27.2 LA IGLESIA ES
SANTA
La
"santidad" de la Iglesia es la segunda nota que el Símbolo Niceno
Constantinopolitano atribuye a la Iglesia y que nace de la naturaleza íntima de
la misma. Si la Iglesia es la unión de Cristo con el hombre debe de ser santa
como todo lo que está en contacto con Dios. La Iglesia es "Santa"
porque su fundador es Santo, (Cristo) y el Espíritu que la asiste es el
Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. La Sagrada Escritura presenta la santidad
como un atributo propio de la Iglesia. S. Pablo en Efes 5, 26 dice: "Cristo
amó a la Iglesia y se entregó por ella, a fin de santificarla... y prepararla
como su esposa inmaculada, sin mancha ni arruga". Y después dice en
Efes l, 4: "Cristo nos eligió para que fuésemos santos e
inmaculados ante su vista".
La santidad de la
Iglesia implica objetivamente que la Iglesia es el medio de la gracia y de la
salvación en el mundo, a la vez que es un signo de la gracia de Dios
escatológicamente vencedora.
El Concilio
Vaticano I, dice al respecto: "Santidad eximia e inagotable fecundidad en
todos los bienes". Denz.1794. El Concilio Vaticano II enseña que todos los
miembros de la Iglesia están llamados a la santidad, Lumen Gentium, Nº 39-42.
La Iglesia es
"Santa": En un
sentido ontológico, en cuanto que ella es el gran medio (como sacramento
universal de salvación), por el que Dios comunica la santidad.
El Concilio
Vaticano II dice en Lumen Gentium: Nº 39: "La Iglesia, cuyo misterio está
exponiendo el sagrado Concilio, creemos que es indefectiblemente santa. Pues
Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado
"el único Santo", "amó a la Iglesia como a su esposa,
entregándose a sí mismo por ella para santificarla", Efes 5, 25-26: "la
unió a Sí como a su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo
para gloria de Dios". Y en Gaudium et Spes, Nº 43,f : "Aunque la
Iglesia, por la virtud del Espíritu Santo, se ha mantenido como esposa fiel a
su Señor y nunca ha cesado de ser signo de salvación en el mundo, sabe, sin
embargo, muy bien que no siempre, a lo largo de su prolongada historia, fueron
todos sus miembros, clérigos o laicos, fieles al espíritu de Dios".
La Iglesia es santa
en su origen, en su fin, en sus medios y en sus frutos. Es santo el fundador y
cabeza invisible de la Iglesia que es Cristo nuestro Señor; es santo el
principio vital interno de la Iglesia, que es el Espíritu Santo; lo es también
el fin de la Iglesia, que es la gloria de Dios y la santificación del hombre:
la doctrina de Cristo con sus artículos de fe, sus preceptos y consejos
morales, el culto y, sobre todo, el santo sacrificio de la Misa, los sacramentos,
los sacramentales, y las preces litúrgicas, las leyes y ordenaciones de la
Iglesia, las Ordenes religiosas, Congregaciones, los institutos de educación
cristiana y de caridad, los Institutos seculares de vida consagrada, etc, los
dones y gracias obrados por el Espíritu Santo.
Son santos muchos
miembros de la Iglesia, entendiendo "santidad" en el sentido general
de la palabra, es decir, posesión de la gracia. Santidad, sobre todo, de los
mártires de los tiempos modernos, que mueren antes de renunciar a su fe, dando
testimonio de su amor a Cristo y a su Iglesia. La razón más honda de que la
Iglesia sea santa y de que posea en sí esa virtud intrínseca de santificar es
precisamente su íntima relación con Cristo y con el Espíritu Santo: la Iglesia
es el Cuerpo de Cristo, penetrado y animado por el Espíritu Santo. 1Cor 12, 12
La Iglesia y el
pecado: De la santidad de
la Iglesia no se sigue que en la Iglesia todos los bautizados siempre y en todo
momento son santos. También los hay pecadores y muy pecadores y alejados del
querer y sentir de Cristo y de su Espíritu. Por ello la Iglesia enseña:
"A la Iglesia no pertenecen tan sólo los miembros santos, (es decir los
que están en gracia de Dios), sino también los pecadores", (de fe).
De la santidad de
la Iglesia no se sigue que los que pecan mortalmente cesen de ser miembros de
la Iglesia, como enseñaran en la antigüedad los novacianos y donatistas y en la
edad moderna Lutero y Quesnel. Clemente XI y Pío VI condenaron esta sentencia,
Denz 1422-1428, 1515. Pío XII volvió a reprobarla en la Encíclica "Mystici
Corporis", diciendo: "no cualquier pecado, aunque sea una
transgresión grave, aleja por su misma naturaleza al hombre del cuerpo de la
Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía". Jesús con
sus parábolas de la cizaña y el trigo, Mt 13, 24-30; de la red que ha recogido
peces buenos y malos, Mt 13, 47-50 y de las vírgenes prudentes y necias Mt 25,
1-13; nos enseña que en la Iglesia conviven buenos y malos y que la separación
no se hará hasta el fin del mundo, en el juicio universal y definitivo.
Es verdad de
Jesucristo dio instrucciones muy concretas para amonestar a los hermanos que
cometieran alguna falta. Cuando todos los intentos por corregirlos hayan
fracasado, entonces manda Jesús que se les excluya de la Iglesia, Mt 18,
15-17. Los escritos Apostólicos dejan claramente traslucir que ya en la Iglesia
primitiva hubo anomalías de índole moral que no siempre fueron castigadas con
la exclusión de la comunidad cristiana, l Cor 11, 18, s. s; 2 Cor 12, 20. Todo
el mundo observa y admite que en la Iglesia ha habido, hay faltas y pecados.
Entonces ¿cómo explicar que la Iglesia es santa y a la vez en sus miembros (no
en todos) hay pecado?. Nosotros decimos. La Iglesia como tal es santa, sin
pecado, ya que se define y está constituida por la unión con Dios y los medios
de esa unión. El pecado no pertenece más que a los miembros que componen la
Iglesia, y más propiamente, en cuanto son infieles a su condición de miembros y
conservan en sí algo que no es la Iglesia, el hombre viejo, según S. Pablo).
Por eso decimos que no se puede atribuir a "la Iglesia" ser el
sujeto de pecados propiamente dichos en el sentido de que ella misma los haya
cometido: tal sujeto sólo puede serlo una persona individual.
Finalmente decimos,
los pecadores (y esto lo somos todos nosotros), pertenecen enteramente a la
Iglesia, pero con una vida cristiana o una santidad muy imperfecta. Sus pecados
como tales caen fuera de la Iglesia, pero quienes los cometen están en la
Iglesia, y a ella pertenecen en su condición de pecadores, religados por la fe
a la institución de gracia, abiertos a la penitencia y a la conversión hasta
recuperar el estado de gracia, de santificación. En cuanto a la Iglesia,
enteramente santa en sí misma, pura en sus principios formales y decidida por
su orientación profunda a llegar a la pureza total, 2 Cor 11, 2; es conducida
por sus miembros a realizaciones históricas y concretas imperfectas de aquello
que ella es profundamente, y de aquello a que aspira a ser.
Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario