Hola amigos, bienvenidos a este sitio que solo busca compartir todo aquello que llega a mi buzón, y nos ayuda a crecer en nuestra fe católica..
(casi todo es sacado de la red)

Si alguien comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia o que se retire, por favor, que me lo comunique y lo hago inmediatamente. Gracias.

Espero que os sirva de ayuda y comenteis si os parece bien...


Gracias


Maria Beatriz.



SI AL CRUCIFIJO Tu quita un Crucifijo y nosotros pondremos mil

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados
En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO
NOTICIAS SOBRE S.S.FRANCISCO

Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

10 de septiembre de 2014

La vida de María, una floración de las bienaventuranzas

Las bienaventuranzas son una bendición de Jesús y la manera que Dios tiene de amar, el don sublime que nos ofrece. Son "la ley fundamental de la vida cristiana". Las Bienaventuranzas no son sólo ley, sino evangelio; el que las vive ofrece al mundo "razones para vivir y razones para esperar". El Evangelio, es la fuerza de Dios que no sólo señala el camino a recorrer, sino que ayuda a llegar hasta la meta.

Al pensar en los que viven las Bienaventuranzas, es natural que recuerde a aquellas personas bondadosas y pobres con las que hemos tenido cierta intimidad y que tanto han influido en nuestra vida. Me refiero a esos seres sencillos y buenos, sinceros y auténticos, que viven lo que dicen, y que en el contexto de sus vidas, no parece haber nada de sobresaliente, que en ningún orden deslumbran, pero que a la sombra de ellos, una sombra discreta, casi pobre, pueden nutrir a otros seres de cosas sumamente valiosas.

Es natural que, al hablar de este modo, esté pensando también en mi madre, una mujer pobre y sencilla, que vivió el espíritu de las bienaventuranzas. Con seres así, se clarifica la atmósfera, se limpia el corazón, se hace un mundo mejor. A estos pobres y pequeñuelos, es a quienes el Padre de los cielos revela su ciencia, sus misterios; estas cosas son las que oculta a los sabios. Tal ha sido su beneplácito. (Mt 11,25-26; Lc 10,21).

En verdad, los espíritus humildes y los corazones más próximos a Dios, tienen una manera de verlo todo y acogerlo todo con una simpatía y una comprensión que, a veces, nos asombra y nos inspira un gran respeto. Nada proporciona mejor la impresión de que Dios habita en un hombre, y de que ese hombre es humilde, pobre y bienaventurado, que esa mirada limpia y sencilla que todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta, y todo lo ama.

Mas ahora sólo quiero evocar una criatura de nuestra raza, a una mujer sencilla y pobre y buena, la Virgen de Nazareth. Ella las realizó plenamente en su vida terrena, ella es el tipo del creyente, y también de la Iglesia, como madre la misma, porque en María se encarna el ideal predicado por su hijo en el Sermón del monte; a su espíritu se acomodó toda la entraña de dicho sermón.

La Virgen es el espejo de las bienaventuranzas y del perfecto seguimiento de Jesús. La fidelidad plena a la palabra de Dios, en cada momento de su vida, es la causa de su bienaventuranza. No es bienaventurada simplemente por ser la madre del Mesías, sino porque ha escuchado la palabra de Dios y la ha puesto en práctica (Lc 11,28). María crece como bienaventurada en el seguimiento de Jesús, camina en la oscuridad de la fe, en la pobreza de espíritu, como modelo del pobre de Yavéh, y a pesar de no comprender muchas cosas (Lc 2,50),"las guarda todas, "symballusa", revoloteándolas en su corazón" (Lc 2,19).

María de Nazareth encarnó todas las bienaventuranzas, asemejándose plenamente a su hijo, haciéndose así el camino más directo para ir al único Camino (Jn 14,6). Un padre de la edad subapostólica narra cómo los nazaretanos, al verla por las calles de su pueblo, decían: "nunca una madre se pareció tanto a su hijo", invirtiendo el orden normal de la comparación.

PRIMERA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los pobres.

José, María y Jesús fueron pobres. No pertenecieron a la clase social de los grupos adinerados, cultos y privilegiados, sino a la clase de los pobres. Nazareth, como se confirma ahora a través de las excavaciones realizadas junto a la Basílica de la Anunciación, era un miserable caserío.

La Virgen vivía la misma vida de todos los del pueblo, no era ni poderosa ni rica (Lc 1,52.53); pertenecía a los pobres para quienes no hay lugar en la habitación principal "katalyma" y se bajan a habitar en la gruta (Lc 2,7), la pequeña habitación recogida y abrigada que existía en las casas. La pobreza de la madre de Jesús, su condición de pobre, como la de Jesús, es algo que pertenece a lo más nuclear de los Evangelios y que goza de la más rigurosa autenticidad histórica.

María se sabe, se afirma y se siente pobre, y conoce el sentido de pobre en el antiguo testamento. El concepto de pobre (ani o anaw) de la Biblia es enormemente amplio: abarca a todos los que sufren de carencias, a los que no tienen bienes, salud, prestigio social, belleza, conocimientos, aprecio, libertad, etc. Mas no basta para ser pobre, en sentido bíblico, experimentar alguna carencia. Es esencial la confianza en el Señor.

Bienaventurados los pobres, dice el Señor, no porque sean mejores. No hay en estas palabras una canonización de la pobreza como fuente de valores y de virtudes. Sus manos no son más limpias, pero sí están vacías para recibir el don del Reino. Carentes de otros bienes, acogen con más facilidad la ayuda que se les ofrece.

Si sólo los pobres disfrutaron del banquete -los ricos rehusaron acudir (Lc 14,16-24)--, no fue porque eran más virtuosos, sino porque no tenían motivos para dejar de asistir. Para nosotros la pobreza es carencia de bienes; es el hombre que está desprovisto. 

Para el hombre de la Biblia, más sensible a la inferioridad social, pobre es el hombre sin derechos, a quien nadie hace caso y es presa de los poderosos. Los pobres de la Biblia son los marginados en cualquier orden: en el religioso, en el social, en el económico...; el pobre no es un indigente, sino un inferior, un pequeño, un oprimido.

SEGUNDA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los mansos.

Resplandeció en mansedumbre y dulzura, virtudes en las que Jesucristo se propuso como modelo (Mt 11,29). Probablemente aquí se da el mayor parecido de la madre con su hijo. Por eso, en la Salve, oración muy estimada por la piedad del pueblo cristiano, se destacan con amorosa reiteración los rasgos hermosos de esta bienaventuranza: "vida, dulzura; la dulce Virgen María". "Un alma dulce y serena", como la de la Señora es, en frase del apóstol san Pedro (1 Pe 3,4), el adorno más valioso de la mujer. 

La mansedumbre es, antes que anda, humildad de corazón, con todo su cortejo de virtudes. La suavidad es el sentido más sobresaliente y más perceptible de la misma. Pero, la mansedumbre, no es sólo suavidad, la verdadera mansedumbre, la que es reflejo de Jesucristo, está penetrada de fortaleza. Suavidad y fortaleza, he ahí, la mansedumbre de la madre de Jesús.

TERCERA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los que lloran.

Las lágrimas, el sufrimiento, la tristeza, están en el hondón del misterio de María, como había profetizado Simeón (Lc 2,35). El profeta Isaías anunció que el Siervo Yahvéh sería "atravesado por nuestras iniquidades" (53,5), y Simeón, al decir que el alma de la Virgen será "atravesada" por el más acerbo dolor, indica que María está implicada en el mismo destino de sufrimiento que su hijo.

Es natural que llorase ante la pérdida del niño en el Templo. Este episodio, que no es un simple incidente de la vida familiar y privada de Nazareth, contiene una dimensión mesiánica, en cuya grandeza se vería profundamente implicada la madre. También lloró al pie de la cruz. El Stabat Mater es el himno del dolor: "mirad si hay dolor como el mío". Gustó como nadie el gozo de las lágrimas bienaventuradas. "La madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba". Mientras todos huyeron (Mt 26,56), ella se quedó con su hijo y lo apoyaba asintiéndole en su agonía (Jn 19,25.26), junto con el discípulo amado y algunas mujeres, haciéndole más llevadera la cruz y ayudándole como su más dulce cireneo.

Con estas palabras san Juan nos ha dejado más consuelo y nos ha dado más teología que si nos hubiese hecho largas consideraciones y profundos estudios. Además, el padecer y sufrir nos prepara para ejercer el oficio de consolador. 

La carta a los Hebreos dice lo mismo de Jesús: "Habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados" (2,18), texto que aplicamos a la Virgen dolorosa que es nuestro modelo y la consoladora de los hijos de Eva que vivimos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, como rezamos en la Salve.

CUARTA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los que tienen hambre y sed.

Los pobres soportan la carencia de muchas cosas. María viajó en malas condiciones a Ain Karem, con prisa, dice san Lucas. María subió a la montaña, a una ciudad de Judá y entró en casa de Isabel. Marchó a Egipto "Está en Egipto o a él va", era un proverbio de Israel que significaba la vida de sacrificio que llevaba una persona; hambre y sed pasaría la familia de Nazareth en su marcha al país extranjero. Tampoco sería fácil la subida a Jerusalén, para la fiesta de la Pascua, pues al fin de las jornadas se reunían para comer y descansar. 

Esta hambre y sed de justicia que se exige para ser perfectos, tenemos que experimentarla nosotros. Hay que hambrear el reino de Dios, su gracia, su justicia para todos los hombres. Ya los profetas en nombre de Dios, nos exigen hambrear esa justicia para todos, haciéndonos ver la imposibilidad de rendir un culto a Dios limpio y auténtico, si nos desentendemos de nuestros hermanos (Am 5,21-24; Is 1,15; Jer 7,4-7). 

Resulta impresionante la afirmación del doctor Visser que fue presidente honorario del consejo ecuménico de las Iglesias, sobre esta dimensión del cristianismo: "Un cristiano que perdiera su dimensión vertical, perdería su sal. No sólo sería insípido, sino también inútil para el mundo. Pero un cristiano que use las preocupaciones verticales como un medio de escapar a sus responsabilidades respecto al hombre y a su vida común, sería, ni más ni menos, un rechazo a la encarnación... 

Es tiempo de comprender que todo miembro de la Iglesia que rehúsa prácticamente tomar una responsabilidad respecto a los desheredados, donde quiera que estén, es tan culpable de herejía como los que rechazan tal o cual artículo de la fe".

El hambre y sed de justicia que impregna el cántico de María está subrayando su amor preferencial por los pobres y desgraciados. 

Esta justicia-santidad comienza cambiando el corazón, pero tiene una dimensión social que entraña la liberación integral del hombre.

QUINTA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los misericordiosos.

María vive la experiencia de su abba, tierno y misericordioso (Ex 34,6) y sabe que desde el momento en que el Hijo de Dios apareció en su vientre hecho hombre, la búsqueda de Dios no puede prescindir del hombre. El rostro de Dios lo encontramos en el hermano. Amar a Dios en el hermano es la expresión y la verificación del amor al Dios trascendente. El ser humano es el Dios que se aproxima y se hace visible para pedirnos nuestro amor. Por eso, quien ve a un hermano ve a Dios.

El Mesías camuflado, Jesús, está disfrazado en cada hombre que vive con nosotros y que pasa a nuestro lado. El más riguroso teocentrismo en nuestra religión cristiana fundamenta el antropocentrismo más radical. Muchos cristianos de nuestros días —y éste podría ser también uno de los signos de los tiempos— realizan en el amor al marginado el encuentro con el Señor. 

Impresiona la oración que el rey Balduino trae en su diario después de haber visitado una región inundada de Bélgica: "Gracias, Dios mío, por haberme inspirado para que fuera a estar en medio de esas pobres gentes. Algunas habían perdido prácticamente todo. A una señora anciana, especialmente triste y desamparada, que ni siquiera tenía abrigo para protegerse del frío, he tenido la alegría de darle el mío. Gracias, Señor mío y Dios mío, por haber podido darte mi abrigo para cubrirte y calentarte. ¡Qué alegría me has proporcionado!"

Dios es tierno como una madre para el viejo Israel, y más todavía para el Israel de Dios, para la Iglesia, para nosotros. Una madre tiene un seno materno, Dios tiene muchos. Santiago (5,11) acuña la palabra griega compuesta polüsplajnos, expresando que Dios tiene muchas entrañas de madre, es decir, que es infinitamente misericordioso, que tiene el amor de madre en grado infinito. 

¿En qué grado tendría María ese amor? ¿Acaso no será ésta la característica más sobresaliente de la madre de Nazareth? Realmente es la ternura el atributo otorgado a la mujer en la literatura ugarítica y también en la babilónica. La mujer por su naturaleza está destinada a manifestar la ternura-misericordia de Dios.

En las obras de la Iglesia, donde se necesita sacrificio y desinterés, allí están las mujeres. Ellas poseen especialmente capacidad de sacrificio silencioso, donación gratuita. Maravillosa la afirmación de la Madre Teresa de Calcuta: "Ningún hombre se acerca, ni de lejos, al amor y compasión de que es capaz una mujer".

El Papa Juan Pablo II para hablar de esta bienaventuranza, se fija especialmente en dos términos: Jesed, lealtad en el amor y rajamimfentrañas. El primero dice, es propio del padre; el segundo de la madre. Rajamim significa entrañas y de ahí ternura y amor instintivo. La ternura tiene su sede y su origen en el seno materno.

SEXTA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los limpios de corazón.

María es la limpia de corazón: La llamamos la Virgen. Ese es su nombre; simplicidad, sin doblez, autenticidad, limpieza, transparencia. En su corazón anidaron los más puros y nobles sentimientos: La Virgen fue de corazón sensible, delicado y bueno.

Ya su primera palabra nos introduce en el misterio de su intimidad (Lc 1,34). La promesa de una visión cara a cara de Dios en el cielo es exclusiva del nuevo testamento y puesta en los labios de Jesucristo (Mt 5,8). No se repite a la ligera, aunque se vuelva a pronunciar con gozo el final de los escritos apostólicos: entonces le veremos cara a cara (1 Cor 13,12), y sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es (1 Jn 3.2). 

Sólo los puros poseen el órgano adecuado para contemplar la faz de Dios. María ve a Dios en su propia alma. En Ella, vemos a Dios. 

La Virgen vivió en Nazareth ya en el cielo y con mayor razón todavía que la beata Isabel de la Trinidad nos puede decir: "He hallado el cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma. Desde el día en que comprendí esto, todo se ha iluminado en mi vida y por eso querría comunicar este secreto a todos los que amo".

SÉPTIMA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los que trabajan por la paz.

¡Qué dichosa la Virgen, al oír a los pastores relatar que con el ángel que les anunció la gran alegría, se juntó una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, mientras proclamaba la paz para los hombres que ama el Señor! (Lc 2,14). "Shalom": paz, era el saludo con el que María comunicaba la paz (Lc 1,40).

Su porte sereno, su equilibrio afectivo, su alma virgen, su confianza plena en Dios, su abandono total, le daba esa elegancia serena y espiritual, que es la expresión de la paz; todas sus palabras son indicios de esta bienaventuranza.

Nosotros, que soñamos con un mundo mejor, donde podamos saludarnos, desearnos la verdadera paz, ponemos nuestra esperanza en la bienaventurada Virgen que difunde serenidad gozosa, paz, a quien el pueblo cristiano se dirige con razón como a la reina de la paz.

OCTAVA BIENAVENTURANZA: Bienaventurados los perseguidos.

Antes de que Jesús muriese en la cruz, antes de que la cruz se hiciese cristiana, María ya participaba en ella a lo largo de toda su vida. Pensemos, por ejemplo, en las dudas de José; el silencio mantenido por María frente a su esposo, le acarrearía un drama muy íntimo y agudo. María debió sufrir intensamente ante esa perspectiva desconcertante, y ante el peligro a que se exponía de perder a los ojos de José y de la reputación popular, su virginidad y su fidelidad matrimonial.

Si "era preciso que el Mesías padeciese y así entrase en su gloria" (Lc 24,26), si "es necesario que los cristianos pasen por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Hch 14,22), si Jesús había afirmado cinco veces que sin llevar la cruz no se puede pertenecer al grupo de sus discípulos (Mt 10,38; 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23; 14,27), era normal, era necesario que María, la primera creyente, la discípula más fiel, haya caminado bajo la cruz siguiendo al Crucificado. La cruz ha purificado y hermoseado a la madre de Jesús, la ha hecho esplendorosa. Ha sufrido con su hijo para ser también glorificada con El (Rom 8,17).

Las bienaventuranzas encarnadas en la vida de María. Jesús en sus parábolas demuestra que era un gran observador de las costumbres de su tiempo. Muchas de sus vivencias las utiliza en la predicación de la buena nueva de su reino. ¡Cuántas escenas de su casa de Nazareth quedaron impresionadas en su retina y en su corazón!

Al describirnos en el Sermón del Monte las características y las virtudes del hombre ideal, vemos que coinciden plenamente con las virtudes con que su madre aparece revestida en las escenas evangélicas. El Señor, que durante muchos años había vivido con ella en la más estrecha intimidad, había experimentado cómo la Virgen era el ideal encarnado de las bienaventuranzas. No son, pues, un ideal inasequible a los cristianos.

Jesucristo, al proclamarlas, canoniza la vida de su madre y la de todos los que viven conforme al ejemplo de su vida. Cuando Jesús llamó ocho veces bienaventurado al anaw, al pobre, no tenía en su mente un ideal cristiano abstracto, sino encarnado en la personas de María y José. "Bienaventurados los pobres y humildes de corazón", porque Dios pone sus ojos en la "humildad de su esclava" (Lc 1,48), como los puso en María.

"Bienaventurados los mansos", los cuales, como María cuando no pudo encontrar cobijo en Belén, al tiempo del nacimiento de Cristo, no se rebelan, porque ellos poseerán en herencia la tierra (es decir, lo poseerán todo) (v. 4).

"Bienaventurados los que lloran" (v. 5), como María, que estuvo buscando con tristeza a su hijo divino, a quien había perdido (Lc. 2,48). 

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia" -los que aguardan pacientemente como ella el cumplimiento de las esperanzas de Israel-, "porque serán saciados" (v. 6). "María se convirtió en la madre de la justicia: de esa justicia que Israel había esperado durante mucho tiempo".

"Bienaventurados los que padecen persecución" (Mt 5,10) y que tienen que huir de sus hogares, exactamente igual que María, por causa de la justicia, que era Cristo, tuvo que buscar refugio en Egipto. 

Esta lista de bendiciones es realmente una ampliación detallada del antiguo Salmo: "Yahvéh exaltará a los "anawim" y los salvará" (149,4). María que durante su vida escuchó la enseñanza dispensada por su Hijo, fue bienaventurada por su vida de mujer piadosa y porque a su espíritu se acomodó toda la entraña del Sermón del Monte.

De esta manera se alegra el corazón del hombre y se le allana el camino de sus pensamientos, cuando estudia la vida de la madre de Jesús, y llega a intuir la intimidad de esta criatura, hermana nuestra, tan cercana a nuestra humanidad, y que, a través de su pequeñez y de su confianza en Dios, realizó un modelo de vida tan alto y tan sencillo; tan normal en su quehacer diario, y tan extraordinario y rico en sus vivencias espirituales: pobreza y riqueza, paradoja existencial que la hacen sujeto apto y fidedigno del canon de la bienaventuranzas, de toda la santidad que ellas comportan, cuando se las vive en vías de amor y compromiso.

Es como un puente tendido entre su hijo, en donde "habita la plenitud de la divinidad" (Col 2,9) y la nada de la criatura. Es la hermana y la madre, semejante a ,nosotros, que, como creyente fiel, vivió plenamente el ideal del Sermón de la montaña.

.. .. .. Este estudio "María, la madre de Jesús", lo he tomado de mi libro "María de Nazareth, la verdadera discípula", Sígueme, Salamanca, 1999.

Francisco M.° López- Melús oc.

No hay comentarios:

Publicar un comentario