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Gracias


Maria Beatriz.



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En este blog rezamos por todos los cristianos perseguidos y asesinados

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NOTICIAS SOBRE S.S. FRANCISCO

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Hemos vuelto

Queridos hermanos en Cristo. Tras algunos años de ausencia por motivos personales. A día de hoy 24 de Marzo del 2023, con la ayuda de Dios Nuestro Señor retomamos el camino que empezamos hace ya algún tiempo. Poco a poco nos iremos poniendo al día, y trataremos de volver a ganarnos vuestra confianza.

Gracias de antemano y tenednos paciencia.
Dios os guarde a todos y muchas gracias a los que a pesar de todo habéis permanecido fieles a este blog, que con tanto cariño y tanta ilusión comenzó su andadura allá por el año 2009

Dios os bendiga y os guarde a todos.

CAMINATA DE LA ENCARNACIÓN

21 de septiembre de 2014

Homilía: Domingo de la semana 25 de tiempo ordinario; ciclo A

(Is 55,6-9) "Vuestros caminos no son mis caminos"
(Fil 1,20c-24.27a) "Para mi la vida es Cristo, y una ganancia morir”
(Mt 20,1-16)
"Id también vosotros a mi viña"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
En el Angelus (20-IX-1981)
--- El trabajo como deber y derecho humano
--- Servicio
--- Dimensión eterna
--- El trabajo como deber y derecho humano
“El reino de los cielos es semejante a un amo de casa que salió muy de mañana a ajustar obreros para su viña…” (Mt 20,1).
Con estas palabras comienza el pasaje evangélico de la liturgia de hoy. La tan conocida parábola de los trabajadores de la viña contiene en sí muchos temas. Entre éstos es fundamental la idea de que es Dios quien llama al hombre al trabajo y que el trabajo debe contribuir a la plasmación continua del mundo según el proyecto del mismo Dios. Todo tipo de trabajo humano, todas sus variantes, están incluidas en la parábola evangélica.
En el punto de partida esta parábola incluye la llamada al hombre a redescubrir el significado del trabajo, teniendo presente el designio salvífico de Dios.
¿Qué es el trabajo humano?
A este importante interrogante hay que dar una respuesta articulada. Ante todo es una prerrogativa del hombre-persona, un factor de plenitud humana que ayuda precisamente al hombre a ser más hombre. Sin el trabajo no solo no puede alimentarse, sino que tampoco puede autorrealizarse, es decir, llegar a su dimensión verdadera. En segundo lugar y consecuentemente, el trabajo es una necesidad, un deber que da al ser humano, vida, serenidad, interés, sentido. El Apóstol Pablo advierte severamente, recordémoslo: “el que no quiera trabajar, no coma" (2 Tes 3,10). Por consiguiente cada uno está llamado a desempeñar una actividad sea al nivel que fuere, y el ocio y el vivir a costa de otros quedan condenados. El trabajo es, además, un derecho, “es el grande y fundamental derecho del hombre”.
--- Servicio
El trabajo llega a ser igualmente un servicio, de tal modo que “el hombre crece en la medida en que se entrega por los demás". Y de esta armonía se beneficia no sólo el individuo sino también la misma sociedad.
--- Dimensión eterna
Estos son solamente algunos pensamientos sobre el tema acerca de la naturaleza del trabajo humano. Los ponemos juntos aquí haciendo referencia a la llamada del amo de casa que sigue saliendo a contratar obreros para su viña para la jornada, como dice la parábola evangélica. Recordemos que en su mismo punto de partida esta parábola contiene la invitación al hombre a que encuentre su significado último en el designio salvífico de Dios, sea cual fuere el tipo de trabajo que desarrolle. Y oremos para que crezca y se ahonde en cada hombre la conciencia de este significado. Pues según el designio de Dios, con el trabajo no sólo debemos dominar la tierra, sino también alcanzar la salvación. Por tanto, al trabajo está vinculada no sólo la dimensión de la temporalidad, sino también la dimensión de la eternidad.
DP-172 1981
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
La gratuidad y la grandeza de la recompensa que Dios reserva a los que trabajan por la extensión del cristianismo, forma parte de los pensamientos de Dios que, se nos dice en la 1ª Lectura, no coinciden con los nuestros. No hay arbitrariedad en la conducta de Dios al igualar a todos con un denario porque “El Señor es bueno con todos”, leemos en el Salmo Responsorial, y porque el denario es un tesoro inmenso: la vida eterna.
La recompensa divina, un denario, excede de tal manera el esfuerzo realizado por nosotros, que quien ha sido llamado al alba no puede pensar que tiene más méritos que quien fue convocado a mediodía o en el crepúsculo de su vida. Este último, no debe creer tampoco que es demasiado tarde para rehacer su vida cristiana. Un buen hijo no debe pensar que su padre le debe algo porque cumplió lo que le mandó: “cuando hayáis cumplido todo lo que se os mandó, habéis de decir: somos siervos inútiles, no hemos hecho más que lo que teníamos obligación de hacer” (Lc 17,10).
Escribiendo a los cristianos de Filipo, S. Pablo les decía: “Para mí, la vida es Cristo y una ganancia el morir” (2ª Lect). Trabajar porque Jesucristo sea conocido y amado debe ser para nosotros también un honor, la razón de nuestra vida. No un peso sino un gustoso deber. Si hay quien tiene el orgullo y la satisfacción de trabajar en puestos de alta dirección política o financiera, de gestión empresarial o deportiva, etc. ¿no produciría extrañeza el considerar  gravoso el empeño por el Reino de Cristo?
“Id también vosotros a mi viña”. Ninguno de nosotros tiene derecho a pensar que nadie le ha contratado. La Iglesia nos llama en esta hora del mundo. Jóvenes y viejos, ricos y pobres, incluso los niños, como recuerda el Concilio Vaticano II (Cfr A. A.,12), ¡todos! son útiles para las faenas de cuidar la viña: ararla, abonarla, protegerla de las plagas, podarla, recolectar los racimos con los que elaborar el vino que alegra del corazón, anticipo del que el Señor servirá al final, como en Caná, premiando nuestro modesto servicio.
Preguntémonos al hilo de estas enseñanzas de Jesús: ¿Hago míos los objetivos de la Iglesia? ¿Me preocupa la gente, su confusión doctrinal, su vacío, su tristeza? ¿Procuro ayudar material y espiritualmente a quienes veo necesitados o me he ido acostumbrando a sus deficiencias como si fuera lo normal o algo irremediable? El Señor nos llama. No quiere vernos parados y diciendo que nadie nos ha contratado. Hoy, en esta celebración dominical, Jesús se dirige a cada uno de nosotros: Id también vosotros a mi viña.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«El Reino de Dios oferta gratuita a todo hombre»
I. LA PALABRA DE DIOS
Is 55,6-9: «Mis planes no son vuestros planes»
Sal 144,2s.8s.17s.: «Cerca está el Señor de los que lo invocan»
Flp 1,20c-24.27a.: «Para mí la vida es Cristo»
Mt 20,1-16a: «¿Vas a tener tú envidia porque soy bueno?»
II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO
A lo largo de cuatro Domingos, a partir de hoy, se nos anuncian cuatro parábolas sobre el Reino de Dios.
Hoy la parábola del pago del denario, a todos los trabajadores por igual, a los de primera hora y a los de última, destaca la «justicia de Dios» (cf 1987-1995). Esta es pura gratuidad, porque el hombre no tiene derechos ante Dios (cf 2007-2011) sino que todo lo recibe de él, «conforme a su gracia, de la que nos colmó en el Amado» (cf Ef 1,5b-6) a cada uno y a cada pueblo. Así, el nuevo pueblo de Dios es llamado al mismo Reino que continúa el antiguo y supera, a la vez, sus expectativas: «Mis planes no son vuestros planes» (1ª Lect.).
III. SITUACIÓN HUMANA
Es tentación del hombre de todos los tiempos juzgar los planes de Dios, conforme a las propias categorías. Dios desborda nuestros pensamientos. Por eso, el hombre ante Dios ha de ser humilde y sencillo, confiado en su Amor a cada uno de nosotros, que ha llamado a la existencia y a su Reino.
En un mundo donde todo se cobra y todo se paga qué difícil es comprender, aceptar y vivir la gratuidad con los demás y con Dios.
IV. LA FE DE LA IGLESIA
La fe
– "Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel... este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones... El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir, a los que lo acogen con un corazón humilde... Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: «No he venido a llamar a justos sino a pecadores»... pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo..." (543-546).
La respuesta
– Andar en este mundo los caminos del Reino: «El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios» (1724; cf 1716-1723; la parábola del sembrador: Mt 13,3-23).
El testimonio cristiano
– El hombre se debate entre su pequeñez para entender a Dios, por un lado, y Dios mismo, su grandeza y bondad, por otro. Cuando vence la gracia, el hombre prorrumpe en la alabanza: »... Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte... porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti (S. Agustín, Conf. 1, 1,1)» (30).
Hemos de recibir con profundo agradecimiento (= Eucaristía) la llamada al Reino y su apertura a todos los hombres. Es preciso que andemos en este mundo los caminos del Reino, los caminos del Decálogo y del Sermón del Monte, del Misterio Pascual, que en los siguientes Domingos se concentran en Cristo.

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