A mi padre, mi madre y mis
hermanos.
Pajas… paredes de barro. Una gran cantidad de pastorcitos, muy
humildes. Algunos que pasan y entran a ver qué sucede. Allí adoran, aunque
muchos de ellos no comprenden todo lo que pasa, pero saben que es algo sagrado,
algo relacionado con Dios. La Virgen esta allí, tan cercana, al lado, junto a
su Hijo. Un coro de ángeles, que se llenan de alegría por lo que está pasando.
El fuego encendido, el piso de tierra, pero bien barrido. Y mucha alegría,
porque allí se hace presente el Verbo Encarnado, en esos lienzos blancos.
Esta descripción no es la del establo de Belén, aunque muy
bien podría serlo. Es lo que hoy pude contemplar en la visita a una aldea,
Ubawe. Esa capilla con paredes de barro y techo de paja, me hizo pensar en el
pesebre. Me resulta tan cautivante la hostia blanca en el momento de la
consagración, tan blanca destacada con en ese fondo de paja… mis ojos se
dirigen hacia arriba, hacia la hostia, y detrás de ella, aquello que fue su
cuna en Belén. Ver la gran cantidad de niños, pastores en su mayoría, muchos
que salieron del colegio y con la ropa de la escuela entraron en la capilla
para ver qué sucedía, y se quedaron a rezar mirando todo con ojos de asombro.
La imagen de la Virgen que habíamos llevado de regalo y que por no haber mas
lugar la pusimos sobre el altar, tan cerca de su Hijo. Los ángeles no se veían
por supuesto, pero estaban como en cada misa… o bien podían ser esos seis niños
que bautizamos. El fuego encendido, el fuego del altar, intenso, que ilumina. Y
en medio de todo eso, el centro, el Verbo que se hace carne, humilde, pequeño,
casi desapercibido. Todo esto, causa de inmensa alegría, como lo expresaba la
gente.
Pensaba en esto mientras el P. Damiano preparaba las ofrendas de
la misa. Cuando pensaba en escribirlo, al llegar al centro de la misión, me
avisan que mi padre había fallecido en Argentina, casi a la hora que
terminábamos esa misa. Pensé en hacerlo esta misma noche, como un homenaje a mi
padre, y a mi familia. Dios me estaba regalado esas gracias en merito al
sacrificio de todos ellos. No merezco todo esto. Ustedes saben que me gusta
escribir, y hoy escribo como para desahogarme, porque siempre he tenido a todos
tan cerca de mí por este medio. Y saben que les agradezco inmensamente su
cercanía en las oraciones.
Estos días he tenido grandes ejemplos de virtud, ejemplos de
vida. Un sufrimiento largo y prolongado. Un acto de perdón realmente magnánimo.
Actos de paciencia y caridad. Generosidad en todos… digamos que es ése tinte
que le da a la obra la perfección, sufrimiento generoso, perdón generoso,
caridad generosa… entrega generosa. En fin, no me queda más que tratar de ser
santo. Los actos de virtud están a la vista, sólo tenemos que imitarlos.
Agradezco a Dios la familia que tengo, y no sólo lo digo por mi madre y mis
hermanos, sino también por toda la familia espiritual… mis hermanos y hermanas
en el Verbo Encarnado.
Hoy me gustaría decir algo, pero en referencia a todos los
misioneros que parten a tierras lejanas. No por casualidad hoy escuchamos estas
palabras de Cristo el evangelio del día:“el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre,
madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida
eterna.” Hoy pesaba que en estas palabras
se resume gran parte de la entrega del misionero.
Hoy, como pienso que nos puede pasar a todos en un momento como
éste, recordaba la última vez que nos vimos con mi padre. Y recuerdo su mirada
como una fotografía. No nos dijimos palabras, porque no podíamos. Pero esa
mirada decía todo… era una mirada afirmativa, y emocionada. Se perdió luego
entre la gente que caminaba por la calle. Yo lo miré un rato a ver si se daba
vuelta y levantaba la mano. Pero no, fue una despedida decidida. Nos vemos
“allá”, parecía decirme.
No quiero que sea algo tan personal, lo aplico a todos los
misioneros, especialmente a los grandes santos. Pero hoy junto al dolor me he
sentido muy feliz… me he sentido heredero, en parte, de una bendición muy
inmensa…“el que a causa de mi Nombre
deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien
veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.” Y
lo que me deja mas tranquilo, es que no hay mérito en esto, y por eso lo quiero
contar, para “cantar las misericordias del Señor”, y no por
otra cosa.
Dios nos conceda ser dignos de servirle hasta el fin. Pidamos
esa gracia todos los días.
Y reencontrarnos “allá” todos.
Firmes en la brecha.
P. Diego Cano, IVE
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