XXVII DOMINGO ORDINARIO
Santos: Faustina
Kowalska, religiosa; Tranquilino Ubiarco, mártir. Beato Alfredo Marveli, laico.
(Verde)
LO QUE VIERON EN MÍ
Is 5, 1-7; Flp 4, 6-9; Mt 21, 33-43
De viñas y viñadores nos hablan las
dos lecturas. Es un símbolo familiar para la cultura hebrea y por eso mismo,
reaparece en numerosos libros bíblicos. El pueblo de Israel es comparado con
una viña; los dirigentes son los viñadores. Tanto en Isaías como en el
Evangelio de san Mateo el veredicto es el mismo: la ineficacia y el abuso de
poder fueron la nota característica. Tal como lo refiere el canto profético de
la viña: Dios esperaba justicia y derecho, es decir, bienes que no lo
favorecerían a Él, sino a su pueblo. Sin embargo, tales frutos no aparecieron
por ninguna parte, pues lo que prevaleció fue la violencia y la injusticia.
Dios no se cruza de brazos, al contrario, una y otra vez envía emisarios para
exigir una rendición de cuentas. Cuando el empecinamiento de los viñadores es
desmedido, Dios toma la decisión definitiva: despoja del encargo a los
viñadores ineficaces.
ANTÍFONA DE ENTRADA (Cfr. Est 4, 17)
En tu voluntad, Señor, está puesto el
universo, y no hay quien pueda resistirse a ella. Tú hiciste todo, el cielo y
la tierra, y todo lo que está bajo el firmamento; tú eres Señor del universo.
ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, que en la
superabundancia de tu amor sobrepasas los méritos y aun los deseos de los que
te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia para que libres nuestra
conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a
pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
La viña del Señor es la casa de
Israel.
Del libro del profeta Isaías: 5, 1-7
Voy a cantar, en nombre de mi amado,
una canción a su viña. Mi amado tenía una viña en una ladera fértil. Removió la
tierra, quitó las piedras y plantó en ella vides selectas; edificó en medio una
torre y excavó un lagar. Él esperaba que su viña diera buenas uvas, pero la
viña dio uvas agrias.
Ahora bien, habitantes de Jerusalén y gente de Judá, yo les ruego, sean jueces
entre mi viña y yo. ¿Qué más pude hacer por mi viña, que yo no lo hiciera? ¿Por
qué cuando yo esperaba que diera uvas buenas, las dio agrias?
Ahora voy a darles a conocer lo que haré con mi viña; le quitaré su cerca y
será destrozada. Derribaré su tapia y será pisoteada. La convertiré en un
erial, nadie la podará ni le quitará los cardos, crecerán en ella los abrojos y
las espinas, mandaré a las nubes que no lluevan sobre ella.
Pues bien, la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los
hombres de Judá son su plantación preferida. El Señor esperaba de ellos que
obraran rectamente y ellos, en cambio, cometieron iniquidades; él esperaba
justicia y sólo se oyen reclamaciones.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
Comentario:
La primera lectura (Is 55,1-7) inicia como una canción de amor y
termina como acusación jurídica. El profeta introduce en forma velada, a través
del canto del amigo que ama su viña, un caso de justicia que exige la
intervención del auditorio. La imagen de la viña, con todo lo que supone de
relación entre el agricultor y la tierra–vid, es claramente una metáfora de la
relación hombre–mujer, o mejor aún, marido–esposa (Véase Cantar de los Cantares
1,6.14; 2,15; 8,12). Esto explica los matices de cuidado amoroso entre el amigo
y su viña. Es, en realidad, una traducción en términos esponsalicios de la
relación de alianza entre Yahvéh e Israel. Yahvéh es el esposo–agricultor,
Israel es la esposa–viña. En los primeros cinco versículos del poema se subraya
fuertemente la acción del viñador enamorado de su viña, que se esmera en hacer
todo por ella (cavar la tierra, quitar las piedras, plantar cepas selectas,
construir una torre, cavar un lagar). Particularmente importante es la doble
repetición del verbo “hacer” (en hebreo: `asah) en el v. 4: “¿Qué más
debí hacer por mi viña que yo no haya hecho? Este
“hacer” del viñador, evoca el actuar salvífico de Dios en favor de su pueblo:
Yahvéh ha salvado a Israel de la esclavitud y lo ha llevado a la tierra,
bendiciéndolo en toda forma. Ahora bien, a este “hacer” de Dios corresponde un
“esperar”. El Señor espera una respuesta coherente y fiel de parte de su
pueblo. El verbo esperar (en hebreo: qawah), en efecto, aparece
tres veces en el poema: “Esperaba que diera buenas uvas pero dio
racimos amargos” (v. 2), “¿Por qué esperando uvas dio racimos
amargos? (v. 4), “Esperaba justicia y no hay más que asesinatos”
(v. 7). El viñador esperaba que la viña, objeto de tantos cuidados, diera un
buen fruto, es decir, uvas. Es importante saber que en hebreo “dar fruto” se
dice “hacer fruto”. Por tanto, en el poema se subraya que al “hacer” del
viñador debería corresponder el “hacer” de la viña. Sin utilizar lenguaje
metafórico, el mensaje es claro: Dios espera que Israel actúe el bien, que su
conducta corresponda a su acción divina amorosa. Si el “hacer” de Dios,
originario y salvador, es el bien y la justicia en favor de su pueblo, el
“hacer” del Israel histórico debe ser la manifestación concreta de esta
justicia.
La espera de Dios (viñador) no es interesada. No es simplemente que Dios
espera el fruto de su trabajo, como cualquier obrero. Lo que Dios espera es que
la viña sea viña, y que dé su fruto auténtico, ya que el fruto revela la
naturaleza de la planta (Mt 7,20: “Por sus frutos los conoceréis”). El amor
cuidadoso y perseverante del viñador, o mejor aún, el amor del esposo, exige
reciprocidad en el darse. El fruto de Israel–viña no es simple retribución o
recompensa a las acciones de Dios, sino que representa la libre y autónoma
naturaleza espiritual del hombre, capaz de amar y de donarse en gratuidad y
generosidad sin límites. La viña en realidad produce frutos, pero en lugar de
los frutos esperados (uvas), aparecen frutos que no se pueden comer (racimos
amargos). La viña no llega a ser lo que debería ser. Tal resultado tiene connotaciones
de infidelidad nupcial y el cántico se vuelve el lamento de un enamorado
desilusionado. En el v. 7 el texto hebreo presenta un interesante juego de
palabras que subraya el contraste de oposición entre el fruto esperado por el
viñador y el fruto dado por la vid: “Esperaba cumplimiento de la ley (mishpát)
y no hay más que asesinatos (mispáh), esperaba justicia (tsedaqáh)
y no hay más que lamentos (seaqáh)”. Aparentemente Israel produce frutos
buenos, pero en realidad estos frutos son absolutamente desagradables. El texto
concluye con el severo juicio del dueño de la viña, irritado y desilusionado.
Las personas que escuchaban al profeta seguramente compartieron el veredicto:
esa viña no merecía ya ser objeto del cuidado amoroso del viñador. Lo duro es
que esa viña son ellos mismos, los que escuchan al profeta y, por tanto, el
juicio condenatorio se vuelve contra ellos: “La viña del Señor Todopoderoso son
ustedes, el pueblo de Israel y la gente de Judá” (v. 7). Israel mismo se
auto–condena porque ha producido sangre en vez de justicia y gritos de
oprimidos que atestiguan la falta de derecho y rectitud. Cada hombre se
auto–condena cuando no corresponde a la acción salvadora de Dios, cuando no es
lo que tiene que ser y lo que Dios espera de él, cuando no da frutos de amor
auténtico y solidario hacia los otros. El dinamismo de la salvación es doble:
supone el movimiento del viñador que planta y cuida la viña, e implica también
la respuesta de la viña con sus frutos. La gracia y las obras se entrecruzan en
la historia de la salvación y la existencia de cada hombre, en un diálogo
armonioso y fecundo que dura toda la vida.
Del salmo 79 R/. La viña del Señor es
la casa de Israel.
Señor, tú trajiste de Egipto una vid, arrojaste de aquí a los paganos y la plantaste; ella extendió sus sarmientos hasta el mar y sus brotes llegaban hasta el río. R/.
Señor, ¿por qué has derribado su cerca, de modo que puedan saquear tu viña los que pasan, pisotearla los animales salvajes, y las bestias del campo, destrozarla? R/.
Señor, Dios de los ejércitos, vuelve tus ojos, mira tu viña y visítala; protege la cepa plantada por tu mano, el renuevo que tú mismo cultivaste. R/.
Ya no nos alejaremos de ti; consérvanos la vida y alabaremos tu poder. Restablécenos, Señor, Dios de los ejércitos, míranos con bondad y estaremos a salvo. R/.
Señor, tú trajiste de Egipto una vid, arrojaste de aquí a los paganos y la plantaste; ella extendió sus sarmientos hasta el mar y sus brotes llegaban hasta el río. R/.
Señor, ¿por qué has derribado su cerca, de modo que puedan saquear tu viña los que pasan, pisotearla los animales salvajes, y las bestias del campo, destrozarla? R/.
Señor, Dios de los ejércitos, vuelve tus ojos, mira tu viña y visítala; protege la cepa plantada por tu mano, el renuevo que tú mismo cultivaste. R/.
Ya no nos alejaremos de ti; consérvanos la vida y alabaremos tu poder. Restablécenos, Señor, Dios de los ejércitos, míranos con bondad y estaremos a salvo. R/.
Obren bien y el Dios de la paz estará
con ustedes.
De la carta del apóstol san Pablo a
los filipenses: 4, 6-9
Hermanos: No se inquieten por nada;
más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la
súplica, llenos de gratitud. Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda
inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.
Por lo demás, hermanos, aprecien todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay
de justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y
merezca elogio. Pongan por obra cuanto han aprendido y recibido de mí, todo lo
que yo he dicho y me han visto hacer; y el Dios de la paz estará con ustedes.
Palabra
de Dios. Te alabamos, Señor.
Comentario:
En la segunda lectura (Flp 4,6-9) Pablo da algunos consejos prácticos de
vida espiritual. En primer lugar la oración seria, profunda, perseverante: “En
cualquier situación presenten sus deseos a Dios, orando, suplicando y dando
gracias” (v. 6). El fruto de la oración, como actitud vital y ejercicio
práctico de fe y de amor, es la paz de Dios, la paz de Jesús Mesías, que nos
hace vivir en esperanza confiada aún en medio de la prueba y el dolor: “Y la
paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, protegerá sus corazones y sus
pensamientos por medio de Cristo Jesús (v. 7). Al don de la paz corresponde la
respuesta y el compromiso cotidiano y concreto del creyente por buscar los
valores más altos y nobles en la vida: “Por último, hermanos, tengan en cuenta
todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de
elogiable, de virtuoso y de recomendable”. Santa Teresa de Jesús en su libro
“Camino de Perfección” se expresa en forma semejante: “Quienes de veras aman a
Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo
lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden; no
aman sino verdades y cosa que sea digna de amar. ¿Pensáis que es posible que
quien muy de veras ama a Dios pueda amar vanidades?” (Camino de Perfección 40,3).
La espiritualidad cristiana no es un camino alternativo al auténtico humanismo.
Los grandes valores, los más nobles, tienen carta de ciudadanía en la vida
cristiana, porque ser cristiano es ser hombre en plenitud.
ACLAMACIÓN (Cfr. Jn 15, 16) R/. Aleluya,
aleluya.
Yo los he elegido del mundo, dice el Señor, para que vayan y den fruto y su
fruto permanezca. R/.
Arrendará el viñedo a otros viñadores.
Del santo Evangelio según san Mateo:
21, 33-43
En aquel tiempo, Jesús dijo a los
sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: "Había una vez
un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en
él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y
se fue de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de
los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon
a uno, mataron a otro, y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros
criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.
Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: 'A mi hijo lo respetarán'.
Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: 'Éste es el
heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia'. Le echaron mano,
lo sacaron del viñedo y lo mataron.
Ahora díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos
viñadores?" Ellos le respondieron: "Dará muerte terrible a esos
desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos
a su tiempo".
Entonces Jesús les dijo: "¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra
que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del
Señor y es un prodigio admirable?
Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le
dará a un pueblo que produzca sus frutos".
Palabra
del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario:
El evangelio (Mt
21,33-43) presenta la parábola
conocida como “parábola de los viñadores homicidas”. Se trata de una síntesis
de toda la historia de Israel. Los viñadores representan, en primer lugar, a
los jefes y al pueblo hebreo que se han resistido a Dios; los siervos enviados
son los profetas; la figura del dueño de la viña evoca a Dios mismo que ha
cuidado con tanto amor a su pueblo. Una y otra vez Dios envió a los profetas
para que anunciaran su palabra al pueblo y revelaran el sentido último de los
acontecimientos de la historia. El pueblo y sus jefes se negaron a escuchar y
muchas veces eliminaron a los profetas, gesto con el cual en cierta forma
expulsaban a Dios mismo de en medio del pueblo: “Al llegar la cosecha, envió
sus criados a los viñadores para recoger sus frutos. Pero los viñadores
agarraron a los criados, hirieron a uno, mataron a otro y al otro lo
apedrearon. De nuevo envió otros criados, en mayor número que la primera vez, e
hicieron con ellos lo mismo” (vv. 34-36). A continuación la parábola refiere
que el dueño de la viña envía a su mismo hijo: “Finalmente les envió a su hijo,
pensando: a mi hijo lo respetarán” (v. 37). Con el envío del hijo el relato
alcanza su momento culminante, como la historia de Israel llega a su plenitud
cuando Dios envía a su Hijo Jesucristo. La reacción, sin embargo, es la misma:
“Los viñadores, al ver al hijo, se dijeron: `Este es el heredero. Matémoslo y
nos quedaremos con su herencia'. Lo capturaron, lo arrojaron fuera de la viña y
lo mataron” (v. 38). A la larga historia de rechazo de los enviados de Dios en
el Antiguo Testamento se suma el rechazo decisivo del Hijo en la Nueva Alianza.
Después de contar la parábola Mateo agrega unos versículos sobre la
temática del juicio inexorable de los viñadores rebeldes y homicidas y el
traspaso de la viña a otros viñadores (vv. 39-41). Las palabras finales de
Jesús ofrecen la justa perspectiva cristológica y eclesiológica del relato. El
es el Mesías rechazado y llevado a la muerte como “piedra que han rechazado los
constructores” (v. 42; Sal 118,22), pero colocado por Dios como piedra angular
y fundamento de la nueva construcción. La imagen de la piedra y de la
construcción permite dar el salto a la dimensión eclesiológica de la parábola.
Dios dará la viña “a un pueblo que dé a su tiempo los frutos”. De nuevo, como
en el canto de la viña de Is 5 (primera lectura), el
criterio con el cual se hace el traspaso de la viña–reino de Dios es el de “dar
(o hacer) frutos”. Los nuevos viñadores son un pueblo que se contrapone al
primero que ha sido infiel. Este pueblo no hay que identificarlo simplemente
con los paganos que se convierten al cristianismo, sino con el entero pueblo
mesiánico, compuesto de paganos y hebreos, fundamentado en la piedra angular
que es Cristo resucitado. Los “frutos” que este pueblo debe producir son los
frutos del reino, que en el evangelio de Mateo se identifican con aquella
“nueva justicia”, superior a la de los escribas y fariseos, y que consiste en
hacer la voluntad del Padre (Mt 6,33; 7,16-20.21). En otras palabras, “los frutos”
de la viña o del reino de Dios coinciden con la fidelidad en el amor activo y
solidario, síntesis de la voluntad del Padre. Esta fidelidad es el signo
distintivo del pueblo mesiánico en el que ahora se manifiesta y se va
realizando el reinado de Dios.
Las lecturas bíblicas de hoy son una invitación a responder generosamente
al “hacer” de Dios en favor nuestro. La historia de los viñadores nos enseña a
no hacernos ilusiones, creyendo que poseemos algún derecho de propiedad de la
salvación y de la verdad. Seremos viña del Señor y parte de su pueblo mesiánico
si somos capaces de dar constantemente fruto. Un fruto que es al mismo tiempo
don de Dios y esfuerzo humano. Un fruto que crece en la medida en que vivimos
unidos a Jesús y permanecemos en él: “Yo soy la vid y ustedes los sarmientos.
Quien permanece en mi y yo en él, da mucho fruto” (Jn 15,5).
Se dice Credo.
PLEGARIA UNIVERSAL
Presentemos nuestras plegarias al
Padre, confiados en que nos escucha y nos ama.
Después de cada petición
diremos: Te rogamos, óyenos.
Para que la Iglesia dé
los frutos de fe y amor que Dios espera. Oremos.
Para que quienes no creen en Jesucristo puedan descubrir la alegría del
Evangelio. Oremos.
Para que los gobernantes de las naciones fomenten la concordia y las buenas
relaciones entre los pueblos. Oremos.
Para que este ciclo agrícola que inicia, dé abundantes frutos y beneficie a los
campesinos. Oremos.
Para que se termine el negocio de la fabricación y venta de armas. Oremos.
Para que encontremos cada día más el gusto en la oración y la relación personal
con Dios. Oremos.
Escucha, Padre, lo que con
fe te hemos pedido, y haz de nuestras vidas un fiel testimonio de tu amor. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta, Señor, el sacrificio que tú
mismo nos mandaste ofrecer, y, por estos sagrados misterios, que celebramos en
cumplimiento de nuestro servicio, dígnate llevar a cabo en nosotros la
santificación que proviene de tu redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio para los domingos del Tiempo
Ordinario.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Lm 3, 25)
Bueno es el Señor con los que en él
confían, con aquellos que lo buscan.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dios omnipotente, saciados con este
alimento y bebida celestiales, concédenos ser transformados en aquel a quien
hemos recibido en este sacramento. Por Jesucristo, nuestro Señor.
UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO.-Quienes realizamos la función de ser
transmisores de valores o educadores de las generaciones jóvenes, estamos
metidos en un asunto de congruencia y credibilidad. La conclusión que el
apóstol san Pablo comparte a los cristianos de Filipos es exigente: "lo
que aprendieron, y recibieron, y oyeron, y vieron de mí o en mí, eso llévenlo a
la práctica". Simplemente y sencillamente yo no podría afirmarlo de manera
creíble delante de mis hijos. Me conocen al dedillo y saben que se interpone
una cierta brecha, que a veces se ensancha y a veces se acorta, entre mi
proceder y mi decir. La toma de conciencia de ese desfase no es motivo de
orgullo, al contrario es "una piedra en el zapato" que me estimula a
ser congruente, para no convertirme en un remedo de los viñadores perversos,
que abusaron de su función como administradores y usaron del poder para
beneficio personal.
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