1. Preparación
Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.
2. La palabra de Dios
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: "Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?" Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. (Lucas 9, 51-56).
1. Hasta ahora Jesús se ha movido por Galilea. Ahora emprende el camino de subida a Jerusalén. Sube porque “se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo.” Sabe a dónde va. Jesús no es un ingenuo. Lo ha anunciado a los discípulos: tiene que ser entregado en manos de los judíos, que lo crucificarán. La meta es su exaltación, “ser llevado al cielo”, pasando por la muerte: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto”, ha enseñado a los discípulos. Por eso, llegado el tiempo, sube con decisión a Jerusalén; sabe que allí le espera la pasión pero también la glorificación, que le espera la muerte pero también la resurrección. El confía en la fuerza del Padre, que no le abandonará. Señor, ¿por qué esta repugnancia nuestra al sufrimiento, a la negación, a la renuncia, si es la manera de fructificar en nueva vida? Que mirándote a ti, no tema subir a la “jerusalén” de la entrega y de la aceptación de la voluntad del Padre.
2. La subida empieza mal. Envía por delante a unos mensajeros para que le preparen alojamiento; pero en la primera aldea en que entran se niegan a recibirlo, porque los samaritanos no quieren saber nada con los que van a Jerusalén, ya que los judíos los despreciaban a ellos. Este primer rechazo es presagio del rechazo que sufrirá Jesús después por las autoridades judías. Y presagio de nuestros rechazos y el de tantos. Porque, Señor, hoy pasa lo mismo: necios, seguimos teniendo miedo de acogerte, de abrirte la puerta de nuestra “casa”. Tampoco hoy hay para ti “lugar en la posada.” ¡Cuántas veces has llamado a mi puerta, esperando que te abriera, y no te he abierto! Aquellos samaritanos, por no recibirte, se perdieron poder encontrarse contigo, escuchar tu palabra de salvación, y tal vez, recibir otros favores… Y yo, por no abrirte la puerta, o abrirla sólo a medias, ¿cuántas gracias me he perdido?
3. Ante la negativa de los samaritanos, Santiago y Juan reaccionan violentamente: «Señor; ¿quieres que mandemos bajar fuego que acabe con ellos?» Y es que siguen sin entender que el discípulo ha de tener los mismos sentimientos y “maneras” del Maestro y ser manso y humilde de corazón como él. Jesús les regaña: El no ha venido a condenar sino a salvar, y a ellos no los envía a destruir, sino a construir, no a maldecir, sino a bendecir y perdonar... ¿Cómo reaccionamos nosotros ante los fracasos apostólicos, ante la crítica o el desprecio? ¡Qué fácil es caer en el desánimo y retirarnos, y hasta en la intransigencia y el fanatismo, y condenar con violencia a los que no piensan como nosotros, y no nos aceptan ni nos hacen caso! Señor, enséñanos a ser perseverantes y aceptar con paz las experiencias de rechazo. Que tengamos en cuenta lo que decía Juan Pablo II: “la fe no se impone, se propone.” Que aprendamos que, si queremos ser apóstoles tuyos, hemos de ser pacientes y compresivos como eras tú con los que no te entendían. Señor, haznos mansos y humildes corazón.
3. Diálogo con Dios
A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.
30/09/2014
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