«El que sólo vive para sí, está muerto para los demás.» (Publio Siro)
Calderilla era una moneda que siempre vivía tirada en la calle. Como era de muy poco valor, nadie la quería. Todos la pisaban sin darse cuenta. Algunos le daban una patada para apartarla del camino. Otros se reían de ella cuando la veían. Ninguno se agachaba para cogerla, no valía la pena hacer ese esfuerzo. Pero Calderilla tenía un poder secreto que nadie conocía.
Un día, un mendigo la recogió del suelo y se la puso en el bolsillo. En ese momento, el bolsillo empezó a llenarse de monedas y más monedas. El mendigo notó que el bolsillo le pesaba mucho. Metió la mano y comenzó a sacar monedas de todos los tipos. No podía creerlo. No paraba de sacar monedas y nunca se acababan. Entonces se puso a gritar:
-¡Soy rico! ¡Soy rico!
Los demás mendigos, al oírle, se le acercaron. Pero él salió corriendo para no dar nada a nadie. Cuando ya estaba a salvo, volvió a poner la mano en el bolsillo. Sin embargo, esta vez, sólo encontró una pequeña moneda de poco valor. El mendigo, muy enfadado, la tiró al suelo. Pensó que las había perdido mientras corría y fue a buscarlas.
De nuevo, Calderilla estaba en el suelo.
Tres meses después, la recogió un rico multimillonario. Era muy avaro y, todo lo que fuera dinero, lo quería para él. La guardó en su millonaria cartera y se marchó. Una vez dentro, Calderilla comenzó a comerse todas las monedas, billetes y tarjetas de crédito que allí había. Millón tras millón, fue comiéndoselo todo.
El avaro pronto notó que su cartera millonaria pesaba menos. La abrió y vio con horror que no quedaba nada de dinero. Sólo quedaba una pequeña moneda de poco valor La cogió con desprecio y la tiró al suelo mientras llamaba a la policía.
Nuevamente, Calderilla volvía a estar por los suelos.
Pasado el tiempo, una anciana que pedía limosna la recogió del suelo y la metió al bolso. Entonces, el bolso comenzó a llenarse de monedas. Cuando la anciana lo abrió para ver por qué pesaba tanto, se llevó las manos a la cabeza y dijo:
-Gracias, Dios mío.
Llevó el bolso hasta su chabola y empezó a repartir el dinero entre su familia. Pero cuanto más repartía, más dinero salía del bolso. Se puso a repartirlo también entre sus vecinos y entre todos los que tenían necesidad. Y mientras hizo eso, nunca dejaron de salir monedas y más monedas de aquel bolso. Y es que, a veces, las cosas que parecen insignificantes, guardan grandes sorpresas cuando se comparten.
JOSÉ REAL NAVARRO
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