(RV).- (Con audio) El Papa Francisco
llegó esta mañana a la región italiana de Friuli Venezia Giulia, al aeropuerto
de Ronchi dei Legionari, procedente del aeropuerto romano de Ciampino para
realizar la programada visita al Cementerio monumental militar de Redipuglia,
donde rezó por los caídos de todas las guerras, a cien años del inicio de la
Primera Guerra Mundial.
Después de 22 años
un Papa regresa en peregrinación a esta localidad, tras la realizada por san
Juan Pablo II, el 3 de mayo de 1992, en que recordó el sacrificio y los
sufrimientos de miles de jóvenes víctimas de la Primera Guerra Mundial y que
descansan en este Cementerio militar: cien mil caídos de los cuales aún 60 mil
sin nombre, muertos en las trincheras de Carso y de Isonzo.
Ante todo el Papa
Francisco rezó solo en el cercano cementerio austro-húngaro de Fogliano, donde
descansan los restos de los caídos austríacos y húngaros, los enemigos de aquel
entonces.
Se trató de un
signo fuerte de invocación a la paz y de oración por los caídos de todas las
guerras, para decir que la guerra sigue siendo una “inútil masacre” que hace
mal, tanto a quienes la combatieron en 1900 como a quienes la combaten hoy en
el mundo.
Después el Papa
ingresó en el Cementerio monumental de Redipuglia donde celebró a las 10 de la
mañana y ante no menos de 10 mil fieles, la Santa Misa con los Cardenales de
Viena y Zagreb y con los Obispos procedentes de Eslovenia, Austria, Hungría y
Croacia así como de las diócesis italianas de Friuli Venezia Giulia, además de
con los Ordinarios y los Capellanes Militares.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Texto de la homilía del Papa
Francisco
Después de haber contemplado la belleza del paisaje de
esta zona, en la que hombres y mujeres trabajan para sacar adelante a sus
familias, donde los niños juegan y los ancianos sueñan… encontrándome aquí, en
este lugar, en este cementerio, solamente acierto a decir: la guerra es una
locura.
Mientras Dios
lleva adelante su creación y nosotros los hombres estamos llamados a colaborar
en su obra, la guerra destruye. Destruye también lo más hermoso que Dios ha
creado: el ser humano. La guerra trastorna todo, incluso la relación entre
hermanos. La guerra es una locura; su programa de desarrollo es la destrucción:
¡querer desarrollarse, crecer mediante la destrucción!
La avaricia, la
intolerancia, la ambición de poder… son motivos que alimentan el espíritu
bélico, y estos motivos a menudo encuentran justificación en una ideología;
pero antes está la pasión, el impulso desordenado. La ideología es una
justificación, y cuando no hay una ideología, está la respuesta de Caín: “¿A mí
qué me importa de mi hermano?, ¿A mí qué me importa? ¿Acaso soy yo el guardián
de mi hermano?» (Gn 4, 9). La guerra no se detiene ante nada ni ante nadie:
ancianos, niños, madres, padres… “¿A mí qué me importa?”.
Sobre la entrada a
este cementerio, se levanta el lema desvergonzado de la guerra: “¿A mí qué me
importa?”. Todas estas personas, cuyos restos reposan aquí, tenían sus
proyectos, sus sueños… pero sus vidas quedaron truncadas. Porque la humanidad
dijo: “¿A mí qué me importa?”.
También hoy, tras
el segundo fracaso de otra guerra mundial, quizás se puede hablar de una
tercera guerra combatida “por partes”, con crímenes, masacres, destrucciones…
Para ser honestos,
la primera página de los periódicos debería llevar el titular: “¿A mí qué me
importa?”. En palabras de Caín: «¿Soy yo el guardián de mi hermano?».
Esta actitud es
justamente lo contrario de lo que Jesús nos pide en el Evangelio. Lo hemos
escuchado: Él está en el más pequeño de los hermanos: Él, el Rey, el Juez del
mundo, es el hambriento, el sediento, el forastero, el encarcelado… Quien cuida
al hermano entra en el gozo del Señor; en cambio, quien no lo hace, quien, con
sus omisiones, dice: “¿A mí qué me importa?”, queda afuera.
Aquí y en el otro
cementerio hay tantas víctimas. Hoy nosotros las recordamos. Hay lágrimas, hay
dolor, hay luto. Y desde aquí recordamos a las víctimas de todas las
guerras.
También hoy hay
tantas víctimas… ¿Cómo es posible esto? Es posible porque también hoy, en la
sombra, hay intereses, estrategias geopolíticas, codicia de dinero y de poder,
y está la industria de las armas, que parece ser tan importante.
Y estos
planificadores del terror, estos organizadores del desencuentro, así como los
fabricantes de armas, llevan escrito en el corazón: “¿A mí qué me
importa?”.
Es de sabios
reconocer los propios errores, sentir dolor, arrepentirse, pedir perdón y
llorar.
Con ese “¿A mí qué
me importa?”, que llevan en el corazón los que negocian con la guerra, quizás
ganan mucho, pero su corazón corrompido ha perdido la capacidad de llorar. Ese
“¿A mí qué me importa?” impide llorar. Caín no lloró. La sombra de Caín nos
cubre hoy aquí, en este cementerio. Se ve aquí. Se ve en la historia que va de
1914 hasta nuestros días. Y se ve también en nuestros días.
Con corazón de
hijo, de hermano, de padre, pido a todos ustedes y para todos nosotros la
conversión del corazón: pasar de ese “¿A mí qué me importa?” al llanto… por
todos los caídos de la “masacre inútil”, por todas las víctimas de la locura de
la guerra de todos los tiempos. Hermanos la humanidad tiene necesidad de
llorar, y ésta es la hora del llanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario