Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

14 de septiembre de 2014

LECTURAS DEL DÍA 14-09-2014

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ, Fiesta. 14 de Septiembre del 2014 . 3º semana del Salterio. (Ciclo A) TIEMPO ORDINARIO. AÑO DE LA FE..SS. Alberto ob, Notburga vg. Santoral Latinoamericano. SS. Exaltación de la Cruz.

LITURGIA DE LA PALABRA

NM 21,4b-9. Miraban a la serpiente de bronce y quedaban curados
Sal 77. No olvidéis las acciones del Señor
Flp 2, 6-11. Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.
Jn 3, 13-17. Tiene que ser elevado el Hijo del Hombre.
Tanto en los tiempos de Jesús como en nuestro tiempo el corazón del ser humano está tentado por el odio y la violencia. Cuando hay odio y rencor el sentimiento de venganza hace presa de nuestro corazón. No sólo se hace daño a otros sino que nos hacemos daño a nosotros mismos. Sólo el perdón auténtico, dado y recibido, será la fuerza capaz de transformar el mundo. Y no sólo hablamos de un asunto meramente individual. El odio, la violencia y la venganza como instrumentos para resolver los grandes problemas de la Humanidad está presente también en el corazón del sistema social vigente. 

El libro de Ben Sira, compuesto alrededor del siglo segundo antes de la era cristiana, proporciona una serie de orientaciones éticas y morales para garantizar la madurez de la persona y la convivencia social. Estamos ante una obra de profundo contenido teológico. El autor, Ben Sira, señala al pecador como poseedor de la ira y el furor que conduce a la venganza. Y esta venganza se volverá contra el vengativo. Por eso el único camino que queda es el camino del perdón. También aquí aparece la reciprocidad entre perdonar y obtener perdón. No se puede aspirar al perdón por los pecados cometidos si no se está dispuesto a perdonar a los otros. Tener la mirada fija en los mandamientos de la alianza garantiza la comprensión y la tolerancia en la vida comunitaria. Como vemos, ya desde el siglo II A.C. se plantea este tema de profundo sabor evangélico.

El núcleo del pasaje de la carta a los Romanos es proclamar que Jesús es el Señor de vivos y muertos. He aquí una bella síntesis existencial de la vida cristiana. Para el creyente lo fundamental es orientar toda su vida en el horizonte del resucitado. Quien vive en función de Jesús se esforzará por asumir en la vida práctica su mensaje de salvación integral. Amar al prójimo y vivir para el Señor son dos cosas que está íntimamente ligadas. Por lo tanto no se pueden separar. Quién vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su prójimo.

En el evangelio, otra vez Pedro salta a la escena para consultar a Jesús sobre temas candentes en el ambiente judío en que crece la comunidad cristiana. Pero la actitud de Pedro es la del discípulo que quiere claridad sobre la propuesta del maestro. No es la actitud arrogante de los Fariseos y Letrados que quieren poner a prueba a Jesús y encontrar un error garrafal que ofenda la ortodoxia judía para tener de qué acusarlo.

Pedro pregunta por el límite del perdón. Pero para Jesús, el perdón no tiene límites, siempre y cuando el arrepentimiento sea sincero y veraz. Para explicar esta realidad, Jesús emplea una parábola. La pregunta del Rey centra el tema de la parábola: ¿no debías haber perdonado como yo te he perdonado?

La comunidad de Mateo debe resolver ese problema porque está afectando su vida. El perdón es un don, una gracia que procede del amor y la misericordia de Dios. Pero exige abrir el corazón a la conversión, es decir, a obrar con los demás según los criterios de Dios y no los del sistema vigente. Como diría el juglar de la fraternidad, Francisco de Asís, “porque es perdonando como soy perdonado”.

En la catequesis tradicional de la Iglesia católica se exigían cinco pasos, quizás demasiado formales, para obtener el perdón de los pecados: «examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, confesarlos todos, y cumplir la penitencia» -así lo expresaba uno de los catecismos clásicos-. De tal manera que el perdón y la reconciliación, si bien son una gracia de Dios, también exigen un camino pedagógico y tangible que ponga de manifiesto el deseo de cambio y un compromiso serio para reparar el mal y evitar el daño.

PRIMERA LECTURA.
Num 21,4b-9.
Miraban a la serpiente de bronce y quedaban curados
En aquellos días, el pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo." El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: "Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes." Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: "Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla." Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

Palabra de Dios

Salmo Responsorial 77
R/.No olvidéis las acciones del Señor.
Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, inclinad el oído a las palabras de mi boca: que voy a abrir mi boca a las sentencias, para que broten los enigmas del pasado. R.

Cuando los hacía morir, lo buscaban, y madrugaban para volverse hacia Dios; se acordaban de que Dios era su roca, el Dios Altísimo su redentor. R.

Lo adulaban con sus bocas, pero sus lenguas mentían: su corazón no era sincero con él, ni eran fieles a su alianza. R.

Él, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía: una y otra vez reprimió su cólera, y no despertaba todo su furor. R.

SEGUNDA LECTURA
Filipenses 2, 6-11
Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO
Juan 3,13-17
Tiene que ser elevado el Hijo del hombre 

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: "Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él."

Palabra del Señor


Reflexión de la Primera Lectura: Nm 21, 4b-9. Miraban a la serpiente de bronce y quedaban curados
El autor del libro de los Números narra en los capítulos 20-21 las últimas peripecias de los judíos en el desierto, antes de su entrada en la tierra prometida. El pueblo murmura porque no tiene lo que desea; se rebela, no soporta el cansancio del camino (v. 2) a causa del hambre («estarnos ya hartos de este pan tan liviano») y de la sed (v. 5). Cegado por tales molestias, no consigue reconocer el poder de Dios, ya no tiene fe en el Señor; más aún, le consideran como alguien que envenena la vida. Dios manifiesta su juicio de castigo respecto al pueblo enviando serpientes venenosas (v. 6). Frente a la experiencia de la muerte, los judíos reconocen el pecado cometido alejándose de Dios y piden perdón. Y como la serpiente con su mordedura resultaba letal, así ahora su imagen de bronce puesta encima de un asta se vuelve motivo de salvación física para todo el que hubiera sido mordido.

El evangelio de Juan reconocerá en la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto la prefiguración profética del levantamiento del Hijo del hombre crucificado.
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Los mordidos de serpiente quedarán sanos si miran a la serpiente de bronce... Esta lectura nos permite ver el poder y fecundidad de la Cruz. «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre para que todo el que cree en Él tenga vida eterna» (Jn 3,14-15). San León Magno dice:

«¡Oh admirable poder de la Cruz!... En ella se encuentra el tribunal del Señor, el juicio del mundo, el poder del Crucificado. Atrajiste a todos hacia ti, Señor, a fin de que el culto de todas las naciones del orbe celebrara mediante un sacramento pleno y manifiesto, lo que realizaban en el templo de Judea como sombra y figura... Porque tu Cruz es fuente de toda bendición, el origen de toda gracia; por ella, los creyentes reciben de la debilidad, la fuerza; del oprobio, la gloria; y de la muerte, la vida» (Sermón 8 sobre la Pasión).

Y San Teodoro Estudita:

«La Cruz no encierra en sí mezcla del bien y del mal como el árbol del Edén, sino que toda ella es hermosa y agradable, tanto para la vista cuantos para el gusto. Se trata, en efecto, del leño que engendra la vida, no la muerte; que da luz, no tinieblas; que introduce en el Edén, no que hace salir de él...» (Disertación sobre la adoración de la Cruz).

O bien Reflexión de la Primera Lectura: (Flp 2,6-11). Cántico de Filipenses.

(
San Pablo exhorta a los Filipenses a mantener la unidad y la paz en su comunidad, y a tal fin los invita a seguir el ejemplo de humildad dado por el Señor: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. Él, a pesar...» (v. 5); estas palabras enlazan con el texto del Cántico que para Nácar-Colunga es de extrema importancia dogmática porque en él se declara el triunfo de Cristo por la cruz y el anonadamiento sin dejar de ser Dios.)

Se rebajó, por eso Dios lo levantó.

Pablo está urgiendo a la comunidad de Filipos la unidad eclesial, cuyo presupuesto básico es la humildad (Flp 2,1-4). Les propone ahora, como acicate, un formidable ejemplo: la humillación de Cristo que desemboca en su glorificación.

Los vv. 6-11 constituyen un precioso himno a Jesucristo. En él aparecen los elementos característicos de los himnos cristológicos.

El tema central de la perícopa es el contraste entre la humillación de Cristo y la gloria de su resurrección, por la que queda constituido Señor de cielos y tierra.

Pablo piensa en el Cristo histórico, en el complejo teándrico: Dios y hombre. Pues bien, como Hijo de Dios, tenía por esencia todos los atributos divinos. Pudo haber manifestado exteriormente la gloria, que desde siempre poseía, y, por lo tanto, aparecer glorioso en su humanidad. Pero no lo hizo así. Hecho hombre, asumió la condición puramente humana, como uno de tantos, cargado con las debilidades comunes a los mortales, excepto el pecado. Su humillación culminó en la obediencia a la muerte de cruz.

Por este anonadamiento y obediencia, el Padre lo glorificó constituyéndolo sobre toda la creación, y ordenando que toda criatura reconozca a Jesucristo como Señor, como Dios.

En Cristo se cumplió, como en ningún otro, lo que él había advertido a los demás: «El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mt 23,12).

Reflexión del Salmo 77 No olvidéis las acciones del Señor 
Es un salmo histórico, ya que cuenta parte de la historia del pueblo de Dios. Para exponer la historia pasada, hace falta mucho tiempo. Por eso, los salmos históricos se encuentran entre los más largos (véanse también los salmos 105 y 106). Pero no cuentan toda la historia. De forma tal que es muy importante fijarse en los detalles: qué visión de la historia presenta cada uno, qué es lo que no dicen, dónde terminan, etc.

Este salmo posee una introducción (lb-8) y un núcleo (9-72). La introducción (es una auténtica catequesis. Dicho de otro modo, responde a estas preguntas: ¿Por qué contar la historia? ¿Qué valor tienen los acontecimientos del pasado? Esta introducción supone la existencia de alguien que recuerda la historia y también la presencia de un grupo dispuesto a escuchar y aprender (1b). No comparte la opinión de que los hechos se repitan, no. Los acontecimientos del pasado constituyen una lección que permite que nosotros seamos hoy y en el futuro más felices. ¿Cómo? Evitando los disparates y los errores de los otros, y mejorando aquello que de bueno hicieron nuestros antepasados. Es decir, aprender a evitar los errores y a mejorar lo que ya era bueno. La historia, por tanto, es enseñanza (1b), parábola (2a) y enigma (2b). Es inteligente quien es capaz de descubrir en los acontecimientos del pasado la llave que abre las puertas de la felicidad, y transmite este tesoro a las generaciones futuras (3-5). En esto consiste, para el pueblo de Dios, la tradición más pura: pasar de una generación a otra las experiencias del pasado, con la intención de vivir más y mejor.

Para el pueblo de la Biblia, contar la historia es mostrar la su cesión de generaciones, sin perder nunca la memoria histórica. Un pueblo sin memoria es un pueblo sin historia, sin raíces y sin identidad. Las nuevas generaciones tienen una vocación histórica única: ser más felices que sus antepasados. ¿De qué manera? Aprendiendo de los errores y de los aciertos de los que les precedieron. Y Dios interviene en esa trama existencial, guiando a las personas y la historia por el camino de la felicidad y de la vida.

El núcleo (9-72) es una inmensa profesión de fe en el Dios que hace historia con su pueblo. El salmo comienza hablando mal del reino del Norte, aquí llamado Efraín (9-10). Es difícil detallar el contexto que hay detrás de todo esto. Pero es evidente que este salmo surgió en el Sui; por donde circulaba una visión llena de prejuicios acerca del Norte. Además, todo el texto tiene una visión pesimista en relación con el pueblo, incapaz de mantenerse fiel a Dios.

Los gestos de infidelidad comienzan en Egipto. Dios es fiel, pero el pueblo no. En los vv. 13-55 se recuerdan los grandes portentos de Dios en favor de Israel, destacando los momentos en que el pueblo le responde a Dios con la infidelidad. Estas grandes hazañas son: el paso del mar Rojo (13), la nube que guía al pueblo de día (14a) y la columna de fuego de noche (14b), el agua que brota de la roca (15-16), el maná (23-25), las codornices (26-28) y las plagas de Egipto (43-51). Son siete maravillas realizadas por Dios en favor de su pueblo. Se trata de un breve resumen de los libros del Éxodo y de los Números; pero cuyos portentos quedan empañados por las exigencias, las dudas y las infidelidades del pueblo. En estos versículos viajamos desde Egipto al desierto, para regresar nuevamente a Egipto.

Llaman la atención las plagas de Egipto (43-5 1). También aquí se nos presenta una síntesis. Se eligen sólo siete plagas: la del agua convertida en sangre (44), la de los tábanos (45a), la de las ranas (45b), la plaga de langostas (46), la del granizo que destruye y congela (47), la lluvia de pedrisco con relámpagos (48) y la muerte de los primogénitos (49-51) El autor ha organizado estas siete plagas de modo que quede claro que Dios es plenamente solidario y fiel.

La última etapa (52-72) es la de la marcha hacia la Tierra Prometida. Se nos habla de la conquista (53), de la justa distribución de la tierra (55) y de las consecuencias de la infidelidad del pueblo (56-58) la pérdida del arca de la Alianza (60), la dominación de los filisteos (61-66), el rechazo del reino del Norte (tras la muerte de Salomón, v. 67), la elección del reino del Sur (68), para concluir con David como rey, el pastor de corazón íntegro, que conduce a su pueblo con mano sabia (70-72).

Este salmo no es del tiempo de David, sino posterior. Da a en tender que existen los dos reinos, el del Norte (Efraín, José, 9.67) y el del Sur (Judá, con el templo en la capital, Jerusalén, 68-69). Tiene una visión negativa del reino del Norte, pues considera que ha traicionado la Alianza (9-10). La infidelidad del pueblo tiene mucho que ver, aquí, con los habitantes del Norte. Esto explica su visión pesimista de la historia. Si Dios no fuera misericordioso, el pueblo habría sido aniquilado, pues no es capaz de mantenerse fiel.

Los salmos históricos suponen que el pueblo está reunido para celebrar y conservar la memoria de su pasado. Surgieron para que la gente aprendiera de los conflictos del pasado, para ser más felices en el presente y en el futuro, ¿Es que no había conflictos en la época en que surgió este salmo? ¿Por qué, entonces, contar la historia pasada?

El salmo 77 se detiene en David, al que considera el rey justo y sabio, el verdadero líder político. Entonces, nos preguntamos: ¿Por qué este salmo no ha ido más allá de David? ¿Por qué no recuerda a sus sucesores en el trono de Judá? Parece que está ocultando un conflicto o, al menos, nos permite levantar sospechas con respecto a los sucesores de David. De hecho, la monarquía fue, siglos más tarde, lo principal responsable de la desgracia del exilio de Babilonia.

La introducción (1b-8) expone los motivos por los que nacieron los salmos históricos: la historia es la maestra de la vida: está ahí para enseñarnos a vivir con una sabiduría mayor; sacando partido de todo lo que nos ofrece el pasado; para aprender, así, de los aciertos, pero también de los errores de los demás.

Dios es el liberador, el aliado fiel que nunca falla. Se compadece de las debilidades de su compañero de alianza, cumpliendo con su parte y perdonando las locuras y los errores del aliado. Es el Dios que camina con el pueblo, interviniendo en la trama de la historia. Los errores del pueblo no le hacen perder la paciencia ni merman su confianza. Por el contrario, quiere que aprendamos de nuestros errores y de los de los demás. En el fondo, es el Dios que se siente feliz cuando el ser humano es feliz.

Desde pequeño, Jesús aprendió la historia de su pueblo. Los evangelios lo presentan como el «Dios-con-nosotros» (Mt 1,23; 28,20), encarnado en nuestra historia (Jn 1,14). El también tiene unos antepasados que cometieron errores y tuvieron aciertos. Basta analizar las genealogías (Mt 1,1-17 y Lc 3,23-38). Su en carnación llevó a sus compatriotas a dudar de él (Mc 6,1-6). Enseñó a aprender de las tragedias y de los hechos desagradables (Lc 13,1-5).

Tenemos que rezarlo a la luz de nuestra historia personal, comunitaria, social y nacional, descubriendo las maravillas de la fidelidad de Dios para con nosotros. Tenemos que convertir nuestra historia en objeto de oración para dar gracias por las cosas buenas y pedir perdón por los errores; podemos rezar este salmo para conservar la memoria histórica...

Reflexión primera del Santo Evangelio: Juan 3,13-17. Tiene que ser elevado el Hijo del hombre.
Los vv. 13-17 del evangelio de Juan forman parte del extenso discurso que responde a la pregunta de Nicodemo y en el que pone de manifiesto la necesidad de la fe para tener la vida eterna y escapar del juicio de condena. Jesús, el Hijo del hombre (v. 13), procede del seno del Padre; es el que «vino de allí» (v. 13), el único que ha visto a Dios y puede comunicar su proyecto de amor; cuya realización se encuentra en el don del Hijo unigénito. Jesús se compara con la serpiente de bronce (cf Nm 21,4-9), afirmando que el pleno cumplimiento de cuanto pasó en e] desierto tendrá lugar cuando él sea levantado en alto, es decir, en la cruz (v. 14), para la salvación del mundo (v. 17). Todo el que le mire con 1 e, es decir, todo el que crea que el Cristo crucificado es el Hijo de Dios, el salvador, tendrá la vida eterna.

El hombre, al acoger en él el don del amor del Padre, pasa de la muerte del pecado a la vida eterna. Sobre el fondo de este texto aparece el cuarto canto del «Siervo de Yavé» (cf Is 52, 13ss), donde volvemos a encontrar unidos los verbos “levantar” y “glorificar”. Se comprende, por tanto, que Juan quiere presentar la cruz, punto extremo de la ignominia, como cumbre de la gloria.

Cada vez que leemos la Palabra de Dios crece en nosotros la certeza de que Jesús da pleno cumplimiento a la historia del pueblo hebreo y a nuestra historia: en efecto, no vino a abolir, sino a dar cumplimiento. Jesús es aquel que ha bajado del cielo, aquel que conoce al Padre, que está en íntima unión con él (“El Padre y yo somos uno»” Jn 10,30), y ha sido enviado por el Padre para revelar el misterio salvífico, el misterio de amor que se realizará con su muerte en la cruz. Jesús crucificado es la manifestación máxima de la gloria de Dios. Por eso, la cruz se convierte en símbolo de victoria, de don, de salvación, de amor;

Todo lo que podamos entender con la palabra «cruz» —a saber: el dolor; la injusticia, la persecución, la muerte— es incomprensible silo miramos con ojos humanos. Sin embargo, a los ojos de la fe y del amor aparece como medio de configuración con aquel que nos amó primero. Así las cosas, ya no vivimos el sufrimiento como un fin en sí mismo, sino que se convierte en participación en el misterio de Dios, camino que nos conduce a la salvación.

Sólo si creemos en Cristo crucificado, es decir; si nos abrimos a la acogida del misterio de Dios que se encarna y da la vida por toda criatura; sólo si nos situamos frente a la existencia con humildad, libres de dejarnos amar para ser a nuestra vez don para los hermanos, seremos capaces de recibir la salvación: participaremos en la vida divina de amor.

Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar conciencia en nuestra vida del amor de Dios Padre, que no ha dudado en enviarnos a Cristo Jesús: el Hijo que, despojado de su esplendor divino y hecho semejante a nosotros los hombres, dio su vida en la cruz por cada ser humano, creyente o incrédulo (cf. Flp 2,6-1 1). La cruz se vuelve el espejo en el que, reflejando nuestra imagen, podemos volver a encontrar el verdadero significado de la vida, las puertas de la esperanza, el lugar de la comunión renovada con Dios.

Reflexión segunda del Santo Evangelio: Juan 3,13-17. Los que creen ya han sido juzgados, y los que no creen no serán juzgados.
Probablemente el verso más importante de todo el cuarto evangelio es el que abre esta pequeña sección. La afirmación clara y terminante del amor ele Dios como la causa verdadera, última y determinante de la presencia de su Hijo en el mundo. Afirmación necesaria dentro del con texto en que está formulada, porque inmediatamente antes ha sido mencionada la figura de Hijo del hombre. Ahora bien, esta ligera misteriosa del Hijo del hombre se halla inseparablemente unida a la idea del juicio. En el pasaje clásico del Antiguo Testamento, el que habla del Hijo del hombre, Dan 7, este Hijo del hombre hace su aparición triunfante con motivo del juicio final llevado a cabo por Dios.

El Hijo del hombre, el que tiene la experiencia inmediata y directa de Dios, el que vino de arriba y volvió allá (ver el comentario (Jn 3, 11-15), es una demostración en acción del amor de Dios. Aquí, en el texto que comentamos, se alude a la primera fase de su actuación: encarnación-crucifixión, Tanto amó Dios al mundo… la intención más clara de Dios es que el mundo se salve -la palabra «mundo» hace referencia al mundo de los hombres—. Por eso nos envió a su Hijo, para dárnoslo a conocer (Jn 1, 18). Y mediante este conocimiento llegar a la posesión de la vida (Jn 17, 3).

Las afirmaciones trascendentales que componen esta pequeña sección son directa o indirectamente de Jesús. Probablemente habría que inclinarse por la segunda de las dos posibilidades. Sobre la base de unas declaraciones de Jesús, el evangelista formuló en términos adecuados e inteligibles para sus lectores la enseñanza de Jesús. Pero esta cuestión sólo tendría importancia considerada desde un historicismo casi malsano.

Jesús no vino para juzgar el mundo. Naturalmente cuando se habla así del juicio, se entiende un juicio con el sentido de condenación. Jesús vino como salvador. El hombre que lo acepta, mediante la fe, como quien en realidad es, no será condenado.

Junto a esta afirmación fundamental, hay que recordar asimismo que Jesús también vino para juzgar (Jn 9, 39) porque el no creyente, quien no lo acepta como el Revelador, el Hijo de Dios, el Hijo del hombre, se condena a sí mismo al rechazar la salvación que le ha sido ofrecida.

Aquí es preciso destacar la gran novedad de la que nos hablaban, y que sería el grave escándalo para quienes leyesen su evangelio con mentalidad judía. Me refiero a la actualidad o presencia del juicio. Y también al modo o los criterios conforme a los cuales se realiza.

Según la mentalidad judía el juicio se realizará al fin de los tiempos. Cuando todos los hombres sin excepción, vivos y muertos) fuesen reunidos ante el tribunal divino. Es la concepción prevalente y casi única, que tenemos también en los evangelios sinópticos. Aspecto de futuridad que sigue siendo válido (el mismo Juan, en otras ocasiones, hablará del «último día»). Pero el acento y la particularidad del cuarto evangelio, como ya apuntamos es que ese acontecimiento futuro se adelanta al momento presente (es la llamada escatología realizada, aunque no final).

Actualidad y presencia. Pero no es menos importante el criterio según el cual se llevará a efecto el juicio: la fe. El que cree no es juzgado, el que no cree ya está juzgado Precisamente por no haber creído en el Hijo de Dios, en su enviado como la prueba máxima de su amor.

Se acentúa, pues, la fe, el aquí y el ahora. El juicio ha comenzado. Está realizándose por la actitud y decisión humanas. Actitud humana y la correspondiente decisión, que es descrita desde el simbolismo de la luz y las tinieblas.

Luz y tinieblas. Uno de los binomios antitéticos que caracterizan el cuarto evangelio. Pero en Juan —al contrario de lo que ocurre en el mundo circundante— la antítesis no indica las dos partes integrantes de un dualismo absoluto, metafísico. Debe hablarse más bien de un dualismo moral. Porque, de hecho, la antítesis es utiliza da para describir la decisión ante laquees colocado todo hombre: decisión por Dios o contra Dios. Esta actitud de decisión que se halla en la raíz misma de la misión de Jesús (ver el texto de Jn 8, 12).

La presencia de Jesús divide inevitablemente a los hombres en dos grupos: los que vienen a la luz, porque se deciden por Dios y por su Enviado, y los que prefieren las tinieblas, quienes rechazan a Dios y a su Enviado. Y esta actitud, como hemos visto y leemos en el texto del evangelio, es la que decide.

Reflexión tercera del Santo Evangelio: Juan 3,13-17 Te doy gracias Señor “porque has puesto la salvación del genero humano en el árbol de la de la cruz” 
La cruz gloriosa de Cristo. Consta por la tradición litúrgica que la fiesta de hoy se celebraba en Jerusalén ya en el siglo V. Su título contiene la finalidad e impostación de la misma: enaltecer y glorificar la cruz del Señor. Porque la cruz, señal del discípulo de Cristo, no es signo de muerte sino de vida, como expresa el simbolismo de la serpiente de bronce en el desierto; no de infamia y derrota sino de salvación y victoria; no de masoquismo sino de amor.

El Prefacio de la misa de hoy condensa bien el sentido de esta fiesta: Te damos gracias, Señor, “porque has puesto la salvación del género humano en el árbol de la cruz, para que, donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida; y el que venció en un árbol fuera en otro árbol vencido por Cristo, Señor nuestro”. Alusión manifiesta al pecado de origen y a la redención por Cristo, el nuevo Adán, el hombre nuevo.

San Pablo, que reflexionó profundamente sobre la paradoja de la cruz, decía: “Dios me libre de gloriarme si no es de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gál 6,14). “Los judíos piden signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo —judíos o griegos— fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor l, 22s).

Desde esta perspectiva la cruz cambia de signo. Ésta es también la visión del cuarto evangelio. Juan, para referirse a la pasión y muerte de Jesús, emplea siempre el término “glorificación”, la mayoría de las veces en labios de Cristo mismo. Jesús es un rey paradójico, que reina desde el trono de la cruz: Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

La cruz, revelación de amor. En la cruz del Señor se cumplió el repetido anuncio de Jesús sobre su muerte violenta en Jerusalén. La pregunta es obvia: ¿Por qué tenía que ser así? La respuesta más profunda y válida solamente Dios puede darla. Pisamos el terreno insondable del querer divino. Este es el motivo y la razón de la obediencia de Cristo: el designio del Padre, es decir, la salvación del hombre a quien Dios ama.

Creemos y decimos que la cruz es la señal del cristiano, no por masoquismo espiritual sino porque la cruz es fuente de vida y liberación total, como signo que es del amor de Dios al hombre por medio de Jesucristo. El misterio de la cruz en la vida de Jesús —y por tanto en la nuestra— es revelación cumbre de amor; y no consagración del dolor y del sufrimiento. Este no es ni puede ser fin en sí mismo, sino solamente medio para expresar amor. El modo más verídico y más auténtico, pues nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Por eso pudo mandarnos Jesús: Amaos como yo os he amado. El a que testimonia la cruz de Cristo es la única fuerza capaz de cambiar el mundo, si los que nos decimos sus discípulos seguimos su ejemplo.

El poema sublime de amor que es la vida, pasión y muerte de Jesús, pide de nosotros una respuesta también de amor. Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero (1Jn 4,19). Jesús pudo habernos salvado desde el triunfo y la gloria; es decir, desde fuera, como un superhombre. Pero prefirió hacerlo desde dentro de nuestra condición humana, ser uno más, demostrándolo a base de humildad, servicio, obediencia y renuncia, en vez de imponer se desde el dominio y el poder, como es nuestro estilo. Cristo, siendo Dios, se rebajó hasta someterse no solo a la condición humana sino incluso a una muerte de cruz; por eso Dios lo levantó sobre todo. Su abajamiento le mereció una exaltación gloriosa en su resurrección, un nombre sublime y la adoración del universo entero como Señor resucitado y glorioso.

Jesús nos invita a seguirlo en el auto negación que nos libera, abrazando con amor la cruz de cada día, siempre presente de una u otra forma y de la que inútilmente intentamos escapar. Saber sufrir por amor es gran sabiduría, la sabiduría de Dios.

La cruz plantada en los caminos de la vida. En otra ocasión hemos visto las claves de lectura de la pasión y cruz del Señor. Añadamos ahora que otra clave de lectura de la cruz del Señor, válida siempre, es leerla desde la pasión y muerte del hombre actual y en solidaridad con todos los crucificados de la tierra y víctimas de la maldad humana. Pues en ellos, como en un sacramento, esta el Cristo sufriente, oculto pero real, según la parábola del juicio final.

La pasión de Cristo se celebra no solo en la Semana Santa o al recorrer las estaciones del Vía crucis, sino que está todo el año en nuestras calles. Su cruz está plantada en los caminos de la vida, en cada monte de la historia, en cada esquina o ángulo del mundo, en cada hombre o mujer, niño, joven o adulto, que sufre o muere víctima del hambre y la enfermedad, de los genocidios y la guerra, del terrorismo y la violencia, del abandono y el engaño, de la cárcel y el exilio, de la injusticia y la opresión; en una palabra, víctima de todo lo que es negación de la persona, sus valores y sus derechos.

En cada uno de estos hermanos nuestros “sufre y muere” Cristo, pues él se identifica con ellos: Todo eso conmigo lo hicisteis (Mt 25,40). Toda deformación y cicatriz en el rostro del hombre es bofetada en el de Cristo. Si lamentamos la muerte injusta de Jesús, no podemos dejar de sentir la cruz y muerte de nuestros hermanos, solidarizándonos con todo el que sufre. Como decía Blas Pascal: “Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo; no podemos entregarnos al sueño durante este tiempo”. Así completaremos en nuestra carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia (Col 1,24).

Reflexión cuarta del Santo Evangelio: Juan 3,13-17
Jesús ha sido exaltado, levantado. Quien lo contemple y acepte por medio de la fe obtendrá el perdón de los pecados y tendrá vida eterna. No podemos negar el mal en el mundo. Muchas veces nosotros mismos nos hemos dejado dominar por el pecado. Y el pago del pecado es la muerte. Ojalá y nosotros mismos tuviésemos el remedio de nuestros pecados con sólo decidirnos a ser mejores cada día. Pero conocemos nuestra fragilidad; y nuestra experiencia personal nos ha hecho comprender que tal vez dejemos por unos momentos o días nuestros caminos equivocados, pero luego volvemos a ellos como si el pecado se hubiese pegado a nuestra piel. El Señor Jesús, el único en quien podemos obtener el perdón de nuestros pecados y la restauración de nuestra naturaleza deteriorada por el mal, nos invita a volver hacia Él la mirada para decidirnos a aceptarlo como Aquel que nos perdona y que nos salva. No basta contemplarlo, no basta una mirada de fe, es necesario abrirle nuestro corazón para que haga su morada en nosotros y para que, comunicándonos su Vida y su Espíritu, seamos exaltados junto con Él a la dignidad que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre.

Hoy nos reunimos para celebrar el Memorial del Misterio Pascual de Cristo. Su muerte en la cruz nos da a entender cuál es el precio que Él pagó para que nosotros fuésemos hechos hijos de Dios, naciendo de lo alto. Así conocemos el amor que Dios nos tiene. Por eso debemos venir a la celebración de la Eucaristía con un corazón dispuesto a hacer nuestra la vida nueva, el nuevo nacimiento que el Señor nos ofrece. La fe nos debe llevar a aceptar esa vida de Dios en nosotros. Por eso, al entrar en comunión de vida con Cristo debemos ser, en Él, criaturas nuevas, perdonados y liberados de la esclavitud de nuestros pecados, para caminar en adelante con la dignidad de hijos de Dios.

Por eso quienes hemos hecho nuestra la vida que el Padre Dios nos ofrece en su propio Hijo no podemos continuar generando signos de muerte. Efectivamente de nada nos serviría decir que creemos en Cristo si continuamos esclavos de la maldad. Dios nos quiere portadores de su amor, de su gracia, de su vida. La Iglesia es el signo concreto que Dios ha elevado en el mundo para que por medio de ella todos puedan unirse a Cristo, y, desde ella, puedan encontrar en Él el perdón de los pecados y la vida eterna. Ojalá y no nos convirtamos en una Iglesia que se desenvuelva en el mundo como una sociedad conforme a los criterios mundanos. El Señor nos ha enviado a salvar todo lo que se había perdido. Nuestra vida de fe no es una burocracia sino un servicio en el amor fraterno; servicio hasta la muerte, si es preciso, con tal de que la salvación se haga realidad en todos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber hacer nuestro el camino de amor y de entrega de Cristo para que, continuando su obra en el mundo, colaboremos para que la salvación que Él nos ofrece llegue hasta los últimos rincones de la tierra. Amén.

Elevación Espiritual para este día. 

Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y transformado por su tierna compasión en aquel que a causa de su extremada caridad quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vio bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos restantes cubrían todo su cuerpo.

Ante tal aparición, quedó lleno de estupor el santo y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.

Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín. Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu.

Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su carne.

Reflexión Espiritual para el día.
Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el centro de atracción, de salvación para toda la humanidad. Quien no se rinde a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es bautizado, confirmado, absuelta. El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz.

No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad. La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse. Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por lo cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada —y no sólo de una manera simbólica— por lo cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ello se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro comino: es el único que conduce a lo salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.

La consideración de la cruz nunca debe ser separada de lo consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de lo muerte en lo cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara lo cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado.

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia y el Magisterio de la Santa Iglesia: Géneros literarios proféticos.
Los libros proféticos contienen las palabras de los profetas y las palabras sobre los profetas. Esta doble clase de material da lugar a dos grandes géneros literarios: oráculos proféticos (las palabras de los profetas) y narraciones proféticas (las palabras sobre los profetas). Cada uno de estos dos grandes grupos se subdivide, a su vez, en múltiples formas, algunas de las cuales señalamos a continuación.

Oráculos proféticos. El oráculo es una “declaración solemne hecha en nombre de Dios”. Unas veces son sentencias breves; otras son exposiciones más amplias. En su estado puro, el oráculo presenta la siguiente estructura: Introducción: Suelen empezar con éstas o parecidas expresiones: “Así dice el Señor”. “Oíd lo que dice el Señor”. “Escuchad esta palabra”. “La palabra del Señor me fue dirigida en estos términos”.

Cuerpo: Contenido del oráculo, que puede ser de condena o de salvación, según se trate de “arrancar y destruir” o de “edificar y plantar”, como dice Jr 1,10.

Conclusión: Suelen terminar con una rúbrica final de este tenor: “Así dice el Señor”.”Oráculo del Señor!”.

Oráculos de salvación. Los profetas no son los adivinos del porvenir, como se cree vulgarmente pero sí son los creyentes esperanzados abiertos al futuro. Los profetas denuncian, pero también anuncian. Más allá del pecado y del castigo, los profetas esperan el perdón de Dios y el triunfo de la gracia. La última palabra no la tienen el juicio y la condena, sino la salvación. Incluso el libro de Amós, que es el más severo de los escritos proféticos, termina con dos oráculos de salvación (Am 9,11-15). Los oráculos de salvación tienen presencia relevante en todos los Profetas. Merecen atención especial Is 40-55 y Jr 30-33, que reciben el significativo nombre de “libros de la consolación”.

Narraciones proféticas. A diferencia del oráculo, generalmente en verso, las narraciones proféticas aparecen en prosa y tienen por objeto la vida, las acciones y experiencias de los profetas. Suelen ser relatos biográficos (en tercera persona) o autobiográficos (en primera persona). Entre sus formas más características hay que destacar los relatos vocacionales, las visiones y las acciones simbólicas. Estas últimas ocupan un lugar importante en la predicación profética (Is 20; Jr 13,1-11; 18,1-12; 32,1-15; Ez 4; 12). A veces, la misma persona del profeta y sus experiencias existenciales se convierten en símbolo profético (Is 8,1-4; Jr 16; Ez 24,15- 27; Os 1 y 3), abriendo así los límites de la palabra al horizonte más amplio de la vida, elevada a lenguaje profético privilegiado.

Géneros importados de otros campos. Además de estas formas, especialmente típicas y representativas del lenguaje profético, los profetas utilizan otros géneros y formas que toman de otros contextos no especificamente proféticos como son la sabiduría familiar y tribal (exhortaciones, parábolas, alegorías, enigmas, bendiciones y maldiciones, etc.), el culto (himnos y oraciones, confesiones, instrucciones, liturgias penitenciales, etc.), la corte y la diplomacia (edictos, cartas, tratados, etc.), el ámbito judicial (discurso acusatorio, fórmulas casuísticas, etc.) o la vida diaria (cantos de amor y de trabajo, lamentaciones, etc.). Mención aparte merece el género apocalíptico que, sin ser específicamente profético, adquiere especial importancia en el período postexilico. +

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