Porque al orar nos ponemos en relación con el SEÑOR, el SEÑOR que enseña y sana con autoridad, con una autoridad que sorprende y que no deja otra opción que obedecer. Todos, afirma el Evangelio, quedaban sorprendido por su autoridad y por el sometimiento de todo aquello que increpaba. El agua, el viento y los espíritus inmundos le obedecían sin rechistar.
Ante tales prodigios, la admiración y sorpresa de los presentes iba en aumento, y su fama se extendió por todos los lugares. Sin embargo, como a los apóstoles, a nosotros nos cuesta creer y confiar en ÉL. Antes las tempestades de nuestra vida perdemos la confianza y la fe en ÉL, es entonces cuando todo se nos viene abajo y nos despertamos desesperados y confusos.
JESÚS nos acompaña y nos manifiesta su poder. Su autoridad no tiene discusión, y su amor nos lo demuestra hasta el punto de morir por nosotros. Por lo tanto, pongamos todo lo de nuestra parte, pero sobre todo no perdamos la confianza y oremos mucho para que por su Gracia y Misericordia, el ESPÍRITU SANTO nos fortalezca, nos de firmeza y confianza, por encima de toda contrariedad, para seguir su rastro.
En los momentos de desánimo, de debilidad, mira SEÑOR la pobreza de tus hijos y danos la sabiduría, fortaleza y paz de, esperando y confiando en TI, podamos tener la confianza y la firmeza de seguirte con paso firme. Amén.
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