Nuestra Señora de la Merced
Santos: Anatolio de Milán, obispo, Vicente María Strambi, obispo. Feria (Verde)
NO ME DES RIQUEZA NI POBREZA
Pr 30,5-9; Lc 9,1-6
El relato evangélico expone las condiciones indispensables que debían cumplir los misioneros cristianos enviados por el Señor Jesús a misionar. Debían partir con ligereza, desprovistos de monedas, alimento y cualquier otra posesión. La misión era del Señor y Él ablandaría el corazón de sus hermanos para que los hospedaran de acuerdo a sus posibilidades. Como mensajeros de la benevolencia del Reino necesitaban documentar su confianza en Dios, viviendo de manera sencilla. La reflexión sapiencial que nos ofrece el libro de los Proverbios lo analiza con enorme lucidez: la pobreza y la riqueza resultan igualmente peligrosas para el creyente; la primera puede sumirnos en la desesperación, la segunda en la autosuficiencia. De ambas conviene mantenerse a prudente distancia, buscando disponer solamente de lo necesario, para no convertirnos en esclavos del dinero, que resulta ser un amo implacable y posesivo.
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 73, 20. 19)
Acuérdate, Señor, de tu alianza y no olvides para siempre la vida de tus pobres.
ORACIÓN COLECTA
Señor, tú que cuidas de todas tus creaturas, porque eres bueno y todopoderoso, concédenos demostrar prácticamente nuestro amor a los hermanos que padecen hambre, para que, libres de esa aflicción puedan servirte con libertad y alegría. Por nuestro Señor Jesucristo...
LITURGIA DE LA PALABRA
No me des pobreza ni riqueza; dame solamente lo necesario para vivir.
Del libro de los Proverbios: 30, 5-9
Toda palabra de Dios es verdadera. El Señor es un escudo para cuantos en Él confían. No alteres para nada sus palabras, no sea que te reprenda y resultes mentiroso.
Dos cosas te pido, Señor, antes de morir, no me las niegues: líbrame de la falsedad y la mentira; no me des pobreza ni riqueza, dame tan sólo lo necesario para vivir, no sea que la abundancia me aparte de ti y me haga olvidarte; no sea que la pobreza me obligue a robar y me lleve a ofenderte.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
Comentario:
Peticiones Sabias
Cuando uno empieza a acercarse a Dios normalmente hace
oraciones muy concretas y como muy utilitarias: "quiero ganarme la lotería",
"quiero que se me quita esta enfermedad", "quiero que tal
persona se fije en mí y me ame." La primera lectura de hoy es una lección
muy hermosa y sencilla sobre lo que es hacer peticiones que podemos llamar
"sabias."
El primer ejemplo de este tipo de petición es "aleja de
mí falsedad y mentira." Esta súplica es sabia porque entraña la resolución
de vivir en la verdad. No es sólo que otros no me digan mentiras sino que yo
mismo no las diga ni me las diga. Y vivir en la verdad es conocerse, saber de
los propios límites y no cerrarse al desarrollo de los propios talentos: ¡todo
un programa de vida!
La otra petición es sapientísima y se explica como por ella
misma: "no me des pobreza ni riqueza, dame sólo lo necesario para vivir;
no sea que la abundancia me aparte de ti y me haga olvidarte; no sea que la
pobreza me obligue a robar y me lleve a ofenderte." Lo interesante de este
ruego es que pone por encima de la necesidad material la unión con Dios; es
decir, el criterio para gobernar las cosas temporales es no perder las eternas.
Del salmo 118 R/. Condúceme, Señor, por tu camino.
Apártame de los caminos falsos y dame la gracia de cumplir tu voluntad. Para mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata. R/.
Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo. Aparto mi pie de toda senda mala para cumplir tus palabras. R/.
Medito tus decretos y odio el camino de la mentira. Detesto y aborrezco la mentira y amo tu voluntad. R/.
ACLAMACIÓN (Mc 1, 15) R/. Aleluya, aleluya.
El Reino de Dios ya está cerca, dice el Señor. Conviértanse y crean en el Evangelio. R/.
Los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos.
Del santo Evangelio según san Lucas: 9, 1-6
En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a predicar el Reino de Dios y a curar a los enfermos.
Y les dijo: "No lleven nada para el camino: ni bastón, ni morral, ni comida, ni dinero, ni dos túnicas. Quédense en la casa donde se alojen, hasta que se vayan de aquel sitio. Y si en algún pueblo no los reciben, salgan de ahí y sacúdanse el polvo de los pies en señal de acusación".
Ellos se pusieron en camino y fueron de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio y curando en todas partes.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario:
El envío
La lectura de san Lucas, por su parte, nos presenta hoy el
envío: momento clave de los evangelios. Tiempo oportuno para recordar la
enseñanza que nos dejó Pablo VI en los números 13 y 14 de su Exhortación
Apostólica "Evangelii Nuntiandi", y que aquí transcribimos en parte,
adaptando a nuestra numeración.
Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante tal
acogida y la participación en la fe, se reúnen pues en el nombre de Jesús para
buscar juntos el reino, construirlo, vivirlo. Ellos constituyen una comunidad
que es a la vez evangelizadora. La orden dada a los Doce: "Id y proclamad
la Buena Nueva", vale también, aunque de manera diversa, para todos los
cristianos. Por esto Pedro los define "pueblo adquirido para pregonar las
excelencias del que os llamó de la tinieblas a su luz admirable" (1 Pe
2,9). Estas son las maravillas que cada uno ha podido escuchar en su propia
lengua. Por lo demás, la Buena Nueva del reino que llega y que ya ha comenzado,
es para todos los hombres de todos los tiempos. Aquellos que ya la han recibido
y que están reunidos en la comunidad de salvación, pueden y deben comunicarla y
difundirla.
La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las
palabras del Salvador: "Es preciso que anuncie también el reino de Dios en
otras ciudades" (Lc 4,43), se aplican con toda verdad a ella misma. Y por
su parte ella añade de buen grado, siguiendo a San Pablo: "Porque, si
evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como
necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara!" (1 Cor 9,16). Con gran gozo y
consuelo hemos escuchado, al final de la Asamblea de octubre de 1974, estas
palabras luminosas: "Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea
de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la
Iglesia"; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la
sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto,
la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella
existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don
de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de
Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Que el sacrificio eucarístico que vamos a ofrecerte, signo de la abundancia de la vida divina y de la unidad en la caridad, nos impulse, Señor, a cumplir la obligación fraterna de compartir el pan. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Mt 11, 28)
Vengan a mí todos los que están hambrientos y agobiados, que yo los alimentaré, dice el Señor.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que el pan de vida que descendió del cielo, nos impulse, Señor, a socorrer a nuestros hermanos menesterosos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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