Al ponerse el sol, todos los que
tenían enfermos con más variadas dolencias se los llevaron, y él, aplicándole
las manos a cada uno de ellos, los fue curando. De muchos salían también demonios,
gritando:
-¡Tú eres el Hijo de Dios!
El les conminaba y no les permitía
decir que sabían que era el Mesías.
Al hacerse de día salió y se marchó a
un lugar despoblado. Las multitudes lo andaban buscando, dieron con él e
intentaban retenerlo para que no se les fuese. El les dijo:
-También
a las otras ciudades tengo que dar la buena noticia del reinado de Dios, pues
para eso me han enviado.
Y anduvo predicando por las sinagogas
del país judío.
COMENTARIOS
LA
FIEBRE NACIONALISTA
Primero
en la sinagoga de Nazaret («Todos se declaraban en contra»), después en la de
Cafarnaún («¿Has venido a destruirnos?»), ahora «en casa de Simón», en todas
partes predomina el mismo espíritu: «La suegra de Simón estaba aquejada de
fiebre muy alta» (4,38). La «fiebre», también en nuestro contexto cultural,
puede expresar un patriotismo enfervorizado y fanático. Pero postra a la
persona y le arrebata toda libertad de movimientos. Lucas describe el entorno
«familiar» de Simón, futuro discípulo de Jesús, vinculándolo -aunque de forma
indirecta («suegra»)- al movimiento o ideología zelota. Jesús conmina a la
fiebre, como lo había hecho en Cafarnaún, y ésta se va. Cuando la fiebre (de
poder) se va, ella «se puso a servirles» (4,39). El espíritu de servicio será
la tónica del grupo de Jesús.
LA
PUESTA DE SOL LIBERA DEL PRECEPTO SABATICO
«Al
ponerse el sol, todos los que tenían enfermos con las más variadas dolencias se
los llevaron, y él, aplicándoles las manos a cada uno de ellos, los fue
curando. De muchos salían también demonios, gritando: "Tú eres el Hijo de
Dios." El los conminaba y no les permitía hablar, pues sabían que él era
el Mesías» (4,40-41). Las enfermedades físicas y psíquicas andan dándose la
mano. Las ideologías que toman posesión del hombre lo esclavizan hasta
hacerles hablar de lo que no saben, aunque lo afirmen: «saben» lo que les
dictan los de arriba, los que se sirven de ellos para sus intereses
particulares y les dan cuerda como si fuesen robots al servicio de una causa.
«Al hacerse
de día salió y se marchó a un lugar despoblado» (lit. «desierto») (4,42a). Una
vez que pierde su vigencia el precepto del «sábado», comienza el «día»
propiamente dicho, es el «día» de su vida pública, que culminará en la cruz
(23,45: «al eclipsarse el sol»), durante el cual desarrollará toda su actividad
liberadora en el «desierto» de la sociedad, donde pululan toda clase de
ambiciones de poder que intentarán inútilmente desviarlo de su propósito y
apoderarse de él: «Las multitudes lo andaban buscando, dieron con él e
intentaban retenerlo para que no se les fuese» (4,42b).
Lo que
en el primer «desierto» venía expresado en lenguaje simbólico, bajo la imagen
del Tentador, que trataba de desviarlo del camino que él iba recorriendo en el
seno de la sociedad hostil gracias al empuje constante y permanente del
Espíritu («el Espíritu lo fue llevando por el desierto durante cuarenta días
-la duración de su vida-, mientras el diablo lo tentaba», 4,1-2), en este
segundo «lugar despoblado» viene expresado en un lenguaje más sencillo, bajo la
imagen de las multitudes que andan a la búsqueda de un líder o gurú que les
solucione todos los problemas espirituales..., temporales y políticos.
EL
DESIGNIO UNIVERSAL DE DIOS Y LA
MISION DE JESUS SON COINCIDENTES
«Jesús les
dijo: "También a los otros pueblos tengo que dar la buena noticia del
reinado de Dios, pues para eso he sido enviado"» (4,43). Jesús tiene una
visión demasiado amplia para los horizontes estrechos de sus contemporáneos de
Cafarnaún..., ¡y de los de hoy! Eso de «el Pueblo de Dios» en sentido excluyente
(con artículo y en mayúscula), como si los demás pueblos no lo fuesen también,
no responde al designio del Dios Creador del universo. Ni «pueblo de Israel» ni
ningún otro. También a los «otros pueblos», en nuestro derredor no judíos, sino
paganos y paganizados, debemos anunciarles que son tan «pueblo de Dios» como se
llamó a sí mismo Israel y como pretendemos llamarnos nosotros. A no ser que por
«el pueblo de Dios» entendamos el pueblo constituido por los pobres,
desheredados y desaparecidos, el pueblo crucificado, a la cabeza del cual está
el Crucificado de Nazaret.
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