soportar lo insoportable: la presencia del amor. Sería poco dar a esta imposibilidad de soportar el nombre de bienaventuranza, de éxtasis de amor. En efecto, el amor es demasiado grande, y en este “demasiado” se incluye una especie de dolor, que sólo conoce quien ama, pero que es la flecha, la espina de toda felicidad espiritual. Sería asimismo poco describir este dolor como el límite de la propia respuesta, como desilusión respecto a la propia realidad, que incluso en el momento de la máxima entrega no ofrece nada verdaderamente digno del amor. En efecto, el amor demasiado grande no rebosa sólo en relación con el yo, a la persona a la que beneficia; ni siquiera un yo más grande, más digno, conseguiría contener este desbordamiento; tal prerrogativa, en efecto, está ínsita en el amor mismo, que, confrontado consigo mismo, resulta demasiado grande, y todo el que se vea herido por su maravilla y arrollado por sus olas debería caer en adoración frente a su extremo poder y a su victoria radiante.


He aquí una de las páginas más bellas que escribió santo Tomás Moro en la cárcel antes de ser ejecutado: «Cristo sabía que muchos, por su misma debilidad física, se habrían dejado aterrorizar par la sola idea del suplicio..., y quiso confortar su ánimo con el ejemplo de su dolor, de su tristeza, de su angustia, de su miedo. Y a quienes estuvieran constituidos físicamente de este modo, o sea, a los débiles y a los miedosos, les quiso decir casi hablándoles directamente: “Ten valor, tú que eres tan débil; aun que te sientas cansado, triste, temeroso e importunado por el terror de crueles tormentos, ten valor: porque también yo, ante el pensamiento de la acérrima y dolorosísima pasión que me apremiaba de cerca, me sentí todavía más cansado, triste, temeroso y sometido a una íntima angustia... Piensa que te bastará con caminar detrás de mí... Confíate a mí, si no puedes tener con fianza en ti mismo. Mira: yo camino delante de ti por este sendero que te da tanto miedo; agárrate al borde de mi túnica y de él obtendrás la fuerza que impedirá que tu sangre se disperse en vanos temores y mantendrá firme tu ánimo con el pensamiento de que estás caminando detrás de mis huellas. Fiel a mis promesas, no permitiré que seas tentado por encima de tus fuerzas”

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia y el magisterio de la santa IglesiaEn el fondo Pedro es cada uno de nosotros, es el hombre que por primera vez se ve deslumbrado por el hecho inconcebible de la Pasión de Jesús y esto lo impacta personalmente, porque se da cuenta que ella se refleja en él.

Leeremos del cap. 14, 28 de Mateo: Pedro sobre las aguas, hasta el llanto final, en Mateo cap. 26, 75, es decir, desde la primera presunción de Pedro, que se cambió en miedo y pronto quedó curada, hasta estallar en llanto que es una manifestación de que se le acabaron todas sus seguridades ante Cristo que sufre y ante lo que él había pensado de sí mismo y de Jesús.

-La presunción y el miedo. /Mt/14/27-31

Comencemos, pues, por Mateo 14, 28. Al ver a Jesús que, como un fantasma, se acerca a la barca y dice: "Animo, no temáis"... Pedro dice: "Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas". Es una palabra muy fuerte, "caminar sobre las aguas" es propio de Yavé, es una característica de Dios en el Antiguo Testamento; por tanto, Pedro es muy atrevido: pedir hacer lo que hace Jesús es participar de la fuerza de Dios. Esto corresponde al sueño de Pedro: siguiendo a Jesús, quedamos investidos de su fuerza; ¿acaso no nos ha comunicado sus poderes para expulsar demonios y curar enfermos? Por tanto, entremos en esta comunicación de poder con fe, con amor, con generosidad, participando del poder de Dios. Jesús acepta. "...Y Jesús le dijo: Ven. Y bajando Pedro de la barca, andaba sobre las aguas hacia Jesús. Mas, al ver la fuerza del viento, se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó: ¡Señor, sálvame! Al punto, Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?.

Pedro quiere participar de la potencia de Jesús, pero no se conoce y no sabe que participar de este poder significa condividir también las pruebas de Jesús, soportar el viento y el agua. No había pensado en esto, le parecía una cosa fácil y, entonces, asustado, grita.

Este grito revela el hecho de que Pedro no se conocía a sí mismo, porque presumía de sí, se consideraba ya capaz de participar de la debilidad de Dios: no conocía a Jesús, porque a un cierto punto no se confió en él, no entendió que es el Salvador y que en medio de la fuerza del huracán, allí donde se manifestaba su debilidad, Jesús estaba allí para salvarlo. Para Pedro esta es la primera experiencia de la Pasión, pero es una experiencia sin fruto, cerrada, apenas inicial, de la que, como nos sucede a nosotros muchas veces, no aprende mucho. Probablemente se pregunta qué fue lo que le sucedió, por qué se asustó. El asunto le queda un poco vago, como muchas experiencias nuestras que no nos impactan hasta cuando otras más grandes no nos revelan su sentido.

-Evolución sicológica de Pedro.

Ahora veamos sencillamente todos los lugares en los que se habla de Pedro, preguntándonos qué pueden significar para la evolución sicológica de este hombre. En Mt/15/15 dice Pedro con mucha sencillez: "Señor, explícanos esta parábola: lo que sale de la boca hace impuro al hombre, no lo que entra". Jesús le contesta: "También vosotros estáis sin entendimiento". Pedro es, pues, un hombre que tiene valentía, desea entender algo, pero su conocimiento de las cosas de Dios es todavía muy embrional, todavía en movimiento y esto se manifiesta en todo su camino.

El siguiente capítulo (/Mt/16/16ss) nos muestra el punto culminante de este camino; Pedro, en nombre de todos, es el único que tiene la valentía de hablar, y a la pregunta de Jesús: "¿ Y vosotros quién decís que soy yo?" contesta: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús: "Bienaventurado tú, Simón, hijo de Juan, porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Te daré las llaves del Reino de los cielos".

Ante estas palabras Pedro se siente muy contento: ha correspondido a la confianza que el Maestro ha puesto en él. El lo llamó cerca de la barca cuando todavía era un pobre pescador, un rústico, tuvo confianza, y él ahora ha demostrado que sabía corresponder. Claro que Jesús dijo: "La carne ni la sangre te lo han revelado"; por tanto, la revelación es de Dios, pero le fue hecha a él, a Pedro; Dios le dio la posibilidad de hacer esta manifestación y por tanto de tener una responsabilidad en el Reino. Esto, naturalmente, no le disgusta, como no nos disgusta a ninguno de nosotros.

Imaginémonos, pues, el desconcierto de Pedro cuando, inmediatamente después, piensa abrir la boca y ejercer un poco sus funciones, se le contesta duramente. En efecto, cuando Jesús, inmediatamente después, comienza a decir abiertamente que debe ir a Jerusalén, sufrir mucho por parte de los Ancianos, de los Sumos Sacerdotes, de los Escribas, ser muerto (aquí aparece la Pasión por primera vez), Pedro, como hombre prudente, no lo contradice en público, sino que lo lleva aparte para decirle al Maestro con honestidad algo que le será útil. Lo recombino diciendo: "¡Dios te libre, Señor, no te sucederá eso!".

Es una palabra que le nace del corazón, porque Pedro ama mucho a Jesús y cree que ellos son los que deben morir y no él, que debe seguir adelante por el Reino. Me parece que Pedro es muy generoso, prefiere él morir, porque sabe muy bien que la vida que han comenzado está llena de contrastes, hay enemigos, hay dificultades. No se hace ilusiones, pero razona lógicamente: si la Palabra calla, ¿quién la dirá? La Palabra no debe callar, entonces preferimos morir por ti.

Nos podemos imaginar, pues, el desagrado, el desconcierto por la respuesta de Jesús: "Lejos de mí, Satanás, pues eres mi obstáculo, porque tus sentimientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Pedro ha hablado con toda generosidad de su corazón, ha hablado por el bien de Jesús y de los compañeros para que la Palabra permanezca, y ahora se lo trata como si fuera Satanás. Está confundido, calla y no hace lo único que me parece tenía que hacer: pedirle al Señor que le explicara, y manifestarle su perplejidad. Poco después lo encontramos de nuevo con su plena confianza de "mayordomo" del Reino, cuando (en el Mt 17, 4), en el monte de la Transfiguración toma la palabra y dice: "Señor, qué bien se está aquí". De nuevo toma la palabra por todos, ya ha comprendido que le toca a él interpretar el pensamiento común: "Si quieres haré aquí tres tiendas, una para ti, una para Moisés y otra para Elías". Tratando de ponerme en la sicología de Pedro leo en estas palabras suyas: ¡proveo yo! Y con mucha generosidad, porque no piensas hacer una tienda para él; él es ahora quien organiza el Reino de Dios. Mateo no lo dice, pero Lucas añade: "El no sabía lo que decía".

Ciertamente aquí brota la alegría de tener un puesto y de querer hacer lo posible para ser digno de la confianza que se ha puesto en él. Puesto que el Reino de Dios es algo grande, hay que hacer cosas grandes, por tanto una tienda para cada uno, que en Oriente es un lujo grande. Ciertamente aquí Pedro no reflexiona mucho sobre sí mismo, dice lo que le parece, y Jesús no lo reprocha, porque la escena cambia inmediatamente.

Se escucha la voz de lo alto: "Este es mi Hijo en el cual me he complacido". Tal vez Pedro hubiera podido comprender que no era el caso de hacer tres tiendas, sino mirar a este Hijo, el modo de comportarse, cómo Dios lo está manifestando en la gloria y en la pobreza; pero todo esto no le cabe en la cabeza.

Podemos imaginar el momento cuando bajan de la montaña y se acercan a la muchedumbre que está cerca del lugar en donde el epiléptico no ha podido ser curado por los discípulos: Pedro, Santiago y Juan están de parte de la razón, son los que no se han quemado con el experimento fracasado. Creo que Pedro con una cierta satisfacción interna se una a Jesús que dice: "Oh generación incrédula y perversa, hasta cuándo estaré con vosotros" pensando que ciertamente, si hubieran estado ellos, lo habrían curado, mientras estos otros discípulos "de segunda clase" no fueron capaces de hacerlo.

En este capítulo hay otro episodio muy interesante, rico de simbolismo (en /Mt/17/24-27): el episodio del impuesto del Templo, en el que Jesús dice despreocupadamente: echa el anzuelo, agarra el primer pez y entrega la moneda. Lo que impacta es: "Tómala y entrégala a ellos por mí y por ti". Me parece muy hermoso este gesto de Jesús de entregar una sola moneda por él y por Pedro, parece una advertencia: fíjate que estamos juntos, trata de unirte a mi destino y no pretenderás tener uno distinto para ti, o mirar al mío como separado del tuyo.

No sé si Pedro entendió la riqueza de significado de esta única moneda, la delicadeza de esta palabra. En efecto, lo vemos aquí no ya directamente citado, sino junto con los diez, en el cap. 20, 24-28 dice Jesús: "Sabéis que los príncipes de las naciones las tiranizan, y que los grandes las oprimen con su poderío. No será así entre vosotros, sino que aquel de entre vosotros que quiera ser grande, que sea vuestro servidor; y el que quiera de entre vosotros ser el primero, que sea vuestro siervo. Como el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir, y a dar su vida en redención de muchos".

El texto no dice qué pensarían los apóstoles, pero es claro, por lo que sigue, que todavía no han comprendido. Jesús habla, pero como nos sucede también a nosotros con frecuencia, escuchamos las cosas pero no las realizamos, es decir, no las percibimos hasta cuando un acontecimiento imprevisto, duro, no nos pone en contacto con la realidad. Tenemos, pues, el mismo fenómeno, el sicológicamente ya codificado del punto ciego; es decir, hay cosas que no vemos, ante las que somos ciegos o sordos; las cosas que nos dicen y se nos repiten, decimos que las entendimos, pero no las asimilamos. Pedro se encuentra en esta misma línea. Muchas veces tenemos esta experiencia sobre nosotros o tal vez sobre los demás: comprendemos solamente lo que podemos experimentar, lo demás es agua que pasa.

-El drama de Pedro.

Pasemos ahora directamente a los últimos puntos del drama de Pedro, que hemos visto tan poco preparado (/Mt/26/32-35). Mientras se dirigen al Huerto de los Olivos, después de haber cantado el himno al final de la cena, dice Jesús: "Todos vosotros tendréis en mí ocasión de caída esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño". Aquí se hace ver la debilidad de los apóstoles: son como ovejas, si no está el pastor, no saben hacer nada.

"Pero después resucitaré e iré delante de vosotros a Galilea. Mas Pedro le respondió: Aunque fueras para todos ocasión de caída, para mí no. Jesús le dijo: En verdad te digo que esta misma noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque tuviera que morir contigo, no te negaré. Y lo mismo dijeron todos los demás". Reflexionemos un instante sobre estas palabras. Naturalmente, tenemos que creer en la honestidad de Pedro y en su generosidad. Aquí ciertamente Pedro habla creyendo conocerse plenamente a sí mismo, y de todo corazón. En el fondo, acaba de recibir la Eucaristía, sale del momento culminante de la vida de Jesús, no podemos pensar que hable con ligereza; sus palabras son también muy hermosas: aunque tuviera que morir contigo. Aquel "contigo" es la palabra esencial de la vida cristiana.

Podría pensarse que aquí Pedro ya ha comprendido el sentido de la única moneda para dos: estoy contigo, Señor, en la vida y en la muerte. ¿Cuántas veces hemos dicho esto? Los Ejercicios de San Ignacio nos hacen decir en la famosa parábola del Reino: "Quien quiera venir conmigo", por tanto, es una palabra clave. Pedro dice una palabra muy exacta, es sincero, no se equivoca en las palabras. Pero Jesús no ha dicho: "me negaréis", sino "os escandalizaréis"; según la expresión bíblica: encontrarás una piedra imprevista. El escándalo es un obstáculo imprevisto que sirve de trampa.

Para los discípulos será el imprevisto contraste entre la idea que tenían de Dios y la que se revelará en aquella noche. El Dios de Israel, el grande, el poderoso, el vencedor de los enemigos, que por lo tanto no abandonará jamás a Jesús, es su idea de Dios, la que aprendieron del Antiguo Testamento. Jesús les advierte que nunca sabrán resistir al contraste entre lo que piensan y lo que va a suceder.

Pedro no acepta para él esta advertencia, cree que conoce al Señor totalmente; ya aceptó el reproche anterior, ya entendió que tiene que confiar plenamente en Jesús, por eso va hasta el fondo, o por lo menos trata de ir hasta las últimas consecuencias: "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré". D/IMAGENES-FALSAS CZ/CONOCIMIENTO

Aquí yo veo no sólo un poco de presunción en el no conocerse, sino también un error: cree tener ya la idea de Dios, pero no la tiene todavía, porque ninguno tiene la verdadera idea de Dios hasta cuando no haya conocido al Crucificado. +

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