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Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

10 de septiembre de 2014

Salmo 44 II, Escucha, hija, mira: inclina el oído


Invocación
Dios mío, ven a mi auxilio. Señor date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como eran en un principio ahora y siempre por los siglos de los siglos amen.
SALMO 44, I-II
Las nupcias del Rey
2Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.
3Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.
4Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
5cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
6Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.
7Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
8has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.
9A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
10Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.
11Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
12prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
13La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.
14Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
15la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
16las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.
17«A cambio de tus padres, tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra».
18Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como eran en un principio ahora y siempre por los siglos de los siglos amen.

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II
Las nupcias del Rey (Sal 44, 2-10)
1. «Recito mis versos a un rey». Estas palabras, con las que se abre el salmo 44, orientan al lector sobre el carácter fundamental de este himno. El escriba de corte que lo compuso nos revela enseguida que se trata de un carmen en honor del soberano israelita. Más aún, recorriendo los versículos de la composición, nos damos cuenta de estar en presencia de un epitalamio, o sea, de un cántico nupcial.
Los estudiosos se han esforzado por identificar las coordenadas históricas del salmo basándose en algunos indicios -como la relación de la reina con la ciudad fenicia de Tiro (cf. v. 13)-, pero sin llegar a una identificación precisa de la pareja real. Es relevante que en la escena haya un rey israelita, porque esto ha permitido a la tradición judía transformar el texto en canto al rey Mesías, y a la tradición cristiana releer el salmo en clave cristológica y, por la presencia de la reina, también en perspectiva mariológica.
2. La Liturgia de las Vísperas nos propone usar este salmo como oración, articulándolo en dos momentos. Ahora hemos escuchado la primera parte (cf. vv. 2-10), que, después de la introducción ya evocada por el escriba autor del texto (cf. v. 2), presenta un espléndido retrato del soberano que está a punto de celebrar su boda.
Por eso, el judaísmo ha reconocido en el salmo 44 un canto nupcial, que exalta la belleza y la intensidad del don de amor entre los cónyuges. En particular, la mujer puede repetir con el Cantar de los cantares: «Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado» (Ct 2,16). «Yo soy para mi amado y mi amado es para mí» (Ct 6,3).
3. El perfil del esposo real está trazado de modo solemne, con el recurso a todo el aparato de una escena de corte. Lleva las insignias militares (Sal 44,4-6), a las que se añaden suntuosos vestidos perfumados, mientras en el fondo brillan los palacios revestidos de marfil, con sus salas grandiosas en las que suena música (cf. vv. 9-10). En el centro se encuentra el trono, y se menciona el cetro, dos signos del poder y de la investidura real (cf. vv. 7-8).
Al llegar aquí, quisiéramos subrayar dos elementos. Ante todo, la belleza del esposo, signo de un esplendor interior y de la bendición divina: «Eres el más bello de los hombres» (v. 3). Precisamente apoyándose en este versículo la tradición cristiana representó a Cristo con forma de hombre perfecto y fascinante. En un mundo caracterizado a menudo por la fealdad y la descortesía, esta imagen es una invitación a reencontrar la via pulchritudinis en la fe, en la teología y en la vida social para ascender a la belleza divina.
4. Sin embargo, la belleza no es un fin en sí misma. La segunda nota que quisiéramos proponer se refiere precisamente al encuentro entre la belleza y la justicia. En efecto, el soberano «cabalga victorioso por la verdad y la justicia» (v. 5); «ama la justicia y odia la impiedad» (v. 8), y su cetro es «cetro de rectitud» (v. 7). La belleza debe conjugarse con la bondad y la santidad de vida, de modo que haga resplandecer en el mundo el rostro luminoso de Dios bueno, admirable y justo.
En el versículo 7, según los estudiosos, el apelativo «Dios» podría dirigirse al rey mismo, porque, habiendo sido consagrado por el Señor, pertenecería en cierto modo al ámbito divino: «Tu trono, oh Dios, permanece para siempre». O podría ser una invocación al único rey supremo, el Señor, que se inclina sobre el rey Mesías. Ciertamente, la carta a los Hebreos, aplicando el salmo a Cristo, no duda en reconocer la divinidad plena, y no meramente simbólica, al Hijo que entró en su gloria (cf. Hb 1,8-9).
5. Siguiendo esta lectura cristológica, concluimos remitiéndonos a los Padres de la Iglesia, que atribuyen a cada versículo ulteriores valores espirituales. Así, sobre la frase del salmo en la que se dice que «el Señor bendice eternamente» al rey Mesías (cf. Sal 44,3), san Juan Crisóstomo elaboró esta aplicación cristológica: «El primer Adán fue colmado de una grandísima maldición; el segundo, en cambio, de larga bendición. Aquel había oído: "Maldito en tus obras" (Gn 3,17), y de nuevo: "Maldito quien haga el trabajo del Señor con dejadez" (Jr 48,10), y "Maldito quien no mantenga las palabras de esta Ley" (Dt 27,26) y "Maldito el que cuelga de un árbol" (Dt 21,23). ¿Ves cuántas maldiciones? De todas estas maldiciones te ha liberado Cristo, haciéndose maldición (cf. Ga 3,13): en efecto, así como se humilló para elevarte y murió para hacerte inmortal, así también se ha convertido en maldición para colmarte de bendición. ¿Qué puedes comparar con esta bendición, cuando por medio de una maldición te concede una bendición? En efecto, él no tenía necesidad de bendición, pero te la dona a ti» (Expositio in Psalmum XLIV, 4:PG 55, 188-189).
[Audiencia general Miércoles 29 de septiembre de 2004]
LA REINA Y ESPOSA (Sal 44, 11-18)
1. El dulce retrato femenino que nos acaban de presentar constituye el segundo cuadro del díptico del que se compone el salmo 44, un canto nupcial sereno y gozoso, que leemos en la Liturgia de las Vísperas. Así, después de contemplar al rey que celebra sus bodas (cf. vv. 2-10), ahora nuestros ojos se fijan en la figura de la reina esposa (cf. vv. 11-18). Esta perspectiva nupcial nos permite dedicar el salmo a todas las parejas que viven con intensidad y vitalidad interior su matrimonio, signo de un «gran misterio», como sugiere san Pablo, el del amor del Padre a la humanidad y de Cristo a su Iglesia (cf. Ef 5,32). Sin embargo, el salmo abre también otro horizonte.
En efecto, entra en escena el rey judío y, precisamente en esta perspectiva, la tradición judía sucesiva ha visto en él un perfil del Mesías davídico, mientras que el cristianismo ha transformado el himno en un canto en honor de Cristo.
2. Con todo, ahora, nuestra atención se fija en el perfil de la reina que el poeta de corte, autor del salmo (cf. Sal 44,2), traza con gran delicadeza y sentimiento. La indicación de la ciudad fenicia de Tiro (cf. v. 13) hace suponer que se trata de una princesa extranjera. Así asume un significado particular la invitación a olvidar el pueblo y la casa paterna (cf. v. 11), de la que la princesa se tuvo que alejar.
La vocación nupcial es un acontecimiento trascendental en la vida y cambia la existencia, como ya se constata en el libro del Génesis: «Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y vendrán a ser una sola carne» (Gn 2,24). La reina esposa avanza ahora, con su séquito nupcial que lleva los dones, hacia el rey, prendado de su belleza (cf. Sal 44,12-13).
3. Es notable la insistencia con que el salmista exalta a la mujer: está «llena de esplendor» (v. 14), y esa magnificencia se manifiesta en su vestido nupcial, recamado en oro y enriquecido con preciosos brocados (cf. vv. 14-15).
La Biblia ama la belleza como reflejo del esplendor de Dios mismo; incluso los vestidos pueden ser signo de una luz interior resplandeciente, del candor del alma.
El pensamiento se remonta, por un lado, a las páginas admirables del Cantar de los cantares (cf. capítulos 4 y 5) y, por otro, a la página del Apocalipsis donde se describen «las bodas del Cordero», es decir, de Cristo, con la comunidad de los redimidos, destacando el valor simbólico de los vestidos nupciales: «Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura. El lino son las buenas acciones de los santos» (Ap 19,7-8).
4. Además de la belleza, se exalta la alegría que reina en el jubiloso «séquito de vírgenes», o sea, las damas que acompañan a la esposa «entre alegría y algazara» (cf. Sal 44,15-16). La alegría genuina, mucho más profunda que la meramente externa, es expresión de amor, que participa en el bien de la persona amada con serenidad de corazón.
Ahora bien, según los augurios con que concluye el salmo, se vislumbra otra realidad radicalmente intrínseca al matrimonio: la fecundidad. En efecto, se habla de «hijos» y de «generaciones» (cf. vv. 17-18). El futuro, no sólo de la dinastía sino también de la humanidad, se realiza precisamente porque la pareja ofrece al mundo nuevas criaturas.
Se trata de un tema importante en nuestros días, en el Occidente a menudo incapaz de garantizar su futuro mediante la generación y la tutela de nuevas criaturas, que prosigan la civilización de los pueblos y realicen la historia de la salvación.
5. Muchos Padres de la Iglesia, como es sabido, han interpretado el retrato de la reina aplicándolo a María, desde la exhortación inicial: «Escucha, hija, mira, inclina el oído...» (v. 11). Así sucedió, por ejemplo, en la Homilía sobre la Madre de Dios de Crisipo de Jerusalén, un monje capadocio de los fundadores del monasterio de San Eutimio, en Palestina, que, después de su ordenación sacerdotal, fue guardián de la santa cruz en la basílica de la Anástasis en Jerusalén.
«A ti se dirige mi discurso -dice, hablando a María-, a ti que debes convertirte en esposa del gran rey; mi discurso se dirige a ti, que estás a punto de concebir al Verbo de Dios, del modo que él conoce. (...) "Escucha, hija, mira, inclina el oído". En efecto, se cumple el gozoso anuncio de la redención del mundo. Inclina el oído y lo que vas a escuchar te elevará el corazón. (...) "Olvida tu pueblo y la casa paterna": no prestes atención a tu parentesco terreno, pues tú te transformarás en una reina celestial. Y escucha -dice- cuánto te ama el Creador y Señor de todo. En efecto, dice, "prendado está el rey de tu belleza": el Padre mismo te tomará por esposa; el Espíritu dispondrá todas las condiciones que sean necesarias para este desposorio. (...) No creas que vas a dar a luz a un niño humano, "porque él es tu Señor y tú lo adorarás". Tu Creador se ha hecho hijo tuyo; lo concebirás y, juntamente con los demás, lo adorarás como a tu Señor» (Testi mariani del primo millennio, I, Roma 1998, pp. 605-606).
[Audiencia general Miércoles 6 de octubre de 2004]
Oración I: Señor Jesús, esposo de la Iglesia, tú, el más bello de los hombres, tú, el que victorioso en tus batallas has realizado proezas en tu Pascua, acobarda también ahora a tus enemigos, la muerte y el pecado; haz que la Iglesia, prendada siempre de tu belleza, olvide su pueblo y la casa paterna, se postre ante ti, que eres su Señor, y viva el gozo inmenso de tu contemplación. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Oración II: Señor Jesucristo, ungido por Dios Padre como rey de los hombres, que, al tomar nuestra carne mortal, te has desposado con la humanidad, haz que nosotros, como esposa amante, inclinemos siempre hacia ti nuestro oído, olvidando, por tu amor, nuestro pueblo y nuestra casa paterna; que, a través de nuestro peregrinar cotidiano, caminemos, con alegría y algazara, hacia tu palacio real y, llegados a él, te alabemos, por los siglos de los siglos.
Amén.

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