Dios ha puesto a los sacerdotes para que confiesen y para que ayuden, y para que hagan la Misa. Para eso puso Dios los sacerdotes. Ahora que sí, hay buenos y hay malos, igual que en todos los sitios. ¿Pero que hay que confesarse? Sí, hay que confesarse con un sacerdote. La treta del Demonio es que hagas las cosas tú solo, y eso no sirve. Confesarte tú solo, rezar tú solo y hacerlo tú solo. Eso, no te escucha nadie. Jesús dijo a sus Apóstoles: dónde haya dos o más de vosotros en mi presencia, Yo estaré allí, en medio de vosotros. Dijo dos o más, no dijo uno. Y la treta del Demonio es que solamente haya uno, para poder aniquilarlo. No se puede uno confesar solo, ni rezar uno solo. No tiene fuerza. Ahora, entre varios hermanos, rezando, en comunión y rezando en unión, y con el corazón abierto… eso tiene más poder que cualquier cosa, además, es lo que Satanás teme más que nada. Es muy fácil llegar a tu casa y decir; ay Dios mío, que habré hecho yo, ay perdóname, ay que… Eso no sirve. Eso es como decir; voy a hacer el régimen; delante de la gente lo estás haciendo, y por detrás, te estás hinchando de comer.
Mucha gente me dice: me duele la cabeza, los pies, la cintura, la espalda, todo. Y Yo les digo: ¿y eso cómo es posible si tú vas a Misa? Y muchos me dicen: No, no voy a Misa, veo la Misa en la tele y comulgo en mi casa. Y eso no sirve, eso son cosas del Demonio. Os voy a decir una cosa, y esto va por todos: la única puerta que lleva hasta la Gloria es el Sagrario, no busquéis otra puerta porque no la hay, no existe.
La treta del Demonio es que comulguéis vosotros solos, que recéis el Padre Nuestro vosotros solos y que hagáis las cosas a vuestra manera, por encima de la ley, y eso no se puede hacer, eso no lo consiente Dios. Porque separarse de eso es vivir cada uno con su ley y vivir cada uno a su manera, y eso… No es vida, no funciona, se encuentra uno vacío. Uno va buscando de llenar eso que está vacío en las cosas materiales y eso, no se llena así.
Antes de comulgar no te olvides de confesarte, sino, te comes tu propia condenación. Hay que confesar, hay que confesar, que no puede estar uno con el peso de los pecados, eso pesa mucho.
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